JUAN
Capítulos 13 – 21 (Sinopsis)
J. N. Darby
SINOPSIS
de
los Libros
de
la Biblia
JUAN
Capítulos 13 - 21
Todas las
citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de
las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA (La Biblia de las Américas, Copyright 1986,
1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso)
RVR77 (Versión Reina-Valera Revisión 1977,
Editorial Clie)
Versión Moderna,
traducción de 1893 de H.B.Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
Capítulo 13
El odio incesante
del hombre; el amor inmutable del Señor
Ahora, entonces,
el Señor ha tomado Su lugar yendo al Padre. El tiempo había llegado para ello.
Él toma Su lugar en lo alto, conforme a los consejos de Dios, y ya no se halla
más en relación con un mundo que le había ya rechazado; pero Él ama a los Suyos
hasta el fin. Dos cosas están presentes para Él: por una parte, el pecado que
toma la forma más dolorosa para Su corazón; y por otra, el sentido de toda la
gloria que le es dada como hombre, y desde donde Él vino y adonde Él iba; es
decir, Su carácter personal y celestial en relaciones con Dios, y la gloria que
le fue dada. Él vino de Dios e iba a Dios; y el Padre había puesto todas las
cosas en Sus manos.
El servicio de
amor: nuestro Abogado en lo alto
Pero, ni Su
entrada en la gloria, ni la falta de piedad del pecado del hombre, apartan Su
corazón de los discípulos, o incluso de sus necesidades. Sólo que Él ejerce Su
amor para ponerlos en relación consigo mismo en la nueva posición que Él estaba
creando para ellos, entrando de este modo en ella. Él no podía permanecer más
con ellos en la tierra;
y si los dejaba, y debía hacerlo, no los abandonaría, sino que los haría aptos
para que estuvieran donde Él estaba. Los amaba con un amor que nada podía
detener. Este amor continuó hasta perfeccionar sus resultados; y Él debía
hacerlos aptos para estar con Él. ¡Bendito cambio que el amor realizó incluso
estando Él con ellos aquí abajo! Tenían que tener una parte con Aquel que vino
de Dios e iba a Dios, y en cuyas manos el Padre había puesto todas las cosas;
pero entonces ellos tenían que ser hechos aptos para estar con Él allí. Con
este fin, Él es todavía siervo de ellos en amor, e incluso más que nunca. No
hay duda de que Él lo había sido en Su gracia perfecta, pero fue mientras
estuvo entre ellos. Ellos eran así, en cierto sentido, compañeros. Ellos estaban
todos aquí cenando juntos a la misma mesa. Pero Él abandona esta posición, así
como Él lo hizo con Su asociación
personal con Sus discípulos al ascender al cielo, yendo a Dios. Pero, si Él lo
hace, Él todavía se ciñe para servirles, y toma agua [49] para lavar
[49]
No se trata de sangre aquí. Es seguro que debe haberla. Él no vino solamente
por agua, sino por agua y sangre. Pero aquí el lavamiento es, en todo aspecto,
el del agua. El lavamiento de los pecados en Su propia sangre no se repite
nunca en absoluto. Cristo tendría que haber sufrido a menudo para este caso.
Ver Hebreos 9 y 10. Con respecto a la imputación, no hay más conciencia de
pecados.
sus pies. Aunque está en el cielo,
Él todavía nos está sirviendo [50]. El efecto de este servicio es
que el Espíritu Santo se lleva, en
forma práctica, por la Palabra, toda la contaminación que recogemos cuando
andamos por este mundo de pecado. En nuestro camino nos ponemos en contacto con
este mundo que rechazó a Cristo. Nuestro Abogado en lo alto (comparen con 1
Juan 2), Él nos limpia de las contaminaciones de este mundo por medio del
Espíritu Santo y la Palabra; Él nos limpia en vista de las relaciones con Dios
Su Padre, a las cuales Él nos ha traído cuando Él mismo entró en ellas, como
hombre, en lo alto.
[50]
El Señor, al hacerse hombre, tomó sobre Él la forma de un siervo (Filipenses
2). Él nunca renuncia a esto. Podría pensarse que fue así cuando Él subió a la
gloria, pero Él está mostrando aquí que esto no es así. Él está ahora como en
Éxodo 21, diciendo: "Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos; no
saldré libre" (Éxodo 21: 5), y haciéndose un siervo para siempre, aun
cuando hubiera podido tener doce legiones de ángeles. Aquí Él es un siervo para
lavar los pies de ellos, contaminados al pasar a través de este mundo. En Lucas
12, vemos que Él guarda el lugar de servicio en gloria. Es un dulce pensamiento
que incluso allí Él ministra la mejor bendición del cielo para nuestra
felicidad.
Lavando los pies
de los discípulos: el medio
Se requería una
pureza que conviniera a la presencia de Dios, pues Él iba allí. Sin embargo,
son solamente los pies los que se tienen en cuenta. Los sacerdotes que servían
a Dios en el tabernáculo eran lavados al ser consagrados. Su lavamiento no se
repetía. De modo que, una vez renovados espiritualmente por la Palabra, esto no
se repite para nosotros. En la frase "el que está lavado", en
el original Griego se usa una palabra diferente de la que usa en "no
necesita sino lavarse los pies." (Juan 13:10). La primera palabra
se refiere a bañar todo el cuerpo; la última se refiere a lavar manos y pies.
Nosotros necesitamos esto último constantemente, pero una vez que nacemos por
la Palabra, no somos lavados otra vez completamente, de igual modo que no se
repetía la primera consagración de los sacerdotes. Los sacerdotes se lavaban
las manos y los pies cada vez que se involucraban en su servicio - para que
pudieran acercarse a Dios. Nuestro Jesús restaura la comunión y el poder para
servir a Dios, cuando la hemos perdido. Lo hace con vistas a la comunión y el
servicio; pues ante Dios estamos enteramente limpios a modo personal. El
servicio era el servicio de Cristo - de Su amor. Él enjugó los pies de ellos
con la toalla con que se ceñía (una circunstancia expresiva del servicio). El
medio de purificación era el agua - la Palabra, aplicada por el Espíritu Santo.
Pedro se encoge ante la idea de Cristo humillándose de esta manera; pero
debemos someternos a este pensamiento, que nuestro pecado es tal que nada menor
a la humillación de Cristo puede, en algún sentido, limpiarnos de él. Ninguna
otra cosa nos hará conocer realmente la perfecta y deslumbrante pureza de Dios,
o el amor y la entrega de Jesús; y en la comprensión de éstos consiste el tener
un corazón santificado para la presencia de Dios. Pedro, entonces, quería que
el Señor le lavara también sus manos y su cabeza. Pero esto ya fue llevado a
cabo. Si somos de Él, nosotros hemos nacidos de nuevo y limpiados por la
Palabra que Él ha aplicado ya a nuestras almas; sólo que nosotros contaminamos
nuestros pies al andar. Es según el modelo de este servicio de Cristo en gracia
que tenemos que actuar con respecto a nuestros hermanos.
La traición de
Judas conocida por el Señor
Judas no estaba
limpio; no había nacido de nuevo, no estaba limpio por medio de la Palabra que
Jesús había hablado. No obstante, siendo enviado por el Señor, aquellos que le
habían recibido también habían recibido a Cristo. Y esto es cierto también de
aquellos a quienes Él envía por Su Espíritu. Este pensamiento trae la traición
de Judas a la mente del Señor; Su alma se conmovió al pensar en ello, y alivia
Su corazón declarándolo a Sus discípulos. De lo que se ocupa Su corazón aquí no
es de Su conocimiento del individuo, sino del hecho que uno de ellos iba
a hacerlo, uno de aquellos que habían sido Sus compañeros.
El amor de Juan y
Pedro a su Señor
Por consiguiente,
fue a causa de que Él dijera esto que los discípulos se miraron unos a otros.
Ahora bien, había uno cerca de Él, el discípulo al cual Jesús amaba; pues
tenemos, en toda esta parte del Evangelio de Juan, el testimonio de la gracia
que responde a las diversas formas de maldad e impiedad en el hombre. Este amor
de Jesús había formado el corazón de Juan - le había dado confianza y constancia
de afecto; y, consecuentemente, sin ningún otro motivo que éste, él estuvo lo
suficientemente cerca de Jesús como para recibir comunicaciones de Él. No era a
fin de recibirlas que se puso cerca de Jesús; él estaba allí porque amaba al
Señor, cuyo propio amor le había ligado a Él; pero, estando allí, él era capaz
de recibir estas comunicaciones. Es de este modo, que nosotros podemos todavía
aprender de Él.
Pedro le amaba;
pero había demasiado de Pedro, no útil para el servicio, si Dios le llamaba a
ello - y Él hizo esto en gracia, cuando Él le hubo abatido enteramente, y le
hizo conocerse a sí mismo - pero íntimamente. ¿Quién, entre los doce, dio
testimonio como Pedro, en quien Dios fue poderoso para con la circuncisión?
Pero no hallamos en sus epístolas lo que hallamos en las de Juan [51]. Además,
cada uno tiene su lugar, dado en la soberanía de Dios. Pedro amaba a Cristo; y
vemos que, unido también con Juan por este afecto común, ellos están
constantemente juntos; así como también al final de este Evangelio él está
ansioso por conocer la suerte de Juan. Por lo tanto, él utiliza a Juan para
preguntar al Señor cuál de entre ellos le traicionaría, como Él había dicho.
Recordemos que estar cerca de Jesús por causa de Él, es la manera de tener Su
mente cuando surgen pensamientos ansiosos.
[51]
Por otra parte, Pedro murió por el Señor. Juan fue dejado para cuidar de la
asamblea; no parece que haya llegado a ser un mártir.
Judas poseído por
Satanás: tinieblas y desesperación
Jesús señala a
Judas mediante el pan mojado, con el cual podría haber indicado a cualquier
otro, pero que para Judas fue sólo el sello de su ruina. Sucede realmente así,
en proporción, con todo favor de Dios que cae en un corazón que rechaza este
favor. Después del bocado, Satanás entra en Judas. Él ya era impío por la
codicia, y al ceder habitualmente a tentaciones comunes; aunque él estaba con
Jesús, endureciendo su corazón contra el efecto de esa gracia que siempre
estaba ante sus ojos y a su lado, y la cual, en cierto modo, fue ejercida hacia
él, él había cedido a la sugerencia del enemigo, y se hizo a sí mismo el
instrumento de los sumos sacerdotes para traicionar al Señor. Él sabía lo que
ellos deseaban, y va y se ofrece. Y cuando, por su larga familiaridad con la
gracia y la presencia de Jesús mientras se dedicaba a pecar, esa gracia y el
pensamiento de la Persona de Cristo habían perdido completamente su influencia,
él estaba en un estado de insensibilidad cuando le traiciona. El conocimiento
que él tenía del poder del Señor, ayudó a que él se entregara al mal, y
fortaleció la tentación de Satanás; pues, evidentemente, estaba seguro de que
Jesús tendría nuevamente éxito escapándose de las manos de Sus enemigos;
y, en cuanto a lo que se refería al poder,
Judas tenía razón al pensar que el Señor podía haberlo hecho así. Pero, ¿qué
sabía él de los pensamientos de Dios? Todo era tinieblas, moralmente, en su
alma.
Y ahora, después
de este último testimonio, que fue tanto una señal de la gracia como un
testimonio del verdadero estado de su
corazón que era insensible a este testimonio (como se expresa en el Salmo que
aquí se cumple), Satanás entra en él, toma posesión de él hasta el punto de
endurecerle contra todo lo que podría
haberle hecho sentir, aun como hombre, la horrenda naturaleza de lo que él
estaba haciendo, y debilitarle así al llevar a cabo este mal; de modo que ni su
conciencia ni su corazón fuesen
despertados en el acto de cometerlo. ¡Terrible condición! Satanás le
poseyó, hasta que se vio obligado a dejarle en el juicio del cual él no podía
ocultarle, y el cual será suyo en el momento señalado por Dios - juicio que se
manifiesta a la conciencia de Judas cuando el mal ya estaba hecho, cuando ya
era demasiado tarde (y el sentido del cual es mostrado por una desesperación
que su vínculo con Satanás no hacía más que aumentar), pero un juicio que le
obliga a dar testimonio de Jesús ante aquellos que sacaron partido de su pecado
y quienes se burlaron ante su angustia. Porque la desesperación hace que uno
diga la verdad; el velo es rasgado; deja de existir el autoengaño; la
conciencia queda descubierta ante Dios, pero esto sucede antes de Su juicio.
Satanás no engaña allí; y no la gracia, sino la perfección de Cristo es
conocida. Judas dio testimonio de la inocencia de Jesús, como lo hizo el ladrón
en la cruz. Es de este modo que la muerte y la destrucción oyeron la fama de Su
sabiduría: sólo Dios lo sabe (Job 28:22-23).
La omnisciencia
del Señor
Jesús conocía su
condición. No fue sino el cumplimiento de aquello que Él iba a hacer, por medio
de uno para quien no había ya ninguna esperanza. "Lo que vas a
hacer," dijo Jesús, "hazlo más pronto." Pero, ¡qué palabras
cuando las oímos de labios de Aquel que era el amor mismo! Sin embargo, los
ojos de Jesús no estaban fijos sobre Su propia muerte. Él está solo. Nadie, ni
siquiera los discípulos, tenían parte alguna con Él. Estos no podían seguirle
adonde Él iba, no más que los propios Judíos. ¡Hora solemne, pero gloriosa!
Siendo un hombre, Él se iba a encontrar con Dios en aquello que separaba al hombre
de Dios - iba a encontrarlo en el
juicio. Esto, de hecho, es lo que Él dice, tan pronto como Judas salió. La
puerta que Judas cerró tras de sí separó a Cristo de este mundo.
La cruz: la
manifestación más resplandeciente de
la gloria de Dios,
el centro de la historia de la eternidad
"Ahora"
dice Él, "es glorificado el Hijo del Hombre." Él había dicho
esto cuando llegaron los Griegos; pero
entonces se trataba de la gloria venidera - Su gloria como cabeza de todos los
hombres, y, de hecho, de todas las cosas. Pero esto no podía ser aún; y Él
dijo: "Padre, glorifica tu nombre." (Juan 12:28). Jesús debía morir.
Era eso lo que glorificaba el nombre de Dios en un mundo donde el pecado
estaba. Era la gloria del Hijo del Hombre la que iba cumplir esto aquí, donde
todo el poder del enemigo, el efecto del pecado, y el juicio de Dios sobre el
pecado, eran exhibidos; donde la cuestión quedó moralmente zanjada; donde
Satanás (en su poder sobre el hombre pecador - el hombre bajo el pecado, y ese
estado, plenamente desarrollado en abierta enemistad contra Dios), y Dios se
encontraron, no como en el caso de Job, que fue instrumento en las manos
divinas para disciplina, sino para justicia - aquello en lo cual Dios estaba
contra el pecado, pero aquello en lo cual, por medio de Cristo entregándose a
Sí mismo, todos Sus atributos fuesen ejercidos, y fuesen glorificados, y
mediante lo cual, de hecho, mediante lo que sucedió, todas las perfecciones de
Dios han sido glorificadas, siendo manifestadas por medio de Jesús, o mediante
lo que Jesús hizo y padeció.
Estas perfecciones
habían sido develadas directamente en Él, hasta donde alcanzaba la gracia; pero
ahora que la oportunidad del ejercicio de todas ellas había sido dada a
conocer, al tomar Él un lugar que le sometió a prueba conforme a los atributos
de Dios, la perfección divina de estos atributos por medio del hombre en Jesús
allí donde Él estaba en el lugar del hombre; y (hecho pecado, y, gracias a
Dios, para el pecador) Dios fue glorificado en Él. Porque vean todo lo que, de
hecho, se encontró en la cruz: todo el poder de Satanás sobre los hombres;
Jesús solo y excluido; el hombre en perfecta y abierta enemistad contra Dios en
el rechazo de Su Hijo; Dios manifestado en gracia; luego en Cristo, como
hombre, el perfecto amor hacia Su Padre, y obediencia perfecta, y eso en el
lugar de pecado, como hecho pecado (porque la perfección del amor a Su Padre y
la obediencia se revelaron cuando Él fue hecho pecado ante Dios en la cruz);
entonces la majestad de Dios se cumplió, glorificada (Hebreos 2:10); Su juicio
perfecto, justo, contra el
pecado sufrido como el Santo; pero en ello estaba Su amor perfecto hacia los
pecadores al dar a Su Hijo unigénito. Pues por medio de esto nosotros conocemos
el amor. Para resumir esto, en la cruz hallamos: al hombre en la maldad
absoluta - el odio hacia lo que era bueno; el pleno poder de Satanás sobre este
mundo - el príncipe de este mundo; al hombre en
perfecta bondad, obediencia, y el amor al Padre a un costo total para
Él; a Dios en justicia absoluta, infinita contra el pecado, y en divino
infinito amor por el pecador. El bien y el mal fueron plenamente zanjados para
siempre, y la salvación forjada, y fue puesto el fundamento de los cielos
nuevos y la tierra nueva. Bien podemos decir: "Ahora es glorificado el
Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él." Completamente deshonrado en el
primero, Él es
infinitamente glorificado en el Segundo, y, por consiguiente, Él pone al hombre
(Cristo) en la gloria, e inmediatamente, sin esperar el reino. Pero esto requiere
algunas palabras menos abstractas,
pues la cruz es el centro del universo, según Dios, la base de nuestra
salvación y nuestra gloria, y la manifestación más resplandeciente de la gloria
propia de Dios, el centro de la historia de la eternidad.
"Es
glorificado el Hijo del Hombre" en Jesús en la cruz,
y "Dios es
glorificado en él" allí
El Señor había
dicho, cuando los griegos desearon verle, que había llegado la hora para que el
Hijo del Hombre fuese glorificado. Él habló entonces de Su gloria como Hijo del
Hombre, la gloria que Él tomaría bajo ese título. Él sintió realmente que a fin
de introducir a los hombres en esa gloria, necesariamente Él debía pasar por la
muerte. Pero Él quedó absorto por una cosa que separaba Sus pensamientos de la
gloria y de los sufrimientos - el deseo que poseía Su corazón de que Su Padre
fuese glorificado. Todo había llegado ahora al punto en que esto tenía que ser
cumplido; y el momento había llegado cuando Judas (excediendo los límites de la
paciencia justa y perfecta de Dios) salió, dando rienda suelta a su iniquidad,
para consumar el crimen que conduciría al maravilloso cumplimiento de los
consejos de Dios.
Ahora bien, en
Jesús en la cruz, el Hijo del Hombre ha sido glorificado de una manera mucho
más admirable incluso de lo que Él lo será por la gloria positiva que le
pertenece bajo ese título. Él será, lo sabemos, vestido con esa gloria; pero,
en la cruz, el Hijo del Hombre llevó todo lo necesario para la perfecta
manifestación de la gloria de Dios. Todo el peso de esa gloria fue traído para
que lo llevara sobre Sí, para someterle
a prueba, para que se evidenciara si podía Él soportarla, verificarla y
exaltarla; y todo ello en el lugar donde el pecado ocultaba esa gloria, y, por
así decirlo, donde lo acreditaba con la mentira. ¿Era capaz el Hijo del Hombre
de entrar en una lugar tal, de acometer una tarea así, y de cumplir la tarea, y
mantener Su lugar sin fracasar hasta el final? Esto es lo que Jesús hizo. La
majestad de Dios tenía que ser vindicada contra la rebelión insolente de Su
criatura; Su verdad, la cual le había amenazado con la muerte a Él, tenía que
ser mantenida; Su justicia tenía que ser establecida contra el pecado (¿quién
podría resistirla?), y al mismo tiempo, Su amor tenía que ser plenamente
demostrado. Teniendo aquí Satanás todos sus lastimosos derechos que él había
adquirido mediante nuestro pecado, Cristo - perfecto como hombre, solo,
separado de todos los hombres, en obediencia, y teniendo como hombre únicamente
un objeto, es decir, la gloria de Dios, de forma tan divinamente perfecta,
sacrificándose Él mismo para este propósito - glorificó plenamente a
Dios. Dios fue glorificado en Él. Su justicia, Su majestad, Su verdad,
Su amor - todas estas cosas fueron verificadas en la cruz así como están en Él
mismo, y reveladas solamente allí; y eso, con respecto al pecado.
Todos los
atributos de Dios exhibidos libremente y plenamente al pecador
Y Dios puede ahora
actuar libremente, conforme a aquello que Él es conscientemente para Él, sin
que ningún otro atributo obstaculice, o contradiga a otro. La verdad condenaba
al hombre a la muerte, la justicia condenaba para siempre al pecador, la
majestad demandaba la ejecución de la sentencia. ¿Dónde, entonces, estaba el
amor? Si el amor, como el hombre lo concebiría, tenía que pasar por sobre todo,
¿dónde estarían Su majestad y Su justicia? Además, eso no podía ser; ni tampoco
hubiese podido ser realmente amor, sino indiferencia hacia el mal. Por medio de
la cruz, Él es justo, y Él justifica en gracia; Él es amor, y en ese amor Él
otorga Su justicia al hombre. Para el creyente, la justicia de Dios toma el
lugar del pecado del hombre. La justicia, así como el pecado, del hombre,
desaparece ante la luz resplandeciente de la gracia, y no oscurece la gloria
soberana de una gracia como esta hacia el hombre, quien estaba realmente
apartado de Dios.
Dios glorificando
al Hijo del Hombre en Sí mismo
¿Y quién ha
cumplido esto? ¿Quién ha establecido así (en cuanto a su manifestación, y a
restituirla adonde había estado, en cuanto al estado de las cosas, comprometida
por el pecado), toda la gloria de Dios? Fue el Hijo del Hombre. Por lo tanto,
Dios le glorifica con Su propia gloria; porque fue, de hecho, esa gloria la que
Él había establecido y había hecho honorable, cuando ante Sus criaturas fue
anulada por el pecado - ella, en sí misma, no puede ser anulada. Y no sólo fue
establecida, sino que fue apreciada de modo tal que no hubiera podido serlo por
otros medios. Nunca hubo un amor como el don del Hijo de Dios para los
pecadores; nunca hubo una justicia (para la cual el pecado es insoportable)
como aquella que no perdonó ni al Hijo cuando llevó el pecado sobre Él; nunca
hubo una majestad como aquella que hizo al Hijo de Dios responsable de la plena
magnitud de sus exigencias (comparar con Hebreos 2); nunca hubo una verdad como
aquella que no cedió ante la necesidad de la muerte de Jesús. Ahora conocemos a
Dios. Dios, siendo glorificado en el Hijo del Hombre, se glorifica Él en Sí
mismo. Pero, consecuentemente, Él no espera el día de Su gloria con el hombre,
conforme al pensamiento del capítulo 12. Dios le llama a Su propia diestra, y
le hace sentarse allí en seguida y solo. ¿Quién podría estar allí (salvo en
espíritu) sino Él? Aquí Su gloria está relacionada con aquello que Él podía
hacer solo - con aquello que Él tenía
que hacer solo; y de lo cual Él debe tener el fruto, Él solo con Dios, pues Él
era Dios.
Solo en la cruz,
único y preeminente en gloria
Otras glorias
vendrán a su tiempo. Él las compartirá con nosotros, aunque Él tiene la
preeminencia en todas las cosas. Aquí Él está solo, y debe estarlo siempre (es
decir, en aquello que pertenece
propiamente a Su Persona). ¿Quién compartió la cruz con Él, sufriendo
por el pecado, y cumpliendo la justicia? Nosotros, verdaderamente, la
compartimos con Él en lo que respecta al sufrimiento por causa de la justicia,
y por el amor de Él y Su pueblo, incluso hasta la muerte: y así participaremos
también de Su gloria. Pero es evidente que no podíamos glorificar a Dios por el
pecado. Aquel que no conoció pecado, Él solo podía ser hecho pecado. Únicamente
el Hijo de Dios pudo soportar esta carga.
El mandamiento
nuevo dado a los discípulos:
amor fraternal
En este sentido el
Señor - cuando Su corazón halló alivio derramando estos gloriosos pensamientos,
estos maravillosos consejos - se dirigió a Sus discípulos con afecto,
diciéndoles que su relación con Él aquí abajo pronto terminaría, que Él iba
adonde ellos no podían seguirle, no más de lo que podían seguirle los Judíos incrédulos.
El amor fraternal tenía, en cierto sentido, que tomar Su lugar. Tenían que
amarse unos a otros como Él los había amado, con un amor superior a los errores
de la carne en sus hermanos - amor fraternal de gracia en estos aspectos. Si la
columna principal contra la cual muchos alrededor de ella se estaban apoyando
era quitada, ellos se soportarían unos a otros, aunque no mediante sus fuerzas.
Y así serían conocidos los discípulos de Cristo.
La confianza
propia de Simón Pedro
Ahora bien, Simón Pedro
desea penetrar en aquello que ningún hombre, salvo Jesús, podía entrar - en la
presencia de Dios por la senda de la muerte. Esto es confianza carnal. El Señor
le dice, en gracia, que eso no podía ser ahora. Él debía secar aquel mar
insondable para el hombre - la muerte - aquel Jordán desbordante; y luego,
cuando ella no fuese más el juicio de Dios, ni fuese manejada por el poder de
Satanás (pues en ambos caracteres Cristo ha destruido completamente su poder
para el creyente), entonces Su pobre discípulo podría pasar por ella por causa
de la justicia y de Cristo. Pero Pedro le seguiría con sus propias fuerzas,
declarándose capaz de hacer exactamente aquello que Jesús iba a hacer por él.
Con todo, de hecho, aterrado ante el primer movimiento del enemigo, él
retrocede ante la voz de una mujer, y niega al Maestro a quien amaba. En las
cosas de Dios, la confianza carnal no hace más que conducirnos a una posición
en la que ésta no puede sostenerse. La sinceridad sola no puede hacer nada
contra el enemigo. Tenemos que poseer la fortaleza de Dios.
Capítulo 14
En vista de Su
partida; sólo el Señor es un objeto de la fe
El Señor comienza
ahora a conversar con ellos en vista de Su partida. Él se iba adonde ellos no
podían ir. Para el ojo humano ellos serían dejados solos en la tierra. Es por
el sentido de esta condición aparentemente desolada que el Señor habla de Él
mismo, mostrándoles que Él era un objeto para la fe, igual que Dios lo
era. Al hacer esto, Él les descubre toda la verdad con respecto a la condición
de ellos. Su obra no es el asunto tratado, sino la posición de ellos en virtud
de esa obra. Su Persona debería haber sido para ellos la llave a esa posición,
y es lo que iba a ser ahora: el Espíritu Santo, el Consolador, quien iba a
venir, sería el poder mediante el cual ellos la disfrutarían, y,
verdaderamente, más aún.
La revelación de
lo que hay más allá de la muerte para la fe;
lo que la partida
del Señor significaba
para Sus
discípulos; con Él
A la pregunta de
Pedro, "Señor, ¿a dónde vas?" (Juan 13:36), el Señor responde. Sólo
cuando el deseo de la carne intenta entrar en la senda en la que Jesús estaba
entrando entonces, el Señor no podía más que decir, que la fortaleza de la
carne no servía para nada allí; pues, de hecho, él se propuso seguir a Cristo
en la muerte. ¡Pobre Pedro!
Cuando el Señor ha
escrito la sentencia de muerte sobre la carne para nosotros, al revelar su
impotencia, entonces Él puede (cap. 14) revelar aquello que está más allá por
la fe; y aquello que nos pertenece mediante Su muerte devuelve su luz, y nos
enseña quién era Él, estando aún en la tierra, y siempre, antes de que el mundo
fuese. Él no hacía más que regresar al lugar de donde vino. Pero Él comienza
con Sus discípulos donde ellos
estaban, y satisface la necesidad de sus corazones explicándoles de qué manera
- mejor, en un cierto sentido, que siguiéndole aquí abajo - estarían ellos con
Él cuando estuvieran ausentes del lugar en el cual Él estaría. Ellos no veían
al Padre presente corporalmente entre ellos: para gozar de Su presencia ellos
creían en Él; debían hacer lo mismo con respecto a Jesús. Debían creer en Él.
Él no los abandonaba al irse, como si solamente hubiera lugar para Él en la
casa del Padre. (Él alude al templo como figura). Había lugar para todos ellos.
Ir allí era aún Su pensamiento - Él no está aquí en esta escena como el Mesías.
Le vemos en las relaciones en las que permaneció conforme a las verdades
eternas de Dios. Él siempre tenía Su partida a la vista: en caso de no haber
habido lugar para ellos, Él se los habría dicho. El lugar de ellos estaba con
Él. Pero Él iba a prepararles lugar. Sin presentar allí la redención, ni
presentándose Él como el nuevo hombre conforme al poder de esa redención, no
podía haber ningún lugar preparado en el cielo. Él entra en ese lugar en el
poder de esa vida que los introduciría a ellos también. Pero no irían solos
para volverse a juntar con Él, ni Él se volvería a juntar con ellos aquí abajo.
El cielo, no la tierra, estaba en consideración. Ni tampoco mandaría llamarlos
por medio de otros, sino que Él mismo vendría a buscarlos, como a aquellos que
tanto apreciaba, y los recibiría a Sí mismo, para que donde Él estaba, ellos
también estuviesen. Él vendría desde el trono del Padre; allí, por supuesto,
ellos no se pueden sentar; pero Él los recibirá allí, donde Él estará en gloria
delante del Padre. Ellos estarían con Él - una posición mucho más excelente que
Su permanencia aquí abajo con ellos, incluso como Mesías en gloria en la
tierra.
Yendo al Padre; Él
mismo es el camino
Ahora, asimismo,
habiéndoles dicho adónde iba, es decir, a Su Padre (y hablando conforme al
efecto de Su muerte para ellos), Él les dice que ellos sabían dónde Él iba, y
el camino. Él iba al Padre, y, al verle a Él, ellos habían visto al Padre; y
así, habiendo visto al Padre en Él, ellos conocían el camino; pues, al venir a
él, venían al Padre, quien estaba en Él así como Él estaba en el Padre. Él
mismo era, entonces, el camino. Por consiguiente, Él reprocha a Felipe el hecho
de que no le haya conocido aún. Él había
estado largo tiempo con ellos, como la revelación del Padre en Su propia
Persona, y debieron haberle conocido, y haber visto que Él estaba en el Padre,
y el Padre en Él, y así haber sabido donde Él iba, ya que iba al Padre. Él les
había declarado el nombre del Padre, y si eran incapaces de ver al Padre en Él,
o ser convencidos de ello por Sus palabras, deberían haberlo sabido por Sus
obras, pues el Padre que habitaba en Él - era Él quien hacía las obras. Esto
dependía de Su propia Persona, estando todavía en el mundo; pero una prueba
sorprendente estaba relacionada con Su partida. Después que se hubiese ido,
ellos harían obras aún mayores que las que Él hizo, porque actuarían en
relación con Su mayor cercanía al Padre.
Esto era indispensable para Su gloria. Esto, incluso, era ilimitado. Él los
situó en una relación inmediata con el Padre por el poder de Su obra y de Su
nombre; y todo lo que ellos pidieran al Padre en Su nombre, Cristo mismo la
haría para ellos. La petición de ellos sería oída y concedida por el Padre
- mostrando qué cercanía Él había
adquirido para ellos; y Él (Cristo) haría todo lo que le ellos pidieran. Pues
el poder del Hijo no era, y no podía ser, falto para la voluntad del Padre: no
había límite para Su poder.
Discipulado
caracterizado por la obediencia;
la promesa del
Espíritu Santo, para estar para siempre
Pero esto condujo
a otro asunto. Si ellos le amaban, esto debía ser demostrado, no en lamentos,
sino en guardar Sus mandamientos. Tenían que caminar en obediencia. Esto
caracteriza al discipulado hasta el momento presente. El amor desea estar con
Él, pero muestra que es real obedeciendo Sus mandamientos. Cristo también tiene
derecho a ordenar. Por otra parte, Él buscaría el bien de ellos en lo alto, y
se les concedería otra bendición; a saber, el Espíritu Santo mismo, el cual
nunca los abandonaría, como Cristo estaba a punto de hacerlo. El mundo no le
pudo recibir. Cristo, el Hijo, había sido mostrado a los ojos del mundo, y
debió haber sido recibido por él. El Espíritu Santo actuaría, siendo invisible;
ya que por el rechazo de Cristo, todo había terminado con el mundo en sus
relaciones naturales y de creación con Dios. Pero el Espíritu Santo sería
conocido por los discípulos; pues Él no sólo permanecería con ellos, como
Cristo no pudo, sino que estaría en ellos, no con ellos, como Él
estuvo. El Espíritu Santo no sería visto entonces o conocido por el mundo.
El camino, la
verdad, y la vida
Hasta ahora, en Su
discurso, Él había conducido a Sus discípulos a seguirle (en espíritu) en lo
alto, por medio del conocimiento que la familiaridad con Su Persona (en la cual
el Padre era revelado) les dio de adonde Él iba, y del camino. Él era el
camino, como hemos visto. Él era la verdad, en la revelación (y la revelación
perfecta) de Dios y de la relación
del alma con Él; y, realmente, de la condición verdadera y carácter real de
todas las cosas, al mostrar la luz perfecta de Dios en Su propia Persona, la
cual le revelaba. Él era la vida, en la cual Dios y la verdad podían ser
conocidos. Los hombres venían por medio de Él; ellos hallaron al Padre revelado
en Él; y poseyeron en Él aquello que les capacitaba gozar del Padre, y aquello
que en cuya recepción vinieron, de hecho, al Padre.
La corriente de
bendición fluyendo para los discípulos
en este mundo;
vida en Cristo
Pero ahora, no es
lo que es objetivo lo que Él presenta, no se trata del Padre en Él (al cual
deberían haber conocido), ni Él en el Padre cuando estuvo aquí abajo. Por
consiguiente, Él no eleva los pensamientos de los discípulos al Padre por medio
de Él y en Él, y Él en el Padre en el cielo. Él les presenta aquello que les
sería dado aquí abajo - la corriente de bendición que fluiría para ellos en
este mundo, en virtud de aquello que Jesús era, y lo que era para ellos, en el
cielo. Una vez presentado el Espíritu Santo como enviado, el Señor dice,
"No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros." Su presencia, en espíritu, aquí
abajo, es el consuelo de Su
pueblo. Ellos le verían; y esto es mucho más verdadero que verle a Él con los
ojos de la carne. Sí,
es más verdadero; es conocerle de un modo mucho más real, aunque, por gracia,
ellos habían creído en Él como el Cristo, el Hijo de Dios. Y, además, esta
visión espiritual de Cristo por medio del corazón, mediante la presencia del
Espíritu Santo, está relacionada con la vida. "Porque yo vivo, vosotros
también viviréis." Le vemos, porque tenemos vida, y esta vida está en Él,
y Él está en esta vida. "Esta vida está en su Hijo." (1 Juan 5:11).
Esto es tan seguro como su duración. Esta vida deriva de Él. Porque Él
vive, nosotros viviremos. Nuestra vida es, en todo, la manifestación de Él,
quien es nuestra vida. Como el apóstol lo expresa: "Para que también la
vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal." (2 Corintios 4:11
- Versión Moderna). ¡Es lamentable! la carne resiste; pero ésta es nuestra vida
en Cristo.
Los discípulos en
Cristo en virtud de la presencia
del Espíritu Santo
Pero esto no es
todo. Habitando el Espíritu Santo en nosotros, sabemos que estamos en Cristo
[52]. "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y
vosotros en mí, y yo en vosotros." No es, 'El Padre en mí [lo cual, no
obstante, fue siempre cierto], y yo en Él' - palabras, las primeras de las
cuales, omitida aquí, expresaban la realidad de Su manifestación del Padre aquí
en la tierra. El Señor expresa solamente
aquello que pertenece al hecho de que Él es real y divinamente uno con el Padre
- "Yo estoy en mi Padre." Es de la última parte de la verdad
(implicada, sin duda, en la otra, cuando se comprende bien) de la que el Señor
habla aquí. Podía, realmente, no ser así; pero los hombres podrían imaginar
una cosa tal como una manifestación
de Dios en un hombre, sin ser este hombre un hombre tal - tan verdaderamente
Dios, es decir, en Sí mismo - que sea menester decir también que Él está en el
Padre. La gente sueña con semejantes cosas; ellos hablan de la manifestación de
Dios en la carne. Nosotros hablamos de Dios manifestado en carne. Pero aquí
toda ambigüedad es obviada - Él estaba en el Padre, y es esta parte de la
verdad la que es repetida aquí; añadiendo a ello, en virtud de la presencia del
Espíritu Santo, que mientras los discípulos debían conocer plenamente a la
divina
[52]
Observen, esto es individual, no es la unión de los miembros del cuerpo con
Cristo; ni tampoco la palabra 'unión' es realmente un término exacto para ello.
Nosotros estamos en Él. Esto es más que unión, pero no es la misma cosa. Se
trata de naturaleza y vida, y de la posición en ello, nuestro lugar en esa
naturaleza y en esa vida. Cuando Él estuvo en la tierra, y ellos no tenían el
Espíritu Santo, ellos deberían haber sabido que Él estaba en el Padre y el
Padre en Él. Desde que Él estuvo en el cielo, y ellos tuvieron el Espíritu
Santo, sabrían que ellos estaban en Él y Él en ellos.
Persona de Jesús, debían conocer,
además, que ellos mismos estaban en Él. "Aquel que se une con el Señor, un
mismo espíritu es con él." (1 Corintios 6:17 - Versión Moderna). Jesús no
dijo que deberían haber conocido esto mientras Él estaba con ellos en la
tierra. Ellos deberían haber conocido que el Padre estaba en Él, y Él en el
Padre. Pero en eso, Él estaba solo. Los discípulos, sin embargo, habiendo
recibido al Espíritu Santo, conocerían su propia posición de estar en Él - una
unión de la que el Espíritu Santo es la fuerza y el vínculo. La vida de Cristo
fluye de Él en nosotros. Él está en el Padre, nosotros en Él, y Él también en
nosotros, conforme al poder de la presencia del Espíritu Santo.
Protección y
gobierno constantes;
el amor del hijo,
el amor del Padre, y el de Cristo,
mostrados en el
camino de obediencia
Éste es el asunto
de la fe común, verdadera en todos. Pero hay una protección y un gobierno
constantes, y Jesús se manifiesta a nosotros en relación con nuestro andar, y
de una manera que depende de este andar. Aquel que está atento a la voluntad
del Señor la poseerá, y la observará. Un buen hijo no sólo obedece cuando
conoce la voluntad de su padre, sino que adquiere el conocimiento de esa
voluntad prestándole atención. Éste es el espíritu de obediencia en amor. Si
actuamos así con respecto a Jesús, el Padre, quien tiene presente todo lo que
se refiere a Su Hijo, nos amará. Jesús nos amará también, y se manifestará a
nosotros. Judas (no el Iscariote) no comprendió esto porque no veía más allá de
una manifestación corporal de Cristo, tal como la podía percibir el mundo.
Jesús añade, por tanto, que el discípulo
verdaderamente obediente (y aquí Él habla más espiritualmente y de modo más
general de Su Palabra, no meramente de Sus mandamientos) sería amado por el
Padre, y que el Padre y Él vendrían y harían morada con él. Así que, si hay
obediencia mientras esperamos el momento en que iremos y moraremos con Jesús en
la presencia del Padre, Él y el Padre moran en nosotros. El Padre y el Hijo se
manifiestan en nosotros, en quienes el Espíritu Santo está morando, así como el
Padre y el Espíritu Santo estaban presentes, cuando el Hijo estaba aquí abajo -
sin duda de otra manera, pues Él era el Hijo, y nosotros sólo vivimos por Él -
habitando sólo el Espíritu Santo en nosotros. Pero con respecto a estas
Personas gloriosas, ellas no están desunidas. El Padre hizo las obras en
Cristo, y Jesús echó fuera demonios por el Espíritu Santo; sin embargo, el Hijo
obró. Si el Espíritu Santo está en nosotros, el Padre y el Hijo vienen y hacen
su morada en nosotros. Sólo que se observará aquí que hay gobierno. Nosotros
somos, conforme la vida nueva, santificados para obedecer (1 Pedro 1:2). No se
trata aquí del amor de Dios en gracia soberana hacia un pecador, sino de los
tratos del Padre con Sus hijos. Por lo tanto, es en el camino de la obediencia
donde se hallan las manifestaciones del amor del Padre y del amor de Cristo.
Nosotros amamos, pero no acariciamos, a nuestros hijos díscolos. Si contristamos
al Espíritu, Él no será en nosotros el poder de la manifestación a nuestras
almas del Padre y del Hijo en comunión, sino que más bien actuará en nuestras
conciencias en convicción, aunque dándonos el sentido de la gracia. Dios puede
restaurarnos mediante Su amor, y testificando a nuestras conciencias cuando nos
hemos extraviado; pero la comunión es en obediencia. Por último, Jesús tenía
que ser obedecido; pero fue la Palabra del Padre a Jesús, observen, la que Él
habló aquí abajo. Sus palabras eran las palabras del Padre.
Cristo
verdaderamente y siempre Hombre,
pero Dios
manifestado en carne
El Espíritu Santo
rinde testimonio de aquello que Cristo era, así como de Su gloria. Es la
manifestación de la vida perfecta del hombre, y de Dios en el hombre, del Padre
en el Hijo - la manifestación del Padre por el Hijo que está en el seno del
Padre. Tales fueron las palabras del Hijo aquí abajo; y cuando hablamos de Sus
mandamientos, no hablamos
solamente de la manifestación de Su gloria por el Espíritu Santo, cuando Él
está en lo alto, y sus resultados; sino que hablamos de Sus mandamientos cuando
Él habló aquí abajo, y habló las palabras de Dios; pues Él no tenía el Espíritu
Santo por medida, de modo que Sus palabras hubieran sido mezcladas, y en parte
imperfectas, o cuando menos no divinas. Él fue verdaderamente hombre, y siempre
hombre; pero era Dios manifestado en carne. El antiguo mandamiento del
principio es nuevo, puesto que esta misma vida, que se expresó en Sus
mandamientos, ahora nos mueve y nos anima - cierto en Él y en nosotros
(comparar 1 Juan 2). Los mandamientos son aquellos del hombre Cristo, no
obstante son los mandamientos de Dios y las palabras del Padre, conforme a la
vida que ha sido manifestada en este mundo en la Persona de Cristo. Ellas
expresan en Él, y forman y dirigen en nosotros, esa vida eterna que estaba con
el Padre, y la cual ha sido manifestada a nosotros en el hombre - en Aquel que
los apóstoles podían ver, escuchar y tocar; y cuya vida poseemos nosotros en
Él. Sin embargo, el Espíritu Santo nos ha sido dado para llevarnos a toda
verdad, según este mismo capítulo de la epístola de Juan: "Tenéis la
unción del Santo, y conocéis todas las cosas." (1 Juan 2:20).
La diferencia
entre los mandamientos de Cristo y la ley
Dirigir la vida es
diferente de conocer todas las cosas. Las dos cosas están relacionadas, porque,
al caminar de acuerdo a esa vida, no contristamos al Espíritu, y estamos en
luz. Dirigir la vida, allí donde existe, no es lo mismo que dar una ley impuesta
sobre el hombre en la carne (de manera justa, no hay duda), prometiéndole la
vida si guardaba esos mandamientos. Ésta es la diferencia entre los
mandamientos de Cristo y la ley; no en cuanto a autoridad - la autoridad divina
es siempre igual en sí misma - sino que la ley ofrece vida y es dirigida al
hombre responsable en la carne, ofreciéndole vida como resultado; mientras que
los mandamientos de Cristo expresan y dirigen la vida de uno que vive por el
Espíritu, en relación con el hecho de que él está en Cristo, y Cristo en él. El
Espíritu Santo (quien, además de esto, enseña todas las cosas) les recordó los
mandamientos de Cristo - todas las cosas que Él les había dicho. Se trata de la
misma cosa en detalle, por Su gracia, con los Cristianos individualmente ahora.
Su propia paz como
don del Señor
Finalmente, el
Señor, en medio de este mundo, dejó la paz a Sus discípulos, dándoles Su propia
paz. Es cuando se iba, y en la plena revelación de Dios, que Él podía decirles
esto; de modo que Él la poseía a pesar del mundo. Él había pasado por la muerte
y había bebido la copa, había quitado los pecados en lugar de ellos, había
destruido el poder del
enemigo en la muerte, y había hecho propiciación glorificando plenamente a
Dios. La paz fue hecha, y hecha para ellos ante Dios, así como todo en lo que
fueron introducidos - a la luz tal como Él era, de modo de que esta paz era
perfecta en la luz y perfecta en el mundo, porque los llevaba de un modo tal a
una relación con Dios que el mundo no podía siquiera tocar, ni alcanzar su
fuente de gozo. Además, Jesús había consumado esto de un modo tal para ellos, y
Él lo otorgó sobre ellos de manera tal, que les dio la paz que Él mismo tenía
con el Padre, y en la cual, consecuentemente, Él anduvo en este mundo. El mundo
da una parte de sus bienes sin ceder la totalidad de ellos; pero lo que da, lo
da y ya no lo tiene más. Cristo introduce en el gozo de aquello que es Suyo -
Su propia posición delante del Padre [53]. El mundo no da, ni puede dar, de
esta manera. ¡Qué perfecta debe haber sido esta paz, la cual Él gozaba con el
Padre - esa paz que Él nos da - Su propia paz!
[53]
Esto es bienaventuradamente cierto en todo aspecto, excepto, por supuesto, de
la Deidad esencial y de la unidad con el Padre: en esto, Él permanece divinamente
solo. Pero todo lo que Él tiene como hombre, y como Hijo en humana naturaleza,
Él lo presenta en las palabras, "a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y
a vuestro Dios." (Juan 20:17). Su paz, Su gozo, las palabras que el Padre
le dio, Él nos los ha dado a nosotros; la gloria dada a Él, Él nos la ha dado a
nosotros; con el amor con que el Padre le ha amado, nosotros somos amados. Los
consejos de Dios no eran meramente satisfacer nuestra responsabilidad como
hijos de Adán, sino para situarnos ante el mundo en la misma posición con el
segundo Adán, Su propio Hijo. Y la obra de Cristo ha convertido esto en
justicia.
En la gloria y en
la felicidad del Señor
hallamos las
nuestras
Queda aún un
pensamiento precioso - una prueba de gracia inefable en Jesús. Él cuenta de tal
modo con nuestro afecto, y esto como algo personal para Él, que les dice,
"Si me amaseis, os regocijaríais por cuanto me voy al Padre." (Juan
14:28 - Versión Moderna). Él nos concede que nos interesemos en Su propia
gloria, en Su felicidad, y, en ello, para hallar las nuestras.
El deseo del
corazón del Cristiano
¡Buen y precioso
Salvador, de cierto nos regocijamos de que Tú, que has sufrido tanto por
nosotros, hayas cumplido ahora todas las cosas, y que estés reposando con Tu
Padre, cualquiera que sea Tu amor activo
hacia nosotros! ¡Ojalá te conociéramos y te amáramos mejor! Pero todavía
podemos decir con plenitud de corazón: ¡ven pronto, Señor! Deja una vez más el
trono de Tu reposo y de Tu gloria personal, para venir y tomarnos a Ti mismo,
que todo pueda cumplirse también para nosotros, y que podamos estar contigo en
la luz del semblante de Tu Padre, y en Su casa. Tu gracia es infinita, pero Tu
presencia y el gozo del Padre serán el descanso de nuestros corazones, y
nuestro gozo eterno.
La plenitud de
gracia y perfección
mostrada en la
Persona de Cristo
El Señor concluye
aquí esta parte de Su discurso [54].
[54]
El capítulo 14 nos ofrece la relación personal del Hijo con el Padre, y nuestro
lugar en Él, quien está en esa relación, conocido por el Espíritu Santo, que
nos fue dado. En el capítulo 16 tenemos Su lugar y posición en la tierra, la
Vid verdadera, y después Su estado de gloria exaltado y enviando al Consolador
para revelar aquello.
Él les había
mostrado en su totalidad, todo aquello
que seguía como consecuencia de Su partida y de Su muerte. La gloria de Su
Persona, observen, es siempre aquí el asunto; pues, aun con respecto a Su
muerte, se dice, "Ahora es glorificado el Hijo del Hombre." (Juan
13:31). No obstante, Él les había prevenido acerca de ello, para pudiese
fortalecer y no debilitar la fe de ellos, puesto que Él no hablaría ya mucho
con ellos. El mundo estaba bajo el poder del enemigo, y él estaba viniendo: no
porque tuviera algo en Cristo - él no tenía nada - por consiguiente, él no
tenía ni siquiera el poder de la muerte sobre Él. Su muerte no fue el efecto
del poder de Satanás sobre Él, sino que por ella mostró al mundo que Él amaba
al Padre, y que Él era obediente al Padre, costase lo que costase. Y esto fue
perfección absoluta en el hombre. Si Satanás era el príncipe de este mundo,
Jesús no buscó mantener Su gloria Mesiánica en él. Pero Él mostró al mundo,
allí donde el poder de Satanás estaba, la plenitud de la gracia y de la
perfección en Su propia Persona, a fin de que el mundo pudiese acudir desde sí
mismo (si puedo usar tal expresión) - aquellos, al menos, que tuviesen oídos
para oír.
El Señor,
entonces, cesa de hablar, y sale. Él ya no se encuentra sentado con los Suyos,
como si fueran de este mundo. Él se levanta y abandona el lugar.
Resumen del
discurso del Señor
en los capítulos
14 al 16
Aquello que hemos
dicho de los mandamientos del Señor, dados durante Su permanencia aquí abajo
(un pensamiento al cual los sucesivos capítulos darán un interesante
desarrollo), nos ayuda mucho a comprender todo el discurso del Señor aquí hasta
el final del capítulo 16. El asunto está dividido en dos partes principales:-
La acción del Espíritu Santo cuando el Señor esté lejos, y la relación de los
discípulos con Él durante Su estancia en la tierra. Por un lado, se trata de
aquello que fluía de Su exaltación a la diestra de Dios (lo que le elevó sobre
la cuestión del Judío y el Gentil) y, por otra parte, aquello que dependía de
Su presencia en la tierra, centrando necesariamente todas las promesas en Su
propia Persona y las relaciones de los Suyos consigo mismo, vistas en relación
con la tierra y estando ellos mismos en ella, incluso cuando Él estuviese
ausente. Había, en consecuencia, dos clases de testimonio: el del Espíritu
Santo, estrictamente hablando (es decir, aquello que Él reveló referente a
Jesús ascendido a lo alto), y el de los discípulos, como testigos oculares de
todo lo que habían visto de Jesús en la tierra (cap. 15: 26, 27). No es que
para este propósito estuviesen ellos desprovistos de la ayuda del Espíritu
Santo; pero este último testimonio (el de los discípulos) no fue el testimonio
nuevo de la gloria celestial por el Espíritu Santo enviado desde el cielo. Él
les recordó aquello que Jesús había sido, y lo que Él había hablado, mientras
estuvo en la tierra. Por lo tanto, en el pasaje que hemos estado leyendo, Su
obra se describe de la siguiente manera (cap. 14:26): "Él os enseñará
todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho"
(comparar con el versículo 25). Las dos obras del Espíritu Santo son
presentadas aquí. Jesús les había hablado muchas cosas. El Espíritu Santo les
enseñaría todas las cosas; además, Él les recordaría todo lo que Jesús había
dicho. En el capítulo 16, versículos 12 y 13, Jesús les dice que Él tenía
muchas cosas que decir, pero que ellos no podían sobrellevarlas a la sazón.
Después, el Espíritu de verdad los conduciría a toda la verdad. Él no hablaría
por Su propia cuenta, sino que hablaría todo lo que oiría. El Espíritu Sano no
era como un espíritu individual, que hablase por su propia cuenta. Siendo uno
con el Padre y el Hijo, y descendido para revelar la gloria y los consejos de
Dios, todas Sus comunicaciones estarían relacionadas con ellos, revelando la
gloria de Cristo ascendido a lo alto - de Cristo, a quien pertenecía todo lo
que el Padre tenía. Aquí no se trata de recordar todo lo que Jesús había dicho
en la tierra: todo está celestialmente relacionado con lo que está en lo alto,
y con la plena gloria de Jesús, o bien se relaciona de otro modo con los
propósitos futuros de Dios. Volveremos a este asunto más tarde. He dicho estas
pocas palabras para marcar las distinciones que he señalado.
Capítulo 15
La vid verdadera;
Cristo en la tierra en contraste con Israel
El comienzo de
este capítulo, y de aquello que se refiere a la vid, pertenece a la porción
terrenal - a aquello que Jesús era en la tierra - a Su relación con Sus
discípulos en la tierra, y no va más allá de esa posición.
"Yo soy la
vid verdadera." Jehová había plantado una vid hecha venir de Egipto (Salmo
80:8). Esto es Israel según la carne; pero no era la verdadera Vid. La
verdadera Vid era Su Hijo, a quien hizo venir de Egipto—Jesús [55]. Él se
presenta así a Sus discípulos. Aquí no se trata de aquello que Él será después
de Su partida; Él era esto en la tierra, y claramente en la tierra. Nosotros no
hablamos de plantar viñas en el cielo, ni de podar ramas allí.
[55]
Para esta sustitución de Cristo por Israel, comparen Isaías 49. Él dio un nuevo
comienzo a Israel en bendición, así como hizo con el hombre.
Los pámpanos
llevando fruto:
la responsabilidad
individual de los discípulos
Los discípulos
habrían considerado al Señor como la rama más excelente de la Vid; pero así, Él
habría sido sólo un miembro de Israel, mientras que Él mismo era el vaso, la
fuente de bendición, conforme a las promesas de Dios. La vid verdadera, por lo
tanto, no es Israel; bien al contrario, es Cristo en contraste con Israel, pero
Cristo plantado en la tierra, tomando el lugar de Israel, como la Vid verdadera.
El Padre cultiva esta planta, evidentemente en la tierra. No hay necesidad de
ningún labrador en el cielo. Aquellos que están unidos a Cristo, como el
remanente de Israel, los discípulos, son los que necesitan este cultivo. Es en
la tierra donde se espera que se lleve fruto. Por consiguiente, el Señor les
dice: "Ya vosotros estáis limpios, por la palabra que os he
hablado"; "Vosotros (sois) los pámpanos." Judas, quizás puede
decirse, fue quitado, así como los discípulos que no anduvieron más con Él. Los
demás serían probados y limpiados, para que llevaran más fruto.
Yo no dudo que
esta relación, en principio y en una analogía general, todavía subsista.
Aquellos que hacen una profesión, que se unen a Cristo para seguirle, serán, si
hay vida, limpiados; si no, aquello que ellos tienen les será quitado.
Observen, por lo tanto, que el Señor habla aquí sólo de Su Palabra - la del
verdadero profeta - y de juicio, ya sea en disciplina o para ser cortado.
Consecuentemente, Él no habla del poder de Dios, sino de la responsabilidad del
hombre - una responsabilidad que el hombre no será ciertamente capaz de
afrontar sin la gracia, pero que, no obstante, tiene aquí ese carácter de
responsabilidad personal.
Podados por el
Padre; el fruto como la prueba de
un vínculo vital y
eterno
Jesús era la
fuente de toda su fortaleza. Ellos tenían que permanecer en Él. Así - pues éste
es el orden - Él permanecería en ellos. Hemos visto esto en el capítulo 14. Él
no habla aquí del ejercicio soberano del amor en salvación, sino del gobierno
de hijos por parte de su Padre; de modo que la bendición depende del andar
(Juan 14: 21, 23). Aquí el labrador busca fruto; pero la enseñanza dada
presenta una completa dependencia de la Vid como el medio de producirlo. Y Él
muestra a los discípulos que, cuando anduvieran en la tierra, serían podados
por el Padre, y un hombre (pues en el versículo 6 Él cambia cuidadosamente de
expresión, porque Él conocía a los discípulos y los había declarado ya
limpios) - un hombre, alguno que no llevara fruto, sería cortado. Porque el
asunto aquí no es el de esa relación con Cristo en el cielo por el Espíritu
Santo, la cual no puede ser quebrantada, sino el de aquel vínculo que incluso
entonces fue formado aquí abajo, el cual podría ser vital y eterno. El fruto
sería la prueba.
En la anterior
vid, esto no era necesario, ellos eran Judíos de nacimiento, estaban
circuncidados, guardaban las ordenanzas, y permanecían en la vid como buenos
pámpanos, sin llevar ningún fruto en absoluto. Sólo eran cortados de Israel por
una violación voluntaria de la ley. No se trata aquí de una relación con Jehová
fundamentada en la circunstancia de nacer de una cierta familia. Aquello que se
busca, es glorificar al Padre llevando fruto. Esto es lo que mostrará que son
discípulos de Aquel que ha llevado tanto
fruto.
Lo que precede al
fruto; la fuente de fortaleza y fruto;
permaneciendo en
Cristo
Cristo, entonces,
era la Vid verdadera; el Padre, el Labrador; los once eran los pámpanos. Tenían
que permanecer en Él, lo cual es
efectuado sin pensar en producir ningún fruto si no es en Él, mirando primero a
Él. Cristo precede al fruto. Se trata de dependencia, la cercanía práctica
habitual de corazón a Él, y confianza en Él, estando unidos a Él por medio de
la dependencia de Él. De esta manera Cristo sería en ellos una fuente constante
de fortaleza y de fruto. Él estaría en ellos. Fuera de Él, nada podían hacer.
Si, permaneciendo en Él, ellos tenían la fuerza de Su presencia, llevarían
mucho fruto. Además, ("Si alguno no
permaneciere en mí, será echado fuera como un sarmiento, y se secará; y a los
tales los recogerán, y los echarán en el fuego, y serán quemados." Juan
15:6 - Versión Moderna), "si alguno" (Él no dice 'ellos', pues ya los
conocía como pámpanos verdaderos y limpios) no permanecía en Él, éste sería
echado para ser quemado. Nuevamente, si permanecían en Él (es decir, si existía
la dependencia constante que se origina en esta fuente), y si las palabras de
Cristo permanecían en ellos, dirigiendo sus corazones y pensamientos, ellos
gobernarían los recursos del poder divino; ellos pedirían lo que quisieran, y
les sería hecho. Pero, además, el Padre había amado divinamente al Hijo
mientras Él habitó en la tierra. Jesús hizo lo mismo con respecto a ellos.
Tenían que permanecer en Su amor. En los versículos anteriores, era en Él;
aquí, es en Su amor [56]. Al guardar los mandamientos de Su Padre, Él
permaneció en Su amor; al guardar los mandamientos de Jesús, ellos
permanecerían en el Suyo. La dependencia (la cual implica confianza, y
referencia a Aquel de quien nosotros dependemos para la fuerza, incapaces de
hacer nada sin Él, y, de este modo, apegados junto a Él) y la obediencia, son
los dos grandes principios de la vida práctica aquí abajo. Así caminó Jesús
como hombre; Él conocía por experiencia la verdadera senda para Sus discípulos.
Los mandamientos de Su Padre eran la expresión de lo que el Padre era;
guardándolos en el espíritu de obediencia, Jesús anduvo siempre en la comunión
de Su amor; mantuvo la comunión consigo mismo. Los mandamientos de Jesús cuando
estuvo en la tierra, eran la expresión de lo que Él era, divinamente
perfecto en el camino del hombre. Al caminar en ellos, Sus discípulos estarían
en la comunión de Su amor. El Señor habló estas cosas a Sus discípulos,
a fin de que Su gozo [57] estuviese en ellos, y que el gozo de ellos fuese
cumplido.
[56]
Están las tres exhortaciones: "Permaneced en mí"; "Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que
queráis" (Juan 15:7 - RVR77); "Permaneced en mi amor."
[57]
Algunos han pensado que esto significa el gozo de Cristo en el fiel andar de un
discípulo: yo no lo creo así. Se trata del gozo que Él tenía aquí abajo, tal
como Él nos dejó Su propia paz, y nos dará Su propia gloria.
El camino de un
discípulo es lo que se trata aquí;
no la salvación de
un pecador
Vemos que el
asunto que se trata aquí no es la salvación de un pecador, sino el camino de un
discípulo, a fin de que pueda gozar plenamente del amor de Cristo, y que su
corazón pueda estar sereno en el lugar
donde se halla el gozo.
Obediencia: el
medio de permanecer en el amor del Señor
Tampoco se ha
entrado aquí en la cuestión de si un verdadero creyente puede separarse de
Dios, porque el Señor hace que la obediencia sea el medio de permanecer en Su
amor. Ciertamente Él no podía perder el favor de Su Padre, o cesar de
ser el objeto de Su amor. Eso era imposible; y, con todo, Él dice, "He
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor." Pero esta
era la senda divina en la que Él gozó de este amor. De lo que se habla aquí es
del andar y de la fortaleza de un discípulo, y no del medio de salvación.
Amor de unos a
otros: su medida
En el versículo 12
empieza otra parte del asunto. Él quiere (éste es Su mandamiento) que se
amen unos a otros, como Él los había amado. Antes, Él había hablado del amor
del Padre por Él, el cual manaba del cielo hacia Su corazón aquí abajo [58].
[58]
Él no dice 'me ama', sino "me ha amado"; es decir, Él no habla
meramente del amor eterno del Padre por el Hijo, sino del amor del Padre
mostrado hacia Él en Su humanidad aquí en la tierra.
Él los había amado
de la misma manera; pero también había sido un compañero, un siervo, en este
amor. Así tenían que amarse los discípulos unos a otros con un amor que se
elevaba por encima de toda la debilidad de los demás, y el cual era al mismo
tiempo fraternal, y que causaba que cualquiera que lo sentía se hiciera siervo
de su hermano. Iba tan lejos como para dar la propia vida por la de un amigo.
Ahora bien, para Jesús, aquel que le obedecía, era Su amigo. Observen, Él no
dice que sería amigo de ellos. Él fue nuestro amigo cuando dio Su vida por los
pecadores: somos Sus amigos cuando disfrutamos de Su confianza, tal como Él lo
expresa aquí: "todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a
conocer." Los hombres hablan de sus asuntos, según la necesidad de hacerlo
que pueda surgir, con aquellos que están interesados en estos asuntos. Yo
comunico todos mis pensamientos a uno que es mi amigo. "¿Encubriré yo a
Abraham lo que voy a hacer?" (Génesis 18:17) y Abraham fue llamado el
"amigo de Dios." (Santiago 2:23). Ahora, no fueron cosas concernientes a Abraham
mismo lo que
Dios le contó entonces (Él lo había hecho como Dios), sino de cosas
concernientes al mundo - a Sodoma. Dios hace lo mismo con respecto a la
asamblea, en forma práctica con respecto al discípulo obediente: tal discípulo
sería el depositario de Sus
pensamientos. Además, Él los había escogido para esto. No fueron ellos
quienes le habían escogido a Él por el
ejercicio de su propia voluntad. Él los había escogido y les había ordenado ir
y dar fruto, un fruto que permaneciese; de modo que, siendo escogidos así por
Cristo para la obra, recibieran del Padre, el cual no podía fallarles en este
caso, todo lo que pidieran. Aquí el Señor llega a la fuente y certeza de la
gracia, a fin de que la responsabilidad práctica, bajo la cual los coloca, no
oscureciera la gracia divina que actuaba para con ellos y que los situaba allí.
Aborrecidos por el
mundo: en la misma posición de su Maestro
Ellos tenían que
amarse unos a otros [59]. Que el mundo los odiara no era sino la consecuencia
natural de su odio hacia Cristo; esto sellaba su asociación con Él. El mundo
ama aquello que es del mundo: esto es bastante natural. Los discípulos no eran
de él; y, además, el Jesús que el mundo había rechazado los había escogido y
los había separado del mundo: por tanto, el mundo los odiaría por causa de ser
elegidos así en gracia. Estaba, asimismo, la razón moral, a saber, que ellos no
eran de él; pero esto demostraba la relación de ellos con Cristo, y Sus
derechos soberanos, por los cuales Él los había tomado para Sí de un mundo
rebelde. Tendrían la misma porción que su Maestro: sería por causa de Su
nombre, porque el mundo - y Él habla especialmente de los Judíos, entre quienes
había trabajado - no conocía al Padre que le había enviado a Él en amor. El
hecho de jactarse en Jehová, como su Dios, les venía muy bien. Ellos
habrían recibido al Mesías sobre esa base. Conocer al Padre, revelado en Su
verdadero carácter por el Hijo, era algo muy diferente. Sin embargo, el Hijo le
había revelado, y, tanto por Sus palabras como por Sus obras, había manifestado
al Padre y Sus perfecciones.
[59]
Escogiéndolos y poniéndolos aparte para gozar juntos de esta relación con Él
fuera del mundo, Él los había puesto en una posición de la cual el amor mutuo
era la consecuencia natural; y, de hecho, el sentido de esta posición y el amor
van juntos.
Criaturas caídas
en presencia de misericordia y gracia
demostrando que
preferían el pecado antes que a Dios;
el Padre y el Hijo
vistos y odiados
Si Cristo no
hubiera venido y les hubiera hablado, Dios no habría tenido que reprocharles
ningún pecado. Ellos todavía podían continuar interminablemente, incluso si lo
hacían en un estado no purgado, sin ninguna prueba (aunque había suficiente
pecado y trasgresión como hombres y como un pueblo bajo la ley) de que ellos no
aceptarían a Dios - de que no regresarían cuando se les llamase por
misericordia. El fruto de una naturaleza caída estaba allí, sin duda, pero no
así la prueba de que esta naturaleza prefería el pecado antes que a Dios,
cuando Dios estaba allí en misericordia no imputándoles esto. La gracia estaba
tratando con ellos, no imputándoles pecado. La misericordia los había estado
tratando como caídos, no como criaturas voluntariosas. Dios no tomaba el
terreno de la ley, el cual imputa, o el del
juicio, sino el de la gracia en la revelación del Padre por medio del
Hijo. Las palabras y las obras del Hijo revelando al Padre en gracia,
rechazado, los dejó sin esperanza (comparar con cap. 16:9). De otro modo la
verdadera condición de ellos no hubiera sido sometida enteramente a prueba,
Dios habría tenido aún medios para utilizarlos; Él amaba demasiado a Israel
para condenarlos mientras hubiera uno que no fuese probado.
Si el Señor no
hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hombre había hecho, ellos
podrían haber permanecido como estaban, podrían haber rechazado creer en Él, y
no habrían sido culpables ante Dios. Ellos habrían sido aún el objeto de la
paciencia de Jehová; pero, de hecho, habían visto y habían aborrecido tanto al
Hijo como al Padre. El Padre había sido manifestado plenamente en el Hijo - en
Jesús; y si cuando Dios fue manifestado plenamente, y en gracia, ellos le
rechazaron, ¿qué podía hacerse si no dejarlos en el pecado, lejos de Dios? Si
Él hubiese sido manifestado sólo en parte, ellos habrían tenido una excusa;
podrían haber dicho: '¡Ah! si nos hubiera mostrado gracia, si le hubiéramos
conocido como Él es, no le habríamos rechazado.' Ellos no podían decir esto
ahora. Habían visto al Padre y al Hijo en Jesús. ¡Lamentable! ellos habían
visto y habían aborrecido. [60]
Pero esto fue sólo
la consumación de aquello que fue predicho acerca de ellos en su ley. En cuanto
al testimonio que el pueblo dio de Dios, y de un Mesías recibido por ellos,
todo había terminado. Le habían aborrecido sin una causa.
[60]
Observen, hay aquí otra vez una referencia a Su Palabra y Sus obras.
El Espíritu Santo
prometido: nuevo testimonio
del Hijo de Dios a
ser rendido
El Señor se
refiere ahora al asunto del Espíritu Santo que vendría a mantener Su gloria, la
cual el pueblo había derribado a tierra. Los Judíos no habían conocido al Padre
manifestado en el Hijo; el Espíritu Santo vendría ahora del Padre para dar
testimonio del Hijo. El Hijo le enviaría del Padre. En el capítulo 14, el Padre
le envía en el nombre de Jesús para la relación personal de los discípulos con
Jesús. Aquí Jesús, ascendido a lo alto, le envía a Él, el testigo de Su gloria
exaltada, desde Su lugar celestial. Éste era el nuevo testimonio, y tenía que
rendirse de Jesús, el Hijo de Dios, ascendido al cielo. Los discípulos también
darían testimonio de Él, porque habían estado con Él desde el principio. Tenían
que testificar con la ayuda del Espíritu Santo, como testigos oculares de Su
vida en la tierra, de la manifestación del Padre en Él. El Espíritu Santo,
enviado por Él, era el testigo de Su gloria con el Padre, desde donde Él había
venido.
La posición de los
discípulos después de la partida de Cristo
Así en Cristo, la
vid verdadera, tenemos a los discípulos, a los pámpanos, ya limpios, estando
Cristo presente todavía en la tierra. Después de Su partida, ellos tenían que
mantener esta relación
práctica. Debían estar en
relaciones con Él, así como Él, aquí abajo, lo había estado con el Padre. Y
ellos tenían que ser unos con otros como Él había sido con ellos. Su posición
era fuera del mundo. Ahora, los Judíos aborrecieron tanto al Hijo como
al Padre; el Espíritu Santo daría testimonio del Hijo con el Padre, y en el
Padre; y los discípulos testificarían también de aquello que Él había sido en
la tierra. El Espíritu Santo, y, en cierto sentido, los discípulos, toman el
lugar de Jesús, así como el de la antigua vid, en la tierra.
La presencia y el
testimonio del Espíritu Santo en la tierra
La presencia y el
testimonio del Espíritu Santo en la tierra son ahora descritos.
Es bueno notar la
conexión de los asuntos en los pasajes que estamos considerando. En el capítulo
14 tenemos a la Persona del Hijo revelando al Padre, y al Espíritu Santo dando
el conocimiento del Hijo estando en el Padre, y de los discípulos estando en
Jesús en lo alto. Ésta era la condición personal de ambos, de Cristo y de los
discípulos, quedando todo unido; sólo que primero el Padre, estando el Hijo
aquí abajo, y luego el Espíritu Santo enviado por el Padre. En los capítulos
15, 16, se observan las distintas dispensaciones - Cristo, la Vid verdadera en
la tierra, y luego el Consolador venido a la tierra, enviado por el Cristo exaltado.
En el
capítulo 14 Cristo ruega al Padre, el cual envía el Espíritu en el nombre de
Cristo. En el capítulo 15 Cristo exaltado envía el Espíritu desde el Padre
("el cual procede del Padre"), un testigo de Su exaltación, como los
discípulos, guiados por el Espíritu, lo fueron de Su vida de humillación, pero
como Hijo en la tierra.
El Espíritu
enviado por el Padre en el nombre de Cristo
como un Consolador
permanente después de la
partida del Señor
Sin embargo, hay
un progreso así como una conexión. En el capítulo 14, el Señor, aunque dejando
la tierra, habla en relación con aquello que Él era sobre la tierra. Es (no
Cristo mismo) el Padre quien envía al Espíritu Santo a petición Suya. Él va de
la tierra al cielo, por ellos, como Mediador. Él rogaría al Padre, y el Padre
les daría otro Consolador, quien continuaría con ellos, no dejándoles como Él
lo estaba haciendo. Al depender de Él la relación de ellos con el Padre, sería
creyendo en Él que les sería enviado el Espíritu - no al mundo - no a los
Judíos, como tales. Esto sería hecho en Su nombre. Además, el Espíritu
Santo mismo les enseñaría y les traería a la memoria los mandamientos de Jesús
- todo lo que Él les había dicho. El capítulo 14 da toda la posición que
resultó de la manifestación [61] del Hijo, y aquella del Padre en Él, y desde
Su partida (es decir, su resultado con respecto a los discípulos).
[61]
Observen aquí el progreso práctico, con respecto a la vida, de este asunto que
tiene el más profundo interés, en 1 Juan 1 y 2. La vida eterna que estaba con
el Padre había sido manifestada (pues en Él, en el Hijo, estaba la vida, Él era
también la Palabra de vida, y Dios era luz. Comparen con Juan 1). Ellos tenían
que guardar Sus mandamientos (cap. 2: 3-5). Era un antiguo mandamiento que
ellos habían tenido desde el principio - es decir, de Jesús en la tierra, de
Aquel que tocaron con sus manos. Pero ahora este mandamiento era verdadero en
Él y en ellos: es decir, esta vida de amor (de la cual estos mandamientos eran
la expresión), así como aquella de justicia reproducida en ellos, en virtud de
su unión con Él, por medio del Espíritu Santo, según Juan 14:20. Ellos también
permanecían en Jesús (1 Juan 2:6). En Juan 1 hallamos al Hijo que está en el
seno del Padre, quien le da a conocer. Él le revela así como Él le ha conocido
- como aquello que el Padre era en Sí mismo. Y Él ha traído este amor (del cual
Él era el objeto) al seno mismo de la humanidad, y lo colocó en el corazón de
Sus discípulos (ver cap. 17:26); y esto se conoce ahora en perfección por medio
de Dios habitando en nosotros, y siendo Su amor perfecto en nosotros, mientras
permanecemos en el amor fraternal (1 Juan 4:12; comparar con Juan 1:18). La
manifestación de haber sido amados así consistirá en nuestra aparición en la
misma gloria que Cristo (cap. 17: 22, 23). Cristo manifiesta este amor viniendo
del Padre. Sus mandamientos nos lo enseñan; la vida que tenemos en él lo
reproduce. Sus preceptos dan forma a esta vida, y la guían a través de los modos
de la carne y de las tentaciones en medio de las cuales Él, sin pecado, vivió
por mediante esta vida. El Espíritu Santo es su fuerza, siendo el vínculo poderoso
y vivo con Él, y
Aquel por quien estamos conscientemente en Él, y Él en nosotros. (Unión, como
la del cuerpo a la Cabeza, es otra cosa, la cual nunca es el asunto de la
enseñanza de Juan). De su plenitud recibimos gracia sobre gracia. Por lo tanto,
se trata de que deberíamos andar como Él anduvo (no ser lo que Él fue); pues no
deberíamos caminar en la carne, aunque está en nosotros y no estaba en Él.
El Espíritu va ser
enviado también por Cristo
desde el cielo, un
testimonio de Su exaltación
Ahora, en el
capítulo 15 Él había agotado el asunto de los mandamientos en conexión con la
vida manifestada en Él aquí abajo; y al cierre de este capítulo Él se considera
como ascendido, y añade: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os
enviaré del Padre." Él viene, ciertamente, del Padre; pues nuestra
relación es, y debería ser, inmediata con Él. Es allí donde Cristo nos ha
situado. Pero en este versículo no es el Padre quien envía el Espíritu a
petición de Jesús, y en nombre de Él. Cristo ha tomado Su lugar en la gloria
como Hijo del Hombre, y esto conforme a los frutos gloriosos de Su obra, y Él
envía el Espíritu Santo. Consecuentemente, Él da testimonio de aquello que
Cristo es en el cielo. Sin duda que Él nos hace percibir aquello que Jesús fue
aquí abajo, donde en gracia infinita Él manifestó al Padre, y lo percibimos
mucho mejor de lo que lo percibieron ellos, quienes estuvieron con Él durante
Su estancia en la tierra. Pero esto es en el capítulo 14. No obstante, el
Espíritu Santo es enviado por Cristo desde el cielo, y Él nos revela al Hijo, a
quien conocemos ahora como habiendo manifestado (aunque como hombre y en medio
de hombres pecadores) perfecta y divinamente al Padre. Conocemos, repito, al
Hijo, con el Padre, y en el Padre. Es desde allí que Él nos ha enviado el
Espíritu Santo.
Capítulo 16
El Espíritu Santo
contemplado como estando ya aquí;
sufrimientos y
gozo predichos
En este capítulo,
se da un paso más allá en la revelación de esta gracia. El Espíritu Santo es
contemplado como estando ya aquí abajo.
En este capítulo el Señor da a
conocer que Él ha presentado toda Su enseñanza con respecto a Su partida; los
sufrimientos de ellos en el mundo por mantener Su lugar; el gozo de ellos,
estando en la misma relación con Él como aquella en la que Él había estado con
Su Padre mientras estuvo en la tierra; su conocimiento del hecho de que Él estaba
en el Padre, y ellos en Él, y Él en ellos; el don del Espíritu Santo, a fin de
prepararlos para todo lo que sucedería cuando Él no estuviese, para que no
tuvieran tropiezo. Pues ellos serían expulsados de las sinagogas, y aquel que
los matase pensaría que estaba sirviendo a Dios. Éste sería el caso de aquellos
que, descansando es sus viejas doctrinas como una forma, y rechazando la luz,
utilizarían solamente la forma de la verdad con la cual darían crédito a la
carne como estando conformada para resistir la luz la cual, según el Espíritu,
juzgaría la carne. Ellos harían esto porque no conocían ni al Padre ni a Jesús,
el Hijo del Padre. Es la verdad nueva la que prueba al alma y la fe. La antigua
verdad, recibida generalmente y por la que se distingue un cuerpo de gente de
aquellos que los rodean, puede ser un motivo de orgullo para la carne, incluso
donde se trata de la verdad, como fue el caso con los Judíos. Pero la verdad
nueva es un asunto de fe en su origen: no
existe el apoyo de un cuerpo acreditado por esta verdad, sino la cruz de
hostilidad y aislamiento. Ellos pensaban que servían a Dios. No conocieron al
Padre y al Hijo.
Dolor natural ante
la partida del Señor; la ganancia de la fe
La naturaleza se
ocupa de aquello que es pérdida. La fe mira al futuro al que nos lleva Dios.
¡Precioso pensamiento! La naturaleza actuaba en los discípulos: ellos amaban a
Jesús; se lamentaban ante Su partida. Podemos entender esto. Pero la fe no se
habría detenido aquí. Si hubieran aprehendido la gloria esencial de la Persona
de Jesús, si el afecto de ellos, animado por la fe, hubiera pensado en Él y no
en ellos mismos, habrían preguntado: "¿A dónde vas?". Sin embargo,
Aquel que pensaba en ellos les asegura que incluso perderle a Él sería ganancia
para ellos. ¡Fruto glorioso de los modos de Dios! Su ganancia sería en esto,
que el Consolador estaría aquí en la tierra con ellos y en ellos. Aquí,
observen, Jesús no habla del Padre. Se trataba del Consolador aquí abajo en Su
lugar, para mantener el testimonio de Su amor por los discípulos, y Su relación
con ellos. Cristo se iba: pues si Él no se iba, el Consolador no vendría; pero
si partía, Él lo enviaría. Cuando Él hubiera venido, actuaría demostrando la
verdad con respecto al mundo que rechazó a Cristo y que persiguió a Sus
discípulos; y actuaría para bendición de estos últimos.
El testimonio del
Consolador al mundo:
su pecado al
rechazar a Cristo
Con respecto al
mundo, el Consolador tenía un solo asunto de testimonio, a fin de demostrar el
pecado del mundo. El mundo no había creído en Jesús - en el Hijo. Sin duda
había pecado de toda clase, y, a decir
verdad, no había nada más que pecado - pecado que merecía juicio; y en la obra
de la conversión, Él hace que el alma se dé cuenta de estos pecados. Pero el
rechazo de Cristo colocó al mundo entero bajo un juicio común. Sin duda cada
uno responderá por sus pecados; y el Espíritu Santo me hace sentirlos. Pero,
como sistema responsable para con Dios, el mundo había rechazado a Su Hijo.
Este era el terreno sobre el cual Dios trataba con el mundo ahora; esto es lo
que hacía manifiesto el corazón del hombre. Era la demostración de que,
habiendo sido Dios plenamente manifestado en amor tal como Él era, el hombre no
le recibiría. Él vino, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados; pero
ellos le rechazaron. La presencia de Jesús no era la del Hijo de Dios
manifestado en Su gloria, ante la cual el hombre retrocedería temeroso, aunque
no pudiese escapar; se trataba de lo que Él era moralmente, en Su naturaleza,
en Su carácter. El hombre le odiaba: todo testimonio para traer al hombre a
Dios fue inútil. Cuanto más claro era el testimonio, más el hombre se alejaba
de él y se le oponía. La demostración del pecado del mundo era que éste había
rechazado a Cristo. Terrible testimonio, ¡que Dios en bondad excitara el
aborrecimiento porque Él era perfecto, y perfectamente bueno! Tal es el hombre.
El testimonio del Espíritu Santo al mundo, como antiguamente el de Dios a Caín,
sería, ¿Dónde está mi Hijo? No era que el hombre fuera culpable; lo era cuando
Cristo vino, sino que estaba perdido, el árbol era malo [62].
[62]
El hombre es juzgado por lo que ha hecho; está perdido por lo que él es.
El convencimiento
de justicia:
Cristo a la
diestra de Dios
Pero este era el
camino de Dios hacia algo totalmente diferente - el convencimiento de justicia,
en que Cristo fue a Su Padre, y que el mundo no le vio más. Fue el resultado
del rechazo de Cristo. Justicia humana no había ninguna. El pecado del hombre
fue probado por el rechazo de Cristo. La cruz fue realmente el juicio ejecutado
sobre el pecado. Y en ese sentido, fue justicia; pero en este mundo fue el
único Justo condenado por el hombre y abandonado por Dios; no fue la
manifestación de justicia. Fue una
separación final judicial entre el hombre y Dios (ver capítulos 11 y 12:31). Si
Cristo hubiera sido librado allí, y hubiese llegado a ser Rey de Israel, esto
no habría sido una consecuencia adecuada al hecho de que Él hubiera glorificado
a Dios. Al haber glorificado a Dios Su Padre, Él se iba a sentar a Su diestra,
a la diestra de la Majestad en las
alturas, para ser glorificado en Dios mismo, para sentarse en el trono del
Padre. Establecerle allí fue justicia divina (ver capítulos 13: 31-32;
17: 1, 4-5). Esta misma justicia privó al mundo, dicho de esta forma, de Jesús
para siempre. El hombre no le vio más. La justicia a favor de los hombres
estaba en Cristo a la diestra de Dios - en juicio en cuanto al mundo, en ello
el mundo le había perdido sin
esperanza y para siempre.
Satanás, el
príncipe de este mundo, juzgado
Además, se había
demostrado que Satanás era el príncipe de este mundo conduciendo a todos los
hombres contra el Señor Jesús. Para cumplir los propósitos de Dios en gracia,
Jesús no resiste. Él se entrega a la muerte. Aquel que tenía el imperio de la
muerte se dedicó enteramente. En su deseo de arruinar al hombre, tuvo que
arriesgar todo en esta empresa contra el Príncipe de la Vida. Fue capaz de
asociar al mundo entero con él en esto, Judío y Gentil, sacerdotes y pueblo, gobernantes,
soldados y súbditos. El mundo estaba allí, encabezado por su príncipe, en ese
día solemne. El enemigo había puesto todo en juego, y el mundo estaba con él.
Pero Cristo resucitó, ascendió a Su Padre, y ha enviado el Espíritu Santo. Se
demuestra que todos los motivos que gobiernan al mundo, y el poder por el cual
Satanás mantuvo cautivos a los hombres, son de él; él es juzgado. El poder del
Espíritu Santo es el testimonio de esto, y supera todos los poderes del
enemigo. El mundo aún no es juzgado, es decir, el juicio aún no se ha ejecutado
- lo será de
otra manera; pero es moralmente, su príncipe es juzgado. Todos sus motivos,
religiosos y profanos, lo han llevado a rechazar a Cristo, colocándolo bajo el
poder de Satanás. Es en ese carácter que él ha sido juzgado, pues condujo al
mundo contra Aquel que manifestó ser el Hijo de Dios por la presencia del
Espíritu Santo, después de que Él quebrantara el poder de Satanás en la muerte.
La presencia del
Espíritu Santo aquí es la prueba
del rechazo del
mundo al Hijo de Dios
Todo esto tuvo
lugar por medio de la presencia del Espíritu Santo en la tierra, enviado por
Cristo. Su sola presencia era la demostración de estas tres cosas. Pues, si el
Espíritu Santo estaba allí, era porque el mundo había rechazado al Hijo de
Dios. La justicia fue evidenciada al estar Jesús a la diestra de Dios, de lo
cual la presencia del Espíritu Santo era la prueba, así como en el hecho de que
el mundo le había perdido. Ahora, el mundo que le había rechazado no fue exteriormente
juzgado, pero, habiéndolo conducido Satanás a rechazar al Hijo, la presencia
del Espíritu Santo probó que Jesús había destruido el poder de la muerte; que
aquel que había poseído ese poder fue juzgado de esta manera; que él demostró
ser el enemigo de Aquel a quien el Padre reconoció; que su poder ya no existía,
y que la victoria pertenecía al Postrer Adán, cuando todo el poder de Satanás
combatió contra la debilidad humana de Aquel que en amor cedió ante este poder.
Pero Satanás, así juzgado, era el príncipe de este mundo.
La obra del
Espíritu Santo en y para los discípulos
La presencia del
Espíritu Santo sería la demostración, no de los derechos de Cristo como Mesías,
ciertos como eran, sino de aquellas verdades que se referían al hombre - al
mundo, en el cual Israel se hallaba ahora perdido, habiendo rechazado las
promesas, aunque Dios guardaría a la nación para Sí mismo. Pero el Espíritu
Santo estaba haciendo algo más que demostrar la condición del mundo. Él
llevaría a cabo una obra en los discípulos; los guiaría a toda la verdad, y les
mostraría las cosas que habrían de venir; pues Jesús tenía muchas cosas que
decirles que todavía no eran capaces de sobrellevar. Cuando el Espíritu Santo
estuviera en ellos, Él sería su fortaleza así como su maestro; y sería un
estado de cosas completamente diferente para los discípulos. Aquí Él es
considerado como estando presente en la tierra en lugar de Jesús, y morando en
los discípulos, no como un espíritu individual hablando desde Él, sino como
dijo Jesús: "Según oigo, así juzgo", con un juicio perfectamente
divino y celestial: de este modo el Espíritu Santo, actuando en los discípulos,
hablaría aquello que venía de arriba, y del futuro, conforme al conocimiento
divino. Sería del cielo y del futuro aquello de lo que Él hablaría,
comunicando lo que era celestial desde
arriba, y revelando acontecimientos que vendrían en la tierra, siendo testigos
lo uno y lo otro de que era un conocimiento que pertenecía a Dios. ¡Qué bendito
poseer aquello que Él tiene para dar!
El Espíritu Santo
tomando en lugar de Cristo aquí
Pero además, Él
toma aquí el lugar de Cristo. Jesús había glorificado al Padre en la tierra. El
Espíritu Santo glorificaría a Jesús, con referencia a la gloria que pertenecía
a Su Persona y a Su posición. Aquí Él no habla directamente de la gloria del
Padre. Los discípulos habían visto la gloria de la vida de Cristo en la tierra;
el Espíritu Santo les develaría Su gloria en aquello que le pertenecía como
glorificado con el Padre - aquello que era Suyo.
Ellos aprenderían
"en parte." Ésta es la medida del hombre cuando se trata de las cosas
de Dios, pero su alcance es declarado por el Señor mismo: "Él me
glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene
el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará
saber."
El nombre y la
gloria de Cristo;
Su posición en
virtud de Su obra como Hijo del Hombre;
Sus derechos como
Hijo del Padre
Así tenemos el don
del Espíritu Santo presentado de diversos modos en conexión con Cristo. En
dependencia de Su Padre, y representando a los discípulos como habiéndose ido a
lo alto separado de ellos, Él se dirige al Padre, en nombre de ellos; Él ruega
al Padre que envíe el Espíritu Santo (cap. 14:16). Más adelante, hallamos que
Su nombre es todopoderoso. Toda bendición del Padre viene en Su nombre. Es
debido a Él, y conforme a la eficacia de Su nombre, de todo lo que en Él es
aceptable al Padre, que el bien viene a
nosotros. Así, el Padre enviará al Espíritu Santo en Su nombre (cap. 14:26). Y
siendo glorificado Cristo en lo alto, y habiendo tomado Su lugar con Su Padre,
Él envía el Espíritu Santo (cap. 15:26) del Padre, como procediendo de Él.
Finalmente, el Espíritu Santo está presente aquí en este mundo, en y con los
discípulos, y Él
glorifica a Jesús, y toma de lo Suyo y lo revela a los Suyos (cap. 16: 13-15).
Aquí, toda la gloria de la Persona de Cristo es expuesta, así como los derechos
pertenecientes a la posición que Él ha tomado. "Todo lo que tiene el
Padre" es de Él. Ha tomado Su posición conforme a los consejos eternos de
Dios, en virtud de Su obra como Hijo del Hombre. Pero si Él ha entrado en
posesión de esto en este carácter, todo lo que posee en éste es Suyo, como un
Hijo a quien (siendo uno con el Padre) pertenece todo lo que el Padre tiene.
La partida
venidera del Señor a Su Padre;
los discípulos
estimulados a acercarse al Padre
Allí Él debía
permanecer oculto por un tiempo: los discípulos le verían después, pues se
trataba sólo de la consumación de los caminos de Dios; no se trataba de estar,
por así decirlo, perdido mediante la muerte. Él iba a Su Padre. Sobre este
punto, los discípulos no entendieron nada. El Señor desarrolla el hecho y sus
consecuencias, sin mostrarles aún toda la importancia de lo que Él decía. Él lo
plantea en el aspecto humano e histórico. El mundo se regocijaría de haberse
deshecho de Él. ¡Gozo miserable! Los discípulos lamentarían, aunque fuera
también la fuente misma de gozo para ellos; pero su tristeza se convertiría en
gozo. Como testimonio, esto tuvo lugar cuando Él se mostró a ellos después de
Su resurrección; se cumplirá totalmente cuando Él regresará para recibirlos a
Sí mismo. Pero cuando ellos le hubieran visto otra vez, comprenderían la
relación en que Él los había situado con Su Padre, ellos la gozarían por el
Espíritu Santo. No sería como si ellos no pudieran acercarse al Padre, mientras
Cristo sí podía hacerlo (como dijo Marta: "sé ahora que todo lo que pidas
a Dios, Dios te lo dará." - Juan 11:22). Ellos podrían ir directamente
al Padre, quien los amaba, porque habían creído en Jesús, y le habían recibido
cuando Él se había humillado en este mundo de pecado (en principio es siempre
así); y pidiendo lo que ellos quisieran en Su nombre lo recibirían, a fin de
que su gozo pudiera ser cumplido en la conciencia de la bendita posición del
favor infalible al que eran llevados, y del valor de todo aquello que poseían
en Cristo.
La comprensión
limitada de los discípulos de
lo que el Señor
quería dar a entender
No obstante, el
Señor ya les declara la base de la verdad - Él salió del Padre, Él iba al
Padre. Los discípulos creen entender aquello que les había hablado sin
parábolas. Ellos creyeron que Él había adivinado su pensamiento, pues no se lo
habían expresado. Sin embargo, ellos no se elevaron a la altura de lo que Él
dijo. Les había dicho que habían creído que Él había salido "de
Dios." Esto ellos lo entendieron; y aquello que había sucedido los había
confirmado en esta fe, y declaran su convicción con respecto a esta verdad;
pero no entran en el pensamiento de 'salir del Padre', y en el de 'ir al Padre.'
Presumían de estar en la luz; pero no
habían comprendido nada que los elevara sobre el efecto del rechazo de Cristo,
lo cual habría sido hecho por la creencia en que Él salió del Padre y que Él
iba al Padre (Juan 16:28). Por lo tanto, Jesús les declara que Su muerte los
esparciría, y que ellos le abandonarían. Su Padre estaría con Él; no estaría
solo. No obstante, les había explicado todas estas cosas a fin de que tuvieran
paz en Él. En el mundo que le rechazó, tendrían aflicción; pero Él había
vencido al mundo, ellos podían confiar.
Capítulo 17
La oración
intercesora del Señor
Esto concluye la
conversación de Jesús con Sus discípulos en la tierra. En el siguiente
capítulo, Él se dirige a Su Padre tomando Su propio lugar al partir, y dándoles
a Sus discípulos el lugar de ellos (es decir, el Suyo propio), con respecto al
Padre y al mundo, después de que Él se hubiera ido para ser glorificado con el
Padre. Todo el capítulo está dedicado esencialmente a poner a los discípulos en
Su propio lugar, después de establecer el terreno para ello en Su propia
glorificación y obra. Se trata, salvo los últimos versículos, de Su lugar en la
tierra. Tal como Él estaba divinamente en el cielo, y así mostró un carácter
celestial divino en la tierra, del mismo modo ellos (habiendo sido Él
glorificado como hombre en el cielo), unidos con Él, tenían que manifestar lo
mismo a su turno. De ahí que tenemos primero el lugar que Él toma
personalmente, y la obra que les da derecho a ellos para estar en este lugar.
Bosquejo y
divisiones del capítulo 17
El capítulo 17
está dividido de la siguiente manera: los versículos 1-5 se refieren a Cristo,
a la toma de Su posición en la gloria, a Su obra, y a esa gloria perteneciente
a Su Persona, y al resultado de Su obra.
Los versículos 1-3 presentan Su nueva posición en dos aspectos: "Glorifica
a tu Hijo" - poder sobre toda carne, para la vida eterna para aquellos
dados a Él; los versículos 4-5, Su obra y sus resultados. En los versículos
6-13, Él habla de Sus discípulos puestos en esta relación con el Padre por Su
revelación de Su nombre a ellos, y luego habla del haberles dado las palabras
que Él mismo había recibido, para que pudieran gozar toda la bendición plena de
esta relación. Él ruega también por ellos, para que fueran uno como Él y el
Padre lo eran. En los versículos 14-21 hallamos su consecuente relación con el
mundo; en los versículos 20-21, Él introduce en el gozo de esta bendición a
aquellos que iban a creer por medio de ellos. Los versículos 22-26 dan a
conocer el resultado para ellos, tanto futuro como presente: la posesión de la
gloria que Cristo había recibido del Padre - estar con Él, gozando la visión de
Su gloria - para que el amor del Padre estuviera con ellos aquí abajo, igual
que Cristo había sido su objeto - y que Cristo estuviera en ellos. Solamente
los últimos tres versículos toman a los discípulos al cielo como una verdad
suplementaria.
Éste es un breve
resumen de este maravilloso capítulo, en el cual somos admitidos, no al
discurso de Cristo con el hombre, sino a oír los deseos de Su corazón, cuando
Él los derrama delante de Su Padre para la bendición de aquellos que son Suyos.
Maravillosa gracia que nos permite oír estos deseos, y comprender todos los
privilegios que emanan de los Suyos preocupándose así por nosotros, del hecho
de ser nosotros el objeto de la comunicación entre el Padre y el Hijo, del
común amor de ellos hacia nosotros, cuando Cristo expresa Sus propios deseos -
aquello que Él tiene en sus más profundos sentimientos, y que Él presenta al
Padre ¡como Sus propios deseos personales!
Algunas
explicaciones pueden ayudarnos a comprender el significado de ciertos pasajes
en este maravilloso y precioso capítulo. ¡Que el Espíritu de Dios nos ayude!
La nueva posición
de Cristo en la gloria;
potestad sobre
toda carne y el don de vida eterna
a aquellos dados
por Él
El Señor, cuyas
miradas de amor habían estado dirigidas hasta entonces hacia Sus discípulos en
la tierra, levanta ahora sus ojos al cielo al dirigirse al Padre. Había llegado
la hora de glorificar al Hijo, a fin de que desde esa gloria Él pudiese
glorificar al Padre. Esta es, generalmente hablando, la nueva posición. Su
carrera aquí había terminado, y Él tuvo que ascender a lo alto. Había dos cosas
relacionadas con esto - la potestad sobre toda carne, y el don de la
vida eterna para tantas almas como el Padre le había dado. "Cristo es la
cabeza de todo varón." (1 Corintios 11:3). Aquellos que el Padre le
ha dado reciben vida eterna de Aquel que había subido a lo alto. La vida eterna
era el conocimiento del Padre, el único Dios verdadero, y de Jesucristo, a
quien Él había enviado. El conocimiento del Omnipotente daba seguridad al
peregrino de la fe; el conocimiento de Jehová daba la certidumbre del
cumplimiento de las promesas de Dios para Israel; el conocimiento del Padre,
quien envió al Hijo, a Jesucristo (el
Hombre ungido y el Salvador), quien era esa vida, y de este modo
recibido como algo presente (1 Juan 1: 1-4), era la vida eterna. El verdadero
conocimiento aquí no era la protección exterior o la esperanza futura, sino la
comunicación, en vida, de la comunión con el Ser conocido así en al alma - de
la comunión con Dios plenamente conocido como el Padre y el Hijo. Aquí no es la
divinidad de Su Persona la que está delante de nosotros en Cristo, aunque sólo
una Persona divina podía estar en un lugar tal y hablar así, sino que se trata
del lugar que Él había tomado al cumplir los consejos de Dios. Lo que se dice
de Jesús en este capítulo podía decirse solamente de Uno que es Dios; pero el
punto tratado es el de Su lugar en los consejos de Dios, y no la revelación de
Su naturaleza. Él recibe todo de Su Padre - es enviado por Él, Su Padre le
glorifica [63].
[63]
Cuanto más examinemos el Evangelio de Juan, tanto más veremos a Uno que habla y
actúa como solamente una Persona divina - uno con el Padre - podía hacer, pero,
con todo, siempre como Uno que había tomado el lugar de un siervo, y que no
toma nada para Él, sino que recibe todo de Su Padre. "Yo te he
glorificado": "Ahora...glorifícame tú." ¡Qué lenguaje de
igualdad de naturaleza y amor! pero Él
no dice, Y ahora yo me glorificaré. Ha tomado el lugar de hombre para recibir
todo, aunque fuera una gloria que Él tenía con el Padre antes de que el mundo
fuese. Esto es de una belleza exquisita. Añado que fue con esto que el enemigo
intentó seducirle, en vano, en el desierto.
Vemos la misma
verdad de la comunicación de la vida eterna en relación con Su divina
naturaleza y Su unidad con el Padre en 1 Juan 5:20. Aquí, Él cumple la voluntad
del Padre, y es dependiente de Él en el lugar que ha tomado, y que va a tomar,
incluso en la gloria, por muy gloriosa que Su naturaleza pueda ser. Así, también,
en el capítulo 5 de
nuestro Evangelio, Él da vida a quien quiere; aquí son aquellos que el Padre le
ha dado. Y la vida que Él da está comprendida en el conocimiento del Padre, y
de Jesucristo, a quien Él ha enviado.
La obra de Cristo
y sus resultados
Él da a conocer
ahora las condiciones bajo las cuales Él toma este lugar en lo alto. Él había
glorificado perfectamente al Padre en la tierra. Nada que manifestara a Dios el
Padre había estado faltando, cualquiera que hubiese sido la dificultad; la
contradicción de pecadores no fue sino una ocasión de hacerlo así. Esto mismo
tornó infinito el dolor. Sin embargo, Jesús había realizado esa gloria en la
tierra enfrentándose a toda esa oposición. Su gloria con el Padre en el cielo
no era sino la justa consecuencia - la consecuencia necesaria, en mera justicia.
Además, Jesús había tenido esta gloria con Su Padre antes de que el mundo
fuese. Su obra y Su Persona por igual le daban derecho a ella. El Padre
glorificado en la tierra por el Hijo: el Hijo glorificado con el Padre en lo
alto: tal es la revelación contenida en estos versículos - un derecho,
procedente de Su Persona como Hijo, pero a una gloria en la que Él entró como
hombre, como consecuencia de haber, como tal, glorificado perfectamente a Su
Padre en la tierra. He aquí los versículos que se relacionan con Cristo. Esto,
además, ofrece la relación en la que Él entra en este nuevo lugar como hombre,
Su Hijo, y la obra mediante la cual lo hace en justicia, y nos da así un
título, y el carácter en el cual nosotros tenemos un lugar allí.
Los discípulos del
Señor en relación con el Padre
por medio de la
revelación de Su nombre y Su Palabra
Él habla ahora de
los discípulos; de cómo entraron en su peculiar lugar en relación con esta
posición de Jesús - en esta relación con Su Padre. Él había dado a conocer el
nombre del Padre a aquellos que el Padre le había del mundo. Ellos pertenecían
al Padre, y el Padre los había dado a Jesús. Ellos habían guardado la Palabra
del Padre. Fue fe en la revelación que el Hijo había hecho del Padre. Las
palabras de los profetas eran verdaderas. Los fieles las disfrutaron: éstas
sostuvieron su fe. Pero la Palabra del Padre, por medio de Jesús, reveló al
Padre mismo, en Aquel a quien el Padre había enviado, y puso a los que la
recibieron en el lugar de amor, el cual era el lugar de Cristo; y conocer al
Padre y al Hijo era la vida eterna. Esto era algo bastante diferente de las
esperanzas relacionadas con el Mesías o con lo que Jehová le había dado. Es de
este modo, también, que los discípulos son presentados al Padre; no como recibiendo
a Cristo en el carácter de Mesías y honrándole poseyendo Su poder por ese
título. Ellos habían conocido que todo lo que Jesús tenía era del Padre. Él era
entonces el Hijo; Su relación con el Padre era reconocida. Tardos para
comprender como eran, el Señor los reconoce conforme a Su apreciación de la fe
de ellos, de acuerdo al objeto de esa fe, conocida para Él, y no conforme a su
inteligencia. ¡Preciosa verdad! (comparen con capítulo 14:7)
Ellos reconocieron
a Jesús, entonces, recibiendo todo del Padre, no como Mesías de Jehová;
porque Jesús les había dado todas las palabras que el Padre le había dado a Él.
De este modo, Él los había traído en sus propias almas a la conciencia de la
relación entre el Hijo y el Padre, y a la plena comunión, según las comunicaciones
del Padre al Hijo en esa relación. Él habla de la posición de ellos mediante la
fe - no de su comprensión de esta posición. De esta manera, ellos reconocieron
que Jesús vino del Padre, y que vino con la autoridad del Padre - el Padre le
había enviado. Fue desde allí que Él vino, y vino provisto de la autoridad de
una misión dada por el Padre. Ésta era la posición de ellos por la fe.
La oración del
Señor por los discípulos
como distinguidos
del mundo
Y ahora - estando
ya los discípulos en esta posición - Él los pone, conforme a Sus pensamientos y
a Sus deseos, delante del Padre en
oración. Él ruega por ellos, distinguiéndolos completamente del mundo. Vendría
el momento cuando (según el Salmo 2) Él pediría al Padre con referencia al
mundo; Él no lo estaba haciendo así ahora, sino que rogaba por aquellos que
estaban fuera del mundo, por los que el Padre le había dado. Pues ellos eran
del Padre. Porque todo lo que es del Padre, está en esencial oposición al mundo
(comparen con 1 Juan 2:16).
Los motivos de la
petición del Señor
El Señor presenta
al Padre dos motivos para Su petición: primero, que ellos eran del Padre, de
modo que el Padre, para Su propia gloria, y a causa de Su afecto por aquello
que le pertenecía, los guardara; segundo, que Jesús fue glorificado en ellos,
de modo que si Jesús era el objeto del afecto del Padre, por esa razón debería
el Padre guardarlos también. Además, los intereses del Padre y del Hijo no
podían separarse. Si ellos eran del Padre, eran, de hecho, del Hijo; y ello no
era más que un ejemplo de esta verdad universal - todo lo que era del Hijo era
del Padre, y todo lo que era del Padre era del Hijo. ¡Qué lugar para nosotros!
ser el objeto de este afecto mutuo, de estos intereses comunes e inseparables
del Padre y del Hijo. Éste es el gran principio - el gran fundamento de la
oración de Cristo. Él rogó al Padre por Sus discípulos, porque pertenecían al
Padre. Por consiguiente, Jesús necesariamente tenía que procurar su bendición.
El Padre se interesaría minuciosamente en ellos, porque en ellos tenía que ser
glorificado el Hijo.
Las circunstancias
a las que la oración se aplicaba
Él entonces
presenta las circunstancias a las que la oración se aplicaba. Él ya no estaba
en este mundo. Iban a estar privados de Su cuidado personal presente con ellos,
pero estarían en este mundo, mientras Él se iba al Padre. Este es el terreno de
Su petición con respecto a la posición de ellos. Los pone en relación, por
consiguiente, con el Padre Santo - con todo el perfecto amor de un Padre tal -
con el Padre de Jesús y el de ellos, manteniendo (era la bendición de ellos) la
santidad que Su naturaleza requería, si
iban a estar en relación con Él. Era una protección directa. El Padre guardaría
en Su propio nombre a aquellos que Él había dado a Jesús. De esta forma, la
relación era directa. Jesús los encomendó a Él, y ello, no sólo porque
pertenecieran al Padre, sino porque eran ahora Suyos, investidos de todo el
valor que ello les daría a los ojos del Padre.
Unidad y su
vínculo
El objeto de Su
solicitud era el de guardarlos en unidad, como el Padre y el Hijo son uno.
Solamente un Único Espíritu divino era el vínculo de esa unidad. En este
sentido el vínculo era verdaderamente divino. En tanto que estuvieran llenos
del Espíritu Santo, ellos tenían una sola mente, un consejo, un propósito. Ésta
es la unidad a la que se alude aquí. El Padre y el Hijo eran su único objeto;
el cumplimiento de sus consejos y objetivos era su único cometido. Ellos tenían
solamente los pensamientos de Dios; porque Dios mismo, el Espíritu Santo, era
la fuente de sus pensamientos. Era un solo poder divino y una sola naturaleza
divina lo que los unía - el Espíritu Santo. La mente, el propósito, la vida,
toda la existencia moral, eran, como consecuencia, una sola cosa. El Señor
habla, forzosamente, en la plenitud de Sus propios pensamientos, cuando expresa
Sus deseos para ellos. Si se trata de una cuestión de comprenderlos, entonces
debemos pensar en el hombre; pero, con todo, en una fortaleza que se
perfecciona en la debilidad.
La suma de los
deseos del Señor - la relación de los
discípulos con el
Padre como hijos, santos, bajo Su cuidado
Ésta es la suma de
los deseos del Señor - hijos, santos, bajo el cuidado del Padre; que sean uno,
no por un esfuerzo o por un acuerdo, sino conforme al poder divino. Estando Él
allí, los había guardado en el nombre del Padre, fiel para cumplir todo lo que el
Padre le había encomendado, y para no perder a ninguno de aquellos que eran de
Él. En cuanto a Judas, fue sólo el cumplimiento de la Palabra. La protección de
Jesús presente en el mundo ya no podía existir. Pero Él habló estas cosas,
estando aún allí, y los discípulos las escuchaban, a fin de que pudieran
entender que estaban puestos delante del Padre en la misma posición que Cristo
había mantenido, y que podrían hacer que se cumpliese así en ellos, en esta
misma relación, el gozo que Cristo había poseído. ¡Qué gracia inefable! Le
habían perdido, visiblemente, para encontrarse ellos (por Él y en Él) en la
propia relación de Cristo con el Padre, gozando de todo lo que Él gozó en esa
comunión aquí abajo, estando en Su lugar en la relación propia de ellos con el
Padre. Por lo tanto, Él les había hablado todas las palabras que el Padre le
había dado - las comunicaciones de Su amor a Él, al caminar como Hijo en ese
lugar aquí abajo; y, en el nombre especial de "Padre Santo", por el
cual el Hijo se dirigía a Él desde la tierra, el Padre iba a guardar a aquellos
que el Hijo había dejado allí. Así tendrían Su gozo cumplido en ellos mismos.
Ésta era la
relación de ellos con el Padre, estando Jesús ausente. Él habla ahora de la
relación de ellos con el mundo, como consecuencia de lo anterior.
La relación de los
discípulos con el mundo;
separados por
medio de la Palabra
Él les dio la
Palabra de Su Padre - no las palabras que les llevaban a la comunión con Él,
sino Su Palabra - el testimonio de lo que Él era. Y el mundo los había
aborrecido como había aborrecido a Jesús (el testimonio vivo y personal del
Padre) y al Padre mismo. Estando así en relación con el Padre, que los había
sacado de entre los hombres del mundo, y habiendo recibido la palabra del Padre
(y vida eterna en el Hijo en ese conocimiento), ellos no eran del mundo así
como Jesús no era del mundo: y por eso el mundo los aborrecía. Sin embargo, el
Señor no ruega que fueran quitados de él, sino que el Padre los guardara del
mal. Él entra a detallar Sus deseos en este aspecto, fundamentándolos en que
ellos no eran del mundo. Repite este pensamiento como la base de su posición
aquí abajo. "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo." ¿Qué
debían ser ellos entonces? ¿Por cuál norma, por qué modelo, tenían que ser
formados? Por la verdad, y la palabra del Padre es verdad. Cristo fue siempre
la Palabra (el Verbo), pero la Palabra viva entre los hombres. En las
escrituras poseemos esta Palabra, escrita y firme: las Escrituras le revelan,
dan testimonio de Él. Así fue que los discípulos tenían que ser separados.
"Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad." Era esto con lo
que debían ser formados en el ámbito personal, por la Palabra del Padre, como
Él fue revelado en Jesús.
Los discípulos son
enviados al mundo;
su misión y
testimonio
La misión de ellos
sigue a continuación. Jesús los envía al mundo, como el Padre le había enviado
a Él al mundo. Son enviados a él de parte de Cristo: si hubieran sido del
mundo, no podían haber sido enviados a él. Pero no era sólo la Palabra del
Padre lo que era verdad, ni la comunicación de la Palabra del Padre por medio
de Cristo presente con los discípulos (puntos de los cuales desde el versículo
14 hasta ahora Jesús había estado hablando, "Yo les he dado tu palabra."):
Él se santificó a Sí mismo. Él se mantuvo separado como un hombre celestial
sobre los cielos, un hombre glorificado en la gloria, a fin de que toda verdad
pudiera resplandecer en Él, en Su Persona, resucitado de entre los muertos por
la gloria del Padre - siendo manifestado así en Él todo lo que el Padre es; el
testimonio de la justicia divina, del amor divino, del poder divino,
trastornando totalmente la mentira de Satanás, por la que el hombre había sido
engañado y por la que entró la falsedad en el mundo; el modelo perfecto de
aquello que el hombre era conforme a los consejos de Dios, y como la expresión
de Su poder moralmente y en gloria - la
imagen del Dios invisible, el Hijo, y en gloria. Jesús se apartó, en este lugar,
para que los discípulos pudieran ser santificados por la comunicación dada
ellos de lo que Él era; pues esta comunicación era la verdad, y los creaba a
imagen de lo que revelaba. Así que era la gloria del Padre, revelada por Él
en la tierra, y la gloria a
la cual Él había ascendido como hombre; pues este es el resultado completo - la
ilustración en gloria de la manera como Él se había apartado para Dios, pero a
favor de los Suyos. De este modo, no sólo existen la formación y el gobierno de
los pensamientos por la Palabra, separándonos moralmente para Dios, sino que
existen también los benditos afectos que fluyen del hecho de que poseemos esta
verdad en la Persona de Cristo, estando conectados nuestros corazones con Él en
gracia. Esto finaliza la segunda parte de aquello que se refería a los
discípulos, en comunión y en testimonio.
La oración del
Señor por los creyentes, no limitada a los doce;
unidad en comunión
con el Padre y el Hijo
En el versículo
20, Él declara que ruega también por aquellos que creerían en Él por medio de
ellos. Aquí el carácter de la unidad difiere un poco de aquella en el versículo
11. Allí, al hablar de los discípulos, Él dice, "para que sean uno, así
como nosotros"; porque la unidad del Padre y del Hijo se mostraba en
un propósito señalado, un objeto señalado, un amor señalado, una obra señalada,
todo señalado. Por lo tanto, los discípulos debían tener esa clase de unidad.
Aquí aquellos que creían, puesto que recibían y tomaban parte en aquello que
era comunicado, tenían su unidad en el poder de la bendición a la cual eran
traídos. Por un Espíritu, en el que estaban forzosamente unidos, tenían un
lugar en comunión con el Padre y el Hijo (comparar con 1 Juan 1:3; ¡y cuán
similar es el lenguaje del apóstol con el de Cristo!). Así, el Señor pide que
sean uno en ellos - el Padre y el Hijo. Éste era el medio para hacer creer al
mundo que el Padre había enviado al Hijo, pues aquí estaban aquellos que lo
habían creído, quienes, no obstante lo opuestos que sus intereses y hábitos
pudiesen ser, no obstante lo fuerte de sus prejuicios, con todo, eran uno
(por medio de esta poderosa revelación y de esta obra) en el Padre y el Hijo.
Conversación con
Su Padre;
la gloria que Él
ha dado a Su Hijo
Aquí termina Su
oración, pero no toda Su conversación con Su Padre. Él nos da (y aquí los
testigos y los creyentes están unidos) la gloria que el Padre le había dado. Es
la base de otro, un tercer [64] modo de
unidad.
[64]
Hay tres unidades de las que se habla aquí. En primer lugar, de la de los
discípulos, "así como nosotros somos", unidad por el poder del
Espíritu en pensamiento, propósito, mente y servicio, haciéndolos el Espíritu a
todos uno, con un camino en común, la expresión de Su mente y poder, y no se
habla de nada más. Entonces, se habla de aquellos que creerían por medio de
ellos, unidad en comunión con el Padre y
el Hijo, "uno en nosotros" - aún por medio del Espíritu Santo pero,
pero como traídos a ello, como ya se dijo anteriormente, como en 1 Juan 1:3.
Luego se habla de la unidad en gloria, "perfectos en unidad", en
manifestación y revelación descendente, el Padre en el Hijo, y el Hijo en todos
ellos. La segunda era para que el mundo creyera, la tercera para que el mundo
conociera. Las dos primeras se cumplieron literalmente según los términos en
que son expresadas. No es necesario decir lo lejos que se han apartado de esta
unidad los creyentes desde entonces.
Todos participan,
es cierto, en gloria, de esta unidad absoluta en pensamiento, objetivo, propósito
señalado, que se encuentran en la
unidad del Padre y el Hijo. Estando ya presente la perfección, aquello que el
Espíritu Santo había producido espiritualmente, excluyendo Su absorbente
energía a toda otra, era natural para todos en gloria.
Una unidad en
manifestación en la gloria
Pero el principio de la existencia de esta unidad añadía todavía otro
carácter a esa verdad - la de la
manifestación, o, cuando menos, de una fuente interior que realizaba en
ellos su manifestación: "Yo en ellos", dijo Jesús, "y tú en
mí." Ésta no es la simple y perfecta unidad del versículo 11, ni la
reciprocidad y comunión del versículo
21. Es Cristo en todos los creyentes, y el Padre en Cristo, una unidad en la
manifestación en gloria, no meramente en comunión - una unidad en la cual todo
está perfectamente conectado con su fuente. Y Cristo, a quien solamente debían
manifestar, es en ellos; y el Padre, a quien Cristo había manifestado
perfectamente, es en Él. El mundo (pues esto será en la gloria milenaria, y
manifestado al mundo) conocerá entonces (Él no dice, 'para que pueda
creer') que Jesús había sido enviado por el Padre (¿cómo negarlo cuando Él sea
visto en gloria?) y, además, que los discípulos habían sido amados por el
Padre, así como Jesús fue amado. El hecho de que poseían la misma gloria que
Cristo, constituiría la prueba.
Con Cristo, para
ver Su gloria,
el secreto para
los que Le aman
Pero había aún
más. Hay aquello que el mundo no verá, porque no estará en él. "Padre, quiero
que los que
me has dado, estén
también conmigo donde yo estoy." (Juan
17:24 - LBLA). Allí no solamente somos
como Cristo (conformados al Hijo, llevando la imagen del hombre celestial ante
los ojos del mundo), sino que estamos con Él donde Él está. Jesús desea
que veamos Su gloria [65].
[65]
Esto responde a la entrada de Moisés y Elías en la nube, además de su
exhibición en la misma gloria que Cristo, estando en el monte.
Consolación y estímulo para nosotros, tras
haber participado de Su oprobio: pero aún más precioso, por cuanto vemos que
Aquel que ha sido deshonrado como hombre, y debido a que Él se hizo hombre por
nosotros, será, por esa misma razón, glorificado con una gloria que excederá a
toda otra gloria, salvo la de Aquel que sometió bajo Él todas las cosas. Pues
Él habla aquí de gloria dada. Es esto lo que es tan precioso para nosotros,
porque Él la ha
adquirido para nosotros mediante Sus sufrimientos, y, sin embargo, era
perfectamente lo que se le debía a Él - la justa recompensa por haber, por
medio de estos sufrimientos, glorificado perfectamente al Padre. Ahora, este es
un gozo peculiar, totalmente fuera del
mundo. El mundo verá la gloria que tenemos en común con Cristo, y sabrá que
hemos sido amados como Cristo fue amado. Pero hay un secreto para aquellos que
le aman, el cual pertenece a Su Persona y a nuestra asociación con Él. El Padre
le amó antes de que el mundo fuese - un amor que no se puede comparar sino con
lo que es infinito, perfecto y, de este modo, que satisface en sí mismo. Compartiremos
esto en el sentido de ver a nuestro Amado en tal amor, y de estar con Él, y
de contemplar la gloria que el Padre le
ha dado, según el amor con el cual Él le amó antes de que el mundo tuviera
parte alguna en los tratos de Dios. Hasta aquí, estábamos en el mundo; aquí
estamos en el cielo, fuera de toda demanda o aprehensión del mundo (Cristo
visto en el fruto de ese amor que el Padre tenía por Él antes que el mundo
existiese). Cristo, entonces, fue el deleite del Padre. Le vemos en el fruto eterno
de ese amor como Hombre. Nosotros estaremos en este amor con Él para siempre,
para gozar del hecho de que Él esté en ese amor - que nuestro Jesús, nuestro
Amado, está en él, y es lo que Él es.
La justicia del
Padre
Entretanto, siendo
tal, hubo justicia en los tratos con respecto a Su rechazo. Él había
manifestado al Padre plenamente, perfectamente. El mundo no le había conocido,
pero Jesús le había conocido, y los discípulos habían conocido que el Padre le
había enviado. Él no apela aquí a la santidad del Padre, para que los guardara
conforme a ese bendito nombre, sino a la justicia del Padre, para que pudiera
hacer una distinción entre el mundo, por una parte, y Jesús con los Suyos por
otra, ya que existía la razón moral, así como el amor inefable del Padre por el
Hijo. Y Jesús quiere que gocemos, mientras estamos aquí abajo, de la conciencia
de que la distinción ha sido hecha por las comunicaciones de gracia, antes de
que sea hecha por el juicio.
El nombre del
Padre manifestado;
Su amor a ser
conocido y gozado
Él les había dado
a conocer el nombre del Padre, y lo daría a conocer, aun cuando Él hubiese
subido a lo alto, para que el amor con el cual el Padre le había amado
estuviera en ellos (para que sus corazones pudieran poseerlo en este mundo -
¡qué gracia!), y Jesús en ellos, el comunicador de ese amor, la fuente de la
fortaleza para gozarlo, conduciéndolo, por así decirlo, en toda la perfección
en la que Él lo había gozado, en los corazones de ellos, en los que Él moraba -
siendo Él mismo la fortaleza, la vida, la suficiencia, el derecho, y el medio
para gozarlo de esta manera, y como tal, en el corazón. Porque es en el Hijo
que nos lo da a conocer, que
conocemos el nombre del Padre, a quien Él nos revela. Es decir, Él quiere que
gocemos ahora de esa relación en amor en la que le veremos en el cielo. El
mundo conocerá que hemos sido amados como Jesús, cuando aparezcamos en la misma
gloria con Él; pero nuestra parte es conocer esta relación ahora, estando
Cristo en nosotros.
Capítulo 18
La gloria del
Señor destacada
en la historia de
Sus últimos momentos
La historia de los
últimos momentos de nuestro Señor comienza después de las palabras que Él
dirigió a Su Padre. Hallaremos, incluso en esta parte de la historia, el
carácter general de aquello que se relata en este Evangelio (según todo lo que
hemos visto en él), que los acontecimientos destacan la gloria personal del
Señor. Tenemos, en realidad, la malignidad del hombre fuertemente
caracterizada; pero el objeto principal en la descripción es el Hijo de Dios,
no el Hijo del Hombre sufriendo bajo el peso de aquello que le sobrevino. No
tenemos la agonía en el jardín. No tenemos la expresión de Su sentimiento
cuando fue abandonado por Dios. Los Judíos también son puestos en el lugar de
absoluto rechazo.
La iniquidad de
Judas: la maldad de un corazón endurecido
La iniquidad de
Judas es tan fuertemente señalada aquí como en el capítulo 13. Él conocía bien
el lugar, pues Jesús tenía la costumbre de reunirse allí con Sus discípulos.
¡Qué idea - escoger tal sitio para traicionarle! ¡Qué dureza de corazón tan
inconcebible! Pero ¡ay! él se había entregado a Satanás, instrumento del enemigo,
la manifestación de
su poder y de su verdadero carácter.
La gloria divina
mostrada; el Buen Pastor y Sus ovejas
¡Cuántas cosas
habían sucedido en aquel jardín! ¡Qué comunicaciones de un corazón lleno del
amor de Dios, que intentaba hacerlas penetrar en los estrechos e insensibles
corazones de Sus amados discípulos! Pero todo esto pasó inadvertido para Judas.
Él viene, con los agentes utilizados por la malignidad de los sacerdotes y de
los Fariseos, para prender a la Persona de Jesús. Pero Jesús se les anticipa.
Es Él quien se presenta a ellos. Sabiendo todas las cosas que le habían de
sobrevenir, se adelanta, preguntado: "¿A quién buscáis?" Es el
Salvador, el Hijo de Dios, quien se entrega. Ellos responden: "a Jesús
nazareno." Jesús les dice, "Yo soy." Judas, también, estaba
allí, quien le conocía bien, y conocía esa voz, por tanto tiempo familiar para
sus oídos. Nadie puso sus manos sobre Él: pero en cuanto Su palabra resonó en
sus corazones, en cuanto ese divino "Yo soy" es escuchado en el
interior de ellos, ellos retroceden, y caen a tierra. ¿Quién le prendería? Él
solamente tenía que marcharse y dejarlos a todos allí. Pero Él no vino para
esto, y el tiempo para entregarse había llegado. Por lo tanto, Él les pregunta
de nuevo: "¿A quién buscáis?" Ellos dicen, como antes, "a Jesús
nazareno." La primera vez, la
gloria divina de la Persona de Cristo se tenía que manifestar necesariamente; y
ahora, Su cuidado por los redimidos. "Si me buscáis a mí",
dijo el Señor, "dejad ir a éstos" - para que se cumpliese la palabra,
"De los que me diste, no perdí ninguno." Él se presenta como el buen
Pastor, dando Su vida por las ovejas. Se sitúa delante de ellos para que
pudieran escapar del peligro que les amenazaba, y para que todo le pudiese
sobrevenir a Él. Él se entrega a ellos. Todo se trata aquí de Su ofrenda
voluntaria.
Obediencia
perfecta mostrada por el Señor;
la energía carnal
y poco inteligente de Pedro
Sin embargo,
cualquiera que fuese la gloria divina que manifestó, y la gracia de un Salvador
que fue fiel a los Suyos, Él actúa en obediencia, y en la perfecta quietud de
una obediencia que había calculado el costo completo con Dios contando el
costo, y que lo había recibido todo de la mano de Su Padre. Cuando la energía
carnal y poco inteligente de Pedro emplea la fuerza para defenderle a Él,
quien, si hubiese querido, solamente habría necesitado marcharse cuando una
palabra de Sus labios hubiese hecho caer a tierra a los que se acercaban para
prenderle, y la palabra que les reveló el objeto de su búsqueda, les hubiese
privado de todo poder para comprenderla - cuando Pedro golpea al siervo Malco,
Jesús toma el lugar de obediencia. "La
copa que el Padre me ha dado, ¿no la
he de beber?" La divina Persona de Cristo había sido manifestada; la
ofrenda voluntaria de Sí mismo había sido hecha, y eso, a fin de proteger a los
Suyos; y ahora, al mismo tiempo, Su perfecta obediencia es mostrada.
Ante el sumo
sacerdote; el tranquilo sometimiento del Señor
al hombre para cumplir
los consejos de Dios
La malignidad de
un corazón endurecido, y la falta de inteligencia de un corazón carnal, aunque
sincero, han sido expuestos. Jesús tiene Su lugar solo y apartado. Él es el
Salvador. Sometiéndose así al hombre, a fin de cumplir los consejos y la
voluntad de Dios, permite que le lleven donde ellos querían. Poco de lo que
sucedió se relata aquí. Jesús, aunque fue interrogado, escasamente dice
algo acerca de Él. Hay, delante tanto
del sumo sacerdote como de Poncio Pilato, la superioridad serena y humilde de
Uno que se estaba entregando: con todo, Él es condenado solamente por el
testimonio que dio de Sí mismo. Ya todos habían escuchado aquello que Él
enseñó. Desafía a la autoridad que prosigue con el interrogatorio, no de manera
oficial, sino pacífica y moralmente; y cuando es injustamente golpeado, Él
protesta con dignidad y perfecta serenidad, sometiéndose a los insultos. Pero
no reconoce al sumo sacerdote de ningún
modo, mientras que, al mismo tiempo, Él no se opone en absoluto a él. Le deja
en su incapacidad moral.
La debilidad
carnal de Pedro se manifiesta, al igual que antes se manifestó su energía
carnal.
Ante Pilato, y
Pilato ante Jesús
Cuando es llevado
ante Pilato (aunque por causa de la verdad, por confesar de que Él era rey), el
Señor actúa con la misma serenidad y la misma sumisión, pero Él interroga a
Pilato y le instruye de tal manera que Pilato no pudo hallar ninguna falta en
Él. No obstante, moralmente incapaz de estar a la altura de aquello que estaba
ante él, Pilato le hubiera dejado libre valiéndose de una costumbre, practicada
entonces por el gobierno, que era
la de soltarles un culpable a los Judíos en la Pascua. Pero la inquieta
indiferencia de una conciencia que, endurecida como estaba, se inclinaba ante
la presencia de Uno que (incluso mientras era humillado así) no hacía más que
alcanzarla, no escapó así de la activa malignidad de aquellos que estaban
haciendo la obra del enemigo. Los Judíos exclaman contra la propuesta que el
desasosiego del gobernante sugirió, y escogen a un ladrón en lugar de Jesús.
Capítulo 19
Los verdaderos
autores de la muerte del Señor
Pilato cede a su
habitual inhumanidad. Sin embargo, en el relato dado en este Evangelio, los
Judíos son prominentes, como los verdaderos autores (por lo que se refería al
hombre) de la muerte del Señor. Celosos de su pureza ceremonial, pero
indiferentes a la justicia, no se conforman con juzgarle según su propia ley;
[66] ellos escogen que los romanos le den muerte, pues todo el consejo de Dios
necesariamente tiene que cumplirse.
[66]
Se dice que sus tradiciones Judías les prohibían dar muerte a alguno durante
las grandes fiestas. Es posible que esto pudiese haber influenciado a los
Judíos; pero como quiera que hubiese sido, los propósitos de Dios fueron así
cumplidos. En otros tiempos, los Judíos no estaban tan dispuestos a someterse a
las exigencias de Roma que les privaban del derecho a la vida y a la muerte.
La alarma de
Pilato, orgullo e injusticia;
su intento de
hacer a los Judíos plenamente culpables
Fue a causa de las
reiteradas exigencias de los Judíos que Pilato entrega a Jesús en sus manos -
enteramente culpable al hacerlo, pues él había declarado públicamente Su
inocencia, y su conciencia había sido tocada y alarmada por las pruebas
evidentes que hubo de que tenía ante él a alguna persona extraordinaria. Él
no va a mostrar
que es afectado, pero lo fue (cap. 19:8). La gloria divina que penetró por medio
de la humillación de Cristo actúa sobre él, y da fuerza a la afirmación hecha
por los Judíos de que Jesús se había llamado a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato le
había azotado y le había entregado a los insultos de los soldados; y aquí él se
habría detenido. Tal vez esperó también que los Judíos se dieran por
satisfechos con esto, y les presenta a Jesús coronado con espinas. Quizás
esperó que el celo de ellos con respecto a estos insultos nacionales los indujeran
a pedir Su liberación. Pero, siguiendo cruelmente en su maligno propósito,
gritaron: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" Pilato objeta esto en sí
mismo, al tiempo que les concede libertad para hacerlo, diciéndoles que no
halla ningún delito en Él. Ante esto, ellos pretextan de su ley Judía. Ellos
tenían una ley propia, dicen ellos, según la cual Él debía morir porque se
había hecho a Sí mismo Hijo de Dios. Pilato, ya afectado y ejercitada su mente,
se alarma aún más, y, regresando de nuevo a la sala del juicio, interroga a
Jesús. El orgullo de Pilato despierta, y
pregunta si Jesús no sabe que él tiene el poder para condenarle o soltarle. El
Señor mantiene, al responder, la plena dignidad de Su Persona. Pilato no tiene
poder sobre Él, si no era la voluntad de Dios - a ésta Él se sometía. La
suposición de que cualquiera podía hacer algo contra Él, si no era porque
mediante aquello la voluntad de Dios se iba a cumplir, agravaba el pecado de
los que le habían entregado. El conocimiento de Su Persona formaba la medida
del pecado cometido contra Él. No percibir este pecado hacía que todo fuera
juzgado falsamente, y, en el caso de Judas, mostró la ceguera moral más
absoluta. Judas conocía el poder de Su Maestro. ¿Cuál fue el significado de
entregarle al hombre, si no era porque había llegado Su hora? Pero, siendo este
el caso ¿cuál fue la posición del traidor?
Pero Jesús habla
siempre conforme a la gloria de Su Persona, y como estando, de este modo,
enteramente por sobre las circunstancias a través de las cuales Él estaba
pasando en gracia, y en obediencia a la voluntad de Su Padre. Pilato es
profundamente perturbado por la respuesta del Señor, con todo, su sentimiento
no es lo bastante fuerte para contrariar el motivo con el que los Judíos le
presionaban, pero tenía suficiente poder para recriminarles a los Judíos toda
lo que había de voluntad en Su condenación, y hacerles plenamente culpables del
rechazo del Señor.
La condenación y
calamidad propia de los Judíos;
Jesús es entregado
Pilato procuró
alejarle de la furia de ellos. Finalmente, temiendo ser acusado de infidelidad
a César, se vuelve con desprecio hacia los Judíos, diciendo, "¡He aquí
vuestro Rey!"; actuando- aunque inconscientemente - bajo la mano de Dios,
para hacer salir esa palabra memorable de labios de ellos, su condenación, y su
calamidad aún hasta el día de hoy, "No tenemos más rey que César."
Negaron a su Mesías. La fatídica palabra, que hizo descender el juicio de Dios,
fue pronunciada ahora, y Pilato les entrega a Jesús.
El título del
Señor fijado a la cruz
Jesús, humillado y
llevando la cruz, toma Su lugar con los transgresores. Sin embargo, Aquel que
haría que todo se cumpliera ordenó que se rindiera un testimonio a Su dignidad;
y Pilato (tal vez para exasperar a los Judíos, ciertamente para cumplir los
propósitos de Dios) fija a la cruz como título del Señor, "Jesús Nazareno,
Rey de los Judíos": la doble verdad - el despreciado nazareno es el Mesías
verdadero. Aquí, entonces, como a través de todo este Evangelio, los Judíos
ocupan su lugar como rechazados de Dios.
Jesús crucificado:
la profecía cumplida
Al mismo tiempo,
el apóstol muestra - aquí como en otra parte - que Jesús era el verdadero
Mesías, citando las profecías que hablan de lo que le sucedió a Él en general,
con respecto a Su rechazo y Sus sufrimientos, de modo que se prueba que Él es
el Mesías por las circunstancias mismas en que fue rechazado por el pueblo.
Después de la
historia de Su crucifixión, como el acto del hombre, tenemos aquello que la caracteriza
en el aspecto de lo que Jesús fue sobre la cruz. La sangre y el agua fluyen de
Su costado abierto.
La devoción de las
mujeres ante la cruz;
la naturaleza
contemplada en su perfección
en los
sentimientos humanos del Señor
La devoción de las
mujeres que le siguieron, menos importante quizás desde la perspectiva de la
acción, resplandece, no obstante, a su manera, en esa perseverancia de amor que
las llevó cerca de la cruz. La posición más responsable de los apóstoles como hombres,
escasamente le permitió a ellos esto, en las circunstancias en las que se
encontraban; pero esto no le quita nada al privilegio que la gracia une a la
mujer cuando es fiel a Jesús. Pero fue la oportunidad para que Cristo nos diera
una nueva enseñanza, mostrándose tal como Él mismo era, y poniendo Su obra ante
nosotros, sobre todas las simples circunstancias, como el efecto y la expresión
de una energía espiritual que le consagró, como hombre, enteramente a Dios,
ofreciéndose también a Dios por el Espíritu eterno. Su obra estaba hecha. Se
había ofrecido a Sí mismo. Él vuelve, por así decirlo, a Sus relaciones
personales. La naturaleza, en Sus sentimientos humanos, se ve en su perfección;
y, al mismo tiempo, se ve Su
superioridad divina, personalmente, frente a las circunstancias por las
que pasó en gracia como el hombre obediente. La expresión de Sus sentimientos
filiales muestra que la consagración a Dios, que le alejó de todos aquellos
afectos que son semejantes a la necesidad y al deber del hombre conforme a la
naturaleza, no fue la falta de sentimiento humano, sino el poder del Espíritu
de Dios. Viendo a las mujeres, no les habló más como Maestro y Salvador, la
resurrección y la vida; es Jesús, un hombre, individualmente, en Su relación
humana.
La
comisión de Juan; el amor del Maestro por Juan
"Mujer",
Él dice, "he ahí tu hijo" - encomendando Su madre al cuidado de Juan,
el discípulo que Jesús amaba - y al discípulo le dice, "He ahí tu
madre"; y desde entonces ese discípulo la llevó a su casa. ¡Dulce y
preciosa comisión! Una confianza que hablaba de aquello que sólo aquel que era
amado así podía apreciar, como siendo su objeto inmediato. Esto nos muestra
también que Su amor por Juan tenía un carácter de afecto y apego humanos,
conforme a Dios, pero no era un amor esencialmente divino, aunque sí estaba
lleno de gracia divina - una gracia que le daba todo su valor, pero que se
revestía con la realidad del corazón humano. Evidentemente, esto era lo que
unía a Juan y a Pedro. Jesús era su único y común objeto. De caracteres muy
diferentes - y unidos tanto más por esa causa - ellos pensaban sólo en una
cosa. Una consagración absoluta a Jesús es el vínculo más fuerte entre
corazones humanos. Los despoja del yo, y poseen una sola alma en pensamiento,
intención, y propósito establecido, porque tienen únicamente un objeto. Pero en
Jesús esto era perfecto, y era gracia. No se dice, 'el discípulo que amaba a
Jesús'; eso hubiera estado bastante fuera de lugar. Hubiera sido sacar
completamente a Jesús de Su lugar, y de Su dignidad, de Su gloria personal,
y hubiera sido destruir el valor de
Su amor hacia Juan. No obstante, Juan amaba a Jesús, y, consecuentemente,
apreciaba así el amor de su Maestro; y, estando su corazón unido a Él por la
gracia, se consagró a la ejecución de esta
dulce comisión, la cual él se deleita en relatar aquí. Es realmente el
amor el que lo dice, aunque no habla de sí mismo.
Creo que vemos
nuevamente este sentimiento (usado por el Espíritu de Dios, evidentemente no
como el fundamento, sino para dar su colorido a la expresión de todo aquello
que él había visto y oído) al comienzo de la primera epístola de Juan.
Cristo actuando en
conformidad a la gloria de Su Persona
Vemos también aquí
que este Evangelio no nos muestra a Cristo bajo el peso de Sus sufrimientos,
sino actuando en conformidad con la gloria de Su Persona sobre todas las cosas,
y cumpliendo todas las cosas en gracia. En serenidad perfecta, Él provee para
Su madre; habiendo hecho esto, sabe que todo está consumado. Él tiene, según el
lenguaje humano, completo control de Sí mismo.
El Señor poniendo
Su vida: un acto voluntario
Hay todavía una
profecía a ser cumplida. Él dice, "Tengo sed"; y, como Dios había
predicho, le dan vinagre. Él sabe que no quedaba ahora ningún detalle de todo
lo que tenía que cumplirse. Inclina la cabeza y Él mismo [67] entrega Su espíritu.
De esta forma,
cuando toda la obra divina es consumada al entregar el hombre divino Su espíritu,
ese espíritu deja el cuerpo que había sido su órgano y su vaso. El tiempo había
llegado para hacerlo; y al hacerlo, Él aseguró el cumplimiento de otra palabra
divina: "No será quebrado hueso suyo." Pero todo participaba en el
cumplimiento de esas palabras, y los propósitos de Aquel que las había pronunciado
de antemano.
[67]
Ésta es la fuerza de la expresión; lo cual es muy distinto de la palabra
traducida "expiró" (gr.: exepneusen; expiró). Sabemos por
Lucas 23:46 que Él hizo esto cuando había dicho: "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu." Pero en Juan, el Espíritu Santo está presentando
incluso Su muerte como el resultado de un acto voluntario, entregando Su
espíritu, sin mencionar a quién encomendaba Él (como hombre con una fe absoluta
y perfecta) Su espíritu humano, Su alma, al morir. Lo que se muestra aquí es Su
divina competencia, y no Su confianza en Su Padre. La palabra no es utilizada
nunca de este manera sino en este pasaje en cuanto a Cristo, ni en el Nuevo
Testamento ni en la Septuaginta (versión de los LXX o Septuaginta).
Las señales de una
salvación eterna y perfecta
salen de Su
costado abierto;
el propósito del
registro de este hecho
Un soldado le abre
Su costado con una lanza. Es de un Salvador muerto del que fluyen las señales
de una salvación eterna y perfecta - el agua y la sangre; la una para limpiar al
pecador, la otra para expiar sus pecados. El evangelista lo vio. Su amor por el
Señor hace que le agrade recordar que le vio así hasta el final; él lo dice a
fin de que podamos creer. Pero si vemos en el discípulo amado el instrumento
que el Espíritu Santo utiliza (y muy dulce es verlo, y conforme a la voluntad
de Dios), veremos claramente quién es el que lo usa. ¡Cuántas cosas vio Juan
las cuales no relata! El grito de angustia y de abandono - el terremoto - la
confesión del centurión - la historia del ladrón: todas estas cosas
acontecieron ante sus ojos, los cuales estaban puestos en su Maestro; con todo,
él no las menciona. Habla de aquello que su Amado era en medio de todo ello. El
Espíritu Santo le hace relatar lo que pertenecía a la gloria personal de Jesús.
Sus afectos hacían que para él fuera una tarea dulce y agradable. El Espíritu
le unió a ello, utilizándole para realizar aquello para lo cual era bien apto.
Por medio de la gracia, el instrumento se prestó prontamente a hacer la obra
para la cual el Espíritu Santo le apartó. Su memoria y su corazón estaban bajo
la influencia dominante y exclusiva del Espíritu de Dios. Ese Espíritu los
empleó en Su obra. Uno simpatiza con el instrumento; uno cree en aquello que el
Espíritu Santo relata por medio de él, pues las palabras son aquellas del
Espíritu Santo.
Gracia divina
expresándose a sí misma,
pero la dignidad
personal de Cristo nunca se pierde
Nada puede ser más
conmovedor, más profundamente interesante, que la gracia divina expresándose de
este modo en humana ternura, y tomando su forma. Mientras que poseía toda la
realidad del afecto humano, esta ternura tenía todo el poder y toda la profundidad
de la gracia divina. Fue gracia divina que Jesús tuviera tales afectos. Por
otra parte, nada podía estar más lejos de la apreciación de esta fuente
soberana de amor divino, fluyendo a través del cauce perfecto que se hizo para
sí misma mediante su propio poder, que la pretensión de expresar nuestro amor
como recíproco; ello sería, por el contrario, errar completamente en esta
apreciación. Verdaderos santos entre los Moravos han llamado a Jesús 'hermano',
y otros han tomado prestado sus himnos o esta expresión: la Palabra nunca lo
dice. La Palabra nos dice que Él, "No se avergüenza de llamarlos
hermanos" (Hebreos 2:11); pero es otra cosa muy distinta que nosotros le
llamemos a Él de este modo. La dignidad personal de Cristo nunca se pierde en
la intensidad y ternura de Su amor.
José de Arimatea y
Nicodemo rindiendo los
últimos honores al
cuerpo muerto del Señor
Pero el Salvador
rechazado tenía que estar con el rico y el honorable en Su muerte, por muy
despreciado que Él pudiera haber sido previamente; y dos, los cuales no se
atrevieron a confesarle mientras Él vivió, despertados ahora por la grandeza
del pecado de su nación, y por el suceso mismo de Su muerte - que la gracia de
Dios, que los había reservado para esta obra, les hizo sentir - se ocupan de
las atenciones debidas a Su cuerpo muerto.
José, siendo él mismo un consejero, acude a pedirle a Pilato el cuerpo de
Jesús, uniéndose a él Nicodemo para rendir los últimos honores a Aquel a quien
ellos nunca habían seguido durante Su
vida. Podemos entender esto. Seguir a Jesús constantemente bajo vituperio, y
que uno se comprometa para
siempre con Su causa, es una cosa muy diferente de actuar cuando sucede alguna
gran ocasión en la cual no hay más lugar para lo anterior, y cuando la
magnitud del mal nos obliga a separarnos
de ello; y cuando el bien, rechazado porque es perfecto en su testimonio, y
es perfeccionado en su rechazo,
nos obligó a tomar parte, si por gracia existe en nosotros algún sentido moral.
Dios cumplió así Sus palabras de verdad. José y Nicodemo colocan el cuerpo del
Señor en un sepulcro nuevo en un huerto cerca de la cruz; pues, por causa de
ser la preparación de los Judíos, no pudieron hacer más en aquel momento.
Capítulo 20
Resumen de los
capítulos 20 y 21
En este capítulo
tenemos, en un resumen de los hechos principales que sucedieron después de la
resurrección de Jesús, una descripción de todas las consecuencias de aquel gran
acontecimiento, en conexión inmediata con la gracia que los produjo, y con los
afectos que deben ser vistos en los fieles cuando son llevados nuevamente a
relacionarse con el Señor; y, al mismo tiempo, una descripción de los caminos
de Dios hasta la revelación de Cristo al remanente antes del milenio. En el
capítulo 21, el milenio es descrito para nosotros.
Jesús resucitado;
María Magdalena buscando a Jesús;
Pedro y Juan
hallando las pruebas de Su resurrección
María Magdalena,
de quien Él había echado fuera siete demonios, aparece primero en la escena -
una conmovedora expresión de los caminos de Dios. Ella representa, no dudo, al
remanente Judío de ese día, personalmente unido al Señor, pero desconociendo el
poder de resurrección. Ella está sola en su amor: la fuerza misma de su afecto
la aísla. Ella no fue la única en ser salva, pero acude sola a buscar - a
buscar erróneamente, si ustedes quieren, pero a buscar - a Jesús, antes de que
el testimonio de Su gloria resplandeciese en un mundo de tinieblas, porque ella
le amaba. Ella llega antes que las otras mujeres, mientras era aún oscuro. Se
trata de un corazón amante (lo hemos visto ya en las mujeres creyentes) que se
ocupa de Jesús, cuando el testimonio público del hombre todavía escaseaba
completamente. Y es a este corazón que Jesús se manifiesta primero cuando Él
resucita. No obstante, el corazón de ella sabía dónde hallaría una respuesta.
Al no encontrar el cuerpo de Cristo, acude a Pedro y al otro discípulo, a quien
Jesús amaba. Pedro y el otro discípulo van, y hallan las pruebas de una
resurrección cumplida (en cuanto al propio Jesús), con toda la compostura que
caracteriza al poder de Dios, por muy grande que fuese la alarma que ello creó
en la mente del hombre. No había habido
prisa, todo estaba en orden, y Jesús no estaba allí.
El afecto de
María; el Buen Pastor y Sus ovejas
Los dos
discípulos, sin embargo, no son impulsados por el mismo apego que aquel que
llenaba el corazón de María, quien había sido el objeto de una liberación tan
poderosa [68] por parte del Señor.
[68]
"Siete demonios". Esto representa la posesión completa de esta pobre
mujer por los espíritus inmundos para quienes ella era una presa. Es la
expresión del verdadero estado del pueblo Judío.
Ellos ven, y sobre
estas pruebas evidentes, ellos creen. No fue un entendimiento espiritual de los
pensamientos de Dios por medio de Su palabra; ellos vieron y creyeron.
No hay nada en esto que mantuviera
unidos a los discípulos. Jesús se había ido; Él había resucitado. Ellos se
dieron por satisfechos sobre este punto, y vuelven a los suyos. Pero
María, llevada más por el afecto que por la inteligencia, no se satisface con
reconocer fríamente que Jesús había resucitado [69].
[69]
Es imposible para mí, al mostrar grandes principios para la ayuda de aquellos
que buscan comprender la Palabra, desarrollar todo lo que es tan profundamente
conmovedor e interesante en este vigésimo capítulo, sobre el cual he meditado a
menudo (por medio de la gracia) con creciente interés. Esta revelación del
Señor a la pobre mujer que no podía prescindir de su Salvador, tiene una
belleza conmovedora, realzada por cada detalle. Pero hay un punto de vista
sobre el que no puedo dejar de llamar la atención del lector. Hay cuatro
condiciones del alma presentadas aquí, las cuales, en su conjunto, son muy
instructivas, aplicada cada una en el caso de un creyente:
(1) Juan y Pedro, quienes ven y creen, son realmente
creyentes;
pero no ven en Cristo al único centro de todos los pensamientos de Dios, para
Su gloria, para el mundo, para las almas. Tampoco Él es eso para sus afectos,
aunque son creyentes. Habiendo encontrado que Él había resucitado, ellos
prescinden de Él. María, quien no sabía esto, quien incluso era culpablemente
ignorante, no podía, sin embargo, prescindir de Cristo. Debía poseerle a Él.
Pedro y Juan van a sus casas; este es el centro de sus intereses. Ellos
creyeron verdaderamente, pero el yo y la casa les bastaron.
(2) Tomás cree, y reconoce con fe verdadera y sana,
sobre pruebas
indisputables, que Jesús es su Señor y su Dios. Él cree verdaderamente por sí
mismo. Él no tuvo las comunicaciones de la eficacia de la obra del Señor, y de
la relación con Su Padre, a la cual Jesús trae a los Suyos, la asamblea. Tal
vez tiene paz, pero ha perdido toda la revelación de la posición de la
asamblea. ¡Cuántas almas - incluso almas salvadas - están en estas dos
condiciones!
(3) María Magdalena es ignorante en extremo. No
sabe que Cristo
ha resucitado. Ella tiene tan poco
sentido correcto de que Él es Señor y Dios, que piensa que alguien podía
haberse llevado Su cuerpo. Pero Jesús es
su todo, la necesidad de su alma, el único deseo de su corazón. Sin Él ella no tiene
hogar, ni Señor, ni nada. Ahora bien, Jesús responde a esta necesidad; indica
la obra del Espíritu Santo. Él llama a Su oveja por su nombre, se muestra a
ella antes que a nadie, le enseña que Su presencia no era ahora un regreso
corporal Judío a la tierra, que Él debe subir
a Su Padre, que los discípulos eran ahora Sus hermanos, y que fueron
puestos en la misma posición que Él con Su Dios y Su Padre - como Él mismo, el
Hombre resucitado, ascendido a Su Dios y Padre. Toda la gloria de la nueva
posición individual es declarada a ella.
(4) Esto reúne a los discípulos. Jesús, entonces,
les trae la paz
que Él ha hecho, y tienen el pleno gozo de un Salvador presente que la trae
para ellos. Él hace de esta paz (poseída por ellos en virtud de Su obra y Su
victoria) su punto de partida, los envía como el Padre le había enviado a Él, y
les imparte al Espíritu Santo como el aliento y poder de vida, para que
pudieran llevar esa paz a otros.
Estas son las comunicaciones de la eficacia de Su
obra, como Él
había dado a María aquella de la relación con el Padre derivada de esa obra. El
todo es la respuesta al apego de María a Cristo, o lo que resultó de ello. Si
por medio de la gracia hay afecto, la respuesta será concedida
indubitablemente. Es la verdad que fluye de la obra de Cristo. Ningún otro
estado que aquel que Cristo presenta aquí está en conformidad con lo que Él ha
hecho, y con el amor del Padre. Él no puede, por Su obra, situarnos en ningún
otro estado.
Ella pensó que
Él estaba muerto todavía, porque no le
poseía. Su muerte, el hecho de que no le hallara otra vez, añadieron a la
intensidad de su afecto, pues Él mismo era el objeto de este afecto. Todas las
señales de este afecto son producidas aquí del modo más conmovedor. Ella supone
que el hortelano tenía que saber de
quién se trataba, sin decírselo ella, pues ella pensaba solamente en uno
(como si yo preguntara por un objeto amado en una familia: '¿Cómo está él?').
Inclinándose sobre el sepulcro, vuelve su cabeza cuando Él se acerca; pero
entonces, el Buen Pastor, resucitado de los muertos, llama a Su oveja por su
nombre; y la conocida y amada voz - poderosa conforme a la gracia que así le
había llamado - revela al instante a Aquel que ella escuchó. Ella se vuelve a
Él, y responde:"¡Raboni!" - 'mi Maestro'.
La nueva posición
y la nueva relación
del Señor con el
remanente
Pero, mientras se
revelaba así al remanente amado, a quienes Él había liberado, todo es cambiado
en la posición de ellos y en Su relación
con ellos. Él no iba a morar ahora corporalmente en medio de Su pueblo en la tierra.
Él no había regresado para restablecer el reino en Israel. "No me
toques", dice Él a María. Pero por la redención Él había forjado una cosa
mucho más importante. Los había situados en la misma posición que Él con Su
Padre y Su Dios; y los llama - lo que Él nunca había hecho, ni podía haber
hecho antes - Sus hermanos. Hasta Su muerte el grano de trigo permaneció solo.
Puro y perfecto, el Hijo de Dios, no podía permanecer en la misma relación con
Dios que el pecador; pero, en la gloriosa posición que iba a reasumir como
hombre, Él podía, por medio de la redención, asociarse Él mismo con Sus
redimidos, limpiados, regenerados, y adoptados en Él.
La nueva posición
del remanente con Él
Les comunica una
palabra de la nueva posición que habían de tener en común con Él. Dice a María:
"No me toques,...; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." La voluntad del Padre -
cumplida por medio de la gloriosa obra del Hijo, quien, como hombre, ha tomado
Su lugar, aparte del pecado, con Su Dios y Padre - y la obra del Hijo, la
fuente de vida eterna para ellos, ha traído a los discípulos a la misma
posición que Él delante del Padre.
El Señor
resucitado en medio de los discípulos reunidos,
trayendo paz
El testimonio dado
de esta verdad reúne a los discípulos. Ellos se encuentran a puertas
cerradas, desprotegidos ahora del cuidado y poder de Jesús, el Mesías, Jehová
en la tierra. Pero si no tenían ya el refugio de la presencia del Mesías,
tienen a Jesús en medio de ellos, trayéndoles aquello que no podían tener antes
de Su muerte - "Paz".
Los discípulos
enviados al mundo por Él
con paz como su
punto de partida
Pero Él no les
llevó esta bendición meramente como la porción que les pertenecía. Habiéndoles
dado pruebas de Su resurrección, y que en Su cuerpo Él era el mismo Jesús, los
establece en esta paz perfecta como el punto de partida de su misión. El Padre,
fuente eterna e infinita de amor, había enviado al Hijo, quien permaneció en
este amor, quien fue el testigo de ese amor, y de la paz que Él, el Padre,
derramó en derredor Suyo, donde el pecado no tenía existencia. Rechazado en Su
misión, Jesús había - a favor de un mundo donde el pecado existía - hecho la
paz para todos aquellos que recibieran el testimonio de la gracia que la había
logrado; y Él envía ahora a Sus discípulos desde el seno de esa paz a la que
los había traído, por la remisión de los pecados mediante Su muerte, para dar
testimonio de ella en el mundo.
El Espíritu Santo
dado para paz y poder
Él dice nuevamente,
"Paz a vosotros", para enviarlos al mundo vestidos y llenos de esa
paz, sus pies calzados con ella, así como el Padre le había enviado a Él. Les
da el Espíritu Santo para este fin, que conforme a Su poder pudieran llevar la
remisión de pecados a un mundo agobiado bajo el yugo del pecado.
La distinción
entre el otorgamiento del Espíritu Santo aquí
y en Pentecostés
No dudo que,
históricamente hablando, el Espíritu aquí se diferencia de Hechos 2, puesto que
aquí se trata de un aliento de vida interior, así como Dios sopló en la nariz
de Adán aliento de vida. No se trata del Espíritu Santo enviado desde el cielo.
Así, Cristo, quien es un Espíritu vivificante, les imparte vida espiritual
conforme al poder de resurrección [70]. En cuanto a la
[70]
Comparen con Romanos 4-8, y Colosenses 2 y 3. La resurrección era el poder de
la vida que los sacó del dominio del pecado, el cual tenía su final en la
muerte, y que fue condenado en la muerte de Jesús, y ellos están muertos a él,
pero no condenados por él, habiendo sido el pecado condenado en Su muerte. Esto
no es una cuestión de culpa, sino de estado. Nuestra culpa, bendito sea Dios,
fue quitada también. Pero aquí nosotros morimos con Cristo, y la resurrección
nos presenta (Romanos, como hemos citado, desvela el aspecto de la muerte;
Colosenses añade la resurrección. En Romanos se trata de la muerte al pecado,
en Colosenses de la muerte al mundo) viviendo ante Dios en una vida en la que
Jesús - y nosotros por medio de Él -
apareció en Su presencia conforme a la perfección de la justicia divina.
Pero esto suponía también Su obra.
escena general presentada
figurativamente en este pasaje, se trata del Espíritu otorgado a los santos
reunidos por el testimonio de Su resurrección y Su ida al Padre, así como toda
la escena representa la asamblea en sus actuales privilegios. De este modo,
tenemos al remanente unido a Cristo por amor; creyentes individualmente reconocidos
como hijos de Dios, y en la misma
posición de Cristo ante Él; y entonces la asamblea fundada sobre este
testimonio, reunida con Cristo en el centro, en el disfrute de la paz; y sus
miembros, constituidos individualmente, en conexión con la paz que Cristo hizo,
un testimonio al mundo de la remisión de pecados - siéndoles encomendada a
ellos su administración.
La ausencia de
Tomás de esta primera reunión
Tomás representa a
los Judíos en los días postreros, quienes creerán cuando verán. Bienaventurados
aquellos que han creído sin haber visto. Pero la fe de Tomás no tiene que ver
con la posición de filiación. Él reconoce, como lo hará el remanente, que Jesús
es su Señor y su Dios. Tomás no estuvo con ellos en su primera reunión de
iglesia.
El Señor aquí, por
Sus acciones, consagra el primer día de la semana para Su reunión con los
Suyos, en espíritu aquí abajo.
El objetivo del
evangelista en lo que se relata
El evangelista
está lejos de agotar todo lo que había que relatar de lo que Jesús hizo. El
objetivo de aquello que ha relatado está vinculado con la comunicación de la
vida eterna en Cristo; primero, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y, en
segundo lugar, que al creer tenemos vida en Su nombre. A esto está consagrado
el Evangelio.
Capítulo 21
El capítulo 21
retratando la obra milenaria de Cristo
El siguiente
capítulo, mientras rinde un nuevo testimonio de la resurrección de Jesús, nos
da - hasta el versículo 13 - un retrato de la obra milenaria de Cristo; a partir
de ahí hasta el final, tenemos las porciones especiales de Pedro y de Juan en
relación con su servicio a Cristo. La aplicación se limita a la tierra, pues
ellos habían conocido a Jesús en la tierra. Es Pablo quien nos dará la posición
celestial de Cristo y de la asamblea. Pero él no tiene ningún sitio aquí.
Los discípulos
pescando en Galilea; Pedro y Juan
en las mismas
circunstancias como
cuando fueron
llamados por primera vez
Conducidos por
Pedro, varios de los apóstoles se van a pescar. El Señor se encuentra con ellos
en las mismas circunstancias que aquellas en las que los halló en el principio,
y se les revela del mismo modo. Juan comprende enseguida que es el Señor.
Pedro, con su energía habitual, Pedro se echa al mar para acercarse al Señor.
Observen aquí, que
nos hallamos de nuevo sobre el terreno de los Evangelios históricos - es decir,
que el milagro de la captura de peces se identifica con la obra de Cristo en la
tierra, y está en la esfera de Su anterior asociación con Sus discípulos. Es Galilea,
no Betania. No tiene el carácter habitual de este Evangelio, el cual presenta a
la Persona divina de Jesús, fuera de toda dispensación, aquí abajo, elevando
nuestros pensamientos sobre todos tales asuntos. Aquí (al final del Evangelio y
del bosquejo dado en el capítulo 20 del resultado de la manifestación de Su
Persona divina y de Su obra) el evangelista viene por primera vez al terreno de
los Evangelios sinópticos, de la manifestación y frutos venideros de la
relación de Cristo con la tierra. Así, la aplicación del pasaje a este punto no
es meramente una idea que el relato sugiera a la mente, sino que descansa sobre
la enseñanza general de la Palabra.
La diferencia
después de la manifestación del Señor;
la red intacta; la
obra milenaria de Cristo no se daña
Con todo, hay
todavía una notable diferencia entre aquello que tuvo lugar en el principio, y
con lo que ocurrió aquí. En la escena anterior, el bote empezó a hundirse, las
redes se rompieron. No pasa lo mismo aquí, y el Espíritu Santo marca esta
circunstancia como distintiva: la obra milenaria de Cristo no se daña. Él está
allí después de Su resurrección, y aquello que Él lleva a cabo no descansa, en
sí mismo, en la responsabilidad del hombre en cuanto a su efecto aquí abajo: la
red no se rompe. Del mismo modo, cuando los discípulos traen el pescado que
habían capturado, el Señor ya tenía algunos allí. Así será en la tierra al
final. Antes de Su manifestación Él habrá preparado un remanente para Sí mismo
en la tierra; pero después de Su manifestación, reunirá también a una multitud
del mar de las naciones.
Cristo acompañado
de Sus discípulos;
Sus tres
manifestaciones
Se presenta otra
idea. Cristo está de nuevo acompañado de Sus discípulos. "Venid",
dice Él, "comed." No se trata aquí de cosas celestiales, sino de la
renovación de Su relación con Su pueblo en el reino. Todo esto no pertenece
inmediatamente al tema de este Evangelio, el cual nos conduce más alto.
Conforme a esto, es introducida de forma misteriosa y simbólica. Se habla de
esta aparición de Cristo como de Su
tercera manifestación. Dudo que Su manifestación en la tierra antes de Su
muerte sea incluida en el número. Yo la aplicaría más bien a aquella que,
después de Su resurrección, dio lugar a la reunión de los santos como asamblea;
en segundo lugar, la aplico a una revelación de Sí mismo a los Judíos según la
manera en que es presentada en el Cantar de los Cantares; y por último, la
aplico aquí a la exhibición pública de Su poder, cuando Él haya reunido ya al
remanente. Su aparición como el relámpago queda fuera de todas estas cosas.
Históricamente las tres apariciones fueron - el día de Su resurrección, el
siguiente primer día de la semana, y Su aparición en el Mar de Galilea.
La restauración de
Pedro; las ovejas del Señor
encomendadas a su
cuidado cuando se humilló
Después, en un
pasaje lleno de gracia inefable, Él confía a Pedro el cuidado de Sus ovejas (es
decir, no lo dudo, de Sus ovejas Judías; él es el apóstol de la circuncisión),
y deja a Juan un período indefinido de estancia en la tierra. Sus palabras se
aplican mucho más al ministerio de ellos que a sus personas, con la excepción
de un versículo que hace referencia a Pedro. Pero esto requiere ser ampliado
algo más.
El Señor comienza
con la plena restauración del alma de Pedro. Él no le reprocha su falta, sino
que juzga la fuente del mal que la produjo - la confianza propia. Pedro había
dicho, que si todos negaban a Jesús, con todo, él, por lo menos, no le negaría.
El Señor, por tanto, le pregunta, "¿me amas más que éstos?" y Pedro
es reducido a reconocer que se requería la omnisciencia de Dios para saber que
él, quien se había jactado de tener más amor que los otros por Jesús, no tenía
en realidad ningún afecto por Él en absoluto. Y la pregunta repetida tres
veces, debió verdaderamente haber escudriñado las profundidades de su corazón.
No fue sino hasta la tercera vez que él dice, "tú lo sabes todo; tú sabes
que te amo." Jesús no dejó libre su conciencia hasta que no hubiese
llegado a eso. No obstante, la gracia que hizo esto para el bien de Pedro - la
gracia que le había seguido a pesar de todo, orando por él antes de que
sintiese su necesidad o que hubiera cometido la falta - es perfecta aquí
también. Pues, en el momento que podía pensarse que a lo sumo él habría sido
readmitido por medio de la paciencia divina, el testimonio más fuerte de gracia
se prodiga sobre él. Cuando se humilló por su caída, y fue llevado a una total
dependencia de la gracia, ésta se manifiesta sobreabundantemente. El Señor le
encomienda aquello que más amaba - las ovejas que había recién redimido. Él las
encomienda al cuidado de Pedro. Ésta es la gracia que sobrepasa todo lo que el
hombre es, que está por sobre todo lo que el hombre es; la cual,
consecuentemente, produce confianza, no en el yo, sino en Dios, como en Uno en
cuya gracia se puede confiar siempre, siendo lleno de gracia y perfecto en
aquella gracia que está por encima de
todo, y que es siempre ella misma; gracia que nos capacita para llevar a cabo
la obra de gracia hacia - ¿quién? - hacia el hombre, quien la necesita. Esta
gracia crea confianza en proporción a la medida en la que actúa.
Pienso que las
palabras del Señor se aplican a las ovejas ya conocidas por Pedro; y con las
cuales solamente Jesús había estado en contacto diario, las que estarían,
naturalmente, ante Su mente, y ello en la escena que vemos que este capítulo
pone ante nuestros ojos - las ovejas de la casa de Israel.
Me parece que hay
una progresión en aquello que el Señor dice a Pedro. Él pregunta, "¿me
amas tú más que éstos?" Pedro dice, "¡...tú sabes que yo te
quiero!" Jesús le responde: "Apacienta mis corderos." (Juan
21:15 - Versión Moderna). La segunda vez Él dice solamente: "¿...me
amas?", omitiendo la comparación entre Pedro y el resto, y su anterior
pretensión. Pedro repite la declaración
de su afecto. Jesús le dice: "Pastorea mis ovejas." La tercera
vez Él dice, "¿...me quieres?" [*] usando la propia expresión de
Pedro; y al responder Pedro, como hemos visto, aprovechando este uso de sus
palabras hecho por el Señor, Él dice: "Apacienta mis ovejas." (Juan
21:17 - Versión Moderna). Los vínculos entre Pedro y Cristo conocidos en la
tierra le capacitaban para pastorear el rebaño del remanente Judío - apacentar
los corderos, mostrándoles al Mesías tal Él había sido, y actuar como un
pastor, guiando a aquellas que estaban más avanzadas, y proveyéndoles el
alimento.
[*
Nota del Traductor: En las dos primeras preguntas, Jesús usa un verbo (agapan
en griego, equivalente, incluso en su fonética, al hebreo aheb) que
indica una entrega total de la persona, que compromete la mentalidad y la
voluntad. Comoquiera que Pedro no responde con el mismo verbo, sino con otro (philéin
en griego, equivalente, al menos en parte, al hebreo rajam) que indica
afecto a parientes, amigos, etc., e implica sentimiento y emoción, Jesús se
acomoda, en la tercera pregunta, a este nivel afectivo de Pedro, y le pregunta
con el mismo verbo que Pedro había usado al responder a las dos primeras
preguntas. (Fuente: Comentario Bíblico de Matthew Henry, Traducido y Adaptado
al Castellano por Francisco Lacueva, Editorial Clie, Terrasa, Barcelona,
España)]
El deseo de Pedro
de seguir al Señor concedido
por la voluntad de
Dios
Pero la gracia del
amante Salvador no se detuvo aquí. Pedro podía sentir todavía el pesar de haber
perdido una oportunidad tal de confesar al Señor en el momento crítico. Jesús
le asegura que si él hubiese fracasado al hacerlo de su propia voluntad, debe
permitírsele hacerlo por la voluntad de Dios; y de la manera como cuando de
joven se ceñía solo, otros le ceñirían cuando fuese viejo y le llevarían donde
él no quisiera. Le sería dado por voluntad de Dios el morir por el Señor, tal
como lo había dicho anteriormente que
estaba dispuesto a hacerlo por su propia fuerza. También, ahora que Pedro fue
humillado y llevado enteramente bajo la gracia - que supo que él no tenía
fuerza - que sintió su dependencia del Señor, su absoluta ineficacia si
confiaba en su propio poder - ahora, repito, el Señor llama a Pedro a seguirle,
lo cual él había pretendido hacer cuando el Señor le había dicho que no podía.
Era esto lo que su corazón deseaba. Alimentando a aquellos que Jesús había
continuado alimentando hasta Su muerte, vería cómo Israel rechazaba todo, cómo
Cristo les había visto hacerlo; y vería terminar su obra, como Cristo había
visto terminar la Suya (el juicio listo para caer, empezando por la casa de
Dios). Finalmente, Él haría ahora aquello que pretendió hacer y no pudo -
seguir a Cristo a la prisión, y a la muerte.
La porción y el
ministerio de Juan
Luego viene la
historia del discípulo que Jesús amaba. Habiendo, sin duda, escuchado Juan la
llamada dirigida a Pedro, también los seguía; y Pedro, unido a él, como hemos
visto, por su común amor al Señor, pregunta qué le sucedería a él igualmente.
La respuesta del Señor anuncia la porción y el
ministerio de Juan, pero, según me parece, en relación con la tierra.
Pero, la expresión enigmática del Señor es, no obstante, tan notable como
importante, "Si quiero que él permanezca hasta que yo venga, ¿qué se te da
a ti?" (Juan 21:22 - Versión Moderna). Ellos pensaron, en consecuencia,
que Juan no moriría. El Señor no dijo esto - una advertencia a no atribuir un
significado a Sus palabras, en lugar de recibir uno; y mostrando, al mismo
tiempo, nuestra necesidad de la ayuda del Espíritu Santo, porque las palabras
pueden ser tomadas literalmente. Atendiendo yo mismo, a esta advertencia, diré
lo que pienso que es el significado de las palabras del Señor, del cual no
tengo ninguna duda - un significado que da una llave a muchas otras expresiones
del mismo tipo.
La relación con la
tierra en el Evangelio de Juan;
la destrucción de
Jerusalén como centro terrenal;
la asamblea
celestial reunida fuera
En el relato del Evangelio,
nosotros estamos en relación con la tierra (es decir, la relación de Jesús con
la tierra). Plantada en la tierra en Jerusalén, la asamblea, como la casa de
Dios, es reconocida formalmente tomando el lugar de la casa de Jehová en
Jerusalén. La historia de la asamblea, establecida formalmente así como un
centro en la tierra, finalizó con la destrucción de Jerusalén. El remanente
salvado por el Mesías no tenía que estar ya en relación con Jerusalén, el
centro de la reunión de los Gentiles. En este sentido, la destrucción de
Jerusalén pone término judicialmente al nuevo sistema de Dios en la tierra - un
sistema promulgado por Pedro (Hechos 3), con respecto al cual Esteban declaró a
los Judíos la resistencia de ellos al Espíritu Santo, y fue enviado, por así
decirlo, como un mensajero tras Aquel que había ido a recibir el reino y
volver; mientras Pablo - escogido de entre aquellos enemigos de las buenas
nuevas, dirigidas aún a los Judíos por el Espíritu Santo después de la muerte
de Cristo, y separado de Judíos y Gentiles, a fin de ser enviado a estos
últimos - lleva a cabo una obra nueva que estaba oculta de los profetas de
antaño, a saber, la reunión de una asamblea celestial, sin distinción de Judíos
o Gentiles.
El alcance del
ministerio de Juan
La destrucción de
Jerusalén puso fin a uno de estos sistemas, y a la existencia del Judaísmo
conforme a la ley y las promesas, dejando solamente la asamblea celestial. Juan
permaneció - el último de los doce - hasta este período, y después de Pablo, a
fin de velar sobre la asamblea establecida sobre esa base, es decir, como la
estructura organizada y terrenal (responsable en ese carácter) del testimonio
de Dios, y sujeta a Su gobierno en la tierra. En su ministerio Juan continuó
hasta el fin, hasta la venida de Cristo en juicio a la tierra; y él ha
vinculado el juicio de la asamblea, como el testigo responsable en la tierra,
con el juicio del mundo, cuando Dios reanudará Su relación con la tierra en
gobierno (siendo terminado el testimonio de la asamblea, y habiendo sido
arrebatada, conforme a su carácter apropiado, para estar con el Señor en el
cielo).
El alcance del
Apocalipsis
Así, el
Apocalipsis presenta el juicio de la asamblea en la tierra, como testigo formal
de la verdad; y luego sigue hasta la reasunción del gobierno de la tierra, en
vista del establecimiento del Cordero en el trono, y la abrogación del poder
del mal. El carácter celestial de la asamblea se halla solamente allí, cuando
sus miembros son exhibidos en tronos como reyes y sacerdotes, y cuando las
bodas del Cordero tienen lugar en el cielo. La tierra - después de las Siete
Iglesias - no tiene ya el testimonio celestial. Este no es el asunto, ni en las
siete asambleas, o en la parte profética adecuadamente llamada así. De este
modo, tomando las asambleas como tales en aquellos días, la asamblea conforme a
Pablo no se ve allí. Tomando las asambleas como descripciones de la asamblea,
el sujeto del gobierno de Dios en la tierra, la tenemos hasta su rechazo final;
y la historia es continua, y la parte profética está conectada inmediatamente
con el fin de la asamblea: sólo que, en lugar de ella, tenemos el mundo y luego
a los Judíos [71].
[71]
De este modo, nosotros tenemos en la vida ministerial, y en la enseñanza, de
Pedro y Juan, toda la historia terrenal desde el principio hasta el fin,
comenzando con los Judíos seguida por las relaciones de Cristo con ellos,
atravesando toda la época cristiana, y hallándose de nuevo, después del término
de la historia terrenal de la asamblea, en el terreno de las relaciones de Dios
con el mundo (incluyendo al remanente Judío), en vista de la introducción del
Primogénito en el mundo (el último suceso glorioso poniendo fin a la historia
que comenzó con Su rechazo).
Pablo está sobre un terreno muy diferente. Él ve
la asamblea, como
el cuerpo de Cristo, unida a Él en el cielo.
La venida de
Cristo (tal como es mencionada
en el capítulo
21:22) y el ministerio de Juan
Por lo tanto, la
venida de Cristo, de la cual se habla al final del Evangelio, es Su manifestación
en la tierra; y Juan, quien vivió en persona hasta el término de todo aquello
que fue presentado por el Señor en relación con Jerusalén, continúa aquí, en su
ministerio, hasta la manifestación de Cristo al mundo.
La enseñanza de
Juan; la obra de Pedro y Pablo
En Juan, entonces,
tenemos dos cosas. Por una parte, su ministerio, por lo que respecta a su
relación con la dispensación y con los caminos de Dios, no va más allá de
aquello que es terrenal: la venida de Cristo, es Su manifestación para completar
esos caminos, y establecer el gobierno de Dios. Por otra parte, él nos vincula
con la Persona de Jesús, quien está sobre y fuera de todas las dispensaciones,
y de todos los tratos de Dios, salvo por ser la manifestación de Dios mismo.
Juan no entra en el terreno de la asamblea como Pablo lo anuncia. O se trata de
Jesús personalmente, o bien de las relaciones de Dios con la tierra
[72].
[72]
Juan presenta al Padre manifestado en el Hijo, a Dios dado a conocer por el
Hijo que está en el seno del Padre, y ello, además, como vida eterna - Dios
para nosotros, y vida. Pablo es utilizado para revelar nuestra presentación a
Dios en Él. Aunque cada uno alude, al pasar, al punto del otro, uno se
caracteriza por la presentación que hace de Dios a nosotros y de la vida eterna
dada, el otro, por nuestra presentación a Dios.
Su epístola presenta la reproducción de la vida de Cristo en nosotros,
guardándonos de toda pretensión de maestros perversos. Pero, mediante estas dos
partes de la verdad, tenemos un sustento precioso de la fe dado a nosotros,
cuando todo lo que pertenece al cuerpo de testimonio pueda fracasar; Jesús,
personalmente es el objeto de la fe en quien conocemos a Dios; la vida misma de
Dios, reproducida en nosotros, siendo vivificados por Cristo. Esto es cierto
para siempre, y esto es vida eterna, aun cuando estuviéramos solos sin la
asamblea en la tierra; y es lo que nos conduce sobre sus ruinas, en posesión de
aquello que es esencial, y de lo que permanecerá para siempre. El gobierno de Dios
decidirá todo lo demás; sólo que es nuestro privilegio y deber el mantener la
parte de Pablo del testimonio de Dios, mientras lo podamos hacer por medio de
la gracia.
Observen también
que la obra de Pedro y Pablo es la de reunir, ya sea a los de la circuncisión o
a los Gentiles. Juan es conservador, manteniendo aquello que es esencial en la
vida eterna. Él relata el juicio de Dios en relación con el mundo, pero como un
asunto que está fuera de sus propias relaciones con Dios, las cuales son dadas
como una introducción y exordio del Apocalipsis. Él sigue a Cristo cuando Pedro
es llamado, porque, aunque Pedro estaba ocupado, como Cristo había estado, del
llamamiento de los Judíos, Juan - sin ser llamado a esa obra - le siguió sobre
el mismo terreno. El Señor lo explica, como hemos visto.
La inagotable
plenitud de todo lo que Jesús hizo
Los versículos
24-25 son una clase de inscripción sobre el libro. Juan no ha relatado todo lo
que Jesús hizo, sino aquello que le reveló a Él como la vida eterna. En cuanto
a Sus obras, no se podían enumerar.
Aquí, gracias sean
dadas a Dios, quedan expuestos estos cuatro libros preciosos, hasta donde Dios
me ha capacitado para hacerlo, en sus grandes principios. La meditación en
detalle sobre sus contenidos, debo dejarla a cada corazón individual, asistido
por la poderosa operación del Espíritu Santo; pues si se estudian
detalladamente, uno casi podría decir con el apóstol que el mundo no podría
contener los libros que se escribirían. ¡Pueda Dios en Su gracia conducir a las
almas al gozo de las inagotables corrientes de la gracia y de la verdad en
Jesús que ellos contienen!
J. N. DARBY
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - 2006.-
www.graciayverdad.net