LA FUENTE
Éxodo 30: 17-21
Enseñanzas Típicas del Libro
del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
La fuente es el último de los
enseres sagrados enumerados. Junto con esto, el Tabernáculo y sus
distribuciones están completos. Estaba situada afuera, en el atrio del
Tabernáculo, entre el tabernáculo de reunión y el altar; es decir, entre el
altar de bronce que estaba en el interior de la entrada al atrio, y la entrada
al lugar santo. De este modo, una vez rebasado el altar del holocausto —en su
camino al Tabernáculo— los sacerdotes encontrarían la fuente en el recorrido.
La razón de esto se mostrará mientras avanzamos.
"Habló
más Jehová a Moisés, diciendo: Harás también una fuente de bronce,
con su base de bronce, para lavar; y la colocarás entre el tabernáculo de
reunión y el altar, y pondrás en ella agua. Y de ella se lavarán Aarón y sus
hijos las manos y los pies. Cuando entren en el tabernáculo de reunión, se
lavarán con agua, para que no mueran; y cuando se acerquen al altar para
ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová, se lavarán las manos y
los pies, para que no mueran. Y lo tendrán por estatuto perpetuo él y su
descendencia por sus generaciones." (Éxodo 30: 17-21).
Se observará que nada se dice en cuanto a la
forma de la fuente. Todas las ilustraciones de ella que son presentadas en las
obras acerca del Tabernáculo carecen de autoridad —de hecho, son puramente
imaginarias. Existe, sin duda, una razón divina para el ocultamiento tanto de
la forma como del tamaño, ya que es más bien la cosa tipificada y no el
utensilio mismo al cual el Espíritu de Dios dirigiría nuestras mentes. El
silencio de la Escritura es tan instructivo como su lenguaje, y es el feliz
privilegio del creyente inclinarse ante lo uno al igual que ante lo otro.
"Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas
son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas
las palabras de esta ley." (Deuteronomio 29:29).
Estaba hecha enteramente de bronce —tanto la
fuente como su base. La significancia de este material ha sido explicada
frecuentemente, pero puede ser recordada nuevamente. Se trata de la justicia
divina probando al hombre en responsabilidad, y, por consiguiente, probando al
hombre en el lugar en que está. El bronce, por esta causa, se halla siempre
fuera del Tabernáculo, mientras el oro, que es la justicia divina como conviene
a la naturaleza de Dios, se lo halla adentro—en el lugar santo, así como
también en el lugar santísimo. Pero el hecho de que el hombre sea probado le
condena necesariamente, debido a que es un pecador; por eso se encontrará
asociado a ello un cierto aspecto judicial. Hay otro elemento que debe ser
especificado. La fuente fue hecha de un carácter especial de bronce, obtenido
de los espejos de bronce usados por las mujeres que velaban a la puerta del
Tabernáculo de reunión (Éxodo 38:8) —es decir, de los artículos mismos que
revelaban, en figura, su condición natural, y mostraban, mediante eso, su
necesidad de limpieza. [*] Por tanto, si
el bronce revelaba y juzgaba la condición de aquellos a los cuales probaba, el
agua estaba allí para limpiar y purificar. Porque el agua es un símbolo de la Palabra.
Es usada así en Juan 3:5, en comparación con Santiago 1:18 y 1ª. Pedro 1:
23-25. Se la encuentra también en Efesios 5:26 —en el sentido especial del agua
de la fuente.
[*] Véase, para una ilustración instructiva de esta
verdad, Santiago 1: 24, 25.
Pero esto se verá más plenamente mientras
consideramos el uso de la fuente. Dicha fuente era para que Aarón y sus hijos
lavaran allí sus manos y pies. "Cuando entren en el tabernáculo de
reunión, se lavarán con agua, para que no mueran", etc. (Éxodo 30:20). Lavarse
las manos y los pies en las ocasiones especificadas era una obligación
indispensable y perpetua impuesta a los sacerdotes. Ahora bien, antes de
explicar el carácter de este lavamiento, hacer unos comentarios preliminares despejará
el camino, y ayudará al lector. Observe entonces, en primer lugar, que el
lavamiento de los cuerpos de los sacerdotes, tal como en su consagración, no se
repite jamás. Son sólo las manos y los pies los que deben ser lavados
repetidamente en la fuente. La razón de esto es obvia. Lavar todo el cuerpo es
una figura de haber nacido de nuevo, y esto no se puede repetir. Nuestro Señor
enseñó esta verdad en Juan 13. En respuesta a Pedro, Él dijo, "El que está
lavado" (literalmente "bañado"; es decir, a la persona entera – Strong G3068)
"no necesita sino lavarse"
(aquí se usa otra palabra Griega que habla más bien de mojar sólo una parte –
Strong G3538) "los pies, pues está todo
limpio" (Juan 13:10). Los pies, o, como en el caso de los sacerdotes, las
manos y los pies, se pueden contaminar y necesitan ser limpiados una y otra
vez, pero el cuerpo jamás, ya que fue limpiado una vez y para siempre en el
agua al nacer de nuevo. Observen, en segundo lugar, que es agua y no sangre lo
que hay en la fuente. Se ha tratado, a menudo, de deducir de esta ordenanza
para los sacerdotes, que el creyente necesita la aplicación repetida de la
sangre de Cristo. Un pensamiento semejante no sólo es extraño a la enseñanza
completa de la Escritura, sino que tiende también a socavar la eficacia del
sacrificio único de Cristo. En efecto, dicho pensamiento impugna la consumación
de la expiación y, por consiguiente, impugna el derecho de Cristo a un asiento
permanente a la diestra de Dios. La sangre de Cristo tiene que ver con la
culpa, y en el momento que un pecador se coloca bajo su valor delante de Dios,
él es limpiado para siempre; porque "con una sola ofrenda ha perfeccionado
para siempre a los que son santificados." (Hebreos 10:14 – VM). El único
objetivo del Espíritu de Dios en Hebreos 9 y 10 es insistir en esta preciosa y
trascendental verdad. Es muy cierto el hecho de que esta verdad se ha perdido
de vista en toda la Cristiandad; pero la guía del creyente no se ha de
encontrar en las enseñanzas actuales de los hombres, sino en la inmutable
Palabra de Dios. Por tanto, todo aquel que lee los dos capítulos indicados —y
los lee con un sincero deseo de entender su enseñanza— percibirá de inmediato
que no se trata jamás de la imputación de culpa al creyente, sino de que él
tiene derecho a regocijarse por el hecho de no tener más conciencia de pecado,
si ha sido una vez limpiado por la sangre de Cristo.
¿Cuál era entonces, se puede preguntar
claramente, la naturaleza de la limpieza en la fuente? Se limitaba, como se ha
indicado, a las manos y los pies. Se observará una diferencia al comparar esto
con Juan 13. En el caso de los discípulos, sólo los pies fueron lavados; en el
caso de Aarón y sus hijos, fueron sus manos y sus pies. La diferencia surge del
carácter de las dispensaciones. Para los sacerdotes se indican las manos así
como también los pies, debido a que con respecto a ellos se consideraba la
obra: estaban bajo la ley. Pero con los discípulos sólo los pies son lavados
—debido a que fue, aunque esto se llevó a cabo antes de que el Señor les
hubiese dejado, una acción típica de la posición actual de los creyentes— con
respecto a los cuales no es una cuestión acerca de la obra, sino del andar. Que
se reitere el hecho de que a los sacerdotes jamás se los volvió a lavar, y
nunca se los roció nuevamente con sangre. Pero a partir de entonces se origina
la cuestión de la contaminación en su servicio y andar. Ahora bien, si no
hubiese existido ninguna provisión para estos, habrían sido excluidos de sus
funciones sacerdotales en el santuario; puesto que, ¿cómo hubiesen podido
entrar a estar delante de Dios con manos y pies contaminados —a la presencia de
Aquel de quien se dice, "La santidad conviene a tu casa" (Salmo 93:5)?
De ahí la provisión de gracia del agua —símbolo de la Palabra— para que, antes
de que entrasen en el lugar santo, pudieran limpiar sus manos y pies de las
contaminaciones que habían contraído.
Teniendo en cuenta, entonces, la diferencia de
las dispensaciones (mostrada en la inclusión de las manos), la enseñanza de la
fuente se corresponde enteramente con la de Juan 13. Es decir, se trata de la
limpieza de las contaminaciones. Encontramos así al Señor sentado con Sus
discípulos, y se dice, "como había amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin." (Juan 13:1). Esta declaración es
significativa por dos razones; en primer lugar, por mostrar que se trataba de
un trato con aquellos que Le pertenecían; y, en segundo lugar, por revelar el
motivo del ministerio que Él estaba a punto de llevar a cabo, que emanó, en
efecto, de Su inmutable corazón de amor. "Y durante la cena" (no
'terminada la cena' como traducen al Español algunas versiones), "como ya
el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón,
el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las
cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de
la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó." (Juan 13:
2-4; LBLA). El significado de esta acción fue que como Él no podía continuar
más tiempo con ellos, porque volvía a Dios, les mostraría de qué manera podían tener
parte con Él en el lugar al que iba. Habían sido lavados (Juan 13:10); pero al
pasar ellos por el mundo sus pies se contaminarían, y por ello, como en el caso
de los sacerdotes, a menos que se hiciera provisión para su limpieza, no
podrían tener parte con Él (Juan 13:8) —estarían incapacitados para disfrutar
de la comunión con el Padre, o con Su Hijo Jesucristo. Por eso Él les revela,
mediante este hecho simbólico de lavar sus pies, de qué manera Él, por Su
ministerio a favor de ellos, quitaría las contaminaciones que pudiesen
contraer. Hay tres puntos en el hecho que hay observar. Primero, habiéndose
quitado Su manto —acción emblemática de Su partida de este mundo— tomó una
toalla y se la ciñó —una acción expresiva de Su servicio a favor de los Suyos.
Luego, en segundo lugar, puso agua en un lebrillo (vasija). El agua es aquí
también un símbolo de la Palabra. Por último, Él comenzó a lavar los pies de
Sus discípulos —es decir, a aplicar la Palabra de manera de efectuar su
limpieza. Teniendo esto en cuenta, entenderemos fácilmente qué es lo que
responde a esto en el ministerio actual de Cristo para Su pueblo —la verdad
expuesta verdaderamente por la fuente. El apóstol Juan dice, "si alguno
hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo."
1ª. Juan 2:1). El contexto muestra que esto se declara acerca de quienes tienen
vida eterna y son llevados a la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo.
Es evidente, asimismo, que no hay ninguna necesidad que los tales pequen.
"Estas cosas os escribo para que no pequéis"; y luego añade, "si
alguno hubiere pecado." La abogacía de Cristo con el Padre es, por tanto,
para los creyentes —y una provisión para el pecado después de la conversión— el
medio de Dios para quitar las contaminaciones en las que así se incurren.
Entonces, si un creyente peca (nunca se trata de una cuestión acerca de
imputación de la culpa, sino que) su comunión se interrumpe; y nunca más se
puede disfrutar de esta hasta que el pecado es quitado —perdonado. Tan pronto
como él peca, Cristo como Abogado se hace cargo de su caso, intercede por él.
Una ilustración de esto se halla en Lucas. "Dijo también el Señor: Simón,
Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he
rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus
hermanos." (Lucas 22: 32, 32). Así es ahora —tan pronto como se comete el
pecado, no antes, Cristo intercede; y la respuesta a Su intercesión es la
aplicación de la Palabra por el Espíritu Santo, más tarde o más temprano, a la
conciencia. Una ilustración de esto se halla también en el mismo evangelio.
Después que Pedro hubo negado a Su Señor, tal como se le había predicho, no
tuvo conciencia alguna de su pecado, ni siquiera cuando oyó el canto del gallo,
hasta que vuelto el Señor, le miró. (Lucas 22:61). Esto alcanzó su conciencia,
quebrantó su corazón, como podemos decir, de modo que salió y lloró
amargamente. De igual manera, cuando el creyente cae en pecado, no se
arrepentiría jamás si no fuera por la intercesión del Abogado; y, de hecho, no
se arrepiente hasta que, en respuesta a la oración del Abogado, la Palabra, al
igual que la acto de mirar a Pedro, usada por el Espíritu Santo, alcanza la
conciencia y deja al descubierto el carácter de su pecado delante de Dios. Entonces
el pecador se inclina en el lugar del
juicio propio, y confiesa su pecado. Esto conduce a la siguiente y última
etapa. Al confesar su pecado, se encuentra con que Dios "es fiel y justo
para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1ª. Juan
1:9); y, restaurada su alma, puede entrar una vez más en el tabernáculo, o, en
otras palabras, a disfrutar de nuevo de la comunión con el Padre y con Su Hijo
Jesucristo.
Esta verdad —la que es realmente la verdad de
la fuente— es de suma importancia para el creyente. Es esencial, en primer
lugar, para saber que somos limpiados una vez y para siempre en cuanto a la
culpa. Pero aprender esto es igualmente esencial para comprender que si los
pecados después de la conversión no son confesados o juzgados, somos excluidos
de la comunión con Dios, descalificados para el servicio sacerdotal y para la
adoración; y no solo eso, sino que si permanecemos en este estado, más temprano
o más tarde Dios tratará con nosotros, en respuesta a la intercesión de Cristo,
para hacernos recordar nuestros pecados. La abogacía de Cristo, por tanto,
suple la necesidad del creyente —siendo, como lo es, la provisión de gracia de
Dios para nuestros pecados—para la remoción de nuestras contaminaciones, de
modo que podamos tener libertad de entrada, sin obstáculo o impedimento, a Su
presencia inmediata para adorar y alabar. Aarón y sus hijos debían lavarse
siempre en la fuente cuando entraban en el tabernáculo. Esto nos puede enseñar
nuestra necesidad de juicio propio continuo. Cuán a menudo nos vemos impedidos
en cuanto a la oración, la adoración, y el servicio, por descuidar esto. Ha
existido algún fracaso, y no lo hemos recordado, o no lo hemos llevado a la
presencia de Dios para confesión y humillación; y por ello, incluso involuntariamente,
hemos estado entrando en el tabernáculo con pies contaminados. Como
consecuencia, se nos ha llevado a percatarnos de nuestra frialdad y limitación,
nuestra inhabilidad para ocupar nuestra posición sacerdotal. Por lo tanto, ¡que
jamás podamos olvidar el uso de la fuente —es decir, nuestra necesidad
constante de que nuestros pies sean lavados por el ministerio amoroso de
nuestro Abogado para con el Padre!
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2013.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Laver (Exodus 30:
17-21) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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