BENDICIÓN
MILENIAL
Éxodo 18
Enseñanzas
Típicas del Libro del Éxodo
Edward
Dennett
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
("") y han sido tomadas de la
Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60).-
Este capítulo cierra
la dispensación de
gracia en la historia de Israel. Desde Egipto a Sinaí todo fue pura gracia.
En Sinaí ellos mismos se colocaron bajo la ley. De ahí el carácter especial del
capítulo 18. El maná, tal como se explicó, presentaba a Cristo en la encarnación,
la Peña golpeada presentaba Su muerte, las corrientes de aguas que fluyeron de
ella presentaban el don del Espíritu; y ahora, a continuación de la
dispensación del Espíritu, encontramos, en figura, la bendición de los Judíos y
de los Gentiles, y el establecimiento del orden gubernamental en Israel. En
efecto, la Iglesia, los Judíos, y los Gentiles, son delineados de manera
típica. Esto se percibirá si los varios puntos de la siguiente Escritura son
indicados:
"Oyó Jetro sacerdote de Madián, suegro de Moisés, todas las
cosas que Dios había hecho con Moisés, y con Israel su pueblo, y cómo Jehová
había sacado a Israel de Egipto. Y tomó Jetro suegro de Moisés a Séfora la
mujer de Moisés, después que él la envió, y a sus dos hijos; el uno se llamaba
Gersón, porque dijo: Forastero he sido en tierra ajena; y el otro se llamaba
Eliezer, porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de
Faraón. Y Jetro el suegro de Moisés, con los hijos y la mujer de éste, vino a
Moisés en el desierto, donde estaba acampado junto al monte de Dios; y dijo a
Moisés: Yo tu suegro Jetro vengo a ti, con tu mujer, y sus dos hijos con
ella."
"Y Moisés salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo
besó; y se preguntaron el uno al otro cómo estaban, y vinieron a la tienda. Y
Moisés contó a su suegro todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a
los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el
camino, y cómo los había librado Jehová. Y se alegró Jetro de todo el bien que
Jehová había hecho a Israel, al haberlo librado de mano de los egipcios. Y
Jetro dijo: Bendito sea Jehová, que os libró de mano de los egipcios, y de la
mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios. Ahora conozco
que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se
ensoberbecieron prevaleció contra ellos. Y tomó Jetro, suegro de Moisés,
holocaustos y sacrificios para Dios; y vino Aarón y todos los ancianos de
Israel para comer con el suegro de Moisés delante de Dios." (Éxodo 18: 1-12).
Jetro, sacerdote de Madián, suegro de Moisés, aparece ahora. Él
había oído acerca de todo lo que Dios había obrado por Su pueblo, y, acto
seguido, trajo a Séfora y sus dos hijos a Moisés. Los nombres mismos de los
niños explican el carácter típico de la escena completa. El primero es Gersón;
"porque dijo: Forastero", (o, peregrino), "he sido en tierra
ajena." Se trata, por tanto, de una reminiscencia de los días fatigosos de
la ausencia de Israel de su propia tierra cuando estuvieron dispersos como extranjeros
a través de todo el mundo (véase 1ª. Pedro 1:1). El nombre del segundo es
Eliezer; "porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la
espada de Faraón." Esto recordaba, indudablemente, el pasado; pero es
también una profecía del futuro, y por consiguiente, interpretado de manera
típica, habla de la liberación final de Israel, como preparación para su
introducción en la bendición bajo el reinado del Mesías. Los dos nombres
señalan así, dos períodos distintos en los tratos de Dios con Israel: el
primero abarca todo el tiempo que transcurre entre su traslado como cautivos a
Babilonia; mientras que el segundo apunta a esa hora trascendental en la que el
Señor aparecerá de repente y arrebata a Su pueblo de las mandíbulas mismas del
enemigo, cuando Él saldrá y peleará contra esas naciones que se reunirán para
combatir contra Jerusalén. (Zacarías 14). Pero las tristezas de su dispersión,
así como también su liberación de la espada de Faraón, son consideradas en esta
escenas como estando en el pasado, y están ahora en posesión, en figura, de su bendición
por largo tiempo retrasada y esperada.
La Iglesia es vista en Séfora. Ella fue la esposa Gentil de
Moisés, y como tal prefigura la Iglesia. Todo esto está, de este modo, de
acuerdo con el carácter milenial del retrato; ya que cuando Israel sea
restaurado, y se regocije en el dominio feliz de Emanuel, la Iglesia tendrá su
parte en la alegría de aquel día, asociada, como estará, en las glorias del
reinado de los mil años. Será un día de gozo inefable para Aquel que vino del
linaje de David, según la carne, y cada pulso de Su gozo despertará una
respuesta en el corazón de aquella que ocupará la posición de esposa del
Cordero. Él, por tanto, y ella junto con Él, no obstante su menor medida,
tendrán comunión en alegría en el día del desposorio de Israel.
Tenemos, a continuación, a los Gentiles, simbolizados por Jetro
alabando a Jehová, y la confesión de Su nombre. Y observen de qué manera se
produce esto. Moisés, el Judío, declara a Jetro "todas las cosas que
Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el
trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová."
(Éxodo 18:8). Este relato hace que el corazón de Jetro se incline, y se regocija
debido a la liberación de Israel, alaba a Jehová por ello, y confiesa Su
supremacía absoluta. De este modo, leemos en los Salmos, "Me has librado
de las contiendas del pueblo; Me has hecho cabeza de las naciones;" (los Gentiles),
"Pueblo que yo no conocía me sirvió. Al oír de mí me obedecieron; Los
hijos de extraños se sometieron a mí."
Luego, Jetro se une en adoración a Aarón, y a los ancianos de
Israel, juntos con Moisés delante de Dios. Moisés es aquí el rey, y por eso él
con Israel, y los Gentiles (Jetro) comen pan delante de Dios. Se trata de la
unión de Israel y los Gentiles en adoración. Es la escena predicha por el
profeta: "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el
monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los
collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y
dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos
enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la
ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová." (Isaías 2: 2, 3).
En lo que resta del capítulo se registra el restablecimiento del
juicio y del gobierno:
"Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al
pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde.
Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es
esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo
está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su
suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen
asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las
ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está
bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está
contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú
solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el
pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las
ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que
han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud,
temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos
sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez.
Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y
ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la
llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás
sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar. Y oyó Moisés la
voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de
entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre
ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el
asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño. Y
despidió Moisés a su suegro, y éste se fue a su tierra." (Éxodo 18:
13-27).
Dos cosas deben ser distinguidas cuidadosamente — el fracaso de
Moisés, y la cosa simbolizada por la designación de jefes sobre el pueblo. Para
tomar primeramente el último caso, es evidente que este arreglo para juzgar al pueblo
retrata, emblemáticamente, el orden en el gobierno que el Mesías establecerá
cuando asuma Su reino. Tal como el Salmista habla, "Él juzgará a tu pueblo
con justicia, Y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo,
Y los collados justicia." (Salmo 72: 2, 3). Por eso es que esta sección
finaliza con este relato. Pero mientras esto está pensado divinamente, no se
debe ocultar el fracaso de Moisés al escuchar a Jetro. En efecto, si se hiciera
eso, una enseñanza muy valiosa se perdería por el hecho de adoptar semejante
actitud. El primer error que él hizo fue oír a Jetro acerca de tal asunto.
Jehová le había dado su cargo; y era a Él a quien debía haber recurrido acerca
de todo asunto concerniente a Su pueblo. Los argumentos que Jetro esgrimió
fueron, de hecho, engañosos y sutiles. Se basaban sobre su ansiedad por el
bienestar de su yerno. "Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo
que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás
hacerlo tú solo." Si Moisés no hacía nada más que lo que él aconsejaba,
entonces dijo: "Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán,"
etc.; y, otra vez, "tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá
en paz a su lugar." Lo que motivo a Jetro no fue, por tanto, preocupación
por Dios, sino por Moisés. Pero los argumentos que propuso fueron los más
calculados para influenciar al hombre natural. ¿Existe alguno, aun entre los
siervos del Señor, que no sienta, a veces, el peso de su responsabilidad, y que
no se regocije ante la perspectiva de verla aminorada? No existe, en efecto,
tentación más seductora, presentada en un momento semejante, que aquella de la
necesidad de preocuparse un poco por uno mismo y de la comodidad propia. Pero,
peligrosa como ella es, y como lo fue en el caso de Moisés, si hubiese
recordado la fuente de su cargo, así como de su fortaleza, no habría cedido a
ella. Ya que si su obra juzgando al pueblo era del Señor, y para el Señor, Su
gracia sería todo suficiente para Su siervo. Él enseñó a Moisés esta lección,
tal como encontramos en el libro de Números, cuando Moisés se quejó a Jehová, y
en las palabras mismas que Jetro había inculcado en su mente, "No puedo yo
solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía." (Números
11:14). Jehová oyó su queja, y le instruyó que asociase setenta varones a él
para ayudarle en su obra, diciendo, "tomaré del espíritu que está en ti, y
pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú
solo." (Números 11:17). Por tanto, aunque el Señor le concedió su deseo,
no hubo provisión adicional alguna de fortaleza para el gobierno de Israel,
sino que Moisés fue llamado a compartir con los setenta el Espíritu que antes él
solo poseía. Según el hombre, el consejo de Jetro fue sabio y prudente, evidenciando
mucha sagacidad en los asuntos humanos; pero según Dios, el hecho de aceptarlos
se caracterizó por duda e incredulidad. En realidad, ello dejaba a Dios afuera
del cálculo, y hacía que la salud de Moisés fuese el objetivo principal,
perdiendo completamente de vista el hecho de que no era Moisés, sino Jehová a
través de Moisés, quien llevaba la carga del pueblo; y de ahí que no se tratase
de un asunto acerca de la fortaleza de Moisés, sino de sus recursos en Dios. Qué
propensos somos a perder de vista esta importante verdad —de que en cualquier
servicio, si somos ocupados en él por el Señor, las dificultades que en él
surjan no debieran ser medidas por lo que nosotros somos, sino por lo que Él
es. Jamás se nos envía a la batalla por nuestros propios medios, sino que todo
siervo fiel es sostenido por la toda suficiencia de Dios. Moisés podía
desfallecer en presencia de semejante tarea, y Pablo también podía casi desmayar
bajo la presión del agujón en la carne, pero tanto para el uno como para el
otro la Palabra divina es hablada, si sólo se abre el oído para oír; "Bástate
mi gracia." (2ª. Corintios 12:9).
Varias enseñanzas valiosas se pueden deducir de esta narración. En
primer lugar, es siempre extremadamente peligroso escuchar el consejo de un
pariente en las cosas de Dios. Cuando nuestro bendito Señor, junto con Sus
discípulos, estuvo extremadamente ocupado con Su ministerio, "de modo que
ellos ni aun podían comer pan" (Marcos 3), Sus amigos y parientes "vinieron
para prenderle; porque decían: Está fuera de sí." No pensaron en las
demandas de Dios, y no pudieron entender nada acerca de aquel celo que Le
estaba consumiendo en el servicio que vino a cumplir. Los parientes miran a
través del prisma de sus demandas, o de sus afectos naturales, y de ahí que el
ojo, no siendo sencillo, no puede juzgar rectamente en la presencia de Dios.
Ello llamaba, sin duda, a mucho sacrificio propio y pérdida de soltura y
comodidad para Séfora, y para Moisés también, en la obra a la que había sido
llamado. No fue, no obstante, ninguna
pequeña deshonra o privilegio estar comprometido de este modo; y si él
hubiese estado a la altura de ello, habría cerrado sus oídos resolutivamente a
la voz seductora del tentador en la persona de Jetro.
En segundo lugar, deducimos que una vez que se admite una palabra
de desconfianza o de queja en nuestros corazones, ella no es muy fácil de
disipar. Como hemos visto en Números 11, Moisés usa en su queja las palabras
mismas que fueron sugeridas por Jetro. Es exactamente aquí donde Satanás tiene
tanto éxito. Puede ser que exista nada más que un pensamiento a medio formar,
una insinuación, en nuestras mentes, e inmediatamente él viene y lo traduce en
palabras, y lo presenta a nuestras almas. Por ejemplo, sintiéndose uno cansado en
el servicio y, puede ser, abatido por el cansancio, cuán a menudo Satanás
sugerirá que estamos haciendo demasiado, que estamos yendo más allá de nuestras
fuerzas; y si aceptamos la tentación, el pensamiento nos puede dejar impedidos
por años, aun si no encuentra expresión en murmuraciones delante de Dios.
Necesitamos, por tanto, ser muy vigilantes sobre nuestros corazones como no
ignorando las artimañas del enemigo.
Por último, en la superficie de todo esto se encuentra que el
orden del hombre no representa, de ningún modo, el pensamiento de Dios. Para
los ojos humanos el sistema gubernamental sugerido por Jetro era muy ordenado y
hermoso, y con mucha más probabilidad de asegurar justicia entre el pueblo. El
hombre piensa siempre que puede mejorar el orden de Dios. Este ha sido el
secreto de la ruina de la iglesia. En lugar de adherir a las Escrituras, las
cuales revelan el pensamiento divino, el hombre ha introducido ideas, planes, y
sistemas propios; y de ahí las muchas divisiones y sectas que caracterizan la
forma exterior del Cristianismo. La seguridad del pueblo del Señor yace en
apegarse firmemente a la Palabra de Dios; y en el rechazo, por tanto, de toda
sugerencia y todo consejo que pueda ser dado por el hombre aparte de ella.
Jetro había hecho su obra, y, por permiso de Moisés, siguió su
camino a su tierra. (Éxodo 18:27). ¡Qué contraste con Moisés y los hijos de
Israel! Ellos iban por el camino de Dios y a Su tierra; y, como consecuencia,
eran peregrinos pasando a través del desierto; pero Jetro siguió su camino (no
el de Dios), a su tierra (no a la de Dios). Por tanto, en lugar de ser un
peregrino, él tenía un hogar establecido, donde no guardaba ningún día de
reposo, sino donde había encontrado su propio reposo.
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Millenial Blessing (Exodus 18) ,
by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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