JUICIOS
SOBRE EGIPTO
Éxodo 7 al 11
Enseñanzas
Típicas del Libro del Éxodo
Edward
Dennett
BTX
= Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
Estos
capítulos no se pueden dividir, ya que forman una narración continua – una
narración de terrible significación, que contiene, de la manera que lo hace, el
registro de los juicios sucesivos que cayeron, cada vez con mayor severidad,
sobre Egipto, hasta que Dios, mediante estos juicios, obligó a Faraón a liberar
a los hijos de Israel de la férrea servidumbre en la que habían sido
mantenidos. Tenemos, por tanto, al comienzo, una reafirmación de la misión de
Moisés y Aarón, del propósito de Jehová, y la manera en que Él llevaría a cabo,
a pesar de la oposición de Faraón, la redención de Su pueblo.
"Jehová
dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón
será tu profeta. Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano
hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo
endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis
señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre
Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra
de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando
extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de
ellos. E hizo Moisés y Aarón como Jehová les mandó; así lo hicieron."
(Éxodo 7: 1 al 6).
El Señor
comunicó así a Sus siervos lo que Él tenía intención de hacer, y de qué manera se
llevaría a cabo. Él extendió el pergamino del futuro ante sus ojos para
prepararlos para su tarea, y para fortalecer su fe. Él nos ha revelado, del
mismo modo, el curso de la historia de este mundo, nos ha advertido de los juicios
inminentes, con la segura destrucción del mundo, y de todos los que a él
pertenece, si no prestan atención a las admoniciones de Su palabra, y a las
invitaciones de Su gracia; y, a la vez, nos alegra con la segura perspectiva de
redención de él mediante poder, cuando el Señor regrese a tomar a Su pueblo
consigo (Juan 14:3). Él deseaba así que Moisés y Aarón, tal como lo desea para
nosotros, tuviesen comunión con Sus propósitos con respecto al mundo, al dios
de este mundo, y a sus pobres, miserables esclavos. ¡De qué manera fortalece el
corazón y vigoriza el alma el hecho de ser llenos de los pensamientos de Dios!
¡Y qué gracia de Su parte comunicárnoslos, para que podamos hablar a los demás
con autoridad y poder!
Antes de
que procedamos a analizar estos capítulos, hay un asunto – en vista de que a
menudo ocasiona dificultad al creyente, así como atrae los ataques del enemigo
– que no puede ser omitido. Este asunto radica en las palabras, "Y yo
endureceré el corazón de Faraón." (Éxodo 7:3). La duda que Satanás
sugeriría en conexión con esto es la siguiente: «¿En
qué radicó el pecado de Faraón
si su corazón fue endurecido así? » O, «¿Cómo pudo Dios
destruir justamente a uno a quien Él había endurecido para que Le resistiese?»
Si el lugar en el cual ocurren estas palabras hubiese sido
cuidadosamente observado, la dificultad se habría esfumado. El hecho es que la
práctica de citar un solo versículo de la Escritura aparte de su contexto es
tan común, que por esta causa se crean dificultades que se habrían disipado en
un momento, si el contexto fuese examinado cuidadosamente. Nótese, entonces, que esto
no se dice acerca de Faraón hasta después que
él haya rechazado desdeñosamente las demandas de Jehová. Él había dicho,
"¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco
a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel." (Éxodo 5:2). Él rechazó la
Palabra del Señor, él mismo se situó en abierto antagonismo para con Él y Su
pueblo; y ahora su corazón es endurecido judicialmente. Y Dios actúa aún sobre
el mismo principio. Leemos así, en Tesalonicenses 2, acerca de algunos sobre
los cuales Él enviará un gran engaño para que crean una mentira. Pero, ¿por qué
motivo? "Por cuanto no recibieron el
amor de la verdad para ser salvos." (2 Tesalonicenses 2: 9 al 11). Que
la advertencia penetre profundamente en los corazones de cualesquiera sean los
inconversos cuyos ojos puedan fijarse en estas páginas. Habrá un tiempo incluso
para ellos, si continúan rechazando las buenas nuevas de la gracia de Dios,
cuando les será imposible obtener salvación. Dios ha fijado un límite incluso a
Su día de gracia, tal como lo hizo para Faraón; y cuando aquel límite se
sobrepasa nada queda sino el juicio. "Hoy", entonces, "si
oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones." (Hebreos 3:15 – VM).
Hay, sin
embargo, una pausa. Moisés y Aarón van a Faraón y presentan sus credenciales –
avaladas mediante una señal milagrosa, la señal que el Señor había enseñado a
Moisés en Horeb. "Aarón echó en tierra su vara delante de Faraón y delante
de sus siervos, la cual se convirtió en culebra." (Éxodo 7:10 – VM). Los
sabios de Egipto, los hechiceros, hicieron lo mismo con sus varas; pero "la
vara de Aarón devoró las varas de ellos" (versículo 12) – vindicando así
el Señor la misión de Sus siervos. No obstante, tal como Él lo había predicho,
Faraón no se convenció; ya que "el corazón de Faraón se endureció, y no
los escuchó, como Jehová lo había dicho." (versículo 13). Ahora bien, Dios
mismo aparece en la escena, y una sucesión de juicios terribles cae sobre
Faraón y su tierra – juicios que serán conocidos mientras dure el tiempo como
'las plagas de Egipto'. Son diez en total. Primero, las aguas del Nilo son
convertidas en sangre (Éxodo 7: 14 al 25); siguen a continuación la plaga de
ranas (Éxodo 8: 1 al 15), de piojos (Éxodo 8: 16 al 19), de los enjambres de
moscas (Éxodo 8: 20 al 32), la plaga del ganado (Éxodo 9: 1 al 7), de úlceras
(Éxodo 9: 8 al 12), de truenos y granizo (Éxodo 9: 18 al 35), de langostas
(Éxodo 10: 1 al 20), de tinieblas (Éxodo 10: 21 al 29), y finalmente, la de la
muerte de los primogénitos de hombre y de bestia (Éxodo 11, Éxodo 12). El
Salmista relata estos juicios más de una vez en lenguaje gráfico al celebrar,
en cántico, las obras poderosas del Señor – describiendo de qué manera Él puso
"en Egipto sus señales, y sus maravillas en el campo de Zoán" (Salmo
78:43; véase también Salmo 105: 26 al 36).
Sería
difícil, si no imposible, presentar una interpretación detallada de estas
varias plagas. Su objetivo general es claro si recordamos el carácter de la
controversia que Dios tuvo con Faraón. Él lidió así con Faraón como opresor de
Su pueblo, como siendo, en figura, el dios de este mundo; y de ahí que el
conflicto fuese con Faraón y con todo aquello en lo que Faraón ponía su
confianza. Leemos, por tanto, que Él ejecutó juicio sobre los dioses de Egipto
(Éxodo 12:12; Números 33:4). Fue, por consiguiente, la brillante exhibición del
poder victorioso de Dios en la plaza fuerte de Satanás; ya que si Satanás se
levanta en conflicto con Dios, el asunto sólo puede terminar en su derrota
absoluta. En primer lugar, por tanto, las aguas de Egipto – especialmente del
Nilo sagrado, fuente de vida y refrigerio para Egipto y su pueblo, desde el
monarca hasta el más humilde de sus súbditos – son convertidas en sangre, el
símbolo de muerte y juicio. Como consecuencia, "los peces que había en el
río murieron; y el río se corrompió, tanto que los egipcios no podían beber de
él. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto." (Éxodo 7:21). De esta
forma, el río en el cual ellos se gloriaban jactanciosamente como un emblema de
Dios, se convirtió en un objeto de desagrado y repugnancia. La rana era
considerada con veneración por los Egipcios, siendo incluida por ellos entre
sus animales sagrados. Bajo la mano judicial de Dios, "subieron ranas que
cubrieron la tierra de Egipto." Ellas iban a entrar incluso en la casa de
Faraón, en la cámara donde dormía, y sobre su cama, y en la casa de sus
siervos, y sobre su pueblo, y en los hornos y artesas. (Éxodo 8: 3 al 6). Los
objetos de su sagrada admiración fueron convertidos así en una peste –
contemplada con horror y aborrecimiento; y, por el momento, el corazón de
Faraón se doblegó de tal manera bajo la aflicción, que se vio obligado a pedir
un respiro. (Éxodo 8:8). El golpe siguiente fue de una clase diferente – más orientada
a las personas de los Egipcios. Esto fue la plaga de piojos. Tanto los
historiadores antiguos como los modernos testifican de la escrupulosa limpieza
de los Egipcios. Heródoto ("The Histories", Libro 2:37) dice que los
sacerdotes eran tan escrupulosos acerca de este punto que solían afeitarse el
cabello de los cabezas y cuerpos cada tres días, por temor a albergar insectos parásitos
mientras se ocupaban en sus deberes sagrados.[*]
[*] Citado del "Dictionary of the Bible"
del Dr.
Smith. Véase el artículo 'Piojo', y para otros testimonios.
Este golpe,
por tanto, humillaría la soberbia y mancharía la gloria de ellos, haciendo que fuesen,
ellos mismos, objetos de aversión y
repugnancia. Los enjambres de moscas vienen a continuación. (Éxodo 8: 20 al
32). Parecería imposible fijar con alguna precisión un significado exacto de la
palabra traducida "moscas", ya que muchos sostienen que
"escarabajos" es lo indicado. Sea como fuere, la plaga muestra una
severidad en aumento por el efecto producido. Es también con relación a esto
que encontramos, por vez primera, una división formal colocada entre los hijos
de Israel y los Egipcios. (Éxodo 8: 22, 23). El Señor trata, después, con el
ganado – enviando una plaga gravísima, de tal modo que "murió todo el
ganado de Egipto; mas del ganado de los hijos de Israel no murió uno."
(Éxodo 9:6). Faraón verificó por sí mismo la destrucción llevada a cabo
(versículo 7); pero su corazón estaba aún endurecido. Este golpe cayó sobre una
de las fuentes de riqueza y prosperidad de Egipto. Sufrimientos corporales,
tanto para el hombre como para la bestia, siguieron a continuación – surgiendo
de un "sarpullido con úlceras en los hombres y en las bestias, por todo el
país de Egipto." (Éxodo 9:9). La destrucción de los cultivos del campo que
estaban creciendo mediante granizo y trueno dio forma a la plaga siguiente; y
esto fue seguido por las langostas; y "subió la langosta sobre toda la
tierra de Egipto, y se asentó en todo el país de Egipto en tan gran cantidad
como no la hubo antes ni la habrá después; y cubrió la faz de todo el país, y
oscureció la tierra; y consumió toda la hierba de la tierra, y todo el fruto de
los árboles que había dejado el granizo; no quedó cosa verde en árboles ni en
hierba del campo, en toda la tierra de Egipto." (Éxodo 10: 14 y 15). Este
golpe alcanzó las fuentes de abastecimiento para las necesidades corporales.
Una vez que las langostas se retiraron, ante la súplica del rey Egipcio, y
estando él aún endurecido, hubo ahora "densas tinieblas sobre toda la
tierra de Egipto, por tres días. Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó
de su lugar en tres días; mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones."
(Éxodo 10: 22 y 23). «En
Egipto, el sol era adorado bajo el título de Re o Ra: el nombre se mantuvo, de
manera conspicua, como título de los reyes, Faraón, o más bien Phra, que
significa 'el sol'. »[**] Por lo tanto, no solamente
fue eclipsada la fuente de luz y calor para los Egipcios, sino que el dios que
ellos adoraban fue obscurecido – una demostración, si sólo hubieran tenidos
ojos para ver, que Uno mayor que el sol, sí, el Creador del sol, estaba
tratando con ellos en juicio.
[**] "Egipcios Antiguos" de
WILKINSON (capítulo 4, 287 a 289), citado de "Diccionario de la Biblia" de SMITH,
bajo el artículo 'Sol'
La muerte
de los primogénitos fue el golpe final. Pero el comentario acerca de esto se
puede reservar hasta que consideremos el capítulo 12. No obstante, considerando
estas plagas como un todo, uno no puede dejar de quedar impactado con su
correspondencia con las que afectarán a la tierra en un día posterior, durante
el dominio del anticristo. (Véase Apocalipsis 16: 1 al 14). De hecho, Faraón no
es una mala prefiguración de este último antagonista de Dios y Su Cristo. Pero
así como Dios fue glorificado en Su controversia con el uno, así será en la
controversia con el otro; ya que si Faraón se apresuró a su perdición, y se
anegó en las aguas del Mar Rojo, él y toda su hueste, el anticristo, elevándose
a una altura aún mayor de atrevida impiedad, será lanzado, junto con la
"bestia" cuyo falso profeta él había sido, "vivos dentro de un
lago de fuego que arde con azufre." (Apocalipsis 19:20). Bien podía
clamar, entonces, el Salmista, "Besad al Hijo, no sea que se enoje, y
perezcáis en el camino; porque pronto se encenderá su ira." (Salmo 2:12 –
VM). Sería, efectivamente, una locura hacer oídos sordos a las lecciones que la
controversia de Dios con Faraón proclama con tan alta voz. "La manera de
pensar de la carne es enemistad contra Dios." (Romanos 8:7 – BTX). Todas
las personas no convertidas está, por tanto, en abierto antagonismo con Dios – cada
una de ellas es un enemigo de Dios. Qué gracia de Su parte es el hecho de enviar
tales repetidos mensajes de gracia, tales fervientes súplicas de amor, rogando
a los pecadores, por medio del evangelio, que se reconcilien con Él. Él ha dado
a Su Hijo unigénito para que muera, y sobre el fundamento de la expiación que
Él ha hecho por el pecado por Su muerte, Él puede salvar justamente a todo
aquel que cree. Pero si Su gracia es rechazada, "¿cómo escaparemos
nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?" (Hebreos 2:3). Qué
locura es, entonces, por parte del pecador, descansar por un solo día en su
condición de no salvo, no sabiendo qué tan pronto puede ser llamado a una
condenación tan irrevocable como la que cayó sobre el rey Egipcio.
Puede ser
interesante ahora, seguir un poco el rastro de la oposición de los magos
Egipcios al poder hacedor de maravillas de Moisés y Aarón en presencia de
Faraón. Los principales de estos son mencionados por su nombre en el Nuevo
Testamento. Leemos, "Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a
Moisés, así también éstos resisten a la verdad." (2ª. Timoteo 3:8). Esta
referencia es sumamente importante ya que muestra que un principio del actuar
de Satanás está personificado en la conducta de los magos. Se podría preguntar
entonces, ¿cuál era este carácter especial? Era, en una palabra, IMITACIÓN. Así,
cuando Aarón echó en
tierra su vara, y se hizo culebra, "hicieron también lo mismo los
hechiceros de Egipto con sus encantamientos; pues echó cada uno su vara, las
cuales se volvieron culebras." Éxodo 7: 11 y 12). Así también cuando las
aguas de Egipto fueron golpeadas con la vara de Dios, y se convirtieron en
sangre, los magos "hicieron lo mismo con
sus encantamientos." (Éxodo 7:22). Lo mismo sucedió en el caso de las
ranas. (Éxodo 8:7). La acción de ellos fue, de este modo, una imitación de la
acción de Moisés y Aarón. En Timoteo, asimismo, los hombres de los que se dice
que resisten la verdad, tal como Janes y Jambres resistieron a Moisés, son
descritos como 'teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia (el
poder) de ella'. (2ª. Timoteo 3:5). Esta es una de las sutilezas más peligrosas
de Satanás. Si él puede tener éxito en abierta oposición a la verdad, no se
ocultará; pero si esta puerta de antagonismo está cerrada, él mismo se
transformará en un ángel de luz. Así fue en los días de Pablo; y así es el caso
especialmente en la actualidad. Los Cristianos profesantes difícilmente serían
desviados mediante la exhibición abierta del poder Satánico; pero cuántos son
seducidos por él debido a que es, exteriormente, una imitación de lo divino.
Tomen uno de los ejemplos más flagrante de esto. Si el Catolicismo Romano, con
todas sus viles profanaciones de la verdad, no se vistiera con el ropaje
exterior de Cristianismo, ¿existiría alguna posibilidad de que engañase las
almas? Pero al reclamar ser capaz de dispensar toda bendición, que han sido
aseguradas por la muerte de Cristo, seduce las almas de los hombres por miles,
y las lleva bajo el dominio completo de sus falsedades y corrupciones. Es, por
tanto, como sistema, uno de los instrumentos más exitosos de Satanás. Pero hay
peligros mayores. No hay ni una sola operación del Espíritu de Dios, ni una
forma de Su obrar, que Satanás no imita. Sus falsificaciones nos rodean por
todos lados, dentro y fuera. Pero gracias sean dadas a Dios ya que Él ha nos a
proporcionado salvaguardias suficientes, y los medios de detección de cada fase
de sus tramposas artes. "Estas cosas", Juan dice, "os he escrito
respecto de los que quisieran seduciros. Mas en cuanto a vosotros, la unción
que dé él habéis recibido, permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que
nadie os enseñe: al contrario, así como su unción os enseña respecto de todas
las cosas, y es verdad y no mentira, y así como ella os ha enseñado, así
vosotros permanecéis en él." (1ª. Juan 2: 26 y 27 – VM). El Espíritu y la
Palabra de Dios son suficientes para preservarnos de las simulaciones más
peligrosas de la verdad que Satanás pueda presentar a nuestras almas.
Además de
esto, si no hay más que la adherencia más firme a Dios y a Su verdad, los
mecanismos de Satanás serán expuestos a su debido tiempo. Tres veces estos
instrumentos suyos 'resistieron' a Moisés. Pero cuando se introdujo la plaga de
piojos, un asunto que tiene que ver con producir vida del polvo de la tierra,
los magos fueron impotentes, y se vieron obligados a confesar que se trataba
del "Dedo de Dios." (Éxodo 8: 18 y 19). La vida pertenece a Dios; Él
solo es su fuente; y por eso los esfuerzos de Satanás son frustrados, y no
leemos acerca de ningún intento adicional por parte de los instrumentos para
interceptar la fuerza de las señales divinas. De hecho, en el capítulo
siguiente encontramos que ellos "no podían estar delante de Moisés a causa
del sarpullido" (Éxodo 9:11). Ellos mismos habían caído bajo la mano
punitiva de Dios. Podemos, por tanto, reposar confiadamente, independientemente
del aparente éxito actual del maligno; ya que "el Dios de paz aplastará en
breve a Satanás bajo vuestros pies." (Romanos 16:20).
Se
obtendrá una perspectiva más completa de esta sección si se pone atención a los
resultados de estas plagas judiciales sobre la mente de Faraón. Una impresión
momentánea fue producida por la plaga de las ranas. "Faraón llamó a Moisés
y a Aarón, y les dijo: Orad a Jehová para que quite las ranas de mí y de mi
pueblo, y dejaré ir a tu pueblo para que ofrezca sacrificios a Jehová."
(Éxodo 8:8). Moisés respondió a esta petición, y fijó el momento para la
súplica, para que, en la respuesta divina a ella, Faraón pudiese reconocer la
mano de Jehová tan ciertamente como en la imposición del castigo. Es hermoso
observar los tiernos modos de obrar de gracia de Dios, aun con un pecador
endurecido. Si hay el más leve giro de corazón hacia Él, aunque Él conozca que
no es verdadero, hay disposición a oír – un testimonio sorprendente al hecho de
que Él no quiere la muerte del pecador, que verdaderamente Él no quiere que
nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (2ª. Pedro 3:9). De
este modo, Jehová oyó e "hizo conforme a la palabra de Moisés, y murieron
las ranas de las casas, de los patios y de los campos." (Éxodo 8:13 –
LBLA). Pero, ¿cuál fue la consecuencia? "Pero viendo Faraón que le habían
dado reposo, endureció su corazón y no los escuchó, como Jehová lo había dicho."
(versículo 15). ¡Qué retrato del corazón malo del hombre! Doblegado bajo la
mano de Dios, alarmado por las consecuencias, él clama por alivio, y promete
que si se le concede ciertamente actuará conforme a los mandatos divinos. El
alivio es concedido, y él olvida inmediatamente tanto sus temores como sus
votos. Un buen número de pecadores han sido llevados así, mediante enfermedad
súbita, a la puerta de la muerte, y han clamado en alta voz pidiendo
misericordia. Dios oyó sus oraciones, y les restauró la salud. Pero ellos, en
vez de consagrarse, tal como pensaban y se proponían, al servicio de Dios,
regresan a su curso anterior de olvido y pecado. El hecho es, en todos esos
casos, que la conciencia jamás ha sido despertada verdaderamente; no ha
existido ningún sentido de culpa delante de Dios, ninguna aceptación de Su
testimonio de la condición perdida y arruinada del hombre, y, por consiguiente,
no se recurre a Su gracia salvadora revelada en Cristo Jesús como el Salvador;
y los votos que se hicieron, fueron hechos realmente como una especie de
ofrenda propiciatoria para obtener la remoción de la mano de Dios. Una vez
aliviados, por tanto, puesto que no ha habido ningún cambio, ninguna conversión
a Dios, la corriente de sus vidas, desviadas por un momento, regresa de manera
natural a sus canales anteriores. ¡Oh, cuántos hay de quienes esto es verdad!
¡Cuántos de quienes se puede decir, cuando vieron que encontraban respiro, que
endurecieron su corazón! Si estas palabras se encuentran con los ojos de alguno
de los tales, que ellas se penetren profundo en sus corazones; y si es así, que
ellos puedan, despertados de su verdadera condición, mientras la oportunidad
todavía subsiste, confesar delante de Dios que son culpables, pecadores
perdidos, y acudan sólo al Señor Jesucristo para salvación. "¿O
menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando
que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu
corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira" (tal como lo hizo
Faraón), "para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de
Dios." (Romanos 2: 4 y 5).
La cuarta
plaga – la de toda clase de moscas – pareció producir una impresión más
profunda. "Faraón llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: Andad, ofreced
sacrificio a vuestro Dios en la tierra." Esta fue una oferta muy sutil, y
una que podía haber entrampado fácilmente a Moisés y Aarón si no hubiesen
conocido el carácter y la mente de Dios. Satanás no tiene objeción alguna al
hecho de que sus siervos sean religiosos si ellos siguen bajo su dominio. Ellos
pueden profesan servir a Dios tanto y tan llamativamente como puedan, siempre
que reconozcan su autoridad. Si ellos tan sólo se postran y le adoran, como en
la tentación presentada a nuestro bendito Señor en el desierto (Mateo 4), él
les concederá todos los deseos del corazón de ellos. Si ellos tan sólo
permanecen siendo del mundo, el mundo y su dios amarán lo que es suyo. Por eso
Satanás aconseja continuamente -- «Sírveme a mí y a Dios.
Sacrifica a tu Dios, pero permanece en la tierra.»
(Éxodo
8:25). Una palabra de la Escritura desenmarañará todos estos razonamientos
falaces: "Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a
Dios y a las riquezas (Mamón)." (Mateo 6:24). Moisés, quien tenía
verdadero discernimiento porque tenía el pensamiento de Dios, percibe esto, y
responde por tanto, "No conviene que lo hagamos así; porque la abominación
de los Egipcios es lo que hemos de sacrificar a Jehová nuestro Dios. He aquí,
si sacrificáramos la abominación de los Egipcios ante sus mismos ojos, ¿no nos apedrearían?
Iremos camino de tres días en el desierto, y así ofreceremos sacrificios a
Jehová nuestro Dios, según él nos mandare." (Éxodo 8: 26 y 27 – VM).
Moisés no fue engañado; sabía que Cristo era, y debe ser, un objeto de
desprecio para los Egipcios, "para los judíos ciertamente tropezadero, y
para los gentiles locura" (1ª. Corintios 1:23) y que debe haber un antagonismo
irreconciliable entre ellos y Su pueblo. "Si a mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán." (Juan 15:20). Egipto, por lo tanto, no
podía ser un lugar para el pueblo de Dios. De este modo, Moisés añade tres
cosas: Primero, ellos deben andar una distancia de tres días de camino en el
desierto. El número tres es significativo en relación con esto – siendo el
camino de tres días la distancia de la muerte. (Compárese con Números 10:33).
Además, ellos deben sacrificar a Jehová su Dios, tal como Él les mande. Hay
aquí principios verdaderamente grandes y fundamentales. Nada sino la muerte –
la muerte con Cristo – puede separarnos de Egipto. Por eso Pablo dice, "nunca
permita Dios que yo me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por
medio de la cual el mundo (Egipto) me ha sido crucificado a mí, y yo al mundo
(Egipto)." (Gálatas 6:14 – VM). Ningún cambio o reforma exteriores nos
sacarán de esta casa de servidumbre – nada sino la cruz – la muerte de Cristo,
hecha nuestra por medio de la fe en Su nombre. En segundo lugar, debe haber
obediencia a Jehová. No se debe permitir o aceptar, ni por un momento, ninguna
otra autoridad. La obediencia es nuestro primer deber, y cubre el terreno
completo de la responsabilidad del Cristiano. De ahí la necesidad, en efecto,
de un rompimiento total con el mundo, una separación (mediante la muerte) de
él. Si Moisés hubiese consentido permanecer en Egipto, habría reconocido el
gobierno de Faraón, y esto habría sido inconsistente con las demandas completas
y absolutas de Jehová. Estos dos principios – separación del mundo, y
obediencia a Cristo – deben estar grabados sobre los corazones del pueblo del
Señor, porque son la base de la verdadera posición y responsabilidad de ellos.
Todo emana, en efecto, de estas dos fuentes. Una cosa más (en tercer lugar) se
puede aprender de estas palabras de Moisés. Ningún servicio, o algún así
llamado servicio, puede ser aceptable a Dios a menos que sea conforme a Su
palabra. La adoración y el servicio deben ser gobernados por la propia mente
del Señor. Por lo tanto, no es lo que consideramos bueno y piadoso, no aquello
a lo cual nosotros podemos denominar adoración o buenas obras, sino lo que Él
considera como tal. La Palabra de Dios es, por tanto, la prueba de todo, y debe
tener el lugar supremo en el corazón y la conciencia del Cristiano, y regular
toda su vida. Todas las corrupciones de la Cristiandad, todo el fracaso y ruina
de la iglesia, se remontan al descuido de este principio vital. La Palabra de
Dios es la única lámpara a nuestros pies, y alumbra nuestro camino. (Salmo
119:105). En el momento que se acepta una sola regulación humana, sea por el individuo
o por la iglesia, la decadencia y la corrupción siguen a continuación; puesto
que otra autoridad se combina con la de Cristo. Es, como consecuencia, nuestra
responsabilidad probar todo lo que nos rodea por la Palabra de Dios. "El
que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere,
no sufrirá daño de la segunda muerte." (Apocalipsis 2:11, etc.).
Faraón no
rechaza abiertamente la demanda de Moisés; él contemporiza, actúa
hipócritamente, para obtener la remoción del golpe. Su clamor es, "Orad
por mí." (Éxodo 8:28). Moisés asiente, pero añade una advertencia solemne,
mostrando que veía a través del débil velo de hipocresía del rey, "no
vuelva Faraón a obrar con engaño, no dejando ir al pueblo para que ofrezca
sacrificios a Jehová." (Éxodo 8:29 – VM). Pero una vez que el problema
desapareció, se registra lo de costumbre, "Mas Faraón endureció aun esta
vez su corazón, y no dejó ir al pueblo." (versículo 32). Acto seguido,
siguió otro juicio; pero Faraón fue insensible al golpe. A lo menos no hubo
ningún signo externo de ceder. Esto llevó a un muy solemne y, podemos decir,
terrible mensaje como prefacio al siguiente castigo – la plaga de truenos y
granizo. (Éxodo 9: 13 al 19). El rey tambaleó bajo el golpe, y nuevamente
procuró alivio. Confesó incluso que había pecado, y que Jehová era justo, etc.,
y prometió una vez más que dejaría ir al pueblo, siempre que no hubiera más
truenos y granizo. (Éxodo 9: 26 y 28). La iniquidad de Faraón es sacada a la
luz de este modo. Él ve y reconoce su culpabilidad, y no obstante persiste en
su curso malo – su antagonismo abierto a Jehová. Ya que, pese a su confesión,
tan pronto como Jehová respondió la súplica de Moisés, él volvió a sus
endurecidos modos de obrar. Pero una y otra vez se nos recuerda que esta no fue
ninguna sorpresa para Dios. Todo esto sucedió "como Jehová lo había dicho
por medio de Moisés." (versículo 35). Él veía el final desde el principio;
pero quitó Su mano ante la intercesión de Moisés a favor del rey Egipcio. Dios
jamás se impacienta aun en presencia de rebelión abierta. Él espera Su propio
tiempo – soportando la iniquidad y la impiedad de los hombres en longanimidad y
gracia. Si Él es así paciente, también nosotros deberíamos aprender a serlo –
volviendo nuestros ojos a Él, confiados de que a Su propio tiempo Él vindicará
Su gobierno justo ante los ojos del mundo. "Confía calladamente en Jehová,
y espérale con paciencia." (Salmo 37:7 – VM).
Una nueva
acción tuvo lugar en relación con la amenaza de las langostas. Los siervos de
Faraón, alarmados ante la perspectiva, interfirieron ahora. Le dijeron, "¿Hasta
cuándo será este hombre un lazo para nosotros? Deja ir a estos hombres, para
que sirvan a Jehová su Dios. ¿Acaso no sabes todavía que Egipto está ya
destruido?" (Éxodo 10:7). A instancias de ellos, "Moisés y Aarón
volvieron a ser llamados ante Faraón, el cual les dijo: Andad, servid a Jehová
vuestro Dios. ¿Quiénes son los que han de ir?" (versículo 8). Esto revela,
una vez más, el corazón miserable de este muy miserable rey. Si se ve obligado,
él relajará su dominio, pero aun entonces retendrá todo lo que pueda. Él se
aferra tenazmente a lo que poseía, y tan tenazmente que regateará, de ser
posible, con Moisés con respecto a los habían de ir. Pero "Moisés
respondió: Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros
hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de
ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová. Y él les dijo: !Así sea
Jehová con vosotros! ¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? !Mirad
cómo el mal está delante de vuestro rostro! No será así; id ahora vosotros los
varones, y servid a Jehová, pues esto es lo que vosotros pedisteis. Y los
echaron de la presencia de Faraón." (versículos 9 al 11). Esta fue,
ciertamente, un astuto ardid de Satanás – profesar voluntad de dejar ir a los
hombres sólo si dejan a sus pequeños atrás en Egipto. De esta manera se habría
falsificado el testimonio de los redimidos de Jehová, y se habría retenido un
dominio más poderoso sobre ellos a través de sus afectos naturales. Ya que,
¿Cómo podrían haber terminado con Egipto mientras sus niños estaban allí? Satanás
sabía esto, y de ahí el carácter de esta tentación. ¡Y cuántos Cristianos hay
que caen en la trampa! Profesando ser del Señor, haber dejado Egipto, ellos
permiten que sus familias queden aún atrás. Como otra persona dijo, «Los padres en el desierto, y sus hijos en
Egipto. Terrible anomalía. Esto habría sido sólo media liberación; inútil a la
vez para Israel, y deshonrosa para el Dios de Israel. Esto no podía ser. Si los
niños permanecían en Egipto, no había ninguna posibilidad de decir que los
padres lo habían abandonado, en la medida que sus hijos eran parte de ellos
mismos. Lo más que se podía decir en un caso tal era que ellos servían en parte
a Jehová, y en parte a Faraón. Pero Jehová no podía tener parte con Faraón. Él
debe tenerlo todo o nada. Este es un principio de peso para los padres
Cristianos. . . . Es nuestro feliz privilegio contar con Dios para nuestros
niños, y para criarlos "en disciplina y amonestación del Señor."
(Efesios 6:3). » Estas maravillosas palabras,
palabras de
peso, deberían ser ponderadas profundamente en la presencia de Dios. Ya que en
ninguna parte el testimonio se quebranta de manera más manifiesta como lo hace
en nuestra familia. Padres piadosos, cuyo andar es irreprochable, son seducidos
a permitir a sus hijos prácticas que ellos mismos no se permitirían ni por un
momento, e inundan así sus hogares con las vistas y sonidos de Egipto. Todo
esto brota de no reconocer, tal como Moisés sí lo hizo, que los hijos, junto
con sus padres, pertenecen a Dios, y forman Su pueblo en la tierra; que, por
consiguiente, sería una negación de esta verdad bienaventurada dejarles en el
lugar del cual ellos mismos, por la gracia de Dios, por medio de la muerte y
resurrección de Cristo, han sido liberados. Nunca se puede, por tanto, dejar de
urgir demasiado fuertemente que la responsabilidad de los padres abarca a toda
la familia; que el padre está obligado delante de Dios a considerar a sus hijos
como perteneciendo al Señor, o, de otro modo, nunca los puede entrenar en el
camino en que deben ir, contando con que Él le muestre, de forma manifiesta,
que ellos son Suyos mediante la obra de Su gracia y de Su Espíritu.
Faraón se
disgustó ante estos requerimientos, y Moisés, junto con Aarón, es echado de la
presencia del rey. Acto seguido, las langostas son convocadas por el poder de
Dios, y la langosta "cubrió la faz
de todo el país, y oscureció la tierra." (versículo 15). Bajo la presión
de este grave golpe, Faraón llamó una vez más a Moisés y Aarón a su presencia,
confesó su pecado contra Jehová Dios de ellos, y contra ellos – buscó perdón, y
les pidió que suplicasen a Jehová Dios de ellos, "que al menos aparte de
mí esta muerte." (versículos 16 y 17 – VM). Jehová oyó la intercesión de
Moisés, y las langostas fueron quitadas, y lanzadas al Mar Rojo; "No quedó
ni una langosta en todo el territorio de Egipto." (versículo 19 – BTX).
Olvidando
inmediatamente este terror y su palabra, tinieblas sobre la tierra de Egipto
fueron traídas por tres días.(versículos 22 y 23). Una vez más, "llamó
Faraón a Moisés y le dijo: Id, servid al SEÑOR; sólo que vuestras ovejas y
vuestras vacadas queden aquí. Aun vuestros pequeños pueden ir con vosotros. Pero
Moisés dijo: Tú también tienes que darnos sacrificios y holocaustos para que
los sacrifiquemos al SEÑOR nuestro Dios. Por tanto, también nuestros ganados
irán con nosotros; ni una pezuña quedará
atrás; porque de ellos tomaremos para servir al SEÑOR nuestro Dios. Y
nosotros mismos no sabemos con qué hemos de servir al SEÑOR hasta que lleguemos
allá." (versículos 24 al 26 – LBLA).
De lo que
se trataba era de dejar Egipto para servir a Jehová. Él, por tanto, no
reclamaba el pueblo como Suyo, sino también todas sus posesiones. Moisés, por
esta causa, repudió el derecho de Faraón a tener cualquier cosa. Haber hecho lo
contrario habría sido, de una vez, el reconocimiento de su autoridad. Faraón
era, en efecto, el enemigo del pueblo de Dios, manteniéndoles en cautividad en
oposición a Su voluntad. Como tal, es tratado por Moisés en el rechazo a sus
demandas. Además, ellos iban a sacrificar a Jehová, Dios de ellos, y hasta que
fuesen liberados de Egipto no sabían con qué debían servir a Jehová. Lo que
Faraón estipuló, por tanto, no se podía permitir ni por un momento. En las palabras
de Moisés estriba un principio de importancia primaria – que Dios reclama todo
lo que tenemos así como también nosotros mismos. Todo debe ser sometido, por
esta causa, a Su disposición. Él da, y Él demanda de nosotros. Esto fue
ejemplificado bellamente en el caso de David cuando proporcionó materiales para
el templo. "De lo recibido de tu mano te damos." (1°. Crónicas
29:14). No debemos, como pueblo de Dios, tomar del mundo, tal como Abraham
rechazó ser enriquecido por el rey de Sodoma (génesis 14: 22 y 23); tampoco
debemos reconocer las demandas del mundo sobre lo que el Señor nos ha dado. Ni
una pezuña ha de quedar atrás, ya que pudiera ser que Jehová demande esa misma
pezuña para el sacrificio. Es sorprendente, también, observar que, según las
palabras de Moisés, no se podía conocer el pensamiento de Jehová en Egipto.
Ellos debían ser redimidos de allí, y ser separados, a través de la muerte y
resurrección, para Dios antes de que
pudiesen ser enseñados en cuanto a la naturaleza de Su servicio. Aunque Faraón
se opone así a cada demanda que se le hace con respecto al pueblo del Señor,
vemos que contemporiza con sus sutilezas; porque la mano de Jehová se levanta
en juicio, y cae en sus sucesivos golpes sobre Faraón y su tierra, de modo que
él de buena gana se libraría del poder de ellos. Ahora, sin embargo, él es
excitado a un tono más alto de obstinación, arrojándose precipitadamente a su
condenación, a pesar de la gracia, la advertencia, y el juicio. "Pero
Jehová endureció el corazón de Faraón, y no quiso dejarlos ir. Y le dijo
Faraón: Retírate de mí; guárdate que no veas más mi rostro, porque en cualquier
día que vieres mi rostro, morirás. Y Moisés respondió: Bien has dicho; no veré
más tu rostro." (versículos 27 al 29).
Acto
seguido, Jehová procede a entregar a Moisés las instrucciones preparatorias
para la marcha de ellos fuera de Egipto.
"Una
plaga traeré aún sobre Faraón y sobre Egipto, después de la cual él os dejará
ir de aquí; y seguramente os echará de aquí del todo. Habla ahora al pueblo, y
que cada uno pida a su vecino, y cada una a su vecina, alhajas de plata y de
oro. Y Jehová dio gracia al pueblo en los ojos de los egipcios. También Moisés
era tenido por gran varón en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de
Faraón, y a los ojos del pueblo." (Éxodo 11: 1 al 3).
De este
modo, todo estuvo preparado; y Moisés, por tanto, entrega su mensaje final – un
mensaje pleno de solemnidad y dignidad, adecuado, en efecto, a la majestad de
Aquel cuyo mensajero él era. El contenido del mensaje será considerado en el
capítulo siguiente. Moisés, habiendo finalizado su misión, "salió muy
enojado de la presencia de Faraón." (Éxodo 11:8). Él estaba ahora en
comunión plena con la mente (el pensamiento) de Dios, lleno como estaba de
santa indignación contra el pecado de Faraón. (Compárese con Marcos 3:5). Toda
su timidez ha desaparecido, y está en calma e impávido delante del rey,
investido conscientemente con la autoridad de Jehová. Pero como Jehová había
predicho, y ahora repite, Faraón no cedería. "Faraón no os oirá, para que
mis maravillas se multipliquen en la tierra de Egipto. Y Moisés y Aarón
hicieron todos estos prodigios delante de Faraón; pues Jehová había endurecido
el corazón de Faraón, y no envió a los hijos de Israel fuera de su país."
(versículos 9 y 10).
Edward Dennett
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. – Marzo
2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Judgments upon
Egipt (Exodus 7 - 11) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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