REFLEXIONES PRÁCTICAS SOBRE
LA EPÍSTOLA A LOS HEBREOS
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto
en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada
con permiso
La epístola a los Hebreos nos es de mucha ayuda en la práctica, porque nos considera
donde estamos de hecho, es decir sobre la tierra, en el mundo, pero habiendo debido, como los Hebreos, abandonar esta
posición terrestre, para tener en cambio las cosas invisibles, de modo que los creyentes debemos andar en medio de las
cosas visibles (siempre presentes y atractivas para la carne) pero realizando que ya no tenemos que ver con ellas. Por otra
parte, no hemos visto todavía lo que nos es prometido (hablando de realidad palpable) y debemos andar como extranjeros,
esperando la realidad de nuestra posición en el porvenir. Todo esto nos coloca —exteriormente, como hombres— en
una posición penosa, y en un combate (pero no debate) continuo en el cual hemos de salir victoriosos. Pero ¿cómo podremos
vencer? Pues, será por la fe: la fe en la marcha, la marcha de la fe: es el constante tema de esta epístola. Cuando la fe
es la fuente de nuestra actividad, nos hallamos establecidos en una posición moral completamente nueva; entonces podemos
estar siempre en paz, siempre tranquilos, aunque las dificultades exteriores, y nuestra carne no cambien en nada.
Pero ¿de dónde viene que esta fe sea capaz de darnos la victoria sobre todo? Es que ella hace
suyas las provisiones divinas para la carrera cristiana, provisiones reveladas en esta epístola; ella mira siempre
adelante y hacia arriba, y encuentra allá su objeto, la bendita Persona del Señor, sentado
en los cielos. ¿Y por qué sentado? Es que esta posición implica la seguridad de la victoria. ¡Sí!, el Señor está allí,
sentado después de haber cumplido todo, como sacerdote: esto es, para nosotros, la paz de la conciencia. Está
allí también como soberano pontífice, ocupándose constantemente de nosotros: es el reposo, la paz del corazón. El Señor
está en el cielo, como precursor de los hijos de Dios que hizo partícipes de la gloria, y está coronado de gloria y de
honra después de haber gustado la muerte por todos. Pero antes de ser glorificado, caminó en este mundo, en las
mismas condiciones que nosotros —salvo el pecado— y hasta padeció, siendo tentado. Por lo tanto, es capaz
—y de manera perfecta— de simpatizar con los que son tentados, y de socorrerlos. Por eso leemos: "Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia…" (Hebreos 4:16): las provisiones, los recursos no faltarán nunca.
En el capítulo 1. Al querer el Espíritu Santo dirigir nuestras
miradas hacia el Señor sentado en las alturas, empieza por hablarnos de Su gloria como Persona divina, mucho más excelente
que los ángeles —los cuales eran los intermediarios de la religión judaica— y que los profetas —por los
cuales, en otro tiempo, Dios había hablado a los padres en Israel— Él es el Creador, sustenta todas las cosas, y es
heredero de todo. Y ¿qué dice la Palabra? El mismo hizo la purificación de nuestros pecados "por medio de sí mismo",
y se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. ¡Qué motivo más profundo de adoración y alabanza!
En el capítulo 2. El Señor quiso hacerse hombre, no sólo
para revelarnos a Dios, sino también para llevarnos a la gloria como hijos: fue hecho perfecto por medio de los padecimientos
(versículo 10 – LBLA), y gustó la muerte por todos. Como hombre (pero siendo el "segundo hombre"), Él ha glorificado
perfectamente a Dios, y Dios le ha coronado de gloria y honra, y ha sujetado todas las cosas debajo de Sus pies. Esto no está
realizado aún, pero la fe se goza en verle allí en las alturas, glorificado (versículo 9), y adora pensando que, para
salvarnos y para glorificar a Dios, quiso —por un tiempo— ser un poco menor que los ángeles, ser hecho
perfecto por medio de los padecimientos, y gustar la muerte por nosotros. ¡Si!, antes de ser glorificado Él participó de carne
y sangre (versículo 14), y quiso experimentar lo que es andar como hombre de Dios en un mundo puesto en maldad: es
pues, capaz de socorrer a los que son tentados, y de simpatizar con sus flaquezas (pero no con el pecado). Está
pues en las alturas, por nosotros, fiel, y también misericordioso Pontífice.
Capítulo 3. Por lo cual, considerémosle allí, establecido
o constituido por Dios (versículo 2) para cuidar de nosotros; no nos creamos pues solos, abandonados, sin socorro ni recursos
para andar luchando contra los principios del mal en nosotros y las dificultades alrededor de nosotros. No bajemos
la cabeza, desanimados, hermanos ¡no!, sino que mirando a Él retengamos firme nuestra confianza y la gloria de la esperanza,
hasta el fin (versículo 6), es decir con una vigilancia de cada día (v. 13). Retengamos estas dos cosas: la confianza
en el socorro constante que tenemos en las alturas, y la gloriosa esperanza que nos llena cuando miramos la
meta, el resultado de nuestra carrera. Fue precisamente porque abandonó estas dos cosas que el pueblo de Israel falló en el
desierto. ¡No hagamos como este pueblo, hermanos! Miremos que no haya en nosotros un corazón malo de incredulidad, para apartarnos
del Dios vivo (en cuanto a la marcha cristiana). Velemos contra el engaño, la seducción del pecado, seamos valientes y firmes
hasta el fin (versículo 14), mirando siempre hacia arriba y siempre delante de nosotros.
El capítulo 4. Viene
a animarnos, pues nos declara que tenemos una preciosa promesa que debe incitarnos a andar con paciencia y perseverancia:
es que, al término de nuestra carrera entraremos en el reposo de Dios. Queda un reposo para nosotros: que este pensamiento
nos llene de gozo; es el reposo de Dios. Será el término, el fin del trabajo y de los ejercicios espirituales que le acompañan.
Será el término de la vigilancia, de la paciencia, de la perseverancia, de la esperanza y de la fe. Será "el reposo".
Esforcémonos pues para entrar por la fe en aquel reposo (versículo 11), para no caer imitando la incredulidad
de los israelitas. Gocemos ya por la fe de este reposo futuro, y sigamos con fidelidad nuestro camino aquí abajo; ya que —porque
lo indica el final del capítulo— no estamos sin recursos para andar. Somos débiles, vacilantes, es verdad, pero poseemos
dos recursos inestimables: la palabra de Dios, "viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos", y
el sacerdocio de Cristo, "gran sumo sacerdote."
La Palabra de Dios obra en nosotros para revelarnos todo
lo que nos haría tropezar en el camino de la fe, para hacernos discernir la carne (que hasta busca su provecho en lo que hacemos
por Dios), y para mantenernos en la luz del Dios de la gracia, que nos ha llevado a Sí mismo. La Palabra nos revela, pues,
las tendencias de la carne en nosotros, y nos llama a combatirlas con la mayor vigilancia. ¡Sí, pero somos débiles y
vacilantes en el combate! diremos. Precisamente por eso, ella nos enseña que tenemos socorro, un recurso divino en las alturas,
en el cielo, para que retengamos firme nuestra profesión. Tenemos un gran sumo sacerdote, que traspasó los cielos;
Él fue tentado en todo como nosotros, mas sin pecado. Se compadece de nuestras flaquezas, las conoce; conoce también
por experiencia el padecimiento de las tentaciones; podemos pues contar con Su socorro y con Su simpatía. Es para nosotros
una plena seguridad: podemos pues acercarnos confiadamente al trono de la gracia tantas veces como lo necesitemos, siempre
seguros de hallar socorro para resistir al mal, misericordia para nuestros pasos vacilantes, y también gracia, porque Dios
sabe que odiamos el pecado que tan estrechamente nos rodea, nos asedia.
Los capítulos 5 al 10
continúan tratando este precioso tema del sacerdocio de Cristo (con algunos otros temas intercalados),
siempre para destacar la superioridad de Cristo y de Su Obra en contraste con los tipos del Antiguo Testamento que los prefiguraban.
En los últimos capítulos tenemos consideraciones de la misma
clase, derivadas de las verdades expuestas anteriormente. Ya que tenemos socorro siempre que lo necesitamos, y el reposo
de Dios asegurado al fin de nuestra carrera, somos exhortados (capítulo 10, en los últimos versículos) a mantener firme
la profesión de nuestra fe sin fluctuar, porque Aquél que prometió es fiel —y a no perder nuestra confianza, que
tiene grande galardón—. Bien sabe Dios que la paciencia nos es necesaria en el camino que andamos, pero "aún un
poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará." (versículo 37); hasta entonces, hemos de vivir por la fe.
Ahora bien: la fe hace presente para nuestros corazones las cosas que esperamos, y es, para nuestras almas la demostración
de las que no se ven (Hebreos 11:1). Además, tenemos una grande nube de testigos quienes, antes que nosotros fueron victoriosos
por la fe, y abandonaron todo para ir al encuentro de las cosas que no habían visto.
Pero, por encima de todos esos testigos, el Señor anduvo también en este camino, donde fue el "consumador
de la fe", y en este camino sufrió la contradicción de los pecadores contra sí mismo. Sufrió la cruz y menospreció el oprobio.
(Hebreos 12: 1-3). Nuestros corazones hallan reposo y confianza cuando piensan que el Señor mismo estuvo en el camino que
andamos, y conoce sus dificultades. Dejando pues todo el peso del pecado que nos rodea, si algo quiere impedir que andemos
fielmente, miremos a Jesús, y corramos con paciencia la carrera de la fe; no nos cansemos en nuestros ánimos desmayando. Pues
aún no hemos resistido hasta la sangre, hasta la muerte, combatiendo contra el pecado como el Señor; por eso, Dios —que
cuida de nosotros como hijos Suyos, y quiere que seamos santos y felices
de manera práctica— interviene, mediante la reprensión, y aún el castigo, con el objeto de separarnos
del mal que nos perjudica y turba nuestro gozo. De modo que podemos confiar en Dios plenamente; pues Él mismo dijo: "No
te desampararé, ni te dejaré" (Hebreos 13:5).
Que Dios nos ayude para meditar y aprovechar estas riquezas, estas provisiones divinas que la
FE aprovecha para salir victoriosa de todo. Sepamos aprovecharlas confiadamente y felices en la espera del reposo que
nos es prometido. Renunciemos a buscar reposo alguno aquí abajo: es tiempo perdido; en cambio, que nos sea dado,
aceptando lo que Dios ha hecho por nosotros, entrar cada día más en el goce del reposo de nuestras almas.
Traducido de
"Le Messager Evangélique"
Revista
"VIDA CRISTIANA", Año 1964, No. 67.-
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