LA
COMISIÓN DE MOISÉS
Éxodo 3 y 4
Enseñanzas Típicas del Libro
del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RVA
= Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial
Mundo Hispano).
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Moisés estuvo nada menos
que cuarenta años en el desierto, aprendiendo las lecciones que necesitaba para
su obra futura, y para ser calificado para actuar para Dios como el libertador
de Su pueblo. ¡Qué contraste con su vida anterior en la corte de Faraón! Él estuvo
rodeado allí con todo el lujo y refinamiento de su época; aquí es simplemente
un pastor, apacentando el rebaño de Jetro, su suegro. Cuarenta es el número del
período de prueba, como se ve, por ejemplo, en los cuarenta años en el desierto
de los hijos de Israel; igualmente en la tentación de cuarenta días de nuestro
bendito Señor. Fue, por tanto, un tiempo de prueba – probando lo que Moisés
era, así como también un período para que él probara lo que Dios era; y estas
dos cosas deben ser aprendidas siempre antes que seamos cualificados para el
servicio. Por eso Dios envía siempre a Sus siervos al desierto antes de
comenzar a emplearlos para el cumplimiento de Sus propósitos. En ninguna otra
parte podemos ser llevados tan plenamente a la presencia de Dios. Es allí, estando
solos con Él, donde descubrimos la vanidad absoluta de los recursos humanos, y
nuestra entera dependencia de Él. Y es muy bienaventurado ser retirado de los
ocupados lugares predilectos de los hombres, y ser recluido, por así decirlo,
con Dios, para aprender Sus propios pensamientos con respecto a nosotros en
comunión con Él, con respecto a Sus intereses y servicio. Es, de hecho, una
necesidad continua para todo siervo verdadero estar mucho tiempo a solas con
Dios; y allí donde esto se olvida, Dios siempre la produce, en la ternura de Su
corazón, mediante los tratos disciplinarios de Su mano.
Llega finalmente el tiempo
cuando Dios puede comenzar a interferir para Su pueblo. Pero recordemos la
conexión. En el capítulo primero de Éxodo, el pueblo es visto en su
servidumbre; en el segundo, nace Moisés, y es introducido en la casa de Faraón.
Luego él comparte su suerte con el pueblo de Dios y, en la calidez de su afecto,
procura remediar sus males; pero, rechazado, huye al desierto. Después de
cuarenta años, siendo ya de ochenta años de edad, va a ser enviado de regreso a
Egipto. Los capítulos 3 y 4 contienen el relato de su misión de parte de Dios,
y de su indisposición a ser empleado así. Pero antes que esto se alcance, hay
un corto prefacio al final del capítulo 2 – el cual pertenece realmente al
tercero en cuanto a su conexión – el cual revela el terreno sobre el que Dios
estaba actuando para la redención de Su pueblo. En primer lugar, la Escritura
nos dice que el rey de Egipto murió, pero su muerte no trajo alivio alguno a la
condición de los hijos de Israel. Por otra parte, ellos "clamaron; y subió
a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre." Fueron reducidos
así al más bajo rigor. Pero Dios no era insensible, ya que Él "oyó Dios el
gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró
Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios." (Éxodo 2: 23 al 25). La
condición de ellos tocó el corazón de Dios, produjo como respuesta Sus
misericordias compasivas, pero el terreno sobre el cual Él actuó fue Su gracia
soberana, tal como se expresa en el pacto que Él había hecho con sus padres.
Fue esta misma misericordia, y Su fidelidad a Su palabra, que tanto María como
Zacarías celebraron en sus cánticos de alabanza en conexión con el nacimiento
del Salvador, y de su precursor Juan. "Socorrió a Israel su siervo, acordándose
de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su
descendencia para siempre." Y otra vez, Él "ha levantado para
nosotros un cuerno de salvación … para hacer misericordia con nuestros padres y
para acordarse de su santo pacto. Este es el juramento que juró a Abraham nuestro
padre," etc. (Lucas 1: 54, 55 y 68 al 73; RVA). Es imposible que Dios
olvide Su palabra, y si Él retrasa su cumplimiento, es solamente para la
exhibición más resplandeciente de Su gracia y amor inmutables.
Habiendo, entonces, puesto
el fundamento en estas pocas palabras, la escena siguiente trae ante nosotros
los tratos de Dios con Moisés.
"Apacentando Moisés
las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través
del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el Angel de
Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la
zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía." (Éxodo 3: 1 y 2).
Es muy interesante seguir
el rastro de las apariciones de Dios a Su pueblo, y notar de qué manera el modo
de cada una de ellas está relacionado con las circunstancias especiales del
caso (Véase Génesis capítulos 12, 18 y 32; Josué 5, etc.). Aquí es
sorprendentemente significativa como estando relacionada con la misión a la
cual Moisés estaba a punto de ser enviado. Hay tres partes en esta visión así
concedida – el Señor, la llama de fuego, y la zarza. Observen, primeramente,
que se dice que el ángel del Señor se apareció a Moisés (versículo 2); y luego Jehová
vio que Moisés fue a ver, y Dios le llamó de en medio de la zarza
(versículos 3 y 4 – Compárese con Génesis 22: 15 y 16). El ángel del Señor es
identificado así con Jehová, sí, con Dios mismo; y no hay duda que en todas
estas apariciones del ángel del Señor en las Escrituras del Antiguo Testamento,
contemplamos proyectada la sombra de la encarnación venidera del Hijo de Dios,
y por eso es que, en todos estos casos, es la Segunda Persona de la Bendita
Trinidad – Dios el Hijo. La llama de fuego es un símbolo de la santidad de
Dios. Esto es mostrado de varias maneras, especialmente, en el fuego sobre el
altar, el cual consumía los sacrificios; y en la epístola a los Hebreos tenemos
la declaración expresa de que "nuestro Dios es fuego consumidor"
(Hebreos 12:29); es decir, que prueba todas las cosas según Su santidad, y, de
este modo, consume todas las cosas que no responden a las demandas de esta
santidad. La zarza tenía por objeto ser una figura de Israel. No hay nada que
sea consumido más fácilmente por el fuego que una zarza; y ella fue escogida
por esta misma causa para representar a la nación de Israel – la nación de
Israel en el horno de Egipto – el fuego ardiendo furiosamente alrededor de
ella, y no obstante, no destruyéndola. Fue, por tanto, una certeza consoladora
para el corazón de Moisés – si él lo podía interpretar bien – el hecho de que
su nación sería preservada por muy violentamente que el fuego pudiese arder. En
el lenguaje de otro, «ello
tuvo la intención de ser una imagen de
lo que fue presentado al espíritu de Moisés – una zarza en un desierto,
ardiendo, pero no consumida. Era de este modo, sin duda, que Dios estaba a
punto de obrar en medio de Israel. Moisés y ellos deben saberlo. Ellos también
serían el vaso escogido de Su poder en la debilidad de ellos, y esto para
siempre en Su misericordia. El Dios de ellos, así como el nuestro, demostraría
ser, Él mismo, un fuego consumidor. ¡Solemne, pero infinito favor! Ya que, por
una parte, tan ciertamente como Él es un fuego consumidor, de igual modo, por
la otra, la zarza, débil como es, y pronta para desvanecerse, no obstante
permanece para demostrar que, independientemente de cuáles puedan ser los
zarandeos y los tratos judiciales de Dios, no obstante las pruebas y las disquisiciones
del hombre, aun así donde Él se revela a Sí mismo en compasión, así como en
poder (y eso fue aquí ciertamente) , Él sostiene al objeto, y usa la prueba
para nada más que lo bueno, para Su propia gloria, sin duda, pero por
consiguiente, para los mejores intereses mismos de los que son Suyos.»
Moisés fue atraído, así
como podría haberlo sido, mediante "esta grande visión", y fue a ver
(versículo 4). Fue entonces que Dios le llamó de en medio de la zarza, y le
llamó por su nombre. Pero se le debe recordar acerca de la santidad de la
presencia divina. "No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el
lugar en que tú estás, tierra santa es" (versículo 5. Compárese con
Números 5: 1 al 3; Josué 5:15, etc.). Esta es la primera lección que deben
aprender todos los que se acercan a Dios – el reconocimiento de Su santidad. Es
cierto que Él es Dios de gracia, de misericordia, y que Él es también amor;
pero Él es todo esto porque Él es un Dios santo, y Él jamás se habría podido
manifestar en estos caracteres bienaventurados, si no hubiera sido que en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo la gracia y la verdad se encontraron, y la
justicia y la paz se besaron. Pero a menos que nuestros pies estén descalzos –
recordando la santidad de Aquel con quien tenemos que ver – jamás podemos
recibir las comunicaciones de gracia de Su mente y voluntad. De ahí que la
siguiente cosa misma que encontramos aquí es que Él se revela a Moisés como el
"Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob"
(versículo 6). Esta revelación fue concebida para actuar sobre el alma de
Moisés, y lo hace – ya que él tenía su corazón postrado delante de aquel que
hablaba – y "cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios"
(versículo 6; ver 1 Reyes 19:13). Acto seguido, Jehová anuncia el propósito
de Su
manifestación a Moisés.
"Bien he visto la
aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus
exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de
mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha,
a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del
amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de
Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los
egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que
saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel." (versículos 7 al 10).
El orden de esta
comunicación es muy instructivo:
1. Dios se revela como el
Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob. Su propio carácter es el fundamento de
todas Sus actuaciones. Es extremadamente fortalecedor para el alma aprender
esta lección – que Dios encuentra siempre Su motivo dentro de Él mismo. Es
sobre el terreno de lo que Él es, y no sobre el terreno de lo que nosotros
somos. (Compárese con Efesios 1: 3 al 6; 2 Timoteo 1: 9 y 10).
2. La ocasión de Su acción
fue la condición de Su pueblo. "Dijo luego Jehová: Bien he visto la
aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus
exactores; pues he conocido sus angustias," etc. (Éxodo 3: 7 y
siguientes). ¡Qué ternura infinita! No hay ni una palabra que muestre que los
hijos de Israel habían clamado al Señor. Ellos habían suspirado y clamado con
motivo de su servidumbre, pero no parece que sus corazones se habían vuelto al
Señor. Pero la miseria de ellos había tocado Su corazón, Él conoció sus
angustias y había descendido para librarlos. De igual manera, "Dios
muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros." (Romanos 5:8).
3. Su propósito fue
librarlos de Egipto, "y sacarlos de aquella
tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los
lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del
jebuseo." (Éxodo 3:8). No hay nada aquí entre Egipto y Canaán. El desierto
no aparece. De igual manera, leemos en Romanos, "a los que justificó, a
éstos también glorificó." (Romanos 8:30). Aprendemos así, como se ha hecho
notar a menudo, que el desierto no es parte del propósito de Dios. El desierto
pertenece a Sus modos de obrar y no a Sus propósitos; ya que es en el desierto
donde la carne es probada, donde aprendemos lo que somos, así como lo que Dios
es. (Véase Deuteronomio 8). Pero en lo que se refiere a los propósitos de Dios,
no existe nada entre la redención y la gloria. Así que en el hecho real, había
sólo once días de viaje desde Horeb a Cades-barnea (Deuteronomio 1:2), pero los
hijos de Israel cubrieron la distancia en cuarenta años a través de su
incredulidad.
4. Moisés es comisionado,
acto seguido, como el libertador de ellos. El Señor había oído el clamor del
pueblo, aunque no dirigido a Él mismo, y había visto su opresión, y por
consiguiente, Él enviará a Moisés a Faraón para que pueda sacarlos de Egipto
(Éxodo 3: 9, 10).
Llegamos ahora a una
exhibición muy triste de fracaso por parte de Moisés. Cuando estuvo en Egipto
él corrió antes de ser enviado; pensó que, en la energía de su voluntad propia,
podía emancipar a sus hermanos, o, a lo menos, reparar sus agravios. Pero ahora,
después de cuarenta años pasados en 'las soledades amortiguadoras de la carne'
del desierto, él no sólo no está dispuesto a ser empleado en la magnífica
misión que el Señor le confiaría, sino que esgrime objeción tras objeción hasta
que cansa las tiernas paciencia y larga espera de Jehová, y Su ira se encendió
contra Moisés ("Entonces se encendió la ira de Jehová
contra Moisés…" - Éxodo 4:14). Pero cada nuevo fracaso de Moisés demuestra
ser la ocasión para la exhibición de mayor gracia – aunque en el acontecimiento
Moisés tuvo que sufrir a través de toda su vida a causa de su reticencia en
obedecer la voz del Señor. ¡Miserable historia de la carne! Ora es demasiado
osada, y ora es demasiado reticente. Hay sólo Uno que fue hallado siempre igual
a toda voluntad de Dios – el cual hizo siempre las cosas que Le agradaban – y
que fue el siervo perfecto, el Señor Jesucristo.
Demos una
mirada a esta serie de dificultades que Moisés esgrime.
"Entonces
Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de
Egipto a los hijos de Israel?" (Éxodo 3:11).
"¿Quién
soy yo?" Es perfectamente
correcto que seamos conscientes de nuestra absoluta insignificancia; ya que
ciertamente no somos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de
nosotros mismos (2 Corintios 3:5). Pero también es correcto que pensemos mucho
de Dios. Ya que cuando Él envía no se trata de lo que nosotros somos, sino de
lo que Él es – y no es poca cosa el hecho de ser investido con Su autoridad y
poder. David había aprendido esta lección cuando avanzó contra Goliat; ya que,
en respuesta a sus burlas, dijo, "¡… voy contra ti en el nombre de Jehová de los Ejércitos, el Dios de los
escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado!" (1 Samuel 17:45 – VM).
Esta objeción de Moisés fue, por tanto, nada más que desconfianza. Esto se
muestra claramente en la respuesta que recibió, "CIERTAMENTE YO ESTARÉ
CONTIGO, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta:
cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte."
(Éxodo 3:12 – LBLA). La presencia del Señor iba a ser tanto la autorización
para su misión como la fuente de su fortaleza. Como el Señor dijo en días
posteriores a Josué, "no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé
valiente" (Josué 1: 5, 6). El Señor conoce la necesidad de Su siervo, y
provee para su debilidad dándole una señal que le daría seguridad – en caso que
la sutileza de su corazón le llevara a la duda, de modo que él pudiera decir, «Ahora tengo una prueba de mi misión divina.» Esto fue suficiente, ciertamente, para dispersar su vacilación y
temor. Oigan esta respuesta:
"Dijo
Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios
de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es
su nombre?, ¿qué les responderé?" (Éxodo 3:13).
Dios se
había revelado ya a Moisés como el Dios de sus padres – y esto podría haber
sido suficiente, pero nada puede satisfacer jamás las dudas y temores. Y que
mirada incidental se da así de la condición de Israel, ¡como para hacer posible
la suposición de que ellos podrían no conocer el nombre del Dios de Abraham, de
Isaac, y de Jacob! Dios soporta en gracia a este siervo débil, vacilante, y
responde, "YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO
SOY me envió a vosotros." (versículo 14). Esta es la expresión de la
existencia esencial de Dios – Su nombre como el Único que existe por Sí mismo;
y de tal modo ello Él afirma Su existencia eternal. Fue este nombre que el
Señor Jesús reclamó cuando dijo a los Judíos incrédulos, "Antes que
Abraham fuese, YO SOY." (Juan 8:58). Pero esto no es todo. Habiéndose
revelado Él mismo en cuanto a Su existencia esencial, Él añade, "Así dirás
a los hijos de Israel: JEHOVÁ, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi
nombre para siempre, y este es mi memorial de siglo en siglo" (versículo
15 – VM). Esto es gracia pura de parte de Dios. «YO SOY, es Su nombre esencial; pero con respecto a
Su gobierno de la tierra, y Su relación con ella, Su nombre – aquel por el cual
Él ha de ser recordado para todas las generaciones – es el Dios de Abraham, de
Isaac, y de Jacob. Esto dio a Israel, visitado ahora y tomado como posesión por
Dios bajo Su nombre, un lugar muy peculiar.»
Ello
apunta, de hecho, a la elección de Israel por la gracia soberana de Dios, y al
hecho de ser amados a causa de sus padres; y, a la vez, revela el hecho de que este
pueblo será para siempre el centro de los modos de obrar de Dios, y la llave a
Sus propósitos en la tierra. De ahí que, mientras Israel está bajo juicio,
esparcido a través de todo el mundo, el período de bendiciones terrenales esté
aún postergado.
Fue, por
tanto, en este nombre que Dios descendió a liberar; ya que tan pronto como Él
asume esta tarea, Él permite amablemente que el pueblo, a quienes Él trajo así
a estar en relación con Él mismo, reivindique Su misericordia y compasión. De
ahí las instrucciones detalladas que son dadas ahora a Moisés (versículos 16 al
22), en las que es presentada toda la historia de la controversia de Dios con
Faraón, con su punto final en la redención de Su pueblo. Primeramente, a Moisés
se le ordena reunir a los ancianos de Israel, para que pueda anunciarles que
Jehová, el Dios de sus padres, se apareció a él, y le había comunicado los
propósitos de Su gracia hacia ellos, de sacarles de la aflicción de Egipto a
una tierra que fluye leche y miel (versículos 16 y 17). Se le predice que ellos
oirían su voz, y que él y ellos debían ir juntos a Faraón, a pedir permiso para
ir en un viaje de tres días al desierto, para que pudiesen ofrecer sacrificios
a Jehová, Dios de ellos (versículo 18). A continuación, él es advertido con
anticipación de la oposición obstinada de Faraón; pero se le dice igualmente
que Dios mismo trataría con el rey Egipcio, y le obligaría a dejarlos ir; y,
además, que cuando ellos saliesen no irían con las manos vacías, sino que
despojarían a los Egipcios (versículos 19 al 22). [*]
[*] Debido a que ha existido alguna controversia acerca de esta
declaración, aquí y en el versículo 2, de que a los Israelitas se les ordenó
pedir los cosas de valor de los Egipcios en vísperas de su éxodo, sería bueno
señalar que la palabra ha sido traducida erróneamente en algunas versiones de
la Biblia. No existe la idea de "demandar". Dicha palabra significa
sencillamente "pedir". El contexto muestra que reconociendo la
interposición manifiesta de Dios, los hijos de Israel tendrían "gracia en
los ojos de los egipcios"; y haciéndoles sentir que habían sido
maltratados en manos de ellos, los mismos darían gustosamente cualquier cosa
que ellos desearan – puede ser como un tipo de propiciación – con el pleno
conocimiento de que jamás volverían a ver a los Israelitas. Lo que ellos dieron fue,
por lo tanto, un
don incondicional.
Estas instrucciones
son importantes para todo
tiempo; ya que establecen, más allá de toda duda, la presciencia de Dios. Él
sabía con quién tenía que tratar, conocía la resistencia con que se iba a encontrar,
y de qué manera iba a ser vencida. Él vio todas las cosas desde el principio
hasta el final. ¡Qué consolador es esto para nuestros débiles corazones! ¡Ni
una dificultad o prueba nos puede sobrevenir que no haya sido prevista por
nuestro Dios, y para la cual no se haya hecho provisión en Su gracia! Todo ha
sido predispuesto en la perspectiva de nuestro triunfo final, y de nuestra
salida victoriosa de esta escena, a través de la exhibición de Su poder
redentor, ¡para estar para siempre con el Señor! Ciertamente Moisés podría
haber estado satisfecho ahora.
"Entonces
Moisés respondió diciendo: He aquí
que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido
Jehová." (Éxodo 4:1).
¿Podía la
incredulidad ser más presuntuosa? Jehová
había dicho, "oirán tu voz" (Éxodo 3:18). Moisés responde,
"ellos no me creerán." ¿Causaría asombro que Jehová hubiese rechazado
completamente a Su siervo cuando él se atrevió a contradecirle en Su propia
presencia? Pero Él es lento para la ira y grande e misericordia; y esta escena
está, verdaderamente, llena de belleza al revelar las profundidades de la
ternura y la larga espera de Su paciente corazón. Él, por consiguiente, será
paciente con Su siervo, condescenderá aún más, y dará incluso signos milagrosos
para fortalecerle en su debilidad, y para disipar su incredulidad. "Y
Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. El le
dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés
huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la
cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano. Por esto
creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de
Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob." (Éxodo 4: 2 al 5). Aun dos
señales más son añadidas. Su mano, al meterla en su seno y sacarla, se volvió
"leprosa como la nieve"; y al repetir el acto "he aquí que se
había vuelto como la otra carne." (versículos 6 y 7). Después, en caso que
ellos no prestasen atención a la primera, o a la segunda señal, se añadió una
tercera. Él debía tomar agua del río, y derramarla en tierra seca, y se haría
sangre sobre la tierra seca (versículo 9). Estas señales son significativas, y
especialmente así, se debe observar, en relación con el asunto que estamos
considerando. Una vara en la Escritura es el símbolo de autoridad – de poder. Echada
en tierra, se convirtió en una culebra. Una culebra (serpiente) es el emblema
bien conocido de Satanás; y de ahí que fuese poder convertido en poder
Satánico, y esto era exactamente lo que se veía en Egipto en la opresión de los
hijos de Israel. Pero Moisés extiende su mano, conforme a la palabra de Jehová,
y toma la serpiente por la cola, y vuelve otra vez a ser una vara. El poder que
ha llegado a ser Satánico de este modo, reasumido por Dios, se convierte en una
vara de castigo o juicio.
De ahí que
esta vara, en manos de Moisés, se
convierte, desde aquel momento, en la vara de la autoridad y del poder judicial
de Dios. La lepra es figura del pecado en su contaminación, del pecado en la
carne que brota y profana, con sus contaminaciones, al hombre completo. La
segunda señal, por consiguiente, nos presenta el pecado y su sanación, llevada
a efecto, como sabemos, sólo por la muerte de Cristo. La sangre de Jesucristo,
el Hijo de Dios, limpia de todo pecado. El agua representa aquello que refresca
– fuente de vida y refrigerio como viniendo de Dios; pero, una vez derramada en
la tierra, se convierte en juicio y muerte. Armado con tales señales, Moisés
podría ciertamente volver y convencer al escéptico más endurecido. No, él aún
no está convencido; y por eso él responde ahora,
"¡Ay,
Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas
a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua" (versículo
10).
Esta objeción
muestra de manera muy concluyente que
el 'yo' era la viga en su ojo que obstruía la visión de la fe. Ya que ¿era su
elocuencia o el poder del Señor lo que llevaría a efecto la emancipación de
Israel? Él habla como si todo dependiera de palabras persuasivas de humana
sabiduría, ¡como si su llamamiento iba a ser hecho al hombre natural mediante
destreza humana! ¡Qué común es este error, incluso en la Iglesia de Dios! Por
eso es que la elocuencia es lo que desean incluso los Cristianos – dándole un
lugar que trasciende al poder de Dios. Los púlpitos de la Cristiandad están, de
este modo, llenos de hombres que no son tardos en el habla, y aun los santos
que, en teoría, conocen la verdad, son cautivados y atraídos por los dones
espléndidos, y encuentran placer en el ejercicio de ellos aparte de la verdad
comunicada. ¡Cuán diferente era el pensamiento de Pablo! "Así que,
hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui
con excelencia de palabras o de sabiduría." Y otra vez, "ni mi
palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría,
sino con demostración del Espíritu y de poder" (1 Corintios 2: 1, 4). Esta
es la razón por la cual Dios usa a menudo los 'tardos en el habla' mucho más
que a los que son elocuentes; porque en tales casos no existe la tentación de
apoyarse en la sabiduría de los hombres, al contemplar todos que se trata del
poder de Dios. Esta es la lección – una lección que contiene, a la vez, una reprimenda
fulminante – que Jehová enseña ahora a Moisés. "¿Quién dio la boca al
hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo
Jehová? Ahora pues, vé, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de
hablar." (Éxodo 4: 11 y 12). El siervo no necesitaba más; pero el peligro
yace en el olvido de que el modo en que el Señor puede emplearnos puede no
traernos honor. Por el contrario, podemos ser considerados como el apóstol lo
fue, como débil en presencia corporal, y menospreciable en palabra (2 Corintios
10:109; pero ¿qué importancia tiene esto si somos hechos vehículos del poder de
Dios? El siervo debe aprender a ser nada para que sólo el Señor sea exaltado.
Pero Moisés deseaba, evidentemente, ser algo, y abrumado ante la perspectiva, y
puede ser también, oprimido por el sentido de su incompetencia, a pesar de toda
la gracia y la condescendencia del Señor, desea que se le exima de una tan
difícil misión. Por tanto él dice,
"¡Ay, Señor!
envía, te ruego, por medio del
que debes enviar" (versículo 13).
Es decir,
«Envía
a cualquiera, pero no a mí.» Cinco veces él planteó objeciones al mandato
del Señor, dando por supuestas Su paciencia y longanimidad. Pero ahora, "se
encendió la ira de Jehová contra Moisés, y le dijo: ¿No es Aarón levita,
hermano tuyo? Yo sé que él puede hablar bien; además, he aquí que sale a
recibirte, y al verte, se regocijará en su corazón. Tú pues le hablarás a él, y
pondrás las palabras en su boca; y yo estaré con tu boca y con su boca, y os
enseñaré lo que habéis de hacer. De manera que él hablará por ti al pueblo; y
sucederá que él te será a ti en lugar de boca, y tú le serás la él en lugar de
Dios. También tomarás esta vara en tu mano, porque con ella has de hacer las
señales" (versículos 14 al 17 – VM). La vacilación de Moisés fue vencida
de este modo, pero no hasta que la ira de Jehová se encendiera contra él a
causa de su renuencia a obedecer Su palabra; pero él perdió mucho. Aarón iba a estar
asociado, en lo sucesivo, con él, y de hecho iba a tener el lugar más
prominente delante de los hombres; ya que iba a ser el vocero de su hermano. En
tierna gracia, no obstante, el Señor reserva a Su siervo Moisés el lugar
principal delante de Él, dándole el honor y el privilegio de ser el medio de
comunicación entre Él mismo y Aarón. Aarón iba a ser una "boca" para
Moisés; Moisés iba a ser para Aarón "en lugar de Dios"; es decir, él
iba a impartir a Aarón el mensaje que debía ser entregado. Los propósitos de
Dios no pueden ser frustrados; pero podemos sufrir a causa de nuestra
obstinación y desobediencia. Así fue con Moisés. ¡Cuántas veces después,
durante la travesía de cuarenta años en el desierto, debe haber lamentado la
incredulidad que le condujo a rechazar la confianza que el Señor deseaba
encomendar sólo a sus manos! Finalmente, la vara de autoridad es dada a Moisés
– la vara con la cual iba a mostrar el poder de Dios en señales milagrosas como
confirmación de su misión. Esta vara desempeña una parte muy importante a todo
lo largo de la carrera de Moisés, y es muy instructivo seguir el rastro de las
ocasiones de su aparición y uso. Se convierte aquí, por decirlo así, en el
sello de su misión, así como también en la señal de su cargo; porque, a decir
verdad, él fue investido con la autoridad de Dios para sacar a su pueblo de la
tierra de Egipto.
Moisés regresa
ahora a procurar el permiso de Jetro
para volver a Egipto. Dios había preparado el camino, y por eso Jetro
consiente, diciendo a Moisés, "Vé en paz" (versículo 18). El Señor
vela sobre Su siervo, tiene en cuenta los sentimientos de su corazón, e incluso
anticipa sus temores al decir, "Vé y vuélvete a Egipto, porque han muerto
todos los que procuraban tu muerte." (Compárese con Mateo 2:20). "Entonces
Moisés tomó su mujer y sus hijos, y los puso sobre un asno, y volvió a tierra
de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano." (Éxodo 4: 19,
20). Acto seguido, el Señor le instruye adicionalmente, e incluso le revela el
carácter del juicio final por medio del cual Él obligaría a Faraón a dejar ir a
Su pueblo. Aún más: Él le enseña ahora la relación verdadera en que Él había
tomado, por gracia, a Israel. Esta revelación se hace por vez primera. "Israel
es mi hijo, mi primogénito"; y es esto lo que decide el carácter del golpe
que había de caer sobre Egipto. "Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo,
para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo,
tu primogénito" (versículos
22, 23; compárese con Números 8: 14 al 18).
Queda ahora solamente una
cosa para que Moisés esté
calificado para su misión. Debe haber fidelidad dentro del círculo de su propia
responsabilidad antes de que él pueda ser hecho el canal del poder divino. La
obediencia en el hogar debe preceder a la exhibición de poder al mundo. Esto
explica el siguiente incidente: "Y aconteció en el camino, en una posada,
que Jehová le salió al encuentro, y procuró matarle. Tomando entonces Zípora un
pedernal afilado, cortó el prepucio a su hijo, y lo arrojó a sus pies,
diciendo: Ciertamente me eres un esposo sangriento. Y Jehová le soltó: entonces
fué cuando ella dijo: Esposo
sangriento; con motivo de la circuncisión" (Éxodo 4: 24 al 26 – VM). Moisés
había descuidado, no sabemos por qué causa – quizás por influencia de su mujer
– la circuncisión de su hijo; y de ahí que Jehová tuviera una controversia
personal con él, que debía ser zanjada antes de que él pudiese aparecer ante
Faraón con autoridad divina. De este modo, Jehová le derribó, trató con él,
trajo su fracaso a la memoria para que él pudiera juzgarlo, y regresar a la
senda de obediencia. Tomando prestado el lenguaje de otro: «Dios iba
a poner honra sobre Moisés; pero ya había una deshonra hacia Él en el hogar de
Moisés. ¿Cómo llegó a suceder que los hijos de Moisés no hubiesen sido
circuncidados? ¿Cómo llegó a suceder que faltase allí aquello que tipifica la
mortificación de la carne en los más cercanos a Moisés? ¿Cómo sucedió que la
gloria de Dios fue olvidada en aquello que debía haber sido prominente en el
corazón de un padre? Parece que la esposa tuvo algo que ver con el asunto….. De
hecho, ella al final fue obligada a hacer lo que más aborrecía, tal como ella
misma dijo en el caso de su hijo. Pero más que esto, ello puso en peligro a
Moisés; ya que Dios tuvo la controversia con él, no con su mujer. Moisés era la persona
responsable, y Dios se
atuvo a Su orden.» Las
palabras que nos hemos atrevido a escribir en cursiva comunican un principio muy
importante, y explican
plenamente el terreno de trato de Dios con Moisés. Pero él recibió gracia para
inclinarse ante Su mano punitiva; y es muy bienaventurada la situación cuando
somos capaces de reconocer como Pablo, "dentro de nosotros mismos ya
teníamos la sentencia de muerte, a fin de que no confiáramos en nosotros
mismos, sino en Dios que resucita a los muertos" (2 Corintios 1:9 – LBLA).
Las dos partes de la calificación de Moisés, entonces, eran autoridad divina y
condición personal; y estas dos jamás debían disociarse. Para todos los que
hablen en nombre del Señor, o sean empleados por Él en cualquier servicio que
sea, es de importancia extrema que recuerden esto. Nada puede compensar la
falta de condición de alma. Aquí yace, en efecto, el secreto de nuestra
debilidad en el servicio. Si nuestros modos de obrar, o, como en el caso de
Moisés, nuestros hogares, no son juzgados, el Espíritu de Dios es contristado,
y como consecuencia, no somos usados para bendición. No es suficiente, por
tanto, tener las palabras de Dios en nuestra boca; sino que debemos estar
andando con el poder de ellas en nuestras almas, si es que hemos de hablar con
la demostración del Espíritu y de poder.
Todo está
dispuesto ahora; y, por consiguiente,
tenemos una escena hermosa al final del capítulo – una escena que debe haber
alegrado el corazón de Moisés, y que, con la bendición de Dios, le dio aliento
para la ardua senda en la cual él había entrado. En primer lugar, no obstante,
Jehová envía a Aarón "al encuentro de Moisés en el desierto. Y él fue y le
salió al encuentro en el monte de Dios, y lo besó. Y contó Moisés a Aarón todas
las palabras del SEÑOR con las cuales le enviaba, y todas las señales que le
había mandado hacer" (Éxodo 4: 27, 28 – LBLA). El lugar de su encuentro es
muy significativo. Fue en el monte de Dios (Éxodo 3:1), es decir, Horeb, donde
Jehová apareció a Moisés; aquí le encuentra Aarón ahora; y fue en el mismo
lugar donde Moisés recibió después las dos tablas de piedra, con los Diez
Mandamientos escritos con el dedo de Dios. Dejando esto, no obstante, se puede
comentar, ahora – ya que contiene una lección muy práctica – que es siempre muy
bienaventurado cuando parientes pueden encontrarse en el monte de Dios.
Entonces, como con Moisés y Aarón, la conversación será sobre "las
palabras de Jehová", y el encuentro resultará en bendición. Si, por otra
parte, descendemos a un nivel inferior, como es demasiado a menudo el caso,
nuestras comunicaciones serán más bien concernientes a nosotros mismos y a lo
que hacemos, y esto no resultará ni para la gloria de Dios ni de provecho para
nosotros mismos.
Observen,
asimismo, que es desde el monte de Dios
que ellos prosiguen con su misión. Bienaventurados los siervos que van
directamente de la presencia de Dios a sus labores. Al llegar a Egipto, "fueron
Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel; y les
refirió Aarón todas las palabras que había dicho Jehová a Moisés, e hizo las
señales a vista del pueblo. Y creyó el pueblo; y oyendo que Jehová había
visitado a los hijos de Israel, y que había mirado su aflicción, inclinaron la
cabeza y adoraron" (Éxodo 4: 29 al 31 – VM). La palabra de Jehová se
cumplió así. Moisés había dicho, "He aquí que ellos no me creerán, ni
oirán mi voz." (Éxodo 4:1). Pero el pueblo creyó, conforme a la palabra de
Jehová; y tocado por Su gracia, cuando oyeron de qué manera Él los había
visitado, y había mirado su aflicción, ellos inclinaron sus corazones y
adoraron. Es cierto que después, cuando las dificultades aumentaron, ellos
murmuraron en su incredulidad; pero esto no puede disminuir la belleza del
cuadro ante nosotros, en el que vemos la palabra de Jehová, en todo su frescor
y poder, alcanzando los corazones de los ancianos, y haciéndolos inclinar en
adoración en Su presencia.
Edward Dennett
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. –
Enero 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Commission
of Moses (Exodus 3, 4), by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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