ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

14.- SINAÍ (Éxodo 19 y 20)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

 

SINAÍ

 

 

Éxodo 19 y 20

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.

TA = Biblia Torres Amat.

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).

 

        

         Una nueva dispensación es inaugurada en estos capítulos. Hasta el final del capítulo 18, tal como antes se indicó, reinó la gracia, y por lo tanto caracterizó todos los tratos de Dios con Su pueblo; pero desde este punto ellos fueron colocados, con el propio consentimiento de ellos, bajo las rígidas demandas de la ley. Sinaí es la expresión de esta dispensación, y está asociada así con ella para siempre. El apóstol lo contrasta con Sion como la sede de la gracia real, cuando dice, al escribir a los Hebreos: "Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más,sino que os habéis acercado al monte de Sion." (Hebreos 12: 18-22). Él muestra que Sinaí ya había fenecido entonces, y había sido sucedido por otra dispensación cuya expresión era el monte de Sion. Nuestro capítulo trata de lo anterior. En cuanto al tiempo y lugar, ambos están señalados claramente. "En el mes tercero de la salida de los hijos de Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí. Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon en el desierto; y acampó allí Israel delante del monte." (Éxodo 19: 1, 2). Jehová cumplió así la palabra que dio a Moisés: "Ciertamente yo estaré contigo, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte." (Éxodo 3:12 – LBLA). Ellos debían celebrar fiesta a Jehová (véase Éxodo 5:1; Éxodo 10:9); y podrían haber hecho solamente eso si ellos mismos se hubiesen conocido, y hubiesen conocido también el corazón de Jehová. Pero estaban a punto de ser probados de una nueva forma. La gracia ya los había buscado, y no descubrió otra cosa sino la desobediencia, la rebelión, y el pecado; e iban a ser probados ahora mediante la ley. Este ha sido el objeto de Dios en todas Sus dispensaciones — probar, y mediante ello revelar, lo que el hombre es; pero, bendito sea Su nombre, si Él ha desvelado la incurable corrupción de nuestra naturaleza, ha revelado, a la vez, lo que Él es — siendo cada revelación de Él mismo según el carácter de la relación en la que Él entraba con Su pueblo. Enseñó, de ese modo, que si el hombre estaba completamente arruinado y perdido, el socorro y la salvación habían de ser hallados en Él, y sólo en Él. La dación de la ley desde el monte Sinaí tiene, por esta razón, una importancia e interés peculiares. Todas sus circunstancias, por tanto, son dignas de nuestra atención.

 

"Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.

"Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo. Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová." (Éxodo 19: 3-9).

 

Hay dos cosas en el mensaje que Jehová encomendó a Moisés que llevase al pueblo. Primero, les recuerda lo que Él había hecho por ellos, y de una manera que debía haberles enseñado su total impotencia, y que todos sus recursos estaban en Dios. "Vosotros visteis", Él dice, "lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí." Los había librado de Faraón, le destruyó a él y a sus ejércitos; había tomado a Su pueblo mediante Su poder, los había traído a Él, y les había dado un lugar de cercanía y de relación. Había hecho todo para ellos, y Él apela al propio conocimiento de ellos como prueba de ello; y una apelación tal fue calculada para tocar sus corazones con gratitud, ya que recordaba a sus mentes la fuente de toda la bendición que gozaban ahora. Luego, en segundo lugar, Él hace una propuesta. "Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra", etc. (Éxodo 19:5). El sentido de esta propuesta debe ser señalado claramente. Dios había redimido a Israel mediante Su poder: en la prosecución de Sus propósitos de gracia y amor, Él había hecho de ellos Su propio pueblo, y se había comprometido a llevarles a una tierra que fluye leche y miel (Éxodo 3: 7, 8); y todo esto se fundamentó en la pura gracia de Su propio corazón, y no se rigió por condición alguna del pueblo, en absoluto. Les recuerda esto al señalarles la obra que Él había obrado a favor de ellos. Pero ahora, para probarles, Él dice, «Yo haré que vuestra posición y vuestra bendición dependan de vuestra obediencia. Hasta aquí, he hecho todo por vosotros; pero me propongo ahora hacer que la continuación de Mi favor dependa de vuestras propias obras. ¿Estáis dispuestos a prometer obediencia absoluta a Mi palabra y a Mi pacto en estos términos?» Esta fue, en esencia, la propuesta que se le encargó a Moisés que llevase a los hijos de Israel.

 

Y Moisés cumplió fielmente su misión. "Llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado." (Éxodo 19:7). Ciertamente, semejante mensaje produciría profundos ejercicios de corazón. Se podía esperar, a lo menos, que ellos necesitasen tiempo para considerarla en todo su significado. No podían haber olvidado que, aun en el corto período de tres meses que habían transcurrido desde que habían cruzado el Mar Rojo, ellos ya habían pecado una y otra vez; que cada nueva dificultad no había hecho más que dar testimonio del fracaso y pecado de ellos. Si, por tanto, hubiesen repasado su pasada experiencia, habrían visto que si aceptaban estos nuevos términos, todo estaría perdido. Ciertamente habrían dicho unos a otros, «Hemos desobedecido una y otra vez, y tememos que lo mismo pueda suceder nuevamente, y entonces perdemos todo. No; debemos lanzarnos incondicionalmente sobre aquella misma gracia que nos ha salvado, guiado, y preservado, en nuestra travesía a través del desierto. Si la gracia no sigue reinando, somos un pueblo perdido.» Lejos de esto, no obstante, ellos aceptan instantáneamente la condición propuesta, y dijeron, "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos." (versículo 8). Sus pasadas experiencias habían sido en vano. Pusieron así de manifiesto la más completa ignorancia, tanto del carácter de Dios como de sus propios corazones. Fue, en efecto, un error muy fatal. En lugar de asirse con tenacidad, a causa del sentido de su propia impotencia, a lo que Dios era para con ellos, lo cual es gracia, ellos ofrecieron neciamente hacer que todo dependiese de lo que ellos podían hacer para Dios, lo cual es el principio de la ley. Es siempre lo mismo. El hombre, en su locura y ceguera, procura siempre obtener bendición sobre el terreno de sus propias obras, y rechaza una salvación que se le ofrece en pura gracia; ya que no está dispuesto a ser nada, y la gracia hace que Dios sea todo, y que el hombre sea nada. De ahí que aquel curso hiera la soberbia y la presunción del pecador, y provoque, mediante ello, la resistencia de su depravado corazón.

 

Moisés llevó el mensaje del pueblo, y Jehová se prepara para establecer Su nueva relación con Su pueblo sobre el terreno de la ley. Antes que nada, Él coloca a Moisés en el lugar de un mediador. "He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre." (Éxodo 19:9). Le da una posición que el pueblo debía verse obligado a reconocer. Después de esto, se da instrucciones para el pueblo en relación con la promulgación del código mediante el cual ellos iban a ser gobernados, y que establecen el estándar de las demandas de Dios. Todo lo ordenado denotaba el cambio de dispensación. Anteriormente, ellos tuvieron que ver con un Dios de gracia; ahora, tienen que ver con un Dios de justicia. Esto necesitó una distancia de parte de Dios (ya que Él tuvo que ver con pecadores), y separación y limpieza por parte del pueblo. Lo primero fue significado por la "nube espesa", en la cual Él dijo que vendría a Moisés, y lo segundo por las varias prescripciones para el pueblo.

 

"Y Moisés refirió las palabras del pueblo al Señor; quien le dijo: Vuelve al pueblo, y haz que todos se purifiquen entre hoy y mañana, y laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero; porque en el día tercero descenderá el Señor a vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí. Pero tú has de señalar límites al pueblo en el circuito, y decirles: Guardaos de subir al monte, ni os acerquéis alrededor de él. Todo el que se llegare al monte, morirá sin remisión. No le ha de tocar mano de hombre alguno, sino que ha de morir apedreado o asaetado; ya fuere bestia, ya hombre, perderá la vida. Mas cuando comenzare a sonar la bocina, salgan entonces hacia el monte.

"Bajó, pues, Moisés del monte, y llegando al pueblo le purificó; y después que lavaron sus vestidos, les dijo: Estad apercibidos para el día tercero, y no os lleguéis a vuestras mujeres." (Éxodo 19: 10-15; TA).

 

De este modo, el pueblo debía ser 'santificado' por dos días. El significado que debe ser unido a este término es determinado siempre por la relación en la cual se encuentra. Aquí significará la separación del pueblo — el hecho de apartarles para Dios sobre el terreno de la obediencia por ellos prometida. Esto implicaría, indudablemente, su separación externamente de todo lo que no conviene a la presencia de un Dios santo. Debían, asimismo, lavar sus vestidos. Todo, se observará, tiene que ser hecho ahora desde el lado de ellos. Moisés debía santificarlos y ellos debían lavar sus vestidos; por el momento se comprometieron a obedecer, como condición de la bendición, ellos, en realidad, aceptaron la responsabilidad de adecuarse para la presencia de Dios. Adquirieron así, sin duda, una especie de calificación ceremonial para ir al encuentro de Dios, pero la distancia misma a la que fueron mantenidos, demostró de inmediato cuán inadecuados fueron sus esfuerzos. Ellos podrían haber lavados sus vestidos tan escrupulosamente como jamás lo habían hecho, y hacerlos tan limpios que ningún ojo humano podía detectar una contaminación, pero la pregunta para sus conciencias, si sólo hubiesen comprendido, era, ¿Podían limpiarse ellos de tal modo como para ser capaces de soportar la inspección de un Dios santo? Dejemos que Job responda la pregunta. "Si", él dice, "me lavara con nieve y limpiara mis manos con lejía, aun así me hundirías en la fosa, y mis propios vestidos me aborrecerían." (Job 9: 30, 31 – LBLA). El propio Señor lo ha respondido para nosotros. Hablando a Israel, por medio del profeta, Él dice, "Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí." (Jeremías 2:22). EL HOMBRE NO SE PUEDE LIMPIAR A SÍ MISMO PARA DIOS. Esta es la lección de toda la Escritura.

 

Se responderá, ¿entonces por qué Jehová dio estos mandamientos a Israel? Por la misma razón que les dio la ley para demostrar lo que había en sus corazones, para sacar plenamente a la vista lo que estaba allí al acecho, para exponer verdaderamente la corrupción de la naturaleza de ellos, y mediante ello, enseñarles su condición arruinada y culpable. En cierto modo, ellos aprendieron la futilidad de sus esfuerzos propios; ya que pese a todos su 'santificarse' y 'lavarse' no pudieron acercarse a Dios, y se aterrorizaron ante Su voz. Es así a menudo en la experiencia de los pecadores. Despertados a un cierto sentido de su condición, ellos comienzan a tratar de mejorarse a sí mismos, a purificar sus corazones, y a calificarse ellos mismos de este modo para el favor de Dios. Pero pronto descubren que el único efecto de todos sus esfuerzos es traer a la luz su propio pecado y su propia vileza. O si logran tejer un manto de justicia propia, y ocultar en ella así, por un tiempo, sus deformidades, en el momento en que son llevados a la presencia de Dios, el manto mismo aparece en la luz de Su santidad como nada más que trapos de inmundicia. El hombre, de hecho, es totalmente impotente, y hasta que aprenda esto, jamás puede entender que la única manera de limpiar sus vestidos de toda falta y mancha — tan blancos como para satisfacer aun las demandas de la santidad de Dios — es en la sangre del Cordero. (Véase Apocalipsis 1:5; Apocalipsis 7:14).

 

El pueblo fue, entonces, santificado, y ellos lavaron sus vestidos, y ayunaron en preparación para el "día tercero". El día tercero es, a menudo, significativo y de carácter típico; e igualmente aquí, parecería hablar en figura de la muerte. Fue, entonces, en la mañana del día tercero que Jehová descendió sobre el monte Sinaí, con todos los acompañamientos de Su tremenda y terrible majestad. Hubo truenos y relámpagos —expresivos del poder judicial, la necesaria actitud de Dios en Su santidad, al entrar en contacto con pecadores. Hubo también una nube espesa sobre el monte (véase el versículo 9) exponiendo Su distancia y ocultamiento. Tal como dice el Salmista, "Nubes y oscuridad alrededor de él; Justicia y juicio son el cimiento de su trono." (Salmo 97:2). Además, el sonido de bocina, tanto como heraldo de la proximidad de Dios como de las convocatorias para la reunión del pueblo, fue extremadamente fuerte. Cada posible solemnidad rodeó los pasos divinos, y todo el pueblo que estaba en el campamento, a pesar de las preparaciones a las que se habían sometido, se estremeció. Si habían tenido confianza en ellos mismos anteriormente, ahora dicha confianza debía haber sido sacudida rudamente, si no disipada; ya que si estaban preparados para ir al encuentro de Dios, ¿por qué debían temer? ¿Acaso no iban al encuentro de Aquel que los había tomado sobre alas de águilas, y los había traído a Él? (Éxodo 19:4) ¿No era Él el Salvador y Señor de ellos? ¿Por qué, entonces, temblaron ante las señales de Su presencia? Debido a que en su locura, se habían propuesto ir a Su encuentro sobre el terreno de lo que ellos mismos eran, de sus propias acciones, en lugar de depositarse ellos mismos sobre Su misericordia, Su gracia, y amor. ¡Error fatal! y ahora se les hizo sentirlo. Pero la palabra de ellos fue irrevocable, y no podían ser liberados aún de sus obligaciones. Por tanto, "Moisés sacó al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y ellos se quedaron al pie del monte. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el SEÑOR había descendido sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía con violencia." (Éxodo 19: 17, 18 – LBLA). Tal como leemos en los Salmos, "La tierra tembló; También destilaron los cielos ante la presencia de Dios; Aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios de Israel." (Salmo 68:8). El fuego fue así la característica de la presencia de Jehová sobre el Sinaí — fuego y humo, siendo el fuego el símbolo de Su santidad, pero de Su santidad en el aspecto de juicio contra el pecado. "Nuestro Dios es fuego consumidor." (Hebreos 12:29). Por eso es que al encontrarse con Israel sobre el terreno de la ley, el fuego fue la expresión más significativa del hecho de que la justicia y el juicio son el cimiento de Su trono. (Salmo 97:2). Moisés, por tanto, habla de "la ley de fuego" que salió de la diestra de Dios (Deuteronomio 33:2), "de fuego" porque siendo 'santa, justa, y buena' (Romanos 7:12), sólo podía juzgar y consumir a aquellos que no respondían a sus demandas. Moisés habla de este resultado cuando dice, "con tu furor somos consumidos, Y con tu ira somos turbados." (Salmo 90:7).

 

Moisés hablaba a Dios cuando el sonido de la bocina aumentaba más y más, y "Dios le respondía en voz." (Éxodo 19:19 – VM). Luego, él fue llamado a subir al monte, y, ¿cuál fue la naturaleza de la primera comunicación que recibió? Ya se había establecido los límites alrededor del monte; ya que el lugar sobre el que Dios estaba era terreno santo, y la pena de muerte estaba unida a cualquiera, hombre o bestia, que siquiera tocase el monte. Pero aun esto no fue suficiente. "Desciende", dijo Jehová a Moisés, "ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová, porque caerá multitud de ellos." (Éxodo 19:21). Todos por igual, los sacerdotes y el pueblo, debían ser mantenidos a distancia, exceptuados Moisés y Aarón — no sea que Jehová irrumpa contra ellos. (versículo 24 - LBLA).

 

Todos estos detalles son solemnemente interesantes, al mostrar la total incapacidad del hombre para presentarse por sus propios méritos delante de Dios, y al enseñar, a la vez, que si un pecador se atreve a venir sobre semejante fundamento a estar en contacto con Él, ello sólo puede ser para su propia destrucción. Además Dios, aparte de la expiación, no puede ir al encuentro del pecador sobre el terreno de la justicia sin destruirle. ¿Cuándo aprenderán los hombres que existe, y debe existir para siempre, el antagonismo más irreconciliable entre la santidad y el pecado; que Dios debe estar contra el pecador, a menos que las demandas de Su santidad sean satisfechas; y que esas demandas jamás pueden ser satisfechas excepto en la muerte del Señor Jesucristo? En esta luz, se trata de una escena conmovedora. Dios, en toda la tremenda majestad de Su santidad sobre el Sinaí; el pueblo en toda su distancia y culpabilidad, estremeciéndose ante lo que veían y oían, aislados del monte, pero sacados del campamento para ir al encuentro de Dios, y para recibir las demandas de Su ley justa que ellos se habían comprometido a obedecer.

 

"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo

en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.

No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.

Acuérdate del día de reposo para santificarlo.

Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.

 

"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.

No matarás.

No cometerás adulterio.

No hurtarás.

No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo." (Éxodo 20: 1-17).

 

Hay varios puntos en relación con la dación de la ley que demandan una atención clara y especial. El primero es la naturaleza de la propia ley. Los mandamientos son diez en número, y se basan en, o más bien emanan de, la relación en la que Dios había entrado con Su pueblo en la redención. "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre." Considerando los mandamientos en su conjunto, se verá que los primeros cuatro se relacionan con Dios, y los seis últimos con el hombre; es decir, definen la responsabilidad hacia Dios y hacia el hombre. Por eso fueron resumidos por nuestro bendito Señor, al responder a la pregunta, "¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?", tal como sigue a continuación: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas." (Mateo 22: 35-40; véase Deuteronomio 10:12; y Levítico 19:18). Amor a Dios — perfecto amor a Dios, perfecto según la capacidad de ellos — y amor a su prójimo, según el estándar del amor a uno mismo, fueron así impuestos a Israel.

 

Pero observen que en los detalles de los mandamientos la característica es la prohibición. "NO…." — si exceptuamos el cuarto, e incluso en que 'guardar el día de reposo' significa abstinencia de toda obra — es la esencia del todo. Este hecho tiene una importante relación con el segundo punto a ser considerado — el objeto de la ley. Estos diez mandamientos, entonces, eran el estándar de las demandas de Dios para con Israel. Ellos, voluntariamente, habían comprometido obediencia a Su voz, y guardar Su pacto como la condición de bendición. En respuesta a esto, Jehová reveló por medio de Moisés lo que Él demandaba. Se erigió, por tanto, un estándar mediante el cual se podía comprobar fácilmente, aun por ellos mismos, si eran o no obedientes a la Palabra de Dios. Mediante estos mandamientos, por tanto, Él vino para probarles, para que Su temor estuviera delante de ellos, para que no pecasen. (Éxodo 20:20). Pero Él sabía lo que había en sus corazones, aunque ellos mismos lo ignorasen, y por eso es que la dación de la ley tuvo realmente por objeto exponer a la luz lo que había en los corazones de Su pueblo. Esta es la causa de la forma prohibitiva del mandamiento. Ya que, ¿por qué razón se tuvo que decir, "No matarás", "No cometerás adulterio", "No hurtarás", "No codiciarás", a menos que la tendencia de todas estas formas de pecado se hallaran dentro de ellos? El apóstol Pablo explica esto en Romanos 7. "No conocí el pecado sino por medio de la Ley, y ciertamente no habría conocido la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Y el pecado, aprovechando la ocasión por medio del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia; pero sin la Ley el pecado está muerto." (Romanos 7: 7, 8 – BTX). La codicia estaba en el corazón antes que la ley viniera, pero al no estar prohibida, él no podía conocerla como codicia; pero en el momento que el mandamiento dijo, "No codiciarás", brotó a la luz, y la oposición del corazón a Dios se hizo manifiesta. Por consiguiente, la ley se introdujo, como dice el apóstol en otra parte, "para que abundara la transgresión" (Romanos 5:20 – LBLA); es decir, para dar a conocer las transgresiones. Ellas se cometían antes; pero no fueron vistas como transgresiones hasta que fueron prohibidas. Entonces, la naturaleza de ellas ya no podía ser ocultada, y todos podrían comprender que eran transgresiones a la ley de Dios.

 

Este punto es de suma importancia, ya que se sostiene aun ahora, aunque el evangelio de la gracia de Dios es plenamente revelado y ampliamente proclamado, que la obediencia a la ley es la forma de vida. Cuantos miles de personas, en efecto, son engañadas por esta trampa fatal. Que tales personas ponderen las palabras del apóstol, "Si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida, entonces la justicia ciertamente hubiera dependido de la ley." (Gálatas 3:21 - LBLA). Es cierto que se dijo, "guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en ellos." (Levítico 18:5); pero ¿cómo podrían los pecadores, por naturaleza y por práctica, guardar los mandamientos de Dios? Oigan, de hecho, los razonamientos del Espíritu Santo, a través de Pablo, sobre este asunto: "Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas." (Gálatas 3: 10-12). Esto elimina toda dificultad, y establece, más allá de toda duda, el verdadero objeto de la ley, que era, como hemos dicho, erigir un estándar de las demandas de Dios, para hacer que el hombre quedase convicto de pecado. La ley se introdujo para que abundase la transgresión. Y la ley puede ser usada ahora de manera muy bendecida para el mismo propósito. Si se encontrase un hombre, fuerte en la confianza de su justicia propia, él puede ser sondeado y probado por ella: se le puede preguntar si ama a Dios con todo su corazón, y a su prójimo como a sí mismo, y de ese modo el carácter engañoso de sus propias obras es expuesto.

 

Si se comprende este punto, y si hay una sujeción sencilla a la Palabra de Dios, no habrá dificultad alguna en aprender que la ley no es dada como una revelación plena de la mente y el corazón de Dios. La manera en que a menudo se habla de ella conduce a las almas a suponer que no puede haber una revelación ulterior y más plena. Pero si ello es así, ¿dónde, como otro ha preguntado, hallaremos Su misericordia, Su compasión y amor? No; "la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Romanos 7:12); ya que es una revelación de Dios, tal como debe ser necesariamente cada palabra y acto Suyo, pero sostener que ella es una revelación plena y perfecta es ignorar la necesidad de la expiación, es ser ciego ante el verdadero carácter de la persona y obra de nuestro bendito Señor y Salvador — en una palabra, es olvidar la diferencia entre el Sinaí y el Calvario. Hasta la cruz, fue imposible que Dios pudiera revelarse de manera perfecta. Pero una vez que la obra llevada a cabo se completó, el velo del templo se rasgó de arriba abajo — para dar a entender que Dios era libre ahora — libre en justicia — para salir a encontrar al pecador en gracia, y que el pecador, que creía Su testimonio rendido a la eficacia de la sangre de Cristo, podía entrar libremente a la presencia inmediata de Dios. La ley revela Su carácter justo, y por consiguiente, Sus demandas requeridas a Israel; pero Dios mismo moraba aún en la densa nube — no revelado.

 

Aún otro punto requiere atención al pasar por él. Aceptando que la ley no es el medio de vida, se dice a veces, «¿No obstante, acaso no es la norma de conducta Cristiana?» Considérenla bien, y pregunten luego si es esto posible. Tomen por ejemplo las prohibiciones en cuanto al prójimo de uno. ¿Se satisfaría Dios con un Cristiano que se abstuviera de los pecados especificados allí? No, mas bien, ¿se satisfaría un Cristiano en el hecho que al abstenerse de estas cosas él respondiese al pensamiento de Dios en cuando a su andar? Supongan ahora que incluso él amase a su prójimo como a sí mismo, ¿se elevaría esto a la altura del ejemplo de Cristo? ¿Qué dice el apóstol Juan? "En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros." Por eso el apóstol agrega, "también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (1ª. Juan 3:16). Hacer esto sería, ciertamente, amar a los hermanos más que a nosotros mismos — trascendiendo maravillosamente, por tanto, el alcance de la ley. La verdad es, tal como Pablo nos ha enseñado, que "habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios." (Romanos 7:4). La ley era una norma para Israel; pero Cristo, y Cristo solo, es el estándar del creyente. "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." (1ª. Juan 2:6). Es, por tanto, un estándar infinitamente más elevado, implicando una responsabilidad mucho mayor que la de la ley. De hecho, esta aseveración de que aún estamos bajo la ley, a pesar de la declaración "no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia" (Romanos 6:14), brota de la ignorancia acerca de lo que es la redención. Cuando se ve que los creyentes son sacados de su antigua condición por medio de la muerte y resurrección de Cristo, y que tienen un lugar y una posición completamente nuevos; que no están en la carne sino en el Espíritu (Romanos 8:9), se percibe fácilmente que ellos pertenecen a una esfera en la cual la ley no puede entrar; y que como Cristo es el único objeto de sus almas, de la misma manera la expresión de Cristo en su andar y en su conducta, mientras pasan por esta escena, es la única responsabilidad de ellos. Recomendamos estos puntos a la cuidadosa atención de cada hijo de Dios.

 

El resultado de la dación de la ley es visto ahora. Tal como en el capítulo anterior, el pueblo está aterrorizado, y "se mantuvieron a distancia." (Éxodo 20:18 – LBLA). Podían haber aprendido así que los pecadores no pueden estar en la presencia de Dios. "Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos." (versículo 19). Una triste confesión de lo que ellos eran, y una indicación significativa de aquello en lo cual redundaría su obediencia prometida. ¡Ah! si el pecador aprendiese solamente la lección de que si Dios habla con él cuando está en su pecado ¡él debe morir! Porque la santidad y el pecado no pueden coexistir, y si se pusieran en contacto, aparte de la expiación, no podría haber sino un sólo resultado. Estos temblorosos hijos de Israel, por tanto, no hacen más que expresar la sencilla verdad. Dios se había acercado en Su santidad, y retroceden temerosos de Su presencia, para no morir; y mediante ello proclamaron que eran pecadores en su culpabilidad, y como tales, incapaces de escuchar Su voz. Acto seguido, Moisés les exhortó a no temer, diciéndoles que Dios venía a probarlos, y para que Su temor permaneciera en ellos para que no pecasen. ("Y respondió Moisés al pueblo: No temáis, porque Dios ha venido para poneros a prueba, y para que su temor permanezca en vosotros, y para que no pequéis." Éxodo 20:20 – LBLA). El camino, de hecho, fue señalado claramente para ellos en los diez mandamientos, y pronto se vería si andarían en él o no. La posición es mostrada claramente ahora. El pueblo está a distancia, verdadera y moralmente. Dios estaba en la nube espesa, significativa del hecho de que Él debía permanecer oculto mientras estaba sobre el terreno de la ley. Moisés ocupa, en la elección y la gracia de Dios, el lugar de mediador. Se puede acercar así a la densa nube donde Dios estaba. Él es así un tipo del "solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre." (1ª. Timoteo 2:5).

 

El capítulo concluye con instrucciones concernientes a la adoración. Ya que tan pronto como la relación formal entre Dios y Su pueblo es establecida, aunque sea sobre el terreno de la ley, se debe hacer provisión para la adoración. Sólo tres cosas es necesario observar con relación a esto. Primero, que no podía haber acercamiento a Dios excepto a través de sacrificios. En segundo lugar, Él podía venir y bendecirles en todos los lugares donde Él hiciera estar la memoria de Su nombre — pese a lo que ellos eran, sobre el terreno del olor grato de sus ofrendas. [*]

 

[*] La ofrenda por el pecado no había sido prescrita aún. Estas, por tanto, eran todas ofrendas de olor grato.

        

         En tercer lugar, se especifica el carácter del altar. Podía ser un altar de tierra. Si era de piedras, no debía ser de piedras labradas, "porque si alzares herramienta sobre él, lo profanarás. No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra junto a él." (Éxodo 20: 24-26). La obra y el orden del hombre quedan prohibidos. De este modo, en la adoración todo debe ser según Dios; y si hay la introducción de siquiera la más mínima cosa para la hermosura, o conveniencia, dicha adoración es profanada, y se descubre la desnudez del hombre. Cuán celosos, por tanto, han de ser los Cristianos contra la admisión en la adoración de alguna cosa que no tenga el sello de la autoridad de la Palabra de Dios.   

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2012.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Sinai (Exodus 19, 20) , by Edward Dennett
Traducido con permiso

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