HABLAR
U ORAR POR EL ESPÍRITU SANTO
Preguntas: ¿Cómo
puede un hermano conocer cuándo habla u obra por el Espíritu Santo en la
Asamblea?
¿Puede el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar
durante el partimiento del pan?
Si un hermano evangelista que está de paso
convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir
en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a este hermano evangelista como a un enviado?
Respuestas: En
cuanto a esta pregunta: ¿Cómo puede un hermano saber cuándo habla u obra por el
Espíritu?, hay que saber lo que se entiende por eso; por cuanto se puede
pretender a una especie de inspiración espontánea, lo que —por lo general— no es
más que imaginación o voluntad propia. Es inexacto considerar la acción del
Espíritu Santo en la asamblea como si se tratase de alguien que preside en
medio de ella sin estar en los individuos,
y tomando repentinamente a éste o a aquél para hacerles actuar. Nada semejante
se halla en la Palabra desde el descenso personal del Espíritu Santo. Podríamos
examinar, desde el capítulo 7 del Evangelio según Juan hasta el capítulo 2 de
la 1ª. Epístola de Juan, unos 50 pasajes referentes a la presencia y acción del
Espíritu en los santos y en medio de ellos; y convencernos de que no existe el
menor rasgo de esta pretendida presidencia del Espíritu Santo en la asamblea.
Creo que la reacción normal contra
los principios del clero — el cual quiere establecer a un solo hombre para
hacerlo todo en una congregación— puede inducir a caer en el extremo opuesto, y
hacer de la asamblea una república democrática bajo la pretendida presidencia
del Espíritu Santo. El más importante pasaje a este respecto se encuentra en 1ª.
Corintios 12:11, el cual se aplica muy mal a menudo, como si apoyare esta idea
de presidencia: "Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu,
repartiendo a cada uno en particular como él quiere." La cuestión es,
pues, saber cuándo reparte el
Espíritu un don a alguien: ¿Una vez para siempre, o cada vez que ha de
manifestarse dicho don? Desde luego que una vez para siempre.
La idea de que el Espíritu Santo
toma repentinamente a un hermano, le hace levantarse como por un resorte, en la
asamblea, para dar gracias, para leer, para meditar, no se halla en la Escritura
desde el descenso personal del Espíritu Santo. De este modo puedo edificar la
asamblea, diciendo hoy lo que el Espíritu Santo me habrá comunicado hace diez
años por medio de la Palabra. Niego formalmente que un hermano que se levanta,
en uno de los casos aludidos, pueda decir positivamente, cuando se levanta, que
lo hace por el Espíritu, incluso cuando un hermano vuelve a sentarse tras haber
dado gracias, por ejemplo, no debe buscar, para
sí mismo, si ha obrado realmente según el Espíritu (aunque pueda tener conciencia
de ello), sino que la asamblea que escucha las acciones de gracias tiene
inmediatamente conciencia, o no, si estas alabanzas eran fruto del Espíritu o
de la carne: su amén confirma la
cosa. Digo la asamblea como tal: no
me refiero a las personas que, con mal espíritu o por antipatía, decidirían de antemano
rechazar la acción de tal o cual hermano. Estas verían unos Nadab y Abiú, allí
donde la asamblea añade su amén por
obra del Espíritu.
Como principio, vemos en 1ª.
Corintios 14, que no todo consistía en hablar por el Espíritu en la asamblea;
era también preciso hablar en el momento oportuno a fin de edificar la asamblea.
Aquellos que tenían dones de lenguas
(idiomas) hablaban ciertamente por el Espíritu, pero cuando, en la asamblea,
hacían uso de estos dones que eran señales para los de fuera (1ª. Corintios 14:22),
no edificaban la asamblea, y el
apóstol les dice que si carecen de intérpretes, deben callarse en la asamblea.
Según estos principios, su pregunta
debería ser más bien ésta: «La acción de un hermano que habla con cierta
frecuencia en la asamblea, ¿edifica la
asamblea?» Si la asamblea, como tal (no se trata aquí de individuos
aislados) puede contestar SÍ, entonces este hermano tiene el testimonio de que
habla por el Espíritu —sin pretender a una inspiración cuando habla. Pero si la
asamblea (como tal, siempre que se supone que está en su estado normal) contestara
que la acción de este hermano, no edifica, entonces, según los principios de 1ª.
Corintios 14:28, tendría que callarse dicho hermano. En esto reside todo el
asunto. En dicho capítulo, la Palabra nos enseña que no quiere otra acción en
la asamblea que la que edifica la asamblea, tanto si se trata de acciones de
gracias como de enseñanza (véase los versículos 13-25). Sucedía, incluso, que
unos oraban por el Espíritu sin ser el órgano de la asamblea; ésta no podía
comprenderlo para decir: Amén.
Su pregunta: «¿Puede
el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar en el culto?»
descansa también sobre esta falsa noción de inspiración espontánea. Afirmo que
un hermano, enseñado por Dios, no evangelizará en el culto, porque está allí
para adorar a Dios, y no para hablar a los hombres (1ª. Pedro 2:5).
La extraña pregunta: «¿Qué es lo que venimos a hacer en las
reuniones de culto?» halla su respuesta en particular en este mismo pasaje
de 1ª. Pedro 2:5; luego en otros lugares, en las palabras del Señor a Juan, en
Juan 4: 23-24; luego en Lucas 22: 19-20 en cuanto a la Cena del Señor, base del culto, y también en Hechos 20:7, donde vemos que el
propósito especial de la reunión, el primer día de la semana, era "partir
el pan".
Tocante a su última pregunta: «Si un hermano evangelista que está de paso
convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir
en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a
este hermano evangelista como a un enviado?»
Contestaré primero que es muy sencillo
reconocer este hermano evangelista como enviado; ya que la Palabra no reconoce
a otros evangelistas más que a aquellos dados
por el Señor tras haber entrado en la gloria (Efesios 4: 11-12). No impugno la
libertad que posee cada cristiano de anunciar a Cristo, en su correspondiente lugar
y sitio. Pero hace falta notar que uno de
estos evangelistas de Efesios 4 —como también un maestro, un pastor, etc.— ejerce
su don bajo su propia responsabilidad delante del Señor que le ha enviado. Un
tal hermano trabaja para su Señor. Es responsable de su propio trabajo delante
de su Señor que le ha mandado. Por lo tanto, cuando este hermano ejerce su don
delante de un auditorio convocado por él, si un oyente se entromete para
ayudarle, éste viene a usurpar los derechos del evangelista, y los del Señor
que le ha enviado. Para mí, este principio es de suma importancia. Cuando oigo
a un hermano que ha convocado una reunión para ejercer su don, ni siquiera
indicaré un himno, a no ser que me lo haya pedido. Dos hermanos pueden ponerse
de acuerdo para obrar juntos; es asunto de ellos. El Espíritu había apartado a
Bernabé y a Pablo (Hechos 13). Sin embargo, incluso entonces, vemos que Pablo
era quien llevaba la palabra (Hechos 14:12).
Acerca de la evangelización, bueno es recordar
que el evangelista es un individuo, una
persona. La Palabra no reconoce una
asamblea evangelista.
Diré además, en cuanto a los dones y a su ejercicio
en la asamblea, que el hermano poseedor de un don no debe —en las reuniones de
asamblea— tomar sobre sí la responsabilidad de llevar toda la reunión, mayormente
en una asamblea local. Un tal
hermano se alegrará más bien oyendo a otros hermanos dando gracias, indicando
un himno y expresando algunos pensamientos, pero no sobre el principio radical
de que todos tienen el derecho de
hablar. Notemos, a este respecto, que el pasaje de 1ª. Corintios 14:26 es más
bien un reproche que una exhortación; no es: «Si cada uno tiene...» Cada cual
tenía algo, y esperaba el momento de presentarse con lo que tenía, sin
preocuparse si era para edificación.
Mucho menos aún debe imaginarse un hermano que
posee un don, que a él le incumbe hacer
el culto el domingo, bien sea en su asamblea local, bien sea en otra parte.
Como sacerdote y orador, está en el mismo nivel que todos cuantos componen la
asamblea. Como hermano varón (u hombre:
1ª. Timoteo 2:8) tomando pública o abiertamente acción, en contraste con la mujer,
que no la toma, no es más que
otro, de tal manera que sea el órgano de la asamblea en las acciones de
gracias. Pero si en tanto que este hermano
está más cerca del Señor, puede que por eso tenga más acciones de gracias que
dar que otro, que —por ejemplo— estaría ocupado por los negocios de la vida. De
este modo, dicho hermano podría presentar tres o cuatro alabanzas en la misma
reunión de culto y ser, cada vez, el órgano de la asamblea.
Pero, al mismo tiempo, este hermano será más
feliz por escuchar y decir "amén" a las acciones de gracias de otros
hermanos que andan cerca del Señor. Sufrirá si se da cuenta que otros están
esperando que él presente las acciones de gracias, e igualmente si nota que los
amados hermanos que suelen tomar parte en la adoración en otros lugares se
abstengan de hacerlo en su presencia.
Pero en lo que se refiere a la enseñanza de la
Palabra, este hermano está consciente, tanto en el culto como en las demás
reuniones, que es responsable por el don que el Señor le ha confiado para
edificación de la asamblea. Y si su ministerio es fruto de su comunión con el
Señor, se impondrá cada vez más a la asamblea: a pesar del elemento radical que
pueda existir en el seno de ésta.
La idea según la cual un hermano dotado no debe
ejercer su don en una reunión de culto, ni debe dar gracias allí más que otro,
no tiene base alguna en la Biblia. ¿Cómo imaginar a un Timoteo, un Tito, un
Epafras, un Estéfanas (para no mencionar a Pablo, Juan, Pedro), que fuesen
menos aptos que otros para ser los órganos de la asamblea en las acciones de
gracias del culto, y que tales hermanos tuviesen que abstenerse para dejar
lugar a los demás?...
Unos se figuran, también, que los adoradores
son los hermanos que se levantan para alabar al Señor; esto es falso... Todas
las hermanas son adoradoras, y no deben levantarse nunca para dar gracias.
Todos los hermanos son adoradores, pero —desgraciadamente— no todos son
espirituales, piadosos, viviendo cerca del Señor para poder ser cada uno el órgano
de la asamblea en las acciones de gracias. Asimismo, algunos no son
suficientemente sencillos para hacerlo como cuando están sentados a su mesa en
casa.
Por fin, en cuanto a obrar por el Espíritu,
volvamos a tomar el ejemplo de Pablo y Bernabé en Hechos capítulo 13. Estos
eran hombres dados por el Señor ascendido en la gloria, según Efesios 4: 11-12;
y, en Hechos 13, el Espíritu Santo los aparta y los envía una vez para siempre
para ir a hablar del Señor por doquier todos los días bajo su dependencia, sin
duda. No tenían que preguntarse, por tanto, al hallarse ante las multitudes en
las plazas, en las sinagogas, y más tarde en las asambleas de los hermanos, si
el Espíritu Santo les llamaba a hablar en aquel momento; estaban allí con este
propósito, enviados desde Antioquía por el
Espíritu Santo...
Cuando más tarde Pablo se encontró por un solo
Domingo, y por la última vez en determinada asamblea (Hechos 20: 7-12) donde
habló muy extensamente, ¿qué hubiéramos pensado de un hermano de Troas que
hubiera insinuado a los demás que Pablo participaba demasiado en el culto?...
Tomo este ejemplo como principio; todos no son como el apóstol Pablo. Felices
son los santos que —libres de este espíritu
nivelador, saben reconocer al Señor, allí donde ha concedido alguna gracia
para bien de todos. Además de Efesios 4:11-12 y 1ª. Corintios 12, léase también
cuidadosamente 1ª. Corintios 16:15-18, 1ª. Tesalonicenses 5:12-13 y Hebreos
13:17.
William Trotter
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1968, No. 95.-