"NO ME TOQUES, PORQUE
AÚN NO HE SUBIDO A MI
PADRE"
(Juan 20:17)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60)
Pregunta:
¿Cómo podemos explicar lo que dice el Señor a María Magdalena
en Juan 20:17: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre"?
Respuesta: Contestaremos
a esta pregunta transcribiendo dos extractos sacados de los tomos "Estudios sobre el Evangelio de Juan" escritos por dos venerados
siervos del Señor en el siglo pasado:
I.- María Magdalena se caracterizaba por el conocimiento, pero sí su amor, su afecto
por el Señor, la capacitaba para comunicar lo que Él tenía en Su corazón, para ser Su mensajera. En cuanto a su posición,
ella representa el remanente judío apegado a la Persona del Señor, pero ignorante de los gloriosos consejos de Dios. Ella pensaba haber encontrado de nuevo a Jesús resucitado, por cierto, pero vuelto
otra vez a este mundo para ocupar el lugar de honor que le correspondía, y satisfacer las aspiraciones y los afectos de aquellos
que habían dejado todo por Él en Sus días de humillación, desconocido del mundo y rechazado por Su pueblo. Pero ya no
era posible que se presentase bajo esta forma; en los consejos de Dios había para Él una gloria mucho más excelente, y bendiciones
mucho más preciosas para nosotros... "No me toques" le dice el Señor, "porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos,
y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Ella no podía tener al Señor, aun resucitado, de
regreso como Mesías sobre la tierra. Él debía primeramente subir a Su Padre y recibir el reino, para volver otra vez. Pero
había más aún: Él había cumplido una obra que le colocaba, como hombre, y como Hijo que era desde siempre, cerca del Padre
en la gloria, siendo hombre en esta relación bendita; además, esta obra de redención colocaba a los Suyos en la misma
gloria y en las mismas relaciones que Él. Esta obra era el fundamento de todo: en ella Dios mismo, y el Padre, habían sido
plenamente glorificados, y se habían dado a conocer según todas Sus perfecciones. (Compárese con Juan 13: 31-32 y 17:
4-5) Conforme a esas perfecciones los discípulos están introducidos en la posición y en la relación de Jesús mismo con
Dios: era el fruto necesario de la Obra de Cristo: sin él, no hubiera visto el trabajo de Su alma (Isaías 53).
...Vemos pues, que el Señor no permite que María le toque y le adore como si hubiese estado
presente corporalmente en Su reino terrenal, porque aún no
había subido a Su Padre, lo cual era necesario para que pudiera manifestar la plenitud de Su gloria, y dar a conocer que este
reino era verdaderamente el del Padre, y tenía su raíz y su fuente en las más elevada gloria.
J. N. Darby
II.- El amor que María Magdalena le tenía al Señor era tal vez un amor ignorante,
pero ella Le amaba. Aparecen, por cierto, en ella, pensamientos humanos, pero Él era el único objeto de su
corazón, y, en Su gracia, le hará encontrar el fruto de su amor. Ella había aprendido
a conocer a Jesús "en la carne", y en este aspecto había sido la más fiel. Ahora el Señor quiere encaminarla a un conocimiento
más amplio y sublime; quiere llevarla hacia regiones más elevadas que aquellas en las cuales se limitaban sus pensamientos,
quiere conducirla "al monte de la mirra y al collado del incienso" (Cantares 4:6).
—Para hacerlo gradualmente y con tacto, suavemente, Jesús empieza por corresponder al objeto humano de
María: Su voz amada y bien conocida de ella la llama una vez más por su nombre: ¡María!
¡Sí! ésta era la nota que contestaba a todo lo que había en su corazón, la única que podía encontrar eco en el alma de María.
Si Jesús le hubiese aparecido en Su gloria celestial, hubiera sido un extraño
para ella, porque hasta entonces Le conocía solamente como a Jesús.
Con todo, esta es la última vez que María puede conocerle "en la carne",
porque ha resucitado de los muertos, y va a subir a Su Padre en el cielo. La tierra ya no
puede ser el lugar de Su comunión con los Suyos. "No me toques" dice el Señor,
"porque aún no he subido a mi Padre". (Observemos que es la misma experiencia que hacen los discípulos en el capítulo 16 de este evangelio: aprender que deberán perder a Cristo en la carne, y tener comunión con Él en la bendita esfera en que ha entrado).
Es hermoso notar que todo esto concuerda perfectamente con el carácter del Evangelio de Juan. En Mateo, vemos
que, saliendo del sepulcro las mujeres, encontraron al Señor, y Él les dejó abrazar Sus pies y adorarle, mientras que aquí, dice a María: "No me toques". Es que el evangelio de Juan nos
muestra al Señor en medio de la familia celestial, y no en Su reino de Israel y en Su gloria terrenal. Es verdad que la resurrección le garantiza esta gloria
y este reino, pero ella es también la condición de vida para los lugares celestiales,
y éste es el tema del evangelio de Juan.
María es, pues, la primera en ser enseñada acerca de los
gloriosos y más amplios modos de obrar o consejos de la gracia del Señor, y viene a ser para Sus hermanos la feliz mensajera de las buenas nuevas del país lejano. Entretanto, el mismo Señor
se dispone a ir hacia ellos, con una bendición que excede todo lo que habían conocido hasta ahora.
Las nuevas traídas por María parecen haberlos preparado. No manifiestan espanto ni incredulidad; están reunidos,
como la familia de Dios, y el Hermano primogénito entra, cargado del fruto de Su
santa labor por ellos. ¡Qué reunión más bendita, en la presencia del Señor! Fue una visita del Primogénito a la familia del Padre celestial, en
una esfera que se hallaba más allá de la muerte y fuera del mundo. Y tal es, hermanos, el lugar
de la reunión prometida con el Señor.
J. G. Bellett
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1963, No. 66.-