EL
NACIMIENTO DE MOISÉS
Éxodo 2
Enseñanzas Típicas del Libro
del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
Este capítulo, pleno de interés, se hace más
atractivo para la mente espiritual mediante el comentario divino que es
presentado en Hebreos 11 acerca de sus principales incidencias. Aquí, en el
libro del Éxodo, es un registro sencillo del ayudante humano de las acciones
registradas; allí en Hebreos 11 es, más bien, el aspecto divino, o la
estimación que Dios formó de las acciones de Su pueblo. Por lo tanto, es sólo
mediante la combinación de estos dos aspectos que nosotros podemos espigar la
enseñanza que nos es proporcionada de este modo. Así como en el caso del nacimiento
de nuestro bendito Señor en Belén, así también aquí, poco comprendieron los
padres, o el mundo alrededor, el significado del nacimiento del hijo de Amram y
Jocabed. Dios obra siempre de este modo, colocando silenciosamente el
fundamento de Sus propósitos, y preparando a Sus instrumentos hasta que el
momento, determinado anteriormente, llega para la acción, y entonces Él pone al
descubierto Su brazo en la exhibición de Su presencia y Su poder ante el mundo.
Pero debemos trazar los acontecimientos del capítulo.
"Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la
que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo
escondido tres meses." (Éxodo 2: 1 y 2). ¡Qué sencillamente hermoso es
esta escena natural! ¡Y qué bien pueden entrar nuestros corazones en los
sentimientos de esta madre Judía! El rey había ordenado que todo hijo que
naciera fuese echado al río (Éxodo 1:22); pero, ¿qué madre consentiría entregar
su hijo a la muerte? Todos los afectos de su corazón se rebelarían a causa de
ello. Pero, ¡cuán lamentable! existía el decreto inexorable de este rey
déspota; ¿y cómo podía ella, una pobre, débil mujer, y una mujer débil de una
raza despreciada, resistir la voluntad de un monarca absoluto? Vamos al
comentario inspirado en el Nuevo Testamento: "Por la fe Moisés, cuando
nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño
hermoso, y no temieron el decreto del rey." (Hebreos 11:23). Es cierto,
ellos debían obediencia a su soberano terrenal, pero también debían obediencia
al Señor de señores y, confiando en Él, fueron elevados sobre todo temor del
mandato del rey, y escondieron a su hijo – el hijo que Dios les había dado –
por tres meses. Ellos contaban con Dios, y no fueron confundidos; ya que Él jamás
deja o desampara a quienes ponen su confianza en Él. Esta es una acción de fe
muy bienaventurada, y en una manera doble. Al igual que Sadrac, Mesac, y Abed-nego
en una época posterior, ellos creyeron que el Dios al cual servían podía
librarles de la mano del rey (Daniel 3: 16 y 17). Los gobernantes de este mundo
son impotentes en la presencia de aquellos que están unidos con Dios mediante
el ejercicio de la fe.
Llegó el tiempo, sin embargo, cuando este
"niño hermoso" ya no pudo ser escondido por más tiempo (Éxodo 2:3);
mostrando el incremento de la vigilancia del enemigo de Dios y de Su pueblo.
Pero la fe jamás carece de recursos. Encontramos, por consiguiente, que la
madre "tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y
colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río. Y una
hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería."
(versículos 3 y 4). Tal como con Isaac y Samuel, igualmente con Moisés, la
muerte debe ser conocida, a lo menos en figura, por los padres, tanto para
ellos mismos como para su hijo antes de que él pueda llegar a ser un
instrumento al servicio de Dios. No es poco notable, en relación con esto, que
la palabra usada aquí para mencionar el arquilla no se encuentra en ninguna
otra parte de las Escrituras, excepto para el arca en la que Noé y su casa
fueron llevados a través del diluvio. Hay otra semejanza. El arca de Noé fue
calafateada con brea por dentro y por fuera. Jocabed calafateó esta arquilla
con asfalto y brea. Noé actuó bajo instrucción divina, y de ahí que la palabra
usada allí para "brea" signifique también "rescate" (Éxodo
30:12; Job 33:24 (donde
la versión Reina-Valera 1960 traduce
"redención" pero que la mayoría de las versiones en Español traducen
"rescate" – N. del T.), etc.), anunciando
la verdad de que se debe encontrar un rescate para
liberar de las aguas del juicio; pero esta madre Hebrea usó brea de otro tipo y,
por tanto, no conocía toda la verdad. Aun así, ella confesó así la necesidad de
redención, su fe lo reconocía, y de este modo su arquilla de juncos,
conteniendo su preciosa carga, flotó a buen recaudo entre el carrizal sobre
este rio de muerte. Podía existir carencia de inteligencia divina, pero hubo fe
verdadera, y esta encuentra siempre una respuesta en el corazón de Dios. Observen,
también, que la hermana, y no la madre, atisba el asunto. Esto podría
explicarse fácilmente por motivos humanos, pero, ¿hay otra solución? La madre
creía, y podía, por consiguiente, reposar en paz, aunque el niño, más querido
para ella que la vida misma, era expuesto sobre el rio. De manera parecida,
María, la hermana de Lázaro, no se encuentra ante el sepulcro en el que yacía el
Señor de gloria, porque ella había entrado en el misterio de Su muerte (Juan
12:7).
Pasamos a considerar ahora la acción de Dios en
respuesta a la fe de Su pueblo. "Y la hija de Faraón descendió a lavarse
al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla
en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase," etc. (Éxodo 2:5).
Es sobremanera hermoso e instructivo ver a Dios detrás de la escena arreglando
todo para Su propia gloria. La hija de Faraón estaba actuando a partir de su
propia inclinación, y para su propio agrado, y no sabía que era un instrumento
de la voluntad divina. Pero todas las cosas – su descenso al rio para bañarse,
el momento en que lo hizo – todo fue según el propósito de Dios con respecto al
niño que había de ser el libertador de Su pueblo. Por consiguiente, ella vio la
arquilla, la tomó, la abrió, y vio el niño; "y he aquí que el niño lloraba."
(versículo 6). Incluso las lágrimas del niño tenían su objetivo, y no fueron
derramadas en vano; ellas excitaron la compasión de esta mujer real, tal como
dijo, comprendiendo el secreto, "De los niños de los hebreos es éste."
(versículo 6). La hermana que había estado velando ansiosamente para ver qué
iba a acontecer a su hermano menor, recibe la palabra de sabiduría en esta coyuntura
crítica, y dijo, "¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te
críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Vé. Entonces fue la doncella, y
llamó a la madre del niño." (versículos 7 y 8). El niño Moisés, que había
estado expuesto sobre el rio a consecuencia del decreto del rey de Egipto, es
restituido así a su madre bajo la protección de la hija de Faraón. Y permaneció
allí hasta que hubo crecido, y luego Jocabed "lo trajo a la hija de
Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de
las aguas lo saqué." (versículo 10). Su mismo nombre declarará el poder de
Aquel que le había salvado de la muerte, le había sacado de las aguas del
juicio en Su gracia y amor soberanos. Así, el hombre escogido por Dios, aquel a
quien Él había señalado como Su instrumento escogido para la liberación de Su
pueblo, y para convertirse en el mediador de Su pacto con ellos, encuentra
refugio bajo el techo de Faraón. Durante
este período llegó a ser "enseñado Moisés en toda la sabiduría de los
egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras." (Hechos 7:22).
Otra época de su vida se nos presenta ahora.
Cuarenta años habían pasado antes que ocurriera el incidente que es descrito en
los versículos 11 y siguientes. "En aquellos días sucedió que crecido ya
Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un
egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas
partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la
arena. Al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían; entonces dijo al
que maltrataba al otro: ¿Por qué golpeas a tu prójimo? Y él respondió: ¿Quién
te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como
mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha
sido descubierto. Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés;
pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián."
(versículos 11 al 15; véase también Hechos 7:23). Cuando leemos esta narración,
se podría suponer que el acto de Moisés, al matar al Egipcio, no fue nada más
allá que el impulso de un corazón generoso, sintiendo la injusticia que era
hecha, e interfiriendo para vengarla. Pero, ¿cuál es la interpretación del
Espíritu Santo acerca de este hecho? "Por la fe Moisés, cuando era ya
grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser
maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del
pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros
de Egipto; porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de
Egipto sin temer la ira del rey, porque se mantuvo firme como viendo al
Invisible." (Hebreos 11: 24 al 27 - LBLA).
Debemos, no obstante, guardarnos cuidadosamente
de concluir que el Espíritu de Dios aprueba
todo lo que la narración registra en Éxodo. Moisés actuó, sin duda, en la
energía de la carne; pero aunque no había aprendido aún su propia
insignificancia e incompetencia, aun así deseó actuar por Dios. Está claro que
hubo fracaso; pero fue el fracaso de un hombre de fe, cuyas acciones eran
preciosas ante los ojos de Dios, debido a que él estaba habilitado, en el
ejercicio de la fe, para rehusar todo lo que pudiese haber tentado al hombre
natural, y para identificarse él mismo con los intereses del pueblo de Dios. Pero
este pasaje en su vida requiere una atención más particular. En primer lugar,
entonces, fue por fe que él rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón. ¿Qué otra
cosa, efectivamente, podía haber llevado a la renunciación de tal espléndida
posición? Además, podría haber aducido, él había sido colocado en ella mediante
una providencia muy singular y sorprendente. ¿No podría ser, por lo tanto, que
él habría de ocuparla, y utilizar la influencia relacionada con ella, a favor
de sus hermanos oprimidos? Bueno, él podría tener éxito al asegurar toda la
influencia de la corte a favor de su nación; ¿huir ante la Providencia no
sería, entonces, abandonar semejante terreno ventajoso? Pero la Providencia,
como se ha hecho notar a menudo, es nuestra guía a la fe. La fe trata con cosas
que no se ven, y de ahí que rara vez concuerda con las conclusiones que se
deducen de acontecimientos y circunstancias providenciales. No; la influencia
del dios de este mundo (Faraón) no puede ser empleada jamás para liberar al
pueblo del Señor; y la fe jamás puede ser protegida, o puede identificarse, con
ella. La fe tiene a Dios como su objeto, y debe, por tanto, identificarse con
lo que pertenece a Dios, y debe estar en antagonismo con todo lo que es opuesto
a Dios. Como otra persona ha dicho, «Cuántas razones podrían haber
inducido a Moisés a permanecer en la posición donde estaba, y esto aun bajo el
pretexto de ser capaz de hacer más
por el pueblo; pero esto habría sido apoyarse en el poder del Faraón, en lugar
de reconocer el vínculo entre el pueblo y Dios: ello habría dado como resultado
un alivio que el mundo habría concedido, pero no en una liberación hecha por Dios,
llevada a cabo en Su amor y en Su poder.
Moisés se habría evitado mucha aflicción, pero habría perdido su gloria verdadera;
Faraón habría sido adulado, y su
autoridad sobre el pueblo de Dios habría sido reconocida; e Israel habría
permanecido en cautividad, apoyándose en Faraón, en lugar de reconocer a Dios
en la preciosa e incluso gloriosa relación de Su pueblo con Él. Dios no habría
sido glorificado; sin embargo todo razonamiento humano, y todo razonamiento
relacionado con los modos de obrar providenciales, habrían inducido a Moisés a
permanecer en su posición; la fe lo
llevó a renunciar a ella.»
Y renunciando a ella, él escogió más bien padecer aflicción con el pueblo de
Dios. La identificación con ellos tenía más atractivos para su fiel corazón que
los placeres del pecado; ya que la fe ve todas las cosas en la luz de la
presencia de Dios. Sí, él se elevó aún más alto; estimó el vituperio (oprobio)
de Cristo – el vituperio que surge de la
identificación con Israel – como mayores riquezas que los tesoros de Egipto;
porque él tenía puesta la mirada en la recompensa. De este modo, la fe vive en el
futuro, así como también en lo que no
se ve. Ella es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se
ve (Hebreos 11:1); y de ahí que gobernase, controlase, el corazón y la senda de
Moisés.
Fue la fe, entonces, lo que le impulsó a actuar
cuando "salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas" (Éxodo
2:11). Y aun cuando, enardecido "al ver a uno que era maltratado, lo
defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido", él "pensaba que
sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya."
(Hechos 7: 24 y 25). Y así había de ser, pero el tiempo no había llegado aún,
ni tampoco Dios podía usar aún a Moisés – por muy preciosa que fuera su fe ante
Sus ojos. Así como Pedro tuvo que aprender que no podía seguir a Cristo en la
energía de la naturaleza, independientemente de los afectos de su corazón (Juan
13:36), así Moisés tuvo que ser enseñado acerca de que no se podía emplear
ningún arma en la liberación de Israel excepto el poder de Dios. Cuando, por
tanto, él salió el segundo día, y viendo a dos Hebreos que reñían procuró
reconciliarles, él es recriminado por haber muerto al Egipcio, y es rechazado
(Éxodo 2: 13 y 14). También Faraón oyó lo que había hecho, y procuró matarle. De
este modo, él es rechazado por sus hermanos, y perseguido por el mundo.
Desde este punto, él llega a ser un tipo de
Cristo en su rechazo; ya que él es rechazado por el pueblo que amaba, y llega a
estar, en su huida, separado de sus hermanos. "Por la fe dejó a Egipto, no
temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible."
(Hebreos 11:27). Él, con todo, recorrió la senda de la fe, aunque esa senda le
condujo al desierto entre un pueblo extraño. Pero Dios proporcionó un hogar a
Su siervo, y una esposa en una de las hijas de Jetro (Reuel). Séfora es, de
esta manera, en figura, un tipo de la iglesia, ya que está asociada con Moisés
durante el tiempo de su rechazo por Israel. Pero el corazón de Moisés está aún
con su pueblo, y por eso a su hijo le puso por nombre Gersón; "porque
dijo: Forastero soy en tierra ajena." (Éxodo 2:22). José, por otra parte, a sus hijos pone por
nombre Manasés –
"porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi
padre." (Génesis 41:51), y Efraín – "porque dijo: Dios me hizo
fructificar en la tierra de mi aflicción." (Génesis 41:52). La comparación
es muy instructiva, y muestra en cuáles aspectos especiales José y Moisés son
tipos de Cristo. Si José nos presenta a Cristo como elevado por medio de la
muerte a la diestra del trono sobre los Gentiles, y revelándose desde allí a
Sus hermanos, y recibiéndoles, Moisés nos presenta a Cristo más exclusivamente
como el Redentor de Israel; y por eso, aunque se casa durante el tiempo de su
rechazo, y es así, de alguna manera, una figura de Cristo y la iglesia en esta
dispensación, su corazón está aún con los hijos de Israel, y, por consiguiente,
él es un forastero en tierra ajena. Los tres últimos versículos traen ante
nosotros la condición del pueblo, y revelan, a la vez, la fidelidad y la
compasión de Dios. Dichos versículos pertenecen, más bien, al capítulo
siguiente.
Edward
Dennett
Traducido
del
Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2011.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Birth of Moses
(Exodus 2), by Edward Dennett
Versión Inglesa |

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