SINOPSIS
de los Libros
de la Biblia
1ª
PEDRO
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto
en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican
otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
Introducción
Los destinatarios
de las epístolas de Pedro
La primera Epístola de Pedro está dirigida a los
creyentes entre los dispersos de Israel que se encuentran en aquellas
provincias de Asia Menor que son nombradas en el primer versículo; la segunda
epístola se declara como siendo una segunda dirigida a las mismas personas: de
modo que una y otra estaban destinadas a los judíos de Asia Menor (es decir, a
aquellos de entre ellos que tenían la misma fe preciosa que el Apóstol).
Capítulo 1
Los temas de las
dos epístolas
La primera epístola está fundamentada sobre la doctrina
del llamamiento celestial (yo no digo de la asamblea en la tierra [véase nota 1),
lo cual no nos es presentado aquí) en contraste con la porción de los judíos en
la tierra. Ella presenta a los cristianos como peregrinos y extranjeros en la
tierra, y en particular a los cristianos entre los judíos. La conducta apropiada
a los tales es desarrollada más ampliamente que la doctrina. El propio Señor
Jesús quien fue un peregrino y un extranjero es presentado aquí como modelo en
más de un aspecto. Ambas epístolas siguen el justo gobierno de Dios desde el
principio hasta la consumación de todas las cosas, en la cual los elementos
ardiendo serán deshechos, y hay cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora
la justicia. La primera presenta el gobierno de Dios en favor de los creyentes;
la segunda, el juicio de los inicuos.
[Nota
1]. Yo añado aquí "en la tierra", porque de la asamblea como
edificada por el propio Jesús y aún no terminada se habla en el capítulo 2,
donde las piedras vivas vienen a Cristo.
Sin embargo, al presentar el llamamiento celestial
el Apóstol presenta necesariamente la salvación, — es decir, la liberación del
alma en contraste con la liberación temporal de los judíos.
La descripción de
los creyentes a los cuales se habla
presentada por el Espíritu
Lo siguiente es la descripción que el Espíritu presenta
de estos creyentes. Ellos son elegidos, y esto según la presciencia de Dios
Padre. Israel era una nación escogida en la tierra por Jehová. Aquí se trata de
los que eran conocidos de antemano por el Padre. El medio mediante el cual se
lleva a cabo su elección es la santificación del Espíritu Santo. Ellos son
realmente apartados mediante el poder del Espíritu. Israel fue apartado mediante
las ordenanzas; pero éstos son santificados para la obediencia de Jesucristo y
para la aspersión de Su sangre, es decir, por una parte para obedecer como Él
obedeció y por la otra para ser rociados con Su sangre y ser así perfectamente
limpios delante de Dios. Israel había sido apartado para la obediencia de la
ley y para esa sangre que si bien anunciaba la muerte como aprobación de su
autoridad nunca podía limpiar el alma del pecado.
La porción del
cristiano como peregrino y extranjero
con una herencia
celestial
Tal era la posición del cristiano. El Apóstol
desea para ellos gracia y paz, — la porción conocida de los creyentes. Él les
recuerda las bendiciones con que Dios los había bendecido, bendiciendo al Dios
que las había otorgado. Los israelitas creyentes no Le conocían ahora en el
carácter de Jehová sino como el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Lo que el Apóstol presenta como fruto de Su gracia
es una esperanza que trasciende este mundo; no la herencia de Canaán, herencia apropiada
para el hombre que vive en la tierra, herencia que era la esperanza de Israel y
sigue siendo la de la nación incrédula. La misericordia de Dios los había hecho
renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los
muertos. Esta resurrección les mostraba una porción en otro mundo, y el poder
que llevaba al hombre a él, aunque él hubiese estado sometido a la muerte:
entraría en él por la resurrección, a través del glorioso triunfo del Salvador
para compartir una herencia que es incorruptible, incontaminada y que no se
marchita. El Apóstol no está hablando de nuestra resurrección con Cristo;
él ve al cristiano como un peregrino aquí animado por el triunfo del propio
Cristo en la resurrección, lo cual lo animaba teniendo él conciencia de que
había un mundo de luz y felicidad ante él y un poder que lo llevaría a este
mundo. Consecuentemente se habla de la herencia como "reservada en los
cielos". En la Epístola a los Efesios nosotros estamos sentados en los
cielos en Cristo, y la herencia es la de todas las cosas de las que Cristo
mismo es heredero. Pero de hecho el cristiano es también un peregrino y un
extranjero en la tierra; y es un fuerte consuelo para nosotros en nuestra
peregrinación ver esta herencia celestial ante nosotros como una segura garantía
de nuestra entrada en ella.
La herencia preservada
en los cielos
y el cristiano guardado
aquí por el poder de Dios
Otro inestimable consuelo es añadido. Si la
herencia está preservada en los cielos para nosotros, nosotros somos guardados
por el poder de Dios a través de toda nuestra peregrinación para que podamos disfrutar
de ella al final. ¡Dulce pensamiento! Somos guardados aquí abajo a través de
todos nuestros peligros y dificultades; y por otra parte la herencia está allí
donde no hay contaminación ni posibilidad de deterioro.
El poder de Dios
que actúa sustentando la fe en el corazón
Pero este poder nos preserva por medios morales (y
Pedro habla siempre de esta manera), mediante la operación en nosotros de la
gracia que fija el corazón sobre objetos que lo mantienen en conexión con Dios
y con Su promesa. (Compárese con 2ª Pedro 1:4). Nosotros somos guardados por el
poder de Dios mediante la fe. Alabado sea Dios. Es el poder de Dios
mismo; pero dicho poder actúa sustentando la fe en el corazón, manteniéndola a
pesar de todas las pruebas por encima de toda contaminación del mundo y
llenando el afecto con cosas celestiales. No obstante, Pedro siempre ocupado
con los modos de obrar de Dios respecto a este mundo sólo considera la parte
que los creyentes tendrán en esta salvación, en esta gloria celestial, cuando
ella será manifestada; cuando mediante esta gloria Dios establecerá Su
autoridad en bendición sobre la tierra. Se trata realmente de la gloria
celestial, pero de la gloria celestial manifestada como el medio del
establecimiento del gobierno supremo de Dios en la tierra para Su gloria y para
bendición del mundo entero.
La salvación preparada
para ser manifestada;
la manifestación
de los santos en gloria
Es la salvación preparada para ser manifestada en el
tiempo postrero. Esta palabra "preparada" es importante. Nuestro
Apóstol dice también que el juicio está preparado para ser manifestado. (1ª
Pedro 4:5). Cristo ha sido glorificado personalmente, ha vencido a todos Sus
enemigos, ha consumado la redención. Él sólo espera una cosa: que Dios ponga a Sus
enemigos por estrado de Sus pies. Él se ha sentado a la diestra de la Majestad
en las alturas porque Él ha logrado todo en cuanto a glorificar a Dios allí donde
estaba el pecado. Ello es la verdadera salvación de las almas, — la reunión de
los Suyos que aún no ha terminado (2ª Pedro 3:9, 15); pero una vez que hayan
sido hechos entrar todos los que han de participar en ella no hay nada que
esperar en lo que respecta a la salvación, es decir, la gloria en que
aparecerán los redimidos [véase nota 2]; ni por consiguiente en lo que respecta
al juicio de los inicuos en la tierra, juicio que se consumará con la
manifestación de Cristo. [Véase nota 3]. Todo está preparado. Este pensamiento
es dulce para nosotros en nuestros días de paciencia, pero es un pensamiento
que está lleno de solemnidad cuando reflexionamos acerca del juicio.
[Nota
2]. La doctrina de la reunión de los santos con Jesús en el aire cuando ellos
van a Su encuentro no forma parte de la enseñanza de Pedro, como tampoco la de
la asamblea en la tierra, con la cual está relacionada. Él habla de la
manifestación de los santos en gloria porque se ocupa de los modos de obrar de
Dios para con la tierra, aunque él lo hace en relación con el cristianismo.
[Nota
3]. Véase 2ª Tesalonicenses 1:9 y10.
Efectivamente,
como dice el Apóstol, nosotros nos regocijamos
grandemente en esta salvación que está preparada para ser manifestada en el
tiempo postrero. La estamos esperando. Es un tiempo de reposo, la bendición de
la tierra, la manifestación plena de la gloria de Aquel que es digno de ella, el
cual fue humillado y que padeció en lugar nuestro; es el tiempo en que la luz y
la gloria de Dios en Cristo iluminarán el mundo y primero atarán y luego ahuyentarán
todo su mal.
Gozo inefable y glorioso con aflicciones
y pruebas pasajeras: el futuro propósito de ellas
Esta es nuestra porción: gozo abundante en la salvación que está a
punto de ser manifestada y en la cual podemos regocijarnos siempre; aunque si
es necesario para nuestro bien podamos estar afligidos por diversas pruebas.
Pero ello es sólo por muy poco tiempo, — sólo una leve aflicción que pasa y que
sólo viene sobre nosotros si es necesario a fin de que la preciosa prueba de la
fe pueda tener su resultado en
alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien estamos
esperando. Ese es el propósito de todas nuestras aflicciones y pruebas,
transitorias y leves como son en comparación con el vasto resultado de la
gloria excelente y eterna hacia la que ellas nos conducen conforme a la
sabiduría de Dios y a la necesidad de nuestras almas. El corazón se apega a
Jesús: Él aparecerá.
Nosotros
Le amamos aunque nunca Le hemos visto. Aunque ahora nosotros no
Le vemos nos alegramos En Él con gozo inefable y glorioso. Esto es lo que
decide y forma el corazón, lo que lo fija y lo llena de gozo, con independencia
de cómo pueda ser ello con respecto a nosotros en esta vida. Para nuestros
corazones Él es quien llena toda la gloria. Por gracia yo seré glorificado,
tendré la gloria; pero yo amo a Jesús, mi corazón anhela Su presencia, desea
verle. Además, seremos semejantes a Él, y a Él perfectamente glorificado. El
Apóstol bien puede decir: "Inefable y glorioso". El corazón no puede
desear otra cosa: y si para nosotros son necesarias algunas leves aflicciones,
las soportamos gustosamente puesto que ellas son un medio de formarnos para la
gloria. Y podemos regocijarnos al pensar en la aparición de Cristo; porque al
recibirle invisible en nuestro corazón nosotros recibimos la salvación de
nuestra alma. Este es el objetivo y el propósito de la fe; mucho más precioso
que las liberaciones temporales que disfrutó Israel aunque estas últimas fuesen
muestras del favor de Dios.
Los tres pasos sucesivos de la
revelación
de la gracia de salvación
El
Apóstol pasa a desarrollar los tres pasos sucesivos de la revelación
de esta gracia de salvación, — es decir, de la plena y total liberación de las
consecuencias, los frutos y la miseria del pecado, — siendo estos tres pasos:
las profecías; el testimonio del Espíritu Santo enviado desde el cielo; la
manifestación de Jesucristo mismo cuando se cumpliera plenamente la liberación que
había sido ya anunciada.
La predicción de los acontecimientos
relacionados con Cristo
que iban totalmente más allá de las
bendiciones judías;
Su rechazo abriendo paso también a la
salvación del alma
Es
interesante ver aquí de qué manera el rechazo del Mesías según las
esperanzas judías ya anticipadas y anunciadas en los profetas abría necesariamente
paso a una salvación que trajo consigo la del alma igualmente. Jesús ya no era
visto; la porción terrenal no fue hecha realidad mediante Su primera venida; la
salvación iba a ser revelada en los tiempos postreros. Pero fue revelada así una
salvación del alma cuyo alcance total sería hecho realidad en la gloria que
estaba a punto de ser revelada; porque ello era el gozo espiritual del alma en
un Jesús celestial que no se veía, y que en Su muerte había consumado la
expiación por el pecado, y en Su resurrección, según el poder de la vida del
Hijo de Dios, había hecho renacer para una esperanza viva. Además, esta
salvación era recibida mediante la fe, — esta verdadera liberación. Ella no era
todavía la gloria y el reposo exterior; esa salvación tendría lugar realmente cuando
Jesús apareciera, pero mientras tanto el alma disfrutaba ya por la fe de este perfecto
reposo y en la esperanza incluso de la gloria misma.
El testimonio del Espíritu Santo enviado
desde el cielo:
el cumplimiento de las cosas prometidas
cuando Cristo sea manifestado
Ahora
bien, los profetas habían anunciado la gracia de Dios que había
de cumplirse en favor de los creyentes y que incluso ahora imparte al alma el disfrute
de esa salvación; y ellos habían escudriñado en sus profecías que habían
recibido por inspiración de parte de Dios, procurando comprender qué persona y
qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo el cual anunciaba de antemano los
sufrimientos de Cristo y las glorias que vendrían tras ellos. Porque el
Espíritu habló de ambas cosas por medio de los profetas, y dio a entender, por
consiguiente, algo más que una liberación temporal en Israel; porque el Mesías
había de padecer. Y ellos descubrieron que no era para sí mismos ni para su
tiempo que el Espíritu de Cristo anunciaba estas verdades con respecto al
Mesías sino para los cristianos. Pero si bien los cristianos han recibido la
salvación del alma por la revelación de un Cristo sentado en el cielo después
de Sus padecimientos y que Él viene otra vez en gloria ellos no han recibido
aquellas glorias que fueron reveladas a los profetas. Estas cosas han sido anunciadas
con gran y divina claridad por el Espíritu Santo enviado desde el cielo después
de la muerte de Jesús: pero el Espíritu no otorga la gloria misma en la que
aparecerá el Señor; Él sólo la ha anunciado. Por lo tanto los cristianos deben ceñir
los lomos de su entendimiento, ser sobrios y poner completamente su esperanza
en la gracia que (en efecto) les será traída cuando Jesucristo sea manifestado.
Tales son los tres pasos sucesivos en los tratos de Dios: la predicción de los
acontecimientos relacionados con Cristo que iban totalmente más allá de las
bendiciones judías; las cosas anunciadas por el Espíritu; el cumplimiento de
las cosas prometidas cuando Cristo sea manifestado.
El carácter espiritual de la salvación
"que está preparada
para ser manifestada"
Entonces,
lo que el Apóstol presenta es una participación en la gloria
de Cristo cuando Él sea manifestado; esa salvación de la que habían hablado los
profetas, que iba a ser manifestada en los días postreros. Pero mientras tanto
Dios había hecho renacer a los judíos creyentes para una esperanza viva por
medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos; y por medio de Sus
padecimientos Él les había hecho comprender que incluso ahora mientras
esperaban la manifestación de la gloria hecha realidad en la Persona de Jesús ellos
disfrutaban de una salvación del alma ante la cual las liberaciones de Israel
se desvanecían y podían ser olvidadas. Era realmente la salvación "preparada
para ser manifestada" en toda su plenitud; pero por lo pronto ellos sólo
la poseían en lo que respecta al alma. Pero al estar ella separada de la
manifestación de la gloria terrenal, esta salvación tenía un carácter aún más
espiritual. Por lo tanto ellos debían ceñirse los lomos mientras esperaban la manifestación
de Jesús, y reconocer con acción de gracias que estaban en posesión del propósito
de su fe. Ellos estaban en relación con Dios.
El derecho a disfrutar del efecto de la
promesa
fundamentado en la obediencia, en la
santidad
y en el temor de Dios
Al
anunciar estas cosas mediante el ministerio de los profetas, Dios tuvo
en vista a los cristianos y no a los profetas mismos. Esta gracia iba a ser
comunicada a su debido tiempo a los creyentes; pero mientras tanto el Espíritu
Santo enviado desde el cielo daba testimonio de ella para la fe y para el alma.
Ella iba a ser traída en la manifestación de Jesucristo. La resurrección de
Jesucristo que era la garantía del cumplimiento de todas las promesas y el
poder de vida para el disfrute de ellos los había hecho renacer para una
esperanza viva; pero el derecho a disfrutar del efecto de la promesa estaba
fundamentado en otra verdad. Las exhortaciones nos conducen a esto. Ellos debían
andar como hijos obedientes, dejando de seguir las concupiscencias que los
habían guiado en los días de su ignorancia. Llamados por Aquel que es santo
ellos debían ser santos en toda su manera de vivir, como está escrito. Además
si ellos invocaban al Padre, el cual independientemente de la pretensión del
hombre de mostrar respeto juzgaba según la obra de cada uno, debían conducirse
en temor todo el tiempo de su peregrinación.
El juicio diario aplicado a la vida
cristiana; el inmenso precio
de nuestra liberación que exige un andar
adecuado
Obsérvese
aquí que el autor no está hablando del juicio final del alma.
En ese sentido "el Padre no juzga a ninguno, mas todo el juicio lo ha
encomendado al Hijo". (Juan 5:22 – VM). De lo que aquí se habla es del
juicio diario del gobierno de Dios en este mundo ejercido con respecto a Sus
hijos. Conforme a ello él dice, "el tiempo de vuestra peregrinación".
Se trata de un juicio aplicado a la vida cristiana. El temor del cual se habla
no es una incertidumbre en cuanto a la salvación y la redención. Es un temor
fundamentado en la certeza de que uno ha sido redimido; y el inmenso precio, el
infinito valor del medio empleado para nuestra redención, — a saber, la sangre
del Cordero sin mancha y sin contaminación, — es el motivo para temer a Dios
durante nuestra peregrinación. Nosotros hemos sido redimidos de nuestra vana
manera de vivir al precio de la sangre de Jesús: ¿podemos entonces seguir andando
conforme a los principios de los que hemos sido así liberados? Un precio tal
por nuestra liberación exige que andemos con circunspección y sobriedad ante el
Padre, con quien deseamos tener comunión como privilegio y como relación
espiritual.
Creer en Dios mediante Jesús: fe y
esperanza en Dios
Luego el Apóstol aplica esta verdad a
los cristianos a quienes se dirigía. En los consejos de Dios el Cordero había
sido destinado desde antes de la fundación del mundo; pero Él fue manifestado
en los postreros tiempos para los creyentes: y éstos son presentados en su
verdadero carácter, ellos creen en Dios mediante Jesús, mediante este Cordero. Ellos
no creen mediante la creación: pues aunque la creación es un testimonio de Su
gloria ella no da reposo alguno a la conciencia y no habla de un lugar en el
cielo. No es mediante la Providencia que incluso si bien dirige todas las cosas
deja el gobierno de Dios en una oscuridad tan profunda. Tampoco es mediante la
revelación de Dios en el Monte Sinaí bajo el nombre de Jehová y el terror
relacionado con una ley quebrantada. Nosotros creemos mediante Jesús, el
Cordero de Dios; y observen que no se dice: «en el cual creéis en Dios", sino,
"mediante el cual creéis en Dios". Nosotros conocemos a Dios como
Aquel que nos amó cuando éramos pecadores y estábamos muertos en nuestros
delitos y pecados, y dio a este precioso Salvador para que descendiera incluso
hasta la muerte en la que estábamos para tomar parte en nuestra posición de
yacentes bajo este juicio y morir como el Cordero de Dios. Creemos en Dios el
cual mediante Su poder cuando Jesús estuvo allí por nosotros, — en nuestro lugar,
— Le levantó de entre los muertos y Le dio gloria. Por lo tanto, es en un
Dios-Salvador, un Dios que ejerce Su poder en nuestro favor, en quien creemos mediante
Jesús, de modo que nuestra fe y nuestra esperanza están en Dios. La epístola no
dice en algo anterior a Dios sino en Dios mismo. Entonces ¿dónde surgirá alguna
causa para el temor o la desconfianza con respecto a Dios si nuestra fe y
nuestra esperanza están en Él? Esto lo cambia todo. El aspecto en que nosotros vemos
a Dios cambia por completo; y este cambio está fundamentado en aquello que
establece la justicia de Dios al aceptarnos como limpios de todo pecado, en el
amor de Dios al bendecirnos perfectamente en Jesús, a quien Su poder ha
resucitado de entre los muertos y Le ha glorificado, — el poder según el cual Él
nos bendice. Nuestra fe y nuestra esperanza están en Dios.
La nueva naturaleza:
renacidos de simiente incorruptible por
la palabra de Dios
Esto
nos coloca en la más íntima de las relaciones con el resto de los
redimidos los cuales son los objetos del mismo amor, lavados por la misma
sangre preciosa, redimidos por el mismo Cordero, ellos llegan a ser, — para
aquellos cuyos corazones han sido purificados por la recepción de la verdad por
medio del Espíritu, — objetos de un tierno amor fraternal, un amor no fingido.
Ellos son nuestros hermanos. Entonces amémonos unos a otros entrañablemente, de
corazón puro. Pero esto está fundamentado en otro principio esencialmente
vital. Es una nueva naturaleza la que actúa en este afecto. Si hemos sido
redimidos por la sangre preciosa del Cordero sin mancha hemos nacido de la simiente
incorruptible de la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque
la carne no es más que hierba, y la gloria del hombre es como flor de la hierba.
La hierba se seca, su flor se cae, pero la Palabra del Señor permanece para
siempre. Esta es la palabra del evangelio que nos ha sido anunciada. Es un
principio eterno de bendición. El creyente no nace según la carne para disfrutar
de derechos y bendiciones temporales, como era el caso con respecto a un judío
sino de una simiente incorruptible, un principio de vida tan inmutable como la
misma Palabra de Dios. Así se los había dicho el profeta al consolar al pueblo
de Dios; toda carne, la nación misma, no era más que hierba seca. Dios era
inmutable, y la Palabra que por su certeza inmutable aseguraba las bendiciones
divinas a los objetos del favor de Dios obraba en el corazón para engendrar una
vida tan inmortal e incorruptible como la Palabra que es su fuente.
Capítulo 2
La leche de la Palabra
De
este modo, limpios y nacidos de la Palabra ellos debían despojarse
de todo engaño, hipocresía, envidias, calumnias; y como niños recién nacidos
debían buscar esta leche del entendimiento para crecer mediante ella (porque la
Palabra es la leche del niño, así como fue la simiente de su vida); y nosotros
debemos recibirla como niños con toda sencillez, ya que hemos sentido verdaderamente
que el Señor es bueno y lleno de gracia. No es a Sinaí (donde Jehová Dios anunció
Su ley desde en medio del fuego de modo que ellos suplicaron no oír más su
voz), a donde yo he venido o desde donde el Señor está hablando. Ya que yo he
gustado y comprendido que el Señor actúa en gracia, que Él es amor para
conmigo, y que Su Palabra es la expresión de esa gracia así como ella comunica
vida, yo desearé alimentarme de esta leche del entendimiento de la que el
creyente disfruta en proporción a su sencillez; esa buena Palabra que no me
anuncia más que gracia y el Dios que necesito como todo gracia, lleno de
gracia, actuando en gracia, como revelándose a mí en este carácter, un carácter
que Él nunca puede dejar de mantener hacia mí haciéndome partícipe de Su
santidad.
La casa de piedras vivas edificada sobre
la Piedra Viva
Yo
conozco ahora al propio Señor: He gustado lo que Él es. Además, esto
está todavía en contraste con la condición legal del judío aunque ello es el
cumplimiento de lo que los Salmos y los profetas habían anunciado (con el
añadido de que la resurrección había revelado claramente una esperanza celestial).
Eran ellos mismos los que eran ahora la casa espiritual, el sacerdocio santo. Ellos
se acercaban a la Piedra Viva, desechada por los hombres, mas para Dios
escogida y preciosa, y eran edificados sobre ella como piedras vivas. El
Apóstol se deleita en esta palabra, "viva". Fue a él a quien el Padre
había revelado que Jesús era el Hijo del Dios viviente. (Mateo 16:13 a 18).
Nadie más Le había confesado en aquel entonces como tal y el Señor le dijo que
sobre esta roca (es decir, sobre la Persona del Hijo de Dios en poder de vida
manifestado en la resurrección, resurrección que anunció que Él era quien decía
ser) Él edificaría Su asamblea. Por su fe Pedro participó de la naturaleza de
esta roca viva. Entonces aquí (capítulo 2:5), él extiende este carácter a todos
los creyentes y exhibe la casa santa edificada sobre la Piedra Viva que Dios
mismo había puesto como piedra del ángulo, escogida y preciosa. Todo aquel que creyere
en él no sería avergonzado. [Véase nota 4].
[Nota 4]. En este pasaje, por así decirlo (como
sólo en este), Pedro plantea la doctrina de la asamblea y él lo hace bajo el
carácter de un edificio, no de un cuerpo o una esposa; él presenta lo que
Cristo edificaba y no lo que estaba unido a Él. Así nos lo presenta también
Pablo en Efesios 2:20 y 21. Desde este punto de vista, aunque continúa en la
tierra, es la obra de Cristo y es un proceso continuo; no se hace referencia a
ningún instrumento humano: "[Yo] edificaré", dice Cristo; "va
creciendo", dice Pablo; piedras vivas se acercan a Él, dice Pedro. Esto no
debe ser confundido con el edificio en el que los hombres pueden edificar
madera, heno y hojarasca, como siendo la misma cosa; aunque la cosa externa que
Dios estableció como buena, dejada a la responsabilidad del hombre pronto se
corrompió, como siempre. Los individuos son edificados por la gracia y este
edificio crece hasta convertirse en un templo santo. Todo esto se refiere a
Mateo 16. La responsabilidad del servicio humano a este respecto se encuentra
en 1ª Corintios capítulo 3 y la asamblea es presentada allí desde otro punto de
vista. El cuerpo es completamente otra cosa; la doctrina es enseñada en Efesios
capítulos 1 a 4, 1ª Corintios capítulo 12, y otros pasajes.
La preciosidad de Cristo para los
creyentes;
el destino de la incredulidad
Ahora
bien, esta piedra no sólo era preciosa a los ojos de Dios sino
también a los ojos de la fe, la cual, — por débiles que pueden ser sus
poseedores, — ve como Dios ve. Para los incrédulos esta piedra era piedra de
tropiezo y roca que hace caer. Ellos tropezaban en la Palabra, siendo
desobedientes, para lo cual fueron también destinados. El autor no dice que ellos
estaban destinados al pecado ni a la condenación, sino que estos pecadores
incrédulos y desobedientes, la raza judía, — durante mucho tiempo rebelde y
continuamente exaltándose contra Dios, — fueron destinados a encontrar en el
Señor de la gracia mismo una roca que hace caer; y a tropezar y caer en aquello
que para la fe era la piedra preciosa de salvación. A esta caída en particular fue
destinada la incredulidad de ellos.
Creyentes judíos individuales entrando
en la bendición celestial, aunque el
rechazo de Cristo
por parte de la nación había perdido
las promesas terrenales
Por
el contrario, aquellos que creían entraban en el disfrute de las
promesas hechas a Israel y ellos lo hacían de la manera más excelente. La
gracia, — y la fidelidad misma de Dios, — había traído el cumplimiento de la
promesa en la Persona de Jesús, el siervo de la circuncisión para mostrar la
verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres. (Romanos
15:8). Y aunque la nación Le había rechazado Dios no privaría de las
bendiciones a aquellos que, — a pesar de toda esta dificultad para la fe y para
el corazón, — se habían sometido a la obediencia de la fe y se habían unido a
Aquel que era el despreciado de la nación. Ellos no podían tener la bendición
de Israel con la nación en la tierra porque la nación Le había rechazado; pero
fueron llevados plenamente a la relación con Dios de un pueblo aceptado por Él.
El carácter celestial que la bendición asumía ahora no destruía la aceptación de
ellos conforme a la promesa; sólo que ellos entraban en ella conforme a la
gracia. Porque la nación, como nación, la había perdido; no sólo hacía mucho
tiempo por la desobediencia, sino ahora al rechazar a Aquel que vino en gracia
para impartirles el efecto de la promesa.
Los títulos y privilegios otorgados al
remanente creyente;
la obediencia del Mesías es el
fundamento
de la bendición de ellos
Por
lo tanto, el Apóstol aplica el carácter de "nación santa"
al remanente escogido invistiéndolos en lo principal con los títulos otorgados
en Éxodo capítulo 19, condicionados a la obediencia pero aquí en conexión con
el Mesías, el disfrute de ellos de estos títulos fundamentados en la obediencia
de Él y de los derechos adquiridos ,mediante la fe de ellos en Él.
Pero
estando los privilegios del remanente creyente fundamentados en el
Mesías el Apóstol va más allá y les aplica las declaraciones de Oseas capítulo
2 que están relacionadas con Israel y Judá una vez restablecidos en la plenitud
de la bendición en los días postreros, disfrutando aquellas relaciones con Dios
a las que la gracia los llevará en aquel tiempo.
El
autor dice, "Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido". Estas casi son las palabras
de Éxodo capítulo 19. Él continúa: "vosotros que en otro tiempo no erais
pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais
alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia". Estas
son las palabras de Oseas capítulo 2. Esto pone ante nosotros de la manera más
interesante el principio en el que se fundamenta la bendición. En el libro del Éxodo
el pueblo iba a tener esta bendición si obedecía exactamente la voz de Dios.
Pero Israel no había obedecido, había sido rebelde y de dura cerviz, se había
ido tras dioses ajenos y había rechazado el testimonio del Espíritu; sin
embargo, después de su infidelidad Dios mismo puso en Sion una Piedra, una principal
piedra del ángulo, y quien creyere en Él no sería avergonzado. Es gracia que
cuando Israel hubo fracasado en todos los aspectos y hubo perdido todo en el
terreno de la obediencia, Dios les concediera mediante Jesús, mediante la
gracia, aquello que se les había prometido al principio a condición de
obedecer. De esta manera todo les estaba asegurado.
Una vez ejecutado el juicio,
Dios vuelve a Sus propósitos
irrevocables de gracia
El asunto de la obediencia estaba resuelto, — acerca de la
desobediencia de Israel, — por gracia y mediante la obediencia de Cristo, el
fundamento puesto por Dios en Sion. Pero este principio de gracia que abunda
sobre el pecado, — mediante el cual es mostrada la incapacidad de la
desobediencia para frustrar los propósitos de Dios porque esta gracia vino
después que la desobediencia fue completa, — este principio, tan glorioso y tan
consolador para el pecador convicto es confirmado de una manera sorprendente mediante
la cita de Oseas. En este pasaje del profeta Israel no solamente es presentado como
culpable sino como habiendo ya experimentado el juicio. Dios había declarado
que no tendría más misericordia (con respecto a Su paciencia hacia las diez
tribus); y que Israel ya no era Su pueblo (en Su juicio sobre la infiel Judá). Pero
después, una vez ejecutado el juicio, Él vuelve a Sus propósitos irrevocables
de gracia y atrae a Israel como a una esposa abandonada y le da el valle de
Acor como una puerta de esperanza, — el valle de la turbación en el que Acán fue
muerto a pedradas (Josué capítulo 7), el primer juicio sobre el Israel infiel
después de su entrada en la tierra prometida. Porque el juicio es transformado
en gracia y Dios comienza todo de nuevo sobre un nuevo principio. Era como si
Israel hubiera vuelto a salir de Egipto pero sobre un principio completamente
nuevo. Él la desposa con Él para siempre en justicia, en juicio, en gracia, en
misericordia, y todo es bendición. Luego la llama "Ruhama", 'El objeto
de misericordia';
y "Ammi", "pueblo mío".
Entonces,
estas son las expresiones que el Apóstol usa aplicándolas al
remanente que creía en Jesús, la piedra de tropiezo para la nación pero la
principal piedra del ángulo de Dios para el creyente. La condición es así
eliminada y en lugar de una condición tenemos bendición después de la desobediencia,
y después del juicio tenemos la plena y segura gracia de Dios fundamentada (en
su aplicación a los creyentes) en la Persona, la obediencia y la obra de
Cristo.
El valle de la turbación llega a ser
puerta de esperanza
Es
conmovedor ver la expresión de esta gracia en el término
"Acor". Fue el primer juicio sobre Israel en la tierra prometida por
haberse ellos contaminado con la cosa prohibida. Y es allí donde esa esperanza
es presentada; tan completamente cierto es que la gracia triunfa sobre la
justicia (véase Santiago 2:13). Y esto es lo que ha tenido lugar de la manera
más excelente en Cristo. El juicio mismo de Dios llega a ser en Él puerta de
esperanza habiendo desaparecido para siempre tanto la culpa como el juicio.
El doble sacerdocio:
(1) el "sacerdocio santo" de
Aarón
Dos
partes de la vida cristiana, — teniendo presente que ella es la manifestación
del poder espiritual, — resultan de esto, en el doble sacerdocio; de los cuales
uno responde a la actual posición de Cristo en lo alto y el otro de manera
anticipativa a la manifestación de Su gloria en la tierra, — los sacerdocios de
Aarón y de Melquisedec. Porque Él está ahora dentro del velo conforme al tipo
de Aarón; después Él será sacerdote en Su trono, — ello será la manifestación
pública de Su gloria en la tierra. De este modo los santos ejercen "un
sacerdocio santo" (versículo 5) para ofrecer sacrificios espirituales de alabanza
y acción de gracias. ¡Dulce privilegio del cristiano llevado así a estar lo más
cerca posible de Dios! Él ofrece, — seguro de ser aceptado pues es por medio de
Jesús que él los ofrece, — sus sacrificios a Dios.
Esta
parte de la vida cristiana es la primera, la más excelente, la más
vital, la fuente de la otra (que es su expresión aquí abajo); y es la más
excelente porque en su ejercicio nosotros estamos en conexión inmediata con el Objeto
divino de nuestros afectos. Estos sacrificios espirituales son el reflejo, por
la acción del Espíritu Santo, de la gracia que disfrutamos; aquello que el
corazón devuelve a Dios movido por los excelentes dones de que somos objeto y
por el amor que los ha dado. El corazón (por medio del poder del Espíritu
Santo) refleja todo lo que le ha sido revelado en gracia adorando al Autor y
Dador de todo según el conocimiento que tenemos de Él mismo por este medio; los
frutos de la Canaán celestial en la que participamos presentados como ofrenda a
Dios; la entrada del alma a la presencia de Dios para alabarle y adorarle.
Este
es el sacerdocio santo conforme a la analogía del sacerdocio de
Aarón y del templo de Jerusalén que Dios habitó como Su casa.
El doble sacerdocio:
(2) el "real sacerdocio" de
Melquisedec
El
segundo sacerdocio del cual habla el Apóstol es para mostrar las
virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Su
descripción ha sido tomada de Éxodo capítulo 19 tal como hemos visto. Se trata
de un linaje escogido, una nación santa, un real sacerdocio. Yo sólo aludo al
sacerdocio de Melquisedec para mostrar el carácter de un real sacerdocio. Los
sacerdotes de entre los judíos se acercaban a Dios. Dios había formado al
pueblo para Sí mismo: ellos debían mostrar todas Sus virtudes, Sus alabanzas.
Cristo hará esto perfectamente en el día de Su gloria. El cristiano está
llamado a hacerlo ahora en este mundo. Él ha de reproducir a Cristo en este
mundo. Esta es la segunda parte de su vida.
Se
observará que el primer capítulo de esta epístola presenta al
cristiano como animado por la esperanza pero bajo prueba, — la preciosa prueba
de la fe. El segundo capítulo lo presenta en sus privilegios, como de un santo
y real sacerdocio, por medio de la fe.
Exhortaciones al cristiano como un peregrino
en la tierra
para que siga la senda de la fidelidad a
Dios
Después
de esto (capítulo 2:11), el Apóstol comienza sus exhortaciones.
Con independencia de cuáles pueden ser los privilegios del cristiano en su
posición como tal él es visto siempre como un peregrino en la tierra; y como
hemos visto el gobierno constante de Dios es el objeto que se presenta a la
mente del Apóstol. Pero él les advierte en primer lugar con respecto a lo que
es interior, contra aquellas fuentes de las que brotan las corrupciones, corrupciones
que (en la escena de este gobierno) deshonrarían el nombre de Dios e incluso traerían
juicio.
La
manera de vivir de ellos debía ser buena entre los gentiles. Los
cristianos llevaban el nombre de Dios. La mente de los hombres que es hostil a
Su nombre procuraba infamarlo atribuyendo a los cristianos la mala conducta que
ellos mismos seguían sin remordimiento a la vez que se quejaban (capítulo 4:4)
de que no estuviesen con ellos en los mismos excesos y desorden. El cristiano
sólo tenía que seguir la senda de la fidelidad a Dios. En el día en que Dios
visite a los hombres estos calumniadores con su voluntad quebrantada y su soberbia
subyugada por la visitación de Dios serán llevados a confesar, — al considerar las
buenas obras que a pesar de sus calumnias siempre habían alcanzado sus conciencias,
— que Dios había actuado en estos cristianos, que Él había estado presente
entre ellos.
La senda del cristiano en un mundo en el
que Dios permite
que los suyos sufran por causa de la
justicia
o por el nombre de Cristo
Después
de esta exhortación general, breve pero importante para los
creyentes, el Apóstol se ocupa de la senda inherente a los cristianos en un
mundo en el que por una parte Dios vela sobre todo pero en el que permite que
los Suyos sufran ya sea por causa de la justicia o por el nombre de Cristo pero
en el que nunca debiesen padecer por haber obrado mal. Entonces la senda del
cristiano está señalada. Por causa del Señor él se somete a las ordenanzas o
instituciones humanas. Él honra a todos y a cada uno en su lugar para que nadie
tenga que presentar alguna afrenta pública contra él. Él está sujeto a sus amos
aunque sean hombres malos y cede a sus malos tratos. Si él se sujetara sólo a
los buenos y amables un esclavo mundano haría lo mismo; pero si habiendo obrado
bien él sufre y lo soporta con paciencia esto es aprobado delante de Dios, ello
es gracia. Cristo actuó así y a esto estamos llamados. Cristo padeció de esta
manera y nunca respondió con recriminaciones o amenazas a los que Le molestaban
sino que se encomendó a Aquel que juzga justamente. A Él pertenecemos. Él ha padecido
por nuestros pecados para que habiendo sido nosotros liberados de ellos vivamos
para Dios. Estos cristianos de entre los judíos habían sido como ovejas
descarriadas [véase nota 5]; pero ahora eran llevados de regreso al Pastor y
Obispo de sus almas. Pero ¡cuán enteramente muestran estas exhortaciones que el
cristiano es uno que no es de este mundo sino que tiene su senda a través de
él: sin embargo, esta senda era la senda de la paz en ella!
[Nota 5]. Yo supongo que esto es una alusión al
último versículo del Salmo 119. El Apóstol coloca constantemente a los judíos
cristianos en el terreno del remanente bienaventurado sólo que haciendo de ello
una salvación del alma.
Capítulo 3
Exhortaciones a mujeres y a maridos
Asimismo,
las mujeres debían estar sujetas a sus maridos con toda
modestia y pureza para que este testimonio del efecto de la Palabra mediante
sus frutos pudiera tomar el lugar de la Palabra misma si sus maridos no la oían.
Ellas debían descansar con paciencia y mansedumbre en la fidelidad de Dios y no
alarmarse al ver el poder de los que se oponían. (Compárese con Filipenses
1:28).
De
la misma manera los maridos debían vivir con la mujer siendo
gobernados sus afectos y relaciones por el conocimiento cristiano y no por
alguna pasión humana; honrando a la mujer y andando con ella como coherederas de
la gracia de la vida.
El andar de todos los creyentes bajo la
mirada de Dios
Por
último, todos debían andar en el espíritu de paz y benignidad llevando con ellos
en su trato con los demás
la bendición de la que ellos mismos eran herederos, y por consiguiente cuyo espíritu
debían llevar siempre con ellos. Siguiendo el bien, teniendo la lengua
gobernada por el temor del Señor, evitando el mal y buscando la paz ellos disfrutarían
tranquilamente de la vida actual bajo la mirada de Dios. Porque los ojos del
Señor están sobre los justos y Sus oídos atentos a sus oraciones; pero el
rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal. Y además ¿quién les
haría daño si ellos seguían sólo el bien?
La conciencia de la presencia de Dios:
el secreto de la confianza y de la paz;
la necesidad de una buena conciencia
Este
es entonces el gobierno de Dios, el principio sobre el cual Él
supervisa el curso de este mundo. Sin embargo no se trata ahora de un gobierno
directo e inmediato que impida todo mal. El poder del mal todavía actúa sobre
la tierra; los que están animados por él se muestran hostiles a los justos y
actúan por medio de ese temor que Satanás es capaz de producir. Pero dando al
Señor Su lugar en el alma este temor que el enemigo excita ya no tiene un lugar
allí. Si el corazón es consciente de la presencia de Dios, ¿puede ese corazón
temblar ante la presencia del enemigo? Este es el secreto de la confianza y de la
paz al confesar a Cristo. Entonces los instrumentos del enemigo procuran
desviarnos y abrumarnos mediante sus pretensiones; pero la conciencia de la
presencia de Dios disipa esas pretensiones y destruye todo el poder de ellos.
Descansando en la fuerza de Su presencia nosotros estamos preparados para
responder a quienes nos preguntan el motivo de nuestra esperanza con
mansedumbre y santa reverencia alejados de toda levedad. Para todo esto es
necesario tener una buena conciencia. Nosotros podemos llevar a Dios una mala
conciencia para que Él nos pueda perdonar y tener misericordia de nosotros;
pero si tenemos una mala conciencia no podemos resistir al enemigo, — nosotros le
tememos. Por una parte nosotros tememos su malicia; por otra hemos perdido la
conciencia de la presencia y de la fortaleza de Dios. Cuando nosotros andamos delante
de Dios no tememos nada; el corazón es libre: no tenemos que pensar en nosotros
mismos, pensamos en Dios; y los que se oponen se avergüenzan de haber acusado
falsamente a aquellos cuya conducta es irreprensible y contra quienes no se
puede traer nada excepto la calumnia de sus enemigos, calumnias que se vuelven
para la propia vergüenza de ellos.
Padecer haciendo el bien o haciendo el
mal
Puede ser que Dios considere que está bien que nosotros padezcamos. Si ello
es así es mejor que padezcamos haciendo el bien que haciendo el mal. El Apóstol
da un motivo conmovedor para ello: Cristo padeció una sola vez por los pecados;
que eso sea suficiente; padezcamos nosotros sólo por la justicia. Padecer por
el pecado fue Su tarea; Él la llevó a cabo y Él lo hizo una
vez para siempre; siendo a la verdad muerto en cuanto a Su vida en la carne
pero vivificado según el poder del Espíritu divino.
Cristo predicando a los desobedientes
(cuyos espíritus están ahora encarcelados)
mediante Su Espíritu en Noé
El
pasaje que sigue a continuación ha ocasionado dificultades a los
lectores de las Escrituras; pero a mí me parece sencillo si percibimos el objetivo
del Espíritu de Dios. Los judíos esperaban un Mesías corporalmente presente que
liberase a la nación y exaltase a los judíos a la cima de la gloria terrenal.
Pero nosotros sabemos que Él no estuvo presente de esa manera y los judíos
creyentes tuvieron que soportar los escarnios y el aborrecimiento de los
incrédulos a causa de la confianza de ellos en un Mesías que no estuvo presente
y que no había obrado ninguna liberación para el pueblo. Los creyentes poseían
la salvación de su alma y conocían a Jesús en el cielo; pero a los hombres
incrédulos eso no les importaba. Por eso el Apóstol cita el caso del testimonio
de Noé. Los judíos creyentes eran pocos en cuanto a número y Cristo era de
ellos sólo conforme al Espíritu. Mediante el poder de aquel Espíritu Él había
sido levantado de entre los muertos. Fue mediante el poder del mismo Espíritu
que Él había ido, — sin estar presente corporalmente, — a predicar en Noé. El
mundo era desobediente (como los judíos en los días del Apóstol), y sólo ocho
almas fueron salvadas; así como ahora los creyentes no eran más que una manada
pequeña. Pero los espíritus de los desobedientes estaban ahora encarcelados
porque no obedecieron a Cristo presente entre ellos mediante Su Espíritu en
Noé. La paciencia de Dios esperaba en aquel entonces como ahora con respecto a
la nación judía; el resultado sería el mismo. Así ha sido.
Esta
interpretación es confirmada (al contrario de la que supone que el
Espíritu de Cristo predicó en el hades a las almas que habían estado confinadas
allí desde el diluvio) por la consideración de que en Génesis se dice: "No
contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es
carne; mas serán sus días ciento veinte años". (Génesis 6:3). Es decir, Su Espíritu
contendería en el
testimonio de Noé durante ciento veinte años y no más. Ahora bien, sería algo
extraordinario que sólo con esas personas (pues Él habla de ellas solamente) Jehová
contendiese dando testimonio después de la muerte de ellas. Además nosotros podemos
observar que al considerar que esta expresión significa el Espíritu de Cristo
en Noé sólo utilizamos una conocida frase de Pedro; porque tal como hemos visto
él es quien dijo: "El Espíritu de Cristo que estaba en ellos (en los
profetas)". (1ª Pedro 1:10 y 11).
El bautismo comparado con el arca de Noé
en el diluvio;
la resurrección y ascensión de Cristo
presentando una buena conciencia y un
Cristo celestial
Entonces
estos espíritus están encarcelados porque no oyeron al
Espíritu de Cristo en Noé (compárese con 2ª
Pedro 2:5 a 9). El Apóstol añade a esto
la comparación del bautismo con el arca de Noé en el diluvio. Noé fue
salvado a través del agua; nosotros también; porque el agua del bautismo
tipifica la muerte, así como el diluvio fue, por así decirlo, la muerte del
mundo. Ahora bien, Cristo pasó a través de la muerte y ha resucitado. Nosotros
entramos en la muerte en el bautismo; pero ello es como entrar en el arca
porque Cristo en la muerte padeció por nosotros y ha salido de ella en resurrección
así como Noé salió del diluvio para comenzar, por así decirlo, una nueva vida
en un mundo de resurrección. Ahora bien, habiendo pasado Cristo a través de la
muerte Él ha hecho expiación por los pecados y al pasar nosotros a través de
ella en espíritu dejamos en ella todos nuestros pecados, como Cristo hizo en
realidad por nosotros; pues Él fue levantado sin los pecados que expió en la
cruz. Y ellos eran nuestros pecados; y así, por la resurrección nosotros
tenemos una buena conciencia. Mediante el bautismo nosotros pasamos a través de
la muerte en espíritu y en figura. La fuerza del asunto es la resurrección de
Cristo después de haber llevado a cabo la expiación; por tanto, resurrección por
la cual tenemos una buena conciencia.
Ahora
bien, esto es lo que los judíos tenían que aprender. El Cristo
subió al cielo y a todas las autoridades y potestades se las hizo someterse a
Él. Él está a la diestra de Dios. Por consiguiente nosotros no tenemos un
Mesías en la tierra sino una buena conciencia y un Cristo celestial.
Capítulo 4
Los principios generales del gobierno de
Dios;
padeciendo por causa de la justicia
en relación con el gobierno y con el
juicio de Dios
Desde
el principio de este capítulo hasta el final del versículo 7 el
Apóstol continúa hablando de los principios generales del gobierno de Dios
exhortando al cristiano a obrar conforme a los principios de Cristo que le
harían evitar el andar condenado por aquel gobierno mientras esperaba el juicio
del mundo por el Cristo a quien él servía. Tal como nosotros hemos visto al
final del capítulo anterior Cristo glorificado estaba preparado para juzgar; y
los que se exasperaban contra los cristianos y se dejaban llevar por sus
pasiones sin preocuparse del juicio venidero tendrían que dar cuenta a aquel
Juez a quien se negaban a reconocer como Salvador.
Se
observará aquí que se trata del hecho de padecer por causa de la
justicia (véase capítulos 2:19 y 3:17) en conexión con el gobierno y con el
juicio de Dios. El principio era éste: a saber, ellos aceptaban y seguían al
Salvador a quien el mundo y la nación rechazaron; ellos andaban siguiendo Sus
santas pisadas en justicia como peregrinos y extranjeros abandonando la
corrupción que reinaba en el mundo. Andando en paz y siguiendo el bien ellos
evitaban hasta cierto punto los ataques de los demás; y los ojos de Aquel que vela
desde lo alto sobre todas las cosas se posaban sobre los justos. Sin embargo,
en las relaciones de la vida ordinaria (véase capítulo 2:18), y en el trato de
ellos con los hombres ellos podían tener que padecer y soportar flagrante injusticia.
Ahora bien, no había llegado aún el tiempo del juicio de Dios. Cristo estaba en
el cielo; Él había sido rechazado en la tierra, y la parte del cristiano era
seguirle a Él. El tiempo de la manifestación del gobierno de Dios sería
en el juicio que Cristo ejecutaría. Mientras tanto el andar de ellos en la
tierra había proporcionado el modelo de aquello que el Dios del juicio aprobaba
(véase capítulos 2:21-23 y 4:1 y versículos siguientes).
Ellos
debían hacer el bien, padecer por ello y ser pacientes. Esto es
aprobado delante de Dios; esto es lo que Cristo hizo. Era mejor que ellos
padecieran haciendo el bien si Dios lo consideraba oportuno que haciendo el
mal. Cristo (véase capítulo 2:24) había llevado nuestros pecados, había padecido
por nuestros pecados, el Justo por los injustos, para que estando nosotros
muertos a los pecados vivamos para la justicia y para llevarnos a Dios mismo.
Cristo está ahora en lo alto; está preparado para juzgar. Cuando llegue el
juicio los principios del gobierno de Dios serán manifestados y prevalecerán.
La muerte de Cristo aplicada de manera
práctica
a estar muertos a los pecados
en contraste con la vida de los gentiles
El
comienzo del capítulo 4 requiere algunas observaciones más
detalladas. La muerte de Cristo es aplicada allí de manera práctica al hecho de
estar muertos a los pecados; un estado presentado en contraste con la vida de
los gentiles.
Cristo
en la cruz (el Apóstol alude al versículo 18 del capítulo
anterior) padeció en la carne por nosotros. De hecho Él murió con respecto a Su
vida humana. Nosotros debemos armarnos con el mismo pensamiento y no permitir
ninguna actividad de la vida o de las pasiones conforme a la voluntad del viejo
hombre sino padecer en cuanto a la carne no cediendo jamás a su voluntad. El
pecado es la acción en nosotros de la voluntad de la carne, la voluntad del
hombre vivo en este mundo. Cuando esta voluntad actúa el principio del pecado
está allí; porque nosotros debiésemos obedecer. La voluntad de Dios debiese ser
el manantial de nuestra vida moral; y con mayor motivo porque ahora que tenemos
el conocimiento del bien y del mal, — ahora que la voluntad de la carne
insumisa a Dios está en nosotros, — debemos tomar la voluntad de Dios como
único móvil o actuar conforme a la voluntad de la carne pues esta última está
siempre presente en nosotros.
Cristo prefirió la muerte
antes que la desobediencia
Cristo
vino a obedecer, Él escogió morir, padecer todo antes que no
obedecer. Así Él murió al pecado, pecado
que jamás, ni por un momento, encontró una entrada a Su corazón. En cuanto a
Él, tentado hasta lo sumo prefirió la muerte antes que la desobediencia incluso
cuando la muerte tuvo el carácter de ira contra el pecado y de juicio. Amarga
como fue la copa Él la bebió antes que no cumplir hasta lo sumo la voluntad de Su
Padre y glorificarle. Probado hasta lo sumo y perfecto en ello la tentación que
siempre Le asaltó desde afuera y buscó la entrada (pues Él no la tenía adentro)
fue mantenida siempre afuera; nunca se entró en ella ni se encontró un
movimiento de Su voluntad hacia ella; la misma tentación extrajo la obediencia
o la perfección de los pensamientos divinos en el hombre; y muriendo, padeciendo
en la carne, Él terminó con todo ello, terminó para siempre con el pecado y
entró para siempre en el reposo después de haber sido probado hasta lo sumo y
tentado en todo de manera similar a nosotros [véase nota 6] en lo que se
refiere a la prueba de la fe, al conflicto de la vida espiritual.
[Nota 6]. En Hebreos 4:15 no es como traducen
algunas versiones de la Biblia en español, "pero sin pecado", por muy
cierto que ello sea, sino χωρὶς
ἁμαρτίας (jorís
jamartía), "apartado del pecado".
Nosotros somos tentados siendo
conducidos por nuestras propias concupiscencias. Cristo tuvo todas nuestras
dificultades, todas nuestras tentaciones en la senda pero no tenía nada en Él
mismo que pudiera conducirle al mal, — ciertamente lejos de ello, — nada que
respondiera a la tentación.
La voluntad de la carne no actúa cuando
el cristiano
se contenta con padecer
Ahora
bien, lo mismo sucede con respecto a nosotros en la vida cotidiana.
Si yo padezco en la carne ciertamente la voluntad de la carne no está en
acción; y en lo que padezco la carne
está muerta de manera práctica, — es decir, ya no tengo nada que ver con los
pecados. [Véase nota 7]. Entonces hemos sido liberados de ella, hemos terminado
con ella y descansamos.
[Nota 7]. Pedro se basa en el efecto; Pablo, como
siempre, va a la raíz, Romanos 6).
Si
nos contentamos con padecer la voluntad no actúa; de hecho el
pecado no está allí; porque padecer no es la voluntad, es la gracia actuando de
acuerdo con la imagen y la mente de Cristo en el nuevo hombre; y nosotros hemos
sido liberados de la acción del viejo hombre. Este viejo hombre no actúa;
descansamos de él; hemos terminado con él, para no vivir más, por el resto de
nuestra vida aquí abajo, en la carne conforme a las concupiscencias del hombre
sino conforme a la voluntad de Dios, voluntad que el nuevo hombre sigue.
Baste
ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles
(él habla todavía a los cristianos de la circuncisión), y cometer los excesos a
los que ellos eran adictos mientras se extrañaban de los cristianos por rehusar
hacer lo mismo; ultrajándolos por este motivo. Pero ellos tendrían que dar cuenta
a Aquel que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.
El juicio de los vivos y el de los
muertos
Los
judíos estaban acostumbrados al juicio de los vivos pues ellos eran
el centro del gobierno de Dios en la tierra. El juicio de los muertos, juicio con
el que nosotros estamos más familiarizados, no les había sido revelado claramente.
Sin embargo ellos eran susceptibles de este juicio porque con este objetivo les
fueron presentadas las promesas de Dios mientras vivían a fin de que ellos pudieran
vivir conforme a Dios en el espíritu, o ser juzgados como hombres responsables
de lo que habían hecho en la carne. Pues uno u otro de estos resultados se
produciría en todos los que oyeran las promesas. Así, con respecto a los judíos
el juicio de los muertos tendría lugar en relación con las promesas que habían sido
puestas ante ellos. Porque este testimonio de parte de Dios ponía bajo
responsabilidad a todos los que lo oían de modo que ellos serían juzgados como
hombres que tenían que dar cuenta a Dios de la conducta de ellos en la carne, a
menos que ellos salieran de esta posición de vida en la carne siendo vivificados
mediante el poder de la Palabra dirigida a ellos y aplicada por la energía del
Espíritu; de modo que escaparan de la carne mediante la vida espiritual que
recibían.
El fin de todas las cosas se acerca
Ahora
bien, el fin de todas las cosas se acercaba. Al hablar el Apóstol
del gran principio de la responsabilidad en relación con el testimonio de Dios
él atrae la atención de los creyentes al solemne pensamiento del fin de todas
estas cosas sobre las que descansaba la carne. Este fin se acercaba.
Obsérvese
que Pedro no presenta aquí la venida del Señor para tomar a
los Suyos a Sí mismo ni Su manifestación viniendo con ellos sino ese momento de
la solemne sanción de los modos de obrar de Dios cuando todo recurso de la
carne desaparecerá y todos los pensamientos del hombre perecerán para siempre.
La destrucción de Jerusalén:
sus consecuencias y enseñanzas
Con
respecto a las relaciones de Dios con el mundo en gobierno aunque la
destrucción de Jerusalén no fue "el fin" ello fue de inmensa
importancia porque destruyó la sede misma de ese gobierno en la tierra en la
que el Mesías debiese haber reinado, y aún reinará.
Dios
vela sobre todas las cosas, Él cuida de los Suyos, cuenta los
cabellos de sus cabezas, hace que todo contribuya al mayor bien de ellos; pero
esto es en medio de un mundo que Él ya no reconoce.
Porque
no sólo ha sido desechado el gobierno terrenal y directo de Dios
que tuvo lugar en los días de Nabucodonosor y en cierto sentido en los de
Saulo; sino que el Mesías que debiese reinar en él ha sido rechazado y ha asumido
el lugar celestial en resurrección lo cual constituye el tema de esta epístola.
La
destrucción de Jerusalén (que iba a tener lugar en aquellos días) fue
la abolición final incluso de los vestigios de aquel gobierno hasta cuando el
Señor regresará. Las relaciones de un pueblo terrenal con Dios en el terreno de
la responsabilidad del hombre habían terminado. El gobierno general de Dios
ocupó el lugar del anterior; un gobierno siempre el mismo en cuanto a principio
pero que habiendo padecido Jesús en la tierra aún permitía que Sus miembros padecieran
aquí abajo. Y hasta el tiempo del juicio los inicuos perseguirán a los justos y
los justos deben tener paciencia. Con respecto a la nación esas relaciones sólo
subsistieron hasta la destrucción de Jerusalén; las esperanzas incrédulas de
los judíos como nación fueron derribadas judicialmente. El Apóstol habla aquí
de una manera general y en la perspectiva del efecto de la solemne verdad del
fin de todas las cosas pues Cristo todavía está "preparado para
juzgar"; y si hay demora es porque Dios no quiere la muerte del pecador y porque
Él prolonga el tiempo de la gracia.
En
vista de este fin de todo lo que nosotros vemos debemos ser sobrios
y velar para orar. Debiésemos tener el corazón así ejercitado hacia Dios el
cual no cambia, nunca pasará y que nos preserva a través de todas las
dificultades y pruebas de esta escena pasajera hasta el día de la liberación
que se acerca. En vez de dejarnos llevar por las cosas presentes y visibles
debemos refrenar el yo y la voluntad y estar en comunión con Dios.
La posición interior de los cristianos;
siguiendo a Cristo;
el ferviente amor y sus efectos
Esto
lleva al Apóstol a la posición interior de los cristianos, a sus
relaciones entre ellos y no con el gobierno general de Dios sobre el mundo.
Debido a que son cristianos ellos siguen al propio Cristo. Lo primero que él
les impone es el ferviente amor; no sólo la paciencia que impediría cualquier
estallido de la ira de la carne sino una energía de amor que imprimiendo su
carácter a todos los procederes de los cristianos entre sí dejaría de lado y de
manera práctica la acción de la carne y pondría de manifiesto la presencia y la
acción divinas.
Ahora
bien, este amor cubría multitud de pecados. Pedro no está
hablando aquí con la perspectiva de un perdón final sino de la nota actual que
Dios toma, — sus vigentes relaciones de gobierno con Su pueblo; porque nosotros
tenemos vigentes relaciones con Dios. Si la asamblea está en desacuerdo, si hay
poco amor, si la comunión entre cristianos es con corazones estrechos y
difíciles, el mal existente, los agravios mutuos, subsisten delante de Dios;
pero si hay amor que ni comete ni resiente ningún agravio sino que perdona
tales cosas y sólo encuentra en ellas ocasión para su propio ejercicio ese es
entonces el amor sobre el cual se posa la vista de Dios, y no en el mal.
Incluso si hay malas acciones, — pecados, — el amor mismo se ocupa
de ellos, el ofensor es traído de
regreso, es restaurado por el amor de la asamblea; los pecados son quitados de
la vista de Dios, son cubiertos. Se trata de una cita del Libro de los
Proverbios, a saber, "El odio suscita rencillas, mas el amor cubre toda
suerte de ofensas". (Proverbios 10:12 – VM). Nosotros tenemos derecho a
perdonarlos, — a lavar los pies de nuestro hermano (compárese con Santiago 5:15
y con 1ª Juan 5:16). No sólo perdonamos sino que el amor mantiene la asamblea delante
de Dios conforme a Su propia naturaleza de modo que Él pueda bendecirla.
Hospitalidad cristiana
Los
cristianos debiesen ejercitar la hospitalidad entre sí con toda generosidad.
Ella es la expresión del amor y tiende mucho a mantenerlo pues ya no somos
extraños el uno para con el otro.
La responsabilidad de los dones
Los
dones vienen después del ejercicio de la gracia. Todos proceden de
Dios. Como cada uno había recibido el don él debía servir en el don como un administrador
de la multiforme gracia de Dios. Dios es el que da; el cristiano es un siervo y
está bajo responsabilidad como un administrador de parte de Dios. Él debe
atribuir todo a Dios, de manera directa a Dios. Si él habla, debe hacerlo como
un oráculo de Dios (1ª Pedro 4:11 - VM), es decir, como si hablara de parte de
Dios y no de sí mismo. Si alguno sirve en cosas temporales que lo haga como en un
poder y en una capacidad que proceden de Dios para que tanto si él habla como
si él sirve Dios sea glorificado en todas las cosas por medio de Jesucristo. A
Él, añade el Apóstol, pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos. Amén.
Padecer por el nombre de Cristo
Después
de estas exhortaciones él llega al padecimiento por el nombre
de Cristo. Ellos no debían considerar las intensas persecuciones que venían a
probarlos como si alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo. Por el
contrario, ellos estaban relacionados con un Cristo sufriente y rechazado; por
consiguiente ellos participaban en Sus padecimientos y debían gozarse en ello.
Pronto aparecería Él y estos padecimientos por Su causa se volverían en gran
alegría en la revelación de Su gloria. Por lo tanto ellos debían gozarse al
compartir Sus padecimientos a fin de ser llenados con gozo abundante cuando Su
gloria fuese revelada. Si ellos eran vituperados por el nombre de Cristo esto era
algo bienaventurado para ellos. El Espíritu de Dios reposaba sobre ellos. Era
el nombre de Cristo el que traía el vituperio sobre ellos. Él estaba en la
gloria con Dios; el Espíritu que procedía de esa gloria y de aquel Dios los
llenaba de gozo al soportar el vituperio. El que era vituperado era Cristo, — Cristo
el que era glorificado, — vituperado por los enemigos del evangelio mientras
los cristianos tenían el gozo de glorificarle. Se observará que en este pasaje
es por Cristo mismo (como ha sido dicho) que el creyente padece; y por eso el
Apóstol habla de gloria y gozo en la aparición de Jesucristo lo cual él no
menciona en el capítulo 2 versículo 20 y en el capítulo 3 versículo 17
(compárese con Mateo 5:10 y los versículos 11 y 12 del mismo capítulo).
La necesidad del pueblo de Dios de ser
ejercitados
en el padecimiento individualmente: La
disciplina de Dios
Entonces,
el cristiano nunca debía padecer como malhechor pero si padecía
como cristiano él no debía avergonzarse sino glorificar a Dios por ello. Luego
el Apóstol vuelve al gobierno de Dios; porque estos padecimientos de los
creyentes tenían también otro carácter. Para el individuo que padecía ello era
una gloria ya que él compartía los padecimientos de Cristo y el Espíritu de
gloria y de Dios reposaba sobre él; y todo esto se volvería en gozo abundante
cuando la gloria fuese revelada. Pero Dios no se complacía en permitir que Su
pueblo padeciera. Él lo permitía; y si Cristo tuvo que padecer por nosotros
cuando Él que no conoció pecado no necesitó hacerlo para Sí mismo, el pueblo de
Dios tiene a menudo necesidad de ser ejercitado en el padecimiento a título
personal. Para este propósito Dios usa a los inicuos, a los enemigos del nombre
de Cristo. Job es el libro que explica esto independientemente de todas las
dispensaciones. Pero en toda forma de trato de Dios Él ejerce Sus juicios
conforme al orden que Él ha establecido. Él lo hizo así con Israel; Él así lo
hace con la asamblea. Esta última tiene una porción celestial y si ella se apega
a la tierra Dios permite que el enemigo la aflija. Tal vez el individuo que padece
está lleno de fe y de consagrado amor por el Señor; pero bajo persecución el
corazón siente que el mundo no es su reposo, que él debe tener su porción en
otra parte, su fuerza en otra parte. Nosotros no somos del mundo que nos
persigue. Si el siervo fiel de Dios es aislado de este mundo mediante persecución
ello fortalece la fe porque Dios está en ello; pero aquellos de en medio de los
cuales él es apartado padecen y sienten que la mano de Dios estaba en ello: Sus
tratos asumen la forma de juicio, siempre en perfecto amor, pero en disciplina.
El juicio comienza por la casa de Dios
Dios
juzga todo según Su propia naturaleza. Él desea que todo esté de
acuerdo con Su naturaleza. A ningún hombre recto y honorable le gustaría
tener a los inicuos cerca de él y siempre delante de él; Dios
ciertamente no lo querría. Y en lo que está más cerca de Él, Él debe desear
sobre todas las cosas que todo corresponda a Su naturaleza y a Su santidad, — a
todo lo que Él es. Yo quisiera que todo a mi alrededor estuviera lo
suficientemente limpio como para no sufrir deshonra; pero en mi propia casa
debo tener una limpieza tal como personalmente deseo. Por tanto el juicio debe
comenzar por la casa de Dios: el Apóstol alude a Ezequiel 9:6. Ello es un
principio solemne. Ninguna gracia, ningún privilegio, cambian la naturaleza de
Dios; y todo debe conformarse a esa naturaleza o al final debe ser desterrado
de Su presencia. La gracia puede conformarnos y ella lo hace. Ella otorga la
naturaleza divina de modo que exista un principio de absoluta conformidad a
Dios. Pero en cuanto a la conformidad práctica en pensamiento y obra el corazón
y la conciencia deben ser ejercitados a fin de que el entendimiento del corazón
y los deseos y aspiraciones habituales de la voluntad sean formados sobre la
revelación de Dios y sean dirigidos continuamente hacia Él.
Qué se quiere dar a entender en la
epístola de Pedro
mediante la palabra "salvación"
Ahora
bien, si esta conformidad fracasaría de tal manera que el
testimonio de Dios se dañaría por su ausencia, Dios que juzga a Su pueblo y que
juzgará el mal en todas partes lo hace mediante los castigos que Él inflige. El
juicio comienza por la casa de Dios. Los justos con dificultad se salvan.
Evidentemente no es la redención ni la justificación, ni tampoco la comunicación
de vida lo que aquí se quiere dar a entender pues aquellos a quienes se dirige
el Apóstol estaban en posesión de ellas. Para nuestro Apóstol
"salvación" no es sólo el disfrute actual de la salvación del alma
sino la plena liberación de los fieles que tendrá lugar en la venida de Cristo
en gloria. Todas las tentaciones son consideradas, todas las pruebas, todos los
peligros por los que pasará el cristiano al llegar al final de su carrera. Se
requiere todo el poder de Dios dirigido por la sabiduría divina guiando y sustentando
la fe para llevar al cristiano de manera segura a través del desierto donde
Satanás emplea todos los recursos de su sutileza para hacerle perecer. El poder
de Dios lo logrará; pero desde el punto de vista humano las dificultades son
casi insalvables. Ahora bien, si los justos, — según los modos de obrar de Dios
que debe mantener Su juicio conforme a los principios del bien y del mal en Su
gobierno; y que en modo alguno se negará a Sí mismo al tratar con el enemigo de
nuestras almas, — si los justos con dificultad se salvaban, ¿qué sería del
pecador y del impío? Unirse a ellos no sería la manera de escapar a estas
dificultades. Al padecer como cristiano sólo había que hacer una cosa, — uno
debía encomendarse a Aquel que velaba sobre el juicio que estaba ejecutando.
Porque como se trataba de Su mano uno padecía según Su voluntad. Esto fue lo
que Cristo hizo.
Dios conocido en Sus modos de obrar con
este mundo
y
con Su pueblo en su peregrinación aquí
Observen
que aquí no se trata sólo del gobierno de Dios sino que está
la expresión: "al fiel Creador". El Espíritu de Dios se mueve aquí en
esta esfera. Es la relación de Dios con este mundo y el alma Le conoce como
Aquel que lo creó y que no abandona la obra de Sus manos. Este es terreno judío, —
Dios conocido en Su relación con la primera
creación. La confianza en Él está fundamentada en Cristo; pero Dios es conocido
en Sus modos de obrar con este mundo y con nosotros en nuestra peregrinación
aquí abajo donde Él gobierna y donde juzga a los cristianos, como Él juzgará a
todos los demás.
Capítulo 5
Exhortación a los ancianos como él;
lugar de Pedro como testigo de los padecimientos
de Cristo
y futuro participante de la gloria
El
Apóstol vuelve a los detalles cristianos. Exhorta a los ancianos
siendo él mismo anciano; pues parece que entre los judíos este título era más
bien característico que oficial (compárese con el versículo 5). Él los exhorta
a apacentar la grey de Dios. El Apóstol se designa a sí mismo como uno que
había sido testigo de los padecimientos de Cristo y que iba a ser participante
de la gloria que será revelada. La función de los doce era ser testigos de la
vida de Cristo (Juan 15), así como la del Espíritu Santo era testificar de Su
gloria celestial. Pedro se sitúa en los dos extremos de la historia del Señor y
deja el intervalo desprovisto de todo excepto de la esperanza y de la
peregrinación hacia un final. Él había visto los padecimientos de Cristo e iba
a compartir Su gloria cuando Él fuese manifestado. Es un Cristo que se
pone en relación con los judíos, conocido ahora sólo mediante la fe. Durante Su
vida en la tierra Él estuvo en medio de los judíos aunque padeciendo allí y
rechazado. Cuando Él aparezca volverá a estar en relación con la tierra y con
esa nación.
El punto de vista de Pablo
Pablo
habla de otra manera si bien confirma al mismo tiempo estas
verdades. Él sólo conoció al Señor después de Su exaltación; no es testigo de
Sus padecimientos pero él procura conocer el poder de Su resurrección y participar
en Sus padecimientos (Filipenses 3:10). El corazón de Pablo está ligado a
Cristo mientras Él está en el cielo, está como unido a Él en lo alto; y aunque
desea la aparición del Señor para la restauración de todas las cosas de las que
habían hablado los profetas, él se regocija al saber que irá con gozo a Su
encuentro y que regresará con Él cuando Él se manifieste desde el cielo.
El cuidado de la grey de Dios
en aras del Príncipe de los Pastores
Los
ancianos debían apacentar la grey de Dios con ánimo pronto y no
como por fuerza, ni por ganancia, ni como gobernando una herencia de ellos
mismos sino como ejemplos de la grey. A la grey debía prodigársele amoroso
cuidado en aras de Cristo, el Príncipe de los Pastores, con miras al bien de
las almas. Además era la grey de Dios la que ellos debían apacentar. ¡Qué
pensamiento tan solemne como tan dulce! ¡Cuán imposible es que alguno albergue
la noción de que es su grey si se ha asido el pensamiento de que es la
grey de Dios y que Dios nos permite apacentarla!
La perfecta gracia del Señor para con
Pedro;
el deseo de su corazón; su recompensa
Podemos
observar que el corazón del bienaventurado Apóstol está donde
el Señor lo había puesto. "Pastorea mis ovejas" fue la expresión de
la perfecta gracia del Señor para con Pedro cuando Él lo llevó a la humillante
pero saludable confesión de que era necesario el ojo de Dios para ver
que su débil discípulo Le amaba. (Véase Juan 21:15 a 19). En el momento en que
Él lo convenció de su absoluta nihilidad, Él le confió lo que era más querido
para Él.
Nosotros
vemos así que la preocupación del Apóstol, el deseo del
corazón, es que ellos apacienten la grey. Aquí y al igual que en otras partes
él no va más allá de la aparición del Señor. Es en ese período cuando los modos
de obrar de Dios en gobierno, — del cual los judíos eran el centro terrenal, — serán
plenamente manifestados. Entonces la corona de gloria será presentada al que ha
sido fiel, al que ha satisfecho el corazón del Príncipe de los Pastores.
Exhortaciones y estímulos
para obedecer los principios del
gobierno de Dios
Los
jóvenes debían someterse a los que eran más ancianos y todos sumisos
unos a otros. Todos debían revestirse de humildad porque Dios resiste a los
soberbios y da gracia a los humildes. Estos son aún los principios de Su
gobierno. Por lo tanto ellos debían humillarse
bajo Su mano y a su debido tiempo serían exaltados. Esto era encomendarse
a Dios. Él sabía lo que era necesario. Aquel que los amaba los exaltaría a su
debido tiempo. Él cuidaba de ellos; ellos debían descansar en Él, encomendar
todas sus ansiedades a Él.
Exhortaciones a la sobriedad y a velar contra
su adversario;
el Dios de la gracia llamando a Su
pueblo
a compartir su gloria eterna
y estableciéndolo y fortaleciéndolo aquí
Por
otra parte ellos debían ser sobrios y velar porque el adversario
procuraba devorarlos. Aquí, — cualesquiera que sean sus artimañas, con
independencia de la manera en que él puede acechar a los cristianos, — el
Apóstol lo presenta en el carácter de un león rugiente que excita una
persecución abierta. Ellos debían resistirle firmes en la fe. En todas partes
las mismas aflicciones eran encontradas. Sin embargo el Dios de la gracia es la
confianza del cristiano. Él nos ha llamado a participar de Su gloria eterna. El
deseo del Apóstol para ellos es que después de haber padecido por un tiempo el
Dios de la gracia los perfeccionara, los hiciera ser completos, — los estableciera
y fortaleciera edificando sus corazones sobre el fundamento de una seguridad
que no puede ser sacudida. Él añade, "A él sea la gloria y el imperio".
Las circunstancias de los cristianos a
los que Pedro escribía;
la esperanza y la paciencia del
cristiano
Nosotros
vemos que los cristianos a quienes Pedro escribía estaban padeciendo
y que el Apóstol explicaba estos padecimientos sobre los principios del
gobierno divino con respecto especialmente a la relación de los cristianos con
Dios como siendo Su casa ya sea que esos padecimientos fuesen por causa de la
justicia o por el nombre del Señor. Ello era sólo por un tiempo. La esperanza
del cristiano estaba en otra parte; la paciencia cristiana agradaba a Dios. Dicha
paciencia era la gloria de ellos si era por el nombre de Cristo. Además, Dios
juzgaba Su casa y velaba sobre Su pueblo.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo/Junio 2023
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).