ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

13.- BENDICIÓN MILENIAL (Éxodo 18)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

 

BENDICIÓN MILENIAL

 

 

Éxodo 18

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60).-

 

 

         Este capítulo cierra la dispensación de gracia en la historia de Israel. Desde Egipto a Sinaí todo fue pura gracia. En Sinaí ellos mismos se colocaron bajo la ley. De ahí el carácter especial del capítulo 18. El maná, tal como se explicó, presentaba a Cristo en la encarnación, la Peña golpeada presentaba Su muerte, las corrientes de aguas que fluyeron de ella presentaban el don del Espíritu; y ahora, a continuación de la dispensación del Espíritu, encontramos, en figura, la bendición de los Judíos y de los Gentiles, y el establecimiento del orden gubernamental en Israel. En efecto, la Iglesia, los Judíos, y los Gentiles, son delineados de manera típica. Esto se percibirá si los varios puntos de la siguiente Escritura son indicados:

 

"Oyó Jetro sacerdote de Madián, suegro de Moisés, todas las cosas que Dios había hecho con Moisés, y con Israel su pueblo, y cómo Jehová había sacado a Israel de Egipto. Y tomó Jetro suegro de Moisés a Séfora la mujer de Moisés, después que él la envió, y a sus dos hijos; el uno se llamaba Gersón, porque dijo: Forastero he sido en tierra ajena; y el otro se llamaba Eliezer, porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón. Y Jetro el suegro de Moisés, con los hijos y la mujer de éste, vino a Moisés en el desierto, donde estaba acampado junto al monte de Dios; y dijo a Moisés: Yo tu suegro Jetro vengo a ti, con tu mujer, y sus dos hijos con ella."

 

"Y Moisés salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo besó; y se preguntaron el uno al otro cómo estaban, y vinieron a la tienda. Y Moisés contó a su suegro todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová. Y se alegró Jetro de todo el bien que Jehová había hecho a Israel, al haberlo librado de mano de los egipcios. Y Jetro dijo: Bendito sea Jehová, que os libró de mano de los egipcios, y de la mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios. Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses; porque en lo que se ensoberbecieron prevaleció contra ellos. Y tomó Jetro, suegro de Moisés, holocaustos y sacrificios para Dios; y vino Aarón y todos los ancianos de Israel para comer con el suegro de Moisés delante de Dios." (Éxodo 18: 1-12).

 

Jetro, sacerdote de Madián, suegro de Moisés, aparece ahora. Él había oído acerca de todo lo que Dios había obrado por Su pueblo, y, acto seguido, trajo a Séfora y sus dos hijos a Moisés. Los nombres mismos de los niños explican el carácter típico de la escena completa. El primero es Gersón; "porque dijo: Forastero", (o, peregrino), "he sido en tierra ajena." Se trata, por tanto, de una reminiscencia de los días fatigosos de la ausencia de Israel de su propia tierra cuando estuvieron dispersos como extranjeros a través de todo el mundo (véase 1ª. Pedro 1:1). El nombre del segundo es Eliezer; "porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón." Esto recordaba, indudablemente, el pasado; pero es también una profecía del futuro, y por consiguiente, interpretado de manera típica, habla de la liberación final de Israel, como preparación para su introducción en la bendición bajo el reinado del Mesías. Los dos nombres señalan así, dos períodos distintos en los tratos de Dios con Israel: el primero abarca todo el tiempo que transcurre entre su traslado como cautivos a Babilonia; mientras que el segundo apunta a esa hora trascendental en la que el Señor aparecerá de repente y arrebata a Su pueblo de las mandíbulas mismas del enemigo, cuando Él saldrá y peleará contra esas naciones que se reunirán para combatir contra Jerusalén. (Zacarías 14). Pero las tristezas de su dispersión, así como también su liberación de la espada de Faraón, son consideradas en esta escenas como estando en el pasado, y están ahora en posesión, en figura, de su bendición por largo tiempo retrasada y esperada.

 

La Iglesia es vista en Séfora. Ella fue la esposa Gentil de Moisés, y como tal prefigura la Iglesia. Todo esto está, de este modo, de acuerdo con el carácter milenial del retrato; ya que cuando Israel sea restaurado, y se regocije en el dominio feliz de Emanuel, la Iglesia tendrá su parte en la alegría de aquel día, asociada, como estará, en las glorias del reinado de los mil años. Será un día de gozo inefable para Aquel que vino del linaje de David, según la carne, y cada pulso de Su gozo despertará una respuesta en el corazón de aquella que ocupará la posición de esposa del Cordero. Él, por tanto, y ella junto con Él, no obstante su menor medida, tendrán comunión en alegría en el día del desposorio de Israel.

 

Tenemos, a continuación, a los Gentiles, simbolizados por Jetro alabando a Jehová, y la confesión de Su nombre. Y observen de qué manera se produce esto. Moisés, el Judío, declara a Jetro "todas las cosas que Jehová había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová." (Éxodo 18:8). Este relato hace que el corazón de Jetro se incline, y se regocija debido a la liberación de Israel, alaba a Jehová por ello, y confiesa Su supremacía absoluta. De este modo, leemos en los Salmos, "Me has librado de las contiendas del pueblo; Me has hecho cabeza de las naciones;" (los Gentiles), "Pueblo que yo no conocía me sirvió. Al oír de mí me obedecieron; Los hijos de extraños se sometieron a mí."

 

Luego, Jetro se une en adoración a Aarón, y a los ancianos de Israel, juntos con Moisés delante de Dios. Moisés es aquí el rey, y por eso él con Israel, y los Gentiles (Jetro) comen pan delante de Dios. Se trata de la unión de Israel y los Gentiles en adoración. Es la escena predicha por el profeta: "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová." (Isaías 2: 2, 3).

 

En lo que resta del capítulo se registra el restablecimiento del juicio y del gobierno:

 

"Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar. Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño. Y despidió Moisés a su suegro, y éste se fue a su tierra." (Éxodo 18: 13-27).

 

Dos cosas deben ser distinguidas cuidadosamente — el fracaso de Moisés, y la cosa simbolizada por la designación de jefes sobre el pueblo. Para tomar primeramente el último caso, es evidente que este arreglo para juzgar al pueblo retrata, emblemáticamente, el orden en el gobierno que el Mesías establecerá cuando asuma Su reino. Tal como el Salmista habla, "Él juzgará a tu pueblo con justicia, Y a tus afligidos con juicio. Los montes llevarán paz al pueblo, Y los collados justicia." (Salmo 72: 2, 3). Por eso es que esta sección finaliza con este relato. Pero mientras esto está pensado divinamente, no se debe ocultar el fracaso de Moisés al escuchar a Jetro. En efecto, si se hiciera eso, una enseñanza muy valiosa se perdería por el hecho de adoptar semejante actitud. El primer error que él hizo fue oír a Jetro acerca de tal asunto. Jehová le había dado su cargo; y era a Él a quien debía haber recurrido acerca de todo asunto concerniente a Su pueblo. Los argumentos que Jetro esgrimió fueron, de hecho, engañosos y sutiles. Se basaban sobre su ansiedad por el bienestar de su yerno. "Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo." Si Moisés no hacía nada más que lo que él aconsejaba, entonces dijo: "Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán," etc.; y, otra vez, "tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar." Lo que motivo a Jetro no fue, por tanto, preocupación por Dios, sino por Moisés. Pero los argumentos que propuso fueron los más calculados para influenciar al hombre natural. ¿Existe alguno, aun entre los siervos del Señor, que no sienta, a veces, el peso de su responsabilidad, y que no se regocije ante la perspectiva de verla aminorada? No existe, en efecto, tentación más seductora, presentada en un momento semejante, que aquella de la necesidad de preocuparse un poco por uno mismo y de la comodidad propia. Pero, peligrosa como ella es, y como lo fue en el caso de Moisés, si hubiese recordado la fuente de su cargo, así como de su fortaleza, no habría cedido a ella. Ya que si su obra juzgando al pueblo era del Señor, y para el Señor, Su gracia sería todo suficiente para Su siervo. Él enseñó a Moisés esta lección, tal como encontramos en el libro de Números, cuando Moisés se quejó a Jehová, y en las palabras mismas que Jetro había inculcado en su mente, "No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía." (Números 11:14). Jehová oyó su queja, y le instruyó que asociase setenta varones a él para ayudarle en su obra, diciendo, "tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo." (Números 11:17). Por tanto, aunque el Señor le concedió su deseo, no hubo provisión adicional alguna de fortaleza para el gobierno de Israel, sino que Moisés fue llamado a compartir con los setenta el Espíritu que antes él solo poseía. Según el hombre, el consejo de Jetro fue sabio y prudente, evidenciando mucha sagacidad en los asuntos humanos; pero según Dios, el hecho de aceptarlos se caracterizó por duda e incredulidad. En realidad, ello dejaba a Dios afuera del cálculo, y hacía que la salud de Moisés fuese el objetivo principal, perdiendo completamente de vista el hecho de que no era Moisés, sino Jehová a través de Moisés, quien llevaba la carga del pueblo; y de ahí que no se tratase de un asunto acerca de la fortaleza de Moisés, sino de sus recursos en Dios. Qué propensos somos a perder de vista esta importante verdad —de que en cualquier servicio, si somos ocupados en él por el Señor, las dificultades que en él surjan no debieran ser medidas por lo que nosotros somos, sino por lo que Él es. Jamás se nos envía a la batalla por nuestros propios medios, sino que todo siervo fiel es sostenido por la toda suficiencia de Dios. Moisés podía desfallecer en presencia de semejante tarea, y Pablo también podía casi desmayar bajo la presión del agujón en la carne, pero tanto para el uno como para el otro la Palabra divina es hablada, si sólo se abre el oído para oír; "Bástate mi gracia." (2ª. Corintios 12:9).

 

Varias enseñanzas valiosas se pueden deducir de esta narración. En primer lugar, es siempre extremadamente peligroso escuchar el consejo de un pariente en las cosas de Dios. Cuando nuestro bendito Señor, junto con Sus discípulos, estuvo extremadamente ocupado con Su ministerio, "de modo que ellos ni aun podían comer pan" (Marcos 3), Sus amigos y parientes "vinieron para prenderle; porque decían: Está fuera de sí." No pensaron en las demandas de Dios, y no pudieron entender nada acerca de aquel celo que Le estaba consumiendo en el servicio que vino a cumplir. Los parientes miran a través del prisma de sus demandas, o de sus afectos naturales, y de ahí que el ojo, no siendo sencillo, no puede juzgar rectamente en la presencia de Dios. Ello llamaba, sin duda, a mucho sacrificio propio y pérdida de soltura y comodidad para Séfora, y para Moisés también, en la obra a la que había sido llamado. No fue, no obstante, ninguna  pequeña deshonra o privilegio estar comprometido de este modo; y si él hubiese estado a la altura de ello, habría cerrado sus oídos resolutivamente a la voz seductora del tentador en la persona de Jetro.

 

En segundo lugar, deducimos que una vez que se admite una palabra de desconfianza o de queja en nuestros corazones, ella no es muy fácil de disipar. Como hemos visto en Números 11, Moisés usa en su queja las palabras mismas que fueron sugeridas por Jetro. Es exactamente aquí donde Satanás tiene tanto éxito. Puede ser que exista nada más que un pensamiento a medio formar, una insinuación, en nuestras mentes, e inmediatamente él viene y lo traduce en palabras, y lo presenta a nuestras almas. Por ejemplo, sintiéndose uno cansado en el servicio y, puede ser, abatido por el cansancio, cuán a menudo Satanás sugerirá que estamos haciendo demasiado, que estamos yendo más allá de nuestras fuerzas; y si aceptamos la tentación, el pensamiento nos puede dejar impedidos por años, aun si no encuentra expresión en murmuraciones delante de Dios. Necesitamos, por tanto, ser muy vigilantes sobre nuestros corazones como no ignorando las artimañas del enemigo.

 

Por último, en la superficie de todo esto se encuentra que el orden del hombre no representa, de ningún modo, el pensamiento de Dios. Para los ojos humanos el sistema gubernamental sugerido por Jetro era muy ordenado y hermoso, y con mucha más probabilidad de asegurar justicia entre el pueblo. El hombre piensa siempre que puede mejorar el orden de Dios. Este ha sido el secreto de la ruina de la iglesia. En lugar de adherir a las Escrituras, las cuales revelan el pensamiento divino, el hombre ha introducido ideas, planes, y sistemas propios; y de ahí las muchas divisiones y sectas que caracterizan la forma exterior del Cristianismo. La seguridad del pueblo del Señor yace en apegarse firmemente a la Palabra de Dios; y en el rechazo, por tanto, de toda sugerencia y todo consejo que pueda ser dado por el hombre aparte de ella.

 

Jetro había hecho su obra, y, por permiso de Moisés, siguió su camino a su tierra. (Éxodo 18:27). ¡Qué contraste con Moisés y los hijos de Israel! Ellos iban por el camino de Dios y a Su tierra; y, como consecuencia, eran peregrinos pasando a través del desierto; pero Jetro siguió su camino (no el de Dios), a su tierra (no a la de Dios). Por tanto, en lugar de ser un peregrino, él tenía un hogar establecido, donde no guardaba ningún día de reposo, sino donde había encontrado su propio reposo.

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2012.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Millenial Blessing (Exodus 18) , by Edward Dennett
Traducido con permiso

Versión Inglesa
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