SINOPSIS
de los Libros
de la Biblia
1ª
Juan
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto
en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican
otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
Introducción
El carácter
peculiar de la primera epístola de Juan
La epístola de Juan tiene un carácter peculiar. Es
la vida eterna manifestada en Jesús e impartida a nosotros, — la vida que
estaba con el Padre y que está en el Hijo. Es en esta vida que los creyentes disfrutan
la comunión del Padre, están en relación con el Padre por el Espíritu de
adopción y tienen comunión con el Padre y con el Hijo. El propio carácter de
Dios es aquello que pone esto a prueba; porque procede de Él mismo.
El primer capítulo establece estos dos últimos
puntos: a saber, la comunión con el Padre y con el Hijo y que esta comunión
debe ser conforme al carácter esencial de Dios. El nombre de Padre es lo que da
carácter al segundo capítulo. Después tenemos lo que Dios es, lo cual pone a
prueba la realidad de la vida impartida.
Lo que caracteriza
las epístolas de Pablo y ésta de Juan
Si bien las epístolas de Pablo hablan de esta vida
ellas se ocupan en general en exponer a los cristianos la verdad respecto al
medio de presentarse ante Dios justificados y aceptos. La epístola de Juan, es
decir, la primera, nos muestra la vida que viene de Dios por Jesucristo. Juan coloca
a Dios ante nosotros, el Padre revelado en el Hijo y la vida eterna en Él.
Pablo nos coloca ante Dios aceptos en Cristo. Yo hablo de lo que los
caracteriza. Cada uno menciona respectivamente el otro punto.
La vida eterna
manifestada en la Persona de Jesús
es la vida del cristiano
Ahora bien, esta vida manifestada como está en la
Persona de Jesús es tan preciosa que la epístola que ahora tenemos ante
nosotros tiene a este respecto un encanto muy peculiar. Asimismo, cuando yo
vuelvo mis ojos a Jesús, cuando contemplo toda Su obediencia, Su pureza, Su
gracia, Su ternura, Su paciencia, Su consagración, Su santidad, Su amor, Su
completa libertad de todo egoísmo, yo puedo decir: «Esa es mi vida».
Esto es gracia inconmensurable. Puede ser que esté
oscurecida en mí; pero no obstante es cierto que ésa es mi vida. Oh, ¡cómo la
disfruto vista así! ¡Cómo bendigo a Dios por ella! ¡Qué descanso para el alma!
¡Qué gozo puro para el corazón! Al mismo tiempo Jesús mismo es el objeto de mis
afectos; y todos mis afectos son formados en ese objeto santo. [Véase nota 1].
[Nota
1]. Y esto es moralmente muy importante; aunque es en Él y no en mí mismo en
quien me regocijo y me deleito.
Capítulo
1
La Persona del Hijo, la vida
eterna manifestada en
carne
Pero
debemos volver a nuestra epístola. Había muchas pretensiones de nueva luz, de
puntos de vista más claros. Se decía que el cristianismo era muy bueno como
cosa elemental; pero que había envejecido y que había una nueva luz que iba
mucho más allá de esa verdad crepuscular.
La Persona
de nuestro Señor, la verdadera manifestación de la vida divina misma disipaba
todas aquellas orgullosas pretensiones, aquellas exaltaciones de la mente
humana bajo la influencia del enemigo que no hacían más que oscurecer la verdad
y conducir la mente de los hombres de regreso a las tinieblas de donde ellos
mismos procedían.
Lo que era
desde el principio (del cristianismo, es decir, en la Persona de Cristo),
lo que ellos habían oído, lo que habían visto con sus ojos, lo que habían
contemplado, lo que habían palpado con sus manos respecto a la Palabra de vida,
— eso era lo que el Apóstol anunciaba. Porque la vida misma había sido
manifestada. Aquella vida que estaba con el Padre había sido manifestada a los
discípulos. ¿Podía haber algo más perfecto, más excelente, algún acontecimiento
más admirable a los ojos de Dios que Cristo mismo, que esa Vida que estaba con
el Padre, manifestada en toda su perfección en la Persona del Hijo? Tan pronto
como la Persona del Hijo es el objeto de nuestra fe nosotros sentimos que la
perfección debe haber estado en el principio.
Entonces, nuestro
tema en esta epístola es la Persona del Hijo, la vida eterna manifestada en
carne.
La promesa condicional de la
ley y la vida venida
en gracia;
el Salvador presentado en primer
lugar
antes de que el carácter de
Dios sea revelado
Consecuentemente,
gracia es lo que ha de ser notado aquí en lo que se refiere a la vida; mientras
que Pablo la presenta en relación con la justificación. La ley prometía
vida dependiente de la obediencia; pero la vida vino en la Persona de
Jesús, en toda su propia perfección divina, en sus manifestaciones humanas. ¡Oh
cuán preciosa es la verdad de que esta vida, tal como estaba con el Padre, tal
como estaba en Jesús, nos es dada! ¡En qué relaciones nos coloca mediante el poder
del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo mismo! Y esto es lo primero que
el Espíritu pone ante nosotros. Y observen la manera en que aquí todo es gracia.
De hecho, más adelante Él pone a prueba todas las pretensiones de posesión de
comunión con Dios mostrando el carácter propio de Dios, un carácter del cual Él
nunca puede desviarse. Pero antes de entrar en esto Él presenta al Salvador
mismo y la comunión con el Padre y con el Hijo por este medio, sin duda y sin
modificación. Esta es nuestra posición y nuestro gozo eterno.
La vida no es conocida sin conocer
al Hijo;
comunión con Él
El Apóstol
había visto esa vida, la había palpado con sus manos; y él escribía a otros
proclamando esto para que también ellos tuvieran comunión con él en el
conocimiento de la vida que había sido así manifestada. [Véase nota 2].
[Nota 2]. La vida ha sido manifestada. Por tanto ya no
tenemos que buscarla, buscarla con incertidumbre en las tinieblas, explorar al
azar lo indefinido o la oscuridad de nuestro propio corazón para encontrarla,
trabajar infructuosamente bajo la ley para obtenerla. Nosotros la contemplamos:
ella está revelada, está aquí, en Jesucristo. Aquel que posee a Cristo posee
esa vida.
Ahora bien, dado que esa vida era el Hijo ella no
podía ser conocida sin conocer al Hijo; es decir, lo que Él era entrando en Sus
pensamientos, en Sus sentimientos: de lo contrario Él no es realmente conocido.
Era así como ellos tenían comunión con Él, con el Hijo. ¡Precioso hecho! Entrar
en los pensamientos (en todos los pensamientos) y en los sentimientos del Hijo
de Dios descendido en gracia: hacer esto en comunión con Él; es decir, no sólo
conocerlos sino compartir estos pensamientos y sentimientos con Él. De hecho, ello
es la vida.
Comunión con el
Hijo implica comunión con el Padre
Pero nosotros no podemos tener al Hijo sin tener
al Padre. Aquel que Le había visto había visto al Padre; y consecuentemente
aquel que tenía comunión con el Hijo tenía comunión con el Padre; porque Sus
pensamientos y sentimientos eran todos uno. Él está en el Padre y el Padre en
Él. Por consiguiente nosotros tenemos comunión con el Padre. Y esto es verdad
también cuando lo consideramos en otro aspecto. Nosotros sabemos que el Padre tiene
toda Su complacencia en el Hijo. Ahora bien, al revelarnos el Hijo Él nos ha concedido
que débiles como somos tengamos nuestro
deleite también en Él. Yo sé que cuando me deleito en Jesús, — en Su
obediencia, Su amor a Su Padre, a nosotros, Su ojo sencillo y Su corazón
puramente consagrado, — yo tengo los mismos sentimientos, los mismos
pensamientos, que el Padre mismo. En lo que el Padre se complace, no puede más
que complacerse, en Aquel en quien yo me deleito ahora, yo tengo comunión con
el Padre. Así es con el Hijo en el conocimiento del Padre. Todo esto emana tanto
en uno como en otro punto de vista de la Persona del Hijo. En esto nuestro gozo
es completo. ¿Qué más podemos nosotros tener que tener al Padre y al Hijo? ¿Qué
felicidad más perfecta puede haber que la comunidad de pensamientos,
sentimientos, gozos y comunión con el Padre y con el Hijo, obteniendo todo
nuestro gozo desde ellos mismos? Y si ello parece difícil de creer recordemos
que en verdad no puede ser de otro modo: porque en la vida de Cristo el
Espíritu Santo es la fuente de mis pensamientos, sentimientos, comunión, y Él
no puede dar pensamientos distintos de los del Padre y de los del Hijo. En su
naturaleza ellos deben ser los mismos. Decir que son pensamientos adorables
está en la naturaleza misma de las cosas y sólo los hace más preciosos. Decir
que son débiles y a menudo entorpecidos mientras que el Padre y el Hijo son
divinos y perfectos es, si es verdad, decir que el Padre y el Hijo son Dios,
son divinos, y nosotros somos débiles criaturas. Eso ciertamente nadie lo
negará. Pero si el bendito Espíritu es la fuente ellos deben ser lo mismo en
cuanto a naturaleza y hecho.
Entonces, esta es nuestra posición cristiana aquí
abajo en el tiempo mediante el conocimiento del Hijo de Dios; como dice el
Apóstol: "Os escribimos estas cosas para que vuestro gozo sea completo".
(1ª Juan 1:4 – RV1977).
El unigénito dando
a conocer a Dios;
la revelación de Su
naturaleza como luz,
excluyendo todo lo
que no es ella misma
Pero Él que era la vida que procedía del Padre nos
ha traído el conocimiento de Dios. [Véase nota 3].
[Nota
3]. Se encontrará que cuando en los escritos de Juan se habla de la gracia para
con nosotros él habla del Padre y del Hijo; cuando habla de la naturaleza de
Dios o de nuestra responsabilidad, él dice Dios. Juan capítulo 3 y 1ª Juan capítulo
4 pueden parecer excepciones pero no lo son. Se trata de lo que Dios es como tal
y no de la acción y relación personal en la gracia.
El Apóstol había oído de Sus labios lo que Dios
era, — conocimiento de inestimable valor pero que escudriña el corazón. Y esto
también el Apóstol lo anuncia a los creyentes, de parte del Señor. Este es
entonces el mensaje que ellos habían oído de Él, a saber, que Dios es luz y que
no hay ningunas tinieblas en Él. En cuanto a Cristo Él habló lo que sabía y testificó
lo que Él había visto. Nadie había estado en el cielo sino Aquel que descendió
desde allí. (Juan 3:11 a 13). Nadie
había visto a Dios. El unigénito, que está en el seno del Padre, Él Le había
dado a conocer. (Juan 1:18). Nadie había visto al Padre excepto Aquel que era
de Dios; Él había visto al Padre. Así Él podía, por Su propio y perfecto
conocimiento, revelarle. [Véase nota 4].
[Nota
4]. Aquel que Le había visto había visto al Padre; pero aquí el Apóstol habla
de un mensaje y de la revelación de Su naturaleza.
(Ahora bien, Dios era luz, pureza perfecta que
hace manifiesto al mismo tiempo todo lo que es puro y todo lo que no lo es.
Para tener comunión con la luz uno mismo debe ser luz, ser de su naturaleza y
apto para ser visto en la luz perfecta. Ella sólo puede vincularse con aquello que
es de sí misma. Si hay algo más que se mezcla con ella la luz ya no es más luz.
Ella es absoluta en su naturaleza de modo que excluye todo lo que no es ella
misma.
Por lo tanto, si decimos que tenemos comunión con
Él y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad: nuestra vida es
una mentira perpetua.
Andando en la luz
Pero si andamos en la luz, como Él está en la luz,
nosotros (los creyentes) tenemos comunión unos con otros y la sangre de
Jesucristo nos limpia de todo pecado. Estos son los grandes principios, las
grandes características de la posición cristiana. Nosotros estamos en la
presencia de Dios sin velo. Es algo real, un asunto de vida y del andar. Ello no
es lo mismo que andar conforme a la luz sino que es andar en la luz. Es
decir, que este andar es ante los ojos de Dios alumbrado por la plena
revelación de lo que Él es. No es que no hay pecado en nosotros sino que
andando en la luz, estando la voluntad y la conciencia en la luz como Dios está
en ella, todo lo que no responde a ella es juzgado. Nosotros vivimos y andamos
moralmente conscientes de que Dios está presente, y como conociéndole. Andamos
así en la luz. La norma moral de nuestra voluntad es Dios mismo, Dios conocido.
Los pensamientos que mueven el corazón proceden de Él mismo y son formados por
la revelación de Él mismo. El Apóstol siempre expresa estas cosas de un modo
abstracto: así él dice: "No puede pecar, porque es nacido de Dios"
(1ª Juan 3:9); y eso mantiene la norma moral de esta vida; es su naturaleza; es
la verdad, asumiendo que el hombre ha nacido de Dios. No podemos tener ninguna otra
medida de ella: cualquier otra sería falsa. No se deduce de ello, ¡lamentablemente!
que somos siempre consecuentes; pero somos inconsecuentes si no estamos en este
estado; no estamos andando conforme a la naturaleza que poseemos; estamos fuera
de nuestra verdadera condición según esa naturaleza.
Creyentes teniendo comunión
unos con otros en la luz
Además, andando en la luz, como Dios está en la
luz, los creyentes tienen comunión unos con otros. El mundo es egoísta. La
carne, las pasiones, buscan su propia gratificación; pero, si yo ando en la luz
el yo no tiene lugar allí. Yo puedo disfrutar de la luz y de todo lo que busco
en ella juntamente con otro, y no hay celo alguno. Si otro posee una cosa
carnal yo estoy privado de ella. En la luz tenemos coposesión de lo que Él nos
da y lo disfrutamos más compartiéndolo juntos. Esto permite calibrar todo lo
que es de la carne. En la medida en que uno está en la luz en esa misma medida
disfrutaremos en comunión con otro que está en ella. Como hemos dicho, el
Apóstol afirma esto de manera abstracta y absoluta. Esta es la forma más
verdadera de conocer la cosa en sí misma. Lo demás es sólo un asunto de concienciación.
Limpio de todo
pecado por la sangre de Jesucristo;
la necesidad que el
cristiano tiene de ella; su eficacia y valor
En tercer lugar, la sangre de Jesucristo Su Hijo
nos limpia de todo pecado.
Andar en la luz como Dios está en ella, tener
comunión unos con otros, estar limpio de todo pecado por la sangre; éstas son
las tres partes de la posición cristiana. Nosotros sentimos la necesidad que
hay de la última porque mientras andamos en la luz como Dios está en la luz,
con (bendito sea Dios) una perfecta revelación para nosotros de Él mismo con
una naturaleza que Le conoce, que es capaz de verle a Él espiritualmente, como
el ojo está hecho para apreciar la luz (porque participamos de la naturaleza
divina), no podemos decir que no tenemos pecado. La luz misma nos
contradeciría. Pero nosotros podemos decir que la sangre de Jesucristo nos
limpia perfectamente de todo pecado. [Véase nota 5].
[Nota
5]. No se dice, "nos ha limpiado" ni, "nos limpiará". Esto
no se refiere al tiempo sino a su eficacia. Así como yo podría decir que tal
medicina cura la fiebre intermitente. Se trata de su eficacia.
Por medio del Espíritu nosotros disfrutamos juntos
de la luz: es el gozo común de nuestros corazones delante de Dios y a Él le
agrada; es un testimonio de nuestra común participación en la naturaleza divina
la cual es también amor. Y nuestra conciencia no es un obstáculo porque
conocemos el valor de la sangre. No tenemos conciencia de pecado sobre nosotros
delante de Dios aunque sabemos
que el pecado está en nosotros; pero nosotros somos conscientes de estar
limpios de él por la sangre. Pero la misma luz que nos muestra esto nos impide
decir (si estamos en ella) que no tenemos pecado en nosotros; nos engañaríamos a
nosotros mismos si dijéramos eso y la verdad no estaría en nosotros;
porque si la verdad estuviera en nosotros, si esa revelación de la naturaleza
divina que es luz, Cristo que es nuestra vida estaría en nosotros, el pecado
que está en nosotros sería juzgado por la luz misma. Si el pecado no es juzgado
esta luz, — la verdad que habla de las cosas tal como son, — no está en
nosotros.
El pecado juzgado,
confesado, perdonado y limpiado;
las tres cosas opuestas
a la verdad, a la comunión
Si por otra parte nosotros incluso hemos cometido
pecado y siendo todo juzgado conforme a la luz dicho pecado es confesado (de
modo que la voluntad ya no toma parte en él, siendo quebrantada la soberbia de
esa voluntad), Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.
Si decimos que no hemos pecado [véase nota 6] (como una verdad general), ello
no sólo muestra que la verdad no está en nosotros sino que hacemos a Dios
mentiroso y Su Palabra no está en nosotros porque Él dice que todos han pecado.
Están las tres cosas: nosotros mentimos; la verdad no está en nosotros; hacemos
a Dios mentiroso. Es esta comunión con Dios en la luz lo que en la vida
cristiana práctica y diaria conecta inseparablemente el perdón y el sentido
presente de él por medio de la fe y la pureza de corazón.
[Nota
6]. Cuando el apóstol habla de pecado él habla en presente, "hemos":
cuando habla de pecar él habla en pasado. Él no da por supuesto que continuamos
haciéndolo. Se ha preguntado si el Apóstol habla de la primera vez que la
persona viene al Señor o de fracasos posteriores. Yo respondo que él habla de
manera abstracta y absoluta: la confesión trae el perdón por medio de la gracia.
Si se trata de la primera vez que venimos a Dios ello es perdón, ello es en el
sentido pleno y absoluto. Estoy perdonado con respecto a Dios: Él no se acuerda
más de mis pecados. Si se trata de un fracaso posterior la honestidad de
corazón siempre confiesa y entonces se trata del perdón en lo que respecta al
gobierno de Dios y a la condición actual y a la relación de mi alma con Él.
Pero al igual que en todas partes el Apóstol habla de manera absoluta y del principio.
Nosotros vemos así la posición cristiana (versículo
7); y luego las cosas que de tres maneras diferentes se oponen a la verdad, — a
la comunión con Dios en la vida.
El Apóstol escribió lo que se refiere a la
comunión con el Padre y con el Hijo para que el gozo de ellos fuera completo.
Capítulo
2
La suposición de
que los cristianos pueden pecar;
la provisión de
gracia, —
el Abogado para
restaurar la comunión
Lo que el Apóstol escribió conforme a la
revelación de la naturaleza de Dios que él había recibido de Aquel que era la
vida desde el cielo fue para que ellos no pecaran. Pero decir esto es suponer
que ellos podrían pecar. No es que sea necesario que ellos lo hagan pues la
presencia del pecado en la carne no nos obliga en modo alguno a andar según la
carne. Pero si ello ocurriera hay una provisión hecha por gracia para que la
gracia pueda actuar y para que no podamos ser condenados ni llevados a estar de
nuevo bajo la ley.
Nosotros tenemos un Abogado para con el Padre, Uno
que lleva adelante nuestra causa por nosotros en lo alto. Ahora bien, esto no
es con el fin de obtener justicia ni para lavar otra vez nuestros pecados. Todo
eso ha sido hecho. La justicia divina nos ha colocado en la luz así como
Dios mismo está en la luz. Pero la comunión es interrumpida si incluso la
levedad de pensamiento encuentra lugar en nuestro corazón; porque ello es de la
carne y la carne no tiene comunión alguna con Dios. Cuando la comunión es
interrumpida, cuando nosotros hemos pecado (no cuando nos hemos arrepentido
pues es Su intercesión lo que lleva al arrepentimiento), Cristo intercede por
nosotros. La justicia está siempre presente, — nuestra justicia:
"Jesucristo el justo". Por lo tanto no habiendo cambiado ni la
justicia ni el valor de la propiciación por el pecado la gracia actúa (uno
puede decir que actúa necesariamente) por la virtud de esa justicia y de esa
sangre que está delante de Dios, — actúa por la intercesión de Cristo que nunca
nos olvida para llevarnos de regreso a la comunión por medio del
arrepentimiento. Así, estando Él aún en la tierra antes de que Pedro hubiera
cometido el pecado Él oró por él; en el momento dado en que Él lo mira, y Pedro
se arrepiente y llora amargamente por su ofensa. (Véase Lucas 22:54 a 62).
Después el Señor hace todo lo necesario para que Pedro juzgue la raíz misma del
pecado; pero todo es gracia.
Lo mismo sucede en nuestro caso. La justicia
divina permanece, — el fundamento inmutable de nuestras relaciones con Dios
establecido sobre la sangre de Cristo. Cuando la comunión que sólo existe en la
luz es interrumpida la intercesión de Cristo disponible en virtud de Su sangre
(pues también ha sido hecha propiciación por el pecado), restaura el alma para
que ella pueda disfrutar de nuevo la comunión con Dios conforme a la luz en la
que la justicia la ha introducido. [Véase nota 7]. Esta propiciación está hecha
para todo el mundo y no sólo para los judíos ni excluyendo a nadie en absoluto;
sino para todo el mundo habiendo sido Dios plenamente glorificado en Su
naturaleza moral por medio de la muerte de Cristo.
[Nota
7]. Aquí el tema es la comunión y por lo tanto se habla del real fracaso;
nosotros hemos visto que en la epístola a los Hebreos está el acceso a Dios y que
nosotros hemos sido hechos "perfectos para siempre", y el sacerdocio
es para misericordia y socorro, no para los pecados, excepto el gran hecho de la
expiación.
La doctrina de la
epístola y su aplicación experimental
Estos tres asuntos capitales, — o si ustedes lo
prefieren, dos asuntos capitales y el tercero, a saber, la abogacía, asunto que
es suplementario, — forman la introducción, la doctrina de la epístola. Todo el
resto es una aplicación experimental de lo que contiene esta parte: a saber, en
primer lugar (habiendo sido dada la vida), comunión con el Padre y con el Hijo;
en segundo lugar, la naturaleza de Dios, la luz, la cual manifiesta la falsedad
de toda pretensión de comunión con la luz si el andar es en tinieblas; y en tercer
lugar, viendo que el pecado está en nosotros y que podemos fracasar aunque estamos
limpios ante Dios para disfrutar de la luz, la abogacía que Jesucristo el justo
puede ejercer siempre ante Dios en el terreno de la justicia que está siempre
en Su presencia y de la sangre derramada por nuestros pecados para restaurar
nuestra comunión cuando la hemos perdido por nuestra negligencia culpable.
Santificados para la
obediencia de Jesucristo;
las dos formas de
vida práctica:
obedecer y andar
como Él anduvo
El Espíritu procede ahora a desarrollar las
características de esta vida divina.
Ahora hemos sido santificados para la obediencia
de Jesucristo, es decir, para obedecer en los mismos principios en los cuales
Él obedeció; donde la voluntad de Su Padre era el motivo así como la norma de
acción. Es la obediencia de una vida para la cual hacer la voluntad de Dios era
comida y bebida: no como bajo la ley, para obtener la vida. La vida de
Jesucristo fue una vida de obediencia en la que Él disfrutó perfectamente el
amor de su Padre, probado en todo y demostró así ser perfecto. Sus palabras, Sus
mandamientos, fueron la expresión de esa vida; ellos dirigen esa vida en
nosotros y debiesen ejercer sobre nosotros toda la autoridad de Aquel que los
pronunció.
La ley prometía vida a los que la obedecían.
Cristo es la vida. Esta vida nos ha sido impartida, — a los creyentes. Por lo
tanto, las palabras que fueron la expresión de esa vida ,en su perfección en
Jesús la dirigen y guían en nosotros conforme a esa perfección. Además de esto ella
tiene autoridad sobre nosotros. Los mandamientos de Él son su expresión. Por
consiguiente nosotros tenemos que obedecer y andar como Él anduvo, — las dos
formas de vida práctica. No basta con andar bien: nosotros debemos obedecer
porque hay autoridad. Este es el principio esencial de un andar correcto. Por
otra parte, la obediencia del cristiano, — como es evidente por la del propio
Cristo, — no es lo que a menudo pensamos. Nosotros llamamos obediente a un hijo
que teniendo voluntad propia se somete de inmediato cuando la autoridad de uno
de los padres interviene para impedir que la lleve a cabo . Pero Cristo nunca
obedeció de esta manera. Él vino a hacer la voluntad de Dios. La obediencia era
Su modo de ser. La voluntad de su Padre fue el motivo y con el amor que nunca
se separó de ella dicha voluntad fue el único motivo de cada uno de Sus actos y
de cada impulso. Esta es la obediencia propiamente llamada cristiana. Es una
vida nueva que se deleita en
hacer la voluntad de Cristo reconociendo Su completa autoridad sobre ella. Nos
consideramos muertos a todo lo demás; estamos vivos para Dios, no somos
nuestros. Sólo conocemos a Cristo en la medida en que vivimos mediante Su vida;
porque la carne no Le conoce y no puede comprender Su vida.
Obediencia verdadera
Ahora bien, esa vida es obediencia; por tanto el
que dice: "Yo le conozco", y no guarda Sus mandamientos, el tal es
mentiroso, y la verdad no está en él. Aquí no dice, "A sí mismo se engaña",
porque es muy posible que él no se engañe a sí mismo como en el otro caso de
comunión fingida porque aquí la voluntad está en acción y el hombre lo sabe, si
lo confiesa. Pero la realidad no está allí; el tal es mentiroso, y la verdad en
el conocimiento de Jesús que él profesa no está en él.
El Apóstol declara las
cosas de manera abstracta
razonando a partir
de un gran principio
interior
Hay dos observaciones que hay que hacer aquí. En
primer lugar, que el Apóstol siempre toma las cosas como ellas son en sí mismas
de un modo abstracto sin las modificaciones que son ocasionadas por otras cosas
en medio de las cuales o en relación con las cuales se encuentran las primeras.
En segundo lugar, que la cadena de consecuencias que el Apóstol deduce no es la
de un razonamiento externo cuya fuerza está por tanto en la superficie del
argumento mismo. Él razona a partir de un gran principio interior de modo que uno
no ve la fuerza del argumento a menos que uno conozca el hecho e incluso el
alcance de ese principio; y en particular lo que la vida de Dios es en su
naturaleza, en su carácter y en su acción. Pero, sin poseer esta vida no
entendemos ni podemos entender nada acerca de dicho principio. Existe, de hecho,
la autoridad del Apóstol y de la Palabra para decirnos que la cosa es así y eso
es suficiente. Pero los vínculos de su discurso no serán entendidos sin la
posesión de la vida que interpreta lo que él dice y que a su vez es
interpretada por lo que él dice.
"Su
palabra" y "Sus mandamientos":
el amor de Dios hecho
realidad
Vuelvo al texto. "El que guarda su palabra,
en él verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado". Es de esta manera
que nosotros somos conscientes de que Le conocemos. Su "palabra"
tiene más bien un sentido más amplio que Sus "mandamientos". Es
decir, aunque ella implica igualmente obediencia la Palabra es menos exterior.
"Mandamientos" son aquí detalles de la vida divina. Su
"palabra" contiene toda la expresión de esa vida, — el espíritu de
esa vida. [Véase nota 8].
[Nota
8]. Fundamentalmente Su Palabra y Sus mandamientos no son diferentes. Esto se
afirma en el versículo 7: "Este mandamiento antiguo es la palabra que
habéis oído desde el principio". Uno podría decir con perfecta verdad que
el mandamiento es la Palabra de Cristo; pero yo pongo en duda que se pueda
decir que la Palabra es el mandamiento. Y esto hace que uno sea consciente de
la diferencia. El contraste de los versículos 4 y 5 es notable y tiene su
fuente en la posesión, y la conciencia inteligente y completa de la posesión,
de la vida divina conforme a la Palabra, o su no posesión. El que dice: Yo le
conozco, y no guarda Sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está
en él; porque esta verdad es sólo lo que la Palabra revela. Y si nosotros
vivimos de la naturaleza de la que la Palabra de Cristo es la expresión, y así
por la Palabra Le conocemos, nosotros obedecemos a esa Palabra. En otro
aspecto, si nosotros estamos en posesión de esta vida, somos participantes de
la naturaleza divina, el amor de Dios está en nosotros; tenemos los
mandamientos de Cristo, Su Palabra, el perfecto amor de Dios, un andar conforme
al andar de Cristo, la comunicación de la vida de Cristo para que el
mandamiento sea verdadero en Él y en nosotros, el andar en la luz, el amor de
nuestro hermano. ¡Qué rica cadena de bendiciones! Las pretensiones de las que
aquí se habla son, — conocer a Cristo, permanecer en Él, estar en la luz. La evidencia
de que la primera pretensión está justificada es la obediencia. Entonces, si
nosotros permanecemos en Cristo (lo cual sabemos al guardar Su Palabra),
debiésemos andar como Él anduvo. El hecho de que la última pretensión es una
pretensión verdadera es demostrado por el amor a nuestro hermano. En la segunda
el andar es mantenido a toda la altura del andar de Cristo como nuestro deber:
este andar no es presentado como una evidencia de que permanecemos en Él, de
que guardamos Su Palabra. Obsérvese que no se dice: «Sabemos que creemos»,
—éste no es el asunto aquí; sino: "Sabemos que estamos en él".
Permítanme añadir aquí que el Apóstol nunca usa estas evidencias, como se usan
tan comúnmente, para decir: «Por esto dudamos». De la lectura de los versículos
12 y 13 podemos ver que es muy cierto que él los trata a todos como perdonados
pues de lo contrario él no habría escrito, y como teniendo ellos del Espíritu
de adopción, — incluso a los más jóvenes y débiles. Otros procuraban hacerlos
dudar; y él escribe para que sus corazones pudiesen estar asegurados delante de
Dios, para que no pudiesen ser seducidos a dudar, como si ellos no tuvieran un
Cristo pleno y un cristianismo pleno, — vida eterna. Ello era el medio de
mantener y retener la seguridad cuando la tenían, cuando ellos podrían haber
sido sacudidos, no de obtenerla. Ellos estaban perdonados, eran hijos. Cuando
otros los harían dudar, él escribe para que ellos pudiesen estar plenamente
seguros de que no tienen motivo para dudar.
Su Palabra es universal y absoluta. Ahora bien,
esta vida es la vida divina manifestada en Jesús y que nos es impartida. ¿La
hemos visto en Cristo? ¿Dudamos de que esto es amor; que el amor de Dios ha sido
manifestado en ella? Entonces, si yo guardo Su Palabra; si el alcance y el
significado de la vida que esa Palabra expresa es así comprendido y hecho
realidad, el amor de Dios se ha perfeccionado en mí. El Apóstol, como hemos
visto, habla siempre de manera abstracta. De hecho, si en un momento dado yo no
observo la Palabra en ese momento yo no me doy cuenta de Su amor; la feliz
comunión con Dios es interrumpida. Pero en la medida en que soy absolutamente movido
y gobernado por Su Palabra, Su amor se hace realidad completamente en mí;
porque Su Palabra expresa aquello que Él es, y yo la guardo. Esta es la
comunión inteligente con Su naturaleza en su plenitud, una naturaleza en la que
yo participo; de modo que yo sé que Él es amor perfecto, estoy lleno de él y
esto es mostrado en mis modos de obrar: porque esa Palabra es la expresión
perfecta de Él mismo. [Véase nota 9].
[Nota 9]. Yo no dudo que este es el verdadero
significado de Juan 8:25. «En el principio de mi naturaleza, en mi ser, lo que yo
os estoy diciendo». Lo que Él dijo era esencial y completamente lo que Él era.
Lo que Él era es lo que Él dijo. Ahora bien,
es esta vida la que nos es impartida; pero ella era el amor de Dios
entre los hombres y en el hombre. Y siendo esta vida nuestra vida, y la Palabra
de Cristo dándonos el conocimiento de ella, y siendo guardada esta Palabra, Su
amor es hecho realidad en nosotros en toda su extensión.
Nuestro andar es la expresión práctica de nuestra vida,
—
Cristo conocido en Su Palabra, la
expresión de Su vida
Por
consiguiente, nosotros sabemos así que estamos en Él porque nos
damos cuenta de lo que Él es en la comunión de Su naturaleza. Ahora bien, si
decimos que permanecemos en Él es evidente, a partir de lo que hemos visto
ahora en la enseñanza que nos presenta el Apóstol, que nosotros debiésemos
andar como Él anduvo. Nuestro andar es la expresión práctica de nuestra vida; y
esta vida es Cristo conocido en Su Palabra. Y puesto que ello es mediante Su
Palabra nosotros que poseemos esta vida estamos bajo la responsabilidad
inteligente de seguirla; es decir, de andar como Él anduvo. Porque esa Palabra
es la expresión de Su vida.
La obediencia es la demostración de que
estamos en Él;
conociendo y disfrutando el hecho
La
obediencia, entonces, como obediencia, es hasta aquí la
característica moral de la vida de Cristo en nosotros. Pero ella es la
demostración de aquello que en el cristianismo es inseparable de la vida de
Cristo en nosotros: pues nosotros estamos en Él (compárese con Juan 14:20). Nosotros
no meramente sabemos que Le conocemos sino que estamos en Él. El disfrute del
perfecto amor de Dios en la senda de la obediencia nos da por medio del
Espíritu Santo la conciencia de que estamos en Él. Pero si yo estoy en Él realmente
no puedo ser lo que Él fue porque Él era sin pecado; pero yo debiese andar como
Él anduvo. Así yo sé que estoy en Él. Pero si hago profesión de permanecer en
Él, de que mi corazón y mi espíritu están completamente allí, yo debiese andar
como Él anduvo. La obediencia como principio y por medio de guardar Su Palabra,
y así el amor de Dios perfeccionado en mí, sabiendo que estoy en Él, son los
principios formativos y el carácter de nuestra vida.
El mandamiento antiguo,
la Palabra de Cristo desde el principio
En
los versículos 7 y 8 son presentadas las dos formas de esta vida, — formas
que, además, responden a los dos principios que acabamos de anunciar. No es un
mandamiento nuevo el que el Apóstol les escribe sino uno antiguo; es la Palabra
de Cristo desde el principio. Si ello no fuera así, si en este sentido fuera
nuevo, tanto peor para quien lo exponía porque ya no sería la expresión de la
vida perfecta del propio Cristo sino otra cosa, o una falsificación de lo que
Cristo había expuesto. Esto se corresponde con el primer principio, es decir,
la obediencia a los mandamientos, a los mandamientos de Cristo. Lo que Él decía
era la expresión de lo que Él era. Él podía mandar que ellos se amaran los unos
a los otros como Él los había amado. Compárese con las bienaventuranzas.
El mandamiento nuevo; la luz verdadera alumbrando
En
otro sentido, se trataba de un mandamiento nuevo; porque (por el
poder del Espíritu de Cristo, estando unidos a Él y obteniendo nuestra vida de
Él) el Espíritu de Dios manifestaba el efecto de esta vida revelando a un
Cristo glorificado de una manera nueva. Y ahora no era sólo un mandamiento sino
que como la cosa misma era verdadera en Cristo lo era también en los Suyos como
participantes de Su naturaleza y estando en Él; Él también estando en ellos.
Mediante
esta revelación y por la presencia del Espíritu Santo
desaparecían las tinieblas [véase nota 10] y de hecho, la luz verdadera
alumbraba.
Nota 10]. La fuerza de la palabra no es «han
desaparecido, han pasado". Todavía hay muchas tinieblas en el mundo. En
cuanto a la luz ella realmente ha alumbrado.
No
habrá luz diferente en el cielo: sólo que entonces la luz será
mostrada públicamente en gloria sin una nube.
La vida como la luz de los hombres; el
amor como una
de las evidencias de la posesión de la
naturaleza divina;
permaneciendo y andando en la luz
Versículo
9. Ahora se encuentra que la vida es la luz de los hombres,
como en Juan 1:4, sólo que alumbra más para la fe ahora que Cristo se ha ido
pues es a través del velo rasgado que ella alumbra más intensamente. Nosotros ya
hemos discutido la pretensión de conocerle, — de estar en Él-; ahora discutimos
la de estar en la luz, y esto antes de que el Espíritu de Dios aplique en detalle
las cualidades de esta vida como evidencia de su existencia al corazón en
respuesta a los seductores que trataban de aterrorizarlos mediante nuevas
nociones, como si los cristianos no estuvieran realmente en posesión de la vida
y con la vida del Padre y del Hijo. La luz verdadera ya alumbra. Y esta luz es
Dios; es la naturaleza divina, y como aquello que era un medio para juzgar a
los seductores mismos él saca a relucir otra cualidad relacionada con el hecho
de que nosotros estamos en la luz, es decir, con Dios plenamente revelado.
Cristo lo fue en el mundo. Nosotros estamos designados para serlo ya que
hemos nacido de Dios. Y uno que tiene esta naturaleza ama a su hermano porque ¿acaso
no es Dios amor? ¿Acaso no nos ha amado Cristo no avergonzándose de llamarnos
hermanos? ¿Puedo yo tener Su vida y Su naturaleza si no amo a los hermanos? No.
Entonces yo ando en tinieblas; no tengo luz alguna en mi senda. El que ama a su
hermano vive en la luz; la naturaleza de Dios actúa en él; y vive en la resplandeciente
comprensión espiritual de esa vida en la presencia y en la comunión de Dios. Si
alguno aborrece es evidente que no tiene la luz divina. Con sentimientos conforme
a una naturaleza opuesta a Dios, ¿cómo se puede pretender que él está en la luz?
Además,
no hay ocasión alguna de tropiezo en aquel que ama porque él
anda conforme a la luz divina. No hay nada en él que haga tropezar a otro
porque la revelación de la naturaleza de Dios en gracia ciertamente no lo hará:
y esto es lo que se manifiesta en el que ama a su hermano. [Véase nota 11].
[Nota 11]. El lector puede comparar aquí, con
mucha enseñanza, lo que se dice en Efesios 4:17 a 5:12 donde estos dos nombres
de Dios, los únicos que son usados para revelar Su naturaleza son usados
también para mostrar nuestra senda y el carácter verdadero del cristiano; sólo
que de acuerdo con lo que el Espíritu Santo presenta por medio de Pablo, — los
consejos y la obra de Dios en Cristo. En Juan es más bien la naturaleza.
Resumen de los capítulos 1:1 a 2:11
Esto
finaliza la primera parte de la epístola como siendo una
declaración introductoria. En la primera mitad la epístola contiene el lugar
privilegiado de los cristianos, el mensaje que nos presenta la verdad de
nuestro estado aquí, y la provisión para el fracaso: y eso termina con el
capítulo 2 versículo 2; en la segunda mitad están las evidencias que tiene el
cristiano de la verdadera posesión del privilegio conforme al mensaje: obediencia,
y amor a los hermanos, conocer a Cristo, estar en Cristo, disfrutar el perfecto
amor de Dios, permanecer en Él, estar en la luz, formando la condición que es
así demostrada.
Cristianos a los que se les habla personalmente;
el nombre a afectuoso del Apóstol para
todos ellos
Habiendo
establecido los dos grandes principios, obediencia y amor,
como evidencias de la posesión de la naturaleza divina, de Cristo conocido como
vida, y de nuestra permanencia en Él, el Apóstol pasa a hablar de manera personal
a los cristianos y a mostrarnos la posición, en el terreno de la gracia, en
tres diferentes grados de madurez. Consideraremos ahora este discurso parentético
pero muy importante.
Él
comienza llamando "hijos" a todos los cristianos a quienes
estaba escribiendo, un término de afecto en el cariñoso y anciano Apóstol. Y tal
como les escribe (capítulo 2 versículo 1) para que no pequen, así les escribe
también porque todos sus pecados les habían sido perdonados por causa del
nombre de Jesús. Esta era la condición asegurada de todos los cristianos: aquello
que Dios les había dado al darles fe para que ellos Le pudiesen glorificar. Él
no permite ninguna duda en cuanto al hecho de que ellos han sido perdonados. Él
les escribe debido a que ellos lo han sido.
Tres clases de cristianos
A
continuación encontramos tres clases de cristianos: padres, jóvenes e
hijitos. Él se dirige a cada uno de ellos dos veces, padres, jóvenes, hijitos
(versículo 13); padres, en la primera mitad del versículo 14; jóvenes, desde la
segunda mitad del versículo 14 hasta el final del versículo 17; e hijitos,
desde el versículo 18 hasta el final del versículo 27. En el versículo 28 él vuelve
a referirse a todos los cristianos bajo el nombre de "hijos" ("Y
ahora, hijos…" – 1ª Juan 2:28 – LBA, JND).
El carácter de los "padres" en
Cristo
Lo
que caracteriza a los padres en Cristo es que ellos han conocido al
que es desde el principio, es decir, a Cristo. Esto es todo lo que él tiene que
decir acerca de ellos. Todo había llevado a eso. Él sólo vuelve a repetir lo
mismo cuando al cambiar su forma de expresión comienza de nuevo con estas tres
clases. Los padres han conocido a Cristo. Este es el resultado de toda la experiencia
cristiana. La carne es juzgada, discernida, allí donde ella se ha mezclado con
Cristo en nuestros sentimientos: es reconocida de manera experimental como
carente de valor; y como resultado de la experiencia Cristo permanece solo,
libre de toda amalgama. Ellos han aprendido a distinguir aquello que sólo tiene
apariencia de bueno. No se ocupan en la experiencia, — eso sería ocuparse del
yo, del propio corazón. Todo eso ha pasado y sólo Cristo permanece como nuestra
porción sin mezclarse con nada más, tal como Él se entregó a nosotros. Además, Él
es conocido de una manera mucho mejor; ellos han experimentado lo que Él es en
tantos detalles, ya sea de gozo en comunión con Él o en la conciencia de
debilidad, o en la comprensión de Su fidelidad, de las riquezas de Su gracia,
de Su adaptación a nuestra necesidad, de Su amor, y en la revelación de Su
propia plenitud; de modo que ahora pueden decir: "Yo sé a quién he
creído". El apego a Él mismo los caracteriza. Tal es el carácter de los
"padres" en Cristo.
La marca distintiva de los "jóvenes"
Los
"jóvenes" son la segunda clase. Ellos se distinguen por
la fuerza espiritual en el conflicto: la energía de la fe. Ellos han vencido al
maligno. Pues él habla de lo que es el carácter de ellos como estando en
Cristo. Como tales ellos tienen conflicto pero tienen la fuerza de Cristo
manifestada en ellos.
La marca distintiva de los "hijitos",
de los neófitos
La
tercera clase son los "hijitos". Estos conocen al Padre. Nosotros
vemos aquí que el Espíritu de adopción y de libertad caracteriza al niño más
pequeño en la fe de Cristo, vemos que no es el resultado de un progreso. Es el
comienzo. Nosotros lo poseemos debido a que somos cristianos; y ello es siempre
la marca distintiva de los neófitos. Los demás no la pierden, pero otras cosas
los distinguen.
La repetición de lo que primeramente fue
dicho a los padres,
pues toda la experiencia cristiana
había resultado en eso: Cristo es el
único
Al
dirigirse de nuevo a estas tres clases de cristianos el Apóstol,
como hemos visto, sólo tiene que repetir lo que dijo al principio con respecto
a los padres. Ello es el
resultado de la vida cristiana.
Exhortaciones añadidas para los jóvenes:
la espada del Espíritu para vencer al
maligno
y a su arma, el mundo;
el mundo en oposición con el Padre
En
el caso de los jóvenes el Apóstol desarrolla su idea y añade algunas
exhortaciones. "Sois fuertes", él dice, "y la palabra de Dios
permanece en vosotros", — una característica importante. La Palabra es la
revelación de Dios y la aplicación de Cristo al corazón, de modo que tenemos
así los motivos que lo forman y gobiernan y un testimonio fundamentado en el
estado del corazón y en convicciones que tienen un poder divino en nosotros. Ella
es la espada del Espíritu en nuestras relaciones con el mundo. Nosotros mismos
hemos sido formados por aquellas cosas de las que damos testimonio en nuestras
relaciones con el mundo y esas cosas están en nosotros conforme al poder de la
Palabra de Dios. El maligno es así vencido; porque él sólo tiene el mundo para
presentar a nuestros deseos: y la Palabra que mora en nosotros nos mantiene en
una esfera completamente diferente de pensamiento en la que una naturaleza
diferente es iluminada y fortalecida mediante comunicaciones divinas. La
tendencia del joven es hacia el mundo: el ardor de su naturaleza y el vigor de
su edad tienden a desplazarlo en ese aspecto. Él tiene que estar en guardia
contra esto separándose enteramente del mundo y de las cosas que hay en él;
porque si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él pues esas cosas
no provienen del Padre. Él tiene un mundo propio del cual Cristo es el centro y
la gloria. Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de
la vida, — estas son las cosas que están en el mundo y que lo caracterizan.
Realmente no hay otros motivos aparte de estos en el mundo. Ahora bien, estas
cosas no provienen del Padre.
El
Padre es la fuente de todo lo que es conforme a Su corazón, — toda
gracia, todo don espiritual, la gloria, la santidad celestial de todo lo que fue
manifestado en Cristo Jesús, y lo que será, — todo el mundo de gloria venidero
del cual Cristo es el centro. Y todo esto tuvo sólo la cruz como su porción
aquí abajo. Pero el Apóstol está hablando aquí de la fuente; y ciertamente el
Padre no es la fuente de esas otras cosas.
El carácter transitorio del mundo;
el carácter eterno de la naturaleza y de
la voluntad de Dios
y de aquel que la ha seguido
Ahora
bien, el mundo pasa; pero el que hace la voluntad de Dios, el que
al pasar por este mundo no toma como su guía los deseos de la naturaleza sino
la voluntad de Dios, — una voluntad que es conforme a Su naturaleza y que la
expresa, — este permanecerá para siempre según la naturaleza y la voluntad que
ha seguido.
El bien y el mal en oposición
sin incertidumbre en cuanto al resultado
del conflicto
Nosotros
encontraremos que el mundo y el Padre con todo lo que es de
Él, la carne y el Espíritu, el Hijo y el diablo, están puestos respectivamente
en oposición. Se habla de las cosas en su origen y en su naturaleza moral, de
los principios que actúan en nosotros y que caracterizan nuestra existencia y
nuestra posición, y de los dos agentes en el bien y en el mal que se oponen
entre sí, sin (¡gracias a Dios!) ninguna incertidumbre en cuanto al resultado
del conflicto; porque la debilidad de Cristo en la muerte es más fuerte que la
fuerza de Satanás. Él No tiene poder alguno contra lo que es perfecto. Cristo
vino para deshacer las obras del diablo.
Los "hijitos" son advertidos
de los peligros de los seductores
y se les hace recordar sus fuentes de
inteligencia y fuerza;
"el último tiempo"; el
carácter verdadero del Anticristo
A
los hijitos el Apóstol les habla principalmente de los peligros a los
que estaban expuestos por parte de los seductores. Él les advierte con tierno
afecto recordándoles al mismo tiempo que todas las fuentes de la inteligencia y
de la fuerza estaban abiertas para ellos y les pertenecían. La expresión "Ya
es el último tiempo" no se refiere exactamente a los postreros días sino al
tiempo que tenía el carácter final que pertenecía a los tratos de Dios con este
mundo. El Anticristo iba a venir y ya había muchos anticristos: por esto se podía
saber que era el último tiempo. No se trataba simplemente de pecado, ni de la
transgresión de la ley; sino que habiéndose ya manifestado Cristo y estando Él ahora
ausente y oculto del mundo había una oposición formal a la revelación especial
que había sido hecha. No era una incredulidad imprecisa e ignorante; ella tomaba
una forma definida como teniendo una voluntad dirigida contra Jesús. Por
ejemplo, ellos podían creer todo lo que un judío creía tal como estaba revelado
en la Palabra; pero se oponían al testimonio de Dios por medio de Jesucristo. Ellos
no reconocían que Él era el Cristo; negaban al Padre y al Hijo. En cuanto a la
profesión religiosa este es el verdadero carácter del Anticristo. De hecho, él puede
creer o pretender creer que habrá un Cristo; sí, instalarse a sí mismo como
tal. Pero los dos aspectos del cristianismo (el que por una parte incumbe al
cumplimiento en la Persona de Jesús de las promesas hechas al judío; y por otra
parte las bendiciones celestiales y eternas presentadas en la revelación del
Padre por medio del Hijo), esto el Anticristo no lo acepta. Lo que lo
caracteriza como Anticristo es que niega al Padre y al Hijo. Negar que Jesús es
el Cristo es, de hecho, la incredulidad judía que forma parte de su carácter.
Lo que le da el carácter de Anticristo es que él niega el fundamento del
Cristianismo. Él es mentiroso porque niega que Jesús es el Cristo; por
consiguiente, se trata de la obra del padre de la mentira. Pero todos los
judíos incrédulos habían hecho lo mismo sin ser Anticristo. Negar al Padre y al
Hijo lo caracteriza.
Apostasía entre los cristianos; los dos
medios de confirmar la fe
de los "hijitos" en Cristo: la
habitación del Espíritu Santo
y la verdad recibida
Pero
hay algo más. Estos anticristos salían de entre los cristianos.
Había apostasía. No es que ellos fueran realmente cristianos sino que habían
estado entre los cristianos y habían salido de ellos. (¡Qué instructiva es esta
epístola también para nuestros días!) De este modo se hizo evidente que ellos no
eran verdaderamente del rebaño de Cristo. Todo esto tendía a sacudir la fe de
los hijitos en Cristo. El Apóstol procura fortalecerlos. Había dos medios de
confirmar la fe de ellos que también
inspiraban confianza al Apóstol. En primer lugar, ellos tenían la unción del
Santo; en segundo lugar, lo que era desde el principio era el criterio a
aplicar a toda nueva doctrina y ellos ya poseían lo que era desde el principio.
La
habitación del Espíritu Santo
como unción e inteligencia espiritual en ellos y la verdad que habían recibido
al principio, — la perfecta revelación de Cristo, — estas eran las salvaguardas
contra los seductores y las seducciones. Se encontrará que toda herejía y todo
error y corrupción golpean a la primera y divina revelación de la verdad si la
unción del Santo está en nosotros para juzgarlas. Ahora bien, esta unción es la
porción de incluso los más nuevos hijitos en Cristo y ellos debiesen ser
alentados a percatarse de ello con independencia de cuán tiernamente puedan ser
cuidados como lo eran aquí por el Apóstol.
¡Qué
importantes verdades descubrimos aquí para nosotros mismos! El
último tiempo ya se manifestaba, de modo que tenemos que estar en guardia
contra los seductores, — personas, además, que salen del seno del cristianismo.
El carácter de este Anticristo;
la seguridad del cristiano contra las
seducciones;
ningún así llamado desarrollo de la
verdad
que ha sido oída desde el principio
El
carácter de este Anticristo es que él niega al Padre y al Hijo. La
incredulidad en su forma judía también es manifestada de nuevo, — admitiendo
que hay un Cristo pero negando que Jesús es Él. Nuestra seguridad contra estas
seducciones es la unción del Santo, — el Espíritu Santo pero en conexión
especial con la santidad de Dios, lo cual nos capacita para ver claramente la
verdad (otra característica del Espíritu); y en segundo lugar, que permanezca
en nosotros lo que hemos oído desde el principio. Es esto evidentemente lo que
tenemos en la Palabra escrita. Nótese bien que 'desarrollo' no es aquello que
tenemos desde el principio. Mediante su nombre mismo ello peca radicalmente
contra la salvaguardia señalada por el Apóstol. Lo que la iglesia ha enseñado
como desarrollo de la verdad, independientemente de cualquier parte desde la
cual ella lo haya recibido, no es lo que ha sido oído desde el principio.
No se tiene al Padre sin tener al Hijo
Hay
otro asunto indicado aquí por el Apóstol que debiese ser mencionado.
Las personas podrían pretender, dando a Dios de una manera vaga el nombre de
Padre, que ellos lo tenían sin tener verdaderamente al Hijo, Jesucristo. Esto
no puede ser. Quien no tiene al Hijo no tiene al Padre. Es por medio de Él que
el Padre es revelado, es en Él que el Padre es conocido.
La verdad es la revelación del Hijo, y
poseyéndola
mediante Él tenemos al Hijo y al Padre
Si
la verdad que hemos recibido desde el principio permanece en
nosotros, entonces permanecemos en el Hijo y en el Padre; porque esta verdad es
la revelación del Hijo, y es revelada por el Hijo, el cual es la verdad.
Es verdad viva si ella permanece en nosotros; así, al poseerla, poseemos al
Hijo, y en el Hijo, también al Padre. Nosotros permanecemos en ella y tenemos
así vida eterna (compárese con Juan 17:3).
El Espíritu Santo actuando en la
Palabra;
la verdad permaneciendo en ellos y ellos
en Él
Ahora
bien, el Apóstol tenía la feliz confianza de que la unción que
habían recibido de Él permanecía en ellos, de modo que no necesitaban ser
enseñados por otros pues esta misma unción les enseñaba acerca de todas las
cosas. Ella era la verdad pues era el mismo Espíritu Santo actuando en la
Palabra, lo cual era la revelación de la verdad de Jesús mismo y no había
mentira alguna en ella. Así debían permanecer en Él conforme a lo que ella les
había enseñado.
El doble efecto de la enseñanza mediante
la unción de lo alto
en cuanto al discernimiento de la verdad
Obsérvese
también aquí que el efecto de esta enseñanza mediante la
unción de lo alto es doble con respecto al discernimiento de la verdad. Ellos sabían
que ninguna mentira era de la verdad; poseyendo esta verdad de Dios lo que no
era dicha verdad era una mentira. Ellos sabían que esta unción que les
enseñaba todas las cosas era la verdad y que no había mentira en ella. La
unción les enseñaba todas las cosas, es decir, toda la verdad como verdad de
Dios. Por tanto, les enseñaba lo que no era mentira y no había mentira en la
unción. Así las ovejas oyen la voz del Buen Pastor; si otro las llama, no es Su
voz, y eso es suficiente. Ellas le temen y huyen de él porque no conocen esa
voz.
Nuevamente se habla a todo el cuerpo de
cristianos;
la prueba de los que dicen ser
cristianos
para el rechazo de lo que es falso;
tres evidencias de vida divina
Con
el versículo 27 termina la segunda serie de exhortaciones a las
tres clases de cristianos. El Apóstol comienza de nuevo con todo el cuerpo de
cristianos. ("Y ahora, hijos… - Juan 2:28 – LBA, JND). Me parece que este
versículo se corresponde con el versículo 8 de la segunda epístola y con el
capítulo 3 de la primera epístola a los Corintios.
Habiendo terminado su discurso a todos los que estaban en la comunión
del Padre, el Apóstol aplica los principios esenciales de la vida divina, de la
naturaleza divina manifestada en Cristo, para poner a prueba a los que
pretendían tener participación en ella; no para hacer dudar al creyente sino
para el rechazo de lo que era falso. Yo digo «no para hacer dudar al creyente», porque el Apóstol habla de su posición
y de la posición de aquellos a quienes él estaba escribiendo con la más
perfecta seguridad (capítulo 3:1 y 2). [Véase nota 12]. Al continuar con la
epístola Él había hablado en el versículo 28 de la aparición, la venida, de
Jesús. Esto presenta al Señor en la revelación plena de Su carácter y suscita el
escrutinio de las pretensiones de los que se llamaban a sí mismos por Su
nombre. Hay dos evidencias que pertenecen esencialmente a la vida divina y una
tercera que es accesoria como privilegio: la justicia u obediencia, y el amor,
y la presencia del Espíritu Santo.
[Nota 12]. Yo he mencionado, más adelante, la
manera sorprendente en que se habla de Dios y de Cristo como un solo ser o
Persona, no como doctrina en cuanto a las dos naturalezas, sino que Cristo está
ante la mente del Apóstol y se habla de Él en la misma frase, ahora como Dios,
ahora como apareciendo como hombre. Así, en el capítulo 2 y versículo 28 Él
viene. En el versículo 29 el justo es nacido de Él y nosotros somos hijos de
Dios. Pero el mundo no Le conoció. Ahora es Cristo en la tierra. Capítulo 3:2,
somos hijos de Dios, pero en el mismo versículo Él se manifiesta y nosotros somos
semejantes a Él. Pero lo que hace que esto sea aún más maravilloso es que nosotros
también somos identificados con Él. Somos llamados hijos porque ese es Su
título y Su relación. El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él. Sabemos
que seremos semejantes a Él cuando Él se manifieste. Se nos da el mismo lugar
aquí y allá. (Compárese con capítulo 5, versículo 20)-
La justicia es la primera evidencia de
vida
La
justicia no está en la carne. Por lo tanto, si realmente ella es
encontrada en alguno el tal es nacido de Él, deriva su naturaleza de Dios en
Cristo. Nosotros podemos recalcar que es la justicia tal como fue manifestada
en Jesús; pues porque nosotros sabemos que Él es justo sabemos que "el que
hace justicia es nacido de él". Es la misma naturaleza demostrada por los
mismos frutos.
Capítulo
3
Hijos de Dios; el
amor del Padre;
la manifestación
del Señor y su efecto en los hijos
Ahora bien, decir que somos nacidos de Él es decir
que somos hijos de Dios. [Véase nota 13]. ¡Qué amor es el que el Padre nos ha
dado para que seamos llamados hijos! [Véase nota 14]. Por eso el mundo no nos
conoce, porque no Le
conoció a Él. El Apóstol vuelve a referirse aquí a Su manifestación y el efecto
que produce en nosotros. Somos hijos de Dios: ésta es nuestra posición actual,
segura y conocida; hemos nacido de Dios. Lo que seremos no ha sido manifestado aún
pero sabemos que, — asociados con Jesús como estamos en la misma relación con
el Padre, siendo Él mismo nuestra vida, — seremos semejantes a Él cuando Él se
manifieste. Porque a esto estamos predestinados: a verle tal como Él es ahora
con el Padre, desde donde procede la vida que se manifestó en Él y que nos fue impartida,
y a ser manifestados en la misma gloria.
[Nota13].
Véase nota 12 del capítulo 2.
[Nota
14[. Juan usa habitualmente la palabra "hijos" (τέκνον,
teknon), no "niños" (νήπιος, nēpios) (véase Mateo 21:16; Romanos 2:20;
1ª Corintios 13:11; Gálatas 4:1; Efesios 4:14) , para
expresar más claramente que somos
de la misma familia. Nosotros somos como Cristo ante Dios y en el mundo, y así
seremos cuando Él se manifieste.
Purificación
práctica: la verdadera medida de pureza
Entonces, teniendo la esperanza de verle tal como Él
es y sabiendo que seré perfectamente semejante a Él cuando Él se manifieste yo procuro
ser lo más semejante posible a Él ahora puesto que ya poseo esta vida, —
estando Él en mí, mi vida.
Esta es la medida de nuestra purificación
práctica. Nosotros no somos puros como Él es puro; pero tomamos a Cristo tal
como Él es en el cielo como modelo y medida de nuestra purificación y nos
purificamos conforme a Su pureza sabiendo que seremos perfectamente semejantes
a Él cuando Él se manifieste. Antes de indicar el contraste entre los
principios de la vida divina y los del enemigo, el Apóstol nos presenta la
verdadera medida de pureza (él presentará la del amor en breve) para los hijos,
puesto que son participantes de Su naturaleza y tienen la misma relación con
Dios.
Esperanza que tiene
a Cristo como su objeto;
la clave de la
epístola: Cristo es la vida,
Dios mismo
manifestado, la fuente de la vida
Hay que hacer dos observaciones aquí. En primer
lugar, "esperanza en él" no significa en el creyente sino una
esperanza que tiene a Cristo como su objeto. En segundo lugar, es sorprendente
ver la manera en que el Apóstol parece mezclar a Dios y a Cristo en esta
epístola; y usa la palabra "Él" para significar a Cristo cuando
acababa de estar hablando de Dios, y viceversa. Nosotros podemos ver el
principio de esto al final del capítulo 5:"Estamos en el que es verdadero,
es decir, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios y la vida
eterna". (1ª Juan 5: 30 - VM). En estas pocas palabras tenemos la clave de
la epístola: Cristo es la vida. Evidentemente es el Hijo; pero es Dios mismo
quien se manifiesta, y la perfección de Su naturaleza que es también la fuente
de la vida para nosotros ya que esa vida se encontraba en Cristo como hombre. Por
tanto yo puedo hablar de Dios y decir: "Nacido de Él"; pero es en
Jesús donde Dios se manifestó y es de Él de donde yo obtengo la vida; de modo
que "Jesucristo" y "Dios" son intercambiados entre sí. Así,
"cuando [Él] se manifieste" (capítulo 2:28) se trata de Cristo, Él es
justo; el justo "es "nacido de él" (capítulo 2:29). Pero en el
capítulo 3 versículo 1 leemos «nacido de Dios», "hijos de Dios"; pero el mundo no le
conoció a Él: aquí se trata de Cristo en la tierra; y "cuando él se
manifieste", de nuevo es Cristo y nosotros nos purificamos "así como
él es puro". Hay muchos otros ejemplos.
El creyente
purificándose a sí mismo
Del creyente se dice que "se purifica a sí
mismo": esto muestra que él no es puro, como Cristo lo es. Él no
necesitaba purificarse. Por consiguiente, no se dice que el creyente «Es puro como Cristo es puro» (porque en ese caso no habría pecado en
nosotros); sino que él se purifica a sí mismo conforme a la pureza de Cristo
como Él está en el cielo, teniendo la misma vida que la vida de Cristo mismo.
Lo que el pecado es
; el que permanece en Cristo
no practica el
pecado oponiéndose a la vida
y a la naturaleza
de Cristo
Habiendo expuesto el aspecto positivo de la pureza
cristiana el Apóstol continúa hablando de ella en otros puntos de vista como
una de las evidencias características de la vida de Dios en el alma.
Aquel que comete pecado (no transgrede la ley,
[véase nota 15] sino que) actúa inicuamente. 1ª Juan 3:4: "Todo el que
practica el pecado practica también la iniquidad, y el pecado es
iniquidad". (JND, BJ). Su conducta es sin restricción, sin el imperio de
la ley. Él actúa sin contención; porque el pecado es actuar sin la restricción,
sin la norma de la ley, o la restricción de la autoridad de otro, actuar desde
nuestra propia voluntad.
[Nota
15]. En Romanos 2:12 la palabra es usada en contraste con infringir la ley, o
pecar bajo la ley. Es decir, la expresión griega usada aquí en 1ª Juan 3:4 para
traducir como "infracción de la ley" es la que es usada para «pecar
sin ley», en contraste con pecar bajo la ley y ser juzgado por ella. Yo no
encubro que este hecho de cambiar lo que es una definición del pecado es algo
muy grave.
Cristo vino a hacer la voluntad de Su Padre, no la
Suya propia. Pero Cristo se manifestó para quitar nuestros pecados y en Él no
hay pecado; de modo que quien comete pecado actúa contra el objetivo de la
manifestación de Cristo y en oposición a la naturaleza de la cual, si Cristo es
nuestra vida, nosotros somos partícipes. Por tanto, el que permanece en Cristo
no practica el pecado; aquel que peca no Le ha visto ni Le ha conocido. Nosotros
vemos que todo depende de la participación en la vida y en la naturaleza de
Cristo. Entonces, no nos engañemos, el que practica la justicia es justo, como
Él es justo: porque al participar de la vida de Cristo uno está delante de Dios
conforme a la perfección de Aquel que está allí, el cual es cabeza y fuente de
esa vida. Pero somos así como Cristo delante de Dios porque Él mismo es
realmente nuestra vida. Nuestra vida real no es la medida de nuestra
aceptación; es Cristo quien lo es. Pero si nosotros somos aceptos conforme a Su
excelencia Cristo es nuestra vida porque es como viviendo de Su vida que nosotros
participamos en esto.
La familia del diablo:
el que practica el pecado tiene
moralmente
la misma naturaleza que el diablo
Pero
el juicio es más que negativo. El que practica el pecado es del
diablo, tiene moralmente la misma naturaleza que el diablo; porque el diablo peca
desde el principio: es su carácter original como diablo. Ahora bien, Cristo se
manifestó para deshacer las obras del diablo; entonces, ¿cómo puede estar con
Cristo el que comparte el carácter de este enemigo de las almas?
La familia de Dios:
el que es nacido de Dios y ha sido hecho
partícipe
de Su naturaleza no practica el pecado
Por
otra parte, el que es nacido
de Dios no practica el pecado. El motivo es evidente; él es hecho partícipe de
la naturaleza de Dios; su vida procede de Él. Este principio de vida divina
está en él. La simiente de Dios permanece en él; él no puede pecar porque es
nacido de Dios. Esta nueva naturaleza no tenía en ella el principio del pecado
como para cometerlo. ¿Cómo podría ser que la naturaleza divina pecara?
El amor, segunda evidencia de la vida
divina;
Cristo como su medida;
confianza en la presencia de Dios
Habiendo
designado así las dos familias, la de Dios y la del diablo, el
Apóstol añade la segunda señal cuya ausencia es evidencia de que uno no es de
Dios. Él ya había hablado de la justicia; ahora él añade el amor de los hermanos.
Porque éste es el mensaje que habían recibido de Cristo mismo: que se amaran
los unos a los otros. En el versículo 12 él muestra la conexión entre ambas
cosas: a saber, que el hecho de aborrecer a un hermano es alimentado por la
sensación que uno tiene de que sus obras son buenas y las de uno son malas.
Además, no debemos extrañarnos de que el mundo nos aborrezca pues nosotros sabemos
que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. Si este amor es
una evidencia esencial de haber sido renovados es muy natural que dicho amor no
va a ser hallado en los hombres del mundo. Pero siendo este el caso, el que no
ama a su hermano (¡solemne pensamiento!) permanece en muerte. Adicionalmente,
el que no ama a su hermano es homicida, y un homicida no tiene vida eterna.
Existe la ausencia de la naturaleza divina, la muerte; pero hay más pues la
actividad del viejo hombre en la naturaleza opuesta está allí, él aborrece y ello
es en espíritu la actividad de la muerte, — es un homicida.
Además,
como en el caso de la justicia y la pureza nosotros tenemos a
Cristo como medida de este amor. En esto conocemos el amor: en que Él puso Su
vida por nosotros; y nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
Ahora bien, si nuestro hermano tiene necesidad y nosotros tenemos bienes de
este mundo pero no proveemos para su necesidad, ¿es ése el amor divino que hizo
que Cristo pusiera Su vida por nosotros? Es mediante este amor real y práctico
que nosotros conocemos que estamos en la verdad y que nuestro corazón está
confirmado y asegurado delante de Dios. Porque si no hay nada sobre la
conciencia tenemos confianza en Su presencia; pero si nuestro propio corazón
nos condena, Dios conoce aún más.
No
se trata aquí del medio de estar seguros de nuestra salvación sino
de tener confianza en la presencia de Dios. Nosotros no podemos tenerla con una
mala conciencia en el sentido práctico de la palabra pues Dios es siempre luz y
es siempre santo.
Nuestras peticiones y la respuesta a
ellas
Nosotros
recibimos también todo lo que pedimos cuando andamos así en
amor delante de Él haciendo lo que es agradable delante de Él; porque andando
así en Su presencia con confianza el corazón y sus deseos responden a esta
influencia bienaventurada, siendo dichos deseos formados por el disfrute de la
comunión con Él en la luz de Su faz. Es Dios quien anima el corazón; esta vida
y esta naturaleza divina de la que habla la epístola, estando en plena
actividad y alumbrada y movida por la presencia divina en la que ella se
deleita. De este modo nuestras peticiones son sólo para el cumplimiento de los
deseos que surgen cuando esta vida, cuando nuestros pensamientos están llenos
de la presencia de Dios y de la comunicación de Su naturaleza. Y Él facilita Su
poder para el cumplimiento de estos deseos, de los que Él es la fuente, y que son
formados en el corazón por la revelación de Él mismo. (compárese con Juan
15:7).
Ésta
es realmente la posición del propio Cristo cuando estuvo aquí
abajo: sólo que Él era perfecto en ella (compárese con Juan 8:29; 11:42).
El mandamiento de Dios para ser guardado
y obedecido;
permaneciendo en Dios, y Dios en el
hombre obediente
Y
aquí está el mandamiento de Dios que Él desea que obedezcamos; a
saber, creer en el nombre de Su Hijo Jesús; y amarnos unos a otros, como Él nos
lo ha mandado.
Ahora
bien, el que guarda Sus mandamientos permanece en Él; y Él permanece
también en este hombre obediente. Se preguntará si la referencia es aquí a Dios
o a Cristo. El Apóstol, como hemos visto, los mezcla en su pensamiento. Es
decir, el Espíritu Santo los une en nuestras mentes. Nosotros estamos en Aquel
que es verdadero, es decir, en Su Hijo Jesucristo. Es Cristo, el cual es la
presentación de Dios a los hombres en vida en el hombre; y para el creyente Él es
la comunicación de esa vida, de modo que Dios también permanece en él, en la
revelación, en su excelencia y perfección divinas de la naturaleza que el
creyente comparte en el poder del Espíritu Santo que mora en él, de modo que el
amor es disfrutado y ejercido por igual.
El disfrute de la relación con Dios
Pero
¡qué gracia tan maravillosa la de haber recibido una vida, una
naturaleza mediante la cual estamos capacitados para disfrutar de Dios mismo, el
cual permanece en nosotros, y por la que, puesto que es en Cristo, estamos
realmente en el disfrute de esta comunión, de esta relación con Dios! El que
tiene al Hijo tiene la vida; pero además Dios permanece en él como la porción y
la fuente de esta vida; y el que tiene al Hijo tiene al Padre.
¡Qué
maravillosos vínculos de disfrute vital y vivo mediante la
comunicación de la naturaleza divina de Aquel que es su fuente; y eso es
conforme a su perfección en Cristo! Así es el cristiano conforme a la gracia.
Por eso también él es obediente porque esta vida en el hombre Cristo (y es así
como se convierte en nuestra) era la obediencia misma, la verdadera relación
del hombre con Dios.
Las evidencias de la nueva naturaleza y
los resultados
Entonces,
la justicia práctica es una evidencia de que somos nacidos de
Aquel que en Su naturaleza es la fuente de ella. También en presencia del aborrecimiento
del mundo nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida por cuanto amamos
a los hermanos. Así, teniendo una buena conciencia tenemos confianza en Dios y
recibimos de Él todo cuanto pedimos andando en obediencia y de una manera que Le
agrada. Andando así nosotros permanecemos en Él [véase nota 16] y Él en
nosotros.
[Nota 16]. Permanecer en Él es aquí lo primero porque
ello es la comprensión
práctica en un corazón obediente. La permanencia de Él en nosotros es entonces aplicada
aparte como conocida mediante el Espíritu dado a nosotros para guardarnos de
ser engañados por espíritus malos. En el capítulo 4 versículo 7 él reanuda la permanencia
en conexión con el amor de Dios.
Una tercera evidencia de los privilegios
cristianos:
la presencia del Espíritu Santo
Surge
aquí una tercera evidencia de nuestros privilegios cristianos. El
Espíritu que Él nos ha dado es la evidencia de que Él mismo permanece en
nosotros, es la manifestación de la presencia de Dios en nosotros. El Apóstol
no añade aquí que nosotros permanecemos en Él porque el tema es aquí la
manifestación de la presencia de Dios. La presencia del Espíritu lo demuestra.
Pero como veremos más adelante al permanecer en Él está el disfrute de lo que
Él es y por consiguiente la comunión moral con Su naturaleza. El que obedece
también disfruta de esto, tal como hemos visto. Aquí se habla de la presencia
del Espíritu Santo en nosotros como demostración de solamente una parte de esta
verdad, a saber, que Dios está en nosotros. Pero la presencia de Dios en
nosotros conforme a la gracia y conforme al poder del Espíritu implica también
la comunión con esa naturaleza; nosotros permanecemos también en Aquel en quien
tiene su origen esta gracia y todas las formas espirituales de esa naturaleza
en comunión y vida práctica. Es en los versículos 12 y 16 del capítulo 4 donde
nuestro Apóstol habla de esto.
Justicia
práctica u obediencia, el amor de los hermanos, la manifestación
del Espíritu de Dios, son las evidencias de nuestra relación con Dios. El que
obedece los mandamientos del Señor en justicia práctica permanece en Él, y Él
permanece en él. El Espíritu dado es la evidencia de que Él permanece en
nosotros.
Capítulo
4
Falsos profetas
probados;
la marca segura del
Espíritu de Dios;
los escritos de los
apóstoles
Ahora bien, para hacer uso de esta última evidencia
se requería cautela porque muchos falsos profetas asumirían, e incluso en
tiempos del Apóstol ya habían asumido, la apariencia de haber recibido
comunicaciones del Espíritu de Dios y se insinuaban entre los cristianos. (Capítulo
4). Por tanto era necesario ponerlos en guardia presentándoles la marca segura
del verdadero Espíritu de
Dios. La primera de ellas era la confesión de Jesús venido en carne. No es
meramente confesar que Él ha venido sino confesar que Él ha venido así. La
segunda era que aquel que realmente conocía a Dios oía a los apóstoles. De este
modo los escritos de los apóstoles se convierten en una pauta para quienes
pretenden enseñar a la asamblea. Toda la Palabra es eso, sin duda; pero yo me
limito aquí a lo que se dice en este lugar. La enseñanza de los apóstoles es formalmente
una pauta para toda otra enseñanza, — yo me refiero a lo que ellos mismos
enseñaron inmediatamente. Si alguno me dice que otros deben explicarla o
desarrollarla para tener la verdad y la certeza de la fe yo le respondo: «Tú no eres de Dios porque el que es de Dios les
presta atención; y tú no querrías que yo les prestara atención; y cualquiera
que sea tu pretexto tu impides que yo lo haga». La negación de Jesús venido en carne es el
espíritu del Anticristo. No oír a los apóstoles es la forma provisional y
preparatoria del mal. Los verdaderos cristianos habían vencido al espíritu de
error mediante el Espíritu de Dios que moraba en ellos.
Partícipes de la
naturaleza divina del Dios que es amor;
las acciones de
dicha naturaleza demuestran
que Él permanece en
nosotros
Las tres evidencias del cristianismo verdadero están
ahora claramente establecidas y el Apóstol prosigue sus exhortaciones
desarrollando la plenitud y la intimidad de nuestras relaciones con un Dios de
amor manteniendo esa participación de la naturaleza en la que el amor es de
Dios y el que ama es nacido de Dios, — participa por tanto de Su naturaleza y Le
conoce (pues él la recibió por medio de la fe) como participando de Su
naturaleza. El que no ama no conoce a Dios. Nosotros debemos poseer la
naturaleza que ama para saber lo que es el amor. Entonces, el que no ama no
conoce a Dios porque Dios es amor. Tal persona no tiene un solo sentimiento en
relación con la naturaleza de Dios; entonces ¿cómo puede conocerle? No más de
lo que un animal puede saber cuál es el pensamiento o el entendimiento de un
hombre cuando él no lo tiene.
Lector: preste usted especial atención a esta
inmensa prerrogativa que emana de toda la doctrina de la epístola. La vida
eterna que estaba con el Padre ha sido manifestada y nos ha sido impartida: por
tanto nosotros somos partícipes de la naturaleza divina. Los afectos de esa naturaleza
que actúan en nosotros descansan, por el poder del Espíritu Santo, en el disfrute
de la comunión con Dios el cual es su fuente; nosotros permanecemos en Él y Él
en nosotros. Lo primero es la afirmación de la verdad en nosotros. Las acciones
de esta naturaleza evidencian que Él permanece, — evidencian que si nosotros
amamos así Dios mismo permanece en nosotros. Aquel que obra este amor está
allí. Pero Él es infinito y el corazón descansa en Él; sabemos al mismo tiempo
que permanecemos en Él y Él en nosotros porque nos ha dado de Su Espíritu. Pero
este pasaje tan rico en bendición exige que lo sigamos con orden.
El amor como
naturaleza de Dios, su fuente;
participación en
él; posesión de la naturaleza es necesaria
para su comprensión
y para el conocimiento de Dios
Él comienza con el hecho de que el amor es de
Dios. El amor es Su naturaleza: Él es su fuente. Por tanto, el que ama es
nacido de Dios, es un partícipe de Su naturaleza. Él conoce también a Dios
porque él conoce lo que el amor es y Dios es su plenitud. Esta es la doctrina
que hace que todo dependa de nuestra participación en la naturaleza divina.
Ahora bien, por una parte esto podría ser
transformado en misticismo llevándonos a fijar nuestra atención en nuestro amor
a Dios y en el amor en nosotros, y que siendo el amor la naturaleza de Dios
como si se dijera: «El
amor es Dios, no
Dios es amor», y procurando
desentrañar
la naturaleza divina en nosotros mismos; o por otra parte dudar porque no
encontramos los efectos de la naturaleza divina en nosotros como quisiéramos.
En efecto, el que no ama (pues como siempre en Juan el asunto es expresado de manera
abstracta) no conoce a Dios porque Dios es amor. La posesión de la naturaleza
es necesaria para la comprensión de lo que esa naturaleza es y para el
conocimiento de Aquel que es su perfección.
La manifestación
del amor de Dios:
su ejercicio y su evidencia
Pero si yo procuro conocer y tener dicha
naturaleza o dar la evidencia de ella no es a la existencia de la naturaleza en
nosotros a lo que el Espíritu de Dios dirige los pensamientos de los creyentes
como objeto de ellos. El autor ha dicho que Dios es amor; y este amor ha sido manifestado
hacia nosotros en que Él ha dado a Su Hijo unigénito para que nosotros vivamos
por medio de Él. La vida en nosotros no es la evidencia sino que Dios ha dado a
Su Hijo para que vivamos y además para hacer propiciación por nuestros pecados.
¡Alabado sea Dios! Nosotros conocemos este amor, no por los pobres resultados
de su acción en nosotros sino en su perfección en Dios, y eso incluso en una
manifestación de dicho amor hacia nosotros que está totalmente fuera de
nosotros mismos. Se trata de un hecho que está fuera de nosotros el cual es la
manifestación de este amor perfecto. Nosotros lo disfrutamos participando en la
naturaleza divina; lo conocemos por el don infinito del Hijo de Dios. El
ejercicio y la evidencia de ese amor están allí.
El amor de Dios,
desde nuestro
estado pecaminoso
hasta que estemos
ante el tribunal de Cristo
El pleno alcance de este principio y toda la
fuerza de su verdad son afirmados y demostrados en lo que sigue a continuación.
Es sorprendente ver de qué manera el Espíritu Santo, en una epístola
esencialmente ocupada con la vida de Cristo y de sus frutos en nosotros presenta
la evidencia y el carácter pleno del amor en aquello que está totalmente fuera
de nosotros. Ni nada puede ser más perfecto que la manera en que el amor de
Dios es expuesto aquí, desde el momento en que este amor se ocupa de nuestro
estado pecaminoso hasta que estemos ante el tribunal de Cristo. Dios ha pensado
en todo: amor para con nosotros como pecadores, versículos 9 y 10; amor en
nosotros como santos, versículo 12; amor en nosotros como perfectos
en nuestra condición en la perspectiva del día del juicio, versículo 17. En los
primeros versículos el amor de Dios es manifestado en el don de Cristo; en primer
lugar para darnos vida, — nosotros estábamos muertos; en segundo lugar para
hacer propiciación, — éramos culpables. Todo nuestro caso es abordado. En el
segundo de estos versículos tenemos el gran principio de la gracia, lo que el
amor es, dónde y cómo es conocido es expuesto claramente en palabras de
infinita importancia en cuanto a la naturaleza misma del cristianismo. En esto
consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios (ése era el principio
de la ley), sino en que Él nos ha amado y ha dado a Su Hijo para hacer
propiciación por nuestros pecados. Entonces, es aquí donde hemos aprendido lo
que el amor es. El amor era perfecto en Él cuando nosotros no teníamos amor
alguno por Él; perfecto en Él en que lo ejerció hacia nosotros cuando estábamos
en nuestros pecados y envió a Su Hijo para que fuera la propiciación por ellos.
Luego el Apóstol afirma sin duda alguna que el que no ama no conoce a Dios. La
pretensión de poseer este amor es juzgada mediante esto; pero para conocer el
amor no debemos buscarlo en nosotros mismos sino buscarlo manifestado en Dios
cuando nosotros no teníamos amor alguno. Él da la vida que ama y ha
hecho propiciación por nuestros pecados.
El disfrute y los
privilegios del amor de Dios;
amarse unos a otros
Y ahora con respecto al disfrute y a los
privilegios de este amor, — si Dios nos ha amado así, (este es el terreno que
Él asume), nosotros debemos amarnos unos a otros.
Nadie ha visto jamás a Dios: si nos amamos unos a
otros Dios permanece en nosotros. Su presencia, Él mismo permaneciendo en
nosotros, se eleva en la excelencia de Su naturaleza por encima de todas las
barreras de circunstancias y nos une a aquellos que son Suyos. Dios en el poder
de Su naturaleza es la fuente del pensamiento y del sentimiento y se difunde
entre aquellos en quienes está dicha naturaleza. Uno puede entender esto. ¿Cómo
es que yo amo más íntimamente a extraños de otra tierra, a personas de
costumbres diferentes que nunca he conocido que a los miembros de mi propia
familia según la carne? ¿Cómo es que yo tengo pensamientos en común, objetos
infinitamente amados en común, afectos poderosamente comprometidos, un lazo más
fuerte con personas a quienes nunca he visto que con los que por lo demás son
queridos compañeros de mi niñez? Ello es porque hay en ellos y en mí una fuente
de pensamientos y afectos que no es humana. Dios está en ella. Dios permanece
en nosotros. ¡Qué felicidad! ¡Qué vínculo! ¿Acaso no se comunica Él mismo al
alma? ¿No la hace Él consciente de Su presencia en amor? Ciertamente que sí. Y
si Él está así en nosotros, la fuente bienaventurada de nuestros pensamientos,
¿puede haber temor o distancia o incertidumbre con respecto a lo que Él es? Ninguna
en absoluto. Su amor es perfecto en nosotros. Nosotros Le conocemos como amor
en nuestras almas: el segundo gran asunto de este notable pasaje, el disfrute
del amor divino en nuestras almas.
El disfrute del
amor de Dios en nuestras almas:
el Espíritu dándonos
la conciencia de permanecer en Dios
y de que Él permanece
en nosotros
El Apóstol aún no ha dicho: "conocemos que
permanecemos en él". Él lo dirá en breve. Pero si el amor de los hermanos
está en nosotros Dios permanece en nosotros. Cuando dicho amor está en
ejercicio somos conscientes de la presencia de Dios como perfecto amor en
nosotros. El amor llena el corazón y es ejercitado así en nosotros. Ahora bien,
esta conciencia es el efecto de la presencia de Su Espíritu en nosotros como la
fuente y el poder de vida y naturaleza. La Escritura no dice aquí que Él nos ha
dado "su Espíritu, — la evidencia de que Él permanece en nosotros, sino "de
su Espíritu"; nosotros participamos mediante Su presencia en nosotros del
afecto divino por medio del Espíritu, y así no sólo conocemos que Él permanece
en nosotros sino que la presencia del Espíritu actuando en una naturaleza que
es la de Dios en nosotros nos hace conscientes de que permanecemos en Él.
Porque Él es la infinitud y la perfección de lo que está ahora en nosotros.
El corazón descansa en esto y disfruta de
Él, y Él está oculto para todo
lo que está fuera de Él, en la conciencia del amor perfecto en el que (permaneciendo
así en Él) uno se encuentra. El Espíritu nos hace permanecer en Dios y nos da
así la conciencia de que Él permanece en nosotros. De este modo, en el disfrute
y en la conciencia del amor que había en ello nosotros podemos testificar de
aquello en lo que ese amor fue manifestado más allá de todos los límites
judíos, a saber, que el Padre ha enviado al Hijo para ser el Salvador del
mundo. Veremos más adelante otro carácter del amor.
El Dios invisible
manifestado y dado a conocer a los hombres
por su Hijo unigénito,
y disfrutado interiormente
Si comparamos el versículo 12 de nuestro capítulo
4 con el capítulo 1 versículo18 del Evangelio de Juan entenderemos mejor el
alcance de la enseñanza que el Apóstol nos presenta aquí. La misma dificultad,
o si ustedes prefieren, la misma verdad es presentada en ambos casos. Nadie ha
visto jamás a Dios. ¿Cómo se resuelve esto? En Juan 1:18 leemos, "el Hijo
unigénito, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer". Aquel
que está [véase nota 17] en la más perfecta intimidad, en la más absoluta
proximidad y disfrute del amor del Padre, el único objeto eterno y suficiente
que conocía el amor del Padre como Su Hijo unigénito, él Le ha revelado a los
hombres tal como Él mismo Le ha conocido.
[Nota
17]. Noten ustedes que no se dice "estaba". Nunca se dice en la
Escritura, como a menudo se dice, que Él dejó el seno del Padre; sino "el
Hijo unigénito, que está en el seno del Padre". Como conociendo así a
Dios, él Lo revela en la tierra.
¿Cuál es la respuesta en nuestra epístola a esta
misma dificultad? "Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros,
y su amor se ha perfeccionado en nosotros". Mediante la comunicación de la
naturaleza divina y por la permanencia de Dios en nosotros disfrutamos
interiormente de Él tal como Él ha sido manifestado y dado a conocer por Su
Hijo unigénito. Su amor es perfecto en nosotros, es conocido para el corazón,
tal como ha sido dado a conocer en Jesús. El Dios que ha sido dado a conocer
por Él permanece en nosotros. ¡Qué pensamiento! es que esta respuesta al hecho
de que nadie ha visto jamás a Dios es igualmente que el Hijo unigénito Le ha
dado a conocer y que Él permanece en nosotros. Qué luz proyecta esto sobre las
palabras: "¡que es verdadero en él y en vosotros!" [Véase nota 18]. Porque es
en el hecho de que
Cristo se ha convertido en nuestra vida que podemos disfrutar así de Dios y de Su
presencia en nosotros por el poder del Espíritu Santo. Y nosotros hemos visto
que de esto emana el testimonio del versículo 14.
[Nota
18]. Esto nos presenta también la diferencia entre el Evangelio y la Epístola
en sus más alto carácter y tema.
La diferencia entre
Dios permaneciendo en nosotros
y nosotros permaneciendo
en Dios;
la evidencia del
amor y del gozo de Dios en el corazón
Nosotros vemos también la diferencia que existe entre
Dios permaneciendo en nosotros y nosotros permaneciendo en Dios, incluso en lo
que Cristo dice de Sí mismo. Él ha estado siempre en el Padre y el Padre en Él;
pero Él dice: "El Padre que mora en mí, él hace las obras". (Juan
4:10). Por medio de Su palabra los discípulos debiesen haber creído en ambos;
pero en lo que ellos habían visto, — en Sus obras, — habían visto más bien la evidencia
de que el Padre estaba en Él. Los que Le habían visto a Él habían visto al
Padre. (Juan 14:8 y 9). Pero cuando viniera el Consolador entonces ellos sabrían
que Jesús estaba en Su Padre, — divinamente uno con el Padre.
Él no dice que nosotros estamos en Dios, ni que
estamos en el Padre, [véase nota 19] sino que nosotros permanecemos en
Él, y conocemos esto en que Él nos ha dado de Su Espíritu.
[Nota
19]. La única expresión en la Palabra que tiene alguna semejanza con ello es:
"La iglesia de los tesalonicenses, que está en Dios el Padre" (1ª
Tesalonicenses 1:1 – KJV). Esta epístola está dirigida a una entidad numerosa
en otro sentido muy diferente.
Ya hemos mencionado que Él dice (capítulo 3:24):
"En esto sabemos que él [Dios] permanece en nosotros, por el Espíritu que
nos ha dado". Él añade aquí: «Nosotros conocemos que
permanecemos en Dios, porque ello es, — no la manifestación, como evidencia,
sino, — comunión con Dios mismo. Nosotros conocemos que permanecemos en Él,
siempre como una verdad preciosa, — un hecho inmutable; sensatamente, cuando Su
amor está activo en el corazón». Consecuentemente es
a esta actividad a la que el Apóstol se vuelve inmediatamente al añadir:
"Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre envió al Hijo para ser
el Salvador del mundo". (1ª Juan 4:14 – VM). Esta era la evidencia para
todos de aquel amor que el Apóstol disfrutaba, — como todos los creyentes, — en
su propio corazón. Es importante mencionar la manera en que el pasaje presenta
así en primer lugar el hecho de la permanencia de Dios en nosotros, y luego el
efecto (dado que Él es infinito), nuestra permanencia en Él, y después la comprensión
de la primera verdad en la consciente realidad de la vida.
Dios permaneciendo en
nosotros es un hecho doctrinal,
cierto para todo
cristiano verdadero;
nuestra permanencia
en Él está relacionada con nuestro estado;
se insiste cuidadosamente
en la existencia personal de Dios
Podemos comentar aquí que si bien la permanencia
de Dios en nosotros es un hecho doctrinal y verdadero en todo cristiano
verdadero, nuestra permanencia en Él, aunque está implicada en ello, está relacionada
con nuestro estado. Por eso en el capítulo 3 versículo 24 leemos, "El que
guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él". En el Capítulo
4 versículo 16 leemos, "El que permanece en amor, permanece en Dios, y
Dios en él".
El amor de unos a otros es tomado realmente como
la evidencia de que Dios está allí, y Su amor es perfeccionado en nosotros, — esto
es para contrastar la manera de Su presencia con la de Cristo. (Juan 1:18).
Pero lo que así conocemos es la permanencia en Él y Él en nosotros. En cada
caso este conocimiento es por medio del Espíritu. 1ª Juan 4:15 es el hecho
universal; el versículo 16 lleva esto plenamente a su fuente. Nosotros hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Su naturaleza está
allí dada a conocer en sí misma (porque nos gloriamos en Dios); Dios es amor, y
el que permanece en amor permanece en Dios y Dios permanece en él. No hay nada
más en ninguna otra parte: si nosotros participamos de Su naturaleza,
participamos de ese amor, y el que permanece en dicho amor permanece en Dios, el
cual es la plenitud del amor. Pero observen además que mientras se insiste en lo
que Él es, se insiste cuidadosamente en Su existencia personal. Él permanece en
nosotros.
La porción de todo
cristiano;
su comprensión
inteligente es un asunto de espiritualidad
Y aquí entra un principio de profunda importancia.
Tal vez se podría decir que esta permanencia de Dios en nosotros y nuestra permanencia
en Él dependían de una gran medida de espiritualidad; habiendo hablado el
Apóstol realmente del gozo más elevado posible. Pero aunque el grado en que lo comprendemos
inteligentemente es en realidad un asunto de espiritualidad, y sin embargo la
cosa en sí misma es la porción de todo cristiano. Es nuestra posición porque
Cristo es nuestra vida y porque el Espíritu Santo nos es dado. "Todo aquel
que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios".
¡Cuán grande es la gracia del Evangelio! ¡Cuán admirable es nuestra posición
porque es en Jesús que la poseemos! Es importante mantener firme esto, a saber,
que ello es la porción de todo cristiano, el gozo de los humildes, el más fuerte
vituperio a la conciencia de los
descuidados.
Definición de un
cristiano;
el amor de Dios es la
fuente de nuestro conocimiento
y del disfrute de
nuestra posición
El Apóstol explica esta elevada posición mediante
la posesión de la naturaleza divina, — la condición esencial del cristianismo. Un
cristiano es uno que es participante de la naturaleza divina y en quien
mora el Espíritu. Pero el conocimiento de nuestra posición no emana de la
consideración de esta verdad aunque depende de que ella sea cierta, sino de la
del propio amor de Dios, como ya hemos visto. Y el Apóstol continúa diciendo:
"Hemos conocido y creído el amor que
Dios tiene para con nosotros". Esta
es la fuente de nuestro conocimiento y del disfrute de estos privilegios tan
dulces y tan maravillosamente exaltados, pero tan sencillos y tan reales para
el corazón cuando son conocidos.
Dios mismo es amor; permaneciendo en
amor;
el amor permaneciendo en nosotros
Nosotros
hemos conocido el amor, el amor que Dios tiene para con
nosotros, y lo hemos creído. ¡Precioso conocimiento! Al poseerlo conocemos a
Dios; porque es así como Él se ha manifestado. Por lo tanto nosotros podemos
decir: "Dios es amor". No hay otro además de Él. Él mismo es amor. Él
es amor en toda su plenitud. Él no es santidad, Él es santo; pero Él es amor.
Él no es justicia, Él es justo.[Véase nota 20].
[Nota 20]. La justicia y la santidad suponen
una referencia a otras cosas; por ejemplo, el mal a ser conocido, el rechazo
del mal y el juicio. El amor, aunque ejercido hacia otros, es lo que Él es en
Sí mismo. El otro nombre esencial que Dios lleva es "luz". Se dice
que nosotros somos "luz en el Señor" como participantes de la
naturaleza divina (Efesios 5:8); no se dice que somos amor, el cual es, aunque
naturaleza divina,
soberano en gracia. Por lo tanto, de nosotros no se puede decir que somos amor.
(Véase Efesios capítulos 4 y 5).
Entonces,
permaneciendo yo en amor, permanezco en Él, lo cual yo no
podría hacer a menos que Él permaneciera en mí, y esto Él lo hace. Él expresa
aquí en primer lugar que nosotros permanecemos en Él porque es Dios mismo quien
está ante nuestros ojos como el amor en el que permanecemos. Por tanto, al
pensar en este amor yo digo que permanezco en Él porque tengo en mi corazón
la conciencia
de ello por medio del Espíritu. Al mismo tiempo este amor es un principio
activo y dinámico en nosotros; es Dios mismo quien está allí. Este es el gozo
de nuestra posición, la posición de todo cristiano.
El doble efecto de la manifestación del
amor de Dios
Los
versículos 14 y 16 presentan el doble efecto de la manifestación de
este amor.
En
primer lugar, el testimonio de que el Padre ha enviado al Hijo para
ser el Salvador del mundo. (1ª Juan 4:14 – VM). Al margen de las promesas
hechas a los judíos (como en todas partes en Juan), esta obra es el fruto de lo
que Dios mismo es. Consecuentemente, todo aquel que confiesa que Jesús
es ese Hijo disfruta de toda la plenitud de sus bienaventuradas consecuencias.
En
segundo lugar, el cristiano ha creído por sí mismo en este amor y lo
disfruta según su plenitud. Sólo hay esta modificación de la expresión del
hecho glorioso de nuestra porción, — a saber, que la confesión de Jesús como el
Hijo de Dios es eminentemente aquí la evidencia de que Dios permanece en
nosotros aunque la otra parte de la verdad dice igualmente que el que Le
confiesa permanece también en Dios.
Comunión y ser conscientes de ella
Cuando
se habla de nuestra porción en la comunión como creyendo en este
amor se dice que el que permanece en amor permanece en Dios; porque, de hecho, es
allí donde está el corazón. Aquí también es igualmente cierta la otra parte de
la verdad: Dios permanece igualmente en él.
Yo
he hablado de ser conscientes de esta permanencia en Dios porque es sólo
así que ello es conocido. Pero es importante recordar que el Apóstol lo enseña
como una verdad que es aplicable a todo creyente. Estos podrían haberse
excusado por no apropiarse de estas afirmaciones por considerarlas demasiado
elevadas para ellos; pero este hecho juzga la excusa. Esta comunión es
desatendida. Pero Dios permanece en todo aquel que confiesa que Jesús es Hijo
de Dios, y él permanece en Dios. ¡Qué consuelo para un creyente tímido! ¡Qué
reprensión para uno que es descuidado!
Nuestra posición relativa respecto de
Dios;
confianza para el día del juicio;
como el propio Juez somos ahora en este
mundo
El
Apóstol vuelve a nuestra posición relativa considerando a Dios como
fuera de nosotros mismos, como Aquel ante quien hemos de comparecer y con quien
siempre tenemos que ver. Esta es la tercera gran evidencia y el carácter del
amor en el cual dicha posición es completa, testificando, como ya he dicho, que
Dios ha pensado en todo en cuanto a nosotros desde nuestro estado pecaminoso
hasta el día del juicio.
En
esto se ha perfeccionado el amor en nosotros (para que tengamos
confianza en el día del juicio), a saber, que como Él es, así somos también
nosotros en este mundo. En verdad, ¿qué podría darnos una seguridad más
completa para aquel día que ser como Jesús mismo, — ser como el juez? El que
juzgará en justicia es nuestra justicia. Nosotros somos en Él la justicia según
la cual Él juzgará. Con respecto al juicio nosotros somos como Él es. Verdaderamente
esto puede darnos perfecta paz. Pero observen que esto no solamente es así en
el día del juicio (nos da confianza para ello), sino que nosotros lo somos en
este mundo. No como Él era, sino que en este mundo somos como Él es y ya tenemos
nuestro lugar conocido según sea necesario, y de acuerdo con la naturaleza y
los consejos de Dios para aquel día. Ello es nuestro ya que estamos identificados
con Él de manera vivencial.
El perfecto amor desterrando el temor;
la gracia de Dios; "Él nos amó
primero"
Ahora
bien, en el amor no hay temor; hay confianza. Si yo estoy seguro
de que una
persona
me ama, no le temo. Si sólo deseo ser el objeto de su afecto yo
puedo temer no serlo e incluso temerle a la persona misma. Sin embargo, este
temor tendería siempre a destruir mi amor por dicha persona y mi deseo de ser
amado por ella. Hay incompatibilidad entre los dos afectos, — en el amor no hay
temor. Además, el perfecto amor destierra el temor porque el temor nos
atormenta y el tormento no es el disfrute del amor. Por tanto, el que teme no
conoce el perfecto amor. Y entonces, ¿qué quiere decir el autor por "perfecto
amor"? "Perfecto amor " es lo que Dios es y lo que Él ha
exhibido plenamente en Cristo y nos ha dado a conocer y a disfrutar mediante Su
presencia en nosotros para que permanezcamos en Él. La evidencia positiva de la
completa perfección del amor es que nosotros somos como Cristo es. El amor Se
manifiesta hacia nosotros, es perfeccionado en nosotros y es hecho perfecto en
nosotros. Pero de lo que nosotros disfrutamos es de Dios, el cual es amor, y disfrutamos
de Él por estar Él en nosotros de modo que el amor y la confianza están en
nuestros corazones y tenemos descanso. Lo que yo conozco de Dios es que Él es
amor, y amor para mí, y nada más que amor para mí, porque Él mismo es eso. Por
lo tanto, no hay temor. [Véase nota 21].
[Nota 21]. Es sorprendente ver que él no dice: «Nosotros
debiésemos amarle porque Él nos amó primero»; sino "Nosotros le
amamos a él". No podemos conocer y disfrutar el amor hacia nosotros sin
amar. El sentido del amor para con nosotros es siempre amor. No es conocido ni
es valorado sin que esté allí. Mi sentido del amor en otro es amor para con él.
Debemos amar a los hermanos porque no es el amor de ellos para con
nosotros el manantial de él, aunque lo pueda alimentar de este modo. Pero nosotros
amamos a Dios porque Él nos amó primero.
Si
indagamos en la historia de manera práctica, por así decirlo, acerca
de estos afectos; si procuramos separar lo que en el disfrute está unido porque
la naturaleza divina en nosotros la cual es amor disfruta del amor en su perfección
en Dios (Su amor derramado en el corazón por Su presencia, por tanto); si
queremos especificar la relación en que se encuentran nuestros corazones con
Dios respecto a esto, aquí está: "Nosotros le amamos a él, porque él nos
amó primero". Ello es gracia y debe ser gracia porque es Dios quien ha de
ser glorificado.
Orden y resumen de los versículos 7 a 19
Será
interesante que mencionemos el orden de este notable pasaje.
Versículos 7 a 10: nosotros poseemos la naturaleza de Dios; por consiguiente
nosotros amamos; somos nacidos de Él, y Le conocemos. Pero la manifestación del
amor hacia nosotros en Cristo Jesús es la evidencia de ese amor; es así
como conocemos ese amor. Versículos 11 a 16: Nosotros lo disfrutamos
permaneciendo en él. Es la vida que vivimos en el amor de Dios por la presencia
de Su Espíritu en nosotros; el disfrute de ese amor mediante la comunión, en
que Dios permanece en nosotros y nosotros permanecemos así en Él. Versículo 17:
Su amor se ha perfeccionado en nosotros; la perfección de ese amor vista en el
lugar que dicho amor nos ha dado en la perspectiva del juicio: nosotros somos
en este mundo como Cristo es. Versículos 18 y 19: Por tanto el amor de Dios se
ha perfeccionado plenamente en nosotros. El amor a los pecadores, la comunión,
la perfección ante Dios, nos presentan los elementos morales y característicos
de ese amor, — lo que ese amor es en nuestra relación con Dios.
En
el primer pasaje donde el Apóstol habla de la manifestación de este
amor (versículo 7), él no va más allá del hecho de que el que ama es nacido de
Dios. Estando la naturaleza de Dios en nosotros (la cual es amor), el que ama
Le conoce porque es nacido de Él, — tiene Su naturaleza y comprende lo que ella
es.
Es
lo que Dios ha sido con respecto al pecador lo cual demuestra Su
naturaleza de amor. Después, lo que nosotros aprendimos como pecadores lo
disfrutamos como santos. El perfecto amor de Dios es derramado en el corazón y
permanecemos en Él. Como estando ya con Jesús en este mundo, y siendo como Él
es, el temor no tiene lugar en uno para el cual el amor de Dios es morada y
descanso.
La realidad del amor a Dios puesta a
prueba:
su evidencia y su refutación
Versículo
20: ahora es puesta a prueba la realidad de nuestro amor a
Dios que es el fruto de Su amor para con nosotros. Si decimos que amamos a Dios
y no amamos a los hermanos, somos mentirosos; porque si la naturaleza divina
tan cercana a nosotros (en los hermanos cercanos a nosotros), y el valor de
Cristo para ellos no despiertan nuestros afectos espirituales, entonces ¿cómo puede
hacerlo Aquel que está lejos? Este es Su mandamiento: que el que ama a Dios,
ame también a su hermano. También aquí la obediencia es encontrada. (Compárese con
Juan 14:31).
Capítulo
5
El amor por los
hermanos debe ser universal;
trascendencia del
verdadero lugar de Dios en el corazón
El amor por los hermanos evidencia la realidad de
nuestro amor para con Dios. Y este amor debe ser universal, debe estar en
ejercicio hacia todos los cristianos porque todo aquel que cree que Jesús es el
Cristo es nacido de Dios; y quien ama a una persona amará al que es nacido de
Él. Y si el hecho de ser nacido de Él es el motivo, nosotros amaremos a todos
los que son nacidos de Él. (Capítulo 5:1).
Pero existe un peligro en otro aspecto. Puede ser
que amemos a los hermanos porque nos son agradables; nos proporcionan una
agradable asociación en la que nuestra conciencia no es herida. Por lo tanto se
nos da una segunda constatación. "En esto conocemos que amamos a los hijos
de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos". Yo no amo a
los hermanos como hijos de Dios a menos que ame a Dios de quien ellos son nacidos.
Yo Puedo amarlos individualmente como compañeros o puedo amar a algunos entre
ellos, pero no como hijos de Dios si no amo a Dios mismo. Si Dios mismo no
tiene Su verdadero lugar en mi corazón aquello que lleva el nombre de amor a
los hermanos excluye a Dios; y Le excluye de una manera tanto más completa y
sutil porque nuestro vínculo con ellos lleva el sagrado nombre de amor
fraternal.
La obediencia a Sus
mandamientos
es la pauta para el
amor a Dios;
las señales del
verdadero amor fraternal
Ahora bien, hay una pauta incluso para este amor a
Dios, a saber, la obediencia a Sus mandamientos. Si yo ando con los hermanos
mismos en desobediencia al Padre de ellos, ciertamente no es porque ellos son Sus
hijos que yo los amo. Si ello fuera porque yo amo al Padre y porque ellos son
Sus hijos ciertamente me gustaría que ellos Le obedecieran. Entonces, andar en
desobediencia con los hijos de Dios bajo el pretexto de amor fraternal no es
amarlos como hijos de Dios. Si yo los amara como tales amaría al Padre de ellos
y a mi Padre y yo no podría andar en desobediencia a Él y llamar a esto una
evidencia de que los amo porque son Suyos.
Si también yo los amara por ser ellos Sus hijos, yo
debería amar a todos los que lo son porque el mismo motivo me compromete a
amarlos a todos.
La universalidad de este amor con respecto a todos
los hijos de Dios; su ejercicio en la obediencia práctica a Su voluntad: éstas
son las señales del verdadero amor fraternal. Lo que no tiene estas señales es
un mero espíritu partidario carnal que se reviste con el nombre y las formas
del amor fraternal. Muy ciertamente yo no amo al Padre si estimulo a Sus hijos
a desobedecerle.
El mundo y su
enemistad;
su oposición a los
mandamientos de Dios
Ahora bien, hay un obstáculo para esta obediencia
y ese obstáculo es el mundo. El mundo tiene sus formas que están muy lejos de
la obediencia a Dios. Cuando nos ocupamos sólo en Él y en Su voluntad pronto
estalla la enemistad del mundo. Dicha enemistad actúa también mediante sus
comodidades y sus deleites en el corazón del hombre cuando anda según la carne.
En resumen, el mundo y los mandamientos de Dios se oponen entre sí; pero los
mandamientos de Dios no son gravosos para los que son nacidos de Él porque el
que es nacido de Dios vence al mundo. El tal posee una naturaleza y un
principio que superan las dificultades que el mundo opone a su andar. Su
naturaleza es la naturaleza divina pues él es nacido de Dios; su principio es
el de la fe. Su naturaleza es insensible a las atracciones que este mundo
ofrece a la carne y eso es porque ella tiene, completamente aparte de este
mundo, un espíritu independiente de él y un objeto propio que la gobierna. La
fe dirige sus pasos, pero la fe no ve el mundo, ni lo que está presente. La fe
cree que Jesús, a quien el mundo rechazó, es el Hijo de Dios. Por lo tanto el
mundo ha perdido su poder sobre ella. Sus afectos y su confianza están fijos en
Jesús, el cual fue crucificado, reconociéndole como el Hijo de Dios. De este
modo el creyente, separado del mundo, tiene la confianza de la obediencia y
hace la voluntad de Dios que permanece para siempre.
El testimonio que Dios
da de la vida eterna como don Suyo:
su fuente
El Apóstol resume en unas pocas palabras el
testimonio de Dios con respecto a la vida eterna que Él nos ha dado.
Esta vida no está en el primer Adán, está en el postrero,
— en el Hijo de Dios. El hombre, como nacido de Adán, no la posee, no la obtiene.
Ciertamente él debiese haber obtenido la vida bajo la ley. Esto la
caracterizaba: 'Haz esto, y vivirás'. Pero el hombre no lo hizo y no pudo.
Dios le da vida eterna y esta vida está en Su
Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo no tiene la
vida.
Los tres testigos
del don de Dios de la vida eterna;
la sentencia de
muerte de Dios sobre el primer Adán
Ahora bien, ¿cuál es el testimonio dado de este
don de la vida eterna? Los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre.
Este Jesús, el Hijo de Dios, es Aquel que vino mediante agua y sangre; no mediante
agua solamente, sino mediante agua y sangre. El Espíritu también da testimonio
porque Él es la verdad. De lo que ellos dan testimonio es de que Dios nos ha
dado vida eterna, y de que esta vida está en Su Hijo. Pero ¿de dónde manaron el
agua y la sangre? Manaron del costado traspasado de Jesús. Ello es el juicio de
muerte pronunciado y ejecutado sobre la carne (compárese con Romanos 8:3),
sobre todo lo que es del viejo hombre, sobre el primer Adán. No es que el
pecado del primer Adán estuviera en la carne de Cristo sino que Jesús murió en
ella como sacrificio por el pecado. "Porque en cuanto murió, al pecado
murió una vez por todas". (Romanos 6:10). El pecado en la carne fue
condenado en la muerte de Cristo en la carne. No había otro remedio. La carne
no podía ser modificada ni sujetada a la ley. La vida del primer Adán no era
más que pecado en el principio de su voluntad; no podía ser sujetada a la ley.
Nuestra purificación en cuanto al viejo hombre es su muerte. El que ha muerto ha
sido justificado del pecado. Por tanto, somos bautizados para participar en la
muerte de Jesús. Con Cristo estamos juntamente crucificados; sin embargo,
vivimos, pero no nosotros, es Cristo quien vive en nosotros. (Gálatas 2:20). Participando
en la vida de Cristo resucitado nos consideramos muertos con Él; pues ¿por qué
vivir de esta nueva vida, esta vida del postrer Adán, si podíamos vivir delante
de Dios en la vida del primer Adán? No; viviendo en Cristo hemos aceptado por medio
de la fe la sentencia de muerte dictada por Dios sobre el primer Adán. Esta es
la purificación cristiana: incluso la muerte del viejo hombre porque somos
hechos participantes de la vida en Cristo Jesús. Nosotros hemos muerto, —
juntamente crucificados con Él. Necesitamos una purificación perfecta delante de
Dios; la tenemos porque lo que era impuro ya no existe: lo que existe, como
nacido de Dios, es perfectamente puro.
El testimonio del
agua manando del costado de un Cristo muerto;
la purificación es mediante
muerte
Él vino mediante agua, — un testimonio poderoso ya
que mana del costado de un Cristo muerto, testimonio de que la vida no debe ser
buscada en el primer Adán; porque Cristo, al venir por el hombre, asumiendo su
causa, el Cristo venido en carne tenía que morir: de lo contrario Él habría quedado
solo en Su propia pureza. (Juan 12:24). La vida hay que buscarla en el Hijo de
Dios resucitado de entre los muertos. La purificación es mediante muerte.
La sangre de un
Cristo muerto mostrando
que la expiación es
mediante muerte
Pero Él no sólo vino mediante agua sino también mediante
sangre. La expiación de nuestros pecados era tan necesaria como la purificación
moral de nuestras almas. Nosotros la poseemos en la sangre de un Cristo
inmolado. Sólo la muerte podía expiarlos y borrarlos y Jesús murió por
nosotros. La culpa del creyente ya no existe delante de Dios; Cristo se ha
puesto en su lugar. La vida está en las alturas y hemos sido resucitados
juntamente con Él, habiéndonos perdonado Dios todos nuestros pecados. La
expiación es mediante muerte.
El testimonio del
Espíritu permitiéndonos apreciar
el valor del agua y
de la sangre
El tercer testigo es el Espíritu: puesto en primer
lugar en el orden del testimonio de ellos en la tierra dado que sólo Él da
testimonio con poder para que nosotros conozcamos a los otros dos (versículo 8);
y en último lugar en el orden histórico de ellos (versículo 7) pues tal fue
realmente ese orden, primero la muerte y sólo después el Espíritu Santo. [Véase
nota 22].
[Nota
22]. Incluso la recepción de manera ordenada del Espíritu Santo fue así. (Véase
Hechos 2:38.
En efecto, es el testimonio del Espíritu, Su
presencia en nosotros, lo que nos permite apreciar el valor del agua y de la
sangre. Nunca habríamos comprendido el significado práctico de la muerte de Cristo
si el Espíritu Santo no fuera para el hombre nuevo un poder revelador de su
importancia y su eficacia. Ahora bien, el Espíritu Santo descendió de un Cristo
resucitado y ascendido; y así conocemos que la vida eterna nos es dada en el
Hijo de Dios.
La gracia, el don y
el testimonio de Dios
de que la vida que Él
da está en Su Hijo
El testimonio de estos tres testigos se encuentran
en esta misma verdad, a saber, que la gracia, — que Dios mismo, — nos ha dado
vida eterna; y que esta vida está en el Hijo. El hombre no tuvo nada que ver en
ello excepto por sus pecados. Es el don de Dios. Y la vida que Él da está en el
Hijo. El testimonio es el testimonio de Dios. ¡Cuán bienaventurado es tener un testimonio
tal y tenerlo de Dios mismo y en gracia perfecta!
Entonces nosotros tenemos las tres cosas: la limpieza,
la expiación y la presencia del Espíritu Santo como testigos de que la vida
eterna nos es dada en el Hijo que fue inmolado por el hombre cuando Él estaba
en relación con el hombre aquí abajo. Él no podía sino morir por el hombre, por
el hombre tal como él es. La vida está en otra parte, a saber, está en Él.
El motivo por el
que el Apóstol escribió la epístola:
para que los que creían
en el Hijo
supieran que tenían
vida eterna
Termina aquí la doctrina de la epístola. El
Apóstol escribió estas cosas para que los que creían en el Hijo supieran que
tenían vida eterna. Él no presenta medios de examen para hacer dudar a los
fieles acerca de si acaso tienen vida eterna, sino que, — viendo que había
seductores que se esforzaban por apartarlos como siendo ellos deficientes en
algo importante, y puesto que ellos se presentaban como poseedores de alguna
luz superior, — él les precisa las señales de la vida para tranquilizarlos
desarrollando la excelencia de esa vida y de la posición de ellos como
disfrutadores de ella, y para que ellos pudiesen comprender que Dios la había
dado a ellos y para que de ningún modo ellos pudieran ser afectados en el
pensamiento.
Confianza práctica
en Dios
en cuanto a
nuestras necesidades aquí abajo
Él habla después de la confianza práctica en Dios
que emana de todo esto, — confianza ejercitada con la perspectiva de todas
nuestras necesidades aquí abajo, de todo lo que nuestros corazones desean pedir
a Dios.
El oído de Dios
está siempre abierto;
por eso Él concede
nuestras peticiones
Nosotros sabemos que Él siempre oye todo lo que Le
pedimos conforme a Su voluntad. ¡Precioso privilegio! El propio cristiano no
desearía que se le concediera nada que fuera contrario a la voluntad de Dios.
Pero para todo lo que es conforme a Su voluntad Su oído está siempre abierto
para nosotros, siempre atento. Él siempre oye; Él no es como el hombre, a
menudo ocupado de modo que no puede oír, o descuidado de modo que no lo hará.
Dios nos oye siempre y ciertamente no falla en el poder: la atención que Él nos
presta es una evidencia de Su buena voluntad. Por eso nosotros recibimos las
cosas que Le pedimos. Él concede nuestras peticiones. ¡Qué dulce relación! ¡Qué
gran privilegio! Y también es un privilegio del cual podemos valernos en amor hacia
los demás.
El pecado y su
castigo; el pecado de muerte
Si un hermano peca y Dios lo castiga nosotros podemos
pedir por ese hermano y se le restaurará la vida. El castigo tiende a la muerte
del cuerpo (compárese con Job capítulos 33 a 36; Santiago capítulo 5 versículos
14 y 15); nosotros oramos por el ofensor y él es sanado. De lo contrario, la
enfermedad sigue su curso. Toda injusticia es pecado y hay tal pecado que es de
muerte. No me parece que esto se trata de algún pecado en particular sino de
todo pecado que tiene un carácter tal que en vez de despertar amor cristiano
despierta cristiana indignación. Así, Ananías y Safira cometieron un pecado de
muerte. Fue una mentira, pero una mentira bajo tales circunstancias que ocasionó
horror en vez de ocasionar compasión. Nosotros podemos comprender fácilmente esto
en otros casos.
El hombre nuevo,
nacido de Dios, va a estar ocupado
con las cosas de
Dios y del Espíritu
Hasta aquí en cuanto al pecado y su castigo. Pero
también es traído ante nosotros el aspecto positivo. Como nacidos de Dios
nosotros no cometemos pecado en absoluto, nos guardamos, y el maligno no nos
toca. Él no tiene con qué seducir al hombre nuevo. El enemigo no tiene objetos
de atracción para la naturaleza divina en nosotros que por la acción del
Espíritu Santo está ocupada con las cosas divinas y celestiales, o con la
voluntad de Dios. Por lo tanto nuestra parte es vivir así, — el hombre nuevo
ocupado con las cosas de Dios y del Espíritu.
Nuestra naturaleza,
nuestra manera de
ser, como cristianos
El Apóstol termina su epístola especificando estas
dos cosas: nuestra naturaleza, nuestra manera de ser, como cristianos; y el
objeto que nos ha sido comunicado para producir y alimentar la fe.
Nosotros sabemos que somos de Dios; y no lo
sabemos de una manera vaga sino en contraste con todo lo que nosotros no
somos: un principio de inmensa importancia que hace que la posición cristiana
sea exclusiva por su naturaleza misma. No es meramente buena, o mala, o mejor;
sino que ella es de Dios. Y nada que no sea de Dios (es decir, que no tenga su
origen en Él) podría tener este carácter y este lugar. El mundo entero está
bajo el maligno.
El cristiano tiene la certeza de estas dos cosas
en virtud de su naturaleza, la cual discierne y conoce lo que es de Dios y
juzga así todo lo que se opone a ella. Las dos cosas no son meramente buenas y
malas, sino que son de Dios y del enemigo. Esto en cuanto a la naturaleza.
El objeto comunicado
a nosotros
para producir y
alimentar la fe
Con respecto al objeto de esta naturaleza nosotros
sabemos que el Hijo de Dios ha venido, — que es también una verdad de inmensa
importancia. No se trata meramente de que existe el bien y de que existe el mal
sino que el Hijo de Dios mismo ha venido a esta escena de miseria para
presentar un objeto a nuestros corazones. Pero hay más que esto. Él nos ha dado
a entender que en medio de toda la falsedad de este mundo del cual Satanás es
el príncipe, nosotros podemos conocer a Aquel que es verdadero, — el Verdadero.
¡Inmenso privilegio que altera toda nuestra posición! El poder del mundo mediante
el cual Satanás nos cegó es completamente quebrantado y nosotros somos llevados
a la luz verdadera; y en esa luz vemos y conocemos a Aquel que es verdadero,
que es en Sí mismo la perfección; aquello por lo cual todas las cosas pueden
ser perfectamente discernidas y juzgadas de acuerdo con la verdad. Pero esto no
es todo. Nosotros estamos en este Verdadero, participantes de Su naturaleza, y
permaneciendo en Él, y para que podamos disfrutar la fuente de la verdad.
[Véase nota 23]. Ahora bien, es en Jesús donde estamos. Es así, es en Él que
estamos en relación con las perfecciones de Dios.
[Nota
23]. Ya he mencionado que este pasaje es una especie de clave para la manera en
que realmente conocemos a Dios y permanecemos en Él. El pasaje habla de Dios
como Aquel a quien conocemos, en quien estamos, explicándolo al decir que ello
es en Su Hijo Jesucristo nuestro Señor; sólo que aquí, como sigue en el texto,
es la verdad y no el amor.
Dios y Cristo
unidos en la mente del Apóstol:
los vínculos
divinos de nuestra posición
Podemos observar nuevamente aquí, — lo que da un carácter
a toda la epístola, — la manera en que Dios y Cristo están unidos en la mente
del Apóstol. Esto explica el motivo por el cual él dice con tanta frecuencia:
"Él", cuando debemos entender "Cristo", aunque él haya
hablado previamente de Dios: por ejemplo, capítulo 5:20, "Él es el verdadero
Dios, y la vida eterna". (Final del versículo 20 – JND, NC). Y nuevamente
aquí: "Estamos en Él que es
verdadero [es decir], en su Hijo Jesucristo (versículo 20 - JND. Este es el
verdadero Dios, y la vida eterna".
Entonces ¡he aquí los vínculos divinos de nuestra
posición! Nosotros estamos en Aquel que es verdadero; ésta es la naturaleza de
Aquel en quien estamos. Ahora bien, en realidad, en cuanto a la naturaleza, ella
es Dios mismo; en cuanto a la Persona y en cuanto a la manera de estar en Él,
es Su Hijo Jesucristo. Es en el Hijo, en el Hijo como hombre, donde de hecho estamos
en cuanto a Su Persona; pero Él es el verdadero Dios, el auténtico Dios.
Y ni Y esto es todo sino que en Él tenemos vida.
Él es también la vida eterna, de modo que nosotros la poseemos en Él. Conocemos
al verdadero Dios, tenemos vida eterna.
Todo lo que está afuera
de los propósitos
y de la naturaleza
de Dios es un ídolo;
preservación de
ello;
la conexión entre
las epístolas de Juan
Todo lo que está afuera de esto es un ídolo. ¡Que
Dios nos preserve de ello y nos enseñe mediante Su gracia a preservarnos de
ello! Esto brinda la ocasión al Espíritu de Dios para hablar de "la
verdad" en las dos breves epístolas que siguen.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Junio/Julio 2023
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
BJ = Biblia de
Jerusalén.
JND = Una traducción al inglés del Antiguo Testamento
(1890) y del
Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby.
KJV = King James 1769
(conocida también como la "Authorized Version en inglés"), versículos
traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada
con permiso.
NC = Biblia
Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales por:Eloíno Nacar y
Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
RV1977 =
Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada por Editorial Clie).
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).