"SI, PUES, NOS EXAMINÁSEMOS…"
(1ª. Corintios 11:23-34)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que,
además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada
con permiso
Reunirnos en torno a la Mesa del Señor y participar de la Cena proclamando, al hacerlo, la unidad del cuerpo de Cristo, y anunciando "la muerte del Señor hasta
que Él venga", tal es el inestimable privilegio de los dos o tres, los cuales, a pesar
de su flaqueza, pero en la obediencia a la Palabra, desean mantener el testimonio confiado a la asamblea sobre la tierra.
Pero, la celebración de la Cena es también la respuesta del corazón del creyente al deseo tan conmovedor que
expresó el Señor cuando, la noche que fue entregado, instituyó el precioso memorial de su muerte: "Haced esto en memoria de
mi." (Lucas 22: 14-20).
Este memorial, lo instituyó cuando era el pobre, el despreciado, cuando tenía la cruz ante sí
mismo; pero luego, desde la gloria que le fue dada por haber acabado la obra, Él quiso recordar la institución de este
memorial al apóstol, para que escribiera a los Corintios: "Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado..."
¿No es precioso ver la insistencia del Señor, para que los Suyos recuerden
por este memorial Su muerte por ellos?, ¿y ver también
cuán precioso es este recuerdo para Su corazón?
Hermanos amados, por cierto que son cosas que todos sabemos, por haber leído repetidas veces
los pasajes que nos las presentan, tanto en los evangelios, como en el libro de los Hechos, o en la 1ª.
Epístola a los Corintios. Pero el peligro está precisamente en que la celebración de la Cena llegue a convertirse
en una costumbre, o un rito, sin que sean tocados real y profundamente los afectos de nuestro corazón, en presencia del
testimonio de amor de Cristo, tan maravillosamente revelado en el don de si mismo.
Otro peligro, más grave aún, es el que llevó al apóstol a escribirles a los Corintios
los versículos 27 y siguientes del capítulo 11 de su 1ª. epístola. Sin duda, no nos hallamos en circunstancias
que nos llevarían tal vez a obrar como lo hicieron los creyentes en Corinto, pero, sea lo que fuere, bien podemos, como ellos, perder de vista el carácter de santidad de la Mesa, y participar de
la Cena en un estado moral incompatible con la presencia del Señor y con la participación del memorial de Su muerte, bien podemos llegar a comer el pan y a beber la copa indignamente.
¿Qué es lo que anunciamos al recordar la muerte de Cristo en la cruz? Proclamamos que, en la cruz, Dios "condenó
al pecado en la carne", que al que "no conoció pecado", Dios "por nosotros le hizo pecado"
(Romanos 8:3; 2ª. Corintios 5:21); recordamos
lo que fue la muerte para Cristo: Él gustó la muerte
(Hebreos 2:9); recordamos que Su muerte fue
también necesaria para que el pecado fuera "quitado de en medio", o destruido (Hebreos 9:26 - LBLA), para que pudiéramos presentarnos ante Dios sin recibir las consecuencias del pecado.
Y para proclamar verdades tan solemnes, ¿nos allegaríamos a Dios a veces llevando
en nosotros pecados no juzgados? Pero, hermanos, el hacerlo sería comer el pan o beber la copa del Señor indignamente y seríamos culpados
del cuerpo y de la sangre del Señor (1ª. Corintios 11:27), es decir culpables
respecto al cuerpo y a la sangre del Señor. ¡Qué responsabilidad más grande! No tratemos de evitar la punta de la espada,
dejando de lado esta exhortación, y consideremos atentamente este versículo 27.
Por otra parte, estas consideraciones no deben impedir que respondamos al deseo del Señor. Abstenerse un creyente
de participar de la Cena es ignorar voluntariamente la exhortación que sigue: "Por tanto,
pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa." (versículo 28). Cada uno es responsable de practicar este
examen de sí mismo, de su estado, y no solamente de sus actos, confesando así sus pecados. La confesión asegura el
perdón y la justificación (1ª. Juan 1:9). Esta enseñanza está presentada, en figura,
en Éxodo 30: 17-21. Para acercarse al altar, para "para ministrar, para quemar la ofrenda encendida para Jehová", los sacerdotes debían previamente lavarse las manos y los pies en la "fuente de bronce." Este lavado,
no lo olvidemos, debe ser practicado, no sólo de vez en cuando, ni tampoco solamente cuando nos disponemos a venir a las reuniones,
sino a medida que faltamos, confesando inmediatamente nuestro pecado. Si esperamos el sábado por la noche, o el domingo por la mañana para examinarnos y
confesar nuestras faltas ocurrirá probablemente que las olvidemos o pasemos este juicio sobre nosotros a la ligera.
ES INDISPENSABLE que el creyente viva examinándose, o probándose a sí mismo, para que
pueda gozar de la comunión con el Señor, y participar de la Cena en el estado moral que conviene. Pero existe otro peligro
sobre el cual debo llamar la atención del lector. Hay creyentes, que tienen una conciencia tan delicada, que llegan a
pasar la mayor parte de su tiempo en el examen de sí mismo; al obrar así, acaban por estar ocupados únicamente de sí
mismos, y no conocen ninguna paz verdadera. Notemos pues, que el examen o enjuiciamiento personal no es en sí el fin
que se persigue, sino que debe ser un medio para despojarnos de todo lo que constituye un obstáculo a la comunión con
el Señor.
El deseo del Señor es ver cómo Sus rescatados comen del pan y beben de
la copa. ¡Pero nunca indignamente! Existe un estado moral característico para comer y para beber. Solamente
después de probarse cada uno a sí mismo se puede comer así de aquel pan y beber
de aquella copa: "...así..." (vers. 28). Esta expresión es importantísima.
Cuando
un hermano o una hermana, menospreciando (1ª. Corintios 11: 27, 28) persiste en tomar un lugar en la Mesa del Señor hallándose en un pésimo estado, cuando este estado es conocido
y manifiesto, la asamblea es responsable de intervenir. Debe mantener pura la Mesa del Señor,
pura de todo mal, de todo lo que contamina. En ciertos casos habría que dirigir advertencias,
disciplinas apropiadas a ejercer, y si todo lo que se ha hecho con sabiduría y amor resulta ineficaz, como también cada vez
que el carácter del perverso es clara e inmediatamente manifiesto,
la asamblea debe de obrar según la enseñanza de 1ª. Corintios 5, es a saber: quitar al perverso de en medio de ella, pues ella es responsable de juzgar a los que están dentro
(1ª. Corintios 5: 12-13). Así pues, un hermano o hermana
que no practica el juicio de sí mismo se expone a conocer el juicio de la asamblea.
¿Y si la asamblea no cumple su deber, faltando a su responsabilidad, tolerando en su seno lo que debiera ser juzgado? Cuando esto sucede, Dios mismo, después de usar de paciencia
– qué duda cabe –, interviene en Su justo gobierno. ¿No es acaso así como
ha intervenido en Corinto al decir el apóstol: "por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos
duermen (1ª. Corintios 11:30)?
Es cierto que no todas las enfermedades y fallecimientos corresponden al ejercicio
de un juicio gubernamental de parte de Dios; existe la prueba de la fe y la partida que para el justo es la entrada en la paz; pero
si tuviésemos más discernimiento espiritual, comprenderíamos mejor el porqué
de tantos hechos dolorosos que nos ponen a la prueba, y el porqué de ciertos
fallecimientos; todo ello en la vida de las asambleas.
Sin duda alguna, hemos pasado a la ligera muchas veces estas enseñanzas tan importantes. ¡Cuántas veces hemos
fallado en cuanto a la vigilancia para examinarnos a nosotros mismos! y ¡cuántas veces también
hubo asambleas que faltaron a su deber de juzgar el mal, a causa de su debilidad
espiritual, que les quitó el discernimiento y los hizo incapaces para ejercer la disciplina! Semejantes infidelidades acarrean, tarde o temprano, el juicio del Señor.
Y ocurre también – lo cual es sumamente humillante –,
que muchas veces no discernimos la disciplina (gubernamental) del Señor,
ni las lecciones que quiere darnos mediante ella.
Estas son cosas que todos debemos considerar
con atención, cada hermano, cada hermana, como también las asambleas. Cada uno tendrá que ver con Dios y es responsable ante
Él. Si tenemos algo que juzgar, sería grave y culpable declarar que hemos obrado
siempre del mismo modo, que los inconvenientes son insignificantes, que bien podemos continuar... y que el Señor obra con
paciencia... Y si una asamblea ha faltado en cuanto a su responsabilidad, tolerando en su seno lo que debía ser juzgado,
¡que no se engañe, y que no olvide que nada escapa a Aquél que anda en
medio de los siete candeleros de oro!
Muchas tristezas, muchos dolores y quebrantos, fallecimientos quizá, ¿no provienen, bajo al gobierno de
Dios, de una falta de vigilancia en el juicio o examen de nosotros mismos, de un abandono de las asambleas del
deber de ejercer la disciplina a su debido tiempo? ¿No es verdad que en muchos casos hemos perdido de vista las
enseñanzas de la 1ª. Epístola a los Corintios, capítulo 11: 27:34?
Paul Fuzier
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1963, No. 63.-