A LOS PADRES CREYENTES (Cuatro meditaciones)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y
han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60).-
A los padres creyentes
(Deuteronomio
32:46)
¡Qué preciosa tarea la de guiar e instruir en el camino a los hijos que Dios os ha confiado!
El espíritu del día es el de dejar al niño lo más libre posible.
Pero el orden divino es que los hijos estén sumisos a sus padres. Esto implica en ellos, el cuidado de inclinar a los
hijos, desde niños, al conocimiento de los derechos del Señor. Y mientras más vean a
sus padres que viven gozosos en la obediencia al Maestro, disfrutando de Su amor, más atentos
estarán a estos derechos. El ejemplo, acompañando las exhortaciones, tendrá fuerza y eficacia.
El general Lee, uno de los hombres que América se honra más de haber tenido, explicaba que un día de invierno,
su hijo mayor, que era aún muy joven, llamado Custis, le había seguido en un largo paseo a
través de la nieve. Iba de la mano de su padre, pero poco a poco la mano se fue soltando hasta que el muchacho quedó solo
tras su padre. «Al cabo de poco rato
– dijo él –, me volví y observé que Custis, erguido,
trataba de imitar todos mis movimientos, y realizaba
grandes esfuerzos para colocar sus pies lo más exactamente posible en las grandes huellas que yo dejaba con los míos en la
nieve. Cuando vi que el travieso niño se obstinó en
seguir mis pisadas, me sentí obligado a andar más derecho, y pensé que en lo sucesivo debía tener el más grande cuidado
en caminar derecho en todas las cosas.»
B.
S.
Nuestros hijos
(2.a
Timoteo 3:15)
No podemos hacer menos que sentir profundamente el hecho de que nuestros
hijos van creciendo en una atmósfera tal como la que nos rodea y que cada vez se volverá más sombría. Los padres cristianos
deberían buscar siempre adornar más seriamente el espíritu de los hijos del precioso y saludable conocimiento de
la Palabra de Dios y ser inclinados a aportar una más grande diligencia, e instruirlos en el seno de la familia y por todos
los medios propios alcanzar su corazón para Cristo. No se trata de cruzarnos de brazos diciendo: «Cuando Dios dispondrá, nuestros hijos se convertirán; hasta entonces nuestros
esfuerzos son inútiles.» Este lenguaje es un error y además
un error fatal. Dios "es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:6). Quiere bendecir nuestros esfuerzos proseguidos
con la oración en vista de instruir a nuestros hijos. Y ¿quién negará la bendición que representa el haber sido conducido
desde temprana hora al camino recto y a tener el espíritu ocupado de lo que es puro, verdadero y amable? ¿Quién podrá medir
las funestas consecuencias de dejar crecer a los hijos ignorando las cosas de Dios? ¿Quién pintará el cuadro de los males
debidos a una imaginación corrompida, a un espíritu nutrido de vanidad, de locura, de mentira, a un corazón familiarizado
desde la infancia con escenas de degradación moral y crimen, como las que se prodigan en la televisión y en el cine? No vacilamos
en decir que los cristianos incurren en una pesada y terrible responsabilidad al dejar que el enemigo se apodere de los espíritus
de los niños en la edad en que éstos son marcadamente maleables.
Es cierto que precisan del poder vivificante del Espíritu Santo. Los
hijos de los creyentes, así como los demás, tienen necesidad de "nacer de nuevo". Esto es cierto. Pero, ¿es que este hecho
varía nuestra responsabilidad en relación con los hijos que nos han sido confiados? Nuestros esfuerzos y energías, ¿quedan
empequeñecidos por ello? Al contrario, cuando se trata de preservar nuestros queridos pequeños y de educarlos en lo que es
bueno, deben de acrecentarse.
B.
S.
La autoridad
paterna y su ejercicio
(Colosenses
3:21; Efesios 6:4)
Los padres deben mantener su autoridad como jefes de la familia. Deben instruir
a sus hijos, dirigirlos, reprenderles y, si es preciso, castigarlos también (Efesios
6:4; Génesis 18:19; 1º. de Samuel 2: 23-24; Proverbios
13:24; 19:18; 22:15; 23: 13-14). En el versículo de Colosenses que citamos en el encabezado,
no hallamos, es cierto, los preceptos que escribimos, pero el espíritu en el cual los
padres deben aplicarlos hacia sus hijos, debe ser un espíritu de sabiduría y de amor, parecido al que Dios, nuestro Padre,
nos trata a nosotros también. "Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten."
(Colosenses 3:21). Esto se refiere a una excesiva severidad, sin ponderación, que no distingue entre una falta y otra, según la gravedad de cada una, que no
considera el carácter del niño, ni su temperamento más o menos sensible – o bien, que muestra accesos de severidad mezclados con excesos
de indulgencia –, o lo que es peor aún, el hecho de castigar
con cólera, como si hubiese una injuria que vengar en vez de una justa disciplina a ejercer por el bien del hijo, sin
que éste llegue a dudar de que le amamos, aunque le castigamos. Todas estas cosas son de naturaleza
propicia para exasperar al hijo y desalentarlo. Sus afectos
por los padres se enfrían; se desanima en los esfuerzos que puede ser que haya hecho para
satisfacerles, y es conducido a buscar fuera, en el mundo tal vez, una felicidad que no halla en el seno de la familia.
El verdadero amor, sin debilidad, pero tierno, tal como conviene al niño, planta delicada que tiene necesidad
de cuidados y sobre todo el calor del corazón de los que de él se ocupan: He aquí lo que
debe presidir en la educación cristiana, a la imagen de la educación que Dios nos dispensa. Si Él nos disciplina
es "para lo que nos es provechoso, para que participemos
de su santidad." (Hebreos 12:10). Es pues en el amor y según Su
sabiduría, para nuestro bien.
Padres cristianos, debéis mostrar a la vez, la ternura, la solicitud, el discernimiento, la sabiduría y la firmeza,
para educar a vuestros hijos. ¿Cómo conducirse en una tarea tan hermosa como difícil? Es viviendo esencialmente cerca de Dios,
cerca de Cristo en Su comunión, para guardar siempre la calma que conviene al ejercicio de vuestro deber
paterno. «Si Cristo es reconocido – escribía
un piadoso siervo de Dios –, la familia es un precioso hogar de dulces afectos, donde el corazón es educado en los lazos que el mismo Dios ha formado y que,
al nutrir estos afectos, preservan de las pasiones y de la voluntad propia.»
Hacemos resaltar que mientras los hijos son exhortados a obedecer a sus padres, aquí la exhortación se
dirige solamente al padre. Y esto es así porque en el corazón de la madre hay una ternura para sus hijos que hace
que esta exhortación sea superflua para
ellas. Pero las madres cristianas deben recordar que esta ternura no debe degenerar
nunca en una indulgencia que les conduzca a paliar las faltas o a esconder del jefe de la familia lo que debe ser reprendido
y castigado en el niño. Que sean ellas las primeras en mostrar su respeto por la autoridad que Dios ha establecido en el hogar.
Gozosa es la familia que se mueve en esa atmósfera de amor, de
paz y ternura. El mundo actual obtiene placer en menospreciar y ridiculizar esta cosa, que sin embargo,
es de una grandeza y dulzura inigualables. Una familia donde el Señor domine en Su
gracia y habite en verdad, ¡qué poderoso testimonio!
B. S.
La obediencia
de los hijos
(Efesios 6: 1, 3; Éxodo
20:12; Deuteronomio 5:16; Colosenses 3:20.)
En el círculo de la familia cristiana, los hijos son educados "en disciplina y amonestación del Señor" (Efesios
6:4). En realidad, la relación entre hijos y padres existe por doquier, pues esta relación
es según la naturaleza, y según el pensamiento de Dios, de manera que allí donde haya hijos y padres, la obligación de la
obediencia subsiste con toda su fuerza. Que esto no sea observado, no es otra cosa que el resultado del desorden que
el pecado ha introducido en el mundo. La desobediencia a los padres era un rasgo de la corrupción del paganismo
(Romanos 1:30), y este rasgo volvemos a hallarlo
en la corrupción que ha invadido el cristianismo (2ª. Timoteo 3:2). En efecto, en nuestros días vemos
cómo se va abriendo paso ese menosprecio general hacia la autoridad, lo cual es un signo precursor de la disgregación
de la sociedad.
Razón de más, razón más fuerte para que en la familia verdaderamente cristiana, donde el Señor ocupa el lugar
que le es debido, el principio de obediencia sea firmemente mantenido, en la sabiduría y la dulzura, y esto desde la
más tierna edad. La voluntad propia y la independencia se muestran desde temprana hora; y por lo tanto desde la infancia
debe enseñarse a los hijos la obediencia.
Nada más
triste que comprobar la facilidad con que se les deja obrar, con entera libertad, sea por una total ignorancia de lo que les
conviene para su bien, o por lo que es más general aún,
para ahorrarse el perseverante esfuerzo que reclama la educación de los hijos.
Allí donde en familia, la vida cristiana es activa, allí donde se ora, donde la Palabra es leída, donde se está
separado del mundo según Cristo, el niño aprende que la obediencia hacia sus padres le es impuesta de parte del Señor. "Esto
es justo". El niño ve a sus padres amar a Cristo, someterse a Su Palabra,
y él comprende el respeto y la autoridad divina. ¡Qué saludable preparación para el resto de su vida!
El verdadero adorno del niño en una familia cristiana es la obediencia, como siendo
una cosa agradable en el Señor. Jesús de Nazaret estaba, aunque siendo Hijo de Dios, sumiso a José y a María (Lucas 2:51).
El alcance de la obediencia está puesto ante los ojos de los hijos. Es en "todas las cosas". No solamente lo que agrada,
sino lo que desagrada. El hijo obedecerá, puede ser bien a gusto, en aquello que conviene a sus disposiciones naturales,
o que está en armonía con sus deseos. En cambio, en otras cosas se disgustará y querrá razonar, discutir el porqué de lo que
le es mandado o impedido. Debe, no obstante, obedecer en todo. Dios le ordena una entera obediencia. Esto afecta a su
responsabilidad como hijo.
Padres, debéis enseñar esta obediencia a vuestros hijos sin provocadora tiranía, con paciencia, con ternura,
pero sin debilidad; hijos, vosotros debéis obedecer. Y es así que pueden y deben desarrollarse (a medida que nos daremos
el trabajo de explicar a los hijos las cosas que les asocian a la voluntad paterna), estas relaciones de confianza deferente
que son la hermosura o el atractivo de la familia cuando los hijos se hacen mayores.
El apóstol no habla aquí de si alguien manda algo que esté reñido con la conciencia; esto sería un caso de ruinosa
caída en el carácter paterno. Aquí se trata únicamente del orden normal en la familia cristiana. "Esto es agradable al Señor".
En esto tenemos el motivo propio de animar a nuestros hijos a la obediencia. El lugar de los hijos así como de los padres,
no es en el mundo, sino en el Señor. Desobedecer a los padres no es solamente obrar contra ellos, sino que es salir de la
bendita relación que los une en el Señor.
El camino de la obediencia es el sendero del verdadero gozo.
B. S.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1963, No. 64.-