ABRAHAM,
AMIGO DE DIOS
(Juan 15: 8-17; Santiago 2: 20-23)
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Consideremos las palabras del Señor a Sus
discípulos en Juan 15: 8-17, palabras por las cuales revela la relación de
"amigos" en la cual les introduce, y también la obra que quiere
realizar en sus corazones para que gocen plenamente de esta relación. ¿Qué dice
el Señor? Nos llama "amigos". "Ya no os llamaré siervos, porque
el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas
las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer." Esto es lo que
distingue a un amigo: le doy a conocer todo. ¿Tenemos un amigo, alguien a quien
damos este título? Sin duda, conocemos a muchas personas a quienes estimamos y
a quienes manifestamos nuestro afecto. Pero, entre ellas hay solamente algunas,
una o dos tal vez, a quienes damos el título de amigos. ¿Por qué? Es que un
amigo verdadero es alguien en quien tenemos una confianza tal que no le
escondemos nada, pues estamos seguros de que no abusará de nuestra confianza y
guardará para sí todas las cosas que le confiemos en la intimidad. Si nos
traicionara, se acabaría nuestra amistad con él; nuestro corazón sería tanto
más sensible cuanto que nuestra amistad habría sido más real y viva. La amistad
traicionada es una cosa que no podemos aguantar.
Pues bien, el Señor nos coloca en la relación
de amigos con Él, y es una relación amplia e íntima. A algunos de nuestros
amigos les diremos ciertas cosas; a otros les confiaremos algo más. Pero para
que nos confiemos plenamente en un amigo, es necesario que nuestra amistad con
él no tenga límites. Esto es lo que caracteriza nuestra relación con el Señor:
"todas las cosas que oí de mi
Padre, os las he dado a conocer."
Pero, como sabemos, una amistad ha de ser
mutua. Por eso, Jesús dice en el versículo 14: " Vosotros sois mis amigos, si hacéis
lo que yo os mando." Es necesario que la obediencia nos caracterice, como Él
se caracteriza por la fidelidad. Y ¿quiénes son aquellos a quienes el Señor
escoge para hacer de ellos sus amigos? ¿Quiénes son? Lo sabemos los creyentes, y
al pensar en el amor de Dios hemos de humillarnos hasta el polvo. Sus
"amigos" son aquellos que no tenían inteligencia, estaban sumidos en
el pecado, bajo el poder de Satanás, arruinados hasta tal punto que habían
perdido el conocimiento moral de Dios y no discernían lo que Dios ha hecho en este
mundo como Creador. ¿Dónde está la inteligencia? ¿Dónde están la sabiduría y la
ciencia del hombre? Las cosas que debería conocer, ya que fue creado por Dios,
son aquellas en las cuales está más degradado. Pero, los creyentes somos amigos
de Dios. No olvidemos, sin embargo, que para llegar al disfrute o gozo de esta
relación, hemos de pasar mucho tiempo en la escuela de Dios.
La historia de Abraham nos presenta algo de
esta educación por la cual Dios hace pasar los creyentes. Observemos, de paso,
que en toda la Palabra, no hay más que una persona, de la cual se ha dicho que
su fe le fue contada, o "imputada por justicia" (Génesis 15:6). Lo
vemos en el libro del Génesis; Dios no lo dice de otros hombres, pero lo repite
en la epístola a los Hebreos.
¿Cuál era el nombre que Dios le daba a Abraham?
¿El hombre bendito de Dios? Lo era. ¿El hombre que recibió las promesas? También
lo era. ¿El hombre que conoció al Dios Todopoderoso? Era verdad. Pero Dios no
le llama así; le llama "su amigo". Pero, para que llegase a
comprenderlo y a gozar de esta relación, tuvo que pasar, durante años, por muchas
experiencias y pruebas. Dios había decidido hacer de él Su amigo. Abraham no lo
comprendía. Por eso empezó para él su educación en la escuela de Dios, y Dios
le dijo: "Vete de tu tierra y de tu parentela" (Génesis 12:1). Quería
bendecirle; era una cosa preciosa, y bien comprendemos que el corazón de
Abraham se aferra a esta promesa de bendición. Abraham creía que Dios quería
bendecirle; pero Dios quería hacerle comprender que Él mismo se encargaba de
todo. Examinemos su vida.
Abraham pensó: «Dios me llama a dejar la casa
de mi padre, bien; pero ¿por qué no llevaría conmigo a aquellos que la
componen?» Y, en efecto, salieron todos juntos. Dios no dijo nada. Pero, al
llevar a su padre con él, era evidente que era su padre quien conduciría la
marcha. Leemos: "Y tomó Taré a Abram su hijo", etc. (Génesis 11:31) Y
no leemos: «Y tomó Abraham a Taré...» Pues bien, esto no concordaba con el plan
de Dios. No habiendo Taré recibido un llamamiento de Dios, él anda hasta estar
cansado, y se detiene, no va más lejos. Y cuando él se detiene toda la caravana
se detiene también.
Este es el primer paso en falso de Abraham.
Cuando el corazón confía en la bendición, no tiene dirección práctica, y la
bendición no impide el yerro. Se quedó pues en Harán; allí adquirió mucha
riqueza, muchos bienes, sus rebaños se multiplicaron. Y Abraham pensaba: «estamos
gozando de la bendición de Dios...» Murió su padre. Entonces, Abraham tomó la
decisión de salir de Harán, y de ir a la tierra que Dios le había prometido.
Tenía setenta y cinco años. Entonces es cuando Dios empieza a contarnos su
historia; entonces Abraham camina en la dependencia de Dios y prosigue su
camino hasta que llega a Canaán.
Pero había llegado el momento de arreglar y
juzgar lo que había pasado en Harán. Allí, Abraham había adquirido muchos
bienes. Sobrevino un hambre rigurosa, y todas aquellas riquezas fueron un
estorbo para él.
¡Cuántas veces ocurre esto! Cuando uno goza de
la bendición de Dios en una mala posición, todas aquellas cosas llegan a ser un
estorbo. Es necesario que Dios ponga Sus propios pensamientos en nuestros
corazones para dirigirnos; y si añadimos nuestros pensamientos, un día u otro
debemos juzgarlo.
Muchas almas hacen esta experiencia, y llegan a
decir: Recuerdo un tiempo en que me parece que gozaba mucho más de las cosas de
Dios, y en que todo iba mejor para mí. No comprenden que no estaban en la
posición que Dios deseaba para ellos, y que Él quería hacerles juzgar todas las
cosas en las cuales habían andado hasta entonces.
Sobreviene el hambre en aquella tierra. Abraham
considera entonces la dificultad con sus propios pensamientos: ¿Habrá un país
en el cual no haya necesidad de la lluvia para fertilizar la tierra? Así es
como razona. Luego sale para Egipto, donde está a punto de perder a su mujer.
¿Qué hubiera sido entonces de las promesas de Dios? Obrar sin Dios puede tener
fatales consecuencias; se arriesga todo para tener una mejor posición. Abraham
lo estaba perdiendo todo; entonces, Dios le reprende y le pone de nuevo en el
buen camino. Sube de nuevo a Bet-el donde hace un altar, exactamente en el
mismo lugar que antes. Viene después el momento en el cual Abraham y Lot deben
separarse. Esta vez. Abraham ya no repara en la bendición exterior, material,
mientras que Lot elige el único lugar de Canaán parecido a Egipto, y se
establece en Sodoma. Obrar así era buscar una bendición tangible, en vez de quedarse
en el camino del Señor, y, por consiguiente, vemos su fin tan triste. Pierde
todo, allí donde había ido con muchos bienes y rebaños. En cambio, Abraham
permanece solo en una tierra en la cual no había nada que atrajera los
sentidos. Entonces, Jehová le dice: "toda la tierra que ves, te la daré a
ti y a tu simiente." (Génesis
13:15 – VM). Dice Dios: "y a tu simiente"; había algo más que en la
promesa de bendecirle. Es que Dios quería impedir que Abraham hiciera otro paso
en falso. Dios había guardado hasta entonces esta promesa de posteridad, para
dirigir los pensamientos de Abraham hacia Él, y no hacia la bendición de la
cual era el objeto. Luego le hace encontrar a Melquisedec, y es como si le
colocara más cerca de Él. Después le dice: "No temas, Abram; yo soy tu
escudo, y tu galardón será sobremanera grande." (Génesis 15:1). Abraham
responde: "Señor Jehová, ¿qué me darás…?" ¿Era ésta la pregunta de un
amigo, de uno que confía plenamente? No; el corazón del patriarca sigue
aferrado a la bendición. Entonces Dios le declara una cosa nueva: "Mira
ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así
será tu descendencia." (Génesis 15:5). La primera vez le había dicho que
su posteridad sería "como el polvo de la tierra" (Génesis 13:16). En
ambos casos se trata de una cantidad inmensa, ilimitada; con todo, cuando es
cuestión de una posteridad gozando de bendiciones terrenales, es comparada con
el polvo de la tierra, mientras que cuando se trata de una posteridad que tenga
su herencia en el cielo, Dios se sirve de las estrellas como punto de
comparación. Aquel pueblo gozará de una bendición según el corazón de Dios.
Pero transcurren los meses, pasan los años sin
que Abraham vea el cumplimiento de las promesas de su Dios. No se produce
ningún cambio. Cada noche, cuando sale de su tienda y levanta la vista al
cielo, las innumerables estrellas parecían decirle: «tu descendencia será como
las estrellas del cielo.» Y en esta larga espera, ¿desfallece su fe? ¡No!,
porque está escrito: "Abraham CREYÓ A DIOS, y le fue contado por justicia."
(Santiago 2:23).
Largo tiempo después —pues Abraham había gozado
de su hijo Isaac durante muchos años— Jehová le dice: "Toma ahora a tu
hijo, tu ÚNICO, . . . y ofrécelo allí en holocausto" (Génesis 22:2). Reparemos
en esta expresión: tú único; Dios no hacía caso alguno de Ismael; pero le pide
a Abraham que entregue en Sus manos todo cuanto le había dado hasta entonces,
aquel en quien descansaban todas las promesas de Dios. Abraham le había
preguntado a Dios: "¿Qué me darás?"; ahora es Dios quien le pide: «Dame
todo, ofrece a tu hijo, tu único.» ¿Qué le quedaba, pues? Dios SOLO. Tal era el
punto, el estado, hasta el cual Dios le había conducido, paso a paso, para
llevarle a confiarse plenamente en Él. Abraham obedece. Pero Dios le detiene en
el momento mismo en que iba a degollar a su hijo. "Dios se proveerá",
había dicho Abraham; y Dios le da la plena certidumbre de que lo hará, y se
reserva el dar la plena explicación o significación de lo que había dicho.
Después de esto, el ángel de Jehová le dice a
Abraham: "Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho
esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y
multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que
está a la orilla del mar." (Génesis 22: 16-17). Finalmente era llevado a
esta posición de "amigo" a la cual Dios deseaba conducirle (Santiago
2:23). Pero, como lo vemos, fue llevado a esta posición paso a paso; no fue la
obra de un día, sino de muchos años. Dios le había llevado a confiar plenamente
en Él. Entonces, Dios y Abraham pueden mirar al mismo objeto. ¡Cuán precioso
era, para Abraham, el poder gozar de todo lo que encerraba el corazón de Dios!
«No has perdonado a tu hijo», dice Dios, «pues
bien, yo tampoco perdonaré a mi Hijo, mi Único.» (Romanos 8:32). Él nos ha dado
a Su Hijo, ¿cómo no nos ha de dar también todas las cosas juntamente con Él?
Una vez entrado Abraham en la tierra prometida, Dios le habla de darle una descendencia
numerosa como el polvo de la tierra, y luego le hace entrever una descendencia
celestial... "numerosa como las estrellas de cielo". Finalmente,
cuando está Abraham en el monte de Moriah, le habla otra vez de una descendencia
numerosa como la arena que está a la orilla del mar. Se trata entonces de las
naciones que serán bendecidas en Su nombre. De modo que tenemos a Israel, a la
Iglesia de Dios, y a los gentiles, evocados, presentados poco a poco.
Pero —para terminar— notemos una cosa, y es que
la revelación que Dios nos da de Sus pensamientos va mucho más allá de nuestros
pensamientos, y, además, la bendición sobrepasa siempre lo que esperábamos.
¡Cuán precioso es, para los creyentes, saber que Dios obra de esta manera!
William Joseph Lowe
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1968, No. 95.-