SINAÍ
Éxodo 19 y 20
Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
BTX
= Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
TA
= Biblia Torres Amat.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Una
nueva dispensación es inaugurada en estos capítulos. Hasta el final del
capítulo 18, tal como antes se indicó, reinó la gracia, y por lo tanto
caracterizó todos los tratos de Dios con Su pueblo; pero desde este punto ellos
fueron colocados, con el propio consentimiento de ellos, bajo las rígidas
demandas de la ley. Sinaí es la expresión de esta dispensación, y está asociada
así con ella para siempre. El apóstol lo contrasta con Sion como la sede de la gracia real, cuando
dice, al escribir a
los Hebreos: "Porque
no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la
oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz
que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más,… sino que
os habéis acercado al monte de Sion." (Hebreos
12: 18-22). Él muestra que Sinaí ya había fenecido entonces, y había sido
sucedido por otra dispensación cuya expresión era el monte de Sion. Nuestro
capítulo trata de lo anterior. En cuanto al tiempo y lugar, ambos están
señalados claramente. "En el mes tercero de la salida de los hijos de
Israel de la tierra de Egipto, en el mismo día llegaron al desierto de Sinaí.
Habían salido de Refidim, y llegaron al desierto de Sinaí, y acamparon en el
desierto; y acampó allí Israel delante del monte." (Éxodo 19: 1, 2).
Jehová cumplió así la palabra que dio a Moisés: "Ciertamente yo estaré
contigo, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta:
cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte."
(Éxodo 3:12 – LBLA). Ellos debían celebrar fiesta a Jehová (véase Éxodo 5:1;
Éxodo 10:9); y podrían haber hecho solamente eso si ellos mismos se hubiesen
conocido, y hubiesen conocido también el corazón de Jehová. Pero estaban a
punto de ser probados de una nueva forma. La gracia ya los había buscado, y no
descubrió otra cosa sino la desobediencia, la rebelión, y el pecado; e iban a
ser probados ahora mediante la ley. Este ha sido el objeto de Dios en todas Sus
dispensaciones — probar, y mediante ello revelar, lo que el hombre es; pero,
bendito sea Su nombre, si Él ha desvelado la incurable corrupción de nuestra
naturaleza, ha revelado, a la vez, lo que Él es — siendo cada revelación de Él
mismo según el carácter de la relación en la que Él entraba con Su pueblo. Enseñó,
de ese modo, que si el hombre estaba completamente arruinado y perdido, el
socorro y la salvación habían de ser hallados en Él, y sólo en Él. La dación de
la ley desde el monte Sinaí tiene, por esta razón, una importancia e interés
peculiares. Todas sus circunstancias, por tanto, son dignas de nuestra
atención.
"Y Moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte,
diciendo: Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel:
Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de
águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los
pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de
sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de
Israel.
"Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y
expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado.
Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho,
haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo. Entonces Jehová
dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo
oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y
Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová." (Éxodo 19: 3-9).
Hay dos cosas en el mensaje que Jehová encomendó a Moisés que
llevase al pueblo. Primero, les recuerda lo que Él había hecho por ellos, y de
una manera que debía haberles enseñado su total impotencia, y que todos sus
recursos estaban en Dios. "Vosotros visteis", Él dice, "lo que
hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí."
Los había librado de Faraón, le destruyó a él y a sus ejércitos; había tomado a
Su pueblo mediante Su poder, los había traído a Él, y les había dado un lugar
de cercanía y de relación. Había hecho todo para ellos, y Él apela al propio
conocimiento de ellos como prueba de ello; y una apelación tal fue calculada
para tocar sus corazones con gratitud, ya que recordaba a sus mentes la fuente
de toda la bendición que gozaban ahora. Luego, en segundo lugar, Él hace una
propuesta. "Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto,
vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda
la tierra", etc. (Éxodo 19:5). El sentido de esta propuesta debe ser
señalado claramente. Dios había redimido a Israel mediante Su poder: en la
prosecución de Sus propósitos de gracia y amor, Él había hecho de ellos Su
propio pueblo, y se había comprometido a llevarles a una tierra que fluye leche
y miel (Éxodo 3: 7, 8); y todo esto se fundamentó en la pura gracia de Su
propio corazón, y no se rigió por condición alguna del pueblo, en absoluto. Les
recuerda esto al señalarles la obra que Él había obrado a favor de ellos. Pero
ahora, para probarles, Él dice, «Yo
haré que vuestra posición y vuestra bendición dependan de vuestra obediencia.
Hasta aquí, he hecho todo por vosotros; pero me propongo ahora hacer que la
continuación de Mi favor dependa de vuestras propias obras. ¿Estáis dispuestos
a prometer obediencia absoluta a Mi palabra y a Mi pacto en estos términos?» Esta fue, en esencia, la propuesta
que se le encargó a Moisés que
llevase a los hijos de Israel.
Y Moisés cumplió fielmente su misión. "Llamó a los ancianos
del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le
había mandado." (Éxodo 19:7). Ciertamente, semejante mensaje produciría
profundos ejercicios de corazón. Se podía esperar, a lo menos, que ellos
necesitasen tiempo para considerarla en todo su significado. No podían haber
olvidado que, aun en el corto período de tres meses que habían transcurrido
desde que habían cruzado el Mar Rojo, ellos ya habían pecado una y otra vez;
que cada nueva dificultad no había hecho más que dar testimonio del fracaso y
pecado de ellos. Si, por tanto, hubiesen repasado su pasada experiencia,
habrían visto que si aceptaban estos nuevos términos, todo estaría perdido.
Ciertamente habrían dicho unos a otros, «Hemos
desobedecido una y otra vez, y tememos que lo mismo pueda suceder nuevamente, y
entonces perdemos todo. No; debemos lanzarnos incondicionalmente sobre aquella
misma gracia que nos ha salvado, guiado, y preservado, en nuestra travesía a
través del desierto. Si la gracia no sigue reinando, somos un pueblo perdido.»
Lejos de esto, no obstante, ellos aceptan instantáneamente la condición
propuesta, y dijeron, "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos."
(versículo 8). Sus pasadas experiencias habían sido en vano. Pusieron así de
manifiesto la más completa ignorancia, tanto del carácter de Dios como de sus
propios corazones. Fue, en efecto, un error muy fatal. En lugar de asirse con
tenacidad, a causa del sentido de su propia impotencia, a lo que Dios era para con
ellos, lo cual es gracia,
ellos ofrecieron neciamente hacer que todo dependiese de lo que ellos podían hacer
para Dios, lo cual es el
principio de la ley. Es siempre lo mismo. El hombre, en su locura y
ceguera, procura siempre obtener bendición sobre el terreno de sus propias
obras, y rechaza una salvación que se le ofrece en pura gracia; ya que no está
dispuesto a ser nada, y la gracia hace que Dios sea todo, y que el hombre sea
nada. De ahí que aquel curso hiera la soberbia y la presunción del pecador, y
provoque, mediante ello, la resistencia de su depravado corazón.
Moisés llevó el mensaje del pueblo, y Jehová se prepara para
establecer Su nueva relación con Su pueblo sobre el terreno de la ley. Antes
que nada, Él coloca a Moisés en el lugar de un mediador. "He aquí, yo
vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo
contigo, y también para que te crean para siempre." (Éxodo 19:9). Le da
una posición que el pueblo debía verse obligado a reconocer. Después de esto,
se da instrucciones para el pueblo en relación con la promulgación del código
mediante el cual ellos iban a ser gobernados, y que establecen el estándar de
las demandas de Dios. Todo lo ordenado denotaba el cambio de dispensación. Anteriormente,
ellos tuvieron que ver con un Dios de gracia; ahora, tienen que ver con un Dios
de justicia. Esto necesitó una distancia de parte de Dios (ya que Él tuvo que
ver con pecadores), y separación y limpieza por parte del pueblo. Lo primero
fue significado por la "nube espesa", en la cual Él dijo que vendría
a Moisés, y lo segundo por las varias prescripciones para el pueblo.
"Y Moisés refirió las palabras del pueblo al Señor; quien le
dijo: Vuelve al pueblo, y haz que todos se purifiquen entre hoy y mañana, y
laven sus vestidos, y estén preparados para el día tercero; porque en el día
tercero descenderá el Señor a vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí.
Pero tú has de señalar límites al pueblo en el circuito, y decirles: Guardaos
de subir al monte, ni os acerquéis alrededor de él. Todo el que se llegare al
monte, morirá sin remisión. No le ha de tocar mano de hombre alguno, sino que
ha de morir apedreado o asaetado; ya fuere bestia, ya hombre, perderá la vida.
Mas cuando comenzare a sonar la bocina, salgan entonces hacia el monte.
"Bajó, pues, Moisés del monte, y llegando al pueblo le
purificó; y después que lavaron sus vestidos, les dijo: Estad apercibidos para
el día tercero, y no os lleguéis a vuestras mujeres." (Éxodo 19: 10-15; TA).
De este modo, el pueblo debía ser 'santificado' por dos días. El
significado que debe ser unido a este término es determinado siempre por la
relación en la cual se encuentra. Aquí significará la separación del pueblo —
el hecho de apartarles para Dios sobre el terreno de la obediencia por ellos
prometida. Esto implicaría, indudablemente, su separación externamente de todo
lo que no conviene a la presencia de un Dios santo. Debían, asimismo, lavar sus
vestidos. Todo, se observará, tiene que ser hecho ahora desde el lado de ellos.
Moisés debía santificarlos y ellos debían lavar sus vestidos; por el momento se
comprometieron a obedecer, como condición de la bendición, ellos, en realidad,
aceptaron la responsabilidad de adecuarse para la presencia de Dios. Adquirieron
así, sin duda, una especie de calificación ceremonial para ir al encuentro de
Dios, pero la distancia misma a la que fueron mantenidos, demostró de inmediato
cuán inadecuados fueron sus esfuerzos. Ellos podrían haber lavados sus vestidos
tan escrupulosamente como jamás lo habían hecho, y hacerlos tan limpios que
ningún ojo humano podía detectar una contaminación, pero la pregunta para sus
conciencias, si sólo hubiesen comprendido, era, ¿Podían limpiarse ellos de tal
modo como para ser capaces de soportar la inspección de un Dios santo? Dejemos
que Job responda la pregunta. "Si", él dice, "me lavara con
nieve y limpiara mis manos con lejía, aun así me hundirías en la fosa, y mis
propios vestidos me aborrecerían." (Job 9: 30, 31 – LBLA). El propio Señor
lo ha respondido para nosotros. Hablando a Israel, por medio del profeta, Él
dice, "Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de
tu pecado permanecerá aún delante de mí." (Jeremías 2:22). EL HOMBRE NO SE
PUEDE LIMPIAR A SÍ MISMO PARA DIOS. Esta es la lección de toda la Escritura.
Se responderá, ¿entonces por qué Jehová dio estos mandamientos a
Israel? Por la misma razón que les dio la ley para demostrar lo que había en
sus corazones, para sacar plenamente a la vista lo que estaba allí al acecho,
para exponer verdaderamente la corrupción de la naturaleza de ellos, y mediante
ello, enseñarles su condición arruinada y culpable. En cierto modo, ellos
aprendieron la futilidad de sus esfuerzos propios; ya que pese a todos su
'santificarse' y 'lavarse' no pudieron acercarse a Dios, y se aterrorizaron
ante Su voz. Es así a menudo en la experiencia de los pecadores. Despertados a
un cierto sentido de su condición, ellos comienzan a tratar de mejorarse a sí
mismos, a purificar sus corazones, y a calificarse ellos mismos de este modo
para el favor de Dios. Pero pronto descubren que el único efecto de todos sus
esfuerzos es traer a la luz su propio pecado y su propia vileza. O si logran
tejer un manto de justicia propia, y ocultar en ella así, por un tiempo, sus
deformidades, en el momento en que son llevados a la presencia de Dios, el
manto mismo aparece en la luz de Su santidad como nada más que trapos de
inmundicia. El hombre, de hecho, es totalmente impotente, y hasta que aprenda
esto, jamás puede entender que la única manera de limpiar sus vestidos de toda falta
y mancha — tan blancos como para satisfacer aun las demandas de la santidad de
Dios — es en la sangre del Cordero. (Véase Apocalipsis 1:5; Apocalipsis 7:14).
El pueblo fue, entonces, santificado, y ellos lavaron sus
vestidos, y ayunaron en preparación para el "día tercero". El día
tercero es, a menudo, significativo y de carácter típico; e igualmente aquí,
parecería hablar en figura de la muerte. Fue, entonces, en la mañana del día
tercero que Jehová descendió sobre el monte Sinaí, con todos los acompañamientos
de Su tremenda y terrible majestad. Hubo truenos y relámpagos —expresivos del
poder judicial, la necesaria actitud de Dios en Su santidad, al entrar en
contacto con pecadores. Hubo también una nube espesa sobre el monte (véase el
versículo 9) exponiendo Su distancia y ocultamiento. Tal como dice el Salmista,
"Nubes y oscuridad alrededor de él; Justicia y juicio son el cimiento de
su trono." (Salmo 97:2). Además, el sonido de bocina, tanto como heraldo
de la proximidad de Dios como de las convocatorias para la reunión del pueblo,
fue extremadamente fuerte. Cada posible solemnidad rodeó los pasos divinos, y
todo el pueblo que estaba en el campamento, a pesar de las preparaciones a las
que se habían sometido, se estremeció. Si habían tenido confianza en ellos
mismos anteriormente, ahora dicha confianza debía haber sido sacudida
rudamente, si no disipada; ya que si estaban preparados para ir al encuentro de
Dios, ¿por qué debían temer? ¿Acaso no iban al encuentro de Aquel que los había
tomado sobre alas de águilas, y los había traído a Él? (Éxodo 19:4) ¿No era Él
el Salvador y Señor de ellos? ¿Por qué, entonces, temblaron ante las señales de
Su presencia? Debido a que en su locura, se habían propuesto ir a Su encuentro
sobre el terreno de lo que ellos mismos eran, de sus propias acciones, en lugar
de depositarse ellos mismos sobre Su misericordia, Su gracia, y amor. ¡Error
fatal! y ahora se les hizo sentirlo. Pero la palabra de ellos fue irrevocable,
y no podían ser liberados aún de sus obligaciones. Por tanto, "Moisés sacó
al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y ellos se quedaron al
pie del monte. Y todo el monte Sinaí humeaba, porque el SEÑOR había descendido
sobre él en fuego; el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se
estremecía con violencia." (Éxodo 19: 17, 18 – LBLA). Tal como leemos en
los Salmos, "La tierra tembló; También destilaron los cielos ante la
presencia de Dios; Aquel Sinaí tembló delante de Dios, del Dios de
Israel." (Salmo 68:8). El fuego fue así la característica de la presencia
de Jehová sobre el Sinaí — fuego y humo, siendo el fuego el símbolo de Su
santidad, pero de Su santidad en el aspecto de juicio contra el pecado. "Nuestro
Dios es fuego consumidor." (Hebreos 12:29). Por eso es que al encontrarse
con Israel sobre el terreno de la ley, el fuego fue la expresión más
significativa del hecho de que la justicia y el juicio son el cimiento de Su
trono. (Salmo 97:2). Moisés, por tanto, habla de "la ley de fuego"
que salió de la diestra de Dios (Deuteronomio 33:2), "de fuego"
porque siendo 'santa, justa, y buena'
(Romanos 7:12), sólo podía juzgar y consumir a aquellos que no respondían a sus
demandas. Moisés habla de este resultado cuando dice, "con tu furor somos
consumidos, Y con tu ira somos turbados." (Salmo 90:7).
Moisés hablaba a Dios cuando el sonido de la bocina aumentaba más
y más, y "Dios le respondía en voz." (Éxodo 19:19 – VM). Luego, él
fue llamado a subir al monte, y, ¿cuál fue la naturaleza de la primera
comunicación que recibió? Ya se había establecido los límites alrededor del
monte; ya que el lugar sobre el que Dios estaba era terreno santo, y la pena de
muerte estaba unida a cualquiera, hombre o bestia, que siquiera tocase el
monte. Pero aun esto no fue suficiente. "Desciende", dijo Jehová a
Moisés, "ordena al pueblo que no traspase los límites para ver a Jehová,
porque caerá multitud de ellos." (Éxodo 19:21). Todos por igual, los
sacerdotes y el pueblo, debían ser mantenidos a distancia, exceptuados Moisés y
Aarón — no sea que Jehová irrumpa contra ellos. (versículo 24 - LBLA).
Todos estos detalles son solemnemente interesantes, al mostrar la
total incapacidad del hombre para presentarse por sus propios méritos delante
de Dios, y al enseñar, a la vez, que si un pecador se atreve a venir sobre
semejante fundamento a estar en contacto con Él, ello sólo puede ser para su
propia destrucción. Además Dios, aparte de la expiación, no puede ir al
encuentro del pecador sobre el terreno de la justicia sin destruirle. ¿Cuándo
aprenderán los hombres que existe, y debe existir para siempre, el antagonismo
más irreconciliable entre la santidad y el pecado; que Dios debe estar contra
el pecador, a menos que las demandas de Su santidad sean satisfechas; y que
esas demandas jamás pueden ser satisfechas excepto en la muerte del Señor
Jesucristo? En esta luz, se trata de una escena conmovedora. Dios, en toda la tremenda
majestad de Su santidad sobre el Sinaí; el pueblo en toda su distancia y
culpabilidad, estremeciéndose ante lo que veían y oían, aislados del monte,
pero sacados del campamento para ir al encuentro de Dios, y para recibir las
demandas de Su ley justa que ellos se habían comprometido a obedecer.
"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová
tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No
tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo
en la
tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las
honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de
los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me
aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis
mandamientos.
No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por
inocente Jehová al que tomare su nombre en vano.
Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es
reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu
hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra,
el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por
tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó.
"Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen
en la tierra que Jehová tu Dios te da.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No hurtarás.
No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.
No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de
tu prójimo." (Éxodo 20: 1-17).
Hay varios puntos en relación con la dación de la ley que demandan
una atención clara y especial. El primero es la naturaleza de la propia ley.
Los mandamientos son diez en número, y se basan en, o más bien emanan de, la
relación en la que Dios había entrado con Su pueblo en la redención. "Yo
soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre."
Considerando los mandamientos en su conjunto, se verá que los primeros cuatro
se relacionan con Dios, y los seis últimos con el hombre; es decir, definen la
responsabilidad hacia Dios y hacia el hombre. Por eso fueron resumidos por
nuestro bendito Señor, al responder a la pregunta, "¿Cuál es el gran
mandamiento en la ley?", tal como sigue a continuación: "Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este
es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu
prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los
profetas." (Mateo 22: 35-40; véase Deuteronomio 10:12; y Levítico 19:18).
Amor a Dios — perfecto amor a Dios, perfecto según la capacidad de ellos — y
amor a su prójimo, según el estándar del amor a uno mismo, fueron así impuestos
a Israel.
Pero observen que en los detalles de los mandamientos la
característica es la prohibición. "NO…." — si exceptuamos el cuarto,
e incluso en que 'guardar el día de reposo' significa abstinencia de toda obra
— es la esencia del todo. Este hecho tiene una importante relación con el
segundo punto a ser considerado — el objeto
de la ley. Estos diez mandamientos, entonces, eran el estándar de las
demandas de Dios para con Israel. Ellos, voluntariamente, habían comprometido
obediencia a Su voz, y guardar Su pacto como la condición de bendición. En
respuesta a esto, Jehová reveló por medio de Moisés lo que Él demandaba. Se erigió,
por tanto, un estándar mediante el cual se podía comprobar fácilmente, aun por
ellos mismos, si eran o no obedientes a la Palabra de Dios. Mediante estos
mandamientos, por tanto, Él vino para probarles, para que Su temor estuviera
delante de ellos, para que no pecasen. (Éxodo 20:20). Pero Él sabía lo que
había en sus corazones, aunque ellos mismos lo ignorasen, y por eso es que la
dación de la ley tuvo realmente por objeto exponer a la luz lo que había en los
corazones de Su pueblo. Esta es la causa de la forma prohibitiva del
mandamiento. Ya que, ¿por qué razón se tuvo que decir, "No matarás",
"No cometerás adulterio", "No hurtarás", "No
codiciarás", a menos que la tendencia de todas estas formas de pecado se
hallaran dentro de ellos? El apóstol Pablo explica esto en Romanos 7. "No
conocí el pecado sino por medio de la Ley, y ciertamente no habría conocido la
codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Y el pecado, aprovechando la
ocasión por medio del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia; pero
sin la Ley el pecado está muerto." (Romanos 7: 7, 8 – BTX). La codicia
estaba en el corazón antes que la ley viniera, pero al no estar prohibida, él no
podía conocerla como codicia; pero en el momento que el mandamiento dijo,
"No codiciarás", brotó a la luz, y la oposición del corazón a Dios se
hizo manifiesta. Por consiguiente, la ley se introdujo, como dice el apóstol en
otra parte, "para que abundara la transgresión" (Romanos 5:20 – LBLA);
es decir, para dar a conocer las transgresiones. Ellas se cometían antes; pero
no fueron vistas como transgresiones hasta que fueron prohibidas. Entonces, la
naturaleza de ellas ya no podía ser ocultada, y todos podrían comprender que
eran transgresiones a la ley de Dios.
Este punto es de suma importancia, ya que se sostiene aun ahora,
aunque el evangelio de la gracia de Dios es plenamente revelado y ampliamente
proclamado, que la obediencia a la ley es la forma de vida. Cuantos miles de
personas, en efecto, son engañadas por esta trampa fatal. Que tales personas ponderen
las palabras del apóstol, "Si se hubiera dado una ley capaz de impartir vida,
entonces la justicia ciertamente hubiera
dependido de la ley." (Gálatas 3:21 - LBLA). Es cierto que se dijo, "guardaréis
mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre, vivirá en
ellos." (Levítico 18:5); pero ¿cómo podrían los pecadores, por naturaleza
y por práctica, guardar los mandamientos de Dios? Oigan, de hecho, los
razonamientos del Espíritu Santo, a través de Pablo, sobre este asunto:
"Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo
maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas
las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno
se justifica para con Dios, es evidente,
porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que
hiciere estas cosas vivirá por ellas." (Gálatas 3: 10-12). Esto elimina
toda dificultad, y establece, más allá de toda duda, el verdadero objeto de la
ley, que era, como hemos dicho, erigir un estándar de las demandas de Dios,
para hacer que el hombre quedase convicto de pecado. La ley se introdujo para
que abundase la transgresión. Y la ley puede ser usada ahora de manera muy bendecida
para el mismo propósito. Si se encontrase un hombre, fuerte en la confianza de
su justicia propia, él puede ser sondeado y probado por ella: se le puede
preguntar si ama a Dios con todo su corazón, y a su prójimo como a sí mismo, y
de ese modo el carácter engañoso de sus propias obras es expuesto.
Si se comprende este punto, y si hay una sujeción sencilla a la
Palabra de Dios, no habrá dificultad alguna en aprender que la ley no es dada
como una revelación plena de la mente y el corazón de Dios. La manera en que a
menudo se habla de ella conduce a las almas a suponer que no puede haber una
revelación ulterior y más plena. Pero si ello es así, ¿dónde, como otro ha
preguntado, hallaremos Su misericordia, Su compasión y amor? No; "la ley a
la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno" (Romanos 7:12);
ya que es una revelación de Dios, tal como debe ser necesariamente cada palabra
y acto Suyo, pero sostener que ella es una revelación plena y perfecta es
ignorar la necesidad de la expiación, es ser ciego ante el verdadero carácter
de la persona y obra de nuestro bendito Señor y Salvador — en una palabra, es
olvidar la diferencia entre el Sinaí y el Calvario. Hasta la cruz, fue
imposible que Dios pudiera revelarse de manera perfecta. Pero una vez que la
obra llevada a cabo se completó, el velo del templo se rasgó de arriba abajo —
para dar a entender que Dios era libre ahora — libre en justicia — para salir a
encontrar al pecador en gracia, y que el pecador, que creía Su testimonio
rendido a la eficacia de la sangre de Cristo, podía entrar libremente a la
presencia inmediata de Dios. La ley revela Su carácter justo, y por
consiguiente, Sus demandas requeridas a Israel; pero Dios mismo moraba aún en
la densa nube — no revelado.
Aún otro punto requiere atención al pasar por él. Aceptando que la
ley no es el medio de vida, se dice a veces, «¿No obstante, acaso no es la norma de
conducta Cristiana?» Considérenla
bien, y pregunten luego si es esto posible. Tomen por ejemplo las prohibiciones
en cuanto al prójimo de uno. ¿Se satisfaría Dios con un Cristiano que se
abstuviera de los pecados especificados allí? No, mas bien, ¿se satisfaría un
Cristiano en el hecho que al abstenerse de estas cosas él respondiese al
pensamiento de Dios en cuando a su andar? Supongan ahora que incluso él amase a
su prójimo como a sí mismo, ¿se elevaría esto a la altura del ejemplo de
Cristo? ¿Qué dice el apóstol Juan? "En esto hemos conocido el amor, en que
él puso su vida por nosotros." Por eso el apóstol agrega, "también
nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos." (1ª. Juan 3:16).
Hacer esto sería, ciertamente, amar a los hermanos más que a nosotros mismos —
trascendiendo maravillosamente, por tanto, el alcance de la ley. La verdad es,
tal como Pablo nos ha enseñado, que "habéis muerto a la ley mediante el cuerpo
de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de
que llevemos fruto para Dios." (Romanos 7:4). La ley era una norma para
Israel; pero Cristo, y Cristo solo, es el estándar del creyente. "El que
dice que permanece en él, debe andar como él anduvo." (1ª. Juan 2:6). Es,
por tanto, un estándar infinitamente más elevado, implicando una
responsabilidad mucho mayor que la de la ley. De hecho, esta aseveración de que
aún estamos bajo la ley, a pesar de la declaración "no
estáis bajo la ley, sino bajo la gracia" (Romanos 6:14), brota de la
ignorancia acerca de lo que es la redención. Cuando se ve que los creyentes son
sacados de su antigua condición por medio de la muerte y resurrección de
Cristo, y que tienen un lugar y una posición completamente nuevos; que no están
en la carne sino en el Espíritu (Romanos 8:9), se percibe fácilmente que ellos
pertenecen a una esfera en la cual la ley no puede entrar; y que como Cristo es
el único objeto de sus almas, de la misma manera la expresión de Cristo en su
andar y en su conducta, mientras pasan por esta escena, es la única
responsabilidad de ellos. Recomendamos estos puntos a la cuidadosa atención de
cada hijo de Dios.
El
resultado de la dación de la ley es visto ahora. Tal como en el capítulo
anterior, el pueblo está aterrorizado, y "se mantuvieron a distancia."
(Éxodo 20:18 – LBLA). Podían haber aprendido así que los pecadores no pueden
estar en la presencia de Dios. "Y dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros,
y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos."
(versículo 19). Una triste confesión de lo que ellos eran, y una indicación
significativa de aquello en lo cual redundaría su obediencia prometida. ¡Ah! si
el pecador aprendiese solamente la lección de que si Dios habla con él cuando
está en su pecado ¡él debe morir! Porque la santidad y el pecado no pueden
coexistir, y si se pusieran en contacto, aparte de la expiación, no podría
haber sino un sólo resultado. Estos temblorosos hijos de Israel, por tanto, no
hacen más que expresar la sencilla verdad. Dios se había acercado en Su
santidad, y retroceden temerosos de Su presencia, para no morir; y mediante
ello proclamaron que eran pecadores en su culpabilidad, y como tales, incapaces
de escuchar Su voz. Acto seguido, Moisés les exhortó a no temer, diciéndoles
que Dios venía a probarlos, y para que Su temor permaneciera en ellos para que
no pecasen. ("Y respondió Moisés al pueblo: No temáis, porque Dios ha
venido para poneros a prueba, y para que su temor permanezca en vosotros, y
para que no pequéis." Éxodo 20:20 – LBLA). El camino, de hecho, fue
señalado claramente para ellos en los diez mandamientos, y pronto se vería si
andarían en él o no. La posición es mostrada claramente ahora. El pueblo está a
distancia, verdadera y moralmente. Dios estaba en la nube espesa, significativa
del hecho de que Él debía permanecer oculto mientras estaba sobre el terreno de
la ley. Moisés ocupa, en la elección y la gracia de Dios, el lugar de mediador.
Se puede acercar así a la densa nube donde Dios estaba. Él es así un tipo del
"solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre." (1ª.
Timoteo 2:5).
El
capítulo concluye con instrucciones concernientes a la adoración. Ya que tan
pronto como la relación formal entre Dios y Su pueblo es establecida, aunque sea
sobre el terreno de la ley, se debe hacer provisión para la adoración. Sólo
tres cosas es necesario observar con relación a esto. Primero, que no podía
haber acercamiento a Dios excepto a través de sacrificios. En segundo lugar, Él
podía venir y bendecirles en todos los lugares donde Él hiciera estar la
memoria de Su nombre — pese a lo que ellos eran, sobre el terreno del olor
grato de sus ofrendas. [*]
[*] La ofrenda por
el pecado no había sido prescrita aún. Estas, por tanto, eran todas ofrendas de
olor grato.
En tercer lugar, se
especifica el
carácter del altar. Podía ser un altar de tierra. Si era de piedras, no debía
ser de piedras labradas, "porque si alzares herramienta sobre él, lo
profanarás. No subirás por gradas a mi altar, para que tu desnudez no se descubra
junto a él." (Éxodo 20: 24-26). La obra y el orden del hombre quedan prohibidos.
De este modo, en la adoración todo debe ser según Dios; y si hay la
introducción de siquiera la más mínima cosa para la hermosura, o conveniencia,
dicha adoración es profanada, y se descubre la desnudez del hombre. Cuán
celosos, por tanto, han de ser los Cristianos contra la admisión en la
adoración de alguna cosa que no tenga el sello de la autoridad de la Palabra de
Dios.
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Sinai (Exodus 19,
20) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
|
|