APOSTASÍA,
MEDIACIÓN, Y RESTAURACIÓN
Éxodo
32 - 34
Enseñanzas
Típicas del Libro del Éxodo
Edward
Dennett
Todas las
citas bíblicas
se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
BTX = Biblia
Textual, ©
1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
LBLA = La
Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
NVI =Santa
Biblia, Nueva
Versión Internacional, Copyright 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.
RVR1865 =
Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing,
MI 48909 USA).
RVA = Versión
Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo
Hispano).
VM = Versión
Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Jehová había estado ocupado con la
bendición de Su pueblo, dando instrucciones para erigir Su santuario para que
Él pudiese morar en medio de ellos. Moisés estaba en lo alto para recibir estas
comunicaciones de Su gracia. Jehová estaba 'hablando' con Su siervo (Éxodo
31:18) con respecto al establecimiento de las cosas preciosas relacionadas con
la relación en la cual Él había entrado, en gracia, con Israel. Pero incluso
mientras Él estaba ocupado así, el pecado, e incluso la apostasía, se
manifiestan en el campamento al pie del Sinaí. En lo alto, todo es luz y
bendición; abajo, todo es tinieblas y maldad.
"Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se
acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan
delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra
de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: Apartad los
zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos
y de vuestras hijas, y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos
de oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón; y él los tomó de las
manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de
fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la
tierra de Egipto. Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y
pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová. Y al día siguiente
madrugaron, y ofrecieron holocaustos, y presentaron ofrendas de paz; y se sentó
el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse." (Éxodo 32: 1-6).
Hay una semejanza sorprendente, en un aspecto, entre esta escena y la
presenciada al pie del monte de la transfiguración. En ambas Satanás domina por
completo. En la que está ante nosotros, es la nación que ha caído bajo su
poder, en la otra, es el muchacho que él ha poseído (Mateo 17); pero el
muchacho es, nuevamente, un tipo de la nación Judía de un día postrero. La
ausencia de Cristo al estar Él en lo alto (mostrada también, en figura, por
Moisés en el Sinaí) es la oportunidad provechada por Satanás —bajo el permiso
de Dios— para la exhibición de su poder impío, y el hombre (Israel), en el mal
de su corazón, se convierte en su miserable esclavo. Pero se ha de observar que
Satanás, con independencia de su actividad, jamás puede impedir a Dios. Él
puede procurar frustrar, y puede parecer tener éxito en postergar el
cumplimiento de los propósitos de Dios, pero jamás puede frustrarlos. Así, en
la escena que tenemos ante nosotros, Jehová ha terminado de hablar con Moisés (Éxodo
31:18), y ha arreglado todo según Su voluntad, antes de que el pueblo cayese en
pecado. Es así a lo largo de todas las Escrituras. Satanás, al no tener visión
del futuro, está siempre atrasado en un día; de modo que si parece que él gana
un éxito momentáneo, es sólo para exponerse él mismo, al final, a una derrota
más aplastante. Este hecho debería alentar los corazones de los creyentes
mientras esperan el momento, que vendrá "en breve", cuando el Dios de
paz aplastará a Satanás debajo de sus pies. (Romanos 16:20).
El acto del pueblo no es menos que una abierta apostasía. Sus rasgos
generales pueden ser indicados brevemente. Primero, ellos olvidaron y
abandonaron a Jehová. En segundo lugar, atribuyeron su liberación de Egipto a
Moisés: le describieron como "el varón que nos sacó de la
tierra de Egipto." (Éxodo 32:1). Finalmente,
cayeron en idolatría. Deseaban dioses visibles —testificando contra ellos
mismos de que eran "hijos en los cuales no hay fidelidad."
(Deuteronomio 32:20 – LBLA). Aarón cayó con ellos —aparentemente sin problema.
El hombre que había sido designado al cargo sacerdotal, aquel que iba a
disfrutar del privilegio de entrar en el lugar santísimo a ministrar delante de
Jehová, se convirtió en el instrumento, si acaso no el líder, de la impía
rebelión de ellos. Sacerdote y pueblo aceptaron por igual la malvada
inspiración de Satanás, y adoraron los dioses que habían hecho sus propias
manos; y clamaban, mientras adoraban, "Este es tu
dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto." (Éxodo 32:4 –
LBLA). Se debe comentar otra cosa: Aarón procura ocultar la vergüenza de la
idolatría de ellos poniendo al ídolo el nombre de Jehová. Habiendo edificado un
altar, pregonó, y dijo, "Mañana será fiesta para JEHOVÁ." (Éxodo
32:5). Esto es exactamente lo que una Cristiandad apóstata ha hecho. Habiendo
erigido sus ídolos, a esto lo denominan la adoración del Señor; y mediante
ello, las almas son seducidas a aceptar lo que es realmente una abominación
delante de Dios. ¿Qué era este becerro de oro? Aarón habría dicho que era nada
más que un símbolo de Jehová. Así lo hacen los Católicos Romanos y los
Ritualistas, y dignifican así su idolatría con el nombre de Cristo y de la
Cristiandad. Por tanto, esta escena —que podría ser, por una parte, un retrato
del postrer estado de los Judíos, que será peor que el primero, por la otra, no
es menos instructiva para el día actual. De hecho, Israel rechazó a Jehová, y a
Su siervo Moisés. Se hicieron apóstatas, y la apostasía en la única palabra que
expresa la verdadera condición de la Cristiandad moderna, la cual, si bien
reconoce el nombre, rechaza realmente la autoridad de Cristo a la diestra de
Dios.
No es de extrañar que el furor de Jehová se encendiera contra el
pueblo.
"Entonces Jehovah dijo a Moisés: —Anda, desciende, porque tu
pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Se han apartado
rápidamente del camino que yo les mandé. Se han hecho un becerro de fundición,
lo han adorado, le han ofrecido sacrificios y han dicho: "¡Israel, éste es
tu dios que te sacó de la tierra de Egipto!" —Le dijo, además, a Moisés—:
Yo he visto a este pueblo, y he aquí que es un pueblo de dura cerviz. Ahora
pues, deja que se encienda mi furor contra ellos y los consuma, pero yo haré de
ti una gran nación." (Éxodo 32: 7-10; RVA).
Israel, de hecho, se había expuesto al justo juicio de Dios. Habían
prometido voluntariamente obediencia a la ley de Dios como la condición de
bendición; y el pacto había sido sellado mediante el rociamiento de la sangre
—emblema de la muerte— como la pena por quebrantarla. Ellos habían incurrido
ahora en esta pena. Dios no los trata ya más como Su pueblo. Ellos Le habían rechazado,
y habían hablado de Moisés como siendo el hombre que los había sacado de
Egipto: y Jehová los toma en el propio terreno de ellos. Por eso dice a Moisés,
"tu pueblo que sacaste de la
tierra de Egipto se ha corrompido", etc. (Éxodo 32:7). Luego, después de
describir el pecado de ellos, Él anunció Su juicio solemne: "Yo he visto a
este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que
se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande."
(Éxodo 32: 9, 10). De este modo Israel, si era tratado según las justas
demandas de la ley que habían aceptado, y a la que habían prometido obediencia
como condición de la bendición, estaba perdido irremisiblemente, y perecerían por
su propio pecado y apostasía. El anuncio que Jehová había hecho evocó, del
corazón de Moisés, una intercesión de belleza y fuerza incomparables. Jehová
había dicho, "de ti yo haré una nación grande" (Éxodo 32:10), pero su
magnífico amor por su pueblo, perdiéndose él mismo de vista, haciendo
completamente caso omiso de lo que podían haber denominado sus propios
intereses, piensa sólo en la gloria de Jehová, y en la miseria de Israel. Él
pudo, por medio de la gracia, asumir el verdadero lugar de un mediador; y
derrama toda su alma en su suplicante intercesión. El carácter de esta
apelación es muy digno de mención. Él no atenúa, ni por un momento, el pecado
del pueblo —esto no lo podía hacer: tampoco suplica misericordia, ya que no
había espacio alguno para la misericordia en el pacto del Sinaí. Lo que él hace
es, por tanto, recurrir a Dios —y recurrir a lo que Su gloria necesitaba en
relación con el pueblo que había redimido. En primer lugar, él pone en
evidencia la deshonra que se haría a Su nombre entre los Egipcios, si Israel
fuese destruido. Le recuerda a Jehová el vínculo establecido con Su pueblo a
través de la redención. Dios había dicho a Moisés, "tu" pueblo (Éxodo
32:7); pero Moisés alega que ellos son 'Su' pueblo (Éxodo 32:11). Él no
aceptará el rompimiento del vínculo, pero clama, "Oh Jehová, ¿por qué se
encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con
gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo:
Para mal los sacó…? etc. (Éxodo 32: 11, 12). Pese a la vergonzosa apostasía de
ellos, el alegato de Moisés fue que ellos eran aún el pueblo de Dios, y que Su
gloria quedaba involucrada al perdonarles —para que el enemigo no se gloriase de
la destrucción de ellos, y, de ese modo, se jactase por sobre Jehová mismo. Fue,
en sí mismo, un alegato de fuerza irresistible. Josué usa uno de carácter
similar cuando los Israelitas son heridos delante de Hai. Él dice, "¿…los
cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán
nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?"
(Josué 7:9). En ambos casos
se trató de fe asiéndose de Dios, identificándose con Su propia gloria, y
reclamando, en ese terreno, la respuesta a sus deseos —un alegato que Dios no
puede rechazar jamás. Pero Moisés tiene otra. En la energía de su intercesión —fruto,
ciertamente, de la acción del Espíritu de Dios— él retrocede a las promesas
absolutas e incondicionales hechas a Abraham, Isaac, y Jacob, recordándole a
Jehová las dos cosas inmutables en las que cuales es imposible que Él mienta. (Hebreos
6:18). No se encuentra en las Escrituras un ejemplo más hermoso de la intercesión
que prevalece. En efecto, en la emergencia que había surgido, todo dependió del
mediador, y, en Su gracia, Dios ha proporcionado a uno que pudo estar en la
brecha, y alegar por la causa de su pueblo —no sobre el terreno de lo que ellos
eran, ya que por su pecado estaban expuestos a la justa indignación de un Dios
santo— sino sobre el terreno de lo que Dios era, y sobre el de Sus consejos
revelados y confirmados a los patriarcas, tanto mediante juramento como por
promesa. Jehová oyó y "se arrepintió del mal que dijo que había de hacer a
su pueblo." (Éxodo 32:14). ¡Qué estímulo para la fe! Si hubo alguna vez
una ocasión cuando parecía imposible que la oración fuese oída, esta fue dicha
ocasión; pero la fe de Moisés se elevó por sobre todas las dificultades, y, estrechando
la mano de Jehová, reclamó Su ayuda; y, puesto que Él no podía negarse a Sí
mismo, la oración de Moisés fue concedida. Ciertamente "la ferviente
oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho." (Santiago 5:16 –
RVA).
"Y volvió Moisés y descendió del monte, trayendo en su mano las
dos tablas del testimonio, las tablas escritas por ambos lados; de uno y otro
lado estaban escritas. Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era
escritura de Dios grabada sobre las tablas. Cuando oyó Josué el clamor del
pueblo que gritaba, dijo a Moisés: Alarido de pelea hay en el campamento. Y él
respondió: No es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz
de cantar oigo yo. Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el
becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos,
y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó
en el fuego, y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció sobre las aguas,
y lo dio a beber a los hijos de Israel. Y dijo Moisés a Aarón: ¿Qué te ha hecho
este pueblo, que has traído sobre él tan gran pecado? Y respondió Aarón: No se
enoje mi señor; tú conoces al pueblo, que es inclinado a mal. Porque me
dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el
varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y
yo les respondí: ¿Quién tiene oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el
fuego, y salió este becerro." (Éxodo 32: 15-24).
El pacto del Sinaí había sido quebrantado —irremediablemente
quebrantado. Moisés, no obstante, llevó las dos tablas de piedra con él, cuando
volvió de la presencia de Jehová para descender al campamento; y el Espíritu de
Dios aprovecha la ocasión de esta circunstancia para llamar la atención a su
carácter divino y perfecto. "Las tablas eran obra de Dios, y la escritura
era escritura de Dios grabada sobre las tablas." (Éxodo 32:16). Todo era
divino —divino en su origen, y divino en su ejecución. Pero estas tablas
divinas de la ley nunca llegaron al campamento. Fue imposible. El pueblo había
hecho una brecha completa entre ellos mismos y Dios; y por lo tanto, no podía
haber ninguna cuestión adicional acerca de la obediencia sobre el terreno de la
pura ley. Podían ser objetos de misericordia en respuesta a la intercesión,
pero como transgresores manifiestos, habían quebrantado el pacto que habían
aceptado tan fácilmente, y se habían convertido ahora en idólatras. ("En
efecto, al día siguiente los israelitas madrugaron y presentaron holocaustos y
sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y se
entregó al desenfreno." Éxodo 32:6 – NVI). Josué pensó que lo que había
oído en el campamento eran gritos de guerra; pero Moisés, que había estado por
tanto tiempo en la presencia de Dios, fue más rápido en discernir el carácter
verdadero de los sonidos que alcanzaban sus oídos. "Y aconteció que cuando
él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés,
y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte." (Éxodo
32:19). Observen cuan completa era la comunión que Moisés tenía con los
pensamientos de Jehová con respecto a Su pueblo. La ira de Jehová se encendió
contra ellos, y aunque Moisés, como mediador, Le había suplicado por esta
razón, con todo, su ira ardió cuando descendió y vio el becerro de oro. Por lo
tanto, si quebró las tablas de la ley, ello fue sólo la expresión de la
necesidad que había surgido por causa de lo que el pueblo había hecho con el
pacto, y el acto, a la vez, estaba en entera conformidad con la mente de Dios.
Citando la expresión de otro, «Su
oído ejercitado, rápido para discernir
cómo estaban las cosas con respecto al pueblo, oye su liviano y profano gozo.
Tan pronto ve el becerro de oro, que incluso había precedido al tabernáculo de
Dios en el campamento, y él quiebra las tablas al pie del monte; y, tan celoso
como estuvo en lo alto hacia Dios a favor del pueblo debido a Su gloria, así lo
está ahora abajo en la tierra celoso por Dios debido a la misma gloria. Porque
la fe hace más que ver que Dios es glorioso (toda persona razonable reconocería
eso); ella conecta la gloria de Dios y Su pueblo, y por eso cuenta con que Dios
les bendiga en todo estado de cosas, como en interés de Su gloria, e insiste
sobre la santidad en ellos a toda costa, en conformidad con esa gloria, para
que no pueda ser blasfemada en los que están identificados con ella.» Estas son
palabras verdaderas y de peso, y deberían penetrar profundo
en los corazones del pueblo del Señor en un día como el actual —cuando el
"campamento" del Cristianismo profesante presenta una apariencia no
diferente de aquella que Moisés contempló cuando descendió del monte; y
deberían ser muy ponderadas por esos siervos del Señor a los que se les ha
impuesto actuar para Él en cualesquiera dificultades, y, en efecto, por todos
los que se identificarían verdaderamente, en la iglesia, con los intereses de
Cristo. Ya que a menos que primero seamos celosos delante de Dios a favor de Su
pueblo, no podemos ser celosos por Su gloria cuando tratamos con Su pueblo aquí
abajo.
A continuación, Moisés trata con Aarón —le acusa de haber traído tan
gran pecado sobre el pueblo. En Deuteronomio se encuentra una circunstancia
adicional que nos puede ayudar a comprender esto. Moisés dice allí, "Jehovah
también se enojó tanto contra Aarón como para destruirlo. Y también oré por
Aarón en aquella ocasión." (Deuteronomio 9:20 – RVA). Aarón es
considerado, indudablemente, como cabeza responsable del pueblo durante la
ausencia de Moisés, de ahí la culpa especial con que se le acusa; y es
evidente, a partir de la narración, que él no fue lento para aceptar los deseos
del pueblo. Tal como con Israel, así con Aarón —ambos se salvan de las
consecuencias gubernamentales de su pecado por medio de la intercesión de
Moisés, pero la culpa del pecado hacia Dios permaneció. Esta distinción debe
ser tenida muy en cuenta, o el juicio ejecutado después podría parecer
inconsistente con la declaración de que "Jehová se arrepintió del mal que
dijo que había de hacer a su pueblo." (Éxodo 32:14). De no ser por la
intercesión de Moisés, la nación habría sido destruida, como resultado del
gobierno de Dios sobre la base de la ley de Sinaí. Librados de esta
consecuencia, Dios era libre aún para tratar con ellos —como hallamos, al final
del capítulo, que "Jehová hirió al pueblo, porque habían hecho el becerro
que formó Aarón." (Éxodo 32:35). Aarón es distinguido en estas palabras;
porque, al ocupar la posición que le correspondía, se le considera como
especialmente criminal. Su respuesta a Moisés revela el corazón de un pecador
convicto. Tal como Adán culpó a Eva, y Eva a la serpiente, del mismo modo Aarón
se refugia detrás del pueblo. Es cierto que el pueblo era "propenso al
mal." (Éxodo 32:22 – VM); pero su pecado radicó en ayudarles en su
objetivo. Él debiera haber muerto en vez de haberse rendido a los deseos de
ellos. Su debilidad —mostrada a menudo, pese al favor y la gracia de Jehová— fue
su vergüenza y culpa.
Moisés, viendo que el pueblo estaba desnudo ("porque Aarón le
había desnudado para vergüenza entre sus enemigos" – Éxodo 32:25 – RVR1865),
se vuelve de las excusas de su hermano, y ardiendo con un celo santo por
Jehová, se puso a la puerta del campamento, y clamó, "¿Quién está por
Jehová? Júntese conmigo." (Éxodo 32:26). No era el momento de ocultar el
mal, o para el compromiso. Cuando hay abierta apostasía no puede haber
neutralidad. Neutralidad cuando el asunto es entre Dios y Satanás es, en sí
misma, apostasía. Aquel que no está con el Señor, en un momento semejante, está
contra Él. Y presten atención, además, que este clamor es levantado en medio de
los que eran el pueblo profesante de Jehová. Todos ellos eran Israelitas. Pero
ahora debe haber una separación, y el desafío de Moisés, "¿Quién está por
Jehová?" hace que todos se manifiesten. Él se convirtió en el centro de
Jehová; y por eso, juntarse con Él era estar por Jehová, rechazar su llamamiento
era estar contra Jehová. ¿Cuál fue el resultado de su convocatoria? Bueno,
fue que de todas las tribus de Israel, sólo Leví fue hallado fiel. "Se
juntaron con él todos los hijos de Leví." (Éxodo 32:26). De ellos fue el distinguido
honor —por la gracia de Dios— de estar del lado de Jehová cuando todo el
campamento estuvo en total rebelión. Cuan preciosa debe haber sido la fidelidad
de Leví a los ojos de Jehová. Parecería, al leer Deuteronomio, que Jehová los
reclamó para el servicio especial del Tabernáculo en relación con su conducta en
este momento. Moisés dice, "En aquel tiempo Jehová separó la tribu de
Leví, para que llevase el Arca del Pacto de Jehová, para que estuviese en
presencia de Jehová a ministrar delante de él, y para bendecir en su nombre,
hasta el día de hoy. Por esto no tiene Leví parte ni herencia con sus hermanos;
Jehová es su herencia, como se lo prometió Jehová tu Dios." (Deuteronomio
10: 8, 9 – VM). No se trató, en efecto, de una fidelidad común; ya que tan
pronto como respondieron al llamamiento de Moisés, se les ordenó, "Así
dice Jehová, el Dios de Israel: Ponga cada cual su espada sobre el muslo, y
pasad, y volved a pasar de puerta a puerta por entre el campamento, y matad,
aunque sea cada uno a su hermano, y cada uno a su amigo, y cada uno a su
pariente cercano. Y lo hicieron así los hijos de Leví, conforme al dicho de
Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. Porque les
había dicho Moisés: Consagraos hoy a Jehová, aunque sea cada cual en su mismo
hijo, o en su hermano; para que él os dé hoy su bendición." (Éxodo 32:
27-29 VM).
La tribu de Leví respondió al llamamiento divino de este modo,
separándose de sus hermanos idólatras, y participando resueltamente con Dios
contra la iniquidad de Su pueblo. Fue una prueba escudriñadora —una prueba que
demandó que Leví desechase todo reclamo de la carne, sí, para que dijese acerca
de su padre y de su madre, en palabras de Moisés, "Nunca los he visto; Y
no reconoció a sus hermanos, Ni a sus hijos conoció; Pues ellos guardaron tus
palabras, Y cumplieron tu pacto."
(Deuteronomio 33:9). Se trató de obediencia a toda costa al llamamiento divino,
y por tanto, de una separación completa del mal en que Israel había caído. Dios
prueba a menudo a Su pueblo del mismo modo; y cada vez que la confusión y el
deterioro han comenzado, la única senda para el piadoso es la que está señalada
por el curso tomado por Leví —la de la obediencia sincera, incondicional. Una
senda como esa debe ser dolorosa —implicando para los que entran en ella, la
renuncia a algunas de las más íntimas asociaciones de sus vidas, un rompimiento
de muchos vínculos naturales— de parientes y relaciones amistad; pero se trata
de la única senda de bendición. Muchos harían bien en desafiar a sus corazones,
e inquirir si en este día malo ellos se encuentran aparte, sometiéndose a Su
palabra, de todo lo que deshonra el nombre del Señor.
Al día siguiente, Moisés volvió a
Jehová en el monte.
"Y aconteció que al día
siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero
yo subiré ahora a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces
volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran
pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si
no, ráeme ahora de tu libro que has escrito. Y Jehová respondió a Moisés: Al
que pecare contra mí, a éste raeré yo de mi libro. Vé, pues, ahora, lleva a
este pueblo a donde te he dicho; he aquí mi ángel irá delante de ti; pero en el
día del castigo, yo castigaré en ellos su pecado." (Éxodo 32: 30-34).
En primer lugar, Moisés acusa al
pueblo por su pecado, y luego, en su amor por el pueblo, propone ir a nombre de
ellos a la presencia de Jehová, diciendo, "quizás yo pueda hacer
expiación por vuestro pecado." (Éxodo 32:30 – RVA). El contraste entre Moisés
y el Señor Jesús en este respecto ha sido descrito de manera hermosa por otro. Dice,
«¡Qué
contraste observamos aquí, de paso, con la obra
de nuestro precioso Salvador! Él, descendiendo desde lo alto —de Su morada en
la gloria del Padre— para hacer Su voluntad; y, mientras guarda la ley (en
lugar de destruir las tablas, las señales de este pacto, cuyas demandas el
hombre era incapaz de satisfacer), soporta Él mismo el castigo de su
infracción; y habiendo consumado la expiación antes de regresar a lo alto, en
lugar de subir con un triste "quizás" en Su boca, que la santidad de
Dios anuló instantáneamente, Él asciende con la señal de la consumación de la
expiación, y de la confirmación de este nuevo pacto con Su sangre preciosa,
cuyo valor no podía ser puesto en duda, para aquel Dios delante de quien Él la
presentó.» Cierto,
Moisés fue un mediador, pero como tal, está más bien en contraste que
tipificando a Cristo en este carácter.
Pero él volvió, confesó el pecado de
su pueblo, y suplicó en la intensidad de su afecto por el perdón de ellos. Aún
más —y no podía ir más allá— añadió, "si no, ráeme ahora de tu libro que
has escrito." (Éxodo 32:32). Se había identificado tan plenamente con el
pueblo —siendo esto la fuente de toda fortaleza en la intercesión cuando ella
es producida por el Espíritu de Dios— que si no se los perdonaba, él deseó
perecer con ellos. Se trató del derramamiento de su amor intenso por Israel
culpable, y no difiere del caso del apóstol Pablo, el cual dijo, "Porque
deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los
que son mis parientes según la carne" (Romanos 9:3). Dios no accedió al
pedido de Su siervo, ya que él no había consumado la expiación sobre la cual
tomar su posición, ni tenía con qué hacer expiación —la única base sobre la que
un Dios santo podía perdonar justamente a Su pueblo. Pero su intercesión prevaleció
hasta el punto de proteger al pueblo de las consecuencias gubernamentales de su
pecado —su destrucción como castigo por su transgresión. No obstante, si bien
ellos fueron perdonados en la paciencia del Señor, Él los vuelve a colocar,
individualmente, bajo responsabilidad con las palabras, "Al que pecare
contra mí, a éste raeré yo de mi libro." (Éxodo 32:33). Acto seguido,
ordenó a Moisés que se marchase, y que condujese al pueblo al lugar que Él
había prometido, diciendo, "mi ángel irá delante de ti; pero en el día del
castigo, yo castigaré en ellos su pecado. Y Jehová hirió al pueblo, porque
habían hecho el becerro que formó Aarón." (Éxodo 32: 34, 35). Ya no es
Jehová que mora en medio de ellos, sino un ángel es el que ha de ir delante de
ellos, y estando aún el pueblo bajo justo juicio debido a su pecado. Este
cambio, que produce una nueva acción y una nueva intercesión de parte de
Moisés, es desarrollado, en cuanto a sus consecuencias, en el capítulo
siguiente.
"Jehová dijo a Moisés: Anda,
sube de aquí, tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto, a la tierra de
la cual juré a Abraham, Isaac y Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré; y
yo enviaré delante de ti el ángel, y echaré fuera al cananeo y al amorreo, al
heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo (a la tierra que fluye leche y miel);
pero yo no subiré en medio de ti, porque eres pueblo de dura cerviz, no sea que
te consuma en el camino. Y oyendo el pueblo esta mala noticia, vistieron luto,
y ninguno se puso sus atavíos. Porque Jehová había dicho a Moisés: Dí a los
hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en
medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que yo sepa
lo que te he de hacer. Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus
atavíos desde el monte Horeb." (Éxodo 33: 1-6).
Hay que tomar nota de varios puntos
en esta declaración, siendo ellos indicativos de la posición que el pueblo
ocupaba ahora. En primer lugar, Jehová no readmitía al pueblo a esa relación
con Él que habían perdido por intermedio de su transgresión. Le habían
rechazado, y Él los mantiene, por decirlo así, en ese plano. De este modo Él
aún dice a Moisés, "tú y el pueblo que sacaste de la tierra de Egipto."
En segundo lugar, Él, no obstante, les promete la tierra; esto había quedado
asegurado por la primera intercesión de Moisés, cuando apeló a las promesas
absolutas e incondicionales hechas a los patriarcas. (Éxodo 32:13). Pero, en
tercer lugar, Él anuncia que no irá en medio de ellos: "Porque",
dice, "eres pueblo de dura cerviz, no sea que te consuma en el camino."
(Éxodo 33:3). Un Dios santo, por hablar según la manera de los hombres, no
sabía cómo podía habitar ahora en medio de una nación de transgresores. Por
último, Él amenaza juicio, y ordena al pueblo despojarse de sus atavíos para
que pudiera saber qué hacer con ellos. Dios sopesa, por decirlo así, la
condición de Su pobre pueblo, y hace una pausa antes de que Él hiera, viendo
que hicieron duelo —humillados por su pecado— por las noticias que habían
recibido. Se trata de una escena sorprendente, si acaso solemne —el pueblo despojado
de sus adornos (joyas), esperando el juicio pronunciado en amargura y dolor de
corazón; y Jehová haciendo una pausa antes de que el golpe fuera asestado.
Pero Aquel que pronunció el juicio
sobre el pueblo por sus pecados, proporcionó un modo para que ellos escapasen
mediante una nueva acción por parte de Moisés. Antes que nada, levantó el
tabernáculo fuera del campamento.
"Y Moisés tomó el tabernáculo,
y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión.
Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba
fuera del campamento. Y sucedía que cuando salía Moisés al tabernáculo, todo el
pueblo se levantaba, y cada cual estaba en pie a la puerta de su tienda, y
miraban en pos de Moisés, hasta que él entraba en el tabernáculo. Cuando Moisés
entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta
del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés. Y viendo todo el pueblo la
columna de nube que estaba a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a
la puerta de su tienda y adoraba. Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como
habla cualquiera a su compañero. Y él volvía al campamento; pero el joven Josué
hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo."
(Éxodo 33: 7-11).
No parece que Moisés, al levantar el
tabernáculo [*] fuera del campamento, estaba actuando bajo algún mandato
directo del Señor. Se trató, más bien, de discernimiento espiritual,
considerando tanto el carácter de Dios como el estado del pueblo. Enseñado por
Dios, siente que Jehová ya no podía habitar en medio de un campamento que había
sido contaminado por la presencia del becerro de oro. Por lo tanto, hizo lugar
afuera, lejos del campamento, y lo llamó el tabernáculo de reunión.
[*] El lector
comprenderá que este no era EL Tabernáculo, cuyo modelo y cuyos detalles
habían sido prescritos a Moisés en el monte, sino una tienda que iba a ser
ahora un tabernáculo —un lugar de reunión entre Dios y aquellos que Le
buscaban, levantado para suplir la necesidad presente fuera del campamento, a
consecuencia del pecado del pueblo.
Esto fue una cosa totalmente
diferente de lo que Jehová había dicho a Moisés: "Y que hagan un santuario
para mí, para que yo habite entre ellos." (Éxodo 25:8 – LBLA). Ya no iban
a ser más el pueblo del Señor —agrupados alrededor de Él como centro de ellos;
sino que estando Él afuera, "cualquiera que buscaba a Jehová, salía al
tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento." (Éxodo 33:7).
Esto llegó a ser, de este modo, una cosa individual; y los verdaderos
adoradores estaban en el lugar de separación —asumieron el terreno de
separación del campamento que había reconocido a un dios falso. Esto presenta
un principio de sumo valor y de suma importancia. Porque se debe recordar que
Israel era, de manera profesada, el pueblo de Jehová; pero su condición había
llegado a ser tal que Jehová ya no pudo estar más en medio de ellos. Así fue en
un día postrero, tal como deducimos de la epístola a los Hebreos; y de ahí la
exhortación que se presenta allí, "Salgamos, pues, a él, fuera del campamento,
llevando su vituperio." (Hebreos 13:13). Cuando el nombre del Señor es
deshonrado, y Su autoridad es rechazada, y es sustituida por otra autoridad, no
existe ningún otro recurso para los piadosos sino salir de todo lo que responde
al campamento, si es que han de adorar a Dios en espíritu y en verdad. Y se
debería hacer notar cuidadosamente que, como en el caso de Moisés, la necesidad
para una separación tal es un asunto de discernimiento espiritual. Hay tiempos
y épocas —y los que tienen un ojo sencillo no dejarán de llegar a conocerlos—
cuando, como en el caso de Leví al final del capítulo anterior, tomar parte con
el Señor contra Su pueblo llega a ser un privilegio santo y elevado, a lo menos
en testimonio contra sus modos de obrar; y, como en el caso de Moisés, hay que tomar
un lugar fuera de toda la decadencia, del rechazo a la autoridad del Señor, y
de las prácticas idolátricas de Su pueblo. Al tomar un paso semejante debe
existir, indudablemente, la autoridad de la Palabra de Dios —la única luz para
nuestros pies en las tinieblas que nos rodean, puesto que es nuestro único
recurso en el día malo. Pero la aplicación de la Palabra a algún determinado
estado de cosas debe ser un asunto de sabiduría y discernimiento espirituales
por medio del Espíritu de Dios.
Habiendo sido levantado el
tabernáculo, Moisés, a la vista de todo el pueblo, salía y entraba en él; y,
cuando entraba, Jehová refrendaba de inmediato su acto de fe, ya que le columna
de nube descendía, y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Él hablaba con
Moisés (Éxodo 33:9). Estando en separación del campamento, Jehová mismo se
revelaba como no lo había hecho antes, y tan sorprendentemente que el pueblo
"se levantaban y adoraban, cada cual a la entrada de su tienda. Y
acostumbraba hablar el SEÑOR con Moisés cara a cara, como habla un hombre con
su amigo." (Éxodo 33: 10, 11 - LBLA). Esto fue una cosa totalmente nueva,
completamente diferente de las comunicaciones sublimes de Sinaí. Era una
intimidad de cercanía y comunión que Moisés nunca antes había disfrutado. Jehová
mismo alude a esto como siendo el privilegio distintivo de Su siervo, cuando le
vindica de las difamaciones de Aarón y Myriam. (Números 12: 5-8). Este hecho
está lleno de consolación —enseñando, tal como lo hace, que aunque la ruina, e
incluso la apostasía, puedan caracterizar al pueblo profesante de Dios, los que
pueden entrar en los pensamientos de Dios pueden encontrar aún un modo de
entrar a Su presencia, y son capacitados, por Su gracia, para tomar un lugar
afuera de las corrupciones por las que están rodeados; y que el Señor se
revelará a los tales, en respuesta a su fe y fidelidad, en un modo muy especial
y de gracia. El hecho es que, identificados con las corrupciones de un pueblo
apóstata, nosotros compartimos, necesariamente, su condición e incluso su
juicio; pero apartándonos, según la mente del Señor, la barrera que impide la
manifestación de Él mismo es quitada. Nosotros estamos en una situación
diferente —ya que estamos en la situación de la fe individual y de la condición
de alma individual. Pero entonces se ha de recordar que todo los que actúan de
este modo se encontrarán juntos, reunidos individualmente, alrededor de un
nuevo centro. En efecto, el acto de Moisés es, en cierto modo, la anticipación
de esa palabra, "donde dos o tres se hallan reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos." (Mateo 18:20 – VM). Y esta seguridad es el
recurso de los piadosos en este día de confusión y corrupción, tal como el
tabernáculo (la tienda) de reunión afuera del campamento lo fue en los días de
aquellos que buscaban a Jehová en medio de la idolatría de Israel; y los que,
en sencillez y fe han recurrido a dicho recurso, recibirán, tal como Moisés lo
hizo, manifestaciones especiales del favor y de la presencia del Señor.
Habiendo sido aceptado el acto de
Moisés, él volvió al campamento —ahora como el reconocido mediador; pero Josué,
tipo de Cristo en espíritu, como líder de Su pueblo, permanecía en el
tabernáculo. Acto seguido Moisés, como mediador, comienza su intercesión.
Acepta el lugar en que Dios le había colocado —como aquel designado para
conducir al pueblo a la herencia prometida. (Éxodo 33:1). Él toma este terreno
como la base de su súplica.
"Y dijo Moisés a Jehová: Mira,
tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no me has declarado a quién enviarás
conmigo. Sin embargo, tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado
también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te
ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en
tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo." (Éxodo 33: 12, 13).
Suplica, en primer lugar, por él
mismo. Desea conocer primeramente a quién enviaría Jehová con él. Dios había
dicho que enviaría un ángel (Éxodo 33:2); pero Moisés querría saber más; y
suplica por este conocimiento sobre el terreno de que Jehová le había dicho,
"Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado también gracia en mis
ojos." Además, querría conocer el camino de Dios, para que él
pudiese conocerle, para que pudiese hallar gracia en Sus ojos. Y luego, trae al
pueblo delante de Dios. Como todo dependía ahora de Moisés, como mediador, él
presenta primero su causa; e introduce luego al pueblo. "Considera",
él ora de manera conmovedora, "que esta nación es pueblo tuyo."
(Éxodo 33:13 – VM). Todo esto es extremadamente hermoso, así como está también
lleno de interés y enseñanza. No fue suficiente para Moisés haber sido
designado divinamente para conducir a Israel, y que un ángel fuese delante de
él en la senda, sino que él deseó saber, no su camino sino el de Dios a
través del desierto, para que también pudiera conocerle a Él. Si iba a
conducir al pueblo, él no se podía satisfacer con menos que conocer a Dios y el
camino de Dios. Esto es lo que cada creyente necesita, y no hay nada más mientras
se está en el desierto.
Jehová acepta amablemente la oración
de Su siervo. Dice, "Mi presencia irá contigo, y te daré descanso."
(Éxodo 33:14). Esta fue una respuesta completa al clamor del mediador, y fue todo
lo que necesitaba para llevarle a él y al pueblo a través de la senda
desértica. Esto consoló y alentó su corazón —y respondió, "Si tu presencia
no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí." (Éxodo 33:15). Él se
identifica ahora con el pueblo. Este no es un simple presagio del corazón de
Cristo —este amor intenso de Moisés por Israel, vinculándolos con él mismo en
su lugar de favor delante de Dios. Y no sólo eso, sino que, elevándose más
alto, él los une de nuevo con Dios. Hemos comentado que Dios tomó a Israel
sobre su propio terreno, y puesto que Le habían rechazado, Él había dicho a
Moisés, "tu" pueblo. Pero ahora —ahora que Moisés, actuando como
mediador, se ha granjeado el oído de Dios, dice nuevamente, "Tu"
pueblo. Él continúa, "¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en
tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu
pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la
tierra?" (Éxodo 33:16). Reclama de este modo, por decirlo así, como
demostración del divino favor —de la restauración del favor— la propia presencia
de Dios con Su pueblo. No se podía conocer de otra manera; y el hecho de Su
presencia los separaría de todo otra nación. Es lo mismo, en cuanto a
principio, durante esta dispensación (época). La presencia del Espíritu Santo
en la tierra, edificando Su pueblo para ser morada de Dios (Efesios 2:22 – VM),
separa de todo lo demás, y separa tan completamente, que no hay más que dos
esferas —la esfera de la presencia y la acción del Espíritu Santo, y la esfera
de la acción y el poder de Satanás.
"Y Jehová dijo a Moisés:
También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y
te he conocido por tu nombre." (Éxodo 33:17).
El éxito de la mediación de Moisés
fue así completo, completo para la restauración del pueblo. Ellos son
nuevamente el pueblo de Jehová —para ser puestos bajo un nuevo pacto, como se
verá en el capítulo siguiente, un pacto de ley, efectivamente, pero de ley
mezclada con gracia, conforme al carácter de Dios como se revelaba ahora. El
efecto del favor divino sobre Moisés es notable. Cada muestra sucesiva de la
gracia no hace más que suscitar mayores deseos; y por tanto, el propio Moisés
anhela poder ver la gloria de Dios.
"El entonces dijo: Te ruego que
me muestres tu gloria." (Éxodo 33:18).
Esa es siempre la acción de la
gracia sobre el alma. Mientras más conocemos de Dios, más deseamos conocer.
Pero esta misma petición de Moisés ofrece un contraste con el lugar del
creyente. Nosotros contemplamos ahora, a cara descubierta, la gloria del Señor
(2ª. Corintios 3:18 – LBLA); aquí Moisés ora para que él pueda verla. El anhelo
santo, no obstante, que él expresa de este modo, muestra el efecto de la
intimidad con Dios, y la posterior acción enérgica del Espíritu Santo sobre el
alma.
"Y le respondió: —Yo haré pasar
toda mi bondad delante de ti y proclamaré delante de ti el nombre de Jehovah.
Tendré misericordia del que tendré misericordia y me compadeceré del que me
compadeceré. —Dijo además—: No podrás ver mi rostro, porque ningún hombre me
verá y quedará vivo. —Jehovah dijo también—: He aquí hay un lugar junto a mí, y
tú te colocarás sobre la peña. Sucederá que cuando pase mi gloria, yo te pondré
en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después
apartaré mi mano, y verás mis espaldas. Pero mi rostro no será visto."
(Éxodo 33: 19-23; RVA).
Jehová oye y concede, en la medida
que a Moisés le era posible recibir, la petición que había hecho. Haría pasar
toda Su bondad delante de él, y proclamaría el nombre de Jehová. A continuación
establece el principio de Su soberanía, sobre la cual Él debe actuar para
perdonar a Israel; ya que si Él hubiera tratado con ellos sobre la base de su
ley justa, toda la nación debería haber perecido. El apóstol Pablo cita esta
misma Escritura para aplicar la misma verdad —que, por un lado, Israel fue
perdonado y, por el otro, Faraón fue destruido, en el ejercicio de los derechos
soberanos de Dios. Su objeto es reconciliar la concesión de la gracia sobre los
Gentiles, con las promesas especiales hechas a Israel, y los conduce así de
regreso a su pecado en relación con el becerro de oro, para recordarles que
estaban, en aquel momento, tan endeudados con la gracia soberana de Dios como
lo estaban ahora los Gentiles—que, por tanto, tanto los unos como los otros eran
igualmente los objetos de la misericordia y gracia soberanas. Esta palabra de
Jehová a Moisés es —por decirlo así— el manantial de esta verdad, aunque Dios
había actuado sobre el principio en todos los ámbitos de la historia de Israel.
(Véase Romanos 9: 7-13). Se confirma ahora como el fundamento sobre el cual, en
respuesta a la intercesión de Moisés, Él pudo perdonar al pueblo. Pero no
obstante este favor concedido a Moisés —este privilegio de contemplar la bondad
de Jehová y llevar Su nombre, no podía ver Su rostro y vivir. Jehová lo pondría
"en una hendidura de la peña" mientras pasaba. "Después apartaré
mi mano, y verás mis espaldas. Pero mi rostro no será visto." (Éxodo 33:23
– RVA). No, Dios no se revelaba aún plenamente; la obra no estaba consumada por
intermedio de la eficacia por la que Dios podía traer al pecador a Su presencia
inmediata, y sin una nube de por medio. Por lo tanto, distinguido como fue el
lugar que Moisés ocupó, el creyente más humilde de esta dispensación (época) es
llevado más cerca de Dios. El Cristiano puede contemplar toda la gloria de Dios
en la faz de Jesucristo (2ª. Corintios 4:6); pero Moisés debe estar oculto en
una "hendidura de la peña"—tipo, puede ser, del creyente en Cristo— mientras
esa gloria pasaba. Como alguien ha dicho, «Él le ocultará mientras Él pasa, y Moisés verá Sus
espaldas. No podemos encontrarnos con
Dios en Sus modos de obrar como siendo independientes de Él. Después que ha
pasado, uno ve toda la hermosura de Sus modos de obrar.»
Esto está ejemplificado en el capítulo
siguiente —acerca del restablecimiento del pacto con Israel.
"Jehovah dijo, además, a
Moisés: —Lábrate dos tablas de piedra como las primeras, y escribiré sobre esas
tablas las palabras que estaban en las primeras, que rompiste. Prepárate para
la mañana, sube de mañana al monte Sinaí y preséntate allí delante de mí sobre
la cumbre del monte. No suba nadie contigo, ni nadie sea visto en todo el
monte. No pasten ovejas ni bueyes frente a ese monte. Moisés labró dos tablas
de piedra como las primeras. Y levantándose muy de mañana subió al monte Sinaí,
como le mandó Jehovah, y llevó en sus manos las dos tablas de piedra. Entonces
descendió Jehovah en la nube, y se presentó allí a Moisés; y éste invocó el
nombre de Jehovah. Jehovah pasó frente a Moisés y proclamó: —¡Jehovah, Jehovah,
Dios compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad,
que conserva su misericordia por mil generaciones, que perdona la iniquidad, la
rebelión y el pecado; pero que de ninguna manera dará por inocente al culpable;
que castiga la maldad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los
hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación!" (Éxodo 34: 1-7; RVA).
Moisés se presentó, en obediencia al
mandato divino, con las dos tablas de piedra, para recibir nuevamente la ley
bajo la cual Israel iba a ser puesto. Sinaí es, por tanto, una vez más la
escena de esta entrevista con Jehová. Jehová, fiel a Su promesa, descendió en
la nube y estuvo allí con él, y proclamó el nombre de Jehová. El nombre, en la
Escritura, a lo menos en relación con Dios, es expresivo de la naturaleza; y
por eso es aquí significativo de lo que Dios era ¡como JEHOVÁ! Es esencial
recordar que quien se revela así no es el Padre, sino Jehová en Su relación con
Israel. No es, por lo tanto, una revelación completa de Dios. Esto no podía ser
hasta después de la cruz; pero es el nombre de Jehová —expresión de lo que Dios
era en este carácter— el que es proclamado. «No es, en absoluto, el nombre de Su relación con el pecador para su
justificación, sino con Israel para Su gobierno. Misericordia, santidad, y
paciencia, marcan Sus modos de obrar para con ellos, pero Él no limpia a los
culpables.» El lector
debe estudiar por sí mismo esta revelación de lo que Dios era para Israel —siendo
cada palabra empleada, en este aspecto, la declaración de Su carácter
inmutable. La misericordia y la verdad son vistas en combinación, aunque no fue
sino hasta la cruz que ellas se encontraron, y sus actividades entraron en armonía,
cuando también la justicia y la paz se besaron. (Salmo 85:10). La bondad y la
gracia están aquí también, así como la paciencia; pero hay también santidad, y
por eso, mientras mantiene la misericordia para miles, perdonando la iniquidad,
la transgresión, y el pecado, Jehová no limpiaría, de ningún modo, a los culpables.
Había, en efecto, un corazón de amor para Su pueblo, pero este corazón de amor
estaba reprimido, si se lo puede expresar así, hasta que la expiación haya sido
consumada, cuando Dios pudo justificar justamente al impío. Pero el que siga el
rastro de la línea de los tratos de Dios con Israel, desde este momento hasta
su expulsión de la tierra, y de hecho, hasta la cruz, encontrará cada uno de
estos atributos en constante ejercicio. Todo lo que Dios es, tal como se
declara aquí, se revela en Sus modos de obrar con Su pueblo antiguo. La
proclamación de Su nombre es, en efecto, el resumen de Su gobierno desde el
Sinaí hasta la muerte de Cristo. Pero aun admitiendo plenamente el carácter
maravilloso de la revelación hecha así a Moisés, obsérvese nuevamente que no es
eso de lo que disfrutan ahora los Cristianos. Si se lo compara con las palabras
de nuestro bendito Señor, "les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a
conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en
ellos." (Juan 17:26), no se puede dejar de comprender la inmensidad de la
diferencia. La diferencia es entre lo que Dios era como Jehová para Israel, y
lo que Dios es como el Padre para Sus hijos.
Se debe hacer otra observación.
Satanás había entrado, y por el momento pareció como si hubiese tenido éxito
frustrando los propósitos de Dios con respecto a Su pueblo. Pero Satanás nunca
es derrotado tan completamente como en sus aparentes victorias. Esto no está
ilustrado en ninguna parte tan plenamente como en la cruz; pero la misma cosa
se percibe en relación con el becerro de oro. Este fue obra de Satanás; pero el
fracaso de Israel llega a ser la ocasión, por intermedio de la intercesión de
Moisés, que Dios en Su gracia proporcionó, de la revelación más plena de Dios,
y de Su mezcla de la gracia con la ley. La actividad de Satanás no hace más que
llevar a cabo los propósitos de Dios, y se hace que su furor contra quien toda
su maldad y enemistad son dirigidas Le alabe a Él.
Podemos considerar, ahora, el efecto
que tiene sobre Moisés la proclamación del nombre de Jehová.
"Entonces Moisés, apresurándose,
bajó la cabeza hacia el suelo y adoró. Y dijo: Si ahora, Señor, he hallado
gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un
pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos
por tu heredad." (Éxodo 34: 8, 9).
El primer efecto es personal. Hace
que Moisés baje su cabeza hacia el suelo en adoración delante de Jehová. Cada
revelación de Dios al corazón de Su pueblo produce este resultado. Esto está
ilustrado notablemente en la experiencia de los patriarcas. Registros tales
como estos son comunes. "Y apareció Jehová a Abram, . . . Y edificó allí
un altar a Jehová, quien le había aparecido." (Génesis 12:7). Así también
con Moisés. Abrumado por la revelación hecha en gracia a su alma, él es constreñido
a adorar. Pero asume inmediatamente su posición de mediador. Habiéndosele hecho
sentir su propia aceptación mediante el favor al que había sido llevado, y su
aceptación, también, como mediador por Israel, él comienza su intercesión; y
ora para que Jehová vaya entre ellos, y por la razón misma que había llevado a
Jehová a decir que no habitaría en medio de ellos. (Capítulo 33:3). Además,
suplicó por el perdón del pecado de ellos; y para que Él los tomara como Su
heredad. Es extremadamente hermoso notar ahora, que Moisés ha obtenido el lugar
pleno de un mediador aceptado, y cuan enteramente él se identifica con aquellos
por cuya causa suplica. Dice, "en medio de nosotros"; "nuestra
iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad." (Éxodo 34:9). Este
es un principio de máxima importancia. Se vio ejemplificado en Aquel de quien
Moisés no fue más que tipo. Y se aplicará a cada tipo de intercesión por el
pueblo de Dios. En efecto, siempre que algunos de los siervos del Señor han
ocupado el lugar de intercesores, este rasgo ha sido señalado claramente.
(Véase Daniel 9; Nehemías 1, etc.). Así también ahora. Jamás podemos tener
poder con Dios a favor de los demás, a menos que por gracia estemos capacitados
para entrar en la condición de aquellos que llevaríamos sobre nuestros
corazones delante del Señor, e identificarnos con ellos. Moisés fue capacitado
para hacer esto, y su oración fue aceptada, y, en respuesta, Jehová estableció
un nuevo pacto con el pueblo.
"Y él contestó: He aquí, yo
hago pacto delante de todo tu pueblo; haré maravillas que no han sido hechas en
toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual
estás tú, la obra de Jehová; porque será cosa tremenda la que yo haré contigo. Guarda
lo que yo te mando hoy; he aquí que yo echo de delante de tu presencia al
amorreo, al cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo. Guárdate de
hacer alianza con los moradores de la tierra donde has de entrar, para que no
sean tropezadero en medio de ti. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus
estatuas, y cortaréis sus imágenes de Asera. Porque no te has de inclinar a
ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es. Por
tanto, no harás alianza con los moradores de aquella tierra; porque fornicarán
en pos de sus dioses, y ofrecerán sacrificios a sus dioses, y te invitarán, y
comerás de sus sacrificios; o tomando de sus hijas para tus hijos, y fornicando
sus hijas en pos de sus dioses, harán fornicar también a tus hijos en pos de
los dioses de ellas. No te harás dioses de fundición."
"La fiesta de los panes sin
levadura guardarás; siete días comerás pan sin levadura, según te he mandado,
en el tiempo señalado del mes de Abib; porque en el mes de Abib saliste de
Egipto. Todo primer nacido, mío es; y de tu ganado todo primogénito de vaca o
de oveja, que sea macho. Pero redimirás con cordero el primogénito del asno; y
si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. Redimirás todo primogénito de tus
hijos; y ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías. Seis días
trabajarás, mas en el séptimo día descansarás; aun en la arada y en la siega,
descansarás. También celebrarás la fiesta de las semanas, la de las primicias
de la siega del trigo, y la fiesta de la cosecha a la salida del año. Tres
veces en el año se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios
de Israel. Porque yo arrojaré a las naciones de tu presencia, y ensancharé tu
territorio; y ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte
delante de Jehová tu Dios tres veces en el año. No ofrecerás cosa leudada junto
con la sangre de mi sacrificio, ni se dejará hasta la mañana nada del
sacrificio de la fiesta de la pascua. Las primicias de los primeros frutos de
tu tierra llevarás a la casa de Jehová tu Dios. No cocerás el cabrito en la
leche de su madre. Y Jehová dijo a Moisés: Escribe tú estas palabras; porque
conforme a estas palabras he hecho pacto contigo y con Israel. Y él estuvo allí
con Jehová cuarenta días y cuarenta noches; no comió pan, ni bebió agua; y
escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos." (Éxodo
34: 10-28).
Los términos de este pacto no son
nuevos, aunque son impuestos nuevamente. Casi cada uno de ellos ha estado ya
bajo consideración. (Véase Éxodo 13 y Éxodo 23). Por lo tanto, una breve reseña
de su carácter será suficiente. El fundamento de todo estriba en lo que Dios
haría por Su pueblo. (Éxodo 34:10). Acto seguido, Él ordena una separación
completa de las naciones de alrededor después que ellos hayan sido puestos en
posesión de la tierra —separación de las personas mismas, de sus modos de
obrar, y de su adoración. Ellos deben adorar sólo a Jehová; porque Jehová, cuyo
nombre es Celoso, es un Dios celoso. (Éxodo 34: 11-16). Pero por una parte, si
debe haber separación del mal, debe haber, por la otra, separación para Dios.
Por eso se debía guardar la fiesta de los panes sin levadura. [*] Siete días
—un período completo, típico de todas sus vidas, debían comer panes sin
levadura— los panes sin levadura, de sinceridad y de verdad. (1ª. Corintios 5:8).
[*] Véase
Éxodo 13 para la exposición acerca de esta fiesta.
Debían reconocer, además, las
demandas de Dios sobre ellos mismos y sobre su ganado. "Todo lo que abre
matriz es mío" (Éxodo 34:19 – BTX). Inmediatamente después, sigue una
notable provisión —y es que tanto el primogénito del asno, como el primogénito
de sus hijos, debían ser redimidos. El hombre es asociado así, en naturaleza,
con lo inmundo (Véase Éxodo 13:13) —enseñando tanto su condición perdida como
nacido en este mundo, como su necesidad de redención, así también como su
perdición si permanece sin ser redimido. Se ordena, nuevamente, guardar el día
de reposo, la fiesta de Pentecostés y la de los Tabernáculos —con la provisión
de que tres veces en el año "se presentará todo varón tuyo delante de
Jehová el Señor, Dios de Israel." (Éxodo 34:23). †
† Estos
estatutos han sido considerados en Éxodo
23: 14-19.
"Conforme a estas
palabras", Jehová hace un pacto con Moisés y con Israel. (Éxodo 34:27). La
palabra "contigo" es significadora. Ella muestra de qué manera el
lugar de Israel había sido hecho dependiente del mediador, e indica, por
consiguiente, la posición a la que Moisés había sido llevado. Por segunda vez
había estado cuarenta días y cuarenta noches —en un estado sobrenatural— en la
presencia de Dios. No comió pan, ni bebió agua. Dios sostuvo a Su siervo en Su
propia presencia, y le capacitó para oír Su voz y recibir Sus palabras. En
conclusión, él recibió una vez más dos tablas del testimonio sobre las cuales
Dios había escrito los diez mandamientos, y descendiendo del monte, regresó al
pueblo.
Ese fue el pacto en que Dios, en
gracia, entró con Su pueblo después de su fracaso y apostasía. «Es importante comentar que Israel nunca entró en la tierra bajo el
pacto del Sinaí, es decir, simplemente bajo la ley (ya que todo esto sucedió
bajo el monte Sinaí); ella había sido quebrantada inmediatamente. Fue bajo la
mediación de Moisés que ellos pudieron encontrar el camino de entrada en ella.
No obstante, ellos son colocados nuevamente bajo la ley, pero a ella se le
añade el gobierno de la paciencia y la gracia.»
De hecho, Israel había perdido todo, y
había llegado a ser susceptible de destrucción, a través del pecado del becerro
de oro. Habían perdido, de ese modo, todo derecho a la bendición o a la
heredad. La mediación de Moisés fue de utilidad, para el perdón gubernamental,
para restaurarlos a su posición como pueblo de Dios, y para asegurarles la
posesión de la tierra. Además, Dios proclamó el nombre de Jehová —la revelación
de Su carácter en relación con Israel— y a partir de entonces, los volvió a
colocar bajo la ley. Israel, por tanto, nunca estuvo realmente bajo el pacto del
Sinaí. Dicho pacto fue quebrantado antes de que sus términos —escritos sobre
las tablas de piedra— llegasen al campamento. Los términos del segundo pacto
son, en efecto, los mismos, pero estos estaban mezclados con la gracia y la
bondad y la paciencia que habían sido proclamadas en el nombre de Jehová.
Israel, de hecho, después de su pecado, fue salvado por gracia por intermedio
de la intercesión de Moisés; y luego se los vuelve a colocar bajo la ley, con
los elementos adicionales nombrados. La posición de ellos, de aquí en más, no
era distinta de la de los creyentes que, no conociendo el lugar nuevo al que
han sido llevados por medio de la muerte y resurrección de Cristo, se colocan
ellos mismos bajo la ley como la norma de su conducta y su vida. ¿De qué nos
sorprendemos, entonces, si la senda de ambos esté igualmente marcada por el
fracaso y la transgresión continuos?
Esta sección finaliza con un relato
asombroso del efecto que produce en Moisés el hecho de estar en la presencia de
Dios en el monte.
"Y aconteció que descendiendo
Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al
descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía,
después que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron
a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo
de acercarse a él. Entonces Moisés los llamó; y Aarón y todos los príncipes de
la congregación volvieron a él, y Moisés les habló. Después se acercaron todos
los hijos de Israel, a los cuales mandó todo lo que Jehová le había dicho en el
monte Sinaí. Y cuando acabó Moisés de hablar con ellos, puso un velo sobre su
rostro. Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el
velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era
mandado. Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel
de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su
rostro, hasta que entraba a hablar con Dios." (Éxodo 34: 29-35).
En esta descripción hay tres cosas
que deben ser consideradas. Primero, el hecho de que la piel del rostro de
Moisés resplandeciera como consecuencia de estar en el monte con Dios. Llevado
a la presencia inmediata de Dios, su rostro absorbió, y retuvo, algunos de los
rayos de aquella gloria —aunque "no sabía Moisés que la piel de su rostro
resplandecía, después que hubo hablado con Dios." (Éxodo 34:29). No se
puede dejar de notar el contraste con nuestro Señor en el monte de la
transfiguración. Él "fué transfigurado delante de ellos: y resplandecía su
rostro como el sol, y sus vestidos se tomaron blancos como la luz." (Mateo
17:2 – VM). Pero esto era el traslumbrar de Su gloria —una gloria que todo Su
cuerpo transfundía e irradiaba delante de los ojos de los discípulos, de modo
que Él les parecía como un Ser de luz. La gloria que resplandeció del rostro de
Moisés no fue sino externa, el reflejo de la de Jehová, el efecto de su
comunión con Dios. Moisés, absorto en las comunicaciones que estaba recibiendo,
y al contemplar a Aquel cuyas palabras oía, no sabía que su rostro había sido
irradiado con luz. No; el creyente jamás conoce el efecto exterior del hecho de
estar a solas con Dios. Los demás pueden ver —no pueden dejar de ver; pero él
mismo será inconsciente de que está reflejando la luz de Aquel en cuya
presencia ha estado. Ya que, de hecho, siempre es verdad que —
"Mientras más Tu gloria
impacte mi ojo,
Más humilde yaceré."
Pero Aarón y todos los hijos de
Israel contemplaron la gloria que resplandecía del rostro de Moisés; y esto nos
lleva al segundo punto; a saber, el efecto que esto produjo en ellos. Ellos tuvieron
miedo de acercarse a él; y por eso, mientras Moisés hablaba con ellos,
presentándoles, a manera de mandamientos, todo lo que Jehová había hablado con
él en el monte Sinaí, él ponía un velo sobre su rostro. El apóstol Pablo aduce
este incidente para mostrar el contraste entre "el ministerio de
muerte", y "el ministerio del Espíritu"; o "el ministerio
de condenación", y "el ministerio de justificación" (2ª.
Corintios 3: 7-9); es decir, entre la dispensación de la ley, y la dispensación
(época) de la gracia. Se debe comentar que el rostro de Moisés no resplandeció
cuando descendió del Sinaí la primera vez; no resplandeció hasta que regresó de
su mediación exitosa a favor del pueblo por causa del pecado de ellos. Entonces,
¿por qué tuvieron ellos miedo de acercarse? Debido a que la gloria misma que
resplandecía sobre su rostro escudriñaba sus corazones y conciencias —por ser ellos
lo que eran, pecadores, e incapaces de satisfacer aun la demanda más pequeña
del pacto que había sido inaugurado ahora. Fue necesario un
"ministerio" de condenación y muerte, ya que esto demandaba de parte
de ellos una justicia que no podían proveer, y, puesto que no lograban
proveerla, dicho ministerio pronunciaría la condenación de ellos, y los
llevaría a estar bajo la pena de la transgresión, que era la muerte. De este
modo, la gloria que ellos contemplaron sobre el rostro de Moisés, fue la
expresión, para ellos, de la santidad de Dios —esa santidad que buscó de parte
de ellos conformidad a sus propios estándares— y que vindicaría las brechas de
aquel pacto que había sido establecido ahora. Por lo tanto, tuvieron miedo,
debido a que sabían, en lo más íntimo de sus almas, que no podían estar ante
Aquel desde cuya presencia Moisés había llegado. Pero en el
"ministerio" de justicia y del Espíritu todo es cambiado. Este no
demanda justicia alguna de parte del hombre, sino que revela la justicia de
Dios como un don divino en Cristo a cada creyente, y sella su concesión
mediante el don del Espíritu Santo. Por tanto, en lugar de tener miedo, nos
regocijamos mientras contemplamos la gloria en la faz de Jesucristo estando a
la diestra de Dios; porque cada rayo de esa gloria habla de la expiación
consumada, y de que nuestros pecados han sido completamente quitados, si somos
creyentes. Porque Aquel que fue entregado por nuestras transgresiones, ha
resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25); Aquel que llevó Él mismo
nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero, ha sido resucitado por Dios
mismo, y ha sido exaltado a Su diestra. Dios se ha glorificado a Sí mismo en Él.
Es decir, Él ha entrado, y ha resucitado a Aquel que llevó nuestros pecados,
descendió a la muerte bajo ellos, y como señal de Su satisfacción con Su obra,
Él Le ha situado en la gloria, de modo que la gloria de Dios resplandece ahora
en la faz de Jesucristo. Este hecho es el que da confianza a nuestras almas,
nos capacita para acercarnos en paz, porque la gloria misma que contemplamos es
la evidencia para nosotros de que todo lo que estaba contra nosotros ha sido
eliminado. Por eso es que, en lugar de poner un velo sobre Su rostro, como lo
hizo Moisés, porque los hijos de Israel tuvieron miedo de acercarse, Él está a
la diestra de Dios con el rostro descubierto, y nosotros contemplamos con
deleite la gloria que se muestra allí, y mientras la vemos "estamos siendo
transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el
Espíritu." (2ª. Corintios caps. 3:18 – LBLA) (Véase también 2ª. Corintios
capítulos 3 y 4). Por lo tanto, el efecto de la gloria en el rostro de Moisés
sobre los hijos de Israel forma un contraste perfecto con aquel producido sobre
el creyente mientras contempla la gloria del Señor. Es muy cierto que Israel ya
no estaba más bajo la pura ley, y que la bondad y la gracia habían sido
mezcladas con ella; pero este mismo hecho haría que su pecado fuese más atroz
si quebrantaban el pacto una segunda vez. En ese caso, no sería sólo un pecado
contra la justicia, sino también contra la bondad y la gracia que los había
perdonado, y los había restaurado a la relación con Dios. Esto realza, en lugar
de disminuir, el contraste, y debería llevar a que nuestros corazones adoren
con gratitud por el hecho que seamos llevados a estar en un lugar semejante —un
lugar donde contemplamos, con el rostro descubierto, la gloria del Señor— sabiendo,
por el hecho mismo de la gloria que contemplamos, que nuestros pecados han
desaparecido para siempre de la vista de Dios.
La última acción debe ser notada
también. Siempre que Moisés entraba a la presencia de Jehová para hablar con
Él, se quitaba el velo hasta que salía (Éxodo 34:34).Quita el velo de su rostro
para hablar con Jehová, mientras cubre su rostro para hablar con el pueblo. Él
llega a ser, en este respecto, más bien un tipo de la posición actual del
creyente, al que ya se ha hecho referencia. Moisés fue llevado a la presencia
misma de Dios sin un velo, aun mientras el creyente es colocado en la luz, como
Él está en la luz. Hay aún una diferencia ya comentada. No obstante lo íntimo
del acceso que Moisés disfrutaba, Dios hablaba con él como Jehová; pero el
creyente está delante de Dios según todo lo que Dios es, según esa revelación
plena y perfecta de Él mismo que ha hecho en Cristo como nuestro Dios y Padre.
Además, mientras a Moisés se le permitió así venir delante de Jehová a
conversar con Él, el creyente es llevado a la presencia de Dios como su
posición permanente. Él está siempre delante de Dios en Cristo.
Edward Dennett
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero/Marzo
2013.-
Título original
en inglés: TYPICAL TEACHINGS
OF EXODUS - Apostasy, Mediation, and Restoration (Exodus 32 - 34) ,
by Edward
Dennett
Versión Inglesa |
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