MOBI |
|
EPUB |
|
SINOPSIS
de los
Libros
de la Biblia
2 CORINTIOS
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""),
se indican otras versiones, tales como:
BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Capítulo 1
Las circunstancias que ocasionan que la epístola sea escrita
El apóstol escribe
la segunda Epístola a los Corintios bajo la influencia de las consolaciones de Cristo - consolaciones experimentadas cuando
las tribulaciones que le sobrevinieron en Asia estaban en su apogeo, y renovadas en el momento en que él escribió esta carta,
por la buena noticia que Tito había traído desde Corinto - consolaciones que (ahora que él está feliz acerca de ellas) él
imparte a los Corintios, quienes, por gracia, habían sido la fuente de ellas en última instancia.
La primera carta
había despertado la conciencia de ellos, y había restablecido el temor de Dios en el corazón de ellos, e integridad en su
andar. El corazón entristecido del apóstol revivió al escuchar esta buena noticia. El estado de los Corintios lo había abatido
y había quitado de su corazón algo de los sentimientos producidos por las consolaciones con las que Jesús lo llenó durante
sus pruebas en Éfeso. ¡Cuán variados y complicados son los ejercicios de aquel que sirve a Cristo y se preocupa por las almas!
La restauración espiritual de los Corintios, disipando la angustia de Pablo, había renovado el gozo de estas consolaciones,
que habían sido interrumpidas por las noticias de la mala conducta de ellos. Él regresa, después, a este asunto de sus sufrimientos
en Éfeso, y desarrolla, en un modo notable, el poder de la vida mediante el cual él vivía en Cristo.
Él se dirige
a todos los santos de aquella región, así como también a los que estaban en la ciudad de Corinto, que era su capital; y, siendo
guiado por el Espíritu Santo a escribir conforme a los sentimientos reales que aquel Espíritu producía en él, se sitúa inmediatamente
en medio de las consolaciones que fluían a su corazón, para reconocer en ellos al Dios que las derramaba en su probado y ejercitado
espíritu.
La obra
del Espíritu en un corazón humano
Nada más conmovedor
que la obra del Espíritu en el corazón del apóstol. La mezcla de gratitud y adoración hacia Dios, de gozo en las consolaciones
de Cristo, y de afecto por aquellos en quienes se regocijaba ahora, tiene una belleza que no puede ser imitada por la mente
del hombre. Su sencillez y su verdad no hacen sino realzar la excelencia y el carácter exaltado de esta obra divina en un
corazón humano. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación,
el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros
las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para
vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación." (2 Corintios 1: 3—6).
Bendiciendo a Dios por las consolaciones que él había recibido, contento por padecer, porque su participación en el padecimiento
animaba la fe de los Corintios que padecían, mostrándoles la senda ordenada por Dios para lo más excelente, él derrama en
sus corazones su propia consolación, tan pronto como el consuelo le llega de parte de Dios. Su primer pensamiento (y siempre
es así con uno que comprende su dependencia de Dios, y que permanece en Su presencia – véase Génesis 24) es bendecir
a Dios, y reconocerLe como la fuente de toda consolación. El Cristo, a quien él ha encontrado tanto en los padecimientos como
en la consolación, hace que su corazón se vuelva inmediatamente a los amados miembros de Su cuerpo.
La perversidad del hombre y la paciencia de Dios;
la gracia determina que el mal será corregido
Presten atención,
de inmediato, a la perversidad del corazón del hombre y a la paciencia de Dios. En medio de los padecimientos por amor a Cristo,
ellos podían tomar parte en el pecado que deshonraba Su nombre – un pecado desconocido entre los Gentiles. A pesar de este pecado, Dios no los privaría del testimonio, que esos padecimientos les daba, de la verdad
del Cristianismo de ellos – padecimientos que aseguraban al apóstol que los Corintios gozarían las consolaciones de
Cristo que acompañaban a los padecimientos por amor de Él. Es hermoso ver de qué manera la gracia echa mano de lo bueno, para
determinar que el mal será ciertamente corregido, en vez de desacreditar lo bueno por causa del mal. Pablo estaba cerca de
Cristo – la fuente de fortaleza.
El poder
de vida en Cristo
Él continúa
presentando, experimentalmente, la doctrina del poder de vida en Cristo [1], el cual tiene su desarrollo y fortaleza en la
muerte a todo lo que es temporal, a todo lo que nos vincula a la vieja creación, a la vida mortal misma. Luego él menciona
casi todo asunto que le había ocupado en la primera epístola, pero con un corazón descargado, aunque con una firmeza que deseaba
el bien de ellos, y la gloria de Dios, independientemente de los pesares que le podrían costar a él mismo.
[1]
El comienzo de este Epístola presenta el poder experimental de lo que es enseñado doctrinalmente en Romanos 5:12 a Romanos
8, y es extremadamente instructivo en este respecto. No es tanto como en Colosenses y Efesios; el fruto práctico de la doctrina
allí es la exhibición del carácter propio de Dios. No obstante, nosotros tenemos llevado a cabo, en una medida, lo que se
enseña en Colosenses.
El efecto de la obra del Espíritu cuando la conciencia es tocada
Observen aquí
la admirable conexión entre las circunstancias personales de los obreros de Dios, y la obra a la que ellos son llamados, y
aun las circunstancias de esa obra. La primera epístola había producido aquel efecto saludable en los Corintios a los que
el apóstol, bajo la guía del Espíritu Santo, la había destinado. La conciencia de ellos había sido despertada, y se habían
vuelto celosos contra el mal en proporción a la profundidad de la caída de ellos. Este es siempre el efecto de la obra del
Espíritu cuando la conciencia del Cristiano que ha caído es tocada verdaderamente. El corazón del apóstol puede abrirse con
gozo a la obediencia completa y sincera de ellos. Mientras tanto, él mismo había pasado a través de pruebas terribles, de
tal modo que él perdió la esperanza de conservar la vida; y había sido capaz, por medio de la gracia, de comprender el poder
de aquella vida en Cristo que obtuvo victoria sobre la muerte, y pudo derramar abundantemente en los corazones de los Corintios,
las consolaciones de esa vida, consolaciones que iban a levantarlos nuevamente. Hay un Dios que conduce todas las cosas en
el servicio de Sus santos - el dolor a través del cual ellos pasan, como todo los demás.
Acción de gracias por el consuelo de Dios en el padecimiento, una muestra de Su favor que debe ser compartida con los demás
Observen, también,
que él no necesita comenzar recordándoles a los Corintios, tal como él lo había hecho en la primera epístola, el llamamiento
y los privilegios de ellos como santificados en Cristo. Él prorrumpe en acción de gracias al Dios de toda consolación. La
santidad es presentada cuando escasea de forma práctica entre los santos. Si ellos están caminando en santidad, ellos disfrutan
a Dios, y hablan de Él. El modo en que las varias partes de la obra de Dios están unidas, en y por medio del apóstol, es visto
en las expresiones que emanan de su corazón agradecido. Dios le consuela en sus padecimientos; y la consolación es tal que
es adecuada para consolar a otros, cualquiera sea la aflicción en que puedan estar; ya que es Dios mismo quien es la consolación,
derramando en el corazón Su amor y Su comunión, tal como es disfrutada en Cristo. Si él era atribulado, era para consuelo
de los demás a la vista de aflicciones similares en los que eran honrados por Dios, y el sentido de armonía en la misma causa
bienaventurada, y la relación con Dios (el corazón siendo tocado y traído de regreso a esos afectos mediante esto). Si era
consolado, era para consolar a otros con las consolaciones que él mismo gozaba en la tribulación. Y las tribulaciones de los
Corintios eran un testimonio para él de que ellos, no obstante lo grande de su debilidad moral, tenían parte en esas consolaciones
que él mismo gozaba, y que él sabía que eran tan profundas, tan reales, que él sabía que eran de Dios, y una muestra de Su
favor. ¡Preciosos vínculos de la gracia! Y cuán verdadero es, en nuestra pequeña medida, que los padecimientos de los que
trabajan reaniman, por una parte, el amor hacia ellos, y, por otra, reaseguran al obrero en cuanto a la sinceridad de los
objetos de su afecto cristiano, presentándoselos de nuevo a él en el amor de Cristo. La aflicción del apóstol le había ayudado
a escribir a los Corintios con la pena que era adecuada a la condición de ellos; pero, ¡qué fe era esa que se ocupaba con
semejante energía y semejante completo olvido de sí mismo acerca del triste estado de otros, en medio de tales circunstancias
como las que rodeaban en aquel entonces al apóstol! Su fuerza estaba en Cristo.
Pablo explica los motivos de sus movimientos
para
demostrar su amor por los Corintios
Su corazón se
expande hacia los Corintios. Nosotros vemos que sus afectos emanan libremente – algo de gran valor. Él cuenta con el
interés que ellos pondrán en el relato de sus padecimientos; está seguro que se regocijarán en lo que Dios le ha dado, así
como él se regocija en ellos como siendo el fruto de sus labores, y que reconocerán lo que él es; y se siente satisfecho de
ser deudor a las oraciones de ellos con respecto a los dones mostrados en él, de modo que su éxito en el evangelio era para
ellos como un interés personal propio. Él podía demandar verdaderamente sus oraciones, porque su carrera había sido corrida
en sinceridad no mezclada, y especialmente entre ellos. Esto le lleva a explicarles los motivos de sus movimientos, de los
que no les había hablado con anterioridad, atribuyendo estos movimientos a sus propios planes y motivos, sometidos al Señor.
Él es siempre dueño (bajo Cristo) de sus movimientos; pero puede hablar ahora libremente de aquello que le había llevado a
tomar la decisión, lo cual los Corintios no estaban anteriormente en condiciones de saber. Él desea satisfacerles, explicarles
cosas, como para demostrar su perfecto amor por ellos; y, a la vez, mantener su completa libertad en Cristo, y no hacerles
responsables por lo que él hizo. Él era siervo de ellos en padecimiento, pero libre para serlo, porque él respondía sólo a
Cristo, aunque satisfacía la conciencia de ellos (porque él servía a Cristo) si la conciencia de ellos era recta.
Su propia conciencia,
no obstante, estaba limpia; y él les escribía solamente lo que ellos sabían y entendían, y, tal como confiaba, entenderían
hasta el fin; de modo que ellos se regocijaran en él, así como él en ellos.
La razón por la cual Pablo no les había visitado;
la laxitud de ellos y el fundamento del Cristianismo
Pero, ¿había
existido alguna ligereza en sus decisiones, ya que, como les informaba ahora, él se había propuesto visitarles en su viaje
a Macedonia (donde él estaba en el momento de escribir esta carta), y luego una segunda vez en su regreso desde aquel país?
De ningún modo; no se trató de intenciones formadas a la ligera, según la carne, y luego abandonadas. Fue su afecto, fue para
perdonarles (VM; otras versiones: "por consideración",
"para poder ser indulgente", "por consideración", "por miramiento"). Él no podía soportar la idea
de ir con una vara a aquellos a quienes amaba. Observen de qué manera, si bien mostrando su afecto y ternura, él mantiene
su autoridad; y ellos necesitaban el ejercicio de esta autoridad. Y a la vez que les recordaba su autoridad, él les mostraba
toda su ternura. Ellos no eran Cretenses, quizás, a quienes era necesario reprender agudamente; pero había una laxitud de
principios que requería delicadeza y cuidado para que ellos no se inquietasen, pero también autoridad y un freno, por temor
a que, al darles libertad, ellos cayesen en toda clase de malos modos de obrar. Pero él recurre de inmediato a la certeza
que estaba en Cristo, el fundamento de toda la suya. Él no tensaría demasiado la cuerda que había tocado al principio. Él
deja que su autoridad sea conocida como aquello que podría haber sido ejercitado, y no la emplea. Se necesitaba el fundamento
del Cristianismo, para colocar sus almas en una condición de juzgarse ellas mismas saludablemente. Ellos estaban bastante
dispuestos, a través de las intrigas de los falsos maestros y sus hábitos de las escuelas de filosofía, a separarse del apóstol,
y, en espíritu, de Cristo. Él lleva de regreso al fundamento, a la doctrina cierta que era común a todos los que habían trabajado
entre ellos al principio. No daría a Satanás ninguna ocasión para separarles de él (véase 2 Corintios 2:11).
Los grandes principios del gozo Cristiano y de la seguridad Cristiana; certeza sencilla en Cristo
Él establece,
por tanto, los grandes principios del gozo cristiano y de la seguridad cristiana. No hablo de la sangre, la única fuente de
paz de conciencia delante de Dios como juez, sino de la manera en que somos colocados por el poder de Dios en Su presencia,
en la posición y estado en que aquel poder nos introduce conforme a los consejos de Su gracia. La certeza sencilla estaba
en Cristo, conforme a lo que había sido dicho. No era primeramente Sí, y luego No: el sí permanecía siempre sí – un
principio de importancia inmensa, pero para cuyo establecimiento eran necesarios el poder y la firmeza e incluso la perfección,
y la sabiduría, de Dios; ya que asegurar y hacer firme lo que no era sabio y perfecto no habría sido, ciertamente, digno de
Él.
Se verá que
la pregunta era acerca de si acaso Pablo había cambiado su propósito con ligereza. Él dice que no lo había hecho; pero deja
que el pensamiento de lo que le concernía personalmente hable de lo que preocupaba sus pensamientos – de Cristo; y para
él, de hecho, el vivir era Cristo. Pero había que resolver una dificultad, cuando el asunto en cuestión era la inmutabilidad
de las promesas de Dios. Es que no estamos en un estado como para beneficiarnos de aquello que era inmutable a causa de nuestra
debilidad e inconsistencia. Él resuelve esta dificultad exponiendo las poderosas operaciones de Dios en gracia.
La inmutabilidad de las promesas de Dios;
su cumplimiento en Cristo solamente
Hay, por tanto,
dos puntos: -- el establecimiento de todas las promesas en Cristo, y el disfrute, por parte de nosotros, de los resultados
de estas promesas. La cosa no es, como hemos visto, decir meramente, prometer, algo; sino no cambiar las propias intenciones,
no alejarse de lo que se dijo, mantener la propia palabra. Ahora bien, había habido promesas. Dios había hecho promesas, sea
a Abraham incondicionalmente, o a Israel en Sinaí bajo la condición de la obediencia. Pero en Cristo no había promesas, sino
el Amén a las promesas de Dios, la veracidad y la realización de ellas. Pues tantas como sean las promesas de Dios, el Sí
estaba en Él, y el Amén en él. Dios ha establecido – depositado, por decirlo así – el cumplimiento de todas Sus
promesas en la Persona de Cristo. Vida, gloria, justicia, el don del Espíritu, todo es en Él; es en Él que todo es –
Sí y Amén. No podemos tener, en absoluto, el resultado de cualquier promesa fuera de Él. Pero esto no es todo: nosotros, los
creyentes, somos los objetos de estos consejos de Dios. Ellos son para la gloria de Dios por medio de nosotros.
Pero, en primer
lugar, la gloria de Dios es la de Él, quien siempre se glorifica a Sí mismo en Sus soberanos modos de obrar de gracia hacia
nosotros; ya que es en estos modos de obrar que Él revela y muestra lo que Él es. El Sí y el Amén, por tanto, de las promesas
de Dios, el cumplimiento y la realización de las promesas de Dios, para Su gloria por medio de nosotros, son en Cristo.
El disfrute de las promesas: en Cristo
Pero, ¿cómo
podemos participar en ello, si todo es Cristo y en Cristo? Es aquí donde el Espíritu Santo presenta la segunda parte de los
modos de obrar de la gracia. Nosotros estamos en Cristo, y estamos en Él no según la inestabilidad de la voluntad del hombre,
y la debilidad que le caracteriza en sus obras transitorias y cambiantes. El que nos ha establecido firmemente en Cristo es
Dios mismo. El cumplimiento de todas las promesas está en Él. Bajo la ley, y bajo condiciones cuyo cumplimiento dependía de
la estabilidad del hombre, el resultado de la promesa no se logró jamás; la cosa prometida eludió la búsqueda del hombre,
porque el hombre necesitaba estar en un estado capaz de alcanzarla por medio de la justicia, y él no estaba en ese estado;
el cumplimiento de la promesa, por tanto, se suspendió siempre; tendría su resultado 'si…' – pero el 'si..' no
se cumplió, y el Sí y el Amén no llegaron. Pero todo lo que Dios prometió está en Cristo. La segunda parte es el "por medio
de nosotros", y de qué manera la disfrutamos. Nosotros estamos establecidos firmemente por Dios en Cristo, en quien todas
las promesas subsisten, de modo que poseemos en Él con seguridad todo lo que se nos promete. Pero no lo disfrutamos como aquello
que subsiste en nuestras propias manos.
Ungidos, sellados, y las arras del Espíritu dadas
para el disfrute de lo que está en Cristo
Pero, además,
Dios mismo nos ha ungido. Hemos recibido el Espíritu Santo por medio de Jesús. Dios se ha ocupado de que comprendamos por
el Espíritu aquello que nos es dado con liberalidad en Cristo. Pero el Espíritu nos es dado, según los consejos de Dios, para
otras cosas además de comprender meramente Sus dones en Cristo. Aquel que Le ha recibido está sellado. Dios le ha marcado
con Su sello, como Él marcó a Cristo con Su sello cuando Le ungió después de Su bautismo llevado a cabo por Juan. Además,
el Espíritu llega a ser las arras (Otras versiones "la garantía", "el anticipo", "la
prenda"), en nuestros corazones, de lo que poseeremos plenamente de aquí en adelante en Cristo.
Nosotros comprendemos las cosas que se nos dan en la gloria; somos marcados por el sello de Dios para disfrutarlas; tenemos
las arras de ellas en nuestros corazones – nuestros afectos atraídos por ellas. Establecidos en Cristo, tenemos el Espíritu
Santo, el cual nos sella cuando creemos, para llevarnos al disfrute de lo que está en Cristo, aun mientras estamos aquí abajo.
Capítulo 2
El pecador culpable y el efecto de la disciplina;
el objetivo de Satanás
Habiendo hablado
nuevamente del cuidado que manifestó su afecto por ellos, él expresa su convicción de que lo que le había causado tristeza,
a ellos también les había causado tristeza; y esto fue demostrado por el modo en que ellos habían tratado al transgresor.
Él los exhorta a recibir nuevamente y consolar al pobre culpable, el cual estaba en peligro de ser completamente abrumado
por la disciplina que había sido ejercida hacia él por la mayoría de los Cristianos; añadiendo, que si los Cristianos le perdonaban
su falta, él la perdonaba igualmente. Él no quería que Satanás obtuviera alguna ventaja a través del hecho de que este caso
trajera disensión entre él y los Corintios; porque Pablo conocía bien el objetivo del enemigo, el objetivo con el cual él
hizo uso de este asunto.
Guiado por Dios en Su camino;
el perfume del Evangelio
Esto le brinda
la ocasión para mostrar cuánto los había tenido él en su corazón. Llegando a Troas para predicar el evangelio, y abriéndose
una puerta para él, sin embargo él no pudo permanecer allí, porque no había encontrado a Tito; y él deja Troas y continúa
su viaje a Macedonia. Se recordará que, en vez de pasar por las costas occidentales del Archipiélago, para visitar Macedonia,
pasando por Corinto en su camino, y regresando luego por la misma ruta, el apóstol había enviado a Tito con su primera carta,
y había viajado a través de Asia Menor, o la costa oriental del mar, lo cual le condujo a Troas, donde Tito debía encontrase
con él. Pero no encontrándole en Troas, y estando inquieto con respecto a los Corintios, él no se pudo satisfacer con que
hubiera allí una obra a ser llevada a cabo en Troas, sino que siguió viajando para encontrar a Tito y se dirigió a Macedonia.
Allí le encontró, como veremos en breve. Pero este pensamiento de haber dejado Troas le afectaba, ya que, de hecho, es una
cosa seria, y dolorosa para el corazón, perder una oportunidad de predicar a Cristo, y más aún cuando personas están dispuestas
a recibirle, o a lo menos, a oír acerca de Él. Haber dejado Troas fue realmente una demostración de su afecto por los Corintios;
y el apóstol recuerda la circunstancia como una demostración poderosa de ese afecto. Él mismo se consuela por haber desaprovechado
esta obra de evangelización mediante el pensamiento de que, después de todo, Dios le había llevado como en triunfo (no que
"le había hecho triunfar" como rezan algunas traducciones). El evangelio (las buenas nuevas) que llevaba con él, el testimonio
de Cristo, era como un perfume causado al quemar sustancias aromáticas en procesiones triunfales – una muestra de la
muerte de algunos de los cautivos, de vida para otros. Y este perfume del evangelio era puro en sus manos. El apóstol no era
como algunos que adulteraban el vino que proporcionaban; él trabajaba en cristiana integridad delante de Dios.
Capítulo 3
Las cartas de recomendación del apóstol acerca de su ministerio
Estas palabras
brindan ocasión para una exposición del evangelio en contraste con la ley, la cual falsos maestros mezclaban con el evangelio.
Él presenta esta exposición al corazón de los Corintios con la súplica más conmovedora, los cuales se habían convertido por
medio de él. ¿Comenzó él a hablar de su ministerio para recomendarse él mismo nuevamente, o necesitó, como los demás, cartas
de recomendación para ellos o de ellos? Ellos eran sus cartas de recomendación, la prueba contundente del poder de su ministerio,
una prueba que él llevaba siempre en su corazón, dispuesto a presentarla en cada ocasión. Él puede decir esto ahora, alegrándose
en la obediencia de ellos. ¿Y por qué ellos servían como carta a favor de él? Porque en su fe, ellos eran la expresión viva
de su doctrina. Eran la carta de recomendación de Cristo, la cual, por medio de su ministerio, había sido escrita sobre las
tablas carnales del corazón por el poder del Espíritu Santo, así como la ley había sido grabada sobre tablas de piedra por
Dios mismo.
El ministerio del nuevo pacto de vida,
y el de muerte y condenación
Esta era la
confianza de Pablo con respecto a su ministerio; su competencia venía de Dios para el ministerio del nuevo pacto, no de la
letra (ni siquiera la letra de este pacto, así como tampoco la letra de cualquier otra cosa) sino del Espíritu, la verdadera
fuerza del propósito de Dios, tal como el Espíritu la daba. Porque la letra, como una norma impuesta sobre el hombre, mata;
el Espíritu vivifica, como el poder de Dios en gracia – el propósito de Dios comunicado al corazón del hombre por el
poder de Dios, quien se lo impartía para que él pudiera disfrutarlo. Ahora bien, el tema de este ministerio sacaba a la luz
la diferencia entre dicha gracia y el ministerio de la muerte aún con más fuerza. La ley, grabada en piedras, había sido introducida
con gloria, aunque fue una cosa que iba a fenecer como medio de relación entre Dios y los hombres. Era un ministerio de muerte,
ya que ellos vivirían sólo si la guardaban. Tampoco podía ser ordenada de otro modo aparte de serlo sobre este principio.
Una ley debía ser guardada; pero siendo ya el hombre un pecador por naturaleza y por voluntad, teniendo deseos que la ley
prohibía, esa ley sólo podía ser muerte para él – era un ministerio de muerte. Era un ministerio de condenación porque
la autoridad de Dios entró para dar a la ley la sanción de condenación contra toda alma que la rompiese. Era un ministerio
de muerte y condenación debido a que el hombre era pecador.
La gracia entremezclada con la ley agrava la culpa;
la gloria de las ordenanzas
Y observen,
aquí, que entremezclar la gracia con la ley no cambia en nada sus efectos, excepto que agrava la pena que resulta de ello,
al agravar la culpa de aquel que violaba la ley, en la medida que él la violaba a pesar de la bondad y la gracia. Ya que era
aún la ley, y el hombre era llamado a satisfacer la responsabilidad bajo la cual la ley le había colocado. El alma que pecare
o "Al que pecare contra mí", dijo Jehová a Moisés, "a éste raeré yo de mi libro." (Éxodo 32:33). La figura usada por el apóstol
muestra que está hablando del segundo descenso de Moisés desde el monte Sinaí, cuando había oído el nombre de Jehová proclamado,
misericordioso y piadoso (Éxodo 34). El rostro de Moisés no resplandeció la primera vez que descendió del monte: él rompió
las tablas antes de entrar en el campamento. La segunda vez, Dios hizo pasar toda su clemencia delante de él, y el rostro
de Moisés reflejó la gloria que había visto, por muy parcialmente que pueda haber sido reflejada. Pero Israel no pudo soportar
este reflejo; ya que, ¿cómo se puede soportarlo, cuando este mismo reflejo debe juzgar, después de todo, los secretos del
corazón? Puesto que la gracia había sido mostrada mediante el perdón por la intercesión de Moisés, la exigencia de la ley
se mantenía aún, y cada uno debía sufrir las consecuencias de su propia desobediencia. Así, el carácter de la ley evitaba
que Israel comprendiese incluso la gloria que había en las ordenanzas, como una figura de lo que era mejor y permanente; y
el sistema completo ordenado por mano de Moisés fue velado a los ojos de ellos, y el pueblo cayó bajo la letra, incluso en
esa parte de la ley que era un testimonio de las cosas de las que se iba a hablar después. Fue según la sabiduría de Dios
que ello fuese así; ya que de este modo, todo el efecto de la ley, ejercida sobre el corazón y la conciencia del hombre, se
ha desarrollado plenamente.
Haciendo de Cristo mismo una ley, una obligación de amarle
Hay muchos Cristianos
que hacen que el propio Cristo sea una ley, y al pensar en Su amor como un motivo nuevo que los obliga a amarle a Él, piensan
en ello solamente como una obligación, un aumento muy grande a la medida de la obligación que recae sobre ellos, una obligación
que se sienten obligados a satisfacer. Es decir, ellos están aún bajo la ley, y, por consiguiente, bajo condenación.
El ministerio del apóstol revelando la justicia, no requiriéndola
Pero el ministerio
que el apóstol llevaba a cabo no era este; era el ministerio de la justicia y del Espíritu, no como requiriendo justicia para
estar delante de Dios, sino revelándola. Cristo era esta justicia, echo por nosotros justicia de parte de Dios; y nosotros
siendo hechos justicia de Dios en Él. El evangelio proclamaba justicia de parte de Dios, en vez de requerirla del hombre conforme
a la ley. El Espíritu Santo pudo ser ahora el sello de esa justicia. Él pudo descender sobre el hombre Cristo, porque Él era
perfectamente aprobado por Dios; Él era justo – el Justo. Él descendió sobre nosotros, porque somos hechos justicia
de Dios en Cristo. Así era el ministerio del Espíritu; Su poder obraba en dicho ministerio. Él era concedido cuando lo que
anunciaba era recibido por fe; y con el Espíritu, ellos recibieron también comprensión de la mente y de los propósitos de
Dios, tal como eran revelados en la Persona de un Cristo glorificado, en quien la justicia de Dios fue revelada y subsistía
eternamente delante de Él.
La gloria de Cristo, oculta en la letra, revelada por el Espíritu
El apóstol une
así, en el mismísimo pensamiento, la mente de Dios en la Palabra según el Espíritu, la gloria de Dios que había estado oculta
en ella bajo la letra, y el Espíritu Santo mismo, el cual daba su fuerza, revelaba esa gloria, y, morando y obrando en el
creyente, le capacita para disfrutarlo. Así, donde estaba el Espíritu, había libertad; ellos no estaban ya bajo el yugo de
la ley, bajo el temor a la muerte, y bajo condenación. Estaban en Cristo delante de Dios, en paz delante de Él, según el amor
perfecto y ese favor que es mejor que la vida, tal como resplandeció sobre Cristo, sin velo, conforme la gracia que reina
por la justicia. Cuando se dice, "Porque el Señor es el Espíritu" (2 Corintios 3:17), se hace alusión al versículo 6; los
versículos 7—16 son un paréntesis. Cristo glorificado es el verdadero pensamiento del Espíritu que Dios había ocultado
previamente bajo figuras. Y aquí está el resultado práctico: ellos contemplaban al Señor a cara descubierta (es decir, sin
velo); ellos lo podían hacer. La gloria del rostro de Moisés juzgaba los pensamientos y las intenciones de los corazones,
causando terror al amenazar al desobediente y al pecador con muerte y condenación. ¿Quién podía estar firme en la presencia
de Dios? Pero la gloria del rostro de Jesús, un hombre en lo alto, es la prueba de que todos los pecados de quienes lo contemplan
han sido borrados; ya que Él que está allí, cargó con ellos antes de ascender, y Él necesitaba quitarlos todos para entrar
en esa gloria. Nosotros contemplamos esa gloria por el Espíritu, el cual nos ha sido dado en virtud de que Cristo ha ascendido
en ella. Él no dijo, 'Subiré; y tal vez haré expiación'. Él hizo expiación y subió. Por tanto, lo vemos con gozo, amamos contemplarlo:
cada resplandor que vemos es la prueba de que nuestros pecados ya no existen a los ojos de Dios. Cristo por nosotros ha sido
hecho pecado; Él está en la gloria. Ahora bien, al contemplar la gloria con afecto, con comprensión, deleitándonos en ello,
somos transformados a la misma imagen de gloria en gloria, por el poder del Espíritu Santo, el cual nos capacita comprender
y disfrutar estas cosas; y el progreso cristiano está en esto. De este modo, también la asamblea llega a ser la carta de Cristo.
El velo es quitado en Cristo, pero sigue en los corazones de los Judíos hasta que Israel se vuelva al Señor
La alusión hecha,
a la vez, a los Judíos al final del paréntesis (versículos 7—16), donde el apóstol hace una comparación entre los dos
sistemas, es muy conmovedora. El velo, dice él, es quitado en Cristo. Nada está ahora velado. La sustancia gloriosa es cumplida.
El velo está en el corazón de los Judíos, cuando leen el Antiguo Testamento. Ahora bien, cada vez que Moisés entraba en el
tabernáculo para hablar a Dios, o para oírle a Él, se quitaba el velo. De este modo, dice el apóstol, cuando Israel se vuelva
al Señor, el velo será quitado.
Las cosas gloriosas de las que trata el evangelio
Sólo queda por
hacer una sola observación. "Lo que permanece" [2] es el tema del que trata el evangelio, no el ministerio que lo anuncia
– la gloria de la Persona de Jesucristo, la sustancia de lo que las ordenanzas Judías representaban sólo en figura.
[2] Véase 2 Corintios 3:11
Capítulo 4
Cristo victorioso sobre la muerte nos hace victoriosos
sobre el temor y sobre el padecimiento
El apóstol regresa al asunto
de su ministerio en relación con sus padecimientos, mostrando que esta doctrina de un Cristo victorioso sobre la muerte, recibida
verdaderamente en el corazón, nos hace victoriosos sobre todo temor a la muerte, y sobre todo los padecimientos que están
ligados al vaso de barro en el cual este tesoro es llevado.
Pablo proclamando la gloriosa persona de Cristo al mundo, haciendo a los hombres responsables de someterse a este Cristo glorioso
Habiendo recibido este ministerio
de justicia y del Espíritu, cuyo fundamento era Cristo glorificado contemplado con el rostro descubierto, él no sólo usaba
gran audacia al hablar, sino que su celo no se veía reducido, ni tampoco su fe debilitada, por las dificultades. Además, con
el coraje que le era impartido por esta doctrina a través de la gracia, él no ocultaba nada, no debilitaba nada de esta gloria;
no corrompía la doctrina; la manifestaba en toda la pureza y brillantez en que él la había recibido. Era la Palabra de Dios;
tal como la había recibido, ellos la recibían de él, la Palabra de Dios inalterada; aprobándose así el apóstol a sí mismo,
recomendándose a la conciencia de todo hombre ante los ojos de Dios. No todos podían decir esto. La gloria del Señor Jesús
era presentada mediante la predicación de Pablo en toda la claridad y en todo el esplendor de la revelación que él mismo recibió.
Por consiguiente, si las buenas nuevas que proclamaba estaban veladas (VM; otras traducciones, 'encubiertas'), ello no era
como en el caso de Moisés; no solamente la gloria del Señor era revelada plenamente con el rostro descubierto en Cristo, sino
que se manifestaba también sin velo en la predicación pura del apóstol. Este es el vínculo establecido entre la gloria cumplida
en la Persona de Cristo, como resultado de la obra de redención, y el ministerio que, por el poder del Espíritu Santo actuando
en el instrumento escogido por el Señor, proclamaba esta gloria al mundo, y hacía responsables a los hombres por la recepción
de la verdad – responsables por la sumisión a este Cristo glorioso, el cual se anunciaba Él mismo en gracia desde el
cielo, como habiendo establecido la justicia para el pecador, y como invitándole a venir libremente y disfrutar del amor y
de la bendición de Dios.
El único medio de venir a Dios; la luz de la gloria de Dios resplandeciendo en el corazón o, de lo contrario, la ceguera
Ahora bien, no había otro medio
de venir a Dios. Establecer cualquier otro medio sería desechar y declarar imperfecto e insuficiente lo que Dios había hecho,
y lo que Cristo era, y presentar algo mejor que Él. Pero esto no era posible: ya que lo que él anunciaba era la manifestación
de la gloria de Dios en la Persona del Hijo, en relación con la revelación del amor perfecto, y del cumplimiento de la justicia
perfecta y divina; de modo que la luz pura era la morada feliz de los que entraban en ella por este medio. No podía existir
ninguna cosa más, a menos que existiese alguna cosa más que Dios en la plenitud de Su gracia y de Su perfección. Entonces,
si esta revelación estaba velada, ello sucedía en el caso de los que estaban perdidos, cuyas mentes estaban cegadas por el
dios de este mundo, para que la luz de las buenas nuevas de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios, no le resplandeciera
en sus corazones.
Esto se traduce "evangelio
de la gloria." Pero hemos visto que el tema especial del capítulo anterior era el hecho de que Cristo está en la gloria, y
que la gloria de Dios es vista en Su faz. El apóstol alude aquí a eso como caracterizando el evangelio que predicaba. Era
la demostración de que el pecado que Cristo había llevado había sido completamente quitado, de victoria sobre la muerte, de
la introducción del hombre en la presencia de Dios en la gloria según los eternos consejos de amor de Dios. Ello era, con
todo, la exhibición plena de la gloria divina en el hombre según la gracia, que el Espíritu Santo asume mostrarnos para formarnos
a la misma semejanza. Era la gloriosa ministración de justicia, y del Espíritu, que abría el libre camino a Dios para el hombre,
aun al Lugar santísimo, en entera libertad.
El resplandor del evangelio de la gloria de Cristo es la obra del poder de Dios en el corazón; el tesoro en vasos de barro
Cuanto Cristo era proclamado
de este modo, había la aceptación gozosa de las buenas nuevas, sumisión de corazón al evangelio o, de lo contrario, la ceguera
de Satanás. Porque Pablo no se predicaba a sí mismo (lo cual otros no dejaban de hacer) sino a Jesucristo el Señor, y a él
mismo siervo de ellos por amor de Jesús. Debido a que, de hecho (y este es otro principio importante), el resplandor de este
evangelio de la gloria de Cristo es la obra del poder de Dios – del propio Dios quien, sólo por Su Palabra, causaba
que la luz resplandeciera instantáneamente de en medio de las tinieblas. Él había resplandecido en el corazón del apóstol
para hacer brillar la luz del conocimiento de Su propia gloria que resplandece en la faz de Jesucristo. El evangelio resplandecía
mediante una operación divina similar a lo que había ocasionado, en el principio, que la luz resplandeciera de las tinieblas
mediante una sola palabra. El corazón del apóstol era el vaso, la lámpara, en que esta luz había sido encendida para resplandecer
en medio del mundo ante los ojos de los hombres. Era la revelación de la gloria que resplandecía en la Persona de Cristo por
el poder del Espíritu de Dios en el corazón del apóstol, para que esta gloria resplandeciera en el evangelio delante del mundo.
Era el poder de Dios que obraba en él, del mismo modo que sucedió cuando la luz fue causada por la Palabra "Sea la luz; y
fue la luz." (Génesis 1:3). Pero el tesoro de esta revelación de la gloria estaba depositado en vasos de barro, para que el
poder que obraba en dicha revelación fuese de Dios solo, y no de los instrumentos. En resumen, la propia debilidad del instrumento
se mostraba en las circunstancias difíciles que Dios, para este propósito mismo (entre otros), hacía pasar al testimonio.
No obstante, el poder de Dios era manifiesto en él mucho más evidentemente a partir del hecho de que el testimonio muestra
su debilidad en las dificultades que acosan su senda. El testimonio se daba, la obra se hacía, el resultado se producía, aun
cuando el hombre se quebrantaba y se hallaba a sí mismo sin recurso en presencia de la oposición planteada contra la verdad.
El vaso de barro y Dios; la muerte realizada;
la vida de Jesús manifestada
La parte que le correspondía
al vaso era ser afligido por la tribulación; no sentirse angustiado, ya que Dios estaba con el vaso. El vaso no tenía medios
de escape; con todo, no estaba sin recurso, porque Dios estaba con él. El vaso era perseguido; mas no desamparado, porque
Dios estaba con él. El vaso estaba derribado; mas no destruido, porque Dios estaba con él. Llevando siempre en su cuerpo la
muerte del Señor Jesús [3] (a semejanza de Él, en que el hombre como tal era reducido a nada), para que la vida de Jesús,
que la muerte no podía tocar, que había triunfado sobre la muerte, se manifestase en su cuerpo, siendo este cuerpo mortal
como era. Mientras más el hombre natural era aniquilado, más era evidente que había allí un poder que no era del hombre.
[3]
O más bien, "dando muerte" a su cuerpo.
Este era el principio, pero
se realizaba moralmente en el corazón por medio de la fe. Como siervo del Señor, Pablo realizaba en su corazón la muerte de
todo lo que era la vida humana, para que el poder pudiera ser estrictamente de Dios a través de Jesús resucitado. Pero además
de esto, Dios le hace realizar estas cosas a través de las circunstancias que él tenía que pasar; ya que, viviendo en este
mundo, él estaba siempre entregado a la muerte por causa de Jesús, para que la vida de Jesús pudiera manifestarse en su carne
mortal. De este modo, la muerte obraba en el apóstol; lo que era meramente del hombre, de la naturaleza y de la vida natural,
desaparecía, para que esa vida en Cristo, desarrollándose en él de parte de Dios y mediante Su poder, obrara en los Corintios
por medio de él. ¡Qué ministerio! Una prueba minuciosa del corazón humano, un llamamiento glorioso, para que un hombre sea
asimilado de este modo a Cristo, para que sea un vaso del poder de Su vida pura, y mediante una entera renunciación al 'yo',
incluso a la renunciación de la vida misma, ser moralmente semejante a Jesús. ¡Qué posición por gracia! ¡Qué conformidad a
Cristo! Y con todo, de una manera en que ello pasaba a través del corazón del hombre para alcanzar el corazón del hombre (lo
que es, de hecho, la esencia del Cristianismo mismo), no ciertamente mediante la fuerza del hombre, sino mediante la de Dios
hecha efectiva en la debilidad del hombre.
Dando testimonio por Cristo y sufriendo con Él
Fue por esto que el apóstol
pudo usar el lenguaje del Espíritu de Cristo en los Salmos, "Creí, por lo cual hablé." (Salmo 116:10). Es decir, «A cualquier costo, a pesar de todas las cosas, de todo el peligro, de toda oposición, yo he hablado por Dios, he
dado mi testimonio. He tenido la suficiente confianza en Dios para rendir testimonio a Él y a Su verdad, cualesquiera que
pudieran ser las consecuencias, incluso si yo hubiera muerto haciéndolo.» Es decir, el apóstol decía, «He actuado como el propio Cristo lo hizo, porque yo sé que Aquel que resucitó a Jesús hará lo mismo por mí, y me
presentará, junto con ustedes, delante de Su faz en la misma gloria en la que Cristo está ahora en el cielo, y por mi testimonio
para el cual he padecido la muerte a semejanza de Él.» Nosotros debemos distinguir aquí claramente entre los padecimientos
de Cristo por la justicia y por Su obra de amor, y Sus padecimientos por el pecado. Nuestro privilegio es compartir con Él
los primeros; en los últimos, Él está solo.
Leve tribulación por un momento y un eterno peso de gloria
El apóstol decía, «[Dios] me presentará con ustedes», porque, él añade, según el corazón y el pensamiento de
Cristo hacia los Suyos, "Porque todas las cosas son para vuestro bien, para que abundando la gracia por medio de muchos, la
acción de gracias sobreabunde para la gloria de Dios." (2 Corintios 4:15 – BTX). Y por ello era que él no permitía ser
desalentado; sino, por el contrario, si el hombre exterior decaía, el hombre interior se renovaba día a día. Porque la leve
tribulación, que no dura sino por un momento (ya que él la estimaba así en la perspectiva de la gloria – no era más
que la aflicción temporal de este pobre cuerpo moribundo), producía en él un eterno peso de gloria que trascendía todas las
expresiones más exaltadas del pensamiento o del lenguaje humanos. Y esta renovación tenía lugar; y él no se descorazonaba
pasara lo que pasara, ya que no consideraba las cosas que se ven, las cuales son temporales, sino las cosas que no se ven,
las cuales son eternas. De este modo, el poder de la vida divina, con todas sus consecuencias, se desarrollaba en su alma
por medio de la fe. Él conocía, de parte de Dios, el resultado de todas las cosas.
Capítulo 5
El cuerpo del Cristiano; la certeza de un edificio de Dios, eterno en los cielos, como una esperanza real y práctica
mientras gemimos en este tabernáculo
No se trataba solamente de que hubiera
cosas invisibles y gloriosas. Los Cristianos tenían su parte en ellas. Sabemos, dice el apóstol en nombre de ellos, que si
esta casa terrenal (al fallecer en su estado actual) fuese destruida – y casi había sido el caso con él mismo –
tenemos un edificio de Dios, una casa no hecha con manos, eterna en los cielos. ¡Preciosa certeza! Él lo sabía. Los Cristianos
lo saben como parte de su fe. "Sabemos" [4] – una certeza que causaba que esta gloria, la cual sabía que era suya, fuese
una esperanza real y práctica en el corazón por el poder del Espíritu Santo – una realidad actual por medio de la fe.
Él veía esta gloria como la que le pertenecía, con la que iba a ser revestido. Y, por tanto, él también gemía en su tabernáculo,
no (como muchos lo hacen) debido a que los deseos de su carne no se pudieran cumplir; y porque la satisfacción del corazón
no puede ser hallada para el hombre, aun cuando esos deseos se cumplan; ni tampoco dudaba él de su aceptación, y si acaso
la gloria era suya o no; sino porque el cuerpo era un estorbo, tendiendo a reducir la actividad de la vida divina, a privarle
del pleno disfrute de esa gloria que la nueva vida veía y deseaba, y que Pablo veía y admiraba como siendo suya propia. Esta
naturaleza humana terrenal era una carga; él no se angustiaba por no poder satisfacer los deseos de esta naturaleza; su angustia
era hallarse todavía él mismo en esta naturaleza mortal, debido a que veía algo mejor.
[4] Este
"sabemos" es, de hecho, una expresión técnica para la porción de los Cristianos, conocida por ellos como tal. "Sabemos que la ley es espiritual" (Romanos 7:14), "sabemos que el
Hijo de Dios ha venido" (1 Juan 5:20), y así sucesivamente.
El deseo del apóstol de ser "revestido"; la mortalidad desapareciendo ante el poder de vida en Jesús
Sin embargo, no se trataba de que
él deseaba ser desnudado, debido a que veía en Cristo glorificado un poder de vida capaz de consumir y aniquilar toda traza
de mortalidad, ya que el hecho de que Cristo estuviese en lo alto en la gloria era el resultado de este poder y, a la vez,
la manifestación de la porción celestial que pertenecía a los que eran Suyos. Por lo tanto, el apóstol no deseaba ser desnudado
sino revestido, y que eso que era mortal en él fuese absorbido por la vida, para que la mortalidad que caracterizaba su naturaleza
humana terrenal desapareciera ante el poder de vida que él veía en Jesús, y el cual era su vida. Aquel poder era tal que no
había necesidad de morir. Y esto no era una esperanza que no tenía otro fundamento más que el deseo despertado por una perspectiva
de la gloria que podría producir. Dios había hecho a los Cristianos exactamente para esto. Aquel que era un Cristiano era
hecho para esto, y para ninguna otra cosa. Era Dios mismo quien le había hecho para esto – para esta gloria, en la cual
Cristo, el postrer Adán, estaba a la diestra de Dios. ¡Preciosa seguridad! ¡Bienaventurada confianza en la gracia y en la
obra poderosa de Dios! Gozo inefable es el gozo de poder atribuir todo a Dios mismo, estar certificados así de Su amor, glorificarle
a Él como el Dios de amor – nuestro Benefactor, conocer que fue Su obra, y que descansamos sobre una obra terminada
– la obra de Dios. Aquí no se trata de descansar sobre una obra hecha para nosotros, sino de la conciencia bienaventurada
de que Dios nos ha hecho para esto: somos hechura Suya.
La gloria ante nosotros; las arras del Espíritu han sido dadas;
el poder transformador de Cristo en su venida
Sin embargo, era necesario algo
más para que disfrutásemos de esto, ya que, de hecho, no hemos sido glorificados aún; y Dios lo ha dado – las arras
del Espíritu.
Tenemos así la gloria ante nosotros,
somos hechos para ella por Dios mismo, y tenemos las arras del Espíritu hasta que estemos allí, y sabemos que Cristo ha vencido
tan enteramente a la muerte que, si el momento llegase, seríamos transformados para entrar en la gloria sin morir en absoluto.
La mortalidad sería absorbida por la vida. Esta es nuestra porción en el postrer Adán por medio de la gracia, por medio del
poder de la vida en que Cristo fue resucitado.
El resultado actual de la posesión de la vida en Cristo en cuanto a la muerte y el juicio; en la luz
Pero a continuación, el apóstol
tratará acerca del resultado en cuanto a la porción natural del primer hombre caído, muerte y juicio; porque el testimonio
es aquí muy completo.
¿Cuál es, entonces, el resultado
de la posesión de la vida en Cristo como siendo aplicada a la muerte y al juicio, los dos objetos naturales de los temores
de los hombres, el fruto del pecado? Si nuestros cuerpos no son transformados aún; y si lo que es mortal no ha sido consumido
aún, nosotros estamos igualmente llenos de confianza, porque, siendo hechos para la gloria, y siendo Cristo (el cual ha manifestado
al poder victorioso que Le abrió la senda del cielo) nuestra vida, si dejáramos este tabernáculo y estuviésemos ausentes del
cuerpo antes de que fuésemos revestidos con la gloria, esta vida permanece intacta; ya ha triunfado en Jesús sobre todos estos
resultados del poder de la muerte. Estaríamos presentes con el Señor (N.
del T.: Otras traducciones: "junto al Señor" - BTX; "vivir con el Señor" – BJ; "habitar con el Señor" – LBLA;
"presentes ante nuestro Señor" – NTPESH; "presentes delante del Señor" – RVA); porque por
fe andamos, no por ver estas cosas excelentes. Por tanto, preferimos estar ausentes del cuerpo, y estar presentes con el Señor.
Por esta razón procuramos ser agradables a Él, sea que seamos hallados ausentes de este cuerpo, o presentes en este cuerpo,
cuando Cristo venga a tomarnos a Él y a hacernos compartir Su gloria.
Y esto lleva al segundo punto –
el juicio. Porque todos nosotros debemos ser manifestados ante el tribunal de Cristo, para que cada uno pueda recibir conforme
a lo que él (o ella) haya hecho estando en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Un pensamiento bienaventurado y precioso, después
de todo, independientemente de lo solemne que es; ya que, si hemos comprendido verdaderamente la gracia, si nos encontramos
en la gracia, si sabemos lo que Dios es, todo amor por nosotros, todo luz por nosotros, nos gustará estar a plena luz. Es
una liberación bienaventurada estar en ella. Es una carga, un estorbo, tener alguna cosa oculta, y aunque hemos tenido mucho
pecado en nosotros que nadie conoce (aun quizás algunos pecados que hemos cometido, y que no sería de ningún provecho que
alguien los conociera), es un consuelo – si conocemos el perfecto amor de Dios – que todo deba estar en perfecta
luz, puesto que Él está allí. Este es el caso por fe y para fe, dondequiera que hay una paz sólida: nosotros estamos delante
de Dios tal como Él está, y tal como somos – siendo nosotros mismos todo pecado ¡lamentablemente! excepto en la medida
en que Él ha obrado en nosotros dándonos vida; y Él es todo amor en esta luz en que somos colocados; porque Dios es luz, y
Él se revela a Sí mismo. Sin el conocimiento de la gracia, nosotros tenemos temor a la luz: no puede ser de otro modo. Pero,
conociendo la gracia, conociendo que el pecado ha sido quitado en cuanto en lo que atañe a la gloria de Dios, y que la transgresión
ya no está más delante de Sus ojos, nos gusta estar en la luz, es un gozo para nosotros, es lo que el corazón necesita, sin
lo cual no se puede satisfacer, cuando está allí la vida del hombre nuevo. Su naturaleza es amar la luz, amar la pureza en
toda esa perfección que no admite el mal de las tinieblas, que excluye todo aquello que no es ella misma. Ahora bien, estar
así en la luz. y ser manifestado, es la misma cosa, ("porque todos hemos de ser manifestados ante el tribunal de Cristo" 2 Corintios 5:10 – VM), porque la luz hace que todo se manifieste.
Nosotros estamos en la luz por fe
cuando la conciencia está en la presencia de Dios. Seremos conforme a la perfección de esa luz cuando comparezcamos ante el
tribunal de Cristo. He dicho que es una cosa solemne – y así lo es, porque todo es juzgado según esa luz; pero es eso
lo que el corazón ama, porque – ¡gracias a nuestro Dios! – somos luz en Cristo.
Mirando al pasado después del tribunal de Cristo
Pero hay más que esto. Cuando el
Cristiano es manifestado de este modo, él está ya glorificado, y, perfectamente como Cristo, no tiene entonces ningún resto
de la mala naturaleza en que él pecó. Y él puede mirar ahora al pasado, a todo el camino en que Dios, en gracia, le ha guiado,
socorrido, levantado, guardado de caer, sin retirar Sus ojos del justo. Él conoce tal como él es ahora. ¡Qué relato de gracia
y misericordia! Si yo vuelvo ahora la mirada hacia el pasado, mis pecados no descansan sobre mi conciencia; aunque les tengo
horror, ellos han sido puestos detrás de la espalda de Dios. Yo soy justicia de Dios en Cristo, pero ¡qué conciencia de amor
y paciencia, y bondad de gracia! ¡Cuánto más perfecto, entonces, cuando todo esté delante de mí! Hay, ciertamente, gran ganancia
en cuanto a luz y amor, en dar cuenta de nosotros mismos a Dios; y ni un resto del mal permanece en nosotros. Somos semejantes
a Cristo. Si una persona teme que salga todo a la luz así delante de Dios, yo no creo que ella sea libre en alma en cuanto
a la justicia – siendo justicia de Dios en Cristo, no plenamente en la luz. Y no tenemos que ser juzgados por nada:
Cristo lo ha quitado todo.
Retribución; pérdida o ganancia, y la causa vista en la luz
Pero hay otra idea en el pasaje
– retribución. El apóstol no habla de juicio sobre personas, porque los santos están incluidos en esto, y Cristo ha
estado en el lugar de ellos para todo lo que se refiere al juicio de sus personas: "Ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús." (Romanos 8:1). Ellos no van a juicio. Pero serán manifestados ante Su tribunal, y recibirán lo que hayan
hecho en el cuerpo. Lo bueno no merece nada: ellos recibieron eso por medio de lo cual obraron lo que es bueno – la
gracia lo produjo en ellos; no obstante, ellos recibirán su recompensa. Lo que ellos hayan hecho se cuenta como su hecho propio.
Si, al descuidar la gracia y el testimonio del Espíritu en ellos, los frutos que Él habría producido han sido pervertidos,
ellos sufrirán las consecuencias. No se trata, en este caso, de que Dios los habrá desamparado; no se trata de que el Espíritu
Santo no actuará en ellos con respecto a la condición en que están; sino que estará en la conciencia de ellos que Él actúa,
juzgando la carne que ha evitado que el hombre produzca el fruto natural de Su presencia y Su operación en el hombre nuevo.
Por lo que el Espíritu Santo habrá hecho todo lo que es necesario con respecto al estado de corazón de ellos; y el perfecto
consejo de Dios con respecto a la persona se habrá cumplido, Su paciencia manifestada, Su sabiduría, Sus modos de obrar gubernamentales,
el cuidado que Él se digna tener para con cada uno individualmente en Su muy condescendiente amor. Cada uno tendrá su lugar,
tal como fue preparado para él por el Padre. Pero el fruto natural de la presencia y operación del Espíritu Santo en un alma
que tiene (o que debería haber tenido según las ventajas que ha disfrutado) una cierta medida de luz, no habrá sido producido.
Se verá qué era lo que lo evitaba. Juzgará, según el juicio de Dios, todo lo que era bueno y malo en sí mismo, con una reverencia
solemne por lo que Dios es, y una adoración ferviente a causa de lo que Él ha sido para nosotros. La luz perfecta será apreciada;
los modos de obrar de Dios serán conocidos y comprendidos en toda su perfección, mediante la aplicación de la luz perfecta
al curso completo de nuestra vida y de Sus tratos con nosotros, en los que reconoceremos completamente que el amor –
perfecto, soberano sobre todas las cosas – ha reinado, con gracia inefable.
La majestad de Dios mantenida; la perfección y ternura de
Sus tratos son conocidos y comprendidos
De este modo, la majestad de Dios
habrá sido mantenida por Su juicio, a la vez que la perfección y ternura de Sus tratos será el recuerdo eterno de nuestras
almas. La luz, sin nube o tinieblas, será comprendida en su propia perfección. Comprenderla es estar en ella y disfrutarla.
Y la luz es Dios mismo. ¡Qué maravilloso es ser manifestado así! Qué amor es el que en su sabiduría perfecta, en sus modos
de obrar maravillosos invalidando todo mal, pudo llevar a seres tales como nosotros a gozar de esta luz libre de nubes –
seres que conocen el bien el mal (la prerrogativa natural sólo de aquellos a quienes Dios puede decir "uno de nosotros" –
Génesis 3:22), bajo el yugo del mal que ellos conocían, y echados de la presencia de Dios por una mala conciencia, a quien
ese conocimiento pertenecía, teniendo en la conciencia de ellos suficiente testimonio en cuanto al juicio de Dios, como para
hacerles evitarle a Él y ser miserables, pero nada para acercarlos a Él, ¡al Único que podía encontrar un remedio! ¡Qué amor
santo y sabiduría santa que pudo traer a los tales a la fuente del bien, de la felicidad pura, en quien el poder del bien
repele absolutamente el mal que juzga!
La responsabilidad de los injustos
Con respecto a los injustos, en
el día del juicio ellos deberán responder personalmente por sus pecados, bajo una responsabilidad que reposa enteramente en
ellos mismos.
La gracia y el gobierno de Dios llevando al creyente
a agradar al Señor
Con independencia de la gran felicidad
de estar en la luz perfecta (y esta felicidad es completa y divina en su carácter), el tema es presentado aquí en el aspecto
de la conciencia. Dios mantiene Su majestad mediante el juicio que Él ejecuta, como está escrito, "Jehovah se dio a conocer
por el juicio que hizo." (Salmo 9:16 – RVA): allí, en Su gobierno del mundo; aquí, juicio final, eterno y personal.
Y, por mi parte, creo que es de mucho provecho para el alma tener presente el juicio de Dios en nuestras mentes, y el sentido
de la inmutable majestad de Dios mantenida en la conciencia mediante esto. Si no estuviésemos bajo la gracia, ello sería –
debería ser – insoportable; pero el hecho de mantener este sentimiento no contradice la gracia. De hecho, es solamente
bajo la gracia que puede ser mantenido en su verdad; ya que, de otro modo, ¿quién podría soportar, por un instante, el pensamiento
de recibir lo que ha hecho en el cuerpo? Nadie más que aquel que está completamente ciego.
Pero la autoridad, la santa autoridad
de Dios, que se afirma a sí misma en el juicio, forma parte de nuestra relación con Él; se trata del mantenimiento de este
sentimiento, asociado con el pleno disfrute de la gracia, una parte de nuestros santos afectos espirituales. Se trata del
temor del Señor. Es en este sentido que es "Bienaventurado el
hombre que siempre teme a Dios." (Proverbios 28:14). Si esto debilita la convicción de que el amor de Dios reposa plenamente,
eternamente, sobre nosotros, entonces nos salimos del único terreno posible de alguna relación con Dios, a menos que la perdición
pueda ser llamada de este modo. Pero, en la dulce y pacífica atmósfera de la gracia, la conciencia mantiene sus derechos y
su autoridad contra las sutiles intromisiones de la carne, a través del sentido del juicio de Dios, en virtud de una santidad
que no puede ser separada del carácter de Dios sin negar que existe un Dios: ya que si existe un Dios, Él es santo. Este sentimiento
compromete el corazón del creyente acepto para procurar agradar al Señor en todos los sentidos; y, en el sentido de cuán solemne
es para el pecador aparecer ante Dios, el amor que necesariamente lo acompaña en el corazón de un creyente le urge a persuadir
a los hombres con la mirada puesta en la salvación de ellos, manteniendo, a la vez, su propia conciencia en la luz. Y el que
está andando ahora en la luz, cuya conciencia refleja esa luz, no temerá en el día cuando comparecerá en su gloria. Debemos
ser manifestados (N. del
T.: otra traducción, 'debemos comparecer'); pero, andando en
la luz en el sentido del temor de Dios, comprendiendo Su juicio del mal, ya somos manifestados a Dios: nada obstaculiza el
dulce y asegurado fluir de Su amor. Por consiguiente, el andar de semejante persona, al final, se justifica a sí mismo a las
conciencias de los demás; uno es manifestado como andando en la luz.
Andando en la luz y buscando a los que están en peligro de juicio, constreñidos
por el amor de Cristo
Estos
son, por lo tanto, los dos grandes principios del ministerio: andar en la luz, conscientes del juicio solemne de Dios para
todos; y, con la conciencia siendo pura, de este modo, en la luz, el sentido de juicio (que en este caso no puede atribular
el alma por sí mismo, u obscurecer su visión del amor de Dios) incita el corazón a buscar, en amor, a los que están en peligro
de este juicio. Esto mismo se relaciona con la doctrina de Cristo, el Salvador, a través de Su muerte en la cruz; y el amor
de Cristo nos constriñe, porque vemos que, si uno murió por todos, entonces todos murieron. Esta era la condición universal
de las almas. El apóstol las busca para que ellas puedan vivir para Dios por medio de Cristo. Pero esto va más allá. En primer
lugar, con respecto a la porción del hombre caído, la muerte es ganancia. El santo, si está ausente del cuerpo, está presente
con el Señor. En cuanto al juicio, él reconoce la solemnidad de ello, pero no le hace temblar. Él está en Cristo – será
semejante a Cristo; y Cristo, ante quien él ha de comparecer, ha quitado todos los pecados por los cuales tenía que ser juzgado.
El resultado es el resultado santificador de traerle ahora plenamente manifestado a la presencia de Dios. Pero ello estimula
su amor con respecto a los demás, ya que tampoco es solamente por temor del juicio venidero para ellos; el amor de Cristo
le constriñe – el amor manifestado en la muerte. Pero esto demuestra más que los hechos del pecado que traen juicio:
Cristo murió porque todos murieron. El Espíritu de Dios va a la fuente y manantial de la condición completa de ellos, el estado
de ellos, no meramente los frutos de una naturaleza mala – todos murieron. Encontramos la misma importante enseñanza
en Juan 5:24, "El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no va a juicio [aquel que se aplica a los pecados], sino que ha pasado de la muerte a la vida." (Juan 5:24 – BTX); ha salido del estado completo y de la condición
completa, como uno ya perdido, a otro y a uno diferente en Cristo. Este es un aspecto muy importante de la verdad. Y la diferencia,
ampliamente desarrollada en la Epístola a los Romanos, se encuentra en muchos pasajes.
La visión del pecado y de los fracasos anteriores y posteriores a la conversión
despertando humildad
y la adoración de la gracia de Dios
La
obra de manifestación delante de Dios en la luz ya es verdad, en la medida en que hemos comprendido la luz. ¿Acaso no puedo
yo, estando ahora en paz, mirar hacia atrás a lo que yo era antes de la conversión, y a todos los fracasos desde mi conversión,
humillado pero adorando la gracia de Dios en todo lo que Él ha hecho por mí, pero sin un pensamiento de temor, o sin imputación
de pecado? ¿Acaso esto no despierta un sentido muy profundo de todo lo que Dios es en gracia y amor santos, en paciencia ilimitada
hacia mí, tanto guardando como socorriendo y restaurando? Ese será perfectamente el caso cuando seamos manifestados, cuando
conoceremos como somos conocidos.
Todo es juzgado así por el alma tal como Dios lo juzga,
se disfruta de la comunión
Para
que este punto pueda ser aún más claro, ya que es un punto importante, permítanme añadir aquí algunas observaciones adicionales.
Lo que encontramos en este pasaje es la manifestación perfecta de todo lo que una persona es, y ha sido, delante de un trono
caracterizado por el juicio, sin juicio en cuanto a que la persona en cuestión es culpable. Sin duda, cuando el impío recibe
las cosas hechas en el cuerpo, él es condenado. Pero aquí no se dice 'juzgado', porque entonces todos deben ser condenados.
Pero esta manifestación es exactamente lo que trae todo moralmente ante el corazón, cuando es capaz de juzgar el mal por sí
mismo: si fuese bajo juicio, no podría. Libertado de todo temor, y en la luz perfecta y con el consuelo del amor perfecto
(porque donde tenemos conciencia de pecado, y de que no se nos imputa, tenemos conciencia, aunque de manera humilde, del amor
perfecto) y, a la vez, con el sentido de autoridad y de gobierno divino hechos efectivo plenamente en el alma, todo es juzgado
por el alma misma tal como Dios la juzga, y se entra a la comunión con Él. Esto es en extremo precioso.
El creyente ya glorificado antes de comparecer
ante el tribunal de Cristo
Tenemos
que recordar que cuando comparecemos ante el tribunal de Cristo, nosotros ya estamos glorificados. El propio Cristo ha venido
en amor perfecto a buscarnos; y ha transformado el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su
gloria (Filipenses 3:21). Estamos glorificados y semejantes a Cristo antes de que el juicio tenga lugar. Y pongan atención
al efecto en Pablo. ¿Despertó ansiedad o miedo el pensamiento de ser manifestado? Para nada. Él comprende toda la solemnidad
de un proceso semejante. Él conoce el temor del Señor; lo tiene delante de sus ojos; ¿y cuál es la consecuencia? Se da a la
tarea de persuadir a otros que tienen necesidad de ello.
La justicia de Dios y el amor perfecto para el creyente en Cristo;
el creyente es manifestado ahora a Dios
Existen,
por decirlo así, dos partes en la naturaleza y en el carácter de Dios: Su justicia, la cual juzga todas las cosas; y Su amor
perfecto. Estas dos partes son una para nosotros en Cristo, nuestras en Cristo. Si comprendemos verdaderamente lo que Dios
es, ambas tendrán su lugar: pero el creyente en Cristo es la justicia que Dios, por Su naturaleza misma, debe tener ante Él
en Su trono, si es que hemos de estar con Él y disfrutar de Él. Pero el Cristo, en el tribunal, ante quien estamos, es nuestra
justicia. Él juzga por medio de la justicia que Él es; pero nosotros somos esa justicia, la justicia de Dios en Él. De ahí
que este punto no puede hacer surgir ninguna pregunta en el alma; nos hará adorar semejante gracia, pero no puede hacer surgir
ninguna pregunta, solamente realza el sentido que nosotros mismos tenemos de la gracia, nos hace comprenderla, tan adecuada
al hombre así como él es, y sentir las consecuencias solemnes y horribles de no tener parte en ella, puesto que hay un juicio
semejante. Por eso es que otra parte, y una parte verdaderamente esencial de la naturaleza divina, el amor, obrará en nosotros
hacia los demás; y, conociendo el temor del Señor, persuadiremos a los hombres. Pablo poseía así
la justicia que veía en el Juez (se trata de conciencia en la perspectiva de aquel momento solemne), ya que era Su justicia
lo que ejercía juicio; pero luego él busca, por consiguiente, intensamente a otros, según la obra que le había llevado así
cerca de Dios, a la cual entonces él se vuelve (2 Corintios 5: 13, 14). Pero esta perspectiva de juicio y nuestra manifestación
completa en aquel día, tiene un efecto actual en el santo en conformidad a su propia naturaleza. Él la comprende por medio
de la fe. Él es manifestado. No teme ser manifestado. Ello desplegará todos los pasados modos de obrar de Dios hacia él cuando
esté en la gloria; pero él es manifestado ahora a Dios, su conciencia ejercitada en la luz. Tiene, así, un poder santificador
actual.
Tres principios aparentemente contradictorios unidos para dar un carácter
completo al ministerio Cristiano
Observen
aquí la conjunción de motivos poderosos, de principios preeminentemente importantes; en apariencia contradictorios, pero que,
para un alma que camina en la luz, en vez de colisionar y destruirse unos a otros, se unen para dar su carácter completo y
completamente provisto al ministro y al ministerio cristiano.
Antes
que nada, la gloria, en un poder de vida tal, que aquel que lo comprende no desea la muerte, porque ve en el poder de vida
en Cristo aquello que puede absorber cualquier cosa que es mortal en él, y lo ve con la certeza de disfrutarlo – semejante
conciencia de poseer esta vida (habiéndole formado Dios para ello, y habiéndole dado las arras del Espíritu), de que si la
muerte le llega, no es más que una ausencia bienaventurada del cuerpo para estar presente con el Señor.
Ahora
bien, el pensamiento de ascender a Cristo proporciona el deseo de ser aceptable a Él, y lo presenta a Él (el segundo motivo,
o principio, que da forma a este ministerio) como el Juez que dará a cada uno lo que ha hecho. El pensamiento solemne acerca
de cuánto se debe temer este juicio toma posesión del corazón del apóstol. ¡Qué diferencia entre este pensamiento y el 'edificio
de Dios' (2 Corintios 5:1), edificio que él estaba esperando con certeza! No obstante, este pensamiento no le alarma; pero,
en el sentido solemne de la realidad de aquel juicio, este pensamiento le impulsa a persuadir a otros.
Pero
entra aquí un tercer principio, el amor de Cristo con referencia a la condición de aquellos a quienes Pablo procuraba persuadir.
Puesto que este amor de Cristo se muestra a sí mismo en Su muerte, en él está el testimonio de que todos estaban ya muertos
y perdidos.
De
este modo, tenemos aquí puesta ante nosotros la gloria, con la certeza personal de disfrutarla, y la muerte llega a ser el
medio de estar presente con el Señor; y el tribunal de Cristo, y la necesidad de ser manifestados delante de él; y el amor
de Cristo en Su muerte, estando ya todos muertos. ¿Cómo van a ser reconciliados y dispuestos tales principios diversos en
el corazón? Es que el apóstol era manifestado a Dios. Por eso es que el pensamiento de ser manifestado ante el tribunal producía,
junto con la santificación presente, ningún otro efecto en él que el de solemnidad, ya que él no sería sometido a juicio;
pero ello llegaba a ser un motivo urgente para predicar a los demás, en conformidad al amor que Cristo había manifestado en
Su muerte. La idea del tribunal no debilitaba en lo más mínimo su certeza de la gloria. [5] Su alma, en la luz plena de Dios,
reflejaba lo que había en esa luz, a saber, la gloria de Cristo ascendido a lo alto como hombre. Y el amor de este mismo Jesús
era fortalecido en su operación en él al tener conciencia del tribunal que esperaba a todos los hombres.
[5] La verdad es que el tribunal es lo que más saca a la luz nuestra seguridad ante Dios; ya que como Él es, así
somos nosotros en este mundo (1 Juan 4:17); y es cuando Cristo aparezca que nosotros seremos semejantes a Él.
Una conciencia pura
¡Qué maravillosa combinación de
motivos encontramos en este pasaje, formar un ministerio caracterizado por el desarrollo de todo aquello en que Dios se revela
a Sí mismo, y mediante el cual Él actúa sobre el corazón y la conciencia del hombre! Y es en una conciencia pura que estas
cosas pueden tener su fuerza en su conjunto. Si la conciencia no fuese pura, el tribunal obscurecería la gloria, a lo menos
como perteneciéndole a uno, y debilitaría el sentido de Su amor. En todo caso, uno se ocuparía del 'yo' en relación con estas
cosas, y debería ser así. Pero cuando la conciencia es pura delante de Dios, sólo ve un tribunal que no excita ningún sentido
de inquietud personal, y por lo tanto, tiene todo su verdadero efecto moral, como un motivo adicional para la seriedad en
nuestro andar, y una energía solemne en el llamamiento que el conocido amor de Jesús le impulsa a dirigirse al hombre.
El resultado de la muerte y resurrección de Cristo; nuevas criaturas con una nueva naturaleza en una nueva creación;
la reconciliación proclamada
En cuanto a cuán lejos entran nuestras
propias relaciones con Dios en el servicio que tenemos que rendir a los demás, el apóstol añade otra cosa que caracterizaba
su andar, y que era el resultado de la muerte y resurrección de Cristo. Él vivía en una esfera enteramente nueva, por lo cual
había dejado atrás, como en otro mundo, todo lo que pertenecía a una existencia natural en la carne aquí abajo. La prueba
de que Cristo había muerto por todos demostraba que todos habían muerto; y que Él murió por todos para que los que viven ya
no vivan más para ellos mismos sino para Aquel que murió y resucitó por ellos. Ellos están relacionados con este nuevo orden
de cosas en el que Cristo existe como resucitado. La muerte está sobre todo lo demás. Todo está encerrado bajo muerte. Si
yo vivo, vivo en un nuevo orden de cosas, en una nueva creación, de la que Cristo es el tipo y cabeza. Cristo, en cuanto a
conexión con este mundo aquí abajo, ha muerto. Él podría haber sido conocido como el Mesías, viviendo en la tierra, y en conexión
con las promesas hechas a los hombres viviendo en la tierra en la carne. El apóstol ya no Le conocía de este modo. Cristo,
de hecho, como portando ese carácter, había muerto; y ahora, habiendo resucitado, Él ha tomado un carácter nuevo y celestial.
Por consiguiente, si alguno está
en Cristo, pertenece a esta nueva creación, es de la nueva creación. Ya no pertenece más a la anterior, en absoluto; las cosas
viejas han pasado; todas las cosas son hechas nuevas. El sistema no es el fruto de la naturaleza humana y del pecado, como
todo lo que nos rodea aquí abajo, según la carne. En esta nueva creación, considerada como un sistema existiendo moralmente
delante de Dios, todas las cosas son ya de Dios. Todo lo que se encuentra en ella es de Dios, de Aquel que nos ha reconciliado
consigo mismo por Jesucristo. Nosotros vivimos en un orden de cosas, un mundo, una nueva creación, enteramente de Dios. Estamos
allí en paz, porque Dios, que es su centro y su fuente, nos ha reconciliado consigo mismo. Lo disfrutamos, porque somos nuevas
criaturas en Cristo; y todo en este mundo nuevo es de Él, y corresponde a esa nueva naturaleza. Él también ha encomendado
al apóstol un ministerio de reconciliación, según el orden de cosas en que él mismo había sido introducido. Habiendo sido
reconciliado, y conociéndolo por la revelación de Dios que lo había llevado a cabo para él, él proclamaba una reconciliación,
cuyo resultado él estaba disfrutando.
Dios estaba en Cristo; el apóstol como un embajador del Cristo ausente; Cristo hecho pecado por Dios para hacernos
Su justicia
Todo esto emanaba de una verdad
inmensa y omnipotente. Dios estaba en Cristo ("es a saber, que Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo,
no imputando a los hombres sus transgresiones; y a nosotros nos ha encomendado la palabra de la reconciliación." 2 Corintios
5:19 – VM). Pero entonces, para que otros pudiesen tener parte con Él, y el apóstol pudiera ser el ministro de esto,
fue necesario también que Cristo fuera hecho por nosotros pecado. Una de estas verdades presenta el carácter en que Dios se
ha acercado a nosotros, la otra verdad presenta la eficacia de aquello que ha sido obrado para el creyente.
Aquí está la primera de estas verdades,
en conexión con el ministerio del apóstol, que forma el tema de estos capítulos. Dios estaba en Cristo (es decir, cuando Cristo
estaba en la tierra). No se había esperado el día del juicio. Dios había descendido en amor al mundo enajenado de Él. Tal
era Cristo. Tres cosas estaban relacionadas con esta verdad grande y esencial, y caracterizadas por ella: Dios estaba reconciliando
al mundo, no tomando en cuenta las transgresiones, y poniendo la palabra de reconciliación en el apóstol. Como resultado de
esta tercera consecuencia de la encarnación, el apóstol asume el carácter de embajador de Cristo, y como si Dios exhortara
por medio de él, rogaba a los hombres, en el nombre de Cristo, que se reconciliaran con Dios. Pero una embajada semejante
suponía la ausencia de Cristo; Su embajador actuaba en Su lugar. Ello se basaba, de hecho, sobre otra verdad de inmensurable
importancia, a saber, que Dios había hecho que Aquel que no conoció pecado fuese por nosotros hecho pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Esta fue la verdadera forma de reconciliarnos, y eso fue enteramente, con Dios, en
conformidad con la perfección de Dios plenamente revelada. Porque Él había colocado Su amor sobre nosotros donde estábamos,
dando a Su Hijo, el cual era sin mancha o moción o principio de pecado; y haciéndole (porque Él mismo se ofreció para cumplir
la voluntad de Dios) por nosotros pecado, para hacernos en Él – el cual en esa condición Le había glorificado perfectamente
– la expresión de Su justicia divina, delante de los principados celestiales a través de toda la eternidad; para hacer
de nosotros Su delicia, en lo que respecta a la justicia; "para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él." (2 Corintios
5:21). El hombre no tiene justicia para Dios: Dios ha hecho que los santos, en Jesús, sean Su justicia. Es en nosotros que
esta justicia divina es vista plenamente verificada – en primer lugar, obviamente, en Cristo al sentarle a Su diestra,
y en nosotros como estando en Él. ¡Verdad maravillosa! la cual, si su resultado en nosotros causa acción de gracias y alabanza
que resuenan cuando se considera a Jesús, también silencia el corazón, y se postra en adoración, maravillado ante la visión
de Sus maravillosos hechos en gracia. [6]
[6] Se debería
observar que en el versículo 20 de 2 Corintios 5, se debería omitir la palabra "os". Ya que se trataba del modo en que el
apóstol llevaba a cabo su ministerio al mundo.
Capítulo 6
Pablo aprobándose él mismo como testigo de Dios;
el poder de Dios en un vaso de debilidad
Pablo había dicho
que Dios exhortaba por medio de él. En 2 Corintios 6, el afecto del apóstol continúa esta obra divina por el Espíritu, implorando
a los Corintios que no pudiera ser en vano, en el caso de ellos, que esta gracia les hubiera sido traída. Porque ya era el
tiempo aceptable, el día de salvación [7]. El apóstol había hablado de los grandes principios de su ministerio, y de su origen.
Él recuerda a los Corintios el modo en que lo había ejercido en las variadas circunstancias a través de las cuales había sido
conducido. El punto fundamental de su servicio es que él era ministro de Dios, que representaba a Él en su servicio. Esto
hacía que dos cosas fuesen necesarias: primeramente, que él fuese sin reproche en todas las cosas; y luego, que él mantuviera
este carácter de ministro de Dios, y el ejercicio de su ministerio, a través de toda la oposición, y en todas las circunstancia
a través de las cuales le enemistad del corazón del hombre, e incluso la astucia de Satanás, le hacían pasar. Por todas partes,
y en todas las cosas, él evitaba, por su conducta, toda ocasión real de ser reprochado, para que nadie tuviese espacio para
culpar al ministerio. Él mismo se aprobaba en todas las cosas como ministro de Dios, representando dignamente a Aquel en cuyo
nombre hablaba a los hombres; y eso lo hacía con una paciencia, y en medio de persecución y contradicción de pecadores que
mostraba una energía interior, un sentido de obligación para con Dios, y una dependencia de Él, que sólo la comprensión de
Su presencia y de nuestro deber para con Él puede mantener. Se trataba de una cualidad que reinaba a través de todas las circunstancias
de las que habla el apóstol, y tenía dominio sobre ellas.
[7] El pasaje
es una cita de Isaías 49:8, el cual habla de la bienaventuranza que iba de ser traída sobre los Gentiles cuando Cristo fuese
rechazado por los Judíos, pero a través de la obra de Cristo y por la resurrección.
De este modo, él
mismo mostraba ser ministro de Dios en todas las cosas que le podían poner a prueba; en pureza, en bondad, en amor; como un
vaso de poder; ya sea deshonrado o aplaudido; desconocido para el mundo, y conocido y eminente; hollado exteriormente bajo
el pie del hombre y castigado; interiormente victorioso y gozoso, enriqueciendo a otros, y en posesión de todas las cosas.
Termina aquí su descripción de las fuentes, del carácter, la victoria sobre las circunstancias, de un ministerio que mostraba
el poder de Dios en un vaso de debilidad, cuya mejor porción era la muerte.
Los Corintios exhortados a mantener el lugar de nuevas criaturas dado por Dios
La restauración de
los Corintios a un estado moral que convenía al evangelio, asociado con las circunstancias a través de las que él había estaba
pasando recientemente, le había permitido abrir su corazón a ellos. Preocupado, hasta ahora, de su tema acerca del Cristo
glorioso, el cual, habiendo cumplido la redención, le envió como el mensajero de la gracia a la cual esa redención había dado
libre curso, y habiendo hablado con un corazón libre de todo lo que estaba implícito en su ministerio, él se vuelve con afecto
a sus amados Corintios, mostrando que era con ellos con quienes tenía toda esta franqueza, este ensanchamiento de corazón.
"Nuestra [mi] boca os está abierta, oh Corintios," él dice, "nuestro [mi] corazón, se ha ensanchado. No tenéis un lugar estrecho
en nuestro [mi] corazón; es en vuestros afectos donde no hay lugar para mí." (2 Corintios 6: 11, 12 – VM). Como una
recompensa por los afectos que emanaban de su corazón hacia ellos, él sólo pide que ellos ensanchen sus propios corazones.
Él hablaba como a
sus hijos. Pero aprovecha esta tierna relación para exhortar a los Corintios a mantener el lugar en que Dios los había establecido.
"No os unáis en yugo desigual con los incrédulos." (2 Corintios 6:14). Asiendo sus afectos, y regocijándose profundamente
delante de Dios en la gracia que los había restaurado a los sentimientos correctos, su corazón es libre para dar paso, aunque
como aparte de él mismo, al gozo que le pertenecía en Cristo glorificado: y, después de todo, con una mente sobria cuando
se trataba de sus queridos hijos en la fe [8], él procura separarlos de todo lo que reconocía la carne, o implicaba que una
relación que la reconocía era posible para un Cristiano – de todas las cosas que negaban la posición de un hombre que
tiene su vida y sus intereses en la nueva creación, de la que Cristo es la Cabeza en la gloria. Un ángel puede servir a Dios
en este mundo: poco le importaría de qué modo de obrar, siempre que ese modo de obrar fuese el de Dios; pero asociarse él
mismo con los intereses del mundo, como formando parte de él, aliarse él mismo con los que son gobernados por los motivos
que influencian a los hombres de este mundo, de modo que una conducta común mostraría que el uno y el otro actuaban según
los principios que forman su carácter, sería, para esos seres celestiales, perder su posición y su carácter. El Cristiano,
cuya porción es la gloria de Cristo – quien tiene su mundo, su vida, sus verdaderas asociaciones, allí donde Cristo
ha entrado – tampoco debería; ni tampoco él puede, como Cristiano, colocarse bajo el mismo yugo con aquellos que sólo
pueden tener motivos mundanos, halar del carro de la vida en una senda común a ambos.
[8] ¡Qué
estado bienaventurado es el de un hombre que, cuando es sacado de sí mismo y a un estado de calmada reflexión, es absorbido
enteramente por Dios, y se vuelve enteramente a Él, y, cuando piensa sobriamente y calcula, se ocupa en amor buscando el bien
de sus hermanos, los miembros de Cristo: es decir, el hombre que, o bien queda embelesado en la contemplación de Dios y en
comunión con Él, o bien que se llena tanto de Él como para pensar solamente en los demás en amor!
Separación: saliendo de entre los mundanos para entrar en la relación de hijos e hijas de Dios como Padre
y ser reconocidos así por Él
¿Qué comunión hay
entre Cristo y Belial; entre la luz y las tinieblas; entre la fe y la incredulidad; entre el templo de Dios y los ídolos?
Los Cristianos son el templo del Dios vivo, el cual habita y anda entre ellos. Él es Dios para ellos; ellos son un pueblo
para Él. Por tanto, ellos deben salir de toda comunión con los mundanos, y separarse de ellos. Como Cristianos, deben estar
aparte, ya que son el templo de Dios. Dios habita entre ellos y anda allí, y Él es su Dios. Ellos deben, por tanto, salir
del mundo y separarse, y Dios los reconocerá, y será para ellos en la relación de un Padre con hijos e hijas que son entrañables
para Él.
Esto, observen, es
la relación especial que Dios asume con nosotros. Las dos revelaciones anteriores de Dios con los hombres son nombradas aquí,
y Él asume una tercera. Él se revela a Abraham como Todopoderoso; a Israel como Jehová o Señor. Aquí el Señor Todopoderoso
declara que Él será un Padre para los Suyos, para Sus hijos e hijas. Nosotros salimos de entre los mundanos, ya que es justamente
esto (no físicamente fuera del mundo, sino mientras estamos en él), para entrar en la relación de hijos e hijas con el Dios
Todopoderoso: de lo contrario no podemos realizar esta relación en forma práctica. Dios no tolerará personas mundanas en relación
con Él mismo como hijos e hijas; ellas no han entrado en esta posición con respecto a Él. Tampoco reconocerá Él a quienes
permanecen identificados con el mundo, como teniendo esta posición; porque el mundo ha rechazado a Su Hijo, y la amistad del
mundo es enemistad contra Dios: y aquel que es amigo del mundo es enemigo de Dios. Ello no es ser Su hijo en un sentido práctico.
Dios dice, por tanto, "¡salid de en medio de ellos y separaos, … y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor
Todopoderoso!" (2 Corintios 6: 17, 18 – VM). Recuerden que no se trata de salir del mundo – es mientras estamos
en él – sino de salir de entre los mundanos, para entrar en la relación de hijos e hijas, para ser Sus hijos e hijas,
para ser reconocidos por Él en esta relación. [9]
[9] El lector
puede observar que el pasaje coloca dos cosas ante nosotros:
1.- que
Dios está presente en la asamblea de aquellos que se han separado del mundo, y anda entre ellos, así como Él lo hizo en el
caso de Israel en el desierto cuando ellos habían salido de Egipto; y,
2.- que
los individuos que componen la asamblea entran en la relación de hijos e hijas.
Capítulo 7
Las consecuencias legítimas de las promesas de Dios:
santidad del andar y pureza de pensamiento
Pero nosotros no
sólo nos separamos de esto para estar en esta posición de hijos e hijas que involucra la atención del apóstol, sino las consecuencias
legítimas de tales promesas. Siendo hijos e hijas del Señor Dios Todopoderoso, la santidad nos conviene. No sólo se trata
de que hemos de separarnos del mundo, sino, en relación con Dios, de limpiarnos nosotros mismos de toda inmundicia de la carne
y del espíritu: santidad en el andar externo, y aquello que es exactamente tan importante con respecto a nuestra relación
con Dios: pureza de pensamiento. Puesto que, aunque el hombre no ve los pensamientos, el fluir del Espíritu es detenido en
el corazón. No hay ensanche de corazón en comunión con Dios, mucho de Su presencia es sentido, Su relación con nosotros es
comprendida; la gracia es conocida, pero de Dios no se conoce casi nada en absoluto, en el modo en que Él se da a conocer
gradualmente en comunión.
El corazón del ministro de Cristo es revelado
El apóstol regresa
a sus propias relaciones con los Corintios – relaciones formadas por la palabra de su ministerio. Y habiendo expuesto
ahora lo que el ministerio era realmente, procura evitar que los vínculos de rompan, los cuales se habían formado mediante
este ministerio entre los Corintios y él mismo a través del poder del Espíritu Santo. "¡Recibidnos en vuestro corazón! a nadie
hemos agraviado" (2 Corintios 7:2 – VM) – él está ansioso de no herir los sentimientos de estos restaurados, que
se hallaban nuevamente en su antiguo afecto por el apóstol, y de este modo, en su relación verdadera con Dios. "No lo digo
para condenaros;" él añade, "pues he dicho ya que estáis en nuestros corazones, para morir juntos y vivir juntos. Grande es
mi confianza para hablaros; grande es mi gloria por causa vuestra: estoy lleno de consuelo, sobreabundo en alegría en medio
de toda nuestra aflicción." (2 Corintios 7: 3, 4 – VM). Él no está desplegando ahora los principios del ministerio,
sino el corazón de un ministro, todo lo que había sentido con respecto al estado de los Corintios. Cuando hubo llegado a Macedonia
(adonde había ido, se recordará, sin visitar Corinto), después de dejar Troas, porque no encontró allí a Tito, el cual iba
a traerle la respuesta de su primera carta a los Corintios – cuando llegó a Macedonia, su carne no tuvo reposo tampoco
allí; él fue atribulado en todo: de afuera conflictos, de dentro temores. Allí, no obstante, Dios que consuela a los abatidos
(N. del T.: BTX = mejor traducción que "a los humildes"), le consoló por medio de la llegada de Tito, al cual había esperado con tanta ansiedad; y no sólo por su llegada,
sino por las buenas noticias que trajo de Corinto. Su gozo trascendió a su pena, ya que su corazón iba a morir y vivir con
ellos. Él vio los frutos morales de la operación del Espíritu, el deseo de ellos, sus lágrimas, el celo de ellos con respecto
al apóstol; y su corazón se vuelve nuevamente a ellos para sanar, mediante la expresión de su afecto, todas las heridas (necesarias
como lo fueron) que su primera carta podría haber hecho en sus corazones.
Nada más conmovedor
que el conflicto en su corazón entre la necesidad que él había sentido de escribirles con severidad, a causa del estado anterior
de ellos, y de alguna manera con una fría autoridad, y los afectos que ahora que el efecto se había producido, dictaba casi
una disculpa por la tristeza que les podría haber causado. Él dice, «Si los entristecí mediante la carta, yo no me arrepiento»,
aunque él pudiera haberse arrepentido y lo hubiera hecho por un momento. Porque él vio que la carta los había entristecido,
aunque no fuese más que por una temporada. Pero se regocijaba ahora, no de que hubiesen sido entristecidos, sino de que hubiesen
sido entristecidos para arrepentimiento. ¡Qué solicitud! ¡Qué corazón para el bien de los santos! Si ellos tenían una mente
ferviente para con él, ciertamente él les había brindado la ocasión y el motivo. Ningún reposo hasta que tuvo noticias: nada,
ni puertas abiertas, ni angustias, pudieron quitar su ansiedad. Él lamenta, quizás, haber escrito la carta, temiendo que había
alejado los corazones de los Corintios; y ahora, apenado aún al pensar que los había entristecido, él se regocija, no por
haberles contristado, sino porque su tristeza piadosa había obrado arrepentimiento.
Las dos cartas de Pablo; la diferencia entre Pablo el individuo
y Pablo el escritor inspirado
Él escribe una carta
según la energía del Espíritu Santo. Dejado a los afectos de su corazón, le vemos, en este respecto, bajo el nivel de la energía
de la inspiración que había dictado esa carta que los espirituales habían de reconocer como mandamientos del Señor; cuando
no recibe noticias, su corazón tiembla ante el pensamiento de sus consecuencias. Es muy interesante ver la diferencia entre
la individualidad del apóstol y la inspiración. En la primera carta a los Corintios advertimos la distinción que él hace entre
lo que decía como resultado de su experiencia, y los mandamientos del Señor comunicados por medio de él. Encontramos aquí
la diferencia en la experiencia misma. Él olvida por un momento el carácter de su epístola, y, entregado a sus afectos, teme
haber perdido a los Corintios por el esfuerzo que él había hecho para rescatarlos. La forma de la expresión que utiliza muestra
que si este sentimiento tomó posesión de su corazón, ello fue sólo por un momento. Pero el hecho de que tuvo claramente este
sentimiento muestra la diferencia entre Pablo el individuo y Pablo el escritor inspirado.
La grandeza de corazón de Pablo al hablar de su intenso afecto
Él está ahora satisfecho.
La expresión de este interés profundo que siente por ellos es una parte de su ministerio, y una valiosa enseñanza para nosotros,
para mostrar el modo en que el corazón entra en el ejercicio de este ministerio, la flexibilidad de esta poderosa energía
de amor, para ganar y sanar corazones mediante la expresión oportuna de lo que está pasando en nuestro propio corazón: una
expresión que tendrá lugar ciertamente cuando la ocasión la haga correcta y natural, si es que el corazón está lleno de afecto;
ya que a un afecto intenso le agrada darse a conocer a su objeto, si es posible, conforme a la verdad de aquel afecto. Hay
una tristeza de corazón que lo consume, pero un corazón que siente dolor piadoso es un corazón que va camino al arrepentimiento.
[10]
[10] La
grandeza de corazón no habla fácilmente acerca de sentimientos, ya que piensa en los demás, no en sí mismo. Pero no tiene
temor, cuando surge la ocasión, de hacerlo; porque piensa en los demás, y tiene una profundidad de propósito en sus afectos
que está detrás de todo movimiento de estos afectos. Y el Cristianismo da grandeza de corazón. Y además, por su naturaleza,
es confiado, y esto gana, y da espontaneidad, esta grandeza de corazón no procura influir, ya que es desinteresada. El apóstol
mantuvo su relación verdadera para el bien de ellos.
Los frutos de la tristeza piadosa
Luego el apóstol
expone los frutos de esta tristeza piadosa, el celo contra el pecado que ella había producido, el santo rechazo del corazón
a toda asociación con el pecado. Ahora que también ellos se habían separado moralmente, él separa a los que no eran culpables
de los que lo eran. Ya nos los confundiría conjuntamente. Ellos se habían confundido en conjunto moralmente andando despreocupadamente
con los que estaban en pecado. Quitando el pecado ellos estaban ahora fuera del mal: y el apóstol muestra que fue en vista
del bien de ellos, porque estaba dedicado a ellos, que él había escrito para testificar de la amorosa ocupación de sus pensamientos
acerca de ellos, y para poner a prueba el amor de ellos por él delante de Dios. No obstante lo triste que había sido el andar
de ellos, él había asegurado a Tito, cuando le estimuló a ir a Corinto, que ciertamente encontraría allí corazones que responderían
a esta súplica de afecto apostólico. Él no había sido decepcionado, y como había declarado la verdad entre ellos, lo que había
dicho acerca de ellos a Tito también se halló que era verdadero, y los afectos del propio Tito fueron despertados intensamente
cuando lo vio.
Capítulo 8
Exhortación a socorrer a los pobres de Israel;
la colecta de dinero; honestidad delante de los hombres así como también
delante de Dios
En el capítulo siguiente, el apóstol (de camino a Judea) exhorta a los Corintios a preparar ayuda para los pobres
de Israel; enviando a Tito para que todos pudiesen estar apercibidos a partir de una mente dispuesta – una disposición
de la cual había hablado en su viaje como existiendo entre esos Cristianos, de tal manera que los demás habían sido despertados
para dar igualmente. Y ahora, reconociendo la buena voluntad de ellos, y sabiendo que habían comenzado un año antes, él no
correría ningún riesgo de hallar que esos hechos desmintiesen lo que les había dicho. No es que él cargaría a los Corintios
y aliviaría a los de Judea, sino que los ricos debían proveer para la necesidad de los hermanos pobres, para que ninguno estuviera
en necesidad. Cada uno, si su voluntad estaba en ello, serían acepto a Dios conforme a lo que tenía. Él amaba a un dador alegre.
Solamente que ellos debían cosechar según habían sembrado. Tito, feliz ante el resultado de su primera visita, y ligado a
los Corintios, estuvo dispuesto a ir nuevamente y recolectar también este fruto para la propia bendición de ellos. Con él
fueron los mensajeros de las otras iglesias, encargados de la colecta hecha entre ellos para el mismo propósito – un
hermano conocido por todas las iglesias, y otro de aprobada diligencia, estimulados por la confianza de Pablo en los Corintios.
El apóstol no se haría cargo del dinero sin tener compañeros cuyo encargo sería también, evitando toda posibilidad de vituperio
en asuntos de esta índole, cuidar de que todas las cosas fuesen honestas delante de los hombres así como también delante de
Dios. No obstante, él no habla mediante mandamiento en todo esto, sino a causa del celo de otras iglesias, y para demostrar
la sinceridad del amor de ellos.
Se recordará que fue esta colecta la que ocasionó todo lo que le sucedió a Pablo en Jerusalén – aquello que
puso fin a su ministerio, lo que le detuvo en su viaje a España, y quizás a otros lugares; y que, por otra parte, dio ocasión
para escribir las epístolas a los Efesios, Filipenses, Colosenses, Filemón, y, puede ser, a los Hebreos. ¡Qué poco sabemos
acerca de la relación de las circunstancias en que entramos, felices de que seamos conducidos por Aquel que sabe el final
desde el principio, y que hace que todas las cosas cooperen juntas para el bien de los que Le aman!
Capítulo 9
Los bienaventurados y múltiples resultados
de la caridad práctica
Al cerrar esas exhortaciones a dar conforme a lo que se tiene, él los encomienda a la rica bondad de Dios, el cual
podía hacerles abundar en todas las cosas, de modo que estuvieran en circunstancias de multiplicar sus buenas obras, enriquecidos
para toda forma de liberalidad, como para producir en los demás (mediante los servicios del apóstol en este respecto) acción
de gracias a Dios. Porque, él añade, el resultado bienaventurado de la caridad práctica de ellos, ejercitada en el nombre
de Cristo, no sólo supliría la necesidad de los santos (a través de su administración de la colecta llevada a cabo en Corinto)
sino abundaría también en acción de gracias a Dios; ya que, los que la recibían bendecían a Dios de que sus benefactores habían
sido llevados a confesar el nombre de Cristo, y a actuar con esta liberalidad práctica para con ellos y para con todos. Y
este pensamiento les incitaba a orar con ferviente deseo por los que proporcionaron de este modo para la necesidad de ellos,
debido a la gracia de Dios manifestada en ellos. De este modo, los vínculos de caridad eterna se fortalecían en ambos lados,
y redundaba en gloria para Dios. Gracias a Dios, dice el apóstol, por Su don inefable; ya que cualesquiera sean los frutos
de la gracia, tenemos la demostración y el poder en lo que Dios ha dado. Termina aquí el asunto, propiamente dicho, de la
epístola.
Capítulo 10
Las relaciones de Pablo con los Corintios;
la verdad y la autoridad de su apostolado;
el principio sobre el que él actuaba
El apóstol vuelve al tema que le preocupaba – sus relaciones con los Corintios, y la verdad de su apostolado,
que era cuestionado por los que los seducían, aplicando desprecio sobre su persona. Él era débil, ellos decían, cuando estaba
presente, y su discurso despreciable, aunque osado cuando estaba ausente (siendo sus cartas presuntuosas, pero su presencia
corporal despreciable). "Os ruego, "dice el apóstol", "por la mansedumbre y la dulzura de Cristo [mostrando así el carácter
verdadero de su propia mansedumbre y humildad estando entre ellos], … no tenga que ser osado con aquel rigor con que
pienso proceder resueltamente contra algunos, que piensan de nosotros como si anduviésemos según la carne." (2 Corintios 10:
1, 2 – VM). La fuerza de la guerra que libraba contra el mal se fundamentaba en armas espirituales, con la que él derribaba
todo lo que se autoexaltaba contra el conocimiento de Dios. Este es el principio sobre el cual él actuaba, procurar traer
a la obediencia a todos los que oían atentamente a Dios, y luego severidad a toda desobediencia, una vez que la desobediencia
se estableciera plenamente, y los que oirían atentamente a Dios fuesen restaurados al orden. ¡Precioso principio! el poder
y la guía del Espíritu actuando en pleno, y con toda paciencia, para restaurar al orden, y para un andar digno de Dios; llevando
las amonestaciones de la gracia al extremo, hasta que todos los que las oirían atentamente y obedecerían voluntariamente a
Dios fuesen restaurados; y afirmar después la autoridad divina en juicio y disciplina, con el peso que era añadido a la acción
apostólica por la acción consciente y común de todos aquellos que habían sido traídos de regreso a la obediencia.
Observen que el apóstol se refiere a su autoridad personal como apóstol; pero hace notar también que la utiliza en
paciencia (ya que la poseía para el propósito de edificación y no para destrucción) para traer de regreso a la obediencia
y a la rectitud a todos los que oirían con atención; y de este modo, preservando la unidad cristiana en santidad, él reviste
la autoridad apostólica con el poder de la conciencia universal de la asamblea, guiada por el Espíritu, en la medida que existía
una conciencia obrando.
Después declara que así como él es en sus cartas, igualmente le encontrarán cuando esté presente; y contrasta la
conducta de los que se aprovechan de sus labores, cautivando a un pueblo que ya se había vuelto Cristiano, para soliviantarlos
contra él, con su propia conducta al ir donde Cristo no había sido conocido aún, procurando llevar almas al conocimiento de
un Salvador acerca del cual ellos ignoraban. Tenía también la esperanza de que cuando visitara a los Corintios, su ministerio
se extendiera entre ellos mediante el crecimiento de la fe de ellos, para que él pudiese continuar más allá de ellos a evangelizar
regiones que permanecían aún en tinieblas. Pero el que se gloriaba, que se gloríe en el Señor.
Capítulo 11
Falsos maestros y la abnegación absoluta manifestada en la vida del
apóstol; la fuente viviente
En 2 Corintios 11, celoso con un celo piadoso con respecto a sus amados Corintios, él lleva aún más lejos sus argumentos
referente a los falsos maestros. Él pide a los fieles en Corinto que lo toleren un poco, mientras actúa como un loco hablando
de sí mismo. Los había desposado como una virgen pura con Cristo, y temía que alguno corrompiese sus mentes, desviándoles
de la sencillez que es en Él ("Pero témome, no sea que, como la serpiente engañó a Eva con su sutileza, así también vuestras
mentes sean corrompidas, y se aparten de la sencillez y pureza que es en Cristo." - 2 Corintios 11:3 – VM). Si
los Corintios habían recibido otro Cristo de parte de los maestros que habían llegado últimamente a estar entre ellos, u otro
Espíritu, u otro evangelio, bien podrían ellos tolerar lo que esos maestros hacían. Pero, ciertamente, el apóstol no había
sido inferior en nada en sus enseñanzas, aun si le comparaban con los más renombrados de los apóstoles. ¿Los había perjudicado
al no recibir nada de manos de ellos (tal como estos nuevos maestros se jactaban de hacerlo), y al tomar dinero de otras asambleas,
y de nunca ser una carga para ellos? – un asunto para gloriarse, lo cual nadie le impediría en las regiones de Acaya.
¿Había él rechazado tomar alguna cosa de parte de ellos porque no les amaba? Dios lo sabía – No era así; ello fue para
privar a los falsos maestros de los medios de recomendarse ellos mismos a los Corintios trabajando gratuitamente entre ellos,
mientras el apóstol recibía dinero. Él los privaría de esta oportunidad de gloriarse, porque eran falsos apóstoles. Así como
Satanás se transforma en ángel de luz, de igual modo sus instrumentos se transformaban para presentarse como ministros de
justicia. (2 Corintios 11: 14, 15 – VM). Pero otra vez, pide que le tolerasen mientras hablaba como un loco al hablar
de él mismo. Si estos ministros de Satanás se atribuían ser Judíos, como de la antigua religión de Dios, consagrada por su
antigüedad y sus tradiciones, él podía hacer otro tanto, siendo un Hebreo de Hebreos, y poseyendo todos los títulos para la
gloria de la cual ellos se jactaban. Y si se trataba de servicio cristiano – hablando como si él hubiera perdido el
juicio – ciertamente la comparación no dejaría de mostrar dónde había estado la abnegación. Dios, de hecho, había permitido
que esta invasión de la obra del apóstol por parte de estos miserables judaizantes (denominándose ellos mismos Cristianos)
fuesen el medio de familiarizarnos con algo de las infatigables labores del apóstol, llevadas a cabo en miles de circunstancias
de las que no tenemos relato alguno. En los Hechos, Dios nos ha presentado la historia del establecimiento de la asamblea
en los grandes principios sobre los que se fundamentaba, y las fases a través de las que pasó al salir del Judaísmo. El apóstol
tendrá su propia recompensa en el reino de gloria, no por hablar de ello entre los hombres. No obstante, es beneficioso para
nuestra fe tener algún conocimiento de la abnegación cristiana, tal como se manifestó en la vida del apóstol. La insensatez
de los Corintios ha sido el medio de proporcionarnos un pequeño atisbo de dicha abnegación.
Tribulaciones y peligros afuera, incesantes ansiedades adentro, un coraje que no se acobardó ante ningún peligro,
un amor por los pobres pecadores y por la asamblea que nada podía enfriar – estas pocas líneas bosquejan el retrato
de una vida de tal abnegación absoluta que toca el corazón más frio; nos hace sentir todo nuestro egoísmo, y nos hace doblar
la rodilla delante de Aquel que era la fuente viviente de toda la abnegación del bienaventurado apóstol, delante de Aquel
cuya gloria inspiraba dicha abnegación.
Capítulo 12
Gloriándose en las debilidades;
gloriándose en el poder soberano de Dios
en una revelación maravillosa
No obstante, aunque se ve obligado a hablar de sí mismo, el apóstol se gloriaría solamente en sus debilidades. Pero
él está, por decirlo así, fuera de su obra natural. Su vida pasada se despliega ante sus ojos. Los Corintios le obligaban
a pensar en cosas que había dejado atrás. Después de haber terminado su relato, y de haber declarado que se gloriaría sólo
en sus debilidades, hubo una circunstancia que vuelve a su memoria. Nada puede ser más natural, más sencillo, que todas estas
comunicaciones. ¿Debe él gloriarse? Ello no es más que infructuoso. Él se detendría en aquello de lo cual un hombre –
como estando en la carne – no se podía gloriar. Se trataba del poder soberano poder de Dios, en el que el hombre no
tenía parte alguna. Él hablaba de un hombre en Cristo – de uno que había sido arrebatado al tercer cielo, al paraíso;
en el cuerpo, o fuera del cuerpo, él no sabía. El cuerpo no tuvo parte en ello. Con respecto a un hombre tal él se gloriaría.
Él desecharía aquello que le exaltaba en la tierra. Lo que lo arrebató al cielo – lo que le dio allí una porción
– lo que él era "en Cristo" – era su gloria, el gozo de su corazón, la porción en que fácilmente se gloriaría.
¡Feliz ser! es aquel cuya porción en Cristo era tal que, al pensar en ello, se siente satisfecho olvidando todo lo que le
podía exaltar como hombre; tal como dice en otra parte en cuanto a su esperanza, "para ganar a Cristo." (Filipenses 3:8).
El hombre, el cuerpo, no tuvo participación alguna en un poder que, para conocer acerca de él, tenía que ser arrebatado al
cielo; pero de un tal él se gloriaría. Allí, donde Dios y Su gloria son todas las cosas, separado de su cuerpo en cuanto a
cualquier conciencia de estar en él, oyó cosas en las que hombres en el cuerpo no podían entrar, y que no era apropiado que
un hombre mortal declarase, y que la manera de ser de un hombre en el cuerpo no podía admitir. Estas cosas habían producido
la más profunda impresión sobre el apóstol; ellas le fortalecieron para el ministerio; pero no podía introducirlas en la forma
de comprensión y comunicación que pertenecen a la condición del hombre aquí abajo.
Arrebatado al tercer cielo: sus lecciones
Pero muchas lecciones prácticas están relacionadas con este favor maravilloso mostrado al apóstol. Yo digo 'maravilloso',
ya que en verdad, uno siente qué ministerio debe haber sido el suyo, cuya fortaleza, y cuya forma de ver y juzgar se obtenían
de semejante posición. ¡Qué extraordinaria misión fue la de este apóstol! Pero la tenía en un vaso de barro. Nada puede enmendar
la carne. Una vez de regreso a la conciencia de su existencia humana en la tierra, la carne del apóstol habría sacado provecho
del favor que había disfrutado para exaltarle ante sus propios ojos, diciendo, «Ninguno ha estado en el tercer cielo sino
tú, Pablo.» Estar cerca de Dios en la gloria, como estando fuera del cuerpo, no envanece. Todo es Cristo, y Cristo es todo:
el 'yo' es olvidado. Haber estado allí es otra cosa. La presencia de Dios nos hace sentir nuestra insignificancia. La carne
puede hacer valer el hecho de que hemos estado en ella, cuando ya no estamos más allí. ¡Cuán lamentable! ¿qué es el hombre?
Pero Dios está vigilando; en Su gracia Él proveyó para el peligro de Su pobre siervo. Haberle arrebatado a un cuarto cielo
– por decirlo así – sólo habría aumentado el peligro. No hay forma de enmendar la carne; la presencia de Dios
la silencia. Ella se jactará de ello tan pronto como no esté más allí. Para andar en seguridad, ella debe ser mantenida bajo
control, tal como es. Debemos reconocerla como estando muerta; pero a menudo necesita ser refrenada, para que el corazón no
sea apartado de Dios por sus medios, y para que no pueda impedir nuestro andar y tampoco estropear nuestro testimonio. Pablo
recibió un aguijón en la carne, para que no se envaneciera a causa de las abundantes revelaciones que había recibido. Sabemos,
por la epístola a los Gálatas (Gálatas 4: 13, 14), que era algo que tendía a hacerle menospreciable en su predicación: un
contrapeso muy inteligible a estas notables revelaciones.
El aguijón en la carne de Pablo; Satanás como siervo de
Dios
Dios dejó esta tarea a Satanás, tal como Él lo usó para la humillación de Job. Independientemente de la gracia que
nos pueda ser otorgada, debemos atravesar los ejercicios comunes de la fe personal, en los que el corazón anda en seguridad
sólo cuando la carne es refrenada, y tan anulada en la práctica, que no somos conscientes de ella como estando activa en nosotros
cuando deseamos entregarnos completamente a Dios, y pensar en Él y con Él según nuestra medida.
El modo de prevención; la lección de la humildad
para escapar de la humillación
Tres veces (al igual que el Señor con referencia a la copa que Él había de beber) el apóstol Le pide que el agujón
pueda ser quitado; pero la vida divina es modelada despojándose del 'yo', y - imperfectos como somos – este despojarse
en cuanto a practicar lo que, en cuanto a la verdad, si consideramos nuestra posición en Cristo, nos hemos despojado, es obrado
mediante el hacernos conscientes de la humillante inadecuación de esta carne, que nos agrada gratificar, a la presencia de
Dios y el servicio al cual somos llamados. Es algo bienaventurado para nosotros cuando ello es por medio de la prevención,
y no mediante la humillación de una caída, ¡como fue el caso de Pedro! La diferencia es clara. Hubo allí, en el caso de Pedro,
confianza propia entremezclada con voluntad propia pese a las advertencias del Señor. Aquí, aunque todavía en la carne, la
ocasión fue brindada por las revelaciones que habían sido hechas a Pablo. Si aprendemos la tendencia de la carne en la presencia
de Dios, salimos de ella humillados, y escapamos de la humillación. Pero en general (y podemos decir, en algunos aspectos,
con todos nosotros) tenemos que experimentar las revelaciones que nos elevan a Dios, cualesquiera que puedan ser la medida
de ellas, y tenemos que experimentar lo que es el vaso que las contienen, mediante el dolor que nos da por medio del sentido
de lo que es – y no digo que ello sea a través de caídas.
El hombre es nada y Cristo es todo, en la experiencia práctica
aquí
Dios, en Su gobierno, conoce de qué manera unir en la misma circunstancia, el padecimiento por Cristo, y la disciplina
en la carne; y esto explica Hebreos 12: 1-11. El apóstol predicaba: si era despreciado en su predicación, era verdaderamente
para el Señor que él padecía; no obstante, la misma cosa disciplinaba la carne, y evitaba que el apóstol se enorgulleciera
de él mismo sobre la base de las revelaciones que gozaba, y el consiguiente poder con el que revelaba la verdad. En la presencia
de Dios, en el tercer cielo, él sintió verdaderamente que el hombre era nada, y Cristo era todo. Él debe adquirir la experiencia
práctica de la misma cosa aquí abajo. La carne debe ser anulada, allí donde no es una nulidad, mediante el sentido experimental
del mal que está en ella, y debe llegar a ser, de este modo, conscientemente una nulidad en la experiencia personal de lo
que ella es. Porque, ¿qué era la carne de Pablo – la cual sólo le obstaculizaba moralmente en su obra, alejándole de
Dios – excepto una compañera problemática en su obra? La supresión de la carne sentida y juzgada era un provechoso ejercicio
del corazón.
El 'yo' es perdido de vista en el disfrute de cosas celestiales
inexpresables
Observen aquí la posición bienaventurada del apóstol, como arrebatado al tercer cielo. Él se pudo gloriar en un tal,
porque el 'yo' se había perdido enteramente en las cosas con las que estaba en relación. Él no se gloriaba meramente en las
cosas, ni tampoco dice "de mí mismo". El 'yo' estaba completamente perdido de vista en el disfrute de cosas que eran inexpresables
por el hombre cuando regresara la conciencia del 'yo'. Él se gloriaría de tal hombre; pero en él mismo, considerado en la
carne, no se gloriaría, excepto en sus debilidades (N. del T.: "flaquezas" en otras
versiones de la Biblia en Español). Por otra parte, ¿no es humillante pensar que aquel que había disfrutado de tal exaltación
tuviese que pasar por la dolorosa experiencia de lo que la carne es, malvada, despreciable, y egoísta?
La diferencia entre Cristo y cualquier hombre
Observen, también, la diferencia entre Cristo y cualquier hombre. Cristo pudo estar sobre el monte en gloria con
Moisés, y ser reconocido por el Padre mismo como Su Hijo; y Él puede estar en la llanura en presencia de Satanás y de la multitud;
pero, aunque las escenas son diferentes, Él es igualmente perfecto en cada una de ellas. Hallamos afectos admirables en los
apóstoles, y especialmente en Pablo; encontramos obras, como Jesús dijo, mayores que las Suyas; hallamos ejercicios de corazón,
y alturas sorprendentes por gracia; en una palabra, vemos un poder maravilloso desarrollado por el Espíritu Santo en este
extraordinario siervo del Señor; pero no encontramos la ecuanimidad que estaba en Cristo. Él era el Hijo del Hombre que estaba
en el cielo (Juan 3:13). Hombres tales como Pablo son cuerdas sobre las que Dios pulsa y en las que Él produce una música
maravillosa; pero Cristo es toda la música misma.
Humillación necesaria usada por Cristo para mostrar Su poder;
la dependencia es aprendida
Finalmente, observen que la humillación necesaria para reducir la carne rebelde a su calidad de nada es usada por
Cristo para mostrar Su poder en ello. Humillados así, aprendemos nuestra dependencia. Todo lo que es nuestro, todo lo que
constituye el 'yo', es un obstáculo; la debilidad (o, flaqueza) es aquello en que ella es derribada, doblegada, en lo que
la debilidad es comprendida. El poder de Cristo es perfeccionado en ello. Se trata de un principio general; humanamente hablando,
la cruz fue debilidad. La muerte es lo opuesto a la fuerza del hombre. No obstante, la fuerza de Cristo se reveló en ella.
En ella Él cumplió Su obra gloriosa de salvación.
La flaqueza es aquí debilidad absoluta;
la fuerza de Cristo dada a conocer
y manifestada en la debilidad del hombre.
El pecado en la carne no es aquí el tema cuando se habla de debilidad o flaqueza, sino lo que es contrario a la fuerza
del hombre. Cristo nunca se apoyó en la fuerza humana ni por un momento; Él vivió por el Padre, el cual Le había enviado.
En Él se mostraba sólo el poder del Espíritu Santo. Pablo necesitaba que su carne fuera reducida a debilidad, para que no
pudiera haber en ella el movimiento del pecado que le era natural. Cuando la carne era reducida a su verdadera insignificancia
en lo que se refiere al bien, y de manera manifiesta, entonces Cristo podía mostrar Su fuerza en ella. Esa fuerza tenía su
carácter verdadero. Observen bien: ese es siempre su carácter – fuerza hecha perfecta en la debilidad. El apóstol bienaventurado
podía gloriarse en un hombre en Cristo en lo alto, disfrutando de toda esta bienaventuranza, estas cosas maravillosas que
excluían el 'yo', por lo mucho que ellas estaban por sobre todo lo que nosotros somos. Mientras las disfrutaba, él no era
consciente de la existencia de su cuerpo. Cuando estuvo nuevamente consciente de ello, lo que había oído no pudo ser traducido
en esas comunicaciones que tenían el cuerpo como instrumento, y oídos humanos como el medio de comprensión. Él se gloriaba
en aquel hombre en Cristo en lo alto. Aquí abajo sólo se gloriaba en Cristo mismo, y en esa debilidad (flaqueza) que brindaba
ocasión para que el poder de Cristo reposara en él, y que era la demostración que este poder era el de Cristo, de que Cristo
hizo de él el vaso de su manifestación. Pero esto, no obstante, era comprendido mediante experiencias dolorosas. La primera
era el hombre en Cristo, la segunda era el poder de Cristo reposando sobre el hombre. Para la primera, el hombre en cuanto
a la carne es nada; en cuanto a la segunda, ella es juzgada y abatida – transformada en debilidad, para que podamos
aprender, y el poder de Cristo se pueda manifestar. Hay un impulso, una fuente inefable del ministerio en lo alto. La fuerza
entra, al humillarse el hombre tal como él es en este mundo, cuando el hombre es reducido a la insignificancia – su
verdadero valor en las cosas divinas – y Cristo despliega en él esa fuerza que no podría asociarse con la fuerza del
hombre, ni depender de ella absolutamente en ninguna manera. Si el instrumento era débil, como ellos alegaban, el poder que
había obrado debe haber sido – no su poder, sino el de Cristo.
El sentido práctico y la fuente del ministerio de Pablo
De este modo, así como al principio de la epístola tuvimos las características verdaderas del ministerio en conexión
con los objetos que le daban ese carácter, así tenemos aquí su fuerza práctica, y la fuente de esa fuerza, en relación con
el vaso en que el testimonio estaba depositado, el modo en que este ministerio era ejercido al llevar un hombre mortal a la
relación con las fuentes inefables desde las cuales este emanaba, y con la energía viva, presente, activa de Cristo, de modo
que el hombre fuera capaz de ello, y aun así, que no lo pudiera llevar a cabo en su propia fuerza carnal – una cosa
además imposible en sí misma. [11]
[11] Este capítulo 12 es uno totalmente sorprendente. Tenemos Cristianos
en las más elevadas y en las más bajas condiciones; en el tercer cielo, y en profundo pecado real. En lo primero, un hombre
en Cristo (algo verdadero en cuanto a posición, si no en visión, de todos nosotros), el apóstol se gloría, y nosotros hacemos
bien en gloriarnos – ese es un hombre en Cristo. En cuanto a lo que él es en sí mismo, tiene que ser llevado a pronunciar
insignificancia. Pero ni el gloriarse en el hombre en Cristo, ni que haya sido hecho nada en la carne, es poder: lo último
es la senda a ello; pero entonces, siendo nada, el poder de Cristo está con él, reposa sobre él, y tiene aquí poder en el
servicio, el hombre en Cristo su lugar propio – Cristo en el hombre o Su poder sobre el hombre, su fuerza para servir.
De modo que tenemos la más elevada aprehensión del Espíritu, el fracaso más bajo en la carne, y el modo de obrar del poder
haciendo que esta última sea nada, el poder de Cristo estando por consiguiente con nosotros, poder práctico mientras estamos
en el cuerpo. Pero habrá el sentido de debilidad, la carencia de proporción entre lo que somos en cuanto al vaso de barro,
y lo que es ministrado y disfrutado. No se trata meramente de lo que es malo sino del vaso de barro en el cual está el tesoro.
El apóstol dando las pruebas más asombrosas de su ministerio
y mostrando el amor que "todo lo sufre"
Así, el apóstol se gloriaba en sus padecimientos y en sus debilidades (flaquezas). Se había visto obligado a hablar
como necio; aquellos mismos que debían haber proclamado la excelencia de su ministerio le habían obligado a hacerlo. Fue entre
ellos que todas las pruebas más sorprendentes de un ministerio apostólico habían sido presentadas. Si en alguna cosa ellos
habían quedado rezagados con respecto a otras iglesias referente a las pruebas de su apostolado, fue en que ellos no contribuyeron
en nada para su mantenimiento. Él volvía a ellos. Esta prueba faltaría aún. Él gastaría lo suyo por ellos, como un padre amable;
incluso aunque mientras más amase, fuese amado menos. ¿Dirían ellos que él había guardado las apariencias al no tomar nada
de ellos, pero que sabía cómo resarcirse usando a Tito para recibir de ellos? No había tal cosa. Bien sabían que Tito había
andado entre ellos en el mismo espíritu que el apóstol. Triste obra es cuando uno que está por encima de estos miserables
motivos y maneras de juzgar y estimar las cosas, y está lleno de estos divinos y gloriosos motivos de Cristo, es obligado
a descender al nivel de esas cosas que ocupan los corazones egoístas de las personas con quienes él tiene que ver –
¡corazones que están a un nivel con los motivos que animan y gobiernan el mundo que los rodea! Pero el amor debe sufrir todas
las cosas y debe pensar por los demás, si uno no puede pensar con ellos, no ellos con uno.
El temor de Pablo a lo que podría encontrar
y de aquello
con lo que podría tener que ver
¿Es entonces que el apóstol consideraba a los Corintios como jueces de su conducta? Él hablaba delante de Dios en
Cristo; y sólo temía que, cuando él llegase, no fuese a encontrar a muchos de los que profesaban el nombre de Cristo iguales
al mundo de iniquidad que los rodeaba; y que se humillara entre ellos, y tuviera que llorar por muchos que ya habían pecado
y no se habían arrepentido de sus fechorías.
Capítulo 13
La visita demorada de Pablo; su justicia
Él iba a ellos por tercera vez. Todo debía ser confirmado por el testimonio de dos o tres testigos; y esta vez él
no sería indulgente. El apóstol dice, "Esta es la tercera vez
que voy a vosotros"; sin embargo él añade, "como cuando estaba presente la segunda vez, así ahora, estando ausente." (2 Corintios
13: 1, 2 – VM). Esto es, debido a que él había estado allí una vez, debí haber ido allí en su camino a Macedonia, iba
una segunda vez, pero no lo hizo a causa del estado en que estaban los Corintios; pero esta tercera vez él iba, y les había
dicho antes; y lo dijo antes, como si hubiese ido la segunda vez, aunque estaba ahora ausente, que si volvía a ir él no sería
indulgente.
El dilema de los Corintios;
si el apostolado de Pablo era puesto en duda,
el Cristianismo de ellos quedaba anulado
A continuación, él pone fin a la cuestión acerca de su ministerio mediante la presentación de una idea que debía
confundirlos completamente. Si Cristo no había hablado por medio de él, Cristo no vivía en ellos. Si Cristo estaba en ellos,
Él debe haber hablado por medio del apóstol, ya que él había sido el medio de la conversión de ellos. "Puesto", él dice, "que
buscáis una prueba de que Cristo habla en mí … Examinaos a vosotros mismos, y ved si estáis en la fe; probaos a vosotros
mismos. ¿Acaso no sabéis respecto de vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que seáis reprobados?" (2 Corintios
13: 3, 5 – VM), y que ellos no pensaban, en absoluto. Esto fue bastante perturbador para ellos, y convirtió su necia
y torpe oposición, su desprecio impropio hacia el apóstol, en la propia confusión de ellos. ¡Qué locura es el hecho de que
se dejasen llevar por un pensamiento que, indudablemente, los exaltaba a sus propios ojos; pero que, poniendo en duda el apostolado
de Pablo, anulaba necesariamente, al mismo tiempo, el propio Cristianismo de ellos!
El modesto deseo del apóstol para bendición y protección de
ellos,
para que no tuviera que ejercer su autoridad dada por Dios
Desde las palabras "el cual no es débil para con vosotros" (2 Corintios 13:3) hasta el final del versículo 4 es un
paréntesis que se refiere al carácter de su ministerio, según los principios expuestos en el capítulo anterior: por parte
del hombre, debilidad, y aquello que tendía al desprecio; poder por parte de Dios: tal como Cristo fue crucificado en debilidad
y fue resucitado por el poder divino. Si el apóstol mismo era débil, ello era en Cristo; y él vivía en Él, por el poder de
Dios, para con los Corintios. Independientemente de cuál podría ser el caso de ellos, él confiaba que conocerían que no estaba
reprobado; y sólo oraba a Dios para que ellos no hicieran ninguna cosa mala, no para que él no fuera reprobado (es decir,
sin valor en su ministerio, ya que está hablando aquí del ministerio), sino para que hicieran lo bueno incluso si él fuese
reprobado. Porque él no podía hacer nada contra la verdad, sino por la verdad. Él no era maestro de los Corintios para su
propio interés, sino que se satisfacía en ser débil para que ellos pudiesen ser fuertes; ya que lo que deseaba era la perfección
de ellos. Pero escribía, estando ausente, como había dicho, para que cuando estuviera presente no se viera obligado a actuar
con severidad, según la autoridad que el Señor le había dado para edificación, y no para destrucción.
Las conmovedoras y amorosas conclusiones
Él había escrito lo que su corazón, llenado y guiado por el Espíritu Santo, le había impulsado decir; lo había derramado
todo; y ahora, fatigado, por decirlo así, por el esfuerzo, él finaliza la epístola con unas pocas frases breves: -- "Regocijaos,
procurad vuestra perfección, consolaos, tened un mismo sentir, vivid en paz." (2 Corintios 13:11 – BTX). Independientemente
de lo que sucediera, era esto lo que deseaba para ellos; y que el Dios de amor y de paz estuviese con ellos. Él se detiene
en este deseo, exhortándoles a saludarse unos a otros con afecto, así como todos los santos, incluyéndose él mismo, los saludaban;
orando para que la gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo, pudieran estar con todos
ellos.
J. N. Darby
Traducido del Inglés
por: B.R.C.O. – Agosto/Septiembre/Octubre 2011.-
|