SINOPSIS
de los Libros
de la Biblia
FILIPENSES
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los
lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones, tales como:
LBLA = La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
TA =
Biblia Torres Amat
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
INTRODUCCIÓN
Filipenses
como la epístola de la experiencia Cristiana idónea
En la epístola a los Filipenses nosotros encontramos mucho más de la
experiencia cristiana y del desarrollo del ejercicio del corazón que en la
mayoría de las epístolas. Se trata, de hecho, de la experiencia cristiana
idónea. La doctrina y la práctica se encuentran en todas ellas, pero, con la
excepción de la Segunda epístola a Timoteo que es de otra naturaleza, no hay
ninguna que contenga como esta, la expresión de la experiencia cristiana en
esta ardua vida, y los recursos que están abiertos para el cristiano al pasar a
través de ella, y los motivos que debiesen gobernarle. Nosotros podemos decir
que esta epístola nos
presenta la experiencia de la vida cristiana en su expresión más elevada y
perfecta — digamos más bien, su condición normal bajo el poder del Espíritu de
Dios. Dios ha condescendido a proporcionarnos este bello retrato de ella, así
como las verdades que nos iluminan, y las normas que dirigen nuestro andar.
La
ocasión para la epístola; Pablo en prisión; su necesidad y
el
amor de los Filipenses
La ocasión para la epístola es bastante natural. Pablo estaba en
prisión, y los Filipenses (que eran muy amados por él, y los cuales, al
comienzo de sus trabajos, habían dado testimonio de su afecto por él mediante
dones similares) habían enviado recién asistencia al apóstol por medio de
Epafrodito (Filipenses 4: 17-19) en un momento en que parece que él había
estado en necesidad por algún tiempo. Una prisión, la necesidad, la conciencia
de que la asamblea de Dios estaba privada de su cuidado vigilante, esta
expresión por parte de los Filipenses del amor que pensaba en él en sus
necesidades, aunque a distancia — ¿qué podía ser más apto para abrir el corazón
del apóstol, y llevar a que él expresara su confianza en Dios que le animaba,
así como lo que él sentía con respecto a la asamblea, que no contaba ahora con
su cuidado apostólico, y que tenía que confiar en Dios mismo sin ayuda
intermediaria alguna? Y fue muy natural que él derramara su sentimiento en el
seno de estos amados Filipenses, que le habían dado recién la demostración del
afecto de ellos. El apóstol habla, por lo tanto, más de una vez acerca de la
comunión de los Filipenses con el evangelio: es decir, ellos tomaban parte en
los trabajos, las pruebas, las necesidades que la predicación del evangelio
ocasionaba a los que se consagraban a ello. Sus corazones los unía a ello —
como aquellos de los cuales el Señor habla que recibían un profeta por cuanto
era profeta (Mateo 10: 40, 41).
CAPÍTULO 1
La
vida interior, los afectos comunes de los Cristianos
de
unos para con otros experimentados por Pablo
Esto llevó al apóstol a una relación peculiarmente íntima con esta
asamblea; y él y Timoteo, el cual le había acompañado en sus trabajos en
Macedonia, su verdadero hijo en la fe y en la obra, se dirigen a los santos y a
los que ostentaban cargo en esta asamblea particular. Esta no es una epístola
que se encumbra a la altura de los consejos de Dios, como la de los Efesios, o
que regula el orden piadoso que conviene a los Cristianos en todas partes, como
las dos epístolas a los Corintios; tampoco es una epístola que establece el
fundamento para la relación de un alma con Dios, como la epístola a los Romanos.
Tampoco estuvo destinada a guardar a los Cristianos contra los errores que
estaban introduciéndose solapadamente entre ellos, como alguna de las demás que
fueron escritas por nuestro apóstol. Ella interpreta el terreno de la preciosa
vida interior, del afecto común de los Cristianos, de los unos para con los
otros, pero de ese afecto tal como era experimentado en el corazón de Pablo,
animado y dirigido por el Espíritu Santo. Por eso nosotros encontramos también
las relaciones usuales que existían dentro de una asamblea: hay obispos y
diáconos, y era muy importante recordarlo a ellos, ya que el cuidado inmediato
del apóstol ya no era posible. La ausencia de este cuidado inmediato forma aquí
la base de las enseñanzas del apóstol, y da su particular importancia a la
epístola.
La
evidencia de la obra de Dios en los Filipenses; la Fuente viva y verdadera de
toda bendición, que permanece y es inmutable
El afecto de los Filipenses, el cual se expresó enviando ayuda al
apóstol, le recordó el espíritu que ellos habían mostrado siempre; ellos se
habían asociado cordialmente con los trabajos y pruebas del evangelio. Y este
pensamiento lleva más alto al apóstol, a eso que gobierna la corriente de
pensamiento (muy preciosa para nosotros) en la epístola. ¿Quién había forjado
en los Filipenses este espíritu de amor y consagración a los intereses del
evangelio? Ciertamente fue el Dios de las buenas nuevas y del amor; y esto era
una seguridad: que el que comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día
de Cristo (Filipenses 1:6). ¡Dulce pensamiento! — ahora que ya no tenemos el
apóstol, que ya no tenemos obispos y diáconos, como los Filipenses tuvieron en
esos días. Dios no puede ser quitado de nosotros; la fuente viva y verdadera de
toda bendición permanece para nosotros, inmutable, y sobre todas las
debilidades, e incluso las faltas, que privan a los Cristianos de todo recurso
intermedio. El apóstol había visto a Dios actuando en los Filipenses. Los
frutos rendían testimonio a la fuente. Por eso él contaba con la perpetuidad de
la bendición que ellos habían de disfrutar. {*} Pero debe haber fe para llegar
a estas conclusiones. El amor Cristiano es lúcido y pleno de confianza con
respecto a sus objetos, porque Dios mismo, y la energía de Su gracia, están en
ese amor.
{* En Filipenses 1:7, en lugar de "os tengo en
el corazón", léase como en el margen: "porque vosotros me tenéis en
vuestros corazones"}
Los frutos de la gracia esencial de Dios en
el andar de los
Filipenses que lleva al apóstol a la fuente
de confianza
Regresando al principio —
es
la misma cosa con la asamblea de Dios. Ella puede perder realmente mucho, en
cuanto a medios externos, y en cuanto a esas manifestaciones de la presencia de
Dios, cosas que están relacionados con la responsabilidad del hombre; pero la
gracia esencial de Dios no se puede perder. La fe puede contar con ella
siempre. Fueron los frutos de la gracia los que dieron al apóstol esta
confianza, como en Hebreos 6: 9, 10; 1ª. Tesalonicenses 1: 3, 4. Él contaba
realmente, en 1ª. Corintios 1:8, y en Gálatas, con la fidelidad de Cristo a
pesar de muchas cosas dolorosas. La fidelidad del Señor le animó con respecto a
Cristianos cuya condición en otros aspectos fue la causa de gran ansiedad. Pero
aquí — ciertamente un caso mucho más pertinente — el propio andar del Cristiano
le llevó a la fuente de confianza acerca de ellos. Él recordó con afecto y
ternura la manera en que ellos habían actuado siempre hacia él, y lo convirtió
en un deseo de que Dios, el cual lo había forjado, produjese, para propia
bendición de ellos, los frutos perfectos y abundantes de ese amor.
El ferviente deseo de Pablo para ellos de
toda excelencia y
Semejanza a Cristo
Él abre también su propio
corazón a ellos. Ellos tomaron parte, por la misma gracia actuando en ellos, en
la obra de la gracia de Dios en él, y lo hicieron con un afecto que se
identificó con él y con su obra; y su corazón se volvió a ellos con una abundante
devolución de afecto y deseo. Dios, el cual había creado estos sentimientos, y
al cual él presentaba todo lo que pasaba en su corazón, este mismo Dios que
actuaba en los Filipenses, era un testigo entre ellos (ahora que Pablo no podía
dar ningún otro mediante su trabajo entre ellos) de su ferviente deseo por
todos ellos. Él sintió el amor de ellos, pero él deseó además, que este amor no
fuese cordial y activo solamente, sino que debería ser guiado mediante
sabiduría y entendimiento de parte de Dios, por un discernimiento piadoso del
bien y el mal, forjado por el poder de Su Espíritu; de modo que, mientras
actuaban en amor, ellos debían andar también conforme a esa sabiduría, y debían
comprender aquello que, en este mundo de tinieblas, era verdaderamente conforme
a la luz y la perfección divinas, de modo que fuesen irreprensibles para el día
de Cristo. ¡Cuán diferente del acto de evitar con indiferencia el pecado
positivo con el cual muchos Cristianos se contentan! El ferviente deseo de toda
excelencia y semejanza a Cristo que la luz divina puede mostrarles es aquello que
señala la vida de Cristo en nosotros.
La condición normal del Cristiano en su
andar diario
Ahora bien, los frutos
producidos eran ya una señal de que Dios estaba con ellos; y que Él realizaría
la obra hasta el final. Pero el apóstol deseaba que ellos anduviesen a lo largo
de todo el camino conforme a la luz que Dios les había dado, para que cuando
ellos llegasen al final no hubiese nada que se les pudiese reprochar: sino que,
por el contrario, librados de todo lo que pudiese debilitarlos o extraviarlos,
ellos debían abundar en los frutos de justicia, los cuales son por medio de
Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. Una buena descripción práctica de
la condición normal del Cristiano en su trabajo diario hasta el final; porque,
en Filipenses, nosotros estamos siempre en el camino hacia nuestro descanso
celestial en el cual la redención nos ha colocado.
Tal es la introducción a esta
epístola. Después de esta expresión de deseos de su corazón para ellos,
contando con el afecto de ellos, él habla de sus vínculos, los cuales ellos
habían recordado; pero él hace esto en relación con Cristo y el evangelio, que él
tiene presente más que nada. Pero antes que yo vaya más allá de la introducción
al asunto de la epístola, yo mencionaría los pensamientos que yacen en el
fundamento de los sentimientos expresados en ella.
Peregrinación en el desierto; salvación
como resultado
al final de la travesía
Hay tres grandes elementos que
imprimen su carácter sobre ella.
En primer lugar, ella habla de
la peregrinación Cristiana en el desierto; la salvación es vista como un
resultado a ser obtenido al final de la travesía. La redención consumada por
Cristo esta establecida verdaderamente como el fundamento de esta peregrinación
(tal como fue el caso con Israel en su entrada al desierto), pero el ser
presentados resucitados y en gloria delante de Dios, cuando salgamos
victoriosos sobre toda dificultad, es el tema en esta epístola, y es eso lo que
es llamado aquí salvación.
La asamblea sosteniendo por sí misma el
conflicto
y teniendo que vencer
En segundo lugar, la posición
se caracteriza por la ausencia del apóstol, y por tanto, la propia asamblea
tiene que sostener el conflicto. Ella tenía que vencer, en lugar de disfrutar
la victoria obtenida sobre el poder del enemigo por el apóstol cuando él estaba
con ellos, y podía hacerse débil con todos los que eran débiles.
La asamblea remitida más inmediatamente
a Dios
Y, en tercer lugar, la
importante verdad, mencionada ya, es expuesta: que la asamblea en estas
circunstancias, era remitida más inmediatamente a Dios — la fuente inagotable
para ella de gracia y fortaleza, de lo cual ella había de beneficiarse de una
forma inmediata por medio de la fe — un recurso que no le podía fallar jamás.
{*}
{*}
Nosotros encontraremos todo el talante de una vida que era la expresión del
poder del Espíritu de Dios sacado a relucir en ella. Ello señala esto: que el
pecado, o la carne obrando malvadamente en nosotros, no es mencionado en esta
epístola. Ella presenta la forma y los rasgos de la vida de Cristo; porque si
nosotros vivimos en el Espíritu, deberíamos andar en el Espíritu. Nosotros
hallaremos la apostura de la vida cristiana (Filipenses 2). Aun así, en el
capítulo 1 nosotros encontramos al apóstol siendo enteramente superior a las
circunstancias en el poder de la vida espiritual.
El encarcelamiento de Pablo y el celo de
otros invalidados por
Aquel que ordena todas las cosas
Yo reanudo la consideración
del texto con el versículo 12, el cual comienza la epístola después de la
porción introductoria. Pablo era un prisionero en Roma. Pareció que el enemigo
hubiese obtenido una gran victoria restringiendo de este modo su actividad;
pero mediante el poder de Dios, el cual ordena todas las cosas y que actuaba en
el apóstol, incluso las maquinaciones del adversario fueron para el progreso
del evangelio. En primer lugar, el encarcelamiento del apóstol hizo conocido el
evangelio, allí donde no hubiese sido predicado de otro modo, en las altas
esferas en Roma; y muchos otros hermanos, reasegurados en cuanto a la posición
del apóstol {*}, se atrevieron mucho más a predicar el evangelio sin temor.
{*}
En la primera edición yo había tomado esto como el efecto del encarcelamiento
del apóstol al despertar la fe de aquellos que estaban inactivos cuando él
estaba activo. Y este debería ser el sentido de la traducción Inglesa y es un
principio verdadero. Pero parece que la fuerza de las palabras es, "más
bien tengo confianza en cuanto a mis prisiones (lit., mis cadenas)." Ellos estaban
en peligro de avergonzarse de él,
como si el fuese un malhechor.
Pero hubo otra forma en que
esta ausencia del apóstol tuvo un efecto. Muchos — los cuales, en presencia de
su poder y sus dones, eran necesariamente personas incapaces e insignificantes
— pudieron darse alguna importancia, cuando, en los inescrutables pero
perfectos modos de obrar de Dios, este poderoso instrumento fue apartado. Ellos
pudieron tener la expectativa de brillar y atraer la atención cuando los rayos
de su luz resplandeciente fueron interceptados por los muros de una prisión.
Celosos pero ocultos cuando él estaba presente, ellos se aprovecharon de su
ausencia para actuar rápidamente; fuesen ellos falsos hermanos o Cristianos
celosos, ellos procuraron, en ausencia del apóstol, menoscabar su autoridad en
la asamblea, y su felicidad. Ellos sólo añadieron a ambas cosas. Dios estaba
con Su siervo; y, en lugar del egoísmo que instigó a estos lastimeros
predicadores de la verdad, en Pablo se hallaba el deseo puro por la
proclamación de las buenas nuevas de Cristo, cuyo completo valor él sentía
profundamente, y el cual él deseaba sobre todo, como sea que ello fuese.
La condición normal de la asamblea, tal
como es presentada
en Efesios, y su fracaso parcial y la
energía restauradora del
Espíritu presentado en Corintios y en
Gálatas
El apóstol encuentra ya su
recurso para su propio caso, en que Dios opera independientemente del orden
espiritual de Su casa con respecto al medio que Él usa. La condición normal de
la asamblea es que el Espíritu de Dios actúa en los miembros del cuerpo, cada
uno en su lugar, para la manifestación de la unidad del cuerpo y la energía
recíproca de sus miembros. Cristo, habiendo vencido a Satanás, llena con Su
propio Espíritu a aquellos que Él ha liberado de las manos de ese enemigo, para
que ellos puedan exhibir a la vez el poder de Dios y la verdad de su liberación
del poder del enemigo, y exhibirlos en un andar, el cual, siendo una expresión
de la mente y la energía de Dios mismo, no deja espacio alguno para las del
enemigo. Ellos constituían el ejército y el testimonio de Dios en este mundo
contra el enemigo. Pero para ello, cada miembro, desde el apóstol hasta el más
débil, actúa eficazmente en su lugar propio. El poder de Satanás es excluido.
Lo exterior responde a lo interior, y a la obra de Cristo. Aquel que está en
ellos es mayor que el que está en el mundo (1ª. Juan 4:4). Pero en todas partes
se necesita poder para esto, y el ojo sencillo (Lucas 11:34). Hay otro estado
de cosas en el cual, aunque no todo no está en actividad en su lugar, conforme
a la medida del don de Cristo, aun así la energía restauradora del Espíritu en
un instrumento como el apóstol defiende a la asamblea, o la devuelve a su
condición normal, cuando ella ha fracasado parcialmente. La epístola a los
Efesios, por una parte, y las epístolas a los Corintios y a los Gálatas por
otra, presentan estas dos fases de la historia de la asamblea.
La asamblea desposeída de las energías
normales,
pero no de Dios; la razón por la cual esto
fue permitido
La epístola a los Filipenses
trata — pero con la pluma de un apóstol inspirado divinamente — acerca de un
estado de cosas en el cual se carecía de este último recurso. El apóstol no
podía trabajar ahora de la misma manera en que lo hacía antes, pero el pudo
presentarnos la opinión del Espíritu acerca del estado de cosas de la asamblea,
cuando, según la sabiduría de Dios, ella estaba desposeída de estas energías
normales. Ella no podía haber sido desposeída por Dios. Es indudable que la
asamblea no se había alejado tanto de su condición normal en aquel entonces tal
como lo ha hecho ahora, pero el mal ya estaba brotando. Todos buscan sus
propios intereses, dice el apóstol, no las cosas de Jesucristo (Filipenses 2:21
– LBLA); y Dios permitió que ello fuese así durante la vida de los apóstoles,
para que nosotros pudiésemos tener la revelación de Sus pensamientos con
respecto a ello, y para que pudiésemos ser conducidos a los verdaderos recursos
de Su gracia en estas circunstancias.
La incapacidad del hombre para mantener la obra de Dios;
lo que la fe saca a relucir
El propio Pablo tuvo que
experimentar esta verdad en primer lugar. Los vínculos que lo unían a la
asamblea y a la obra del evangelio fueron los más fuertes que existen en la
tierra; pero él se vio obligado a ceder el evangelio y la asamblea al Dios al
cual ellos pertenecían. Esto fue doloroso; pero su efecto fue para perfeccionar
la obediencia, la confianza, la sencillez de ojo, y la renuncia a uno mismo, en
el corazón, es decir, para perfeccionarlas conforme a la medida de la operación
de la fe. Sin embargo, el dolor causado por semejante esfuerzo delata la
incapacidad del hombre para mantener la obra de Dios en su altura propia. Pero
todo esto acontece para que Dios pueda tener la gloria completa de la obra; y
ello es necesario, para que la criatura pueda ser manifestada en todo aspecto
conforme a la verdad. Y es muy bienaventurado ver cómo, tanto aquí como en 2ª.
Timoteo, la decadencia de la vida individual y de la energía eclesiástica saca
a relucir un desarrollo más pleno de la gracia personal, por una parte, y la
energía ministerial, por la otra, donde hay fe, del que se encuentra en otra
parte. En realidad, es siempre así. Los Moisés, y David, y Elías son hallados
en el tiempo de los Faraones, y de los Saúl, y de los Acab.
Cristo y las almas más preciosas para Pablo
que su propia
parte en la obra de Dios
El apóstol no pudo hacer nada:
él tuvo que ver el evangelio predicado sin él — por algunos por envidia y en un
espíritu de contienda, por otros por amor; cobrando ánimo con respecto a las
cadenas del apóstol, estos desearon aliviarlas continuando su obra. De todas
maneras Cristo fue predicado, y la mente del apóstol se elevó por encima de los
motivos que animaban a los predicadores en la contemplación del hecho inmenso
que un Salvador, el Libertador enviado por Dios, era predicado en el mundo.
Cristo, e incluso las almas eran más preciosos para Pablo que la obra que era
llevada a cabo por él mismo; y por tanto, ello sería para el triunfo de Pablo,
el cual se vinculaba él mismo con los propósitos de Dios. {*}
{*}
Hay fe bienaventurada en esto. Pero por otra parte, un hombre debe haber hecho
que la obra fuese su vida. "Para mí el vivir es Cristo." Si es así,
si la obra prospera, él prospera; si Cristo es glorificado, él está satisfecho,
aun si el Señor lo ha apartado.
Él entendió el gran conflicto
que estaba ocurriendo entre Cristo (en sus miembros) y el enemigo; y si el
último pareció haber obtenido una victoria poniendo a Pablo en prisión, Dios
estuvo usando este acontecimiento para el adelanto de la obra de Cristo
mediante el evangelio, por tanto, en realidad para la obtención de nuevas
victorias sobre Satanás — victorias con las que Pablo estaba asociado, puesto
que él fue establecido para la defensa de ese evangelio. Por lo tanto, todo
redunda en su salvación, siendo su fe confirmada por estos modos de obrar de un
Dios fiel, el cual dirigía los ojos de Su siervo fiel más enteramente sobre Él
mismo. Sostenido por las oraciones de otros y por la provisión del Espíritu de
Jesucristo, en lugar de estar abatido y aterrorizado por el enemigo, él se
glorió más y más en la victoria segura de Cristo en la cual él compartía.
Cristo glorificado por la vida o por la
muerte de Pablo:
Vivir — Cristo; morir — ganancia
Por consiguiente, él expresa su
inmutable convicción de que él en nada sería avergonzado, sino que se le
concedería usar de toda confianza, y que Cristo sería glorificado en él, sea
por su vida o por su muerte; y él tenía la muerte delante de sus ojos. Llamado
a aparecer ante César, su vida le podía ser quitada por el juicio del
emperador; humanamente hablando, el asunto era bastante incierto.
Él alude a esto en Filipenses 1:
22, 30; Filipenses 3:10. Pero, viviendo o muriendo, su vista estaba ahora más
fija en Cristo que incluso en la obra, no obstante lo elevado que era el lugar en
que esa obra podría haber estado en la mente de uno cuya vida podía ser
expresada en esta palabra única — "Cristo". Para él, vivir no era la
obra en sí misma, ni solamente que los fieles debían permanecer firmes en el
evangelio, aunque esto no podía ser separado del pensamiento de Cristo, porque
ellos eran miembros de Su cuerpo — su vida era Cristo; morir era ganancia, porque
él estaría con Cristo.
Trabajar para el Señor o el Señor mismo;
Cristo teniendo el primer lugar
Ese fue el efecto purificador de los modos de
obrar de Dios, el cual lo hizo pasar por la dura prueba, tan terrible para él,
de estar separado por años, quizás cuatro, de su obra para el Señor. El propio
Señor había asumido el lugar de la obra — a lo menos en la medida en que ella
estaba relacionada con Pablo individualmente; y la obra fue confiada al propio
Señor. Posiblemente el hecho de que el apóstol estaba tan absorto con la obra
había contribuido a aquello que lo había llevado a su encarcelamiento; porque
sólo el pensamiento de Cristo mantiene el alma en equilibrio, y da a todo su
lugar correcto. Dios causó este encarcelamiento para ser el medio a través del
cual Cristo llegó a ser su todo. No es que él perdiese interés en la obra, sino
que sólo Cristo tenía el primer lugar; y él veía todo, y aun la obra, en
Cristo.
¡Qué consolación es cuando
nosotros estamos quizás conscientes de que nuestra debilidad ha sido
manifestada, y que hemos fracasado en actuar conforme al poder de Dios, sentir
que Él, el Único que tiene un derecho a ser glorificado, nunca fracasa!
Cristo y Su voluntad es todo; la paz que es dada
mirando a Jesús
Ahora bien, puesto que Cristo
era todo para Pablo, morir era una ganancia evidente, porque él estaría con Él.
Sin embargo, vivir valía la pena (porque esta es la fuerza de la primera parte
del versículo 21), porque se trataba de Cristo y Su servicio; y él no sabía cuál
escoger. Muriendo, él ganaba a Cristo para sí mismo; era mucho mejor. Viviendo,
él servía a Cristo; él tenía más, en cuanto a la obra, puesto que vivir es
Cristo, y la muerte, obviamente, pondría fin a eso. Él estuvo así presionado
entre las dos cosas. Pero él había aprendido a olvidarse de sí mismo en Cristo;
y veía a Cristo ocupado enteramente de la asamblea según Su sabiduría perfecta.
Y esto decidió el asunto; porque siendo enseñado así por Dios, y no sabiendo
por sí mismo cuál escoger, Pablo se olvidó de sí mismo, y pensó sólo en la
necesidad de la asamblea según la mente de Cristo. Para la asamblea era bueno
que él quedase — incluso para una asamblea: por tanto, él quedaría. Y vean qué
paz da al siervo de Dios este hecho de mirar a Jesús, lo cual destruía el
egoísmo en la obra. Después de todo, Cristo tiene todo el poder en el cielo y
en la tierra, y Él ordena todas las cosas conforme a Su voluntad. Así, cuando
Su voluntad es conocida — y Su voluntad es amor por la asamblea — uno puede
decir que dicha voluntad será hecha. Pablo decide en cuanto a su propio
destino, sin preocuparse en cuanto a lo que el emperador haría, o a las
circunstancia del momento. Cristo amaba a la asamblea. Fue bueno para la
asamblea que Pablo quedase; entonces Pablo quedaría. ¡Cuán enteramente Cristo
es todo aquí! ¡Qué luz, que reposo, desde un ojo sencillo, desde un corazón
versado en el amor del señor! ¡Qué bienaventurado es ver el yo totalmente
desaparecido, y ver el amor de Cristo por la asamblea ser así el terreno sobre
el cual todo es ordenado!
Lo que la asamblea debería ser para Cristo;
la preciosa porción
concedida para padecer con Él así como para
creer en Él
Ahora bien, si Cristo es todo
para Pablo y para la asamblea, Pablo desea que la asamblea sea aquello que
debía ser para Cristo, y, por tanto, para su propio corazón para el cual Cristo
era todo. Por lo tanto, el corazón del apóstol se vuelve a la asamblea. El gozo
de los Filipenses sería abundante por su regreso a ellos; solamente que la
conducta de ellos, sea que él viniese o no, sea digna del evangelio de Cristo.
Dos pensamientos poseyeron su mente, sea que él los viera u oyese buenas nuevas
de ellos, que ellos pudiesen tener consistencia y firmeza en unidad de corazón
y mente entre ellos mismos; y estuviesen desprovistos de temor con respecto al
enemigo, en el conflicto que ellos tenían que mantener contra él, con la
fortaleza que esta unidad les daría. Este es el testimonio de la presencia y
operación del Espíritu en la asamblea, cuando el apóstol está ausente. Él
mantiene a los Cristianos juntos por medio de Su presencia; ellos no tienen más
que un corazón y un Objeto. Actúan en común por el Espíritu. Y, puesto que Dios
está allí, el temor que el espíritu malo y los enemigos de ellos pudiesen
inspirarles (y eso es lo que él procura siempre hacer; compárese con 1ª. Pedro
5:8) no está allí. Ellos andan en el espíritu de amor y poder y de una mente
sana. La condición de ellos es así un testimonio evidente de salvación —
liberación entera y final — pues en la guerra de ellos con el enemigo ellos no
sienten temor alguno, la presencia de Dios inspirándolos con otros
pensamientos. Con referencia a sus adversarios, el descubrimiento de la
impotencia de todos sus esfuerzos produce el sentido de la insuficiencia de los
recursos de ellos. Aunque ellos tenían todo el poder del mundo y de su príncipe,
ellos se habían enfrentado con un poder superior al suyo — el poder de Dios, y
ellos eran adversarios de este poder. Por una parte, una terrible convicción;
por otra, gozo profundo, por tanto, adonde no solamente estaba la certeza de
liberación y salvación, sino que se demostró que dichas cosas eran salvación y
liberación que procedían de la mano de Dios mismo. Así, el hecho de que la
asamblea estuviese en conflicto, y que el apóstol estuviese ausente (él mismo
luchando con todo el poder del enemigo), era un don. ¡Pensamiento gozoso! A ellos
se les concedía padecer por
Cristo, así como creer en Él. Ellos tenían una porción adicional y preciosa al
padecer con Cristo, e incluso por Cristo; y la comunión con Su siervo fiel al
padecer por Su causa los unió más estrechamente a él.
Una vida por encima de la carne es un testimonio glorioso
rendido al poder del obrar de Dios y al
Espíritu de Dios
Noten aquí cómo tenemos hasta
ahora el testimonio del Espíritu de una vida por encima de la carne, no de
ella. En nada ha sido él avergonzado, y confiaba plenamente en que nunca lo
sería, pero Cristo es magnificado en su cuerpo, fuese su suerte la vida o la
muerte, como Él había sido siempre. Él no sabe si escoger la vida o la muerte, ambas
eran muy bienaventuradas; vivir, Cristo; morir, ganancia, aunque además el
trabajo terminase; tal es la confianza en el amor de Cristo para con la
asamblea, que él decide su caso ante Nerón por lo que aquel amor produciría.
Envidia y contienda contra él llevando a algunos a predicar a Cristo sólo se
traduciría en victoriosos resultados para él mismo: él estaba satisfecho si
Cristo era predicado. La superioridad a la carne, viviendo por encima de ella
tan completamente, no era que ella no estuviese allí y que su naturaleza
hubiese cambiado. Él tenía un aguijón en la carne, tal como nos enteramos en
otra parte, un mensajero de Satanás que lo abofetea. Pero es un testimonio
glorioso rendido al poder y al obrar del Espíritu de Dios.
CAPÍTULO 2
El
deseo del apóstol por la felicidad de sus
amados
Filipenses
Pero esto produjo también sus efectos. El apóstol deseaba que la gloria
de ellos fuese completa, y que la unidad entre los Filipenses fuese perfecta;
porque su ausencia había permitido que algunas semillas de desunión y
desafección germinasen. El amor había sido dulce y poderosamente demostrado por
el don que ellos habían enviado al apóstol. Consolación en Cristo, comunión del
Espíritu, tiernas misericordias fueron exhibidas en ella, dándole gran gozo.
Que ellos hagan, entonces, que este gozo sea perfecto mediante el
establecimiento pleno de este mismo vínculo de amor entre ellos mismos,
unánimes, de un solo pensamiento, teniendo el mismo amor unos por otros, todos
sintiendo lo mismo, no permitiendo exhibición alguna de rivalidad o vanagloria de
ninguna forma. Tal era el deseo del apóstol. Apreciando el amor de ellos hacia
él, él deseaba que la felicidad de ellos fuese completa a través de la
perfección de aquel amor entre ellos mismos: de este modo, su felicidad sería
perfecta. ¡Hermoso y conmovedor afecto! Fue el amor en él el que, sensible al
amor de ellos, pensaba sólo en ellos. ¡Cuán delicada la forma en que una
bondad, que impidió la reprensión, dio lugar a lo que era realmente uno, y a lo
que un corazón que añadió caridad al amor fraternal no pudo dejar de
expresarlo!
Él
"Se humilló a sí mismo": Dios
"le
exaltó"
en
Su justo juicio y justicia
Ahora bien, el medio de esta unión, de la mantención de este amor, se
encontraba en la negación del yo, en la humildad, en el espíritu que se humilla
para servir. Fue esto lo que se mostró perfectamente en Cristo, en contraste
con el primer Adán. Este último procuró hacerse igual a Dios mediante
latrocinio, cuando estaba en la condición de hombre, y se esforzó para exaltarse
a sí mismo a expensas de Dios; siendo a la vez desobediente hasta la muerte. Cristo,
por el contrario, "existiendo en forma de Dios… se desprendió
de ella
(Filipenses 2: 6, 7 – VM), se desprendió por
amor, de toda Su gloria externa, de la forma de Dios, y tomó la forma de
hombre; y, incluso cuando estaba en la forma de hombre, aun así Se humilló a Sí
mismo. Se trató de una segunda cosa lo que Él hizo al humillarse como Dios, Él
se anonadó a Sí mismo; como hombre, Él se humilló, y se hizo obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Dios Le ha exaltado hasta lo sumo; porque el que se
exalta será humillado, pero el que se humilla será exaltado. ¡Amor perfecto,
verdad gloriosa, obediencia preciosa! Un hombre está exaltado a la diestra del
trono de la divina Majestad por el justo juicio y el justo acto de Dios. ¡Qué
verdad es la Persona de Cristo! ¡Qué verdad es este descenso y ascenso mediante
el cual Él da cumplimiento a todas las cosas como Redentor y Señor de gloria!
(Efesios 4:10 – TA). Dios descendió en amor, el hombre ascendió en justicia;
amor entero al descender, obediencia entera por amor también. Digno desde toda
la eternidad en cuanto a Su Persona para estar aquí, Él es ahora un hombre
exaltado por Dios a Su diestra. El hecho de que Él está allí es un acto de
justicia por parte de Dios; y nuestros corazones pueden tomar parte en ello,
regocijándose en Su gloria — regocijándose también de que por gracia nosotros
tengamos parte en ello en cuanto a nuestro propio lugar.
La humillación del
Señor es prueba de que Él es Dios;
Su
lugar más elevado y Nombre supremamente glorioso
Su humillación es una prueba de que Él es Dios. Sólo Dios pudo dejar Su dignidad
primera en los derechos soberanos de Su amor; para cualquier criatura es pecado
hacer eso. Es también un amor perfecto. Pero esta prueba es dada, este amor es
realizado, en el hecho de que Él es hombre. ¡Qué lugar Él adquirió para
nosotros en Él mismo! Pero es en Él en quien el apóstol piensa, no en nosotros
que somos sus frutos. Él se regocija en el pensamiento de la exaltación de
Cristo. Dios Le ha exaltado al lugar más elevado, y Le ha conferido un nombre
que es sobre todo nombre, por lo que todo lo que está en el cielo y en la
tierra, e incluso en las regiones infernales, deben doblar la rodilla delante
de este hombre exaltado, y toda lengua confesar que Jesucristo es Señor, para
gloria de Dios Padre.
Jesús
reconocido como Señor por toda la creación
Se observará aquí que lo que es presentado en este pasaje es el señorío
de Cristo, no Su divinidad en sí misma. Su divinidad es en realidad el punto de
partida fundamental. De hecho, todo tiene su origen allí — el amor, la
renunciación a uno mismo, la humillación, la maravillosa condescendencia. Nada
de todo esto pudo haber existido, o habría tenido su valor, sin lo primero;
pero el apóstol habla del Señor, completo en Su Persona en la posición que Él
tomó como hombre — habla de Aquel que se humilló a Sí mismo, del que cuando
hubo descendido al lugar más bajo posible, fue exaltado por Dios; de Jesús, del
que podía, sin exaltarse Él mismo, ser igual a Dios, pero que se anonadó a Sí
mismo, del que descendió hasta la muerte: el apóstol habla de Jesús, Señor de
todo, y el cual, exaltado como hombre, será reconocido como Señor por toda la
creación, para gloria de Dios Padre. {*}
{*} Observen, también, que Cristo no es presentado
aquí como nuestro modelo con referencia a lo que Él padeció, como efecto de Su
sumisión a la voluntad de Dios en la posición que Él tomó. Nosotros somos
llamados a seguirle en Su humillación voluntaria, en el hecho de que Él tomó en
amor el último — el lugar más bajo. El amor sirve, el amor se humilla — toma
voluntariamente el lugar más despreciable (despreciable según el orgullo del
hombre) para servir, y se deleita en ello. Cristo actuó desde el amor; Él
escogió servir. Cristo escogió tomar el lugar inferior — El pudo humillarse a
Sí mismo--, ¿y nosotros?
La
obediencia de Cristo aplicada para enseñanza; lidiando con
el
enemigo sin la ayuda de Pablo, pero no desprovistos
de
Dios y Su obra y Su obra en ellos
El corazón del apóstol se ensancha cada vez que él habla del Señor
Jesús; pero él se vuelve a los objetos de su preocupación; y así como él había
hablado de la renunciación a uno mismo y de la humillación de Cristo, como un
medio de unión que quitaría toda ocasión de rivalidad carnal, él ha sido
conducido también a hablar de la obediencia de Cristo en contraste con el
primer Adán y la carne. Él aplica ahora este principio, también, para la
enseñanza de los Filipenses: "De manera que", él dice, "amados
míos, conforme habéis obedecido siempre." (Filipenses 2:12 – VM). Y el
efecto de su ausencia y alejamiento de la obra es introducido aquí — "no
sólo como en mi presencia, sino antes mucho más ahora en mi ausencia, llevad a
cabo la obra de vuestra misma salvación, con temor y temblor; porque",
dice él, "Dios es el que obra en vosotros, así el querer como el
obrar." (Filipenses 2:12 – VM). Es
decir, mientras él estuvo entre ellos, él había trabajado; ellos mismos estaban
ahora lidiando con el enemigo, sin la ayuda de la presencia y energía
espiritual de Pablo; pero Dios mismo obraba en ellos, y ellos debían trabajar
con mucho más fervor en el sentido de que se encontraban en semejante guerra, y
Dios mismo lidiando por ellos como actuando en ellos para este conflicto, y
ellos mismos luchando en sus propias personas, directamente con el poder del
enemigo. Esto no era el momento para presumir de sus pequeños dones, teniendo
en cuenta la ausencia de aquello que los había sumergido en la sombra, tampoco
para contender entre ellos. Por otra
parte, si ellos estaban privados de la presencia de Pablo, ellos no estaban
privados de la presencia de Dios. Dios mismo obraba en ellos. Este es el gran
principio, y la gran consolación de la epístola. Los Cristianos, privados de la
importante ayuda del apóstol, son remitidos más inmediatamente a Dios. El
propio apóstol, separado de la asamblea, encuentra su consuelo en Dios; y
encomienda la asamblea, en la carencia de su cuidado personal, a Dios mismo, en
el cual él mismo había hallado este consuelo.
Exhortación a obrar porque
Dios obraba en ellos;
dos visiones del Cristiano
Se ha de comentar cuidadosamente aquí, que se trata de lo contrario
mismo de una exhortación a nuestro propio obrar en contraste con el efectivo poder
de Dios. El adjetivo posesivo "vuestra" (Filipenses 2:12) está en
contraste con Pablo en su ausencia, el cual había trabajado por ellos, porque
Dios obraba en ellos así el querer como el hacer. Ellos debían trabajar, porque,
si Pablo estaba ausente, Dios obraba en ellos. Yo he mencionado ya que la
salvación, toda bendición, está considerada en todas partes en esta epístola
como al final del curso del Cristiano, a saber, la manifestación de la justicia
de ellos (Filipenses 3:9). Este pasaje es un ejemplo. Hay dos maneras en que el
Cristiano es visto en el Nuevo Testamento. En Cristo — no hay aquí progreso
alguno, ningún interrogante: él es acepto en Él — un estado completo, perfecto,
presente. Pero él es también un peregrino en la tierra, teniendo que alcanzar
la meta: es siempre así en Filipenses. Esto brinda la ocasión para todo tipo de
exhortación, advertencia, y "si". El Cristiano aprende así obediencia
y dependencia — las dos características del nuevo hombre. Pero con esto él es
llevado a la segura infalible fidelidad de Dios para llevarlo hasta el final, y
está obligado a contar con ello. Véase 1ª. Corintios 1:8, versículo que yo cito
porque los Corintios iban muy mal; pero abundan los pasajes referidos a esto.
Diligencia y seriedad debiesen caracterizar el andar de los Cristianos
en estas circunstancias, en las cuales la relación inmediata con Dios y el
conflicto personal con el enemigo tienen que ser consumados.
Unidad de espíritu y andar
piadoso; luminares celestiales
en
medio de la oscuridad moral del mundo — lo que Cristo era
El apóstol regresa al espíritu de mansedumbre y paz, en el cual los
frutos de justicia son sembrados. "Haced todo", dice él, "sin
murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de
Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la
cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de
vida" (Filipenses 2: 14-16): un pasaje muy llamativo, porque se encontrará
que en cada parte de la oración hay una declaración exacta de lo que Cristo
era. Cualesquiera que puedan ser las circunstancias en las cuales la asamblea
se encuentra, tal debería ser siempre, en cuanto respecta a ella misma, su
estado y su andar. La gracia suficiente para esto está siempre allí en Cristo.
La
obra y la recompensa del apóstol
y
la bendición de la asamblea
Unidad de espíritu entre ellos por medio de la gracia, y un andar
conforme a Dios, para que ellos puedan ser como luminares celestiales entre la
oscuridad moral de este mundo — llevando siempre, y asiendo, la Palabra de
vida; tal era el deseo del apóstol. Ellos darían así la demostración, mediante
la constancia y el resultado práctico de la fe de ellos, de que el apóstol no
había corrido en vano o trabajado en vano; y ellos mismos serían su gloria en
el día de Cristo. ¡Oh, si la asamblea hubiese continuado así! Sea como fuere,
Cristo será glorificado. El apóstol une así su obra y la recompensa en el día
de Cristo con la bendición de la asamblea. Él no sería separado de ella en su
muerte. Esta unión de corazón y fe es muy conmovedora, Él se presenta a sí
mismo como capaz de ser derramado (es decir, su vida) sobre el sacrificio y
servicio de la fe de los Filipenses. Ellos habían mostrado su consagración a Cristo
pensando incluso en Su siervo; y él considera toda la fe de ellos como una
ofrenda al Salvador y a Dios; considerándolos, al pueblo de Cristo, como la
substancia de la ofrenda, la cosa grande, siendo él mismo solamente una
libación — su vida derramada sobre el sacrificio. Quizás su vida sería
derramada en el servicio del evangelio, a lo cual ellos se consagraron por
decisión propia, y ser un sello para esta ofrenda de ellos, la cual estaba dedicada
a Dios mediante este vínculo sagrado con el apóstol. Él se regocijaba, si era
así, de que su vida fuese derramada: ello coronaría su obra para los Gentiles.
Él desea, asimismo, que ellos se regocijen también en el mismo espíritu en la
misma cosa. Todo era una sola cosa, la fe de ellos y la suya, y su servicio
común, ofrecido a Dios, y complaciéndole a Él; y la demostración más eminente
de ello debía ser la fuente del gozo más sagrado. Este mundo no era la escena
real de lo que estaba sucediendo: lo que nosotros contemplamos aquí en conexión
con la obra divina no es más que lo exterior. El apóstol habla este lenguaje de
fe, el cual ve siempre las cosas como estando delante de Dios.
Timoteo
va a ser enviado a los Filipenses
Sin embargo, su diligente cuidado no cesó, aunque él encomendó los
Filipenses a Dios. Ello es así siempre. El amor y la fe que confían todo a Dios
no cesan de pensar conforme a Dios acerca de aquello que es de estima para Él.
De este modo, en 1ª. Juan capítulo 2, el apóstol, si bien dice que los
"hijitos" en Cristo no necesitaban que nadie les enseñase, aun así él
les enseña con toda ternura y previsión. También aquí en Filipenses, el
apóstol, lleno de solicitud por estas almas que eran muy apreciadas por Cristo,
espera enviar pronto a Timoteo para que él pudiese conocer el estado de ellos.
Pero la condición de cosas es evidente. Él envía a Timoteo porque no tenía a
nadie más en cuyo corazón fluyesen más los mismos sentimientos hacia ellos, desde
la misma fuente de amor. Todos buscaban sus propios intereses, no los de
Jesucristo. ¡Qué ejercicio para la fe! ¡Pero qué ocasión para ejercitarla!
No obstante, con respecto a Timoteo, estos amados Filipenses debían
recibirle con un corazón que respondiese a la confianza del apóstol. Ellos
sabían de qué manera él había servido a Pablo en el evangelio. Los vínculos de
amor en el evangelio son los más fuertes — Dios sea alabado— cuando todo se
enfría. Y observen que Dios llevó a cabo Su obra cuando, en cuanto al
testimonio común de la asamblea, todo fracasó a través de la frialdad que
oprimía el corazón del apóstol; porque Dios no se fatiga en Su obra. No
obstante, este vínculo tampoco falla aquí con los Filipenses. Tan pronto como
Pablo supiese lo que sucedería con él mismo, les enviaría a Timoteo; pero, tal
como él había dicho, él tenía confianza en el Señor de que él mismo iría en
breve.
Epafrodito
y su servicio:
un
testimonio de amor Cristiano
Pero estaba también Epafrodito, el cual había venido desde los
Filipenses a llevar el testimonio del afecto de ellos al apóstol, y el cual,
siendo el fiel instrumento y expresión del amor de ellos, había arriesgado su
propia vida, y había padecido una peligrosa enfermedad, para llevar a cabo el
servicio de ellos. Este hermoso testimonio de amor Cristiano surge aquí en
todos los aspectos. Epafrodito cuenta de tal manera con el amor de los
Filipenses, que él está muy perturbado, porque ellos habían oído que él estuvo
enfermo. Él cuenta con los sentimientos que ellos tenían hacia él — el lugar
que él tenía en los afectos de ellos. ¿Acaso no sería así con un hijo
afectuoso, el cual supiese que su madre hubiese oído tales noticias acerca de
él? Él se daría prisa para informarle de su recuperación, para tranquilizar un
corazón cuyo amor él conocería. Tal es el afecto Cristiano, tierno y sencillo,
confiado, dado que es puro y libre de sospecha, y anda en la luz de Dios —
andando con Él y en los afectos que Cristo había consagrado como hombre. El
amor divino es superior; pero el amor fraternal, el cual actúa delante de los
hombres y como siendo el fruto entre los hombres de ese amor divino, se muestra
así en gracia.
El apóstol responde a este afecto de los Filipenses por él, el cual les
enseñó y trabajó en el Señor para ellos (el Espíritu Santo lo recuerda aquí
también), y envía de regreso a Epafrodito, animando y procurando sustentar este
sentimiento en el corazón de los Filipenses. Él mismo toma parte en él, y lleva
a él el tierno amor de Dios. Pablo tendría tristeza sobre tristeza (y él tenía
ya mucha), si los Filipenses hubiesen perdido a su amado siervo y mensajero por
los servicios que él les había rendido; pero Dios tuvo misericordia de
Epafrodito y del propio apóstol. Sin embargo, él los tranquilizaría por medio
de la presencia de Epafrodito nuevamente entre ellos; y por tanto, el corazón
del apóstol libertado de toda ansiedad, sería aliviado también. ¡Qué cuadro de
amor muto y amable solicitud!
Compasiones y afectos para con
los obreros de Dios;
una
preciosa cadena de amor
Y observen los modos de obrar en los que Dios, según el apóstol, toma
parte en ello. Lo que nos es presentado aquí es: Sus compasiones, no los
consejos de Su amor, sino compasiones dignas de Dios, y afectos que Él aprueba
entre los hombres. Algunas veces estos afectos y este valor para los obreros
son temidos; y tanto más aún porque, de hecho, la asamblea se tiene que
desembarazar de toda falsa dependencia del hombre. Pero es en el completo
fracaso de la fortaleza manifestada y el vínculo organizado exterior por la
ausencia del apóstol, que el Espíritu de Dios desarrolla la operación de estos
afectos y vínculos para la enseñanza de la asamblea; cuando él reconoce todo lo
que queda de las ruinas de su primitiva posición y sus vínculos exteriores. Él
no crea estas de nuevo; sino que reconoce aquello que aún existe. Es solamente
el primer versículo de esta epístola el que habla de esto — nada más fue
necesario; pero él desarrolla los vínculos interiores ampliamente, no como
doctrina, sino como hecho. Dios mismo, el apóstol, su fiel Timoteo, el valioso
siervo de los Filipenses, el cual era tan querido para él, y el consiervo de
Pablo, el siervo del Señor, los propios Filipenses, todos tienen su parte en
esta preciosa y bella cadena de amor. La benignidad de la vida cristiana es
desarrollada así en cada parte de este capítulo; la delicadeza de su
reprobación del espíritu de división; el hecho de enviar a Timoteo cuando él
pudo darles a conocer lo que sucedió con él, pero el envío de Epafrodito de
inmediato porque ellos habían oído que este había enfermado. Esta benignidad, y
consideración de los demás, observen, se relaciona con un Cristo que se humilla
a Sí mismo. Un Cristo humilde humillándose desde la forma de Dios hasta la
muerte, es el manantial de la benignidad humilde; Uno que está exaltado buscado
en gloria, la energía el manantial de energía que estima todas las cosas como escoria
y estiércol, a fin de ganar a Cristo.
CAPÍTULO
3
El
pleno disfrute: su impedimento y conservación en
la
experiencia Cristiana
Al fin y al cabo, ellos tenían que regocijarse en el Señor mismo, y el
apóstol los coloca a ellos en guardia contra aquello que había erosionado la
vida de la asamblea, y producido los dolorosos frutos que habían llenado su
corazón con angustia, y las deplorables consecuencias de lo cual nosotros vemos
en el día actual, tal como él lo predijo — consecuencias que aún madurarán para
el juicio de Dios. Sea ello como fuere, el Señor no cambia. "Regocijaos",
dice él, "en el Señor." (Filipenses 3:1 – LBLA). Todo es seguro allí.
Aquello que podía impedir que ellos se regocijaran así es desarrollado,
así como el conocimiento verdadero de Cristo, lo cual nos preserva de ello: esto
no es aquí conforme a la doctrina y la práctica que corresponden a la posición
elevada de la unión de la asamblea con un Cristo glorificado como Su cuerpo, ni
tampoco es conforme a la unidad que emana de ella. Este es el tema de la
Epístola a los Efesios. Tampoco ello es conforme a la necesidad urgente de
asirse a la Cabeza, porque toda plenitud está en Él (Colosenses 1:19). Pero, de
acuerdo con el carácter general de la epístola, el tema es tratado aquí en
conexión con las experiencias personales del Cristiano, y, en particular, del
apóstol. Por consiguiente — como se vio en sus combates y tristezas personales
— él mismo se encuentra de camino hacia el pleno disfrute de este Objeto el
cual él ha aprendido a conocer, y del estado que su corazón desea. Este debiese
ser la experiencia Cristiana, porque, si yo estoy unido por el Espíritu a la
Cabeza como un miembro del cuerpo de Cristo, y si por medio de la fe yo asimilo
esta unión, es sin embargo cierto que mi experiencia personal (aunque esta fe
es su base) está necesariamente en conexión con las sendas que yo sigo para
alcanzar la gloria a la que esto me da derecho. No se trata de que los
sentimientos despertados por lo que yo encuentro en esta senda falsifiquen o
contradigan mi posición en Cristo, o destruyan la certeza de mi punto de
partida. Pero, si bien se posee esta certeza, y debido a que yo la poseo, yo se
que, de hecho, no he alcanzado el resultado de esta posición en la gloria.
Ahora bien, en esta epístola, nosotros estamos en el camino, estamos
individualizados en nuestra relación con Dios; porque la experiencia es siempre
individual, aun cuando nuestra unión de los unos con los otros como miembros de
Cristo forma una parte de esta experiencia.
Advertencias
y enseñanzas en contra de dejar a un Cristo
Conocido
y glorificado para regresar al Judaísmo
En Filipenses 3 Pablo reanuda su exhortación; pero no era gravoso para
él, y era seguro para ellos (estando presente el peligro y vigilante su tierno
amor), para renovar sus advertencias y enseñanzas con respecto a la mezcla de
principios Judaizantes con la doctrina de un Cristo glorificado. Ello era, de
hecho, destruir lo último y reinstalar la carne (es decir, el pecado y el distanciamiento
de Dios) en su lugar. Se trataba del primer hombre, ya rechazado y condenado, y
no del segundo Hombre. Sin embargo, la carne no aparece aquí en su forma de
pecado, sino en forma de justicia, de todo aquello que es respetable y
religioso, de ordenanzas que tenían la venerable importancia de la antigüedad
unida a ellas, y en cuanto al origen de ellas, si todo no había sido eliminado
en Cristo, la autoridad de Dios mismo.
Para el apóstol, el cual conoció a Cristo en el cielo, todo esto no era
más que un señuelo para alejar al Cristiano de Cristo, y arrojarlo de nuevo en
la ruina de la cual Cristo lo había sacado. Y esto sería tanto peor, porque
sería abandonar a un Cristo conocido y glorificado, y regresar a aquello que
había demostrado ser de ningún valor por causa de la carne. Por lo tanto, el
apóstol no perdona la doctrina ni a los que la enseñaban.
Mutilación o circuncisión; el
amor verdadero a Cristo da al mal
su
carácter verdadero
La gloria que él había visto, sus contiendas con estos falsos maestros,
el estado al cual ellos habían arrojado la asamblea, Jerusalén y Roma, su
libertad y su prisión — todo, le había granjeado la experiencia de lo que el
Judaísmo valía en cuanto a la asamblea de Dios. Ellos eran perros, malos
obreros, es decir, obreros de malicia y maldad. Ello no era la circuncisión. Él
lo trata con profundo desprecio y usa un lenguaje, cuya dureza está justificada
por su amor por la asamblea; porque el amor es severo hacia aquellos que,
desprovistos de conciencia, corrompen el objeto de ese amor. Ello era
mutilación. Cuando el mal sin vergüenza, y trabajando para producir mal bajo un
ignominioso velo de religión, es manifestado en su carácter verdadero, la
benevolencia es un crimen en contra de los objetos del amor de Cristo. Si nosotros
le amamos a Él, nosotros, en nuestra relación con la asamblea, daremos al mal
su carácter verdadero que dicho mal procura ocultar. Esto es amor verdadero y
fidelidad verdadera a Cristo. Ciertamente, el apóstol no había fracasado en
condescendencia hacia los más débiles en este aspecto. Él la había llevado
lejos; su encarcelamiento lo demostró. Y ahora la asamblea, privada de su
energía y esa decisión espiritual que estaba llena de amor a todo lo que es
bueno, estaba más en peligro que nunca. La experiencia de toda una vida de
actividad, de la mayor paciencia, de cuatro años de vituperio en prisión, estas
circunstancias le llevaron a pronunciar estas palabras contundentes y urgentes,
"Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los
mutiladores del cuerpo." La doctrina de la epístola a los Efesios, la
exhortación de la de los Colosenses, el afecto de aquella a estos Filipenses,
con la denuncia contenida en Filipenses 3:2, datan de la misma época, y están
marcadas con el mismo amor.
Pero ello fue suficiente para denunciarlos. En otra parte, donde ellos
no eran bien conocidos, él dio detalles, como en el caso de las palabras
dirigidas a Timoteo, quien aún tenía que velar por la asamblea. Bastaba ahora
con señalar su bien conocido carácter. Todo lo que Judaizaba, todo lo que
procuraba mezclar la ley y el evangelio, confiando en ordenanzas y el Espíritu,
era desvergonzado, malicioso, y despreciable. Pero el apóstol se ocupará más
bien del poder que lo libra de ello. Nosotros somos la circuncisión (aquello
que está realmente separado del mal, aquello que está muerto al pecado y a la
carne), nosotros que adoramos a Dios, no en la falsa pretensión de ordenanzas,
sino espiritualmente por el poder del Espíritu Santo, los que nos regocijamos en
Cristo el Salvador y no en la carne, sino que, por el contrario, no tenemos
confianza alguna en ella. Nosotros vemos aquí a Cristo y al Espíritu en
contraste con la carne y el yo.
La
justicia de la carne de Pablo, y la excelencia del
conocimiento
de Cristo Jesús eclipsa todo
De hecho, Pablo podía presumir, si era necesario, en aquello que
pertenecía a la carne. En cuanto a todos los privilegios Judíos, él los poseía
en el grado más elevado. Él había superado a todos en celo santo contra los
innovadores. Una cosa sola lo había cambiado todo — él había visto a un Cristo
glorificado. Todo lo que él tenía según la carne fue de allí en adelante
pérdida para él. Ello situaría algo entre él y el Cristo de su fe y de su deseo
— el Cristo a quien él conoció. Y observen que no son los pecados de la carne
que Cristo expía y elimina lo que él rechaza; lo que él rechaza es la justicia
de la carne. Él puede decir que la carne no tiene justicia alguna; pero incluso
si el apóstol hubiese poseído alguna justicia de la carne — como, de hecho, él
la poseía exteriormente — él no la consentiría, porque él había visto
una justicia mejor. En Cristo, el cual
había aparecido a él en el camino a Damasco, él había visto la justicia divina
para el hombre, y la gloria divina en el hombre. Él había visto a un Cristo
glorificado, el cual reconocía a los pobres miembros débiles de la asamblea
como una parte de Él mismo. Él no consentiría ninguna otra cosa. La excelencia
del conocimiento de Cristo Jesús su Señor había eclipsado todo — había cambiado
todo lo que no era eso en perdida. Las estrellas, así como la oscuridad de la
noche, desaparecen delante del sol. La justicia de la ley, la justicia de
Pablo, todo lo que lo distinguía entre los hombres, desaparecían delante de la
justicia de Dios y la gloria de Cristo.
Ganancia
convertida en pérdida y Cristo llega a ser todo
Se trató de un profundo cambio en todo su ser moral. Su ganancia era
ahora pérdida para él. Cristo llegó a ser todo. No fue el mal lo que
desapareció — todo lo que pertenecía a Pablo como ventaja para la carne
desapareció. Otro era ahora precioso para él. Qué profundo y radical cambio en
todo el ser moral del hombre, cuando él deja de ser el centro de su propia
importancia; y Otro, Uno digno de serlo, ¡se convierte en el centro de su
existencia moral! — una Persona divina, un hombre que había glorificado a Dios,
un hombre en quien la gloria de Dios resplandeció, para el ojo de la fe; en
quien Su justicia se hizo realidad, Su amor, Su tierna misericordia,
perfectamente revelados hacia el hombre y conocidos por los hombres. Este era
Aquel a quien Pablo deseaba ganar, poseer — porque nosotros aún estamos aquí en
las sendas del desierto — él deseaba ser hallado en Él: "para ganar a
Cristo, y ser hallado en él." Dos cosas estaban presentes para su fe y para
este deseo: tener la justicia de Dios mismo como suya (en Cristo la poseería);
y además, conocerle a Él y el poder de Su resurrección — porque él Le conocía
solamente como resucitado — y, según aquel poder obrando ahora en él, tener
parte en los padecimientos de Cristo, y llegando a ser semejante a Él en Su
muerte.
La
muerte de Cristo y el poder de Su resurrección
Fue en Su muerte que el perfecto amor había sido demostrado, que el
perfecto terreno de la justicia divina y eterna había sido establecido, que la
renunciación a Sí mismo fue manifestada de manera práctica, enteramente,
perfectamente en Cristo, el objeto perfecto para el apóstol de una fe que lo
percibía y lo deseaba conforme al nuevo hombre. Cristo había pasado a través de
la muerte en la perfección de esa vida, cuyo poder fue manifestado en
resurrección.
El
deseo de Pablo de seguir a su Señor y Sus padecimientos,
habiendo
visto a Él en la gloria
Pablo, habiendo visto esta perfección en la gloria, y estando unido
(débil como él era en sí mismo) a Cristo, la fuente de este poder, deseaba
conocer el poder de Su resurrección, para que él pudiese seguirle en Sus
padecimientos. Las circunstancias hacían que esto fuese considerado como una
realidad delante de sus ojos. Su corazón veía solamente, o deseaba ver, a
Cristo, para que pudiese seguirle a Él allí. Si la muerte estaba en el camino,
él era solamente mucho más semejante a Cristo.
A él no le importaba lo que ello costase, si de alguna manera él pudiese
llegar. Esto daba una energía de propósito íntegra. De hecho, esto es conocerle
a Él, como puesto a prueba completamente, y conocer así todo lo que Él era, Su
perfección — de amor, de obediencia, de consagración — plenamente manifestada;
pero el objetivo es ganar a Cristo tal como Él es.
Habiendo visto a Él en la gloria, el apóstol comprendió la senda que Le
había llevado allí, y la perfección de Cristo en esa senda. Participando en Su
vida, él deseaba hacer realidad Su poder conforme a Su gloria, para poder él
seguirle, para estar donde Jesús estaba, y en la gloria con Él. Esto es lo que
el Señor dijo en Juan 12: 23-26. ¿Quién Le ha percibido a Él tal como Pablo por
la gracia de Dios? Observen aquí la diferencia entre él y Pedro. Pedro se nombra
a sí mismo como "testigo de los padecimientos de Cristo", y, un
"participante de la gloria que será revelada (1ª. Pedro 5:1); Pablo, un
testigo de la gloria tal como es en el cielo ("tal como él es", como
dice Juan en 1ª. Juan 3:2), desea compartir Sus padecimientos. Se trata del
fundamento especial del lugar de la asamblea, de andar en el Espíritu, conforme
a la revelación de la gloria de Cristo. Es esto, yo no lo dudo, lo que hace a
Pedro decir, que en todas las epístolas de Pablo — que él reconoce además como
una parte de las Escrituras — hay algunas cosas difíciles de entender (2ª.
Pedro 3: 15, 16). Ello sacaba al hombre de todo el antiguo orden de cosas.
La
justicia de Dios en Cristo y el conocimiento de Cristo
Habiendo visto a Cristo en la gloria, había dos cosas para Pablo — la
justicia de Dios en Cristo, y el conocimiento de Cristo. Lo primero eclipsaba
enteramente todo aquello de lo cual la carne podía presumir. Esto era 'lo mío
propio', la justicia del hombre según la ley. Lo otro era la justicia de Dios,
la cual es por medio de la fe (Romanos 3: 21, 22); es decir, el hombre nada es
en ella. Es la justicia de Dios: el hombre tiene parte en ella creyendo, es
decir, por medio de la fe en Cristo Jesús. El creyente tiene su lugar delante
de Dios en Cristo, en la justicia de Dios mismo, el cual Él ha manifestado al
glorificar a Cristo, habiéndose glorificado Él mismo en Él. ¡Qué posición! No
solamente el pecado está excluido, sino la justicia humana, todo lo que es del
yo; siendo nuestro lugar según la perfección en la que Cristo como hombre, ha
glorificado perfectamente a Dios. Pero este lugar es necesariamente el lugar de
Aquel que ha consumado esta obra gloriosa. Cristo, en Su Persona y en Su
posición actual {*} es la expresión de nuestro lugar: conocerle a Él es conocer
dicho lugar. Él está allí conforme a la justicia divina. Estar allí, tal como
Él está, es aquello en lo cual la justicia divina gratuitamente, pero
necesariamente, introduce al hombre — nos introduce a nosotros — en Cristo.
{*} No, obviamente, en cuanto a estar a la diestra
de Dios—esto era personal.
A partir de entonces, habiendo visto la justicia de Dios en que Cristo
está allí, yo mismo deseo conocer qué es estar allí: y yo deseo conocer a
Cristo. Pero, a decir verdad, esto abarca todo lo que Él fue al llevarlo a
cabo. La gloria revela el poder y el resultado. Lo que Él padeció es la obra en
la que Él glorificó a Dios; de modo que la justicia divina ha sido consumada en
Su exaltación, como hombre, a la gloria divina. Y aquí el amor divino, la
perfecta consagración a la gloria de Su Padre, la constante y perfecta
obediencia, el hecho de soportar todas las cosas para dar testimonio del amor
de Su Padre por los hombres, la paciencia perfecta, los padecimientos
insondables, para que el amor pudiese ser tanto posible como perfecto para los
pecadores — resumiendo, todo lo que Cristo era, estando conectado con Su
Persona, hace que Él sea un Objeto que ordena, posee, libera, y fortalece el
corazón, mediante el poder de Su gracia actuando en la nueva vida, en la cual
nosotros estamos unidos a Él por el omnipotente vínculo del Espíritu, y causa
que Él sea el único Objeto delante de nuestros ojos.
El deseo de Pablo por la copa
y el bautismo de Cristo;
su
experiencia personal y práctica y su propia resurrección
Por consiguiente, Pablo desea tener aquello que Cristo puede dar, Su
copa, y Su bautismo; y dejar al Padre, aquello que Cristo dejó a Él, la
disposición de lugares en el reino. Pablo no desea, como Juan y Jacobo, el
lugar a la derecha y a la izquierda (Marcos 10:35 y ss.), es decir, un buen
lugar para él. Pablo desea a Cristo, él ganaría a Cristo. Él no sigue
tembloroso, como los discípulos lo hicieron en ese capítulo (Marcos 10); él
desea padecer — es decir, no padecer por padecer, sino tener parte en los
padecimientos de Cristo. Por tanto, en lugar de marcharse como el joven en el
mismo capítulo de Marcos, porque él tenía mucho que sacar provecho de la carne,
en lugar de aferrarse como él a la ley para su justicia, él renuncia a esa
justicia que él tenía en común con el joven; y todo lo que él tenía lo tenía
por basura (o, estiércol).
Nosotros tenemos aquí, entonces, la experiencia personal práctica de la
operación de este gran principio, el cual el apóstol había expuesto en otras
epístolas, a saber, que nosotros tenemos parte con un Cristo glorificado.
Asimismo, al hablar del resultado en cuanto a sí mismo, él habla de su propia
resurrección conforme al carácter de la de Cristo. No es de eso de lo que Pedro
habla, como hemos visto, el participar sencillamente en la gloria que iba a ser
revelada. Es lo que precede. Habiendo visto a Cristo en la gloria, según el
poder de Su resurrección, él desea participar en eso: y esta es la fuerza de su
palabra, "si en alguna manera" (Filipenses 3:11). Él deseaba tener
parte en la resurrección de entre los muertos. Si acaso, para alcanzarlo, era
necesario pasar a través de la muerte (como Cristo había hecho), él pasaría a
través de ella, costase lo que costase, aunque ello fuese de una forma muy
dolorosa — y la muerte estaba en aquel momento delante de sus ojos con su
terror humano: él deseaba participar con Cristo plenamente.
La resurrección de entre los
muertos:
Cristo
el ejemplo y modelo
Ahora bien, el carácter de esta resurrección es que es de entre los
muertos; no es simplemente la resurrección de los muertos. Es salir, por el
favor y el poder de Dios (en lo que se refiere a Cristo, y de hecho a nosotros
también por medio de Él, por la justicia de Dios), de la condición del mal en
la cual el pecado había sumido al hombre — salir, después de haber estado
muertos en pecados, y ahora muertos al pecado, por intermedio del favor y el
poder y la justicia de Dios. ¡Qué gracia! ¡Y qué diferencia! Por seguir a
Cristo conforme a la voluntad de Dios, en el lugar donde Él nos ha situado (y el
hecho de estar satisfechos con el lugar más bajo, si Dios nos lo ha dado, es la
misma renunciación del yo en cuanto a trabajar en el más elevado — el secreto
de cada uno es que Cristo es todo y nosotros mismos somos nada), nosotros
participamos en Su resurrección — un pensamiento lleno de paz y gozo, y que
llena el corazón con amor a Cristo. Esperanza gozosa y gloriosa, la cual
resplandece delante de nuestros ojos en Cristo, ¡y en aquel bendito Salvador
glorificado! Objetos del divino favor en Él, nosotros salimos — porque el ojo
de Dios está sobre nosotros, porque somos Suyos — de la casa de la muerte, la
cual no puede detener a los que son Suyos, porque la gloria y el amor de Dios están
interesados en ellos. Cristo es el ejemplo y el modelo de nuestra resurrección;
el principio (Romanos 8) y la certeza de nuestra resurrección están en Él. El
camino a ello es el que el apóstol traza aquí.
Olvidando
y prosiguiendo; un corazón y una mente indivisos
Pero dado que la resurrección y la semejanza a Cristo en gloria eran los
objetos de esta esperanza, es muy evidente que él no la había alcanzado. Si esa
era su perfección, él no podía ser perfecto aún. Él iba, como ha sido dicho, de
camino; pero Cristo lo había aprehendido, por así decirlo, para ello, y él
prosigue aún para apoderarse del premio, para el disfrute de aquello para lo
cual Cristo lo había aprehendido. «No», él repite a sus hermanos, «no considero
yo mismo haberlo alcanzado«». Pero, a lo menos, una cosa él podía decir — él
olvidaba todo lo que estaba detrás de él. Y proseguía siempre hacia la meta,
manteniéndola siempre a la vista para obtener el premio del llamamiento de
Dios, el cual se encuentra en el cielo. ¡Feliz Cristiano! Es una gran cosa no
perder jamás de vista esto, no tener jamás un corazón dividido, pensar sólo una
cosa; actuar, pensar, siempre conforme a la energía positiva forjada por el
Espíritu Santo en el nuevo hombre, dirigiéndolo a este único y celestial
objetivo. No son propiamente sus pecados lo que él dice aquí que olvidó — fue
su progreso lo que él olvidó, sus ventajas, todo eso estaba ya atrás. Y esto no
fue meramente la energía que se mostró a sí misma en el primer impulso; él
consideraba aún todo como nada más que basura (estiércol) porque él tenía a
Cristo aún en vista. Esta es la verdadera vida cristiana. ¡Qué triste momento
habría sido para Rebeca si, en medio del desierto con Eliezer, ella hubiese
olvidado a Isaac, y hubiese comenzado a pensar en Betuel y en la casa de su
padre! ¿Qué tenía ella, en aquel entonces, en el desierto con Eliezer?
Tal es la verdadera vida y la verdadera posición del Cristiano; incluso
como los Israelitas, aunque preservados por la sangre del mensajero del juicio,
no estuvieron en el lugar verdadero de ellos hasta que estuvieron al otro lado
del Mar Rojo, un pueblo libertado. Entonces él está de camino a Canaán, como
perteneciendo a Dios.
El
andar de Cristo en la tierra
El Cristiano, hasta que él entiende esta nueva posición que Cristo ha
asumido como resucitado de los muertos, no está espiritualmente en su lugar
verdadero, no es perfecto o maduro en Cristo. Pero cuando él ha alcanzado esto,
no ha de despreciar a los demás, ciertamente. "Si", dice el apóstol,
"en algo tenéis una actitud distinta, eso también os lo revelará
Dios" (Filipenses 3:15 – LBLA), Dios revelaría a ellos la plenitud de Su
verdad; y todos habían de andar juntos teniendo un mismo pensamiento acerca de
las cosas que ellos habían alcanzado. Allí donde el ojo fuese sencillo, sería
así: hubo muchos con los cuales este no fue el caso; pero el apóstol fue
ejemplo de ellos. Esto estuvo diciendo mucho. Mientras Cristo vivía en el poder
peculiar de esta resurrección, la vida no podía ser revelada del mismo modo; y
además, mientras estuvo en la tierra, Cristo anduvo en la conciencia de lo que
Él era con Su Padre antes que el mundo existiese, de modo que, aunque por el gozo
puesto delante de El sufrió (Hebreos 12:2), aunque Su vida fue el modelo perfecto
del hombre celestial, hubo en Él un reposo, una comunión, que tenía un carácter
bastante peculiar, no obstante instructivo para nosotros, porque el Padre nos
ama como Él amaba a Jesús, y Jesús también nos ama como el Padre Le amaba. En
el caso de Él, no fue la energía de uno que debe correr la carrera para obtener
aquello que él nunca poseyó aún; Él hablaba de lo que Él conocía, y daba
testimonio de aquello que Él había visto, de aquello que había abandonado por
amor a nosotros, el Hijo del Hombre que está en el cielo.
Los
diversos puntos de vista de Juan, Pedro y Pablo
Juan se adentra más en este carácter de Cristo: por lo tanto, en sus
epístolas encontramos más de lo que Él es en Su naturaleza y carácter, que de
lo que nosotros seremos con Él en la gloria. Pedro, edificando sobre el mismo
fundamento como los demás, espera, sin embargo, aquello que será revelado. Su
peregrinaje era en realidad hacia el cielo, para obtener un tesoro que estaba
preservado allí, el cual será revelado en el tiempo postrero (1ª. Pedro 1:1 y
ss.); pero ello está relacionado más con aquello que ya había sido revelado.
Desde su punto de vista, el lucero de la mañana (o, estrella de la mañana) en
la que Pablo vivió aparecía sólo en el horizonte extremo. Para Pedro, la vida práctica
era la de Jesús entre los Judíos. Él no podía decir como Pablo, "sed
imitadores de mí" (Filipenses 3:17). El efecto de la revelación de la
gloria celestial de Cristo, entre Su partida y Su reaparición, y la de la unión
de todos los Cristianos a Él en el cielo, se hacía realidad plenamente sólo en
aquel que lo recibía. Fiel por gracia a esta revelación, no teniendo ningún
otro objetivo que guiase sus pisadas, o que dividiese su corazón, él mismo se
presenta como un ejemplo. Él siguió verdaderamente a Cristo, pero la forma de
su vida fue peculiar, debido a la manera en que Dios lo había llamado; y es así
como debiesen andar los Cristianos que poseen esta revelación.
Por consiguiente, Pablo habla de una administración (comisión,
mayordomía, dispensación) encomendada a él. (1ª. Corintios 9:17; Efesios 3:2;
Colosenses 1:25). {*}
{*} N. del T.: En los tres versículos mencionados
la palabra griega es οἰκονομία – oikonomía de G3623;
administración (de una familia o propiedad); específicamente «economía»
(religiosamente):- mayordomía, administración, comisión, dispensación. (Fuente:
DICCIONARIO STRONG - Palabras
hebreas, arameas y griegas del Antiguo y Nuevo Testamento y su traducción en la
Versión Reina Valera 1960
de
James Strong.
Mirando
constantemente a Jesús como el Cristo celestial, glorificado
Pablo no insiste en que ellos quiten sus ojos de Cristo; en lo que él
insiste es en tener los ojos continuamente fijos en Él. Fue esto lo que
caracterizó al apóstol, y en esto él mismo se presenta como un ejemplo. Pero el
carácter de este mirar a Jesús era especial. Su objeto no era un Cristo
conocido en la tierra, sino un Cristo glorificado a quien él había visto en el
cielo. Proseguir siempre a este fin formó el carácter de su vida; así como esta
misma gloria de Cristo, como un testimonio de la introducción en justicia
divina y para la posición de la asamblea, formó la base de su enseñanza. Por lo
tanto, él puede decir, "sed imitadores de mí." Su mirada estuvo
siempre fija en el Cristo celestial, el cual había resplandecido delante de sus
ojos y resplandecía aún delante de su fe.
Enemigos
de la cruz de Cristo sin vida andando entre Cristianos;
un
tono inferior de Cristianismo permitiendo esto;
gracia
divina y juicio solemne
Por tanto, los Filipenses debían andar juntos, y prestar atención a
quienes seguían el ejemplo del apóstol; porque (dado que se trataba
evidentemente de un período en el cual la asamblea como un todo se había
alejado mucho de su primer amor y de su condición normal) había muchos que,
aunque llevaban el nombre de Cristo y habiendo presentado una vez buena
esperanza, de tal manera que el apóstol habla de ellos con lágrimas, eran
enemigos de la cruz de Cristo. Porque la cruz en la tierra, en nuestra vida,
responde a la gloria celestial en lo alto. La asamblea en Filipos no es el tema
aquí, sino la condición exterior de la asamblea universal. Muchos ya se estaban
denominando Cristianos ellos mismos, los cuales unían a ese gran nombre una
vida que tenía la tierra y las cosas terrenales como sus objetos. El apóstol no
los reconocía. Ellos estaban allí; no era un asunto de disciplina local, sino
de una condición del Cristianismo, en el cual incluso todos buscaban su propio
interés; y por tanto, estando así rebajados espiritualmente, dando poca cuenta
del Cristo de gloria, muchos que no tenían vida en absoluto podían andar entre
ellos sin ser detectados, por aquellos que tenían tan poca vida en ellos mismos
y apenas andaban mejor de lo que ellos lo hacían. Porque no parece que aquellos
a los que les importaban las cosas terrenales cometiesen algún mal que
requiriese disciplina pública. El tono inferior general de espiritualidad entre
los verdaderos Cristianos daba libertad a los otros para andar con ellos; y la
presencia de los últimos rebajaban aún más el estándar de la piedad de vida.
Pero este estado de cosas no escapaba al ojo espiritual del apóstol, el
cual, fijo en la gloria, discernió pronta y claramente todo lo que no tenía esa
gloria como su motivo; y el Espíritu nos ha presentado el juicio divino, muy
grave y muy solemne, con respecto a este estado de cosas. Sin duda alguna, este
estado ha empeorado enormemente desde entonces, y sus elementos se han
desarrollado y establecido de una manera y en proporciones que están
caracterizadas de manera muy diferente; pero los principios morales con
respecto al andar permanecen siempre los mismos para la asamblea. El mismo mal
está presente para ser evitado, y los mismos medios eficaces están presentes para
evitarlo. Existe el mismo ejemplo bienaventurado para seguir, el mismo Salvador
celestial para que sea el Objeto precioso de nuestra fe, la misma vida para
vivir si nosotros deseamos ser realmente Cristianos.
Los dos fines — el de aquellos
cuyo corazón estaba puesto en las
cosas
terrenales y el del Cristiano verdadero; nuestros cuerpos
de
humillación conformados al cuerpo glorioso de Cristo
Lo que caracterizaba a estas personas que profesaban el nombre de Cristo
era, que sus corazones estaban puestos en las cosas terrenales. De este modo,
la cruz no tenía su poder práctico — ello hubiese sido una contradicción. El
fin de estas personas era, por consiguiente, la destrucción. El Cristiano
verdadero no era así; su ciudadanía estaba en el cielo y no en la tierra; su
vida moral transcurría en el cielo, sus verdaderas relaciones estaban allí.
Desde allí él esperaba a Cristo como un Salvador, es decir, para liberarlo de
la tierra, de este sistema terrenal lejos de Dios aquí abajo, porque la
salvación es vista siempre en esta epístola como el resultado final del
conflicto, el resultado debido al poder todopoderoso del Señor. Entonces,
cuando Cristo vendrá a tomar la asamblea a Sí mismo — los Cristianos,
verdaderamente celestiales, serán semejantes a Él en Su gloria celestial, una semejanza
que es el objeto del anhelo de ellos en todos los tiempos (compárese con 1ª.
Juan 3:2). Cristo lo llevará a cabo en ellos, conformando sus cuerpos de
humillación a Su cuerpo glorioso según el poder con que puede sujetar a Sí
mismo todas las cosas. Entonces el apóstol y todos los Cristianos habrán
alcanzado el fin, la resurrección de entre los muertos.
Cristo como el
manantial de la energía de la vida Cristiana y de
su benignidad de
andar; la cosa a la que Pablo aspiraba
Tal es el tenor de este capítulo. Cristo, visto en gloria, es el
manantial de energía para la vida cristiana, ganar a Cristo, de modo que todo
lo demás sea pérdida; como Cristo se despojó a Sí mismo, es el manantial de la benignidad
del andar cristiano: las dos partes de la vida cristiana que somos demasiado propensos
a sacrificar, la una por la otra o, a lo menos, dedicarnos a una olvidándonos
de la otra. En ambas Pablo resplandece de manera singular. En el capítulo
siguiente nosotros tenemos la superioridad a las circunstancias. Esto es
también la experiencia y el estado de Pablo; porque se observará que es la
experiencia personal de Pablo la que recorre (hablando humanamente) toda su
impecable experiencia — no perfección. Semejanza a Cristo en la gloria es el
único estándar de eso. En cuanto a este capítulo tercero, muchos han preguntado
si lo que se pretendía era una asimilación espiritual a Cristo aquí, o una
completa asimilación a Él en la gloria. Esto es más bien olvidar la importancia
de lo que el apóstol dice, a saber, que la visión y el deseo de la gloria
celestial, el deseo de poseer a Cristo mismo glorificado así, era lo que
formaba el corazón aquí abajo. Un objeto a ser alcanzado aquí abajo en uno
mismo no podía ser hallado, pues Cristo está en lo alto; ello sería separar el
corazón del Objeto que lo forma a Su propia semejanza. Pero aunque nosotros no
alcanzamos nunca la meta aquí abajo, dado que se trata de un Cristo glorificado
y de la resurrección de entre los muertos, con todo, el hecho de anhelarlo nos
asimila más y más a Él. El Objeto en la gloria forma la vida que responde a
ella aquí abajo. Si hubiese una luz al final de un largo callejón recto, yo
jamás tengo la luz misma hasta que he llegado allí; pero yo tengo siempre luz
en aumento en proporción a la medida en que avanzo; la conozco mejor; yo mismo
estoy más en la luz. Es así con un Cristo glorificado, y esa es la vida
cristiana (compárese con 2ª. Corintios 3).
CAPÍTULO
4
El
valor de 'estar firmes' en el Señor
Los Filipenses debían, por tanto, estar firmes en el Señor. Esto es
difícil cuando el tono general es rebajado; doloroso también, porque el andar
propio llega a ser mucho más solitario, y los corazones de los demás se
estrechan. Pero el Espíritu nos ha presentado claramente el ejemplo, el
principio, el carácter, y la fortaleza de este andar. Con la vista puesta en
Cristo todo es fácil; y la comunión con Él da luz y certeza; y vale por todo lo
demás que quizás nosotros perdemos.
Sin embargo, el apóstol habla con delicadeza acerca de estas personas.
Ellos no eran como los falsos maestros judaizantes que corrompían las fuentes
de vida, y obstruían la senda de comunión con Dios en amor. Ellos habían
perdido esta vida de comunión, o nunca habían tenido nada más que la apariencia
de ella. Él lloraba por ellos.
El
escritor y el portador de la epístola
Yo pienso que el apóstol envió esta carta por medio de Epafrodito, el
cual probablemente también la escribió mientras el apóstol la dictaba; tal como
se hizo con respecto a todas las epístolas, excepto la de a los Gálatas, la
cual, como él nos dice, la escribió de su propia mano (Gálatas 6:11). Por lo
tanto, cuando él dice, "fiel compañero de yugo" (Filipenses 4:3 - VM),
yo pienso que él habla de Epafrodito, y se dirige a él.
La
gracia de Dios al recordar y suplicar a los que estaban
en
desacuerdo así como a los demás que eran colaboradores
Pero él menciona incluso a dos hermanas, que no tenían un mismo sentir
al resistir al enemigo. Él deseaba unidad de corazón y mente en todo sentido.
Él suplica a Epafrodito (si en realidad es él) como siervo del Señor, que ayude
a estas fieles mujeres que habían trabajado de común acuerdo con Pablo para
difundir las buenas nuevas (el evangelio). Evodia y Síntique, eran quizás del número
de ellos — la conexión de pensamiento hace que ello sea posible. La actividad
de ellas, habiendo ido más allá de la medida de su vida espiritual, las entregó
a un ejercicio de voluntad propia que las puso en desacuerdo. Sin embargo,
ellas no fueron olvidadas, junto con Clemente y los demás, los cuales eran
colaboradores con el propio apóstol, cuyos nombres estaban en el libro de la
vida. Porque el amor por el Señor recuerda a todo lo que Su gracia hace; y esta
gracia tiene un lugar para cada uno de los Suyos.
Exhortaciones prácticas para
que los fieles anden conforme
a su llamamiento celestial; el
puro y sereno manantial de gozo
El apóstol regresa a las exhortaciones prácticas dirigidas a los fieles,
con respecto a su vida usual, para que pudiesen andar conforme al llamamiento
(o, vocación) celestial de ellos, " Regocijaos en el Señor." Si él llora
por muchos que se denominan a
sí mismos Cristianos, él se regocija siempre en el Señor; en Él está aquello
que nada puede alterar. Esto no es una indiferencia para con el dolor que
impide el llorar, sino que es un manantial de gozo que se agranda cuando hay
angustia, debido a su inmutabilidad, y que llega a ser aún más puro en el
corazón mientras más se convierte en el único manantial; y es en sí mismo el
único manantial que es infinitamente puro. Cuando este es nuestro único
manantial, por esa razón amamos a los demás. Si los amamos aparte de Él, nosotros
perdemos algo de Él. Cuando a través del
ejercicio de corazón somos despojados de la costumbre de beber de otros
manantiales, Su gozo permanece en toda su pureza, y nuestra preocupación por
los demás participa de la misma pureza. Además, nada perturba este gozo, porque
Cristo nunca cambia. Mientras mejor nosotros Le conocemos, mejor podemos
disfrutar de aquello que se está agrandando siempre por medio de Conocerle a
Él. Pero Él exhorta a los Cristianos a regocijarse: es un testimonio rendido a
la valía de Cristo, es la verdadera porción de ellos. Cuatro años en prisión
encadenado a un soldado no habían impedido que él lo hiciese, ni tampoco le
habían impedido exhortar a los demás que estaban más reposados que él.
Moderación
y mansedumbre en vista de la presencia de Cristo
Ahora bien, esta misma cosa hará que ellos sean moderados y mansos; sus
pasiones no serán excitadas por otras cosas si Cristo es disfrutado. Además Él
está cerca. Un poco más de tiempo, y todo por lo cual los hombres se esfuerzan
dejará lugar a Aquel cuya presencia frena la voluntad (o más bien la aparta) y
llena el corazón. Nosotros no debemos impresionarnos por las cosas aquí abajo
hasta que Él venga. Cuando Él venga nosotros estaremos ocupados plenamente con
otras cosas.
Ansiedad
e inquietud silenciadas; estímulo a ir a Dios con
nuestras
peticiones; Su paz es prometida
No solamente la voluntad y las pasiones han de ser frenadas y
silenciadas, sino las ansiedades también. Nosotros estamos en relación con
Dios; en todas las cosas, Él es nuestro refugio; y los acontecimientos no Le
perturban. Él conoce el final desde el principio. Él lo sabe todo, Él lo sabe
de antemano; los acontecimientos no sacuden ni Su trono, ni Su corazón; ellos
cumplen siempre Su propósito. Pero para nosotros Él es amor; nosotros somos,
por medio de la gracia, los objetos de Su tierno cuidado. Él nos oye e inclina
Su oído para oírnos. Por consiguiente, en todas las cosas, en vez de
inquietarnos y sopesar todo en nuestro propio corazón, nosotros debiésemos
presentar nuestras peticiones a Dios con oración, con súplica, con un corazón
que se da a conocer (porque somos seres humanos) pero con el conocimiento del
corazón de Dios (porque Él nos ama perfectamente); de modo que, incluso cuando
nosotros Le hacemos nuestra petición, nosotros ya podemos dar gracias, porque
estamos seguros de la respuesta de Su gracia, sea ella cual fuere; y son nuestras
peticiones las que hemos de
presentarle a Él. Tampoco se trata de un frío mandamiento para averiguar Su
voluntad y luego venir; nosotros hemos de ir con nuestras peticiones. Por eso
no dice, «usted tendrá lo que pide»; sino que la paz de Dios guardará nuestros
corazones. No dice que nuestros corazones guardarán la paz de Dios; sino,
habiendo echado nuestra carga sobre Aquel cuya paz nada puede perturbar, Su paz
guarda nuestros corazones. Nuestra dificultad está delante de Él, y la paz
constante del Dios de amor, el cual se hace cargo de todo y conoce todo de
antemano, aquieta nuestros desahogados corazones, y nos imparte la paz que está
en Él mismo y que sobrepasa todo entendimiento (o al menos guarda nuestros
corazones mediante ella), así como Él está sobre todas las circunstancias que
pueden inquietarnos, y sobre el pobre corazón humano que está atribulado por ellas.
¡Oh, qué gracia! que aun nuestras ansiedades son un medio para que seamos
llenos de esta paz maravillosa, si nosotros sabemos de qué manera traerlas a
Dios, y fiel es Él. ¡Que nosotros podamos aprender de qué manera mantener esta
interacción con Dios y su realidad, para que podamos conversar con Él y
entender Sus modos de obrar con los creyentes!
Un
mandato al Cristiano para que se ocupe con lo bueno,
y a estar donde el Dios de paz se
halla
Además, el Cristiano, aunque está andando (como hemos visto) en medio
del mal y de la prueba, se ha de ocupar con todo lo que es bueno, y puede hacerlo
cuando puede, así en paz, vivir en esa
atmósfera, de modo que ella impregnará su corazón, que él estará de manera
habitual donde Dios ha de ser hallado. Este es un mandato de suma importancia.
Nosotros podemos estar ocupados con el mal para condenarlo; ello puede ser
correcto, pero esto no es comunión con Dios en aquello que es bueno. Pero si
estamos ocupados, por medio de la gracia, con aquello que es bueno, con eso que
viene de Él mismo, el Dios de paz está con nosotros. En la dificultad nosotros
tendremos la paz de Dios; en nuestra vida habitual, si ella es de esta
naturaleza, nosotros tendremos el Dios de paz. Pablo fue el ejemplo práctico de
esto; con respecto al andar de ellos, siguiéndole en lo que habían aprendido y
oído de parte de él y visto en él, ellos encontrarían que Dios estaba con
ellos.
La necesidad del apóstol; su
experiencia práctica al aprender a
confiar
en Cristo que le fortalecía; el don de los
Filipenses
es agradecido
Sin embargo, aunque esa era su experiencia, él se regocijó grandemente
que el amoroso cuidado de ellos por él hubiese revivido. Él podía tomar
realmente refugio en Dios; pero fue dulce para él en el Señor recibir este
testimonio de parte de ellos. Es evidente que él había estado en necesidad; pero
ello fue la ocasión de una mayor confianza en Dios. Nosotros podemos fácilmente
deducir esto de su lenguaje; pero, él añade delicadamente, él no implicaría que
ellos le habían olvidado, diciendo que el cuidado de ellos para con él había
por fin revivido. El cuidado de ellos para con él estaba en sus corazones; pero
ellos no habían tenido la oportunidad de dar expresión al amor de ellos.
Tampoco él habló en cuanto a la necesidad; él había aprendido — porque lo que
encontramos aquí es experiencia práctica y su resultado bienaventurado — a contentarse
bajo todas las circunstancias, y a no depender así de nadie. Él sabía vivir
humildemente; en todo y por todo había aprendido a estar saciado y a tener
hambre, a tener abundancia y a padecer necesidad. Él podía hacer todas las
cosas en Aquel que le fortalecía. ¡Dulce y preciosa experiencia! No solamente
porque ella da habilidad para afrontar todas las circunstancias, lo cual es de
grande estima, sino porque el Señor es conocido, el constante, fiel, poderoso
amigo del corazón. No es «yo puedo hacer todas las cosas», sino «yo puedo hacer
todo en Aquel que me fortalece». Es una fortaleza que emana constantemente de
una relación con Cristo, una conexión con Él mantenida en el corazón. Tampoco
es solamente «Uno puede hacer todas las cosas». Esto es verdad; pero Pablo lo
había aprendido de manera práctica. Él sabía de lo que podía estar seguro y
conocía aquello con lo que podía contar — en qué terreno él estaba. Cristo
había sido siempre fiel con él, lo había llevado a través de tantas dificultades
y a través de tantas temporadas de prosperidad, que él había aprendido a
confiar en Él, y no en las circunstancias. Y Cristo era el mismo siempre. Aun
así, los Filipenses habían hecho bien, y ello no era olvidado. Desde el
principio, Dios había otorgado esta gracia sobre ellos, y ellos habían suplido la
necesidad del apóstol, aun cuando él no estaba con ellos. Él lo recordaba con
afecto, no que él deseara un don, sino un fruto que aumentara en la cuenta de
ellos. "Pero", él dice, "todo lo he recibido", su corazón
volviéndose a la sencilla expresión de su amor, él tenía abundancia, habiendo
recibido por medio de Epafrodito lo que ellos le habían enviado, un sacrificio
aceptable de olor fragante, agradable a Dios.
El Dios a quien Pablo había
aprendido a conocer; Sus seguras
bondad y fidelidad aplicadas a
los Filipenses
El corazón de Pablo descansaba en Dios; su certeza con respecto a los
Filipenses lo expresa. Mi Dios, él
dice, suplirá ricamente toda vuestra necesidad. Él no expresa un deseo de que
Dios pueda hacerlo. Él había aprendido lo que Dios era por experiencia propia. «Mi
Dios», él dice, «a quien yo he aprendido a conocer en todas las circunstancias
a través de las cuales he pasado, os llenará con todas las cosas buenas». Y él
regresa aquí a Su carácter tal como él Le había conocido. Dios lo haría
conforme a las riquezas en gloria en Cristo Jesús. Allí él había aprendido a
conocer Él al principio; y de igual manera Le había conocido a lo largo de toda
su variada senda, tan llenas de pruebas aquí y de gozos desde lo alto. Por
consiguiente, él concluye así: "Al Dios y Padre nuestro" — porque eso
era Él para los Filipenses también — "sea gloria por los siglos de los
siglos." Él aplica su propia experiencia de lo que Dios era para él, y la
experiencia de la fidelidad de Cristo, a los Filipenses. Esto satisfacía su
amor, y le daba descanso con respecto a ellos. Ello es un consuelo cuando nosotros
pensamos en la asamblea de Dios.
Saludos
del propio Pablo y de los demás y su salutación especial
Él envía el saludo de los hermanos que estaban con él, y de los santos
en general, especialmente los de la casa del César; porque aun allí Dios había
encontrado alguno que, a través de la gracia, había oído Su voz de amor.
Él finaliza con la salutación que daba constancia en todas sus epístolas
de que ellas eran suyas.
El
estado actual de la iglesia añadiendo mayor valor a la epístola
como
presentando la experiencia Cristiana apropiada, la de
un
corazón que confiaba sólo en Dios mientras tenía un
aguijón
en la carne
El estado actual de la asamblea, de los hijos de Dios, dispersos
nuevamente, y a menudo como ovejas sin pastor, es una condición de ruina muy
diferente de aquella en la cual el apóstol escribió; pero esto sólo añade más
valor a la experiencia del apóstol que Dios se ha complacido en presentarnos;
la experiencia de un corazón que confiaba sólo en Dios, y que aplica esta
experiencia a la condición de los que están privados de los recursos naturales
que pertenecían al cuerpo organizado, al cuerpo de Cristo tal como Dios lo
había formado en la tierra. En su integridad, la epístola muestra la
experiencia cristiana apropiada, es decir, la superioridad, como andando en el
Espíritu, a todo aquello a través de lo cual nosotros tenemos que pasar. Es
notable ver que el pecado no es mencionado en ella, ni tampoco la carne,
excepto para decir que él no tenía confianza alguna en ella.
Él mismo tenía, en ese tiempo, un aguijón en la carne, pero la
experiencia apropiada del Cristiano es andar en el Espíritu por encima y fuera
del alcance que pueda llevar a la carne a entrar en actividad.
Puntos especiales en los
capítulos 3, 2 y 4
El lector observará que Filipenses 3 sitúa la gloria ante el Cristiano y
presenta la energía de la vida Cristiana; Filipenses 2, presenta a Cristo
despojándose y humillándose, y fundamenta en ello la benignidad de la vida
cristiana, y la solicitud para con los demás; mientras Filipenses 4 presenta
una superioridad bienaventurada a todas las circunstancias.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Febrero/Marzo
2018