LUCAS 22
(UNAS MEDITACIONES)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que,
además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
BTX = Biblia Textual, © 1999 por Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
LA MALDAD DEL HOMBRE (VERSÍCULOS
1 AL 6)
El pensamiento
de la carne se ha manifestado tal cual es: enemistad contra Dios, por el rechazamiento de Cristo.
La iniquidad fue puesta
a la luz, puesta en evidencia en todos; pueblo, sacerdotes, conductores. ¿El amigo? - es un traidor. ¿Los discípulos? - huyen
cuando se acerca el peligro. ¿Aquél que se ha tenido por más adepto? - Al verse en peligro de ser identificado, niega a su maestro. ¿Los
jefes religiosos, aquéllos que hubieran debido reconocer al Mesías? - Estos le entregan al poder idólatra del mundo.
¿Aquél que ocupa la presidencia del tribunal? - Lava sus manos en reconocimiento de la inocencia de Aquél que ha
sido conducido delante de su autoridad, y le entrega a la voluntad y al furor de los hombres. Así, el pecado del hombre ha
sido puesto en claro y completo contraste con la perfección que era en Cristo Jesús, si consideramos la muerte del Justo.
Es inútil buscar el bien en el hombre - : no que puedan faltar algunos rasgos amables en el carácter natural,
sino que Dios no tiene absolutamente lugar alguno en el corazón del hombre cuando éste es puesto a prueba. Al
mismo tiempo, encontramos en esta porción de la Palabra de Dios la exposición de la perfecta paciencia del
Señor manifestada a través de todo. No era solamente el hombre, sino Satanás también quien
se encontraba
allí para la tentación. Era el poder de las tinieblas así como la hora del hombre. Jesús atraviesa esta escena de la maldad
del hombre y del poder de Satanás; Su corazón se fundía como la cera, pero el efecto fue siempre la manifestación
de la perfección. Un ángel vino a fortificarle, puesto que Jesús era realmente hombre, pero un hombre perfecto, llevando todo
lo que podía ser objeto de prueba, y no manifestando otra cosa que la gracia y la obediencia perfectas. Dondequiera se
manifieste el dolor, Su amor sobrepasa a Su propio sufrimiento para consolar a los demás y venir en su ayuda.
Meditando el
caso de Judas, cuán solemne es considerar que, tanto más uno está cerca del Señor, si la vida espiritual desfallece, tanto
más resiste a Dios y tanto más uno viene a constituirse en un seguro y triste instrumento del Enemigo. Si la verdad ha sido
presentada, pero sin ser recibida en el corazón, entonces Satanás goza en tal alma de mayor autoridad que en parte alguna.
La concupiscencia fue el medio empleado por Satanás en el caso de Judas; pero los príncipes de los sacerdotes y los escribas
se hallan prestos a intrigar con él para crucificar a Jesús secretamente, por miedo al pueblo. ¡Dios no lo permitirá!: ellos
deben cumplir su crimen según los designios de Dios.
LA PASCUA (versículos 7
al 23)
Pero, tras esta
escena brilla la luz. Es el Señor; y sean cuales sean Sus sufrimientos y los obstáculos que surjan en Su camino, encontramos siempre
la manifestación de la sabiduría y del poder divinos. ¡He aquí el aposento! ¡Qué pacífica y dulce dignidad! Ningún esfuerzo,
nada que revele ningún sentimiento opuesto a esto. Todo se inclina ante la autoridad de aquél Salvador rechazado, todo, menos
lo que ha sido puesto más de relieve, es decir el corazón no renovado del hombre. Para el dueño de la casa, desconocido
de todos aparentemente, salvo de Uno solo, es suficiente oír: "el Maestro te dice" (Lucas
22:11).
Consideremos
esta escena. Cuán precioso es ver afectos humanos perfectos unidos a un conocimiento divino de todas las cosas. "¡Cuán intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes que padezca!" (Lucas 22:15 - BTX). El Señor habla en esta forma
como quien, antes de dejar Su familia, desea tener aún con ella una reunión de despedida. Cuando contemplamos la gloria divina
en la Persona del Salvador, vemos brillar en Él humanos afectos. (compárese
con Mateo 17:27).
Ello es lo que da a Jesús un poder y un atractivo que ningún otro ser posee, en tal manera que Dios puede encontrar
Su placer en el hombre y el hombre en Dios. El Señor rompe todos los lazos con el viejo orden de cosas (Lucas 22:16). No establece el reino aquí abajo, pero pone al hombre en comunicación con Dios cuando las antiguas relaciones
se habían vuelto imposibles. Él tomaba una nueva posición en la cual la carne y la sangre no pueden ser
admitidas; Su muerte y Su resurrección conducen a una nueva relación con Dios.
El Señor hace
aquí una distinción entre el Cordero pascual y el vino, distinguiendo los dos de la Cena. Penetra de la manera más completa
en todos los sentimientos de Israel, el Israel de Dios, en los intereses del pueblo como tal, hasta que Su rechazamiento les coloca sobre
otro terreno, y que el favor divino sea colocado en otra escena por la resurrección, viniendo a ser Él
mismo el sustituto,
el verdadero Cordero pascual. Los discípulos estaban en primer lugar respecto a esta comunión con El, como vemos en otra parte
a Husai (2 Samuel 15:37; 2 Samuel 16: 16-17), el amigo del rey. Es a ellos a quien quiere dar este último testimonio
de Su amor antes de separarse de ellos... Empero, aun expresando así Su afecto para con ellos, Él toma de una manera manifiesta
el carácter de Nazareno que fue siempre moralmente el Suyo, pero que, en adelante, lo será exterior y dolorosamente: "porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga." (Lucas 22:18). Aplaza el momento de Su
gozo con ellos en el común disfrute del reino hasta el tiempo de éste.
A continuación,
en los versículos 19 y 20, el Señor instituye el memorial de Su mejor redención, de Su amor que va desde el sacrificio hasta la
muerte de Sí mismo. Si en aquel momento se separaba por Dios, en su gozo, no era una falta de amor para con Sus
discípulos, sino al contrario, el pleno desarrollo de Su amor. "Haced esto en memoria de mí" (Lucas
22:19).
Nos acordamos
de Él como sufriendo, muerto, ausente, pero Le conocemos como un Salvador presente y viviente. El nuevo
pacto es establecido en Su sangre. En el gozo y disfrute de la comunión con Cristo en el cielo, no podemos
olvidar lo que nos trajo esta bendición, es decir Su obra. Por un lado, es Su cuerpo quebrantado y Su sangre derramada, y por el
otro, es Él mismo y toda la perfección del amor en Su muerte por nosotros... Somos unidos a Él, a un Cristo resucitado, pero
nos llama a recordarle como a un Cristo muerto. La bendición de esta muerte se halla en la Obra que Él ha cumplido solo: en virtud
de Su muerte, soy unido a Él mismo, y vivo para siempre. En cuanto a la parte o participación del hombre
en esta obra, ella era: la traición y la iniquidad (Lucas 22: 21-23).
LA CARNE EN LOS DISCÍPULOS (versículos
24 al 38)
A continuación, asistimos a
una contienda entre los discípulos: quieren saber quién de ellos había de ser tenido por el mayor. Entonces el divino
Maestro interviene, y les muestra claramente cuán necesario es que no imiten al mundo, y que
- al contrario - sigan
como Él la senda de la humillación y abnegación. Por cierto, los judíos reconocían la grandeza humana,
es decir todo lo que reviste un carácter de nobleza, de superioridad o primacía; pero, desde entonces, en lo sucesivo,
esta grandeza o superioridad, y con ella todo el sistema judaico, se hallaban juzgados y condenados como "rudimentos
del mundo". Toda dignidad o superioridad humana era, pues, del mundo, aunque se presentara bajo la forma de 'bienhechores'.
Cristo había venido para servir; sin reproche alguno, manifestando Su gracia, enseña a Sus discípulos el lugar que
les corresponde: "mas no así vosotros" (Lucas 22:26). Les declara que, de todas maneras, Él tomaba la posición más humilde:
"yo estoy entre vosotros como el que sirve" (Lucas 22:27). Hubiera podido reprenderles, reprocharles
su egoísmo: ¡pero no! Le oímos decir: "Vosotros empero sois los que habéis permanecido conmigo en mis tentaciones"
(Lucas 22:28 - VM). ¡Qué
gracia más compasiva! Pensemos, hermanos, que el Señor es el mismo con nosotros, en nuestros días; Él
no cambiará nunca.
¡Ojalá le manifestemos nuestro
amor, siendo también 'como los que sirven', en la asamblea y en todas partes, sirviéndole con más humildad
y abnegación, apartados de todo sentimiento y deseo de superioridad, llevando en nuestros corazones los intereses de
Su Iglesia, compartiendo los sufrimientos y dificultades de la misma en una mayor medida! Si sufrimos
con El, sabemos que Su corazón está con nosotros, y gozamos Su bendita comunión.
En los versículos 31 al 34,
vemos que Pedro tenía tanta confianza en la carne que se dejó llevar por la tentación. Pero al hombre le es imposible permanecer
firme cuando se trata del bien y del mal, es decir de evitar el mal. Él es pecador, y no puede vencer en esta prueba.
La carne no puede nada; el hombre ha manifestado su vil y lamentable condición como pecador, y se halla sujeto a la muerte
por el juicio de Dios; además se halla bajo el dominio de Satanás. De modo que la carne es incapaz, impotente, y no
aprovecha para nada: ésta es una lección que un día u otro debemos aprender los creyentes. Pero si no la aprendemos
con Dios, es decir estando atentos a las enseñanzas de la gracia divina, tendremos que aprenderla con el enemigo de las almas,
con amargas experiencias de lo que somos. El Señor oró por Simón Pedro para que su fe no desfalleciera; pero toda la
confianza de Pedro en sí mismo debía desaparecer, debía morir. El resultado de la intercesión de Cristo fue que Pedro no perdió
su confianza en Cristo, como hizo Judas, que no tenía fe en el Señor, y si más tarde Pedro fue capaz de confortar y
confirmar a sus hermanos, es que comprendió que, a pesar de sus mejores intenciones, no había en el más que
pecado, y que, en Cristo, no había más que gracia y amor.
El párrafo siguiente (versículos
35-38) nos presenta un cambio completo de circunstancias. Hasta aquel momento, el Señor había protegido a los Suyos
y les había provisto a todas sus necesidades, siendo como el Mesías que disponía de todo sobre la tierra. Pero aquel tiempo
había pasado ya, y el Justo iba a ser rechazado con más enemistad cada día. Él había venido con la capacidad de vencer el
poder de Satanás: era el Señor, pero el hombre no quiso reconocerle como tal, y ésta es la condición actual del mundo:
un mundo que ha rechazado a Cristo. Entonces, ¿qué vínculo o relación podía subsistir entre Dios y el hombre?
La humanidad es condenada, porque ha rechazado a Cristo, porque Cristo fue traicionado y crucificado. Los discípulos
contaban todavía con la fuerza del hombre, y no con un Mesías crucificado en flaqueza; por eso dicen "he aquí dos espadas".
Al contestarles: "Basta" el Señor se refiere a las palabras de los discípulos (Lucas 22:38), y les da a entender que no
comprendían Su pensamiento, que no compartían Sus sufrimientos. No olvidemos en nuestros días que la fe halla sus delicias
en la Persona de Cristo rechazado y crucificado; pero se necesita una fe activa, y la gracia de Dios para confesar a Cristo
despreciado de los hombres, para contar con Él en todas las circunstancias y dificultades. Él es nuestro divino recurso
¡abandonemos los medios y recursos humanos!
GETSEMANÍ (versículos 39 al 46)
Consideremos a Cristo en esta escena tan solemne. Muchas veces es necesario que - como Pedro - seamos
zarandeados como trigo, para que lleguemos a juzgar la carne y a ser ejercitados para no tener confianza alguna en ella. En cuanto
a Cristo, es inútil decir que no lo necesitaba, pues en todo se hallaba en perfecta comunión con Su Padre. Para Él, la
tentación era una oportunidad de hacer la voluntad de Dios, pues Su camino fue siempre el de la obediencia. Para
Pedro entonces, y para nosotros ahora, ocurre que la tentación significa: 'poder del Enemigo',
pues nos halla sin recursos. Ante la tentación, Cristo no habla de la maldad de los sacerdotes, del odio que le profesaban,
de la implacable voluntad del pueblo, de la injusticia de Pilato ¡no! habla de la copa que le había dado su Padre para que
la bebiera. Es que Él, como hombre, había tenido comunión y relaciones positivas con Su Padre respecto a la tentación,
antes de que ella se presentara.
Por lo que nos concierne, tengamos
bien presente, hermanos, que es tarde, demasiado tarde para revestir la armadura cuando ya ha empezado el
combate. En su medida, el hombre que vive con Dios, en su comunión, sobrelleva y vence la prueba, la tentación, como lo ha
hecho Cristo. Resiste cuando llega el día malo, porque ha tomado la armadura en los días buenos (compárese
con Efesios 6:13). En
Getsemaní, el Señor está pues en comunión con Su Padre tocante al poder de Satanás, que debía caer sobre Él. Él lo sentía todo, era sensible
a todo, pero nada lo hacía sucumbir. En las circunstancias más difíciles, en vez de entrar en tentación, se hallaba en comunión
intensa y espiritual con Su Padre, y, en una sumisión perfecta, a cualquier precio, cumplía la voluntad de Dios.
Es evidente que Dios no puede
inducirnos a pecar, llevarnos a pecar, pero puede dejarnos caer en tentación, es decir que puede permitir que seamos zarandeados
como trigo, que la carne sea abandonada a sí misma, a causa de la dureza o de la ligereza de nuestros corazones,
o de nuestra indiferencia ante sus repetidas advertencias. Es el último recurso - más de una vez necesario - que
Dios emplea para disciplinarnos y enseñarnos a juzgar la carne. Él lo hace en Su gracia, ocupándose así
de nosotros, porque nos ama. Pero, si somos conscientes de nuestra flaqueza y de la violencia del combate contra el Enemigo,
conviene que oremos para que no tengamos que pasar por el horno encendido de la tentación, como el Señor nos invita a
hacerlo, declarando dos veces a sus discípulos: "orad para que no entréis en tentación" (versículos
40 y 46 - BTX;
compárese también con Mateo 6:13). En la prueba de la tentación, una mala conciencia lleva a la desesperación:
con una culpable ligereza, la carne va hacia la prueba sin ánimo, o animada por una posición carnal, y forzosamente sucumbe.
Pero si confiamos en Dios, cuando surge la tentación sabemos considerar nuestra incapacidad y verdadera posición ante Dios;
velamos, oramos, suplicamos, dejando todo en las manos de Dios, con el humilde deseo de que sea hecha Su voluntad.
El Señor era plena y verdaderamente
hombre, pues vemos que un ángel le apareció y le confortó, tal era la intensidad de Su angustia; pero esta intensidad
de la prueba le llevó a orar con mayor insistencia (versículo 44). Vemos el poder del mal y del dolor sobre el cuerpo del Hombre perfecto
cuando Su sudor vino a ser como grandes gotas de sangre que caían hasta el suelo. Jesús se dirigió a Dios llamándole
"Padre", mientras que durante las horas de la expiación, abandonado de Dios, y privado de su comunión, clamó "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). Él era el Hijo y hablaba a Su Padre como tal. Él no era todavía la víctima
delante de Dios, pero sufría en Su espíritu, realizando la profundidad de las aguas que le entraron hasta el alma
(Salmo 69:1). En Getsemaní, Satanás tentó a Cristo para que abandonara el camino de la obediencia y lo hizo
suscitándole dificultades, sufrimientos, pues no había podido conseguirlo en el desierto ofreciéndole cosas agradables,
"los reinos del mundo y la gloria de ellos" (Mateo 4:8); Cristo le resistió en todo, pues siempre estaba en comunión con
Su Padre. Pero en la cruz era distinto: se trataba del poder de Dios y Su ira contra el pecado.
JESÚS TRAICIONADO Y NEGADO (versículos 47 al 62)
Aún estaba hablando el Señor
cuando llegó una turba guiada por Judas, y con un beso el Señor fue entregado; uno de los que estaban con Él
hirió al siervo del sumo sacerdote cortándole una oreja que Jesús bondadosamente curó. ¿Qué vemos en el Señor? A la vez una
paciencia sin límites, y un poder que disponía de todo. En la angustia, en la agonía de
Getsemaní, Cristo
estaba con Dios; ante los hombres, en presencia de su maldad, permanece perfectamente tranquilo y sereno. Pedro
saca su espada y corta la oreja al siervo del sumo sacerdote: Él extiende Su mano, le toca la oreja y le
cura. ¡Qué cuadro más solemne en el cual vemos obrar al hombre y a Dios!
Y Pedro niega a su Maestro.
Cuando tememos y temblamos ante los hombres, es que no hemos estado con Dios. Pedro cae, traiciona, siendo testigo de
su propia flaqueza y del carácter engañador de la carne. Cristo no olvida a Su discípulo, a pesar de Su dolor, de Sus sufrimientos; en cualquier
momento, ellos no impiden en Él el magnífico y perfecto curso de la gracia. Cuando el gallo canta, el Señor
se vuelve, y fijando la mirada en Pedro, éste sale fuera y llora amargamente.
JESÚS ANTE SUS JUECES
Jesús no pasó la noche con
sus jueces; ellos esperaron hasta la mañana siguiente para hacerle comparecer ante su presencia, dejándole en medio
de sus siervos, objeto de su odio e insultos. Luego le llevaron ante el concilio de los ancianos del pueblo, pero para Él
no había venido el momento de dar testimonio, y los dejó a su propia flaqueza. La presentación del Mesías a los judíos había
terminado; ellos le rechazaban; en adelante estaría sentado a la diestra de Dios. La prueba del hombre había fracasado y terminado,
podían ir más adelante en su camino de maldad. Ellos mismos sacan la verdadera conclusión: "luego
eres tú el
Hijo de Dios" (Lucas 22:70). De modo que no serán culpables y condenados por un error, sino por haber condenado a Jesús porque era
el Hijo de Dios y lo confesaba ante ellos. ¡Qué culpabilidad y terrible responsabilidad!
Traducido
de "Le Messager Evangélique"
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1961, Nos. 53, 54 y Año 1962 No. 55.-
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