REFIDIM Y
AMALEC
Éxodo 17
Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso
RVA
= Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial
Mundo Hispano)
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
Una
vez más los hijos de Israel avanzan y se encuentran con otras dificultades.
Pero "estas cosas les sucedieron como ejemplo" (tipos), "y
fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de
los siglos." (1ª. Corintios 10:11 – LBLA). Hay, por tanto, un interés
inherente unido a todas sus penas y experiencias del desierto.
"Toda la congregación de los
hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al
mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el
pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que
bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a
Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por
qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros
hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a Jehová, diciendo: ¿Qué haré
con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán. Y Jehová dijo a Moisés: Pasa
delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en
tu mano tu vara con que golpeaste el río, y vé. He aquí que yo estaré delante
de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella
aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de
Israel. Y llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los
hijos de Israel, y porque tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová
entre nosotros, o no?" (Éxodo 17: 1-7).
Al igual que en el caso del maná, fue
así con la peña golpeada, el pecado del pueblo fue la ocasión para esta muestra
de poder y gracia. En Refidim no hubo "agua para que el pueblo
bebiese." ¿Y qué hizo el pueblo? ¿No habían sido animados, por su
experiencia pasada de la fidelidad y el tierno cuidado de Dios, para volverse a
Él en la confianza que Él intervendría a favor de ellos? ¿No estaban las
codornices y el maná frescos en su memoria como evidencia de toda la
suficiencia de Jehová para satisfacer cada necesidad de ellos? ¿No habían
aprendido que Jehová era su pastor, y que, por consiguiente, no les faltaría
nada? Todo esto, en efecto, se podría haber esperado; y, si fuésemos ignorantes
acerca del corazón humano, del carácter de la carne, se podría haber esperado
como el resultado natural de lo que ellos habían visto de las obras
maravillosas de Jehová. Pero lejos de ser este el caso, ellos altercaron con
Moisés, y dijeron, "Danos agua para que bebamos." En su pecaminosa
murmuración e incredulidad, ellos consideraron a Moisés como el autor de toda
su miseria, y estuvieron casi dispuestos a darle muerte en su ira.
Se puede hacer una o dos
observaciones acerca del carácter del pecado de ellos, antes que la bondadosa
provisión de acuerdo a su necesidad sea considerada. El pueblo altercó con
Moisés; pero en realidad, tal como dijo Moisés, ellos tentaron a Jehová
(versículo 2); diciendo, mediante sus hechos, "¿Está, pues, Jehová entre
nosotros, o no?" (versículo 7). Moisés era su líder designado, y era, por
tanto, el representante de Jehová para el pueblo. Altercar con él fue, de este
modo, altercar con Jehová; y quejarse de sus privaciones fue, de hecho, dudar,
por no decir negar, la presencia de Jehová. Ya que si hubiesen creído que Él
estaba entre ellos, todo murmullo habría sido silenciado, y habrían descansado
en la certeza de que Aquel que los había sacado de Egipto, que había separado
las aguas del Mar Rojo, que los había libertado de manos de Faraón, y los había
guiado en todas sus jornadas mediante la columna de fuego por la noche, y la
columna de nube durante el día, habría oído, a Su tiempo, el clamor de ellos, y
habría suplido su necesidad. Ello muestra la naturaleza muy solemne del pecado
de murmurar, y de las quejas, debido a las pruebas del desierto, y nos enseña,
al mismo tiempo, que la esencia de todo ello es dudar acerca de si el Señor
está con nosotros. De ahí que el antídoto para todas tales tendencias, para
todas estas maquinaciones de Satanás, mediante las cuales a menudo enmaraña los
pies del pueblo del Señor, y les roba su paz y gozo, aun cuando no incluya su
caída, es un firme, inquebrantable, aferrarse a la verdad de que el Señor está
entre nosotros, que Él conduce a Su pueblo como un rebaño a través de cada
etapa de su travesía del desierto. Qué hermoso, en contraste con la conducta de
Israel, es la actitud perfecta de nuestro bendito Señor. Cuando fue tentado por
Satanás en el desierto, Él, en dependencia inamovible, repelió cada una de sus
sugerencias con la sencilla Palabra de Dios.
Moisés clamó a Jehová, y Él oyó su
oración, y, a pesar del pecado del pueblo, "Abrió la peña, y fluyeron
aguas; corrieron por los sequedales como río. Porque se acordó de su santa
promesa dada a su siervo Abraham." (Salmo 105: 41, 42 – RVA). Así, la
gracia prevaleció aún, y satisfizo las necesidades del pueblo. Pero el interés
principal radica en la enseñanza típica de este incidente. Tal como el maná, la
roca habla también de Cristo. Así, Pablo dice, "bebieron de aquella roca
espiritual que les iba siguiendo: y aquella roca era Cristo." (1ª. Corintios
10:4 – VM). Pero la Roca fue golpeada antes que las aguas fluyesen. A Moisés se
le instruyó que tomase la vara – la vara con la que había golpeado el rio – y
allí, con Jehová estando delante de él sobre la peña en Horeb (Éxodo 17:6), él
debía golpear la peña, "y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo."
Se ha explicado que la vara significa un símbolo del poder de Dios, y el hecho
de golpearla expondrá, por tanto, el ejercicio de Su poder judicial.
Contemplamos, entonces, en este hecho de golpear la peña, el golpe de Su juicio
cayendo sobre Cristo en la cruz. La peña golpeada es un Cristo crucificado. Fue
el pecado del pueblo, observen, lo que condujo a que la peña fuese golpeada –
una ejemplificación sorprendente de la verdad de que "El fue herido por
nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades." (Isaías 53:5 –
LBLA). Ciertamente esta es una escena tanto para pecadores como para santos.
Los pecadores pueden contemplar a Cristo en la cruz cargando con el juicio del
pecado, y pueden aprender, si sólo lo ponderan, lo que es el pecado ante los
ojos de un Dios santo; y en la medida que aprenden esta lección, pueden ser
advertidos acerca de su perdición venidera si continúan en la impenitencia e
incredulidad. Ya que si Dios no perdonó a Su propio Hijo, cuando trató con la
cuestión del pecado, aquel Hijo, el cual era la delicia de Su corazón, el cual
era santo, inocente, sin mancha, y apartado de los pecadores, ¿cómo pueden
esperar ellos escapar? Los santos, además, no pueden dejar de mirar hacia atrás
a menudo a la cruz. Y de qué manera sus corazones serán conmovidos, humillados,
derretidos, cuando por gracia se les capacita decir, "El mismo llevó
nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz." (1ª. Pedro 2:24 – LBLA). Ellos
jamás olvidarán, por toda la eternidad, que sus pecados necesitaban esa muerte;
a la vez que nunca dejarán de recordar que Dios fue glorificado por ella en
cada atributo de Su carácter, y por eso es el fundamento eterno e inmutable de
toda su bendición. Es, en efecto, una verdad muy solemne, así como preciosa,
que la Roca debía ser golpeada necesariamente antes que el pueblo pudiese
beber. En vista que es del pecado de lo que se estaba hablando – pecado que
había deshonrado a Dios delante de todo el universo – todo lo que Dios era lo
requería para Su propia gloria; y en vista de que el pueblo habría perecido sin
agua, sus necesidades lo requerían para que pudiesen vivir. Pero sólo Dios la
podía proporcionar, y por eso en las instrucciones a Moisés se exhibe otro
sublime despliegue de la gracia de Su corazón.
La Roca fue golpeada, y
"brotaron las aguas" (Salmo 105:41 – LBLA). No antes – esto era
imposible; ya que debido al pecado, Dios, por decirlo así, se contenía. Sus
misericordias y compasiones, Su gracia y Su amor, estaban reprimidas dentro de
Él. Pero en el momento que esa expiación fue consumada, mediante la cual las
demandas de Su santidad fueron para siempre satisfechas, las compuertas de Su
corazón se abrieron para derramar corrientes de gracia y vida en todo el mundo.
Por eso leemos en Mateo, que tan pronto como el Señor Jesús hubo entregado el
espíritu, "el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo."
(Mateo 27: 50, 51). Dios estaba ahora libre en justicia para salir en gracia a
un mundo pecador con ofertas de salvación, y el hombre – el creyente – era
libre de entrar con confianza a Su presencia inmediata. Se había revelado el
modo mediante el cual el hombre podía comparecer, de manera justa, delante de
la luz plena de la santidad del trono mismo de Dios.
El agua que fluyó de la Roca es un
emblema del Espíritu Santo como poder de vida. Esto es claro a partir del
evangelio de Juan. Nuestro bendito Señor dijo así a la mujer de Samaria, "el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que
yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna."
(Juan 4:14). En Juan 7, Él usa la misma figura, y Juan añade, "Esto dijo
del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había
venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado."
(Juan 7:39). Dos cosas son, de hecho, claras a partir de este pasaje – primero,
que el "agua viva" es un tipo del Espíritu Santo; y, en segundo
lugar, que esta "agua viva", el Espíritu Santo, no podía ser recibido
hasta que Jesús fuese glorificado. En otras palabras, la Roca debía ser
golpeada primero, como ya hemos visto, antes que las aguas pudiesen fluir para
saciar la sed de los hombres.
Hay una lección de gran importancia
práctica que no puede ser pasada por alto. No existe nada que pueda satisfacer
las necesidades imperecederas del hombre sino el Espíritu Santo como poder de
vida – vida eterna; y esta bendición sólo puede ser recibida a través de un
Cristo crucificado y resucitado. De ahí el clamor a los Judíos, "Si alguno
tiene sed, venga a mí y beba." (Juan 7:37). Y la proclamación prosigue aún,
"el que
quiera, tome del agua de la vida gratuitamente." (Apocalipsis 22:17). ¡Que
todo aquel que lee estas líneas pueda tener esta verdad grabada en su alma en
el poder del Espíritu Santo!
Jehová atiende así, por gracia, las
murmuraciones de Su pueblo, y les dio aguas para beber; pero los nombres dados al
lugar – Masah y Meriba – permanecieron como
el monumento del pecado de ellos.
Inmediatamente después que se hizo
salir aguas de la roca viene el conflicto con Amalec. La conexión de los
incidentes es muy instructiva ya que ilustran los modos de obrar y la verdad de
Dios. El maná es Cristo descendido del cielo, la Roca golpeada es Cristo
crucificado, el agua viva es un emblema del Espíritu Santo; y ahora, junto con
la recepción del Espíritu viene el conflicto. Debe ser así; ya que "el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne;
y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis."
(Gálatas 5:17). De ahí el orden de estos acontecimientos típicos. Se puede
inquirir entonces, ¿qué es simbolizado por Amalec? Se declara a menudo que se
trata de la carne; pero esto es sólo parte de la verdad. En cuanto a Amalec, su
carácter verdadero se aprende fácilmente a partir de sus orígenes. (Véase
Génesis 36:12). Pero el punto que se ha de discernir
aquí es que Amalec se coloca él mismo en abierto antagonismo con el pueblo de
Dios, y procura obstaculizar el progreso su avance, e incluso borrarlos de sobre
la faz de la tierra. Se trata, por tanto, del poder de Satanás – puede ser
actuando por medio de la carne – el que desafía así el avance de los hijos de
Israel. Y se evidencia claramente la sutileza de Satanás en el tiempo escogido
para el ataque. Fue justamente después que el pueblo había pecado, en un
momento, por tanto, cuando un enemigo podría haber supuesto que ellos estaban
bajo el disgusto de Dios. Este es siempre su método. Pero si Dios está por Su
pueblo, Él no permitirá que ningún enemigo lleve a cabo su destrucción. El
pueblo, en efecto, si es dejado a sí mismo, podría haber sido dispersado
fácilmente; pero Aquel que los había traído a través de las aguas del Mar Rojo
no dejará que perezcan ahora. Jehová era su estandarte, y así su defensa era
segura. Notemos, entonces, de qué manera se llevó a cabo la derrota de Amalec.
"Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y
dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo
estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué
como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a
la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel
prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de
Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él,
y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y
el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y
Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada." (Éxodo 17: 8-13).
En primer lugar, encontramos que Josué, por orden de Moisés, se
coloca a la cabeza de hombres escogidos para la batalla. Josué representa a
Cristo, en la energía del Espíritu, conduciendo a Sus redimidos al conflicto.
¡Qué consolación! Si Satanás forma sus fuerzas para atacar al pueblo del Señor,
Cristo, por otra parte, conduce a Sus hombres escogidos a enfrentar al enemigo.
La batalla, por tanto, es la batalla del Señor. Esto está ilustrado una y otra
vez a lo largo de toda la historia de Israel; y es del mismo modo verdadero, en
cuanto al principio, acerca de los conflictos de los creyentes de esta
dispensación. Esto, si se comprende, calmaría nuestras mentes en presencia de
las dificultades más dolorosas. Nos ayudaría a dejar de considerar al hombre, y
a contar con el Señor. Nos capacitaría para estimar en su propio valor, la
actividad incesante y los esquemas de los hombres, y para buscar liberación
sólo en el Señor como Líder de Su pueblo. En una palabra, deberíamos recordar,
entonces, que no puede haber ninguna defensa exitosa presentada a nuestros
enemigos sino en el poder del Espíritu de Dios.
Hay aún otra cosa. Si Josué conduce a sus guerreros en la llanura,
Moisés – con Aarón y Hur – sube a la cumbre del collado; y la batalla abajo
depende de que las manos de Moisés sean levantadas. Moisés, contemplado de este
modo, es una figura de Cristo en lo alto, en el valor de Su intercesión. Mientras
Él conduce abajo a Su pueblo en el poder del Espíritu, Él mantiene la causa de
ellos mediante Su intercesión en la presencia de Dios; y asegura para ellos
misericordia y gracia para el oportuno socorro. Ellos no tienen, por tanto,
fuerza alguna para el conflicto aparte de Su intercesión sacerdotal; y la
energía del Espíritu conduciéndoles en su avance está en relación con esta
intercesión. Pablo indica esta verdad cuando dice, "Cristo es el que
murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de
Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de
Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o
peligro, o espada?" (o, podemos añadir, ¿Amalec?) . . . . "Antes, en
todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó."
(Romanos 8: 34-37). El propio Señor enseñó a los discípulos la relación entre
Su obra en lo alto, y la acción del Espíritu en ellos abajo, cuando dijo,
"si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros." (Juan 16:7 –
LBLA). Por eso, también, Él denomina al Espíritu Santo "otro
Consolador" (Juan 14:16); y el apóstol Juan aplica a nuestro bendito Señor
el mismo título (es decir, Abogado, pero realmente la misma palabra en Griego,
Parakletos; 1ª. Juan 2:1).
Pero ningún hombre pudo ser un tipo perfecto de Cristo. Las manos
de Moisés pesaban, de modo que fueron sostenidas por Aarón y Hur. Esto, sin
embargo, sólo saca a la luz más plenamente la verdad de la intercesión de
Cristo. Aarón, aunque no apartado formalmente aún, representa el sacerdocio, y
Hur, si el significado del nombre nos puede guiar, tipifica la luz o la pureza.
Juntos, por tanto, significará la intercesión sacerdotal de Cristo mantenida en
santidad delante de Dios; y por eso es una intercesión, puesto que está basada
sobre todo lo que Cristo es y ha hecho, que es siempre eficaz y predominante.
Se debería observar bien la lección. La batalla abajo dependió no de la fuerza
de los guerreros, ni siquiera del Espíritu Santo, sino de la intercesión
permanente y eficaz de Cristo. Ya que cuando Moisés alzaba su mano, Israel
prevalecía; y cuando bajaba su mano, Amalec prevalecía. De ahí la necesidad de
la dependencia. Aparte de ello, podemos estar preparados para el conflicto; la
causa puede ser justa, pero nuestro fracaso será seguro e inevitable. Pero con
ello, teniendo a Cristo en lo alto a favor nuestro, y Cristo en la energía del
Espíritu como nuestro Líder, «cuando los
malignos, nuestros angustiadores y nuestros enemigos, vienen contra nosotros,
ellos tropiezan y caen.» (Salmo 27:2). Entonces, ningún enemigo se puede
sostener delante del pueblo del Señor.
Amalec fue así desconcertado con el filo de la espada. Pero una
victoria tal – revelación de la fuente de la fuerza de ellos, y el carácter
inmutable del enemigo – no debía ser olvidada. Iba a ser registrada como un
memorial.
"Entonces Jehovah dijo a Moisés: —Escribe esto en un libro
como memorial, y di claramente a Josué que yo borraré del todo la memoria de
Amalec de debajo del cielo. Moisés edificó un altar y llamó su nombre Jehovah-nisi.
Y dijo: —Por cuanto alzó la mano contra el trono de Jehovah, Jehovah tendrá
guerra contra Amalec de generación en generación." (Éxodo 17: 14-16).
Dos cosas fueron combinadas en este memorial – el registro de la
liberación de ellos de Amalec, y la promesa de su derrota final. Cada muestra
del poder del Señor a favor de Su pueblo lleva este doble carácter. Si Él entra
y los defiende de los ataques de sus enemigos, Él, mediante ese acto mismo, les
asegura Su protección y cuidado continuos. Por tanto, cada interposición Suya
entre ellos y sus enemigos debería ser repetida en sus oídos, y escrita sobre
sus corazones, tanto como memorial del pasado, como de la garantía de Su
defensa inmutable. Por eso, cuando el Salmista celebra una liberación pasada, exclama,
"Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra
mí se levante guerra, yo estaré confiado." (Salmo 27:3). Moisés, en la
misma confianza, edificó un altar. Mediante ello, reconoció agradecidamente la
mano divina, así como también expresó que la alabanza de la victoria pertenecía
a Jehová. Es precisamente aquí donde muchos fracasan. El Señor se digna
conceder socorro y liberación, pero ellos olvidan edificar sus altares.
Conducidos a la presencia del Señor en sus crisis, ellos descuidan, demasiado a
menudo, alabarle a Él cuando son aliviados de su presión. No fue así con
Moisés. Al edificar el altar, declaró delante de todo Israel, «es Jehová quien ha
peleado por nosotros y ha
asegurado la victoria.» Esto es proclamado por el título que le anexó –
"Jehová-nisi", es decir, "El Señor es nuestro estandarte."
Él, por tanto, fue quien condujo nuestras huestes, y Él es quien guiará
nuestras huestes; ya que Su controversia con Amalec no cesará jamás. Mientras
Él tenga un pueblo sobre la tierra, durante el mismo tiempo Satanás procurará
lograr su derrota. Necesitamos recordar esto, pero con toda la perspectiva que
ello involucra, nuestros corazones estarán confiados, si sólo podemos
comprender la verdad de Jehová-nisi. La batalla es la batalla del Señor,
peleamos bajo Su estandarte, y por eso – no obstante la porfiada persistencia
del enemigo – la victoria está asegurada.
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Rephidim and
Amalek (Exodus 17) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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