REALIDAD
Hechos 5: 1-11
Todas
las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de
la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60).-
Es una cosa muy seria, superlativamente seria, por bendita que sea al
mismo tiempo, el tener que ver con Dios; el ser conducidos a Su presencia y
permanecer ante Él en relación filial, siendo objeto de Su favor inmutable.
Y es de temer que a menudo, con todo y apropiándonos con gozo las
bendiciones de una tal posición, no tengamos, sin embargo, más que un
sentimiento bien menguado de la responsabilidad que esto confiere. Es preciso
que retengamos bien la verdad siguiente: Dios no puede ser burlado, y siendo Él
tal quién es, quiere la realidad en aquellos
que se allegan a Él. Ha sido buscado por muchos, no por lo que Él es, sino por
lo que puede dar, y es por esa razón es que a los tales les falta el sentido de
la profunda bendición que Su presencia aporta. Jamás conocieron lo que es
estar con Dios y hallarse satisfechos de Su presencia.
Lector: ¿ha conocido usted lo que representa estar a solas con Dios, el
hecho de aislarse por un instante, por breve que sea, del agitado medio donde se
halla, de la multitud y de las circunstancias, para estar realmente solo con Él,
sin temor ni duda, sólo con su alma llena y satisfecha de una dulzura y de una
bendición que siente y manifiesta sin que la lengua pueda expresar?
El lenguaje humano, en efecto, es incapaz de traducir lo que un alma
enseñada por Dios puede gozar. Este gozo, por débil que sea, produce dos
consecuencias, que si bien son netamente distintas, no pueden ser separadas: los
afectos son atraídos y la conciencia es ejercitada.
Aquel cuyos afectos serán más atraídos, será aquel cuya conciencia
habrá sido lo más profundamente ejercitada, pues en caso semejante el espíritu
legal no existirá así como tampoco lo que
debo hacer en tal o cual circunstancia, sino solamente lo que conviene a Aquel
que ganó mi corazón.
Desgraciadamente, existen personas que no desearían estar demasiado
cerca del Señor; no buscarían el lugar del discípulo que Jesús amaba recostado
sobre Su pecho (Juan 13:23), seguramente se encontrarían más cómodamente con
los criados del Sumo pontífice (Lucas 22: 54-60). Y sin embargo, ¿quién podrá
negar que la más grande proximidad significa la más grande bendición, y que el
dador necesariamente debe hallarse por encima de sus dones? Si los
pensamientos, los caminos, las obras y la manera de obrar de Dios son tan maravillosos
y gloriosos, ¡qué no será Él mismo cuando se revela en la plenitud de Su
bendición! Y un alma consciente de no comprender sino débilmente estas cosas,
¿no desearía acaso hallarse en esta proximidad? Es muy importante conocer algo
de lo que hay en el corazón de Dios, de Sus planes inalterables, formados
desde toda eternidad en vista de nuestra bendición, de ser capaces de apreciar
cada una de nuestras circunstancias según la medida de Su amor, un amor que no
nos abandona jamás, sino que, a pesar de lo que somos, quiere dirigirlo todo
para nuestro propio bien.
Los pensamientos del hombre en relación con la bendición se
circunscriben, a menudo, a las cosas de la tierra, mientras que la verdadera
bendición consiste en conocer a Dios. ¿Le conocemos acaso más íntimamente que
cualquier amigo terrenal, de tal manera que nuestra alma se regocije de Su
presencia que en vez de aportarnos contrariedades, nos colma de dicha
inefable? Una tal bendición es desconocida de aquellos que se acomodan allí
donde el Señor no halla Su agrado, aquellos que piensan que las palabras,
palabras de las cuales nada corresponden a sus vidas —que no son otra cosa que
una profesión sin práctica— la verdad en la mente, mas sin realidad en sus
corazones, son suficientes ante Aquel que nos es presentado como el Santo y el
Verdadero. Cuanto más Su presencia sea realizada y manifiesta, más
incompatibilidad aparecerá entre lo que es opuesto a Su naturaleza y que no
responde a la perfección de Su Ser.
El pasaje citado conjuntamente con el título de este artículo,
reviste una importancia solemne en relación con el gobierno de Dios hacia unas
personas que, sin ser culpables de pecados groseros, han sido tentadas en
revestirse de una apariencia de piedad y consagración que en la realidad no poseían.
Han especulado sobre la paciencia de Dios y se imaginaron que Él no tomaría
cuenta la profesión falsa y la falta de realidad con la cual se abrigaban para deslumbrar
a aquellos que les rodeaban. Todo esto era tanto más odioso a los ojos de Dios,
puesto que Él estaba presente. Es a Él a quien habían mentido. Habían traído
solamente una parte del producto de la venta de la heredad, pretendiendo
falsamente ofrecer su totalidad. Dios estando allí, el pecado fue primeramente
expuesto públicamente y a continuación halló un juicio inmediato, pues
"Dios no puede ser burlado". Si en nuestros días Su presencia es
menos realizada en la asamblea, y si Él usa de más paciencia, es bueno recordar
que Su naturaleza no ha variado: aunque Su poder en gobierno no se manifieste
públicamente de la misma forma, sin embargo, no abandona nada de lo que le es
debido, y ciertamente, tarde o temprano, a menos que un verdadero
arrepentimiento tenga lugar, visitará, según Su santidad, todo acto que tenga
el sello de la falsedad y de la simple profesión.
La apariencia sin realidad es el signo cierto de la ignorancia, de la
indiferencia, o de la inercia del alma. Manifiesta de una forma triste y
solemne a la vez, que el que está marcado por ella no ha respondido a la
bondad de Dios, y que todas las bendiciones derramadas sobre él con tanta
liberalidad, no han podido despertar esta santa y saludable gratitud, que
produce necesariamente este deseo: ¿Cómo puedo agradar a Aquel que me ha amado
así y me ha colmado de favores?
Cuando la profesión de la verdad no produce en el alma algún resultado
correspondiente, cuando las palabras se quedan en simples frases que jamás
revistieron otra cosa que una apariencia de la vida sin hechos que las avalen,
no tarda en manifestarse un endurecimiento progresivo. La conciencia se embota
al mismo tiempo que los afectos se enfrían. La profesión exterior puede
subsistir, pero cuando almas que puede que tengan menos inteligencia, pero más
energía espiritual, menos conocimientos pero más comunión con el Señor, se
relacionan con dichas personas, disciernen prestamente la falsedad y el vacío.
La falta de realidad es una de las armas más temibles del arsenal de
Satán. Deshonra al Señor, arruina el Testimonio y expone al santo que está
marcado por ese estigma a la burla y el escarnio de parte del mundo y despierta
en todo creyente sincero y verdadero de corazón, sentimientos de tristeza y vergüenza,
mientras que otros se sientes satisfechos con el hecho de abrigarse tras un tal
ejemplo. La sensibilidad espiritual queda oscurecida, la conciencia ya no
conoce más acerca de saludables ejercicios, el hombre espiritual (el hombre
interior) queda paralizado y rendido, incapaz de formar un juicio recto sobre
cualquier asunto que guarde relación con los intereses del Señor.
Es cierto que en muchos casos esta falta de realidad de la cual los
demás se dan cuenta cuando el propio interesado no tiene conciencia de ella, no
proviene de un propósito deliberado de inclinarse a lo que no conviene a la verdad
que se profesa, sino a la ignorancia o a la apatía espiritual. Más de una persona
en semejante estado no
tiene necesidad sino de tener su atención fija sobre puntos difíciles para
ponerse a obrar de manera distinta a como debiera. Para tomar un ejemplo,
hay almas sencillas que ignoran que el Espíritu Santo ha dado por mediación de
los grandes apóstoles, Pedro y Pablo, preciosas directrices en relación con el
arreglo y la compostura de las mujeres, cuando la Escritura abunda en exhortaciones
generales en el sentido de no conformarse con los rudimentos del mundo.
Si el corazón es recto, bastará esclarecerlas para que ellas obedezcan
a la Palabra. Pero, ¿no es solamente
serio, para aquellas que conociendo estas verdades y profesando estar muertas
al mundo, van al encuentro del Señor, y a conmemorar Su muerte, así como a
encontrarse en Su presencia en un momento tal, adornadas con los atavíos del
mundo, llevando el sello de su sometimiento a él, olvidando que para librarlas,
el Señor de gloria, ha tenido que ir hasta la cruz? (Gálatas 1:4).
Cuanta aflicción causa ver que alguien pueda hablar libremente de una
bendita esperanza, de una ciudadanía celestial, de un objeto para el corazón,
de tal manera, que los demás se sorprendan de que entre estas palabras y los
hechos de quien las pronuncian, no exista ninguna analogía. Con facilidad nos
escudaremos en que nos hallamos en el único y verdadero terreno; de haber
salido hacia Cristo fuera del campamento, cuando en realidad, obrando en
sentido negativo, haremos de Cristo la
bandera de una separación eclesiástica y nada más; y si Sus derechos son débil
y flojamente conocidos, ¿cómo Le rendiremos lo que Le es debido siendo Él la
Cabeza, cuando venga el tiempo de la prueba?
Bajo cualquier forma que se presente, esta falta de realidad —y estas
formas pueden ser bien diversas— siempre podemos remontarnos hasta la fuente
del fracaso: y la fuente de esto es que el alma no tiene el hábito de andar con
Dios, de traer todas las cosas a Su presencia y de buscar Su dirección en las
circunstancias más simples de la vida diaria. Sin duda alguna, el que tiene
estas cosas en el corazón y quiere complacer a su Señor, sufre en esta lucha en
que la carne es mortificada y desarmada, ¡pero conocerá la inapreciable compensación
de tener la aprobación del Señor en Sus caminos!
Cuando Dios nos conduce cerca de Sí, no es para otra cosa que para
bendecirnos, y esto de una forma digna de Él. Los que sabemos cuán ricamente
nos ha bendecido por la eternidad, no diremos que no quiere ni puede
bendecirnos en el tiempo. Pero es preciso que la bendición sea según Él, y así
siempre es perfecta. Dios buscará y hallará objetos sobre los cuales derramar
todo el amor de Su corazón y la plenitud de Su bendición. ¿Es que acaso no
queremos ser de los tales? Que este sea el propósito firme de nuestro corazón:
andar con Él y agradarle en todo. "Caminó, pues, Enoc con Dios, y
desapareció, porque le llevó Dios." (Génesis 5:24), y "tuvo testimonio
de haber agradado a Dios." (Hebreos 11:5).
F .S.
M.
Revista "VIDA
CRISTIANA", Año 1962, No. 60.-