LA
RATIFICACIÓN DEL PACTO
Éxodo 24
Enseñanzas Típicas del Libro del Éxodo
Edward Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso
RVA
= Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial
Mundo Hispano)
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
Habiendo sido ahora revelado el pacto y explicado
el terreno de la futura relación de Jehová con Israel, la ratificación solemne
del mismo es registrada en este capítulo. Como preparación a esto, Moisés,
Aarón, Nadab, y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel, fueron llamados a
subir ante Jehová (Éxodo 24:1). Pero no todos se podían acercar. "Adoraréis
desde lejos. Y Moisés solo se llegará a Jehová: mas no se llegarán los otros,
ni tampoco subirá el pueblo con él." (Éxodo 24: 1, 2 – VM). La posición
del mediador es señalada claramente —una posición de la mayor honra y del mayor
privilegio, conferidos sobre Moisés por Jehová en Su gracia. Moisés no merecía
más el acceso a Dios que sus compañeros. Fue le gracia sola que le confirió ese
lugar especial. Todo es significativo de la administración (o dispensación)
—presentando un contraste perfecto con la posición de los creyentes desde la
muerte de Cristo. Ya no se dice ahora, "adoraréis desde lejos", sino
"acerquémonos" (Hebreos 10:22). La sangre de Cristo tiene una
eficacia tal que limpia al creyente de todo pecado, de modo que no tiene más
conciencia de pecados, con una sola ofrenda (Cristo) le hace perfecto para
siempre, y por eso, habiéndose rasgado el velo en testimonio al hecho de que
Dios ha sido glorificado en la muerte de Cristo, él tiene libertad de acceso al
Lugar Santísimo (Hebreos 10: 19-22). Puede adorar allí a Dios en espíritu y en
verdad; puede regocijarse allí en Dios por medio de nuestro señor Jesucristo,
por quien hemos recibido la reconciliación (Romanos 5:11 - VM); ya que está sin
mancha delante del ojo que todo lo escudriña de un Dios santo, y puede estar en
santo denuedo delante del trono mismo de Su santidad. ¡Qué contraste entre la
ley y la gracia! La ley, en efecto, "teniendo la sombra de los bienes
venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos
sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se
acercan" (Hebreos 10:1); pero en la gracia, mediante el sacrificio único
de Cristo, nunca más se recordarán nuestros pecados e iniquidades (Hebreos
10:17), y tenemos, por medio de Cristo, entrada por un mismo Espíritu al Padre
(Efesios 2:18). De alguna manera Moisés, por tanto, en el lugar que disfrutó,
fue un tipo del creyente. Había, no obstante, esta diferencia inmensa. Él se
acercó a Jehová, nosotros tenemos
entrada al Padre, adoramos a Dios, a
Dios en todo lo que se ha revelado ahora plenamente, y revelado como nuestro
Dios y Padre, ya que es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
No puede dejar de llamar la atención el hecho
de que los nombres de Nadab y Abiú aparezcan mencionados. Ambos eran hijos de
Aarón, y con su padre fueron seleccionados para este privilegio singular. Pero
ni la luz ni el privilegio pueden asegurar salvación, ni tampoco, si somos
creyentes, un andar santo, obediente. Ambos encuentran, después, un final
terrible. Ellos "ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca
les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante
de Jehová." (Levítico 10: 1, 2). Después de esta escena en nuestro
capítulo fueron consagrados al sacerdocio, y fue mientras ellos estaban en el
desempeño de su deber en este cargo, o más bien debido a su fracaso en él, que
cayeron bajo el juicio de Dios. Que la advertencia penetre profundamente en
nuestros corazones, que el cargo y los privilegios especiales son igualmente
impotentes para salvar; y también la lección de que Dios no puede aceptar nada
en nuestra adoración que no sea rendido en obediencia a Él. La ofrenda debe ser
proporcionada por Él, y el corazón debe estar sometido a Su voluntad.
Moisés, a continuación, descendió al pueblo, y
les refirió "todas las palabras de Jehová, y todas sus leyes. Y respondió
todo el pueblo a una voz: ¡Nosotros haremos todo cuanto Jehová ha dicho!" (Éxodo
24:3 – VM). A pesar del terror de sus corazones ante las señales de la
presencia y majestad de Jehová sobre el Sinaí, ellos permanecían ignorando
totalmente su propia impotencia para dar satisfacción a Sus santas demandas.
¡Pueblo insensato! Se podía haber supuesto que antes de esto sus ojos habrían
sido abiertos; pero en verdad, repetimos, eran ignorantes tanto acerca de ellos
mismos como acerca de Dios. De ahí que una vez más se expresan como dispuestos
a prometer obediencia como condición de bendición. Dios había hablado, y ellos
habían asentido, y ahora, el acuerdo debía ser confirmado y ratificado.
"Moisés escribió todas las palabras de
Jehovah. Y levantándose muy de mañana, erigió al pie del monte un altar y doce
piedras según las doce tribus de Israel. Luego mandó a unos jóvenes de los
hijos de Israel, y éstos ofrecieron holocaustos y mataron toros como
sacrificios de paz a Jehovah. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en
tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Asimismo, tomó
el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: —Haremos todas
las cosas que Jehovah ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre
y roció con ella al pueblo, diciendo: —He aquí la sangre del pacto que Jehovah
ha hecho con vosotros referente a todas estas palabras." (Éxodo 24: 4-8;
RVA).
No hay más que un altar si bien hay doce
piedras (o pilares) —un altar porque era para Dios, doce piedras (o pilares)
porque todas las doce tribus debían estar representadas en los sacrificios que
se iban a ofrecer. No habiendo sido designado aún el sacerdocio, "unos
jóvenes" llevan a cabo la obra sacerdotal del día. Eran, probablemente,
primogénitos, a quienes Jehová reclamó especialmente para Él, tal como hemos
visto en el capítulo 13 del libro del Éxodo. Después, en efecto, estos fueron
sustituidos por la tribu de Leví, y fue designada para el servicio de Jehová.
De este modo, se dice, "harás que los Levitas se presenten delante de
Jehová, e impondrán los hijos de Israel sus manos sobre los Levitas; y Aarón
ofrecerá los Levitas por ofrenda mecida delante de Jehová, de parte de los
hijos de Israel; para que hagan el servicio de Jehová." (Números 8:
10, 11 – VM; también Números 3: 40, 41). Hasta la sustitución de los
primogénitos por los Levitas, los "jóvenes" ocuparon el lugar de
servicio en relación con el altar. Sólo había, se observará, holocaustos y sacrificios
de paz —por la razón presentada anteriormente, a saber, que hasta que la
cuestión del pecado no fuese planteada formalmente por la ley, los sacrificios
por el pecado no tienen lugar alguno. Los sacrificios eran para Dios (aunque
los oferentes, así como también los sacerdotes, tenían su porción en los
sacrificios de paz, en comunión con Dios. Véase Levítico 3 y 7); pero la especial
significancia de los ritos de este día se ha de encontrar en el rociamiento de
la sangre. La mitad fue rociada sobre el altar. Luego, habiendo leído el libro
del pacto a oídos de todo el pueblo, ellos dijeron nuevamente, "¡Nosotros haremos
todo cuanto ha dicho
Jehová, y seremos obedientes!". Acto seguido, Moisés tomó la sangre, y
la roció sobre el pueblo, y dijo, "¡He
aquí la sangre del pacto que ha hecho Jehová con vosotros, acerca de todas
estas cosas!" (Éxodo 24: 7, 8 – VM). Antes de explicar el significado
de este hecho solemne, se puede citar el pasaje de los Hebreos referente a él,
como dando detalles más completos. "Porque cuando Moisés terminó de
promulgar todos los mandamientos a todo el pueblo, conforme a la ley, tomó la
sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e
hisopo, y roció el libro mismo y a todo el pueblo, diciendo: ESTA ES LA SANGRE
DEL PACTO QUE DIOS OS ORDENO." (Hebreos 9: 19, 20 – LBLA). Encontramos
aquí el detalle interesante, no presentado en el escrito de Moisés, de que el
libro fue rociado así como también el pueblo. Hubo, de este modo, tres
rociamientos —sobre el altar, sobre el libro, y sobre el pueblo.
La primera indagatoria debe ser en cuanto a la
significación de la sangre. No puede ser expiación, porque el pueblo y el libro
son igualmente rociados junto con el altar; tampoco, por la misma razón, pudo
ser limpieza. La vida está en la sangre (Levítico 17:11) y, por consiguiente,
la sangre, el derramamiento de ella, representará muerte, y muerte cuando se
relaciona con el sacrificio, como castigo del pecado. Aquí, por tanto, el rociamiento
de la sangre significa muerte como la
sanción penal de la ley. El pueblo prometió obediencia, y entonces ellos,
así como también el libro, fueron rociados para enseñar que la muerte sería la
pena de la transgresión. Tal fue la posición solemne a la que, por
consentimiento propio, ellos habían sido llevados. Se comprometieron a obedecer
bajo pena de muerte. Por tanto, bien pudo decir el apóstol, "todos los que
se basan en las obras de la ley están bajo maldición" (Gálatas 3:10 –
RVA). Es lo mismo ahora, en cuanto al principio, con todos los que aceptan el
terreno de la ley como modo de vida, todos los que están confiando en sus
propias obras como condición de bendición. Ellos no lo saben, pero de este modo
están atando a sus hombros la maldición de la ley, al igual que los Israelitas
en esta escena, y aceptando la condición de muerte como la pena de la desobediencia.
El pueblo, por tanto, fue rociado con sangre al
haber prometido obediencia. Puede servirnos de ayuda adicional comparar las
expresiones halladas en la primera epístola de Pedro, que, indudablemente, se
refieren en parte a esta transacción. Al escribir "a los expatriados de la
dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia" —es decir, a
los Cristianos Judíos entre la dispersión de estas regiones— los describe como
"elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del
Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo" (1ª.
Pedro 1: 1, 2). Este orden es muy significativo, aunque a menudo ha ocasionado
dificultad debido al hecho de que se ha perdido
la alusión a la nación Judía. Como nación, ellos habían sido elegidos
por el llamamiento soberano de Dios, santificados mediante ritos carnales
—separados del resto de las naciones (véase Efesios 2:14), y apartados para
Dios (Éxodo 19:10), santificados, además, para obedecer— habiendo sido este el
objetivo propuesto, y, como hemos visto, aceptado por el pueblo; y entonces
fueron rociados con la sangre, siendo sellado así el pacto de Dios con ellos
con la sanción solemne de la muerte. Los términos, por tanto, se corresponden
exactamente; pero ¡cuán grande es la diferencia en su significado! Los
creyentes son elegidos según la presciencia de Dios el Padre, habiéndonos Él
"predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según
el puro afecto de su voluntad." (Efesios 1:5). No eran, por consiguiente, como
Israel, sencillamente objetos de una elección terrenal, y para bendición
terrenal, sino los objetos de una elección eterna —ser llevados al disfrute de
la relación íntima de hijos, en un lugar de cercanía perfecta, aceptos en el
Amado. Han sido santificados, no mediante ritos y ordenanzas exteriores o
carnales, sino por la operación del Espíritu de Dios en el nuevo nacimiento, en
virtud del cual son apartados absolutamente para Dios —no siendo ya más del
mundo, así como Cristo no es del mundo; y han sido santificados para la
obediencia de Cristo Jesús [1]— es decir, para obedecer como Cristo obedeció,
siendo Su andar el estándar normal, el estándar para cada creyente (1ª. Juan
2:6); y han sido santificados además, no al ser rociados con sangre, lo cual
testificaba de la muerte para cada transgresión, sino con la que habla de que
la expiación ha sido completada, y la limpieza perfecta de toda alma que se
encuentra bajo su valor. —Pedro traza así un contraste perfecto, y el contraste
es el que se halla entre la ley y la gracia. "La ley por medio de Moisés
fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo."
(Juan 1:17).
[*] Ambos
términos, obediencia y rociamiento, pertenecen, sin duda, a Jesucristo; es
decir, se trata de la obediencia de Jesucristo, así como también de la sangre
de Jesucristo.
Ratificado el pacto, "subieron Moisés y
Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de
Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al
cielo cuando está sereno. Mas no extendió
su mano sobre los príncipes de
los hijos de Israel; y vieron a Dios, y comieron y bebieron." (Éxodo 24:
9-11). Sólo a Moisés se le permitió acercarse antes de que el pacto fuera
establecido, pero ahora, a los representantes del pueblo se les concede esta
gracia especial; y se acercan a buen recaudo. Dos cosas sobresalen en esta
escena. Ellos vieron al Dios de Israel. Dios se mostró en la majestad de Su
santidad a vista de ellos. El embaldosado de zafiro (véase Ezequiel 1:26;
Ezequiel 10:1), y la descripción adicional, "semejante al cielo cuando
está sereno" (Éxodo 24:10), habla de esplendor y pureza celestiales. Dios
se reveló, por tanto, a estos testigos escogidos según el carácter de la
economía (o administración) que había sido ahora establecida. Además, comieron
y bebieron. Fue en virtud de la sangre que fueron admitidos a este privilegio
singular, ya que también fue un privilegio ver al Dios de Israel y entrar en
relación con Él, si bien el carácter mismo de la revelación concedida hablaba más
bien de distancia que de cercanía. Con todo, como hombres en la carne, ellos
comieron y bebieron en presencia de Dios, y, como otro ha comentado, «continuaron
con su vida terrestre.»
Vieron a Dios y no murieron. Debido a que el pacto sólo fue puesto en vigor
ahora, y no habiendo entrado el fracaso, Dios pudo así, sobre ese fundamento,
permitirles el acceso a Él como el Dios de Israel.
Moisés es separado una vez más de Aarón, Nadab,
Abiú, y los ancianos. Reanuda su lugar de mediador —para recibir las tablas de
piedra, etc., que Dios había escrito— "las palabras de vida", tal
como son descrita por Esteban (Hechos 7:38). Para este propósito, Moisés es
llamado a subir a Jehová en el monte (Éxodo 24:12). Dejando a los ancianos, y designando
a Aarón y Hur a cargo, sube, y estuvo solo con Dios por cuarenta días y
cuarenta noches. Durante este tiempo "la gloria de Jehová reposó sobre el
monte Sinaí,… Y la apariencia de la gloria de Jehová era como un fuego
abrasador en la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel."
(Éxodo 24: 15-18). Esta no era la gloria de Su gracia, sino la gloria de Su
santidad, como se ve por el símbolo del fuego abrasador —la gloria de Jehová en
Su relación con Israel sobre la base de la ley. (Compárese con 2ª. Corintios
3). Se trató, por tanto, de una gloria a la que ningún pecador se podía atrever
a acercarse, ya que la santidad y el pecado no se pueden juntar; pero ahora, a
través de la gracia de Dios, sobre el terreno de la expiación consumada, los creyentes
se pueden acercar, y estar cómodos en la gloria, pero, a cara descubierta,
contemplando la gloria del Señor, son transformados de gloria en gloria en la
misma imagen, como por el Espíritu del Señor. (2ª. Corintios 3:18). Nos
acercamos con confianza, y con deleite contemplamos la gloria, porque cada rayo
que contemplamos en la faz de Cristo glorificado es una demostración del hecho
de que nuestros pecados han sido quitados, y que la redención está cumplida.
Edward
Dennett
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre 2012.-
Título original en inglés: TYPICAL TEACHINGS OF EXODUS - The Ratification
of the Covenant (Exodus 24) , by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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