ELECCIÓN - PREDESTINACIÓN
Un lector pregunta: ¿Cómo es posible que
Dios, siendo todo amor y conociendo todas las cosas desde la eternidad, sabiendo que un alma no aceptará la salvación, cómo
es entonces que engendre esa alma para el castigo eterno?
Para poder contestar esta pregunta, es necesario
tratar brevemente la cuestión de la elección o de la predestinación, la cual, muy a menudo mal entendida, conduce algunos
a la incredulidad abierta y rebelión contra Dios, o fomenta dudas en otros que preguntan, como nuestro lector: ¿Por qué el
Dios de amor permite que almas estén en el infierno para sufrir allí eternamente?
En varios pasajes, la Palabra de Dios nos
habla de la elección o predestinación, siendo los principales: Romanos 8:29-30; Efesios 1:4; 1 Tesalonicenses 1:4; 1 Pedro
1:2 y 2 Pedro 1:10. Podemos mencionar también los capítulos 9 y 11 de la epístola a los Romanos (9:11 y 11: 5-7, 28), haciendo
notar que se trata allí de la elección «gubernativa», o sea, relacionada con el gobierno de Dios en la tierra, elección que
no se refiere, por lo tanto, a la salvación del alma, sino a una posición terrenal.
¿A quién se dirige la Palabra de Dios en
los mencionados pasajes? A los creyentes, y únicamente a ellos, es importantísimo subrayarlo.
a)
La epístola a los Romanos está escrita "a todos los que estáis en Roma, amados de Dios,
llamados a ser santos" (es decir, santos por llamamiento) y el apóstol habla de la fe de los romanos, predicada por todo
el mundo (Romanos 1: 7 y 8).
b)
1 Tesalonicenses está destinada «a la iglesia de los Tesalonicenses, a los que se convirtieron
de los ídolos a Dios y que recibieron... la Palabra de Dios.» (1 Tesalonicenses 1:1 y 9; 2:13).
c)
La epístola a los Efesios atañe únicamente: a «los santos y fieles, en Cristo Jesús
que están en Éfeso, los cuales, desde que creyeron, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa» (Efesios 1:1
y 13), y no al conjunto de todos los habitantes de esta ciudad.
d)
La primera epístola de Pedro se dirige a los que habían sido «rescatados... con la
sangre preciosa de Cristo, siendo renacidos por la palabra de Dios, la cual vive y permanece para siempre.» (1 Pedro 1:
18-23.)
e)
La segunda epístola de Pedro es para "los que habéis alcanzado, por la justicia de
nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra." (2 Pedro 1:1).
Por consiguiente, el problema de la elección
concierne sólo a los creyentes y no atañe en nada a los incrédulos. Como se ha dicho a veces, es un secreto de familia. Es
sólo después de haber aceptado al Señor Jesús como único Salvador cuando un hombre podrá saber si es elegido o no. Al serle
presentado el Evangelio no necesita averiguar si es elegido o no; él es responsable de creer lo que Dios le dice y lo que
Cristo ha hecho. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16). Subrayamos aquí las palabras "todo aquel", insistiendo sobre el hecho que no está escrito: «para que los elegidos
no se pierdan», sino "para que todo aquel que en Él cree no se pierda." Así que,
para aquel que oye el Evangelio, no se trata de saber si es elegido o no, sino de creer únicamente en el Hijo de Dios, don
supremo de Su amor.
A nadie le es lícito razonar de la siguiente
manera: «si no soy elegido, de nada me sirve recibir el Evangelio, y si lo soy, me salvaré de todas formas, ¡haga lo que haga!».
Para que uno pudiese afirmar que no figura entre los elegidos, tendría que haber ido a Cristo, reconociendo su propia responsabilidad
delante de Dios, confesando su pecado, y que después de esto, hubiese sido rechazado. ¿Hay, acaso, una sola persona que pueda
decir, en verdad, que tal fue su caso? Desde luego que no, ¡es imposible! ¿No dijo Jesús: "Al que a mí viene, no le echo fuera"? (Juan 6:37).
Para tratar de justificarse, el incrédulo
se alza contra la «injusticia» de Dios…; ahora bien, no hay - ni puede haber - injusticia en Dios. A la pregunta: «¿Hay
injusticia en Dios»?, el apóstol contesta en seguida: "En ninguna manera", y lo
prueba citando Éxodo 33:19: "Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga
misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca." (Romanos 9: 14-15). La lectura de los capítulos 32 y 33 del
Libro del Éxodo nos enseña que habiendo hecho Israel el becerro de oro, Dios decidió destruir al pueblo. Haciéndolo, hubiese
obrado según la justicia. Pero Dios fue misericordioso. Por intercesión de Moisés, renunció a desencadenar su ira y perdonó
al pueblo rebelde.
Añade el apóstol: "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia." (Romanos 9:16). Numerosos
son los que se apoyan sobre este versículo para justificar su incredulidad. Notemos, de paso, cuán frecuente es ver a los
incrédulos buscar argumentos en la propia Palabra de Dios, la misma que ellos rechazan. «Si Dios no quiere hacerme misericordia
- dirá el razonador -, ¿de qué me sirve entonces querer o correr? El enemigo, siempre igual, se afana para que los hombres
tuerzan las Escrituras "para su propia perdición", según leemos en 2 Pedro 3:16.
Para comprender el sentido del versículo
16 de Romanos 9, no hay que olvidar el contenido de los capítulos 32 y 33 del Libro del Éxodo, del cual hemos visto una cita
en el versículo 15. «El que quiere»: ¿qué es lo que el pueblo quería? ¡La idolatría! «El que corre», ¿detrás de qué corrían?
¡Detrás de falsos dioses! Si el pueblo de Israel no fue destruido, fue únicamente debido a la gracia de Dios. Semejantemente,
todo creyente puede decir: si soy salvo, es solamente por la misericordia de Dios, pues no merecía más que Su justo castigo.
Muy a menudo también, el enemigo se ha servido
del versículo 18 de Romanos 9 para tratar de perturbarlas almas e impedir así que acepten el Evangelio: "De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece." Engañado y arrastrado
por Satanás, el incrédulo dirá: «Ya lo ves, ¡no es culpa mía! Sólo Dios es responsable: usa de misericordia para con unos,
y endurece a otros... ¿qué le voy a hacer?» - Por cierto, Dios endureció a Faraón: Romanos 9:17, es una cita de Éxodo 9:16;
pero leyendo los capítulos 7 y 8 de Éxodo, nosotros descubrimos varias veces la expresión: "...y el corazón de Faraón se endureció...
y Faraón…endureció su corazón...» (Éxodo 7: 13, 22; 8: 15, 32). Fue después, y a causa de su rebelión cuando Dios endureció
el corazón de Faraón.
Éxodo 4:21 no significa que Dios haya decidido
endurecer el corazón de Faraón. Dios, que conoce el fin de todas las cosas, sabía que Faraón endurecería su corazón, obligándolo
- por así decirlo - a entregarle a un endurecimiento «gubernativo», o sea, relacionado con el juicio de Dios sobre la ira.
Esto es lo que revela a Moisés de modo confidencial; es importante notar que este juicio no fue ejecutado sino después de
la sexta plaga sobre Egipto.
El caso de Faraón nos enseña, pues, que Dios
no puede prescindir de gloria, y que los que rechazan los llamamientos de Su amor, tendrán que someterse a Su poder, en juicio.
Sin que quepa la menor duda, Dios ejercerá
su juicio, pero no lo hará antes de haber tenido paciencia por muchísimo tiempo: "El
Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento." (2 Pedro 3:9). "¿Y
qué, si Dios,…, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción." (Romanos 9:22).
Este versículo 22 de Romanos 9 es también
uno de aquellos de los cuales se apodera el razonador para afirmar que hay hombres «preparados
para la muerte, o para la perdición», almas creadas para el castigo eterno. Pero, ¿significa verdaderamente lo que algunos
buscan en él? ¡Desde luego que no! ¿En qué lugar encuentra que los "los vasos de ira
preparados para destrucción" hayan sido preparados por Dios mismo? Faraón era un «vaso
de ira preparado para destrucción», pero ¡no era Dios quien lo había preparado! Al contrario, Dios lo soportó con muchísima
paciencia. Digamos con mucha insistencia al incrédulo llevado a leer estas páginas: todos aquellos que obligarán a Dios a
que los arroje al lago de fuego, tendrán la culpa, como la tuvo Faraón, de haberse preparado ellos mismos para el castigo
eterno.
Subrayamos las expresiones empleadas en Romanos
9: 22-23, versículo 22: "vasos de ira preparados para destrucción"; versículo 23:
"vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria." Los vasos de misericordia
fueron preparados por Dios mismo desde toda eternidad. De haber sido abandonados a sí
mismos, ellos se hubieran preparado para la muerte como los vasos de ira. Pero Dios quiso tener junto a Él, a aquellos
que - en Su misericordia - había predestinado para la eterna bienaventuranza.
Sin la elección, Satanás hubiera arrastrado
tras Él, al lago de fuego, a todos los hombres. Pero Dios había decidido, con anterioridad, que hombres destinados a una eterna
bienaventuranza, estarían con Él en Su cielo Sin eso, nadie hubiera ido
a Él.
Ahora es cuando el razonador se imagina que
triunfa y pregunta con soberbia: «¿Es, pues, necesaria la elección para poderse volver hacia Dios? Entonces, si no soy de
los elegidos, ¡no puedo ser responsable! ¿Por qué no preparó Dios a todos los hombres para la gloria?»
A eso contestamos:
1. Dios es soberano. "Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué
me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para
deshonra?" (Romanos 9: 20, 21). Supongamos por un instante que Dios destinase el uno a la felicidad y preparase al otro
para castigo eterno, ¿quién, pero quién tendría derecho de pedirle cuentas?
2. El Evangelio invita hoy a ese razonador
a confesar su pecado y a refugiarse en los brazos de Jesús, único remanso de perdón y de paz. Le podemos asegurar que si lo
hace, en verdad será salvo y tendrá la seguridad de ser un vaso de misericordia que Dios tenía preparado, desde siempre, para
la gloria.
En este asunto, hay dos aspectos, el concerniente
a Dios y el que se refiere al hombre, ¡no lo olvidemos! Que Dios haya tenido de antemano conocimiento de todo, eso es un aspecto.
Que el hombre sea responsable, es el otro. El hecho de que Dios tenga, con anterioridad, pleno conocimiento de las cosas no
cambia en nada la verdad siguiente: todo hombre es responsable de aceptar a Cristo como Salvador.
Dios es amor, ¡alabado sea para siempre!
Pero no es sólo eso: Dios es también luz. Y porque es luz, justo y santo, no puede pasar por alto el pecado del hombre, ¡culpable
de haber rechazado y crucificado a Su Hijo!
Pensemos en la magnitud de tal sacrificio,
en el precio que Dios ha pagado para la salvación de su criatura perdida; ¿y se atrevería el hombre a despreciarlo? ¿Rechazará
a Cristo cuando Cristo le es presentado como su único Salvador? El haber rechazado a Cristo será el motivo de la condenación
de aquellos que sufrirán el castigo eterno. Y eso forma parte de la gloria de Dios (véase Éxodo 9:16 y Romanos 9:17).
"El
que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios." (Juan 3:18).
¡Que nadie se deje engañar por esta astucia
de Satanás, quien trata de persuadir al hombre que él no es elegido, a fin de impedir que vaya a Cristo para ser salvo! Que
los que oyen el Evangelio, lo reciban con fe, y confesando su culpabilidad delante de Dios, se vuelvan hacia Aquel cuya sangre
fue derramada sobre la cruz del Calvario. ¡Sabrán entonces que Dios los había elegido antes de la creación del mundo!
"El
que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre
él." (Juan, 3:36).
«Sabed, pues, esto, . . .: que por medio
de él [Jesús] se os anuncia perdón de pecados, y que . . . en él es justificado todo aquel que cree." (Hechos 13: 38, 39).
Paul Fuzier
Revista "VIDA CRISTIANA", Año
1953, No. 6.-