ENSEÑANZAS TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO (Edward Dennett)

12.- REFIDIM Y AMALEC (Éxodo 17)

ÍNDICE DEL CONTENIDO
ÉXODO 1
ÉXODO 2
ÉXODO 3 Y 4
ÉXODO 5 Y 6
ÉXODO 7 - 11
ÉXODO 12
ÉXODO 13
ÉXODO 14
ÉXODO 15:1-21
ÉXODO 15:22-27
ÉXODO 16
ÉXODO 17
ÉXODO 18
ÉXODO 19 y 20
ÉXODO 21 - 23
ÉXODO 24
ÉXODO 25:1-9
ÉXODO 25:10-22
ÉXODO 25:23-30
ÉXODO 25:31-40
ÉXODO 26:1-14
ÉXODO 26:15-30
ÉXODO 26:31-37
ÉXODO 27:1-8
ÉXODO 27:9-19
ÉXODO 28
ÉXODO 29:1-35
ÉXODO 29:38-46
ÉXODO 30:1-10
ÉXODO 30:11-16
ÉXODO 30:17-21
ÉXODO 30:22-38
ÉXODO 31
ÉXODO 32-34
ÉXODO 35-40

REFIDIM Y AMALEC

 

 

Éxodo 17

 

 

Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo

Edward Dennett

 

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

 

 

         Una vez más los hijos de Israel avanzan y se encuentran con otras dificultades. Pero "estas cosas les sucedieron como ejemplo" (tipos), "y fueron escritas como enseñanza para nosotros, para quienes ha llegado el fin de los siglos." (1ª. Corintios 10:11 – LBLA). Hay, por tanto, un interés inherente unido a todas sus penas y experiencias del desierto.

 

"Toda la congregación de los hijos de Israel partió del desierto de Sin por sus jornadas, conforme al mandamiento de Jehová, y acamparon en Refidim; y no había agua para que el pueblo bebiese. Y altercó el pueblo con Moisés, y dijeron: Danos agua para que bebamos. Y Moisés les dijo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Así que el pueblo tuvo allí sed, y murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Entonces clamó Moisés a Jehová, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán. Y Jehová dijo a Moisés: Pasa delante del pueblo, y toma contigo de los ancianos de Israel; y toma también en tu mano tu vara con que golpeaste el río, y vé. He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel. Y llamó el nombre de aquel lugar Masah y Meriba, por la rencilla de los hijos de Israel, y porque tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?" (Éxodo 17: 1-7).

 

Al igual que en el caso del maná, fue así con la peña golpeada, el pecado del pueblo fue la ocasión para esta muestra de poder y gracia. En Refidim no hubo "agua para que el pueblo bebiese." ¿Y qué hizo el pueblo? ¿No habían sido animados, por su experiencia pasada de la fidelidad y el tierno cuidado de Dios, para volverse a Él en la confianza que Él intervendría a favor de ellos? ¿No estaban las codornices y el maná frescos en su memoria como evidencia de toda la suficiencia de Jehová para satisfacer cada necesidad de ellos? ¿No habían aprendido que Jehová era su pastor, y que, por consiguiente, no les faltaría nada? Todo esto, en efecto, se podría haber esperado; y, si fuésemos ignorantes acerca del corazón humano, del carácter de la carne, se podría haber esperado como el resultado natural de lo que ellos habían visto de las obras maravillosas de Jehová. Pero lejos de ser este el caso, ellos altercaron con Moisés, y dijeron, "Danos agua para que bebamos." En su pecaminosa murmuración e incredulidad, ellos consideraron a Moisés como el autor de toda su miseria, y estuvieron casi dispuestos a darle muerte en su ira.

 

Se puede hacer una o dos observaciones acerca del carácter del pecado de ellos, antes que la bondadosa provisión de acuerdo a su necesidad sea considerada. El pueblo altercó con Moisés; pero en realidad, tal como dijo Moisés, ellos tentaron a Jehová (versículo 2); diciendo, mediante sus hechos, "¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?" (versículo 7). Moisés era su líder designado, y era, por tanto, el representante de Jehová para el pueblo. Altercar con él fue, de este modo, altercar con Jehová; y quejarse de sus privaciones fue, de hecho, dudar, por no decir negar, la presencia de Jehová. Ya que si hubiesen creído que Él estaba entre ellos, todo murmullo habría sido silenciado, y habrían descansado en la certeza de que Aquel que los había sacado de Egipto, que había separado las aguas del Mar Rojo, que los había libertado de manos de Faraón, y los había guiado en todas sus jornadas mediante la columna de fuego por la noche, y la columna de nube durante el día, habría oído, a Su tiempo, el clamor de ellos, y habría suplido su necesidad. Ello muestra la naturaleza muy solemne del pecado de murmurar, y de las quejas, debido a las pruebas del desierto, y nos enseña, al mismo tiempo, que la esencia de todo ello es dudar acerca de si el Señor está con nosotros. De ahí que el antídoto para todas tales tendencias, para todas estas maquinaciones de Satanás, mediante las cuales a menudo enmaraña los pies del pueblo del Señor, y les roba su paz y gozo, aun cuando no incluya su caída, es un firme, inquebrantable, aferrarse a la verdad de que el Señor está entre nosotros, que Él conduce a Su pueblo como un rebaño a través de cada etapa de su travesía del desierto. Qué hermoso, en contraste con la conducta de Israel, es la actitud perfecta de nuestro bendito Señor. Cuando fue tentado por Satanás en el desierto, Él, en dependencia inamovible, repelió cada una de sus sugerencias con la sencilla Palabra de Dios.

 

Moisés clamó a Jehová, y Él oyó su oración, y, a pesar del pecado del pueblo, "Abrió la peña, y fluyeron aguas; corrieron por los sequedales como río. Porque se acordó de su santa promesa dada a su siervo Abraham." (Salmo 105: 41, 42 – RVA). Así, la gracia prevaleció aún, y satisfizo las necesidades del pueblo. Pero el interés principal radica en la enseñanza típica de este incidente. Tal como el maná, la roca habla también de Cristo. Así, Pablo dice, "bebieron de aquella roca espiritual que les iba siguiendo: y aquella roca era Cristo." (1ª. Corintios 10:4 – VM). Pero la Roca fue golpeada antes que las aguas fluyesen. A Moisés se le instruyó que tomase la vara – la vara con la que había golpeado el rio – y allí, con Jehová estando delante de él sobre la peña en Horeb (Éxodo 17:6), él debía golpear la peña, "y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo." Se ha explicado que la vara significa un símbolo del poder de Dios, y el hecho de golpearla expondrá, por tanto, el ejercicio de Su poder judicial. Contemplamos, entonces, en este hecho de golpear la peña, el golpe de Su juicio cayendo sobre Cristo en la cruz. La peña golpeada es un Cristo crucificado. Fue el pecado del pueblo, observen, lo que condujo a que la peña fuese golpeada – una ejemplificación sorprendente de la verdad de que "El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades." (Isaías 53:5 – LBLA). Ciertamente esta es una escena tanto para pecadores como para santos. Los pecadores pueden contemplar a Cristo en la cruz cargando con el juicio del pecado, y pueden aprender, si sólo lo ponderan, lo que es el pecado ante los ojos de un Dios santo; y en la medida que aprenden esta lección, pueden ser advertidos acerca de su perdición venidera si continúan en la impenitencia e incredulidad. Ya que si Dios no perdonó a Su propio Hijo, cuando trató con la cuestión del pecado, aquel Hijo, el cual era la delicia de Su corazón, el cual era santo, inocente, sin mancha, y apartado de los pecadores, ¿cómo pueden esperar ellos escapar? Los santos, además, no pueden dejar de mirar hacia atrás a menudo a la cruz. Y de qué manera sus corazones serán conmovidos, humillados, derretidos, cuando por gracia se les capacita decir, "El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz." (1ª. Pedro 2:24 – LBLA). Ellos jamás olvidarán, por toda la eternidad, que sus pecados necesitaban esa muerte; a la vez que nunca dejarán de recordar que Dios fue glorificado por ella en cada atributo de Su carácter, y por eso es el fundamento eterno e inmutable de toda su bendición. Es, en efecto, una verdad muy solemne, así como preciosa, que la Roca debía ser golpeada necesariamente antes que el pueblo pudiese beber. En vista que es del pecado de lo que se estaba hablando – pecado que había deshonrado a Dios delante de todo el universo – todo lo que Dios era lo requería para Su propia gloria; y en vista de que el pueblo habría perecido sin agua, sus necesidades lo requerían para que pudiesen vivir. Pero sólo Dios la podía proporcionar, y por eso en las instrucciones a Moisés se exhibe otro sublime despliegue de la gracia de Su corazón.

 

La Roca fue golpeada, y "brotaron las aguas" (Salmo 105:41 – LBLA). No antes – esto era imposible; ya que debido al pecado, Dios, por decirlo así, se contenía. Sus misericordias y compasiones, Su gracia y Su amor, estaban reprimidas dentro de Él. Pero en el momento que esa expiación fue consumada, mediante la cual las demandas de Su santidad fueron para siempre satisfechas, las compuertas de Su corazón se abrieron para derramar corrientes de gracia y vida en todo el mundo. Por eso leemos en Mateo, que tan pronto como el Señor Jesús hubo entregado el espíritu, "el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo." (Mateo 27: 50, 51). Dios estaba ahora libre en justicia para salir en gracia a un mundo pecador con ofertas de salvación, y el hombre – el creyente – era libre de entrar con confianza a Su presencia inmediata. Se había revelado el modo mediante el cual el hombre podía comparecer, de manera justa, delante de la luz plena de la santidad del trono mismo de Dios.

 

El agua que fluyó de la Roca es un emblema del Espíritu Santo como poder de vida. Esto es claro a partir del evangelio de Juan. Nuestro bendito Señor dijo así a la mujer de Samaria, "el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna." (Juan 4:14). En Juan 7, Él usa la misma figura, y Juan añade, "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado." (Juan 7:39). Dos cosas son, de hecho, claras a partir de este pasaje – primero, que el "agua viva" es un tipo del Espíritu Santo; y, en segundo lugar, que esta "agua viva", el Espíritu Santo, no podía ser recibido hasta que Jesús fuese glorificado. En otras palabras, la Roca debía ser golpeada primero, como ya hemos visto, antes que las aguas pudiesen fluir para saciar la sed de los hombres.

 

Hay una lección de gran importancia práctica que no puede ser pasada por alto. No existe nada que pueda satisfacer las necesidades imperecederas del hombre sino el Espíritu Santo como poder de vida – vida eterna; y esta bendición sólo puede ser recibida a través de un Cristo crucificado y resucitado. De ahí el clamor a los Judíos, "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." (Juan 7:37).  Y la proclamación prosigue aún, "el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente." (Apocalipsis 22:17). ¡Que todo aquel que lee estas líneas pueda tener esta verdad grabada en su alma en el poder del Espíritu Santo!

 

Jehová atiende así, por gracia, las murmuraciones de Su pueblo, y les dio aguas para beber; pero los nombres dados al lugar  – Masah y Meriba – permanecieron como el monumento del pecado de ellos.

 

Inmediatamente después que se hizo salir aguas de la roca viene el conflicto con Amalec. La conexión de los incidentes es muy instructiva ya que ilustran los modos de obrar y la verdad de Dios. El maná es Cristo descendido del cielo, la Roca golpeada es Cristo crucificado, el agua viva es un emblema del Espíritu Santo; y ahora, junto con la recepción del Espíritu viene el conflicto. Debe ser así; ya que "el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis." (Gálatas 5:17). De ahí el orden de estos acontecimientos típicos. Se puede inquirir entonces, ¿qué es simbolizado por Amalec? Se declara a menudo que se trata de la carne; pero esto es sólo parte de la verdad. En cuanto a Amalec, su carácter verdadero se aprende fácilmente a partir de sus orígenes. (Véase Génesis 36:12). Pero el punto que se ha de discernir aquí es que Amalec se coloca él mismo en abierto antagonismo con el pueblo de Dios, y procura obstaculizar el progreso su avance, e incluso borrarlos de sobre la faz de la tierra. Se trata, por tanto, del poder de Satanás – puede ser actuando por medio de la carne – el que desafía así el avance de los hijos de Israel. Y se evidencia claramente la sutileza de Satanás en el tiempo escogido para el ataque. Fue justamente después que el pueblo había pecado, en un momento, por tanto, cuando un enemigo podría haber supuesto que ellos estaban bajo el disgusto de Dios. Este es siempre su método. Pero si Dios está por Su pueblo, Él no permitirá que ningún enemigo lleve a cabo su destrucción. El pueblo, en efecto, si es dejado a sí mismo, podría haber sido dispersado fácilmente; pero Aquel que los había traído a través de las aguas del Mar Rojo no dejará que perezcan ahora. Jehová era su estandarte, y así su defensa era segura. Notemos, entonces, de qué manera se llevó a cabo la derrota de Amalec.

 

"Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada." (Éxodo 17: 8-13).

 

En primer lugar, encontramos que Josué, por orden de Moisés, se coloca a la cabeza de hombres escogidos para la batalla. Josué representa a Cristo, en la energía del Espíritu, conduciendo a Sus redimidos al conflicto. ¡Qué consolación! Si Satanás forma sus fuerzas para atacar al pueblo del Señor, Cristo, por otra parte, conduce a Sus hombres escogidos a enfrentar al enemigo. La batalla, por tanto, es la batalla del Señor. Esto está ilustrado una y otra vez a lo largo de toda la historia de Israel; y es del mismo modo verdadero, en cuanto al principio, acerca de los conflictos de los creyentes de esta dispensación. Esto, si se comprende, calmaría nuestras mentes en presencia de las dificultades más dolorosas. Nos ayudaría a dejar de considerar al hombre, y a contar con el Señor. Nos capacitaría para estimar en su propio valor, la actividad incesante y los esquemas de los hombres, y para buscar liberación sólo en el Señor como Líder de Su pueblo. En una palabra, deberíamos recordar, entonces, que no puede haber ninguna defensa exitosa presentada a nuestros enemigos sino en el poder del Espíritu de Dios.

 

Hay aún otra cosa. Si Josué conduce a sus guerreros en la llanura, Moisés – con Aarón y Hur – sube a la cumbre del collado; y la batalla abajo depende de que las manos de Moisés sean levantadas. Moisés, contemplado de este modo, es una figura de Cristo en lo alto, en el valor de Su intercesión. Mientras Él conduce abajo a Su pueblo en el poder del Espíritu, Él mantiene la causa de ellos mediante Su intercesión en la presencia de Dios; y asegura para ellos misericordia y gracia para el oportuno socorro. Ellos no tienen, por tanto, fuerza alguna para el conflicto aparte de Su intercesión sacerdotal; y la energía del Espíritu conduciéndoles en su avance está en relación con esta intercesión. Pablo indica esta verdad cuando dice, "Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?" (o, podemos añadir, ¿Amalec?) . . . . "Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó." (Romanos 8: 34-37). El propio Señor enseñó a los discípulos la relación entre Su obra en lo alto, y la acción del Espíritu en ellos abajo, cuando dijo, "si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros." (Juan 16:7 – LBLA). Por eso, también, Él denomina al Espíritu Santo "otro Consolador" (Juan 14:16); y el apóstol Juan aplica a nuestro bendito Señor el mismo título (es decir, Abogado, pero realmente la misma palabra en Griego, Parakletos; 1ª. Juan 2:1).

 

Pero ningún hombre pudo ser un tipo perfecto de Cristo. Las manos de Moisés pesaban, de modo que fueron sostenidas por Aarón y Hur. Esto, sin embargo, sólo saca a la luz más plenamente la verdad de la intercesión de Cristo. Aarón, aunque no apartado formalmente aún, representa el sacerdocio, y Hur, si el significado del nombre nos puede guiar, tipifica la luz o la pureza. Juntos, por tanto, significará la intercesión sacerdotal de Cristo mantenida en santidad delante de Dios; y por eso es una intercesión, puesto que está basada sobre todo lo que Cristo es y ha hecho, que es siempre eficaz y predominante. Se debería observar bien la lección. La batalla abajo dependió no de la fuerza de los guerreros, ni siquiera del Espíritu Santo, sino de la intercesión permanente y eficaz de Cristo. Ya que cuando Moisés alzaba su mano, Israel prevalecía; y cuando bajaba su mano, Amalec prevalecía. De ahí la necesidad de la dependencia. Aparte de ello, podemos estar preparados para el conflicto; la causa puede ser justa, pero nuestro fracaso será seguro e inevitable. Pero con ello, teniendo a Cristo en lo alto a favor nuestro, y Cristo en la energía del Espíritu como nuestro Líder, «cuando los malignos, nuestros angustiadores y nuestros enemigos, vienen contra nosotros, ellos tropiezan y caen.» (Salmo 27:2). Entonces, ningún enemigo se puede sostener delante del pueblo del Señor.

 

Amalec fue así desconcertado con el filo de la espada. Pero una victoria tal – revelación de la fuente de la fuerza de ellos, y el carácter inmutable del enemigo – no debía ser olvidada. Iba a ser registrada como un memorial.

 

"Entonces Jehovah dijo a Moisés: —Escribe esto en un libro como memorial, y di claramente a Josué que yo borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Moisés edificó un altar y llamó su nombre Jehovah-nisi. Y dijo: —Por cuanto alzó la mano contra el trono de Jehovah, Jehovah tendrá guerra contra Amalec de generación en generación." (Éxodo 17: 14-16).

 

Dos cosas fueron combinadas en este memorial – el registro de la liberación de ellos de Amalec, y la promesa de su derrota final. Cada muestra del poder del Señor a favor de Su pueblo lleva este doble carácter. Si Él entra y los defiende de los ataques de sus enemigos, Él, mediante ese acto mismo, les asegura Su protección y cuidado continuos. Por tanto, cada interposición Suya entre ellos y sus enemigos debería ser repetida en sus oídos, y escrita sobre sus corazones, tanto como memorial del pasado, como de la garantía de Su defensa inmutable. Por eso, cuando el Salmista celebra una liberación pasada, exclama, "Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado." (Salmo 27:3). Moisés, en la misma confianza, edificó un altar. Mediante ello, reconoció agradecidamente la mano divina, así como también expresó que la alabanza de la victoria pertenecía a Jehová. Es precisamente aquí donde muchos fracasan. El Señor se digna conceder socorro y liberación, pero ellos olvidan edificar sus altares. Conducidos a la presencia del Señor en sus crisis, ellos descuidan, demasiado a menudo, alabarle a Él cuando son aliviados de su presión. No fue así con Moisés. Al edificar el altar, declaró delante de todo Israel, «es Jehová quien ha peleado por nosotros y ha asegurado la victoria.» Esto es proclamado por el título que le anexó – "Jehová-nisi", es decir, "El Señor es nuestro estandarte." Él, por tanto, fue quien condujo nuestras huestes, y Él es quien guiará nuestras huestes; ya que Su controversia con Amalec no cesará jamás. Mientras Él tenga un pueblo sobre la tierra, durante el mismo tiempo Satanás procurará lograr su derrota. Necesitamos recordar esto, pero con toda la perspectiva que ello involucra, nuestros corazones estarán confiados, si sólo podemos comprender la verdad de Jehová-nisi. La batalla es la batalla del Señor, peleamos bajo Su estandarte, y por eso – no obstante la porfiada persistencia del enemigo – la victoria está asegurada.

 

Edward Dennett

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2012.-

Título original en inglés:
TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - Rephidim and Amalek (Exodus 17) , by Edward Dennett
Traducido con permiso

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