LAS GRANDES PROFECÍAS DE DANIEL (William Kelly) DANIEL- Capítulo 3 |
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VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza) LAS GRANDES PROFECÍAS DE DANIEL Una serie de conferencias sobre Las Profecías y Principios del Libro de Daniel por William Kelly Capítulo
3. DESTINO DE LOS GRANDES PODERES GENTILES Declaración de Hechos Históricos Los capítulos que llenan el intervalo entre
Daniel 2 y Daniel 7 están dedicados a la exposición de hechos históricos, y, por lo tanto, parecería, a primera vista, que
no tienen carácter profético. Pero debemos tener en cuenta que la Escritura, en general, tiene un alcance infinitamente más
amplio que la simple exposición de circunstancias, por muy instructivo e importante que esto sea moralmente. Efectivamente,
esto es verdad de toda la Biblia. Tomen un libro como Génesis, por ejemplo. Aunque es un libro claramente histórico, y una
de las narraciones más simples en la Biblia, con todo, sería un error despojarlo de una perspectiva del futuro más distante.
Tenemos al Espíritu de Dios en el Nuevo Testamento, refiriéndose una y otra vez a sus hechos más significativos. Así, en el
incidente de Melquisedec, vemos la aplicación que el Espíritu Santo le da en la Epístola a los Hebreos, y la mención a este
incidente en otras partes de la Escritura. Un sacerdote y rey, dos caracteres que a menudo estaban unidos en aquellos días,
encuentra a Abraham a su regreso de la derrota de los reyes, saca un adecuado refrigerio para los vencedores, pronuncia bendición
en el nombre de Aquel cuyo sacerdote él era, y recibe, también, diezmos de Abraham. Sin embargo, debemos recordar que la Palabra
de Dios razona acerca esto, como siendo una indicación de un vasto cambio que ya ha llegado, y deja abierto el campo para
bastante más, mirando adelante hacia el día de Cristo, del modo que yo lo concibo. En la Epístola a los Hebreos, donde el
tema del sacerdocio de Cristo, estando ahora en el cielo, es tratado, apenas se hace referencia a algunos rasgos importantes
del tipo del Antiguo Testamento, pero no son aplicados. El tenor principal allí es demostrar, a partir de las Escrituras Judías,
un carácter más elevado de sacerdocio que el de Aarón - un sacerdocio que no se obtenía de ningún predecesor, ni se traspasaba
a un sucesor. Yo sólo me refiero a esto para demostrar que la Escritura da un valor típico (¿y qué es eso, en otras palabras,
sino un valor profético?) a lo que podría parecer un relato auténtico de un suceso histórico. Tal carácter es el que yo reclamo
para estos hechos en el libro de Daniel. Porque está claro que, si en los libros más sencillos de la historia inspirada, tales
como Génesis o Éxodo, donde la profecía no es el objeto ostensible o el rasgo peculiar marcado, ustedes tienen incidente tras
incidente claramente utilizados en el Nuevo Testamento prefigurando cosas buenas por venir, podemos inferir con aún más fuerza
que, en una profecía como esta de Daniel, nosotros no sólo hemos de leer las visiones como siendo directamente proféticas,
sino también los hechos relacionados con ellas como imbuidos de un espíritu similar. Sería fácil presentar ejemplos análogos
sacados de otra parte de la Escritura. Demos una mirada, por un momento, a la profecía de Isaías. Allí, después de una larga
serie de notas proféticas, ustedes tienen una interrupción. Algunos hechos históricos bien conocidos son relatados - la invasión
y destrucción de los Asirios; y, en cuanto a Ezequías, su enfermedad y su recuperación, el prodigio hecho en la tierra, y
la visita de la embajada enviada por el rey de Babilonia. Luego ustedes tienen la reanudación de la profecía, y continuando
ella en su curso. Se podría demostrar fácilmente que los hechos relatados de Senaquerib y Ezequías tienen una aplicación clara
y muy instructiva sobre las profecías en medio de las cuales ellos están intercalados. De modo que considerarlos meramente
como hechos introducidos históricamente en una conexión semejante, y, sin una razón adicional o más profunda, dividiendo una
mitad del libro de la otra, sería desposeerlos de, por lo menos, la mitad de su valor. ¿Soy yo demasiado audaz, por lo tanto,
al asumir como una verdad general, aplicable a la Palabra de Dios como un todo, el hecho de que la Escritura no ha de ser
rebajada a un mero relato de hechos que ella registra, sino que aquellos hechos fueron escogidos expresamente en la sabiduría
de Dios, y fueron presentados en una manera ordenada, con el propósito de representar los terribles modos de obrar del hombre
y Satanás, y las escenas gloriosas delante de la mente de Dios, que han de ser escenificadas nuevamente en el postrer día?
Y si este es el caso con la porción estrictamente histórica de la Palabra de Dios, sólo es razonable que ello sea enfáticamente
verdadero de un libro profético tal como este. No obstante, la evidencia de esto aparecerá
mucho más mientras nosotros seguimos los hechos tal como son presentados aquí. Veremos entonces cuál es la conexión, y cuál
la verdadera aplicación, de los capítulos mismos, de mejor forma que mediante elaboradas presunciones que uno pudiera reunir
de otras partes de la Palabra de Dios. Porque ese es, y debe ser, el testimonio más grande de todos dado al significado real
de la Escritura. La verdad revelada es como la luz. No es que requiera iluminación desde afuera para que nos permita conocer
lo que ella significa, sino que se muestra a sí misma. Ustedes no necesitan un cirio o una antorcha proporcionadas por el
hombre para descubrir la luz del día. El sol, ya que no carece de ninguna luz, eclipsa enteramente todas las ayudas artificiales
semejantes; brilla por sí mismo y señorea en el día. Por esto es que, en cualquier parte que ustedes encuentren un hombre
capacitado para ver, la verdad se recomienda a sí misma. Él tiene, lo que el evangelista Lucas llama, un corazón sincero ("
Y lo que cayó en la buena tierra, son los que, habiendo oído la Palabra, la retienen en un corazón bueno y sincero." Lucas
8:15 - NTHA), y tiene, también, aquello de lo cual otras Escrituras hablan como un ojo "sencillo." ("La lumbrera del cuerpo
es el ojo; si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz." Mateo 6:22 - VM). Dondequiera que la verdad
se aplique realmente sobre un hombre que esté abierto a recibirla como la preciosa luz de Dios en Cristo, ambos responden
mutuamente a cada uno. El corazón está preparado para ello - lo desea; y cuando la verdad es oída, el corazón se inclina ante
ella, la recibe, y disfruta de ella. Cuando el corazón, por el contrario, está ocupado de sí mismo, o se ocupa del mundo,
no hay ninguna verdad que lo pueda blandear. La voluntad del hombre está trabajando; y eso es el enemigo constante, invariable,
de Dios. Por lo tanto se dice (Juan 3) que ningún hombre puede ver el reino de los cielos, o entrar en él, sin haber nacido
de nuevo - nacido de agua y del Espíritu. Es decir, debe haber una obra directa, positiva, del Espíritu Santo, tratando con
el alma, juzgándola y dándole una nueva naturaleza, la cual tiene una afinidad tan decidida por las cosas de Dios, como la
antigua vida la tiene por las cosas del mundo. El Espíritu actúa sobre la nueva criatura, y da inteligencia; y la verdad es,
podemos decir, su sustento natural. Yo no dudo, por consiguiente, que nosotros
encontraremos, en este tercer capítulo de Daniel, tal como en los tres capítulos que siguen, que cada uno de ellos tiene sus
rasgos distintivos; y que estos no fueron vistos meramente en lo que estaba sucediendo en los días de Daniel, sino que fueron
registrados por el profeta para indicar el curso que está ahora en el pasado, y el destino futuro de los grandes poderes Gentiles.
Nosotros debemos verlos a la luz de las profecías que los rodean - debemos tomarlos, no como hechos anotados al azar, como
cualquier hombre podría hacerlo. En resumen, Dios los ha dado aquí, ligados de la manera más íntima con la profecía donde
ellos se encuentran. Sistema de Gobierno Imperial En el capítulo 2 de Daniel nosotros vimos
los tratos soberanos de Dios con un hombre, levantado de entre los Gentiles, para ser el delegado de Su autoridad. Esto toma
una nueva forma, como consecuencia de que el pueblo de Israel y sus reyes demostraron definitivamente ser indignos del propósito
y llamamiento de Dios. Inmediatamente después, Dios introduce el sistema imperial de gobierno en el mundo. No se trató solamente
de permitirle a una pequeña nación que creciera en poder, y que fuera el terror de sus vecinos; o de crear un feliz ejemplo
de los modos de obrar de Dios. A un gobernante se le permitió ser el dueño del mundo - un gran soberano, no sólo poderoso
él mismo, sino un señor sobre reyes, quienes no fueron sino subordinados o satélites. Esto comenzó con Nabucodonosor, y caracterizó
a los imperios Gentiles. Aquí podría surgir una objeción, y es con referencia a que nosotros no hallamos un poder semejante
existiendo ahora. Eso es verdad. No existe un gobierno imperial semejante en el mundo, ni tampoco lo ha habido desde la caída
de Roma; aunque ha habido ciertos pretendientes a ello. Pero ello ha fracasado. El Libro del Apocalipsis nos muestra esta
interrupción. Hubo, una vez, un gobernante semejante, mientras Roma imperial subsistió - uno que tuvo a reyes como sus siervos.
Pero ahora hay un intervalo, cuando todo eso ha terminado. Con todo, ello va a resurgir. Y esto, yo creo, es un gran hecho
que el mundo aguarda actualmente. Tomará a los hombres por sorpresa; y cuando se haya cumplido, será el medio de concentrar
el poder de Satanás, y de llevar a cabo sus planes en la tierra. Todo esto tiene un interés muy serio para
nosotros. Nos encontramos cerca de la crisis en la historia del mundo, e incluso los que buscan señales reconocen que nos
estamos acercando al final de la edad, y de los tiempos de los Gentiles. La reorganización del imperio no está muy lejana.
Y es solemne recordar que, una vez que haya resurgido, no será una mera repetición de lo que se ha hecho antes; sino que el
poder de Satanás se presentará de una manera jamás presenciada aún. Dios enviará un poder engañoso para que los hombres crean
en la mentira, porque ellos no creyeron en la verdad sino que se complacieron en la injusticia. (2 Tesalonicenses 2: 11, 12).
Muchos de mis hermanos Cristianos pueden pregonar el hecho de que yo hablo de manera muy poco caritativa. Sin embargo, la
Palabra de Dios es más sabia que los hombres. No es un pensamiento mío, ni de ningún otro hombre. Ningún hombre habría reunido
tal perspectiva desde su propia mente. Pero Dios lo ha revelado muy claramente. La gente puede invocar las obras maravillosas
de Dios de los últimos tiempos en uno y otro país distante; y la respuesta de bendición que está, por decirlo así, resonando
desde algunos sectores cercanos a nosotros. Pero estas cosas no contradicen, de ninguna manera, lo que se ha indicado. Cuando
los hombres se acercan al borde de algún cambio grandioso, siempre podemos ver que estas dos cosas van juntas. Por una parte,
el poder general del mal aumenta, y la soberbia del hombre se acrecienta a una altura inaudita. Por otra parte, el Espíritu
de Dios obra enérgicamente, ganando almas para Cristo, y separando los que van siendo salvos de la destrucción que es el fin
necesario del pecado y la soberbia. De ahí que yo creo que, cuando cualquier crisis del mal está cerca, lo que nosotros debemos
esperar es el aumento de bendición de parte de Dios, durante el tiempo de incertidumbre que precede inmediatamente al juicio. Pero, volviendo al tema inmediato del capítulo,
vemos que el poder imperial está en manos de los Gentiles; y lo que primero se dice de ese poder es que fue utilizado para
erigir la idolatría - más bien, que se abusó de él, para dar a la idolatría un esplendor sin precedente en el mundo antiguo.
Y esta es una consideración muy humillante: la conexión evidente entre el ídolo de oro que Nabucodonosor levantó en el campo
de Dura, y la imagen que él había visto en las visiones de la noche. Es verdad que la imagen que él hizo no fue una copia
exacta. No obstante, ¿no es algo grave encontrar que la primera cosa que Nabucodonosor hace, por lo que la Escritura nos presenta,
es ordenar que se levante una imagen de oro, para que todos los pueblos, las naciones, y las lenguas, puedan postrarse y adorarla?
Una cosa, por lo menos, es clara: si la cabeza de oro de esa gran imagen había sugerido el pensamiento o no, de ninguna manera
ello fue un obstáculo para él. Al contrario, hallamos aquí que la autoridad que Dios había puesto en sus manos es desviada
para un uso horrendo. Yo creo que la razón fue esta: Nabucodonosor, según la carne, fue tan sabio como voluntarioso. Él estaba
situado, evidentemente, en un lugar que ningún hombre había ocupado anteriormente. No sólo era el soberano de un vasto reino,
sino que era el amo absoluto de muchos reinos, que hablaban diversas lenguas, y que tenían todo tipo de costumbres y políticas
opuestas. ¿Que se debía hacer con ellos? ¿Cómo iban a ser mantenidas y gobernadas, todas estas varias naciones, bajo una sola
cabeza? Existe una influencia que es más poderosa que cualquier otra cosa, la cual, si es común, une a los hombres estrechamente;
pero que, si hay divergencia, por el contrario, más que cualquier otra cosa, enfrenta personas contra personas, casa contra
casa, hijos contra padres, y padres contra hijos, no, más aún, maridos y esposas, unos contra otros. No hay ningún trastorno
social que se pueda comparar con el que se produce por una diferencia de religión. Por consiguiente, a fin de evitar un peligro
tan grande, la unión en la religión fue la medida que el diablo insinuó en la mente del político Caldeo como el vínculo más
seguro de su imperio. Él debe tener una influencia religiosa común para unir estrechamente los corazones de sus súbditos.
Con toda probabilidad, a su juicio, ello era una necesidad política. Unirlos en adoración, unir todos los corazones inclinándose
delante de uno y el mismo objeto, y habría algo que daría la esperanza y la oportunidad de consolidar todos estos fragmentos
esparcidos en un todo. En consecuencia, él proyecta la idea de la magnífica imagen de oro para el campo de Dura, cerca de
la capital del imperio: y es allí donde él cita a los principales varones, a los sátrapas, a los magistrados, y a los capitanes,
los oidores, los tesoreros, y los consejeros, a los jueces y a todos los gobernadores de las provincias, a todos los que tenían
poder y autoridad, para que se reunieran a la dedicación. Él rodeó esto, también, con todo lo que podía atraer a la naturaleza
y actuar sobre los sentidos. Toda clase de música debe contribuir a la escena. Cuando el son de la bocina, de la flauta, del
tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña, etc., se oyera, esta era la señal para que los representantes de este vasto
reino se postrasen y adoraran "la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado." (Daniel 3:5). El hombre no puede
hacer más que un ídolo; él ni siquiera puede descubrir al Dios verdadero. Si se trata de obtener el homenaje del mundo, la
única cosa que entusiasmará a los hombres, en gran escala, debe ser algo de su creación, algo adaptado a la naturaleza del
hombre tal como él es. Ustedes no pueden unir corazones que son veraces con los que son falsos. Pero si el Dios verdadero
es excluido, Satanás está allí para encontrar algo que, si es introducido mediante la autoridad del hombre, puede mandar casi
todo el asentimiento universal. Así fue en este caso. Por lo tanto, la autoridad del imperio fue presentada, y a todos se
les ordenó adorar la imagen de oro, bajo pena de muerte. "¡Quienquiera que no cayere y la adorare, en aquella misma
hora será echado en medio de un horno ardiendo en fuego!" (Daniel 3:6 - VM). "Por lo cual, al oír todos los pueblos el
son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, todos
los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado." (Daniel
3:7). Pero hubo algunos que estaban aparte de esa
multitud idólatra; muy pocos, ¡desgraciadamente!, aunque, sin duda, hubo otros que estaban ocultos. Podemos ser lo suficientemente
audaces como para decir que hubo uno que no es mencionado aquí - el propio Daniel. No obstante este hecho, sus tres compañeros
no estaban allí; y esto los hizo desagradables para los demás; especialmente, a causa de que su posición, exaltada como ella
era en la provincia de Babilonia, los exponía a mayor notoriedad pública. Por supuesto que ellos fueron destacados para disgusto
del rey. "Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos." (Daniel 3:8).
Luego, ellos recordaron al rey el decreto que él había hecho, y añaden, "Hay unos varones judíos, los cuales pusiste sobre
los negocios de la provincia de Babilonia: Sadrac, Mesac y Abed-nego; estos varones, oh rey, no te han respetado; no adoran
tus dioses, ni adoran la estatua de oro que has levantado. Entonces Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a
Sadrac, Mesac y Abed-nego", etc. (Daniel 3: 12, 13). Ahora bien, me parece que este es un hecho
de gran importancia. El uso que el Gentil hace de su poder es establecer una religión relacionada con las políticas del reino,
una religión para propósitos terrenales presentes. Donde éste es el caso, no se puede dejar a la religión entre Dios y la
conciencia. Ya no se trata de tener una convicción real en cuanto a Dios y a Su verdad, ni tampoco hay libertad allí para
juzgar la impostura. La adoración ideada por el rey Gentil es impuesta a los súbditos bajo pena de muerte. Es posible que haya ciertas cosas que obstaculicen,
por una temporada, los resultados naturales de la voluntad del mundo en tener su religión condenada. Y este ha sido el caso
por algún tiempo. Durante los últimos cincuenta años y más (N. del T: recordamos al lector que el escritor vivió entre los
años 1820 y 1906), todos saben que ha habido un cierto sistema de opinión, llamado comúnmente 'liberalismo'. Este sistema
ha asido la mente de los hombres. De ninguna manera respeta a Dios y a Su Palabra como tales. Su expediente habitual es el
énfasis en los derechos del hombre. Su virtud cardinal es, que se debe dejar a todos en libertad para que piensen, actúen,
y adoren, como a ellos les plazca. Mientras se permita que la idea de los derechos del hombre entre en juego, la misericordia
de Dios la transforma en una ocasión para los Cristianos, que tienen una conciencia hacia Él, para pasar tranquilamente a
través, y adorar a Dios según Su voluntad. Y así como siempre fue incuestionable que Dios reclamó el derecho sobre Su propio
pueblo; así como sólo Su voluntad puede gobernarlos correctamente; así, como el Padre, Él busca ahora a Sus hijos, para que
puedan adorarle en espíritu y en verdad. El corazón y la conciencia renovados se deleitan en Su voluntad y hallan aquí la
principal felicidad exaltándole a Él. Para el creyente, esa voluntad es más perentoria que el absolutismo del rey pagano.
En realidad, el liberalismo le tiene aversión a esta reclamación exclusiva sobre la conciencia. Con todo, éste ha conducido
a una especie de calma en el mundo; y el más pleno ejercicio de su autoridad, en cuanto a la religión, está en suspenso por
el momento. Porque, aparte de circunstancias temporales, nadie puede negar que, dondequiera que existe una religión introducida
por el monarca, para el gobierno de su reino, necesariamente ella no admite diferencia, contradicción, o compromiso. Esto
sería contrario al propósito para el cual es impuesta. Pero ello es luchar contra Dios. El propio monarca puede tener una
conciencia, y él está, por supuesto, obligado a adorar a Dios conforme a Su voluntad. Pero el uso de la autoridad del reino
para obligar a otros es, en la práctica, la negación del control directo de Dios sobre la conciencia individual. Carácter del Primero de los Imperios Gentiles Entonces, la lección que tenemos aquí es
que, en el principio mismo, esto es lo que el Gentil hizo con el poder que Dios dio: establecer su religión propia, y hacerla
obligatoria para todos sus súbditos. Es decir, toda su autoridad recibida de Dios la dirigió para negar al Dios verdadero,
y para obligar obediencia universal a su propio ídolo, con una muerte horrorosa mantenida como la penalidad inmediata en caso
de desobediencia. Esta fue la gran característica del primero de los imperios Gentiles. Pero la maldad del hombre y la astucia de
Satanás sirven solamente para que aparezcan los fieles. El rey ordena que los echen en el horno de fuego ardiendo. En primer
lugar él objeta, sin duda, y les da oportunidad para que cedan. "¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis
a mi dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis dispuestos para que al oír el son de la bocina,
de la flauta, del tamboril, del arpa, etc. . . . os postréis y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis,
en la misma hora seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel que os libre de mis manos?"
(Daniel 3: 14, 15). Es solemne ver cuán evanescente fue la impresión hecha sobre la mente del rey. El último hecho registrado
antes de que esta imagen fuese levantada, fue cuando él se postró sobre su rostro ante Daniel, rindiéndole honores casi divinos.
Él había dicho incluso, "Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios,
pues pudiste revelar este misterio." (Daniel 2:47). Pero fue otra cosa cuando él encuentra su poder rechazado, y su imagen
despreciada, a pesar del horno de fuego ardiendo. Estuvo muy bien reconocer a Dios por un momento
cuando Él le estuvo revelando un secreto. Eso fue claramente decidido en Daniel capítulo 2. Y Daniel representa allí a aquellos
que tienen la mente de Dios y que se encuentran en el lugar de temer a Dios. "El secreto de Jehovah es para los que le temen;
a ellos hará conocer su pacto." (Salmo 25:14 - RVA). Pero Dios había delegado poder a la cabeza
de los Gentiles, a Nabucodonosor. Y ahora que estos hombres habían osado afrontar las consecuencias antes que adorar la imagen,
él se llena de furia, la cual se descarga en el desprecio hacia Dios mismo. Él dice, "¿quién es el Dios que os librará de
mi mano?" (Daniel 3:15 - VM). La consecuencia fue que, ahora, esto se convirtió en un asunto entre él, a quién Dios había
establecido, y Dios mismo. Pero un rasgo más hermoso y bendito sale
a la luz aquí. No es el modo de obrar de Dios, en la actualidad, enfrentar el poder por medio del poder. No es Su modo de
obrar el tratar con los Gentiles en destrucción, aun donde ellos pueden estar abusando del poder contra el Dios que los ha
elevado en autoridad. Y yo los llamo a poner su atención a esto, creyendo que se trata de una cosa importante de forma práctica.
Sadrac, Mesac, y Abed-Nego, de ningún modo se colocan en el terreno de resistir a Nabucodonosor en su impiedad. Nosotros sabemos
luego que su conducta fue tan malvada que Dios lo despojó de toda gloria, y aun de inteligencia como hombre, por un largo
tiempo. Pero, sin embargo, estos hombres piadosos no pretenden que él es un rey falso debido a que él establece e impone la
idolatría. Para el Cristiano, la interrogante no es acerca del rey, sino acerca de qué manera él mismo debería comportarse. No es su deber entrometerse con los demás. Él es llamado a andar, confiando en Dios,
en obediencia y paciencia. En la gran cantidad de obligaciones cotidianas nosotros podemos obedecer a Dios obedeciendo las
leyes de la tierra en la cual vivimos. Este podría ser el caso en cualquier país. Si uno estuviera, incluso, en un reino católico.
Yo creo que, en lo principal, uno podría obedecer a Dios sin transgredir las leyes de la tierra. Podría ser necesario, algunas
veces, que uno se ocultase. Si ellos vinieran, por ejemplo, con sus procesiones, y requiriesen una señal de respeto por la
hostia, uno debería evitar la apariencia de insultar sus sentimientos, mientras, por otra parte, uno no podría aceptar su
falsa adoración. Gobierno Reconocido por Dios Pero es extremadamente importante recordar
que el gobierno es establecido y reconocido por Dios, y que tiene, por consiguiente, demandas sobre la obediencia del hombre
Cristiano dondequiera que él pueda estar. Una de las epístolas del Nuevo Testamento se ocupa de este asunto, precisamente
el mismo que, más que cualquier otro, saca a la luz las bases, las características, y los efectos del Cristianismo, en lo
que se refiere al individuo. Me refiero a la Epístola a los Romanos, la más completa de todas las epístolas Paulinas. Tenemos
allí, antes que nada, la condición descubierta completamente; luego, la redención que es en Cristo Jesús. Los primeros tres
capítulos (caps. 1, 2 y 3) están dedicados el tema de la ruina del hombre; los siguiente cinco capítulos (caps. 4 al 8), a
la redención que Dios ha obrado como respuesta a la ruina del hombre. Luego, en los siguientes tres capítulos (caps. 9, 10
y 11), ustedes tienen el curso de las dispensaciones de Dios - es decir, Sus tratos, en una amplia escala, con Israel y los
Gentiles. Después de eso, tenemos la parte práctica, o, a lo menos, la parte de la epístola que incluye o encierra en sí preceptos:
en primer lugar, en Romanos 12, la relaciones de los Cristianos, unos con otros; y luego, después de una transición gradual,
con los enemigos al final; y a continuación, la relación de ellos con las autoridades existentes, o, con las autoridades superiores
"que hay." (Romanos 13). La expresión misma - "las que hay" (Romanos 13:1) - parece tener la intención de abarcar toda forma de gobierno bajo las cuales
los Cristianos podrían estar situados. Ellos debían ser súbditos, no meramente bajo un rey, sino donde hubiera otro carácter
de soberano; no sólo donde el gobierno fuera antiguo, sino aunque este fuera establecido recientemente. Lo que corresponde
hacer a un Cristiano es mostrar respeto a todos los que están en autoridad, honrar a quien se debe honrar, no debiendo nada
a nadie excepto el amor. Lo que hace de esto algo particularmente fuerte es, que el emperador que reinaba en ese entonces
era uno de los peores y más crueles hombres que alguna vez ocuparon el trono de los Césares. Y, no obstante, no hay ninguna
reserva o calificación, no, exactamente lo contrario a una insinuación de que si el emperador ordenaba lo que era bueno, los
Cristianos debían obedecer, pero que si no era de este modo, ellos quedaban libres de su lealtad. El Cristiano debe obedecer
siempre - no siempre a Nerón o a Nabucodonosor, sino que debe obedecer siempre a Dios. La consecuencia es, que esto libra de inmediato de cualquier
mínimo terreno real de que una persona piadosa sea acusada de ser un rebelde. Yo soy consciente de que, forzosamente, nada
impide que un Cristiano tenga una mala reputación. Es natural que el mundo hable mal de uno que pertenece a Cristo - que pertenece a Aquel a quien ellos crucificaron. Pero este principio libera al alma
de todo terreno real para una acusación semejante. La obediencia a Dios permanece intacta; pero yo debo obedecer a las autoridades,
a "las que hay" (Romanos 13:1), en cualquier cosa que sea consistente con obedecer a Dios, por muy difícil que ello sea. La luz de estos fieles
Judíos estaba muy por debajo de la que los Cristianos deberían tener ahora: ellos tenían sólo la revelación de Dios que era
la porción de Israel. Pero la fe siempre comprende a Dios: si hay poca o mucha luz, la fe busca y halla la guía de Dios. Y
estos hombres estaban en el ejercicio de una fe muy sencilla. El emperador había
publicado un decreto que era inconsistente con el fundamento de toda verdad - el único Dios verdadero. Israel fue llamado
expresamente a sostener que Jehová era tal, y no los ídolos. Había aquí un rey que les había ordenado que se postraran y adoraran
una imagen. Ellos no osan pecar; ellos deben obedecer a Dios antes que al hombre. En ninguna parte se dice que nosotros debemos
desobedecer siempre al hombre. Dios debe ser obedecido - cualquiera sea el canal, Dios siempre. Si yo hago alguna cosa, por
muy correcta que sea en sí misma, sobre el mero terreno de que yo tengo el derecho a desobedecer al hombre bajo ciertas circunstancias,
estoy haciendo el menor de dos males. El principio para un hombre Cristiano es nunca hacer el mal en absoluto. Él puede fallar,
cosa que yo no niego; pero no comprendo a un hombre estableciendo tranquilamente que él debe aceptar cualquier mal, sin importar
cuál sea. Esto es una idea pagana. Un idólatra al que no se le hubiera revelado la luz de Dios no lo sabría mejor. No obstante,
¡ustedes encontrarán a personas Cristianas utilizando la actual confesión de la condición de la Iglesia como una excusa para
perseverar en el mal conocido, y para decir, 'Entre dos males nosotros debemos escoger el menor'! Pero yo sostengo que, cualquiera
que sea la dificultad que puede existir, siempre está la senda de Dios para que el piadoso ande en ella. ¿Por qué, entonces,
yo encuentro una dificultad práctica? Debido a que yo deseo cuidarme. Si yo transijo aun con un mal pequeño, el amplio camino
de comodidades y honor se abre, pero sacrifico a Dios y caigo bajo el poder de Satanás. Fue exactamente el consejo que Pedro
dio a nuestro Señor cuando Él habló de que iba a ser muerto. "¡Ten piedad de ti, Señor!" (Mateo 16:22 - VM). De igual modo
con los Cristianos. Al hacer un pequeño mal, al comprometer la conciencia, al evitar el juicio que el obedecer a Dios siempre
conlleva, no hay duda de que una persona puede evitar así, a menudo, una buena parte de la enemistad del mundo, y ganar su
elogio, debido a que se hace bien a sí mismo. Pero si el ojo es sencillo en esto, Dios debe tener siempre Sus derechos, debe ser reconocido
siempre en el alma como teniendo el primer lugar. Si Dios es comprometido por cualquier cosa que se me pida, entonces yo debo
obedecer a Dios antes que al hombre. Donde esto es asido, la senda es perfectamente llana. Puede haber peligros, posiblemente
aun la muerte nos mire fijamente a la cara, como fue el caso en esta ocasión. El rey se encolerizó por el hecho de que estos
hombres se atrevieran a decir, "No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto." (Daniel 3:16 -LBLA). ¡No necesitaban
darle una respuesta! ¿Y por qué se cuidaron de hacerlo? Se trataba de un asunto que involucraba a Dios. Ellos debían cuidarse
de dar "a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios." (Mateo 22:21). Ellos estaban en el espíritu mismo de esa
palabra de Cristo antes de que fuese dada. Ellos habían andado obedientemente en el lugar que el rey les había asignado: no
había ningún cargo contra ellos. Pero ahora surgió allí un asunto que afectó profundamente su fe, y ellos lo sintieron. Fue
la gloria de Dios con la que se había interferido, y ellos
confiaron en Él. Por consiguiente ellos
dicen, "He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo." (Daniel 3:17). ¡Cuán hermoso es
esto! En presencia del rey, quien nunca pensó servir a nadie más que a él mismo, y quien nunca vio a nadie a quien servir
más que a él mismo, ellos dicen, "nuestro Dios a quien servimos." Ellos habían servido fielmente al rey antes, porque siempre
habían servido a Dios: y aún deben servir a Dios, incluso si ello tiene la apariencia de no estar sirviendo al rey. Pero tienen
confianza en Dios. "Y de tu mano, oh rey, nos librará." (Daniel 3:17). Esto no fue meramente la verdad abstracta: fue fe.
"[Él] nos librará." Pero presten atención a algo aún mejor. "Pero si [Él] no lo hace, has de saber, oh rey, que no
serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado." (Daniel 3:18 - LBLA). Incluso si Dios no ejercerá
Su poder para librarnos, nosotros le servimos a Él; no serviremos a los dioses de este mundo. ¡Oh! amado lector, en qué lugar
de dignidad la fe en el Dios viviente coloca al hombre que anda en ella. Estos hombres eran, en ese momento, el objeto de
toda la atención del imperio Babilónico. ¿Y qué de la imagen entonces? Fue olvidada. El propio Nabucodonosor era impotente
en presencia de sus cautivos de Israel. Allí estaban ellos, tranquilos e impávidos, cuando el rey mismo mostró su debilidad.
Pues, ¿cuál puede ser una demostración más evidente de debilidad que ceder a una furia que demuda el aspecto de su rostro,
y que profiere amenazas que fracasaron completamente en su propósito? Se ordenó que el horno fuese calentado siete veces más
de lo que solían calentarlo. Los hombres vigorosos, los agentes del rey que tenían que echarlos en el horno, ellos mismos
fueron devorados por las llamas. Visión del Poder de Dios Y ahora, cuando el
hecho es realizado, una nueva maravilla sucede ante los ojos del rey. No se trataba ahora de una visión, sino del poder manifiesto
de Dios. Cuando la espada del rey fue esgrimida contra Dios, ¡cuán miserablemente inútil fue esto! En medio de este horno
de fuego ardiendo había una escena que llamó su atención. Espantado, el rey "se levantó apresuradamente y dijo a los de su
consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí
yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño." (Daniel 3: 24, 25). ¿Qué se iba a
decir ahora acerca del poder de Nabucodonosor? ¿De qué le sirvió ser el monarca más poderoso del mundo, rodeado, también,
con todas las cosas que constituían los recursos de su fuerza y la grandeza de su imperio? Allí estaban estos hombres, que
habían sido atados y echados en medio del horno de fuego ardiendo, por lo visto, el caso más lastimoso en su reino. Pero él
es obligado a contemplar sus ataduras quemadas, y a ellos mismos libertados por aquello que él dispuso solamente para su destrucción.
Pero no fue esto meramente. Hubo otro que tuvo que ser visto, y de ese otro él sólo pudo decir que es semejante al Hijo de
Dios. "He aquí que yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego; y ningún daño hay en ellos; y el parecer
del cuarto es semejante a hijo de Dios." (Daniel 3:25 - RVR1865). Tal como Dios podía
utilizar a un Balaam o a un Caifás para hablar la verdad cuando ellos pensaban poco en eso y no tenían ninguna comunión con
Él al hacerlo, de esta manera, en esta expresión del rey, "hijo de Dios", parece haber una propiedad asombrosa. No podemos
suponer que él entró en su significado con inteligencia. Sin embargo, hubo una sorprendente propiedad en este respecto. Hay
otros títulos que él podría haber utilizado. Podría haber dicho, "Hijo del Hombre", o, "El Dios de Israel", o muchos más.
Pero "Hijo de Dios" parece exactamente adecuado para describir la escena: y por consiguiente, yo creo que el predominante
poder del Espíritu de Dios fue manifiesto al conducir al rey a utilizar esta expresión. En el Nuevo Testamento, donde toda
verdad sale a la luz con claridad, hallamos a nuestro Señor mismo refiriéndose a estos dos títulos, y ambos se encuentran
en Daniel - Hijo del Hombre e Hijo de Dios. Hijo del Hombre es el título de Cristo en Su gloria judicial. Él es Hijo del Hombre
pues el Padre "todo el juicio lo ha encomendado al Hijo." (Juan 5:22 - VM). Como Hijo de Dios, Él da vida: Él vivifica en
medio de la muerte. Como Hijo de Dios, Él liberta a los que estaban atados: y "si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente
libres." (Juan 8:36). Ese versículo me parece un comentario doctrinal acerca de esta misma escena. Allí estaba el Hijo, y Él estaba libertando a los prisioneros. El hombre los había atado, había intentado
ejecutar su amenaza de venganza contra cualquiera que reconociera al Dios verdadero. Estos tres hombres habían puesto todo
en riesgo sobre la verdad de Dios mismo, contra todos los rivales e imágenes; y Dios había entrado para ellos con poder libertador.
El orgulloso rey no sólo reconoce que su edicto no fue cumplido, sino que asocia sus nombres con el Dios Altísimo, quien no
se avergüenza de ser llamado Dios de ellos. Glorificando a Dios "en los fuegos." (Isaías 24:15 - Traducción literal) El dominio Gentil
no ha terminado aún. Y yo creo que su fin traerá la misma cosa con una fuerza como jamás ha existido. El Libro del Apocalipsis
nos muestra que el último gran rey Gentil empleará toda la autoridad de su gobierno para imponer lo que podría denominarse
la 'religión' de aquel día. Y entonces Dios ejercerá milagrosamente Su poder para preservar a Sus testigos para la obra asignada
a ellos. Podrá haber algunos que sufrirán hasta la muerte, podrá haber diferencias en los modos en que Dios actuará. Pero
el Apocalipsis nos muestra que habrá personas que serán preservadas en medio del poder que impone la idolatría en los postreros
días. Cuando esto ocurra,
nosotros no estaremos en la escena. De ahí que la mención de los Judíos es enfática en el tiempo de la última gran tribulación.
Pues mientras los hombres en general serán obligados, al final, a reconocer al Dios verdadero, antes de que eso ocurra, una
feroz persecución será ejercida. Habrá algo semejante a lo que traduce la versión en Inglés del Rey Jaime (KJV) como "Wherefore
glorify ye the LORD in the fires..." (Isaías 24:15), o "Por tanto, glorificad a Dios en los fuegos..." (N. del T.: traducido
literalmente al Castellano); una expresión utilizada decididamente acerca del remanente de Israel en los postreros días. La
maravillosa mano de Dios estará obrando, pero será con los Judíos, no con Cristianos. En lo que se refiere a nosotros, tribulación
es nuestra porción apropiada y constante en el mundo. El Nuevo Testamento muestra esto desde el principio hasta el fin. Nada
es más claro que el hecho de que el Espíritu Santo nunca reconoce al Cristiano de alguna otra forma excepto como separado
del mundo, siendo objeto de su animosidad y persecución, echado fuera, despreciado, desconocido por el mundo. Ese es nuestro
lugar reconocido por la Palabra de Dios. A los Cristianos les corresponde dar cuenta del hecho de que ellos han perdido este
lugar; pues claramente, lo que he estado describiendo, de alguna u otra forma, no es aplicable en la actualidad. ¿Se trata
acaso de que el mundo está mejorando, o de que ellos mismos han llegado a ser peores? La conciencia debería responder, y Dios
utilizará esta respuesta, si es honesta, como el medio de traerlo a uno de regreso al lugar que nunca debería haber dejado.
A través de todo el tiempo de la supremacía Gentil, el lugar del Cristiano es la obediencia. En general, sobre lo que el poder
insiste es aquello que el Cristiano puede hacer con una mente preparada; pero cuando sobreviene una colisión entre la autoridad
del mundo y la de Dios, nosotros debemos obedecer a Dios antes que a los hombres, cualesquiera sean las consecuencias. Esta
es la única cosa que Dios reconoce en Su pueblo. El Curso de los Imperios Gentiles Los capítulos que
siguen a continuación, cada uno de ellos tienen una conexión cada vez más marcada con el curso del imperio Gentil. Pero esto
es suficiente para presentar el hecho de que la idolatría - la religión mundana - una religión pensada para todos, e impuesta
sobre todos, bajo pena de muerte - es el primer gran rasgo registrado del imperio Gentil, y se encontrará, más o menos, que
esto continúa a través de su totalidad. Así como este fue el primer ejercicio de autoridad, así será al final de la edad.
El Libro del Apocalipsis nos muestra él postrer estado del último imperio Gentil; y encontramos allí que con lo mismo que
comenzó, con eso mismo terminará: encontraremos que la misma obligación utilizada aquí, hacer que todos sus súbditos se inclinen
y adoren en una forma de su propia invención, reaparecerá al final. Pero encontramos otra
analogía. Dios tenía, en ese tiempo, Sus testigos. Y así como en ese entonces los Judíos fueron las personas que resistieron
la idolatría Gentil, ellos vendrán otra vez a la escena de los tratos de Dios, y serán, especialmente, los testigos sobre
los que Dios pondrá honor. Este remanente piadoso de Israel está representado por los discípulos en los días del ministerio
terrenal de nuestro Señor. Ellos serán una simiente piadosa, adhiriéndose a Él y amando Su nombre; y esto, porque ellos se
habrán asido, con mayor o menor luz, del Mesías. Estas personas serán halladas esperando que Jesús venga y tome Su reino,
después que la Iglesia, llamada propiamente así, haya salido de la escena de los tratos de Dios en la tierra. Así, cuando la autoridad
Gentil comenzó imponer esta idolatría sobre todos, y los únicos testigos de Dios estaban entre los Judíos, del mismo modo,
la idolatría reaparecerá al final, y Dios tendrá, otra vez, un remanente fiel entre ese pobre pueblo - un testimonio para
Él en medio de la apostasía.
Pero yo espero, al examinar los capítulos siguientes, entrar un poco más en los detalles. ¡Que nosotros podamos recordar
que lo que hemos estado viendo ahora, no es meramente para aquel día, ni que concierne a los testigos de aquel tiempo solamente!
Si Dios tendrá entonces un pueblo fiel entre los Judíos, ¡que nosotros, como Cristianos, no seamos hallados rebeldes a la
visión celestial! Nosotros tenemos una perspectiva mucho más brillante que cualquiera de las que Daniel pudo ver. Él no tuvo
el privilegio de ver a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte. Él pudo testificar, por
una parte, del rechazo del Mesías, y, por otra parte, de Su dominio universal y eterno. Entre lo uno que está en el pasado
y lo otro que está en el futuro, nosotros conocemos ahora, otras y más elevadas glorias en Él, y a Él mismo, en quien estas
bendiciones son atesoradas. Nosotros sabemos que Él "es el verdadero Dios, y la vida eterna." (1 Juan 5:20), que nosotros
mismos hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Él (Efesios 1:3). Nosotros somos
llamados a salir fuera del mundo para seguirle a Él y ser los participantes de Su gloria celestial. No falta más que "un poquito,
Y el que ha de venir vendrá, y no tardará." (Hebreos 10:37). Y si esto es así, ¡cuán separados deberíamos estar de este presente
mundo malo! ¡De qué manera deberíamos mantenernos limpios de sus intentos de vestirse con la apariencia de reverencia mediante
el nombre de Jesús! ¡Qué desgracia! cuán a menudo las personas son dejadas perplejas y preguntan, ¿Dónde está y qué es el
mundo? La verdad es que todo esto es una lamentable demostración de que ellos están tan mezclados con el mundo que ellos mismos
no lo conocen. Que el Señor conceda que no tengamos dificultad en conocer dónde está el mundo, y donde estamos nosotros. El
Judío estaba obligado a entrar en él con la espada en su mano, ejecutando juicio. Pero ese no es el lugar del Cristiano. Nosotros
comenzamos con la espada contra Cristo, y Él mismo inclinándose a ella. Nosotros comenzamos y deberíamos seguir adelante con
la cruz, buscando la gloria del Señor Jesucristo. Toda nuestra bienaventuranza está fundamentada en la cruz, y todo el centro
de nuestras esperanzas en Su gloria, y en Su venida de nuevo por nosotros.
Que el Señor conceda que podamos vivir así, en el conocimiento cada vez mayor del Bendito, con quien nosotros tenemos
que ver, y a quien pertenecemos. Cualesquiera puedan ser, entonces, el peligro y la prueba, nosotros tendremos al Hijo de
Dios con nosotros en ello.
¡Que podamos conocer más y más lo que es andar con Cristo en libertad y gozo! Así tendremos a Cristo con nosotros en
cada momento de necesidad. William Kelly Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Junio 2008.-
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