¿EN QUÉ CONSISTE
LA FE?
Pregunta: ¿En
qué consiste LA FE? ¿No
ocurre a veces que la confundimos con lo que producen en
nosotros los SENTIMIENTOS? Entonces,
¿no perdemos mucho para nuestro gozo y nuestra bendición en la carrera
cristiana?
Respuesta: La
diferencia que existe entre la fe y el sentimiento
es
muchas veces mal comprendida, y de ello resulta que muchas almas sinceras
permanecen, durante más o menos tiempo, lejos del estado de paz producido por
una fe sencilla en la Palabra de Dios. Esta confusión no tarda en manifestarse
por la falta de certidumbre y de paz en el alma.
Consideremos
primero lo que es el sentimiento. El
sentimiento es una impresión producida en el alma por causas muy diversas, y
aun a veces opuestas las unas a las otras. Por ejemplo, tal o cual
acontecimiento en nuestra vida producirá tristeza en nosotros; otro será
motivo de gozo: ver el sufrimiento produce sentimientos de compasión y
simpatía; la llegada de un amigo es motivo de gozo y satisfacción. Los
sentimientos están en relación con la naturaleza de la causa que las produce;
por eso, se dice a veces de una persona insensible a todo, menos a lo que la
concierne: no tiene sentimientos. En todo esto, es evidente que la fe no es la
causa de los sentimientos, y que ellos son independientes de ella.
Ahora, ¿qué es
la fe? La fe
es una persuasión íntima
del alma en cuanto a las cosas reveladas de Dios: creemos la Palabra que las
revela, porque tiene el sello de la misma autoridad de Dios. "La fe es
por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios" (Romanos 10:17).
En el capítulo
23 del evangelio según Lucas, tenemos dos ejemplos, o escenas, que ilustran
notablemente lo que son los sentimientos y lo que es la fe. Este capítulo nos
relata la crucifixión del Señor.
El versículo 27
nos dice que muchas mujeres le seguían, las cuales "lloraban y hacían
lamentación por él." Nada más conmovedor, por cierto, que esta demostración
de dolor, y de compasión hacia el Señor; pero preguntémonos: ¿era la fe en Cristo
la que producía tales
sentimientos; o eran simplemente los efectos producidos por lo que ellas presenciaban?
Sin querer rebajar el valor que tienen, en su lugar, semejantes sentimientos
naturales, creo, sin embargo, que las propias palabras del Señor son una contestación
decisiva: "Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí, sino llorad por
vosotras mismas y por vuestros hijos." (Lucas 23:28). Si se hubiese tratado, en esta circunstancia,
de sentimientos
producidos por la fe, ellas —en la convicción de su estado de pecado—habrían llorado
y lamentado por sí mismas,
y no por el Señor; y ello, convencidas de que sus propios pecados
eran la causa de todo lo que le pasaba al Señor. Además, en este caso, ¿hubiera
correspondido el Señor a tales sentimientos, mediante una amenaza de juicio,
como lo hace en los versículos 29 y 30? No nos es permitido pensarlo. Vemos,
pues, que la actitud de aquellas mujeres era un enternecimiento natural, que
no se debe confundir con la fe, ni con los sentimientos que ella produce.
Por otra parte
no faltan, en nuestros días, personas que lloran al leer el relato de la pasión
de nuestro Señor, condenando como crueles a los hombres que le crucificaron, y
estiman que ellas no hubieran obrado así. En realidad, muchas veces esas
personas se aprecian a sí mismas; con sus buenos sentimientos naturales,
permanecen invariablemente en su propia justicia y en su incredulidad.
En otra
escena, referida en el mismo capítulo, tenemos un ejemplo de fe digno
de ser meditado, "Llevaban también con él a otros dos, que
eran malhechores, para ser
muertos." (Lucas 23:32). ¿Cuál fue la conducta
de ellos hacia Jesús, y cómo se reveló el estado de sus corazones? Leemos en
Mateo 27:44: "Lo mismo le
injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él." Con todo,
lo que viene a continuación muestra que, en uno de
ellos, la obra poderosa de la gracia había empezado, como lo prueban los
sentimientos muy diferentes que manifestó hacia la persona de Jesús. "¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma
condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo
que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo." (Lucas 23: 40,
41). Es un cambio de disposiciones muy repentino,
aun inesperado, y sin embargo, muy real y cierto. Sólo la poderosa gracia de
Dios puede producirlo en un corazón rebelde. Pero la gracia no obra sin la fe,
como lo confirma el relato del evangelio.
¿En qué
estribaba la fe de este ladrón? ¿Cuál era su seguridad? Podemos contestar que
su fe se fundaba sobre el testimonio de
Dios. ¿Qué testimonio? El de la inscripción que estaba sobre la cabeza del
Señor en la cruz: "ESTE ES EL
REY DE LOS JUDÍOS." (Lucas 23:38). Esto fue lo
que leyó y creyó este malhechor. Por este testimonio, su corazón aprendió quien
era Jesús, y puso en Él su confianza. Pilato fue llevado providencialmente a publicar
esta verdad [por el título que escribió], para que todos pudieran leerla;
verdad desconocida por los judíos, pero que debía traer la salvación, a un
miserable que estaba a dos dedos de la muerte. Creyó, pues, el divino
testimonio, y volviéndose hacia Jesús, le dijo: "Acuérdate de mí cuando vengas
en tu reino." Ponía en Él, a pesar de las apariencias, toda su confianza,
porque creía que lo que estaba escrito acerca de Él era de Dios y no del
hombre. Pudo, pues, en su extrema miseria, esperar en Cristo, contar con Él, poner
en Él su esperanza. Por la fe —pues la
fe es capaz de enseñar muchas cosas en un solo momento— comprendió quién era
Cristo. Comprendió que, aunque la nación de los judíos Le rechazaba, los
consejos de Dios hacia Él no podían ser, y no serían nunca aniquilados. Esta
convicción profunda de su alma era el punto de partida y la esperanza de su fe.
No entró en lo que era la Iglesia, ni comprendió la verdad de la vocación celestial;
pero se apoderó de lo que le era dado a comprender, es decir, lo que concierne
los consejos de Dios hacia Cristo, y el porvenir de la nación incrédula. Para
él, Jesús era —según el propio testimonio de Dios— "EL REY DE LOS
JUDÍOS", y como tal, era la Roca y la esperanza de su fe.
Ya que
meditamos esta escena, consideremos la bondad del Señor, y cuán hermosa es la
respuesta que le hizo a aquel malhechor. Es como si le hubiera dicho: «No
quiero esperar hasta el establecimiento de Mi reino para ser y hacer algo por
ti, por tu felicidad». "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso." (Lucas 23:43). La muerte expiatoria de Cristo daba efectivamente
lugar a la manifestación de una gracia ilimitada; "cuando el pecado abundó, sobreabundó
la gracia"
(Romanos 5:20), de modo que aquel pobre culpable
podía participar con Cristo de la
felicidad y del reposo del Paraíso. La gracia y el corazón de Jesús
sobrepasaban el deseo de aquel que entonces no le conocía más que como el Rey
rechazado. Vendrá un tiempo en que el reino del Señor será establecido con
poder y con gloria; pero, entretanto, una gracia todopoderosa obra en el mundo,
para la realización de esta palabra de Jesús: "Y yo, si fuere levantado de la
tierra, a todos
atraeré a mí mismo." (Juan 12:32).
Esta escena
nos muestra, pues, lo que produce la fe,
y adonde lleva a aquel que cree en la Palabra de Dios, independientemente de toda
impresión interior en el alma. Así es
como la bendita Palabra de Dios, viene a ser la fuente y el punto de partida de
los sentimientos de paz, de gozo
y de esperanza que produce en el corazón del creyente. Después de haber creído
lo que estaba escrito, el ladrón fue convencido, y cuando hubo creído en la palabra de Jesús, tuvo paz en su alma,
tranquilo, de modo que
pudo morir en plena paz.
La fe consiste,
pues, en someterse humildemente y con gozo a lo que Dios dice. Un alma que da
más importancia a sus impresiones personales
que a lo que está escrito en la Palabra de Dios, carecerá siempre de paz, de la
certidumbre de la salvación, estará en el temor y luchando siempre. Los sentimientos
pueden engañarnos, llevarnos a obstinarnos contra la verdad y la autoridad de
la Palabra de Dios, alegando: no siento esto, no soy bastante fiel, no amo
bastante, etc. La fe se apoya en el solo
testimonio de la Escritura, es lo que Dios pide, y es lo que necesita el
hombre pecador.
Meditemos pues
las escenas del capítulo 23 de Lucas, con las cuales hemos ilustrado esta
pregunta. Tanto para la salvación del alma (tratándose de los inconversos) como
para el andar cristiano, y toda la vida del creyente, la fe es la fuente de la
liberación y de la bendición, mientras que los sentimientos naturales no
pueden traer ni paz verdadera, ni seguridad, ni gozo. Que el Señor nos conceda
más fe, y que podamos declarar como el salmista: "Tus testimonios son mis
delicias y mis consejeros."
(Salmo 119:24).
Traducido
de la revista "Le Messager Evangélique"
Revista
"Vida Cristiana", Año 1967, No. 87.-
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