DIOS
COMO EL LIBERTADOR DE SU PUEBLO
Éxodo 14
Enseñanzas
Típicas del Libro del Éxodo
Edward
Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
BTX
= Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso
RVA
= Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial
Mundo Hispano)
En el
capítulo 12, Dios aparece como Juez, porque una vez planteado el asunto del
pecado, la santidad de Su naturaleza necesita que Él trate con él – y trate
rigurosamente con él. Dios, por tanto, estuvo allí contra Su pueblo a causa de
su pecado, aunque se encontró el medio, en Su provisión de gracia y según a Su
instrucción, de satisfacer, por medio de la sangre del Cordero Pascual, Sus
justas demandas. Pero en este capítulo, Aquel que estuvo contra el pueblo
debido a su pecado, está ahora a favor de ellos debido a la sangre. Su
justicia, Su verdad, Su majestad, si, todo lo que Él era, había sido satisfecho
por la sangre esparcida. Una propiciación [*] había sido hecha sobre el terreno
del cual Él pudo asumir la causa de aquellos que habían sido llevados a estar
bajo su valor. Por consiguiente, Él aparece aquí como un Salvador – un
Libertador. Históricamente hay un intervalo entre estos dos caracteres. Él fue
un Juez en la noche de la pascua, y un Libertador en el Mar Rojo; y este es el
orden de aprehensión en el caso de la mayoría de las almas despertadas. El
alma, cuando por vez primera es convicta de pecado, cuando ello es realmente la
obra del Espíritu de Dios, Dios aparece al alma como un Juez debido a la
culpabilidad. Pero cuando hay paz de conciencia a través de la aprehensión por
fe de que la sangre de Cristo ha satisfecho las demandas de Dios, y ha limpiado
de culpabilidad, entonces el alma percibe que Dios mismo está a su favor, y ve
la prueba de ello en que Él levantó de los muertos al Señor Jesús. Estas dos
etapas están señaladas claramente en Romanos 3 y 4. Así, en Romanos 3, se trata
de la fe en la sangre, de creer en Jesús (versículos 25 y 26); mientras en
Romano 4 se trata de la fe en Dios (versículo 24). Y no hay paz estable hasta
que esta segunda etapa es alcanzada. Pero mientras estas dos cosas están
separadas históricamente en relación con los hijos de Israel, y generalmente en
la experiencia de las almas, no se debe olvidar que no son sino dos partes de
una misma obra. El Mar Rojo, por tanto, es este aspecto, mientras presenta
efectos más asombrosos en la exhibición del poder de Dios, por una parte en la
redención de Su pueblo, y por la otra, en la destrucción de Faraón y su hueste,
no es sino la consecuencia de la sangre esparcida en la noche de la pascua. La sangre
fue el fundamento de todas las posteriores
actuaciones de Dios para con Israel. Por eso, mientras es muy cierto que la
redención no fue conocida hasta que el Mar Rojo fue cruzado, el derramamiento
de sangre fue una obra más profunda, porque fue eso lo que glorificó a Dios con
respecto al asunto del pecado del pueblo, y Le permitió, en armonía con cada
atributo de Su carácter, obrar para la liberación completa de ellos. Este
capítulo puede ser comprendido solamente cuando esta distinción entre las dos
cosas, y, a la vez, la relación de ellas, son recordadas. Teniendo esto en
mente, se poseerá la llave para su interpretación, y se verá que cada acción
que este capítulo registra está en relación con la verdad así explicada.
[*] Cuando decimos, 'una propiciación',
se comprenderá que
estamos hablando del valor típico de la sangre. La propiciación propiamente
dicha fue hecha por la sangre rociada sobre el propiciatorio. (Compárese con
Levítico 16:14 y Romanos 3:25).
"Habló
Jehová a Moisés, diciendo: Dí a los hijos de Israel que den la vuelta y acampen
delante de Pi-hahirot, entre Migdol y el mar hacia Baal-zefón; delante de él
acamparéis junto al mar. Porque Faraón dirá de los hijos de Israel: Encerrados
están en la tierra, el desierto los ha encerrado. Y yo endureceré el corazón de
Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército, y
sabrán los egipcios que yo soy Jehová. Y ellos lo hicieron así." (Éxodo
14: 1 al 4).
Lo primero
que hizo el Señor fue aislar a Su pueblo, en lo que atañe al hombre, en una
posición perfectamente desesperada. Acampados junto al mar, y rodeados por el
desierto, Él los situó de tal manera que si Faraón los seguía, tal como Él se
proponía que lo hiciera, no hubiese absolutamente ninguna forma humana de
escape. Esto se hizo para atraer a Faraón a su destrucción, y para reducir a
los hijos de Israel a una completa dependencia de Él. Ambas cosas se
cumplieron; ya que los Egipcios iban a conocer que Él era el Señor, y los
Israelitas iban a confesar que Él era la salvación de ellos. Esto nos será
presentado en la narración.
"Y fue
dado aviso al rey de Egipto, que el pueblo huía; y el corazón de Faraón y de
sus siervos se volvió contra el pueblo, y dijeron: ¿Cómo hemos hecho esto de
haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva? Y unció su carro, y tomó
consigo su pueblo; y tomó seiscientos carros escogidos, y todos los carros de
Egipto, y los capitanes sobre ellos. Y endureció Jehová el corazón de Faraón
rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel
habían salido con mano poderosa. Siguiéndolos, pues, los egipcios, con toda la
caballería y carros de Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los
alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de
Baal-zefón." (versículos 5 al 9).
¡Qué
revelación se ve de las posibilidades del corazón humano en el caso de Faraón!
Aunque Jehová había expuesto Su brazo en juicios sucesivos, y había arrancado,
al final, un clamor de angustia desde cada hogar en la tierra de Egipto, aun
así encontramos al rey y también a sus siervos recuperándose del golpe que, por
el momento, los había abrumado con dolor, arrepintiéndose de haber dejado ir a
Israel, y atreviéndose a seguirles para llevarlos de regreso a su servidumbre anterior.
De este modo, ellos los persiguieron, "con toda la caballería y carros de
Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los alcanzaron acampados
junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de Baal-zefón." Esto, como se
explicó, había sido arreglado por Jehová. A Faraón y a su pueblo, les habrá
parecido una locura de parte de Israel el hecho de ocupar una posición tal, y
una evidencia, podía ser, de que ellos eran guiados por la necedad humana más
bien que por la sabiduría divina. Ellos marchan, por tanto, en la plena
confianza de una fácil victoria. Ya que ¿qué podía rescatar de sus manos a una
nación de fugitivos, estorbados por mujeres y niños? Así mismo les pareció a
los hijos incrédulos de Israel. Ellos estaban protegidos por la sangre, eran
guiados por la columna de nube, y podrían haber dicho ciertamente, "Si Dios
es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31). Pero la vista
fue más fuerte que la fe. El mar estaba ante ellos, y Faraón y su poderoso
ejército estaban detrás. Para el ojo natural el escape era imposible, y la
cautividad o la muerte segura eran ciertas. Este fue el efecto producido sobre
sus mentes.
"Y
cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí
que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en
gran manera, y clamaron a Jehová. Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en
Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho
así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos
en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera
servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto." (Éxodo 14: 10
al 12).}
La
incredulidad marcó cada palabra que pronunciaron, y ello fue debido a que
estaban juzgando según la visión de sus ojos. Temieron mucho; iban a morir en
el desierto; sabían que iba a ser así, y la servidumbre en Egipto era muchísimo
mejor que la muerte que les aguardaba ahora. El error que ellos cometieron fue
dejar al Señor fuera de sus cálculos – tal como lo hace siempre la incredulidad
– y haciendo así de ello un asunto entre ellos mismos y los Egipcios. Moisés
fue sostenido; su fe era inquebrantable, y pudo, por tanto, animar sus
corazones así como también reprender su incredulidad.
"Y
Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová
hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para
siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis
tranquilos." (versículos 13 y 14).
En
realidad, aquel día se iba a llevar a cabo una obra en la que el pueblo podía
tener parte alguna. Porque había allí dos cosas de las que debían ser liberados
– el poder de Satanás representado por Faraón y su hueste, y la muerte y el
juicio que eran mostrados en figura por el Mar Rojo. Y estas dos están relacionadas.
Porque a través del pecado Satanás ha adquirido derechos, y blande la muerte
como el justo juicio de Dios. Es muy cierto que los hijos de Israel ya estaban
protegidos por la sangre del cordero pascual, y que, por tanto, podían haber
reposado en perfecta paz. Pero ellos no conocían el valor de esa sangre. Sabían
que los había salvado del golpe del juicio, que sus hogares escaparon cuando
Dios hirió al primogénito de Egipto; pero no habían aprendido aún que esta
misma sangre les había asegurado todo, liberación de sus enemigos, guía a
través del desierto, e incluso la posesión de la herencia prometida. Por eso es
que en el momento en que Faraón aparece en la escena ellos "temieron en
gran manera", y "clamaron a Jehová." Jehová los encuentra en la
debilidad y duda de ellos, y les recuerda, mediante este mensaje que Moisés
entregó, que la obra era Suya, tanto para salvarles de la tierra del rey de
Egipto, como de las olas del Mar Rojo. Debían dejar sus temores, estar firmes,
y ver la salvación de Jehová; ya que sus enemigos desaparecerían para siempre
de delante de sus ojos, Jehová pelearía por ellos, y estarían tranquilos.
¡Verdad bienaventurada es que la salvación de del Señor! Es una verdad, no
obstante, que somos tardos para aprender. Cuántos hay que se enredan en el
pensamiento de que ellos deben hacer algo. Pero no; Aquel que ha proporcionado
el Cordero Pascual, cuya sangre nos limpia de nuestro pecado, hará todo lo
demás. La salvación es Su propia obra perfecta, y terminada. Añadir a ella de
algún modo mediante nuestras propias obras o esfuerzos es sólo arruinar su
belleza e integridad. No, ¿qué puede hacer allí el hombre cuando de lo que se
trata es de Satanás y la muerte? El hombre es impotente en presencia de
semejantes enemigos. No puede escapar, no puede vencerles, y por ende,
forzosamente – si al menos aprendiera la lección – él debe permanecer quieto, y
ver la salvación del Señor. ¡Cuán sosegador para el corazón del tímido y del
ansioso! Que ellos entren en el disfrute pleno de este mensaje precioso, si es
que están aterrorizados por el poder de Satanás y la perspectiva de la muerte:
"Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos."
Siguiendo
el registro de los hechos percibiremos de qué manera Jehová verificó las
palabras de Su siervo.
"Entonces
Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Dí a los hijos de Israel que
marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y
entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco. Y he aquí, yo
endureceré el corazón de los egipcios para que los sigan; y yo me glorificaré
en Faraón y en todo su ejército, en sus carros y en su caballería; y sabrán los
egipcios que yo soy Jehová, cuando me glorifique en Faraón, en sus carros y en
su gente de a caballo." (versículos 15 al 18).
No hay
ninguna inconsistencia entre el mandamiento de Moisés, "Estad
firmes", y lo presentado ahora, "Que marchen." Se les debía
recordar, ciertamente, que no podían hacer nada; pero la fe debería haber
percibido que la obra estaba hecha, y haber marchado audazmente a través del
mar que parecía impedir su avance. La muerte, y el poder de la muerte, había
sido vencida, se había completado la salvación, y por eso ellos debían avanzar.
La orden y la enseñanza son hermosas. El Señor completa la obra, y se ha
abierto, mediante la obra consumada de salvación, una vía de escape del poder
de Satanás a través de la muerte. Estando abierta, al creyente le corresponde
andar a través de ella, avanzar audazmente con confianza en Aquel que, habiendo
sido Juez de ellos, ha llegado a ser ahora Salvador de ellos. El Señor procede
a desplegar esto mediante el mensaje ulterior dirigido a Moisés. Él mostrará Su
poder sobre el mar delante de los ojos de Su pueblo, para pacificar sus
temores, y asegurarles Su protección y cuidado. Pero esto debe ser explicado
más plenamente. Junto con el mandato a los hijos de Israel de avanzar, a Moisés
se le ordenó alzar su vara, y extender su mano sobre el mar, y dividirlo, de
modo que los hijos de Israel pudiesen pasar sobre terreno seco a través del
medio del mar. Los Egipcios debían ser endurecidos para seguirlos, y seguirlos
para su propia destrucción, y Dios se glorificaría tanto en la salvación de Su
pueblo como en la destrucción de sus enemigos. Habiendo ordenado así a Moisés,
el Señor procede a actuar.
"Y el
ángel de Dios que iba delante del campamento de Israel, se apartó e iba en pos
de ellos; y asimismo la columna de nube que iba delante de ellos se apartó y se
puso a sus espaldas, e iba entre el campamento de los egipcios y el campamento
de Israel; y era nube y tinieblas para aquéllos, y alumbraba a Israel de noche,
y en toda aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros. Y extendió
Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio
viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas
quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar,
en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda.
"Y
siguiéndolos los egipcios, entraron tras ellos hasta la mitad del mar, toda la
caballería de Faraón, sus carros y su gente de a caballo. Aconteció a la
vigilia de la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la
columna de fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las
ruedas de sus carros, y los trastornó gravemente. Entonces los egipcios
dijeron: Huyamos de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los
egipcios.
"Y
Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan
sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería. Entonces Moisés
extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su
fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y Jehová derribó a
los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y
la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el
mar; no quedó de ellos ni uno. Y los hijos de Israel fueron por en medio del
mar, en seco, teniendo las aguas por muro a su derecha y a su izquierda. Así
salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los
egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que
Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a
Jehová y a Moisés su siervo." (versículos 19 al 31).
Se puede observar
ahora los varios puntos en esta liberación milagrosa. En primer lugar, el ángel
de Dios se apartó y "se colocó entre el campamento de los egipcios y el
campamento de Israel." (Éxodo 14:20 – RVA). Dios se interpuso así entre Su
pueblo comprado por sangre y sus perseguidores. Ya que, de hecho, todo lo que
Él era, en cada
atributo de Su carácter, se comprometió a favor de ellos. Esa multitud presa
del pánico podía muy bien ser despreciada por la flor y nata de Egipto, pero
estaban bajo el patrocinio de la Omnipotencia, y antes de que pudiesen ser
alcanzados, Dios mismo debía ser enfrentado y vencido. ¡Oh, qué fortaleza y consolación
yace en esta verdad preciosa de que Dios mismo asume la causa del más débil de
los que están bajo el amparo de la sangre de Cristo! Satanás puede disponer
todas sus legiones en posición de combate, y procurar aterrorizar el alma
mediante la exhibición de su poder, pero sus alardes y amenazas pueden ser
descartados por igual, porque la batalla es la batalla del Señor. No se trata,
por tanto, de lo que nosotros somos, sino de lo que Dios es. Y se ha de
observar que Aquel que está a favor del
creyente, está contra el enemigo.
(Romanos 8:31 – BTX). Fue una nube la que alumbraba a los hijos de Israel, y
era tinieblas para Faraón y su ejército. La presencia de Dios aterroriza a
todos excepto a quienes están limpios del pecado por la sangre preciosa. Por
eso es que el campamento de Egipto fue aislado de Israel, y "en toda
aquella noche nunca se acercaron los unos a los otros." (Éxodo 14:20).
¡Cuán temerosos, entonces, deberíamos ser, cuando esta verdad de que Dios está
a favor de nosotros es revelada tan claramente! Eliseo conoció el poder de esta
verdad cuando, en respuesta a los temores expresados por su siervo, dijo,
"No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que
están con ellos"; y entonces, cuando los ojos del joven fueron abiertos
ante la oración del profeta, él "miró; y he aquí que el monte estaba lleno
de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo." (2º.
Reyes 6: 15 al 17). Que se reitere, no obstante, que el único fundamento de que
Dios está a favor de nosotros es la preciosa sangre de Cristo. Esta es,
entonces, la primera cosa enseñada aquí, que Dios protege a Su pueblo frente al
poder de Satanás.
La segunda
cosa que se debe comentar es la división de las aguas del Mar Rojo. Moisés
debía alzar su vara, y extender su mano sobre el mar. (Éxodo 14:16). La vara es
un símbolo de la autoridad y el poder de Dios; y por ende, las aguas se
retiraron ante ella. El viento recio oriental fue usado como instrumento, pero
con relación al mandato de Su poder tal como fue expresado en el uso de la
vara. Dios abrió así un camino a través de la muerte para Su pueblo. Así como
Él, por una parte, los protegió del poder de Satanás, así, por la otra, Él los
libró de la muerte a través de la muerte. Este es el significado típico del Mar
Rojo – muerte, y también resurrección – en la medida que el pueblo fue hecho
pasar a la otra orilla. «Como un tipo moral,» por tanto, usando el lenguaje de
otro, «el
Mar Rojo es, evidentemente, la
muerte y resurrección de Jesús, hasta donde llega el efecto real, en su
eficacia propia como liberación por redención, y de Su pueblo como contemplado
en Él; Dios actuando en ello, para
sacarlos, a través de la muerte, del pecado y de este mundo actual, dándoles
liberación absoluta por medio de la muerte, a la que Cristo había ido, y, por
consiguiente, más allá de la posibilidad de ser alcanzado por el enemigo.» Esto está hermosamente ilustrado
por dos detalles. Ellos "entraron por en medio del mar, en seco."
¿Por qué? Porque – y hablamos de la enseñanza de manera típica – Cristo había
descendido a la muerte, y había agotado su poder. Él 'muriendo mató a la muerte',
y en la muerte enfrentó y venció a todo
el poder de Satanás. Él destruyó "por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo," y libró "a todos los que
por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a
servidumbre." (Hebreos 2: 14, 15). Toda la fuerza y el poder de la muerte,
por tanto, se agotaron sobre Cristo, y como consecuencia, los creyentes pasan 'sobre
terreno seco'. Entonces, además, encontramos que "las aguas les eran como
un muro a su derecha y a su izquierda." (Éxodo 14:22 – LBLA). No sólo la
muerte no tenía ningún poder sobre ellos, sino que se convirtió en una defensa.
De este modo, «el
mismo mar que ellos temían, y que
pareció arrojarles en manos de Faraón, llegó a ser el medio de su salvación.» Fue la manera de su liberación de
Egipto, y en lugar de su enemigo se había convertido en su amigo. Todo creyente
debería saber de qué manera bienaventurada todo esto se cumple en la muerte y
resurrección de Cristo. No se trata solamente de que hemos sido amparados del
juicio por medio de la sangre de la aspersión, sino que a través de la muerte y
resurrección de Cristo, y nuestra muerte y resurrección en Él, hemos sido
sacados de Egipto, y libertados tanto del poder de Satanás como de la muerte.
Ya hemos pasado de muerte a vida, hemos sido sacados complemente de nuestra
antigua condición a un nuevo terreno en Cristo Jesús. Podríamos seguir aún más
allá, y señalar de qué manera este tipo se cumplirá de otra manera. La muerte,
la cual es enemiga del pecador, se ha convertido en amiga del creyente, y no
hará más que demostrar que es el medio de nuestro pasar, en caso de que
partiéramos antes de que el Señor regrese, a Su presencia.
La última
cosa que hay que destacar es la destrucción de los Egipcios. En la temeridad de
su audaz presunción, "los egipcios reanudaron la persecución, y entraron
tras ellos en medio del mar todos los caballos de Faraón, sus carros y sus
jinetes." (Éxodo 14:23 – LBLA). Ni siquiera esa columna de fuego los
contuvo, sino que, en una vana confianza en su propio poder, se apresuraron,
pero se apresuraron a su segura y cierta ruina. "Aconteció a la vigilia de
la mañana, que Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de
fuego y nube, y trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de
sus carros, y los trastornó gravemente. Entonces los egipcios dijeron: Huyamos
de delante de Israel, porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios."
(versículos 24 y 25). Estaban convencidos ahora de la inutilidad de la lucha, y
habrían huido de buena gana; pero todo fue demasiado tarde. Ante la orden de
Jehová, Moisés extendió su mano sobre el mar, y volvieron las aguas y cubrieron
a toda la hueste de Egipto, de manera tal que "no quedó de ellos ni uno."
(versículo 28). "Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando
los egipcios hacer lo mismo,
fueron ahogados." (Hebreos 11:29). Se comunicó así la solemne lección
de que el hecho de hacer frente al poder de la muerte en humana confianza es
destrucción cierta. Sólo el pueblo comprado por sangre puede pasar en
seguridad. Todos los demás serán ciertamente arrollados; y no obstante, cuántas
almas se atreven a hacer frente a la muerte y el juicio en sus propias fuerzas.
Que todas esas almas sean advertidas por la suerte de Faraón y su ejército. No
puede haber escape alguno aparte de Cristo. Él solo es el camino de seguridad,
porque Él solo ha enfrentado y ha vencido la muerte, es Aquel que ha muerto, y
resucitado, y que vive por los siglos de los siglos, y tiene las llaves de la
muerte y del Hades. (Apocalipsis 1: 17 y 18).
Estas tres
cosas concluyen el capítulo. Primero está la repetición del hecho de que Israel
caminó en seco a través de mar, y encontró que las aguas les eran como un muro
a su derecha y a su izquierda. Se trata del contraste enfatizado entre la
salvación de Israel y la destrucción de los Egipcios. Hay, entonces, solamente
dos clases. No podía haber otra – los perdidos (los Egipcios) y los salvados
(los Israelitas). Los primeros fueron tragados por la muerte y el juicio,
mientras los últimos fueron hechos pasar en seguridad, porque estaban cubiertos
con el valor de la sangre del Cordero. Leemos, entonces, que "Así salvó
Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios" (Éxodo 14:30). Él los
había protegido anteriormente del juicio, pero Él los salvó ahora del enemigo.
El poder de Satanás fue anulado, y, por consiguiente, fueron libertados. El
significado pleno de este término aparecerá en el capítulo siguiente; pero se
puede comentar que es aquí, por primera vez, donde la palabra "salvo"
adquiere su significancia plena. Por último, se registra el efecto producido
sobre las mentes – en las almas de los hijos de Israel. Ellos vieron "aquel
grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a
Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo." (versículo 31). Una
exhibición semejante de poder – destructivo por una parte, y redentor por la
otra – había hecho que sus corazones se inclinaran y había engendrado un temor
reverente en sus almas. Indudablemente ellos habían temido a Jehová en Egipto,
en el sentido de sentir pavor – teniéndole pavor como Juez santo; pero ahora
era un temor de otra clase – temor engendrado por la manifestación de Su poder
que obra prodigios, y que los condujo a verle como Señor de ellos. Se trató de
un temor en una relación íntima – el temor que desearía complacer, y tendría
pavor, por sobre todas las cosas, a ofender. Fue el brote del reconocimiento de
la santidad de Dios en la salvación de ellos. Esto es mostrado por el hecho de
que creyeron también a Jehová, y a Su siervo Moisés. El testimonio de qué y
quién era Él, había sido desplegado delante de sus ojos. Ellos lo recibieron, y
ahora no solamente Jehová los había escogido para ser Su pueblo, sino que
también, por fe, Le reconocían y Le admitían como su Señor. También creyeron a
Moisés – como su líder divinamente designado. Ellos fueron, de hecho,
bautizados en Moisés en la nube y en el mar. (1ª. Corintios 10:2). Hubo, por
tanto, una obra llevada a cabo para ellos y en ellos – y ambas por igual
procedieron del poder y la gracia de Dios. Aquel que los sacó de Egipto y los
hizo pasar a través del Mar rojo de manera tan maravillosa, produjo una
respuesta en sus corazones a lo que Él era, y a lo que Él había hecho por
ellos. Jamás se entra en la salvación, o se disfruta de ella, hasta que estas
dos cosas están unidas. De este modo, la obra, sobre el fundamento en que Dios
puede salvar pecadores, ha sido completada hace mucho tiempo; pero el pecador
no es salvo hasta que se puede decir que él cree. "De cierto, de cierto os
digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida." (Juan 5:24).
Edward Dennett
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. – Abril/Mayo 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - God as the Deliverer
of His People (Exodus 14) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
|
|