EL
ALTAR DEL INCIENSO
Éxodo 30: 1-10
Enseñanzas Típicas del Libro
del Éxodo
Edward Dennett
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60).-
El lugar que ocupa el altar del
incienso en las instrucciones que Moisés recibió es muy instructivo. Hasta el
final de Éxodo 27, todo está dispuesto con respecto a la manifestación de Dios —los
símbolos de exhibición, tal que se los denomina a veces. Inmediatamente después,
corresponde el asunto del acercamiento a Dios; y por eso la siguiente cosa es
la designación y la consagración de los sacerdotes —teniendo sólo estos el
privilegio de entrar en el santuario. Pero antes de seguir adelante, el
holocausto continuo es presentado, como fue considerado en el capítulo
anterior; ya que hasta que el pueblo no estuviera delante de Dios en toda la
aceptación de su olor grato, y Dios mismo estuviese morando entre ellos, el
tabernáculo fuera santificado por Su gloria, y todo estuviera apartado para Él,
no podía haber aproximación —ningún acceso a Su presencia. En otras palabras,
no podía haber adoración alguna aparte del olor del sacrificio, y la presencia
de Jehová. Estando todo preparado así, siguen a continuación los símbolos de
aproximación —es decir, esos utensilios sagrados que eran usados en relación
con la entrada a la presencia del Dios; y el primero de estos es el altar de
oro —o altar del incienso.
"Harás
asimismo un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás.
Su longitud será de un codo, y su anchura de un codo; será cuadrado, y su
altura de dos codos; y sus cuernos serán parte del mismo. Y lo cubrirás de oro
puro, su cubierta, sus paredes en derredor y sus cuernos; y le harás en
derredor una cornisa de oro. Le harás también dos anillos de oro debajo de su
cornisa, a sus dos esquinas a ambos lados suyos, para meter las varas con que
será llevado. Harás las varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro. Y lo
pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del
propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y
Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las
lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda las lámparas al anochecer, quemará
el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones. No
ofreceréis sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni ofrenda; ni tampoco
derramaréis sobre él libación. Y sobre sus cuernos hará Aarón expiación una vez
en el año con la sangre del sacrificio por el pecado para expiación; una vez en
el año hará expiación sobre él por vuestras generaciones; será muy santo a
Jehová." (Éxodo 30: 1-10).
Estaba hecho de los dos materiales que
caracterizaban el arca, la mesa de los panes de la proposición, etc. —madera de
Sittim (especie de acacia) y oro. (versículos 1-5). Por tanto, el altar mismo
—aparte de su uso— era una figura de la Persona de Cristo —Cristo como Dios y
como hombre, Dios manifestado en carne. Relacionado con el altar, esto es
significativo —enseñando, tal como lo hace, que no hay acceso alguno a Dios
sino por medio de Cristo, y que Él es, en efecto, el fundamento tanto de
nuestro acercamiento como de nuestra adoración. El sacerdote (el adorador) ante
el altar no veía nada más que oro, y Dios veía sólo el oro —aquello que era
adecuado a Él, adecuado a Su naturaleza. El recuerdo de esto proporciona
libertad al inclinarse en Su presencia. Se trata, de hecho, de una maravillosa
misericordia que Cristo esté delante de los ojos de Dios, y delante de los ojos
del adorador —siendo Él mismo el lugar de encuentro entre Dios y Su pueblo, así
como también el fundamento de la aceptación de Su pueblo.
La posición de este altar es presentada en el
versículo 6. Debía ser puesto delante del velo, es decir, cerca del arca del
testimonio. El altar de bronce, tal como se ha señalado, estaba afuera, en al
atrio del tabernáculo —siendo este la primera cosa que encontraba la vista de
uno saliendo del campamento y entrando en el atrio. La lección era, que la
cuestión del pecado debe ser zanjada antes que se pudiera obtener la admisión.
El altar del incienso estaba adentro —en el lugar santo— y nadie más que los
sacerdotes tenían acceso a él. De hecho, la fuente de bronce estaba de por
medio; pero esta no es mencionada aún, debido a que el valor del sacrificio
sobre el altar de bronce lleva de inmediato (en figura) al altar de oro. El
altar de bronce probaba al hombre en cuanto a la responsabilidad; y habiendo
sido satisfechas las demandas de la justicia de Dios mediante el sacrificio, Él
podía introducir al creyente a Su presencia inmediata —le daba privilegios
sacerdotales, y por consiguiente, le daba acceso. Una vez satisfechas las
demandas del altar de bronce, nada podía impedir la entrada del adorador al
altar de oro. Su derecho era perfecto. Esto se ve en la epístola a los Hebreos.
La sangre que fue derramada en la cruz da libertad de entrada al Lugar
Santísimo (Véase Hebreos 10. Existe, por tanto, la conexión más íntima entre
los dos altares.
El uso del altar puede ser considerado ahora.
Aarón debía quemar incienso aromático (incienso de especias) sobre él, mañana y
tarde, cuando alistaba las lámparas. (Éxodo 30: 7, 8). Los materiales de los
que se componía el incienso son nombrados en los versículos 34 y 35. Se lo
llama allí "un perfume". Observen que era quemado sobre el altar. Era
la acción del fuego lo que hacía salir la fragancia del incienso; y el fuego
usado para este propósito era tomado del altar de bronce. (Véase Levítico 16:
12, 13). Por tanto, el mismo fuego que consumía el sacrificio, hacía salir la
fragancia del incienso. Esto explica su significancia. El fuego era un tipo del
juicio escudriñador de Dios —de Su santidad aplicada en juicio, y fue a través
de esto que nuestro bendito Señor pasó cuando estuvo en la cruz. Pero él único
resultado de la acción del fuego santo sobre Él fue hacer salir una
"nube" de perfume de suave aroma. El incienso tipifica esto —la
fragancia de Cristo para Dios; y en vista de que debía ser un rito perpetuo
(Éxodo 30:8), se demuestra que esta fragancia está ascendiendo siempre delante
del trono. Si la eficacia de Su obra es presentada en el olor del sacrificio,
la aceptación de Su Persona es denotada por el incienso. Las dos cosas se
distinguen en el día de la expiación. Aarón entraba con incienso al lugar
santísimo, antes de rociar la sangre sobre y delante del propiciatorio. Cristo
mismo entró así con Su sangre; pero, si se puede decir de este modo, donde todo
está inseparablemente relacionado, Él mismo toma la precedencia, incluso con
respecto a Su sangre. Es, en efecto, lo que Él es en Sí mismo lo que da a la
sangre su preciosura inefable.
Pero se puede inquirir, ¿cuál es el significado
de esta acción por parte de Aarón? Primero, Aarón es un tipo de Cristo, y un
tipo de Cristo ante el altar en el lugar santo. Él es así, al quemar el
incienso, una figura de la intercesión predominante de Cristo. Recuérdese que
Aarón entra al lugar santo en toda la virtud del sacrificio que ha sido
consumido sobre el altar de bronce. Además, el incienso que él quema con el
fuego santo siempre es aceptable Dios. Por tanto, ello enseña que la
intercesión de Cristo asciende a Dios de manera aceptable por medio de la
eficacia de lo que Él es, y de lo que Él ha hecho. Por tanto, no puede fallar.
Y como este rito era perpetuo, así también Él vive siempre para interceder por
nosotros; y, por esta razón, Él puede salvar perpetuamente a Su pueblo (Hebreos
7:25) —a través de todo el camino— aun hasta el final de su viaje por el
desierto. ¡Qué consuelo da esta seguridad a Su pueblo circundado por las
debilidades, dificultades, y pruebas de su senda desértica! En segundo lugar,
Aarón ante el altar de bronce es una figura del creyente, puesto que todos los
creyentes son sacerdotes. Este aspecto es sumamente instructivo; ya que
considerando así la quema del incienso, tenemos un tipo de la adoración. En
primer lugar, se debe observar nuevamente que, Aarón (y el creyente como
presentado por él) está delante del altar de oro en todo el olor grato del
holocausto. Ya que es por medio de la virtud de este sacrificio que se disfruta
del acceso al lugar santo. Esto es de gran importancia. Esto enseña que no
puede haber adoración alguna hasta que no sepamos lo que es ser llevados a la
presencia de Dios en toda la aceptación de Cristo —no sólo sabiendo que
nuestros pecados han sido limpiados, sino comprendiendo también que estamos
delante de Dios en toda la aceptación de Cristo mismo— en toda Su
indescriptible fragancia. En segundo lugar, es Cristo, en todo lo que Él es
para Dios, lo que se presenta a Dios en la adoración —no nuestros sentimientos,
no nuestros propios pensamientos, sino lo que deleita el corazón de Dios, y eso
es Cristo mismo, Cristo como Aquel que Le ha glorificado en la tierra, y ha
terminado la obra que Le dio que hiciera. (Juan 17:4). En tercer lugar,
inferimos que la esencia de toda adoración estriba en la comunión con Dios en
todo lo que Cristo es, y en todo lo que Él ha hecho. Ya que cuando adoramos por
el Espíritu Santo, presentamos a Dios aquello en lo que Él se deleita, y nos
deleitamos en aquello que presentamos, y así nuestros pensamientos,
sentimientos, y afectos están en armonía con los de Dios mismo. Entonces el
resultado es la adoración —la adoración
del carácter más elevado. Tal es nuestra obra sacerdotal ante el altar —la
presentación perpetua de los méritos de Cristo; y si intercedemos allí, nuestra
intercesión es también según el valor de Cristo. Por eso Él pudo decir, "De
cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os
lo dará." (Juan 16:23).
Se observará que existe una conexión entre el
incienso y las lámparas. A Aarón se le ordena quemar el incienso cuando alistase
las lámparas, mañana y tarde. Las lámpara, como se explicó cuando se habló
acerca del candelero, son la manifestación de Dios en el poder del Espíritu.
Esto se vio en perfección en Aquel que era la luz del mundo, y debiera mostrarse
igualmente tanto en la Iglesia como en el creyente. Pero el punto aquí es que
la luz era mantenida mediante el cuidado sacerdotal. Aarón alistaba las
lámparas. Así es ahora. La manifestación de Dios en el poder del Espíritu
depende siempre de la acción sacerdotal de Cristo; y la quema del incienso
—intercesión o adoración— será siempre en proporción a la exhibición del poder
del Espíritu. Estas tres cosas son, en efecto, inseparables —el cuidado
sacerdotal de Cristo, la manifestación de Dios en el poder del Espíritu, y la
adoración de Su pueblo. En otras palabras, si los creyentes no resplandecen
como luces en el mundo, no pueden quemar incienso en el altar de oro, son impotentes
para adorar. El andar y la adoración están relacionados; ya que si el creyente
no está en la presencia de Dios en sus modos de obrar a lo largo de toda la
semana, no sabrá lo que es estar dentro del velo rasgado cuando esté reunido
alrededor del Señor a Su mesa para anunciar Su muerte. O, para mencionar aún
otro aspecto, no habrá ninguna adoración excepto como resultado de la
manifestación de Dios en el poder del Espíritu. De ahí que las lámparas deban
ser alistadas cuando el incienso es quemado.
Siguen a continuación advertencias en cuanto al
uso del altar; y si se combina Levítico 10:1 con esta Escritura, hay tres cosas
cuyo uso sobre el altar está prohibido. Primero, no debe haber incienso
extraño. El incienso ofrecido debe ser divinamente compuesto, y ningún otro
podía ser aceptado. Si por un momento tomamos esto literalmente, ¡que horrible
presunción se observa en muchas 'iglesias'
en la Cristiandad en este día! Viles imitaciones de este compuesto santo —y
observen que la pena por hacerlo era la muerte (véase Éxodo 30:38)— son usadas
en servicios públicos por quienes aducen ser sacerdotes, y para la adoración de
Dios. ¡Incluso un Judío lo consideraría como abominación, y aun así Cristianos
profesantes pueden avalar su uso! Ciertamente esto es una evidencia tanto de la
corrupción del Cristianismo así como del poder de Satanás. Considerándolo como
un emblema, se nos enseña que nada excepto la fragancia de Cristo es aceptable
a Dios en adoración. Todo lo ofrecido aparte de Cristo es "extraño",
y no puede ser aceptado. En segundo lugar, ningún holocausto, ninguna ofrenda
vegetal, y ninguna libación, debe ser ofrecida sobre este altar. Esto sería
confundir al altar de oro con el altar de bronce, y, por consiguiente, sería
olvidar nuestra verdadera posición sacerdotal. Sería ahora el mismo error, si,
cuando estamos congregados para adorar, tomásemos nuestro lugar en la cruz, en
lugar de estar dentro del velo rasgado. Este es un error en el que muchas almas
han caído inadvertidamente. La consecuencia es que ellas jamás conocen el gozo
de ser llevados a Dios en virtud de la obra de Cristo, y por eso no pueden
ocupar su verdadera posición sacerdotal. Por último, la Escritura en Levítico
prohíbe el uso de fuego extraño. Debe ser el fuego de Dios —fuego encendido
desde el cielo, de delante de Jehová (Levítico 9:24), y ningún otro. Aplicando
esto a los creyentes, la lección es que pueden adorar sólo por el Espíritu de
Dios. El fervor natural y las emociones naturales, independientemente de la
manera en que se exhiban, serían, en este sentido, "fuego extraño".
Fue por esta razón, indudablemente, que a los sacerdotes se les prohibió beber
vino o bebida fuerte cuanto entraban en el tabernáculo. Los efectos del vino
imitan los efectos producidos por el Espíritu de Dios. (Véase Hechos 2: 13-15).
El fuego, al igual que el incienso, debe ser divino para ser aceptable sobre el
altar de oro —una lección que los Cristianos de este día ciertamente harían
bien en guardar en su corazón cuando se hace el intento por todas partes,
mediante imágenes y sonidos, de obrar sobre el hombre natural, y ayudarle en la
adoración a Dios. ¡Que ellos puedan aprender que todas esas cosas son realmente
abominaciones ante los ojos de Dios!
Una vez al año se debía hacer expiación sobre
los cuernos del altar con la sangre de la ofrenda por el pecado, la del día de
la expiación. (Éxodo 30:10). El relato de esto se encuentra en Levítico 16. La
razón de ello era la imperfección del sacerdocio. El lugar verdadero del
sacerdote era estar delante del altar de oro; y siendo él lo que era,
contaminaba el lugar mismo con su aproximación a Dios (compárese con Levítico
4:7); y de ahí la necesidad de la aplicación continua de la sangre de la
expiación. Esto es instructivo a partir de contraste típico. Un único sacrificio
tiene validez ahora para siempre. Cristo ha perfeccionado para siempre,
mediante Su sola ofrenda, a los que son santificados (Hebreos 10:14); y, por
consiguiente, ellos disfrutan, sin interrupción, de un acceso perpetuo hasta el
Lugar Santísimo.
Finalmente, se puede hacer un comentario sobre
la provisión para el traslado del altar a través del desierto. Las varas y los
anillos son presentados aquí, y no necesitan observación alguna, ya que son del
mismo material del altar. Pero en Números 4:11, hallamos que había dos
cubiertas, una interior y otra exterior; primero, un paño azul, y en segundo
lugar, afuera, las pieles de tejones. El azul —emblemático de lo que es
celestial — el carácter celestial, como emanando de la intercesión sacerdotal,
y relacionado, de hecho, con la posición sacerdotal— era ocultado. Era sólo para
el ojo de Dios. Luego venían las pieles de tejones —significando esa vigilancia
santa mediante la cual Cristo se guardó a Sí mismo del mal. Esta está afuera,
debido a que es un asunto de pasar a través del desierto donde los males
abundan. Ello enseña, por tanto, que si se ha de mantener el carácter
celestial, debe haber una vigilancia incansable, y una diligencia incesante
para guardarnos —por medio del uso de la Palabra— de las contaminaciones y
corrupciones que nos asedian por todas
partes.
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2013.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Altar
of Incense (Exodus 30: 1-10) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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