LA RAÍZ DE TODOS LOS MALES
(1ª.
Timoteo 6:10)
Todas las citas bíblicas se encierran
entre comillas dobles ("") y
han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60)
excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se
indican otras versiones, tales como:
ATIHE = Antiguo Testamento Interlineal
Hebreo-Español (Publicado por Editorial Clie)
BJ = Biblia de Jerusalén
BTX = Biblia Textual, © 1999
por
Sociedad Bíblica Iberoamericana, Inc.
En
todo
tiempo, "el amor al dinero", esta "raíz de todos los
males", ha morado en multitud de corazones humanos. "Los deseos de la
carne" tanto como "los deseos de los ojos" o "la vanagloria
de la vida" (1ª. Juan 2: 15, 16), pueden conducir al hombre a esta
terrible pasión y hacer correr el riesgo a un creyente a 'perder su vida',
mientras que cada vez conducirá más lejos, al incrédulo, en el camino de la
perdición eterna.
Esta
sed de
riquezas, ¿no parece ser cada vez más deseada, en nuestros días, a causa del
desarrollo del bienestar y la transformación de las condiciones de la vida? El
enemigo se sirve en grado sumo de las pasiones del corazón natural para
mantener a los inconversos bajo su poder e impedir también a los creyentes
vivir la vida cristiana que debiera ser la de cada cual, realizando que la
verdadera "ganancia" es "la piedad acompañada de
contentamiento." (1ª Timoteo 6:6).
Este
amor al
dinero pone de manifiesto ciertos deseos del corazón humano. En una gran
medida, el dinero permite a su poseedor obrar casi casi a su antojo; claro está
que hay ciertas limitaciones, pero haciendo esta reserva, el dinero da al
hombre la posibilidad de adquirir lo que quiere y de hacer lo que le place. Es
a causa de esto que muchos quieren "enriquecerse", lo cual constituye
un "lazo" en el cual el creyente corre el riesgo de caer (1ª. Timoteo
6:9). Y aun, sin que tenga esta 'voluntad de enriquecerse', cuando Dios dispone
el confiar riquezas a uno de los suyos, éstas pueden serle un lazo cuando,
careciendo del aprendizaje en la escuela divina, no 'sabe' vivir en la
"abundancia" (Filipenses 4: 11 y 12). ¡Cuántas veces la
"abundancia" ha sido el punto de partida de un camino de alejamiento,
y cuánto hemos de velar "si se aumentan las riquezas." (Salmo 62:10)!
El poder del dinero va aún más lejos: de hecho, gobierna el mundo abriendo la
senda de la realización de todos los deseos de posesión y dominio, a tantas
manifestaciones exteriores de ambición, de egoísmo y de orgullo. Todo esto
testifica de la voluntad del hombre de no depender de nadie y sobre todo de no depender
de Dios. ¿Es posible que tales sentimientos habiten en el corazón de un
redimido? No olvidemos que nuestros corazones naturales son siempre los mismos
y si nos dejamos gobernar por sus concupiscencias (o pasiones), podremos ser
también arrastrados por este mismo amor al dinero, que es todo lo opuesto de la
manifestación de nuestra dependencia de Dios, y de nuestra confianza en Él,
quien ha prometido darnos lo que precisamos, día tras día (Mateo 6: 24-34).
Nadie entre los creyentes osará decir que puede prescindir de Dios, sin
embargo, ¿no obra como si la cosa fuera así aquel cuya vida en el fondo no
tiene otro fin que buscar y amasar "muchos bienes . . . para muchos
años" (Lucas 12:19), a asegurarse lo que él estima ser la seguridad del
futuro con sus solos recursos, de tal manera que está inclinado a menospreciar
el valor de esta constante dependencia de Dios expresada en la oración enseñada
por el Señor: "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy." (Mateo
6:11)?
El
poder del
dinero trae aparejado también otras consecuencias: en numerosos casos, rige da
manera práctica las relaciones entre los hombres. Aquel que detenta riquezas
ejerce demasiado a menudo una suerte de dominio, más o menos consciente y más o
menos marcado, sobre los que dependen de él para cualquier derecho que sea.
Esta influencia, aun no deseándola, puede conducir a los que la sufren a un
comportamiento diferente del que debiera ser: y sucede, aun con desagrado, que
se corre el peligro de depender de un hombre en lugar de Dios y obrar en tal circunstancia
de una manera que la conciencia, alumbrada por la Palabra, reprueba.
La
influencia
del dinero tiene también consecuencias nefastas hasta en el servicio del Señor.
Puede parecer, a primera vista, que el servicio será más fácil y fructuoso si
se disponen de medios que solamente el dinero puede procurar. Puede parecer
también que el siervo del Señor podrá tener ventaja en su servicio si no se
halla en la obligación de emplear una parte de su tiempo para asegurar su
subsistencia y la de su familia y tiene el suficiente dinero para ir y venir
sin tener preocupaciones materiales. Todo esto parecerá evidente si uno se
limita a considerar las cosas a la manera de los hombres. Existe a menudo un
lazo peligroso en que el siervo corre el peligro de caer, lo cual le conducirá
al desánimo en el servicio, cuando esperaba por el contrario poder llenar mejor
su trabajo.
Meditemos
algunas enseñanzas de la Escritura concernientes a este tema. El apóstol Pablo,
cuyo oficio era "hacer tiendas" —aun trabajando, no por eso servía
menos al Señor, lo mismo en el celo que en los resultados (Hechos 18:3 y
siguientes). Cerca del fin de su carrera, recuerda a los ancianos de Éfeso que
ha trabajado no solamente para sus necesidades sino también para los que
estaban con él. Y aún más, ejercía también la caridad hacia los necesitados
(Hechos 20:33 al 35). Así pues, Pablo ha trabajado para suplir sus propias
necesidades, para subvenir a las necesidades de los que le acompañaban en sus
viajes y, en fin, para "ayudar a los necesitados". ¿Acaso esto ha
debilitado, ha obstaculizado o ha empobrecido su servicio para el Señor? ¿Ha pensado
él, alguna vez, que serviría mejor si disponía de más amplios recursos
materiales? Basta leer Hechos 20: 17 a 27 y 31; 1ª. Corintios 15:10; 2ª.
Corintios 11: 23 al 33 entre otros pasajes para tener una idea, aunque sea
imperfecta, de la gran actividad del apóstol y de sus resultados. Sin duda que
recuerda a los Corintios que el Señor ha ordenado que "los que anuncian el
evangelio, que vivan del evangelio", pero él no quiere usar de este
derecho (1ª. Corintios 9: 1 al 23); es cierto que ha recibido dones de ciertas
asambleas (¡y con qué gratitud!, Filipenses 4:15 al 20), pero estos dones no
eran tanto para asegurarle sus medios de existencia —aunque a veces este caso
existió (2ª. Corintios 11:8): estos dones constituían, sobre todo, un sello de
comunión en el servicio, comunión de la asamblea con el apóstol y del apóstol
con la asamblea. ¿El estado de una asamblea dejaba que desear? Pablo no podía
aceptar nada de ella: de los Corintios nada quiso recibir; en nada quiso serles
carga: "en todo me guardé y me guardaré de seros carga." (2ª.
Corintios 11:9 - BTX. Ver también 2ª. Corintios 12:14). ¡Qué ejemplo y qué
enseñanza para nosotros! Para llevar a cabo su cometido, el apóstol no cuenta
con el dinero, es decir, con el poder y las posibilidades que este procura; con
una fe viva, cuenta, eso sí, con el Señor quien sabe darle el tiempo, las
facilidades, las fuerzas físicas y morales, los recursos indispensables en el
campo espiritual, abrir las puertas, dirigir y fortificar a los que envía y que
suministra a su siervo de todo lo necesario, fijando también limitaciones que
es preciso respetar, pues una cosa es cierta, que cuando uno aportilla el
vallado (Eclesiastés 10:8), se halla frente a frente con el poder del
adversario. "Al que aportillare vallado, le morderá la serpiente." Un
exceso de actividad no siempre es el signo del servicio más útil y bendecido.
Dejando
de
lado el poder del adversario, Pablo ha realizado, en su servicio, el poder de
la fe, que es de hecho el poder de Dios, y nos exhorta a ser sus imitadores
como él lo es de Cristo. ¿Y qué diremos si tomamos el ejemplo del perfecto
Servidor? ¿Ha tenido alguna vez necesidad, durante Su ministerio de los
recursos que proporciona el dinero? ¿Lo hallamos alguna vez sometido a su
influencia o dependiente de su poder? ¡Qué motivo de meditación al considerarlo
como no poseyendo un lugar en que reclinar su cabeza y no disponiendo de la
pieza de moneda para pagar el impuesto de las dos dracmas! (Mateo 8:20 y 17: 24
al 27).
Querer
enriquecerse es estar animado por el espíritu de este siglo, es caer "en
tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los
hombres en destrucción y perdición" (1ª. Timoteo 6:9). Es ser tentado a
obrar de manera que no siempre es correcta y que puede abocar en la deshonestidad,
pues en un camino tal, uno no goza de la compañía de Dios. ¿Quién hablará de
los "muchos dolores" en "que son traspasados" tantos
creyentes en cuyos corazones habita el amor al dinero? (1ª. Timoteo 6:10).
¿Quién hablará también del mal que, en ciertas circunstancias, ha podido hacer
el poder del dinero en el servicio del Señor, el cual ha sido una traba al
despliegue del poder de Dios en respuesta a la fe del servidor?
¡Que
nadie se
deje ganar y conducir por "el amor al dinero"! ¡Correrá el peligro,
el gran peligro, una vez llegado al final de su carrera terrestre, de tener que
confesar que ha perdido su vida! En cambio, bienaventurado aquel que realiza la
verdadera dependencia de la fe y recibe de Dios todo lo que le es necesario
para responder a sus necesidades materiales, no poniendo su confianza en los
bienes que le son dispensados, "sino en el Dios vivo, que nos da todas las
cosas en abundancia para que las disfrutemos." (1ª. Timoteo 6: 17 al 19).
Podemos
obtener una enseñanza útil en relación con esto, considerando la conducta de
los Egipcios durante los años de hambre. "Cuando se sintió el hambre en
toda la tierra de Egipto", Faraón, hacia quien clamaron por el pan, dijo a
los Egipcios, "Id a José, y haced lo que él os dijere." (Génesis
41:55). En Egipto, donde no había pan, así como en Caná de Galilea donde no
había vino, el recurso se halla siempre en Aquel de quien José era un tipo
(Juan 2:5). "Entonces abrió José todo granero donde había, y vendía a los
egipcios." (Génesis 41:56). "No había pan en toda la tierra, y el
hambre era muy grave, por lo que desfalleció de hambre la tierra de Egipto y la
tierra de Canaán". Los Egipcios volvieron pues a José diciendo:
"Danos pan, ¿por qué moriremos delante de ti, por haberse acabado el
dinero?". José les había vendido el grano, pero no tenían dinero para
comprar de nuevo. ¿Qué hacer? José les respondió: "Dad vuestros ganados y
yo os daré por vuestros ganados, si se ha acabado el dinero". Y trajeron
todo el ganado a José; y José les dio pan por sus caballos, por el ganado de
las ovejas y por el ganado de las vacas y por los asnos; y los sustentó de pan
por todos sus ganados aquel año (Génesis 47: 13 al 17). Los Egipcios se han
hallado en la obligación de dar su dinero en primer lugar, a continuación sus
ganados, pero aún debían ir más lejos. Una vez agotado el pan, el hambre
continuaba, de manera que volvieron por tercera vez a José a fin de exponerle
su triste estado: "Nada ha quedado delante de nuestro señor sino nuestros
cuerpos y nuestra tierra" y reducidos a este extremo están dispuestos a
darse por entero a él: "Cómpranos a nosotros y a nuestra tierra por pan, y
seremos nosotros y nuestra tierra siervos de Faraón." (Génesis 47: 18-19).
Y es lo que hizo José, quien a continuación dijo: "He aquí os he comprado
hoy, a vosotros y a vuestra tierra, para Faraón; ved aquí semilla, y sembraréis
la tierra." La salvación estaba así asegurada y los Egipcios pudieron
decir a José: "La vida nos has dado" (Génesis 47: 23-25). Los
hombres, los mismos creyentes a veces, estiman poder vivir en la independencia
de Dios, y gracias a su dinero y a sus ganados atravesar sin gran pena los
períodos más difíciles. Pero Dios puede conducirlos a experimentar la vanidad
de sus riquezas; sobrevienen circunstancias permitidas o enviadas por Él, que
corresponden al hambre de Egipto, circunstancias que conducen al creyente a
comprender que su parte es depender de Dios y de confiarse a Él sin reserva
—"nuestros cuerpos y nuestra tierra"— lo que le permitirá probar que
Dios es rico en medios para conservar la vida de los Suyos, aun cuando no haya
más dinero. No solamente es un poco de pan el que José da a los Egipcios,
cuando se entregan enteramente a él con sus tierras, es también la semilla
necesaria para sembrar la tierra, de manera que pueda haber nutrición para
ellos, para los que están en casa y para los niños (Génesis 47:24).
Abandonarse,
reposarse en Dios, realizar de manera práctica que todo lo que disponemos
—nuestros días, bienes, cuerpos, corazones— es de Él, tal es el secreto de la
verdadera libertad. Esto nos conduce a vivir de fe, a andar por fe, probando el
poder infinito de Aquel que puede, y quiere, responder a nuestras necesidades
¡Qué contraste entre esta parte gozosa y toda la clase de males que tiene por
raíz "el amor al dinero"! ¡Que Dios nos preserve de traspasarnos a nosotros mismos
de
"muchos dolores"!
Paul Fuzier
Revista "Vida
Cristiana", Año
1967, No. 87.-
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