LAS DOS
RELIGIONES
(la de la
carne y la del Espíritu)
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Si se
pregunta a los que se preocupan por estas disciplinas, ¿cuántas religiones existen
en el mundo?, no hay duda de que redactarían una extensa lista que, partiendo
de todas las desviaciones de la Revelación primitiva, conducirían al final a la
religión judía y al cristianismo. Pero en realidad, en el mundo, han existido
solamente dos religiones, y éstas están en abierta oposición la una
contra la otra. La primera es la religión de la carne, la segunda la religión
del Espíritu, este don de Dios a la fe en una salvación gratuita. La
primera de estas religiones es tan antigua sobre la tierra como el pecado del
hombre; y la segunda lo es tanto como la Redención, lo cual hace que las
hallemos a ambas en el origen de nuestra historia. Desde el principio están
personificadas en las acciones de dos hombres: Caín y Abel. Sólo precisamos
considerarlos un momento para descubrir los caracteres de sus religiones y ver
que son irreconciliables. Empecemos por Caín:
Su
religión, que es la de la carne, ofrece tres rasgos distintivos:
1) Pretende
que el hombre caído es capaz de adquirir una justicia que sea del agrado de
Dios. Piensa que haciendo el bien —pues esta religión no duda que el hombre, a
pesar de su caída, sea capaz de hacerlo— podrá ser recibido y reconocido como
justo en la presencia de Dios. Notamos inmediatamente que este principio
ignora dos cosas: La justicia de Dios que necesariamente debe condenar
al pecador, y la justicia de Dios que le es ofrecida en Cristo para
justificarle.
2) El
segundo rasgo distintivo de la religión de la carne es, que ella ignora
totalmente el estado de ruina del hombre, como fácilmente podemos
asegurarnos por el primer rasgo que hemos expuesto. Esta religión busca el
bien en el hombre para presentarlo a Dios. Para ella el hombre es pecador, sin
duda; loco sería quien lo negara, pero, en su opinión, no está irremediablemente
perdido; pues un objeto perdido, es preciso convenir en ello, no sirve
para nada, y
3) El
tercer rasgo distintivo de la religión de la carne es que ignora el estado del
mundo. No sabe que el mundo es, a los ojos de Dios, una cosa maldita que
no puede probar nada más y sobre el cual el juicio definitivo ha sido ya
pronunciado.
Estos tres
aspectos de la ignorancia: de Dios, del hombre y del mundo se conjugan en Caín.
Él, hombre injusto, piensa que Dios debe mirar a su ofrenda y recibirla, sobre
un pie de justicia, en virtud de sus abnegados esfuerzos. Separado de Dios por
el pecado, tiene bastante confianza en sí mismo para presentarse ante Dios con
los resultados de su trabajo. Siendo maldito, viene a ofrecer a Dios los frutos
de una tierra maldita, como si este mundo pudiera ser, ante Dios, lo que era
antes de la caída.
En
contraste con la religión de Caín hallamos la de Abel, que no tiene con la
primera ningún rasgo en común. No se basa sobre el hombre, al cual estima
pecador perdido, ni sobre la energía y los recursos que puede ofrecer, sino
sobre un sacrificio preparado por el mismo Dios en otro tiempo, para cubrir al
hombre y a la mujer culpables (Génesis 3:21), sobre la gracia que lo presenta,
sobre la fe que le atribuye valor, que lo ofrece a Dios y permite al pecador
acercarse a Él como estando plenamente justificado de todo pecado. He
aquí lo que hallamos en la base de la religión del Espíritu, que se mueve entre
las cosas invisibles, única base reconocida de Dios; no teniendo ni el hombre,
ni la carne, parte alguna, tal como la epístola a los Gálatas nos lo prueba superabundantemente,
sin que nosotros tengamos necesidad de extendernos sobre ello.
Pero diréis:
'¿entre estos dos contrastes absolutos,
no es posible introducir un tercero que los reconcilie? ¿No ha sancionado Dios
a la religión de la carne dando Su ley
al pueblo de Israel?' Es cierto que Dios ha dado una religión al
hombre en la carne, ¿pero con qué fin? Precisamente para poner en plena luz lo
que es la carne del hombre, y aun en las mejores condiciones de cultura
posible. Nunca habría sido probada la ruina del hombre, ni su incapacidad en
adquirir una justicia ante Dios, jamás la fe, como único medio de ser
justificado, habría sido establecida, nunca habría sido manifestado el estado
desesperado del hombre y del mundo, el cual, después de haber infringido la
ley, ha rechazado a Cristo, único medio de salvación; nunca la necesidad de
nacer y ser vivificado por el Espíritu, siendo la carne inútil para todo (Juan
3:5; Juan 6:63) habría sido proclamada, si la ley no hubiese sido establecida.
La ley era
perfecta, santa, buena, divina en su naturaleza, justa en todas sus exigencias
—no había en ella ni un rasgo de pecado, pero la carne del hombre a quien fue
dada la convertía en un instrumento inútil como medio de acercarse a Dios y de
adquirir una justicia ante El. La ley "era débil por causa de la
carne" (Romanos 8:3 – LBLA). La ley es, pues, dada no como regla a la
carne, sino para cerrarle la boca, para que todo el mundo sea "culpable
ante Dios", para traer al hombre el conocimiento del pecado y declararle
infinitamente pecador, para producir la ira, para hacerle morir; en una
palabra, para matar al viejo hombre y no para salvarle. Ahora bien, esta era la
inmensa verdad que se trataba de probar y que no podía serlo por ningún otro
medio sino colocando al hombre bajo la ley. He aquí por qué la ley no
supone anticipadamente al hombre perdido, sino que viene a probarlo. Si
el hombre es capaz de una sola justicia, la ley le concede el medio de mostrar
esta capacidad: "Haz esto y vivirás". He aquí también por qué ella no
desvela de golpe el estado del mundo. Este estado no puede ser probado sino por
medio de la larga historia del estado de un pueblo puesto bajo el terreno
legal, en presencia de todos los llamamientos de Dios y finalmente en presencia
de un Salvador.
Hemos
considerado la simple religión de la carne en Caín, después la ley, la religión
de Dios dada a la carne en el pueblo judío. Pero queda aún una tercera forma
de religión, una verdadera obra de arte de Satanás para engañar al hombre, religión
que la epístola a los Gálatas nos ocupa en toda su extensión. El lazo en que
los Gálatas corrían peligro de caer, y en el cual de una forma parcial habían
ya caído, era el principio de esa nueva forma de religión de la carne, que
posteriormente se ha desarrollado bajo el nombre de cristiandad. Desde
su conversión, los Gálatas, así como todos los creyentes bajo la gracia, habían
recibido el Espíritu Santo en virtud de la fe: "En quien también, habiendo
creído", dice, "fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa" (Efesios 1:13 - VM). Su religión no era pues la de la carne, sino
la del Espíritu. Habían sido librados de la esclavitud del pecado para ser
introducidos en la libertad de los hijos de Dios. Habían recibido por la fe, a
Cristo como su Salvador. Eran salvos por la gracia. La fe en Cristo Jesús era
su punto de partida para entrar en todos sus privilegios. Eran hijos de Dios
gozando de la libertad de la gracia, y la gloria de su Salvador les estaba
asegurada en el porvenir. Pero esta escena tan bella como simple, había cambiado.
Doctores judaizantes, adversarios fanáticos de una gracia sin mescolanzas, habían
ido a enseñarles que debían añadir algo a lo que habían recibido por el
ministerio de Pablo. Estas asambleas, salidas del paganismo, no se daban cuenta
que lo que se les proponía era añadir la religión de la carne a la del Espíritu.
"¿Habiendo comenzado en el Espíritu", dice el apóstol, "ahora os
perfeccionáis en la carne?" (Gálatas 3:3 – VM). Estos doctores
judaizantes no contradecían la gracia, pero hablaban de perfeccionar al
creyente por medio de la ley. Esto representaba, al mismo tiempo, un medio
para quedar ligados al antiguo orden de cosas, de no romper con la carne, de
retener la ley como regla de vida y no dar la espalda al mundo. La ley dada por
Dios se convertía en instrumento de Satán,
para apartar al creyente de Dios y de Cristo. ¡Unas pocas observancias ceremoniales
no eran gran cosa! Los cristianos de entre los judíos, ¿no habían hecho estas cosas,
y por mejor decir, las seguían haciendo? ¿Guardar algunas fiestas? ¿Dónde
estaba el mal? ¿En la circuncisión? ¿No se trataba de un asunto de fraternidad
más firme para identificarse más íntimamente con los hermanos judíos? Sin duda
que no se trataba del 'nada añadir, ni
del nada quitar' que caracterizaba al cristianismo de los Colosenses y que
les mostraba que todo estaba en Cristo y que Cristo era todo; ¡pero la
diferencia era insignificante! ¿Para qué perder el tiempo discutiendo estas
cosas?
Pero la
realidad era otra. Esta mezcla destruía la misma base del cristianismo. Se
establecía otra base para un sistema nuevo, que después de haber restablecido
el viejo hombre, no aceptaba más su completa condenación, ni la muerte, ni la
crucifixión de la carne, ni el anonadamiento de la justicia humana, ni la
condenación definitiva del mundo.
Este
sistema tan modesto en sus primeras manifestaciones ha dado posteriormente sus
flores; es la religión de la actualidad, pero pronto la abandonará para
volcarse en la completa incredulidad, pues estamos en la vigilia de la
apostasía. Pero actualmente, jamás hallamos en los sistemas de religión humana
el fin de estas tres cosas mencionadas al principio de estas páginas como
caracterizando la religión de la carne: el fin del hombre y su justicia, el
fin de la carne y del mundo, pues cuando ha comprendido su alcance, un
cristiano fiel, no puede hacer otra cosa que salir de él.
La religión
del Espíritu conoce estas cosas y se separa, pues ella se basa en otros
conocimientos bien distintos: "Si alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas." (2ª.
Corintios 5:17). He aquí por qué nuestra epístola, en pleno acuerdo con la de
los Romanos, está llena de estos temas: La justicia divina; el hombre puesto
enteramente de lado; la ley sin fuerza; el mundo juzgado; un nuevo y segundo
hombre introducido, que es Cristo, con el cual, el primer hombre no tiene
punto alguno de contacto, si no es para sus necesidades.
Si
resumimos lo que hemos expuesto, hallamos estas cuatro verdades que el
Evangelio nos presenta:
1) El fin
del viejo hombre para introducir el nuevo. Esto es absolutamente
definitivo y completo. Ante Dios sólo permanece el último.
2) El fin
de la carne. Estoy crucificado. Sólo
el Espíritu queda como el que tiene valor ante Dios. "Los que son de
Cristo Jesús, han crucificado la carne, juntamente con sus pasiones y sus
deseos desordenados." (Gálatas 5:24 - VM).
3) El fin
de la ley, en el sentido de dirigirse a la carne para reprimirla; no
tiene ya más razón de ser para adquirir una justicia: "Cristo es el fin de la
ley para justicia,
a todo creyente." (Romanos 10:4 – VM).
4) El fin
del mundo. Somos librados del presente siglo malo; pero el cielo y la
gloria nos pertenecen con Jesús (Gálatas 6:14).
Ahora bien,
no reconocer estas verdades era el abandono del cristianismo, y por eso es que
la epístola a los Gálatas, que no empieza por ningún testimonio de afecto,
aunque exprese los profundos dolores de un amor lleno de angustia, va hasta
poner en duda la presencia de la vida divina en los Gálatas (Gálatas 4:19).
Henri Rossier
Revista "Vida Cristiana", Año 1966,
No. 84.-