«Hacia Él, fuera del campamento…»
Resumen
de reuniones de estudio sobre Hebreos 13: 13-14; 2 Timoteo 2: 19-22; 1 Juan 5: 1-5; 1 Crónicas
13: 6-11; 1 Crónicas 15: 2-26 y Jeremías 15.-
El tema propuesto hoy para nuestra meditación interesa en un alto grado a nuestra vida práctica individual
y a la vida práctica de las asambleas. Estamos en medio de la Cristiandad, de la que formamos parte; sería erróneo creer,
por una parte, que estamos fuera de ella, y por otra, que no hay más hijos de Dios que aquellos que se reúnen con nosotros
alrededor del Señor. Conviene recordar que !a Iglesia está integrada por todos cuantos han nacido de nuevo, en quienes han
obrado la Palabra y el Espíritu de Dios, y están así colocados en una nueva posición delante de Dios, conociéndole como
Padre. Hay hijos de Dios dispersos en este mundo, en múltiples denominaciones cristianas, y con ellos se hallan muchas
otras personas que llevan tal vez el nombre de Cristo, pero que no tienen más que una profesión cristiana; conviene, en efecto,
distinguir en la cristiandad entre la mera profesión sin la vida y la profesión que va acompañada de la vida. No hay
medio o ambiente cristiano - ni siquiera el testimonio constituido por la gracia de Dios - que pueda imaginarse que solamente
él agrupe a todos los hijos de Dios, es decir, los que poseen la vida de Dios. Nuestros corazones deben ser, pues, lo suficiente
amplios para abarcar en nuestros afectos a todos cuantos estamos unidos por lazos indestructibles, a todos cuántos tienen
el mismo Salvador y han recibido un solo y mismo Espíritu, y esto cualquiera que sea el grado de su conocimiento y de su desarrollo
espiritual.
Puede ser que muchos creyentes en las denominaciones cristianas estén poco adelantados en el conocimiento
de la verdad, que sólo conozcan las verdades de la salvación, que - tal vez - no gozan de su salvación; pero no dejan de ser,
por eso, hijos de Dios. Y cuando el primer día de la semana, partimos el pan a la mesa del Señor, nos alegra pensar en la
multitud de creyentes dispersos así, los cuales integran el solo cuerpo del cual nos habla el pan que está sobre la mesa.
¡Guardémonos de cualquier espíritu sectario! ¡Amemos a los hijos de Dios dondequiera se hallen! Puede haber, y existen, grados
en la comunión; sin embargo, que entiendan nuestros corazones que somos una misma familia, que
¡El Espíritu Santo, el Hijo, el Padre,
nuestra fe, todo es común!
Pero existe otro escollo: el de dejarnos llevar por los sentimientos de nuestro corazón - incluso
si estos sentimientos, insuficientemente controlados por la verdad, nos inducen a perder de vista las verdades referentes
al testimonio, la posición en la cual la gracia de Dios nos ha colocado en esta tierra y todo cuanto se deriva de dicha posición
de testimonio. Esta nos es dada por pura gracia, y haga Dios que nuestros corazones estén preservados de enorgullecemos por
la porción que nos ha sido concedida de este modo.
En esto no hay la menor gloria ni el menor mérito para nosotros: no somos mejores que los demás. Por
el contrario, puede haber cristianos mucho menos adelantados en el conocimiento de la verdad y que, sin embargo, manifiestan
mucha más piedad que nosotros. Guardémonos de todo pensamiento orgulloso, pero tengamos aprecio a las verdades referentes
al testimonio y a la posición del testimonio; es la gracia de Dios que nos invita a ello; que la marcha, individual y colectiva
corresponda a semejante posición.
Pero, ¿cómo mantener, en la vida práctica personal y en la vida de asamblea, relaciones según Dios con
creyentes que nos rodean y que forman parte de tal o cual denominación cristiana? Ambos escollos están delante de nosotros:
por una parte faltar de amor según Dios para ellos; y por otra, manifestar en nuestra marcha una amplitud de vista que
no correspondería a la enseñanza de la Palabra. En este último supuesto, perderíamos de vista la posición de separación
en la cual hemos sido colocados, por la gracia de Dios, y que es según Dios y según las enseñanzas de su Palabra.
Estos pensamientos han sido condensados en una expresión, citada a menudo: «el creyente debe andar
en un sendero estrecho con un corazón ancho.» Este es el principio que define nuestra relación con los creyentes de todas
las denominaciones cristianas. Pero hace falta aplicar el principio, y allí es donde surgen las dificultades diarias,
donde precisamos sabiduría y discernimiento espiritual; necesitamos ser dependientes, guardados y conducidos.
Conviene recordar, en primer lugar, que la Iglesia ha sido formada después del descenso del Espíritu
Santo y por este mismo descenso; no empezó antes de que el Señor estuviese presente como hombre a la diestra de Dios,
y esto vincula la Iglesia a un Cristo celestial.
Es la base de todas las verdades que caracterizan a la Iglesia: la Iglesia es celestial y por haber
olvidado de guardar esto en su corazón, vino a tomar un aspecto y un carácter terrenales.
En el principio de la Iglesia, ellos eran un pequeño número, teniendo las características de la belleza
moral de la misma. Y si queremos percatarnos realmente de lo que la situación actual es, y sacar las consecuencias de ello,
precisamos nada menos que volver a este principio de la historia de la Iglesia tal como nos lo describen los primeros capítulos del libro
de los Hechos. Nada mejor para demostrar la decadencia. Quienes la integraban en aquel momento eran - en conjunto - judíos
convertidos en cristianos. Sabemos asimismo que, durante cierto tiempo hubo cristianos que practicaban a la vez el judaísmo
y el cristianismo, y que hasta unos doctores enseñaban que era preciso guardar el judaísmo. Por eso, tenemos en Hebreos 13
esta exhortación: "Salgamos, pues,
a él, fuera del campamento" (Hebreos 13:13); mas dicha exhortación no sólo se
dirige a los cristianos de origen judío, porque la historia de la Iglesia, desde su origen, muestra claramente - y eso en demasía, por desgracia - que se
ha formado allí un campamento. De este modo, el llamamiento va dirigido a los fieles tanto en el tiempo actual como en
otros tiempos, para animarles a salir del campamento.
Porque se ha formado un campamento también en la Iglesia, y no es el campamento judío, sino el cristiano;
y la expresión, no lo olvidemos, tiene ante todo un alcance religioso más bien que mundano, aunque ambos estén estrechamente
vinculados. Al correr los siglos hubo fieles que
salieron de ese campamento de una forma individual, pero debe ser difícil, históricamente hablando, hallar una respuesta colectiva
a la voz 'salir del campamento', hasta la respuesta que Dios produjo en el siglo pasado (el
autor se refiere al siglo 19).
Hubo en aquel entonces, una respuesta colectiva caracterizando a un grupo de testigos bien definidos,
tanto en lo que respecta a la historia como a las Escrituras; un grupo de cristianos que 'teniendo oídos para oír lo
que el Espíritu decía', realizaron colectivamente, lo que es salir "fuera del campamento." Esto fue el despertamiento
que el Señor suscitó en el siglo pasado (siglo 19),
del cual ningún hermano ni hermana debieran ignorar su alcance. Es difícil admitir que un hermano o una hermana
pueda declarar que ama al Señor si no se interesa por el testimonio que Él mismo produjo, toda vez que la presencia actual de este hermano o hermana en la asamblea es, en su aspecto exterior, la continuación
de este testimonio. En el mundo vemos, tanto en las naciones como en las familias, una diligencia persistente para investigar
los hechos notables de su linaje o de su país. Una nación no subsiste prácticamente sin esto. Ahora bien, un hecho - que puede
ser - doloroso situar ante nuestra meditación, es que nosotros, cristianos que formamos en las filas del testimonio, no mostramos
el mismo ardor (que en el fondo no es otra cosa que el fervor afectivo) para saber lo que el Señor ha hecho relativo a este
testimonio, y saber por consiguiente también, cuál es nuestra posición en él, en los días que vivimos.
Un estudio diligente de todo esto, tendría por efecto producir un estímulo en sondear el intento del
Señor en la Escritura y para considerar lo que Él obró en los tiempos que nos precedieron. Y todo esto redundaría, no solamente
en provecho personal, sino que alcanzaría al testimonio entero.
Otro pensamiento íntimamente ligado a esto, y que es una verdad que corre a través de toda la Escritura,
es que somos ante Dios, y ante el Señor, responsables no solamente en lo que nosotros realizamos de un verdadero cristianismo,
sino también de la posición que ocupamos exteriormente. Un hermano, una hermana - y aunque en otro grado - cualquiera que
siga con fidelidad las reuniones, es responsable de la posición que ocupa en el testimonio; es más responsable que aquél que
no vivió ni tuvo noticia de la existencia de éste, pues seremos juzgados según la posición exterior que tomemos; aun en el
caso del "siervo malvado" como está escrito: este es llamado "siervo" y sin embargo, era un incrédulo, mas será juzgado
como siervo, pues exteriormente tuvo esta posición y pretendió serlo: «Tú apelaste a Mi nombre como siendo este el nombre
de tu señor, ¡así también serás juzgado de acuerdo con la posición que tú mismo reivindicaste!» Se trata de un principio universal.
Por consecuencia, amados hermanos, somos responsables según la posición que ocupamos; somos descendientes de los que
nos instruyeron, por lo cual somos también responsables de saber lo que nos enseñaron, pues esto no es una cosa que ha brotado
en este mismo instante como fruto de una revelación cualquiera que nos haya sido dada. ¡En modo alguno! Ellos (los conductores)
nos instruyeron haciéndonos remontar hasta el punto donde el mismo Señor les había llevado; es decir, a "lo que era desde
el principio".
Si algunos pretenden que el cristianismo envejece y que el testimonio asimismo envejece también,
recordemos que este no tiene aún ciento cincuenta años (estas líneas fueron
escritas durante el siglo 20) y que las verdades del testimonio según el
Señor, se acercan a los dos mil años, sin que por ello hayan perdido ni su vigor ni la lozanía de los primeros tiempos.
El pueblo de Israel es llamado "el campamento" y esta expresión corresponde a la posición del pueblo
ordenado como un ejército alrededor del tabernáculo; este carácter de Israel permaneció de hecho hasta la cruz, pero
moralmente finalizó allí. Sabemos, sin embargo, que aún prosiguió por un poco de tiempo en virtud de la intercesión del
Señor en la cruz, pero, de una forma efectiva, este carácter cesó de existir como reconocido de Dios, cuando Esteban - el
protomártir - fue lapidado. Rechazado el testimonio de Esteban por Israel, éste fue dejado de lado y desde entonces las verdades
concernientes a la Asamblea - esta Asamblea que tuvo su origen visible el día de Pentecostés - fueron plenamente
reveladas por el ministerio de Pablo. Desde entonces dejó de ser "el campamento" un testimonio de Dios en la tierra,
ya que no se trataría en lo sucesivo de un pueblo reunido alrededor del tabernáculo con sus ceremonias exteriores, sino
que serían las almas que se congregarían en torno a Cristo; se trata de un pastor que reúne su rebaño, es cuestión de una
reunión por el poder del Espíritu de Dios. Así, el pensamiento de Dios queda definido por estas palabras: "Salgamos,
pues, a él, fuera del campamento." En el dominio cristiano el hombre ha establecido "el campamento" cuando Dios precisamente
había puesto de lado todo lo que caracteriza este "campamento", estableciendo en lugar de él, un orden de cosas enteramente
nuevo; a saber: la reunión por el poder del Espíritu. Este
campamento, que el hombre ha establecido en el cristianismo, es un mundo religioso, un dominio, en el cual uno entra por ceremonias
exteriores, por una profesión de fe; un dominio del cual se puede formar parte sin tener el nuevo nacimiento - o sea,
sin la vida divina en el alma - y en donde convertidos e inconversos ocupan el mismo rango. He aquí lo que caracteriza
el campamento actualmente.
La llamada de Hebreos 13:13 resonó de un modo particular hace ya más de un siglo, y los que nos precedieron
salieron "a Él, fuera del campamento." Sería necesario pensar cuáles pudieron ser los ejercicios que les movieron para
realizar la posición de separación a la cual algunas veces concedemos tan poco valor. El Espíritu de Dios trabajó para
moverles a salir hacia Cristo fuera del "campamento". Es cierto que hubo combates, rupturas y dolores, pero cuando el poder
del Espíritu obra, Él permite sobrepasar todo lo que el corazón puede sentir y la fidelidad a Cristo ocupa el primer lugar.
Porque el pensamiento de Dios es que los Suyos sean testigos en el mundo y que todos los que poseen la vida divina salgan
hacia Cristo fuera del campamento llevando Su vituperio.
Cuando decimos que sería provechoso que los hermanos y hermanas consideren de cerca cuál ha sido
el trabajo del Señor en las generaciones originarias del testimonio en particular, no nos apartamos de las Escrituras
en ello, porque el espíritu general de las mismas confirma lo antedicho y este mismo capítulo que consideramos nos habla
de nuestros conductores, la fe de los cuales debemos imitar; deseamos, pues, que el examen de lo que fue la iniciación del
testimonio sea el ejercicio de muchos. Remarcamos que el mandato de salir del campamento - o campamento religioso -, así como
expresiones análogas, no son en sí mismas expresiones doctrinales, sino más bien llamamientos que el Espíritu dirige
al corazón y a la conciencia, para que la marcha responda a una doctrina fundamental ya de antemano recibida, es a saber:
"la doctrina de Cristo" (Romanos 6:17; 2 Juan 9) y la forma en que uno responde, o no, a esta doctrina revela el verdadero
estado de corazón en el preciso momento en que se enfrenta con ella. Muchos cristianos oyeron y han oído el grito 'salgamos
fuera del campamento', grito que algunos fieles lanzaron, no simplemente desarrollándola, sino andando en ella, es decir,
siguiendo la doctrina que habían conocido (es el llamamiento vivido). ¿Por qué en aquellos momentos todos los creyentes -
y los hay extremadamente piadosos y consagrados en numerosos medios del testimonio - no siguieron una llamada que no
es de hombre ni hacia hombre? Porque la llamada es: 'salgamos hacia Cristo fuera del campamento'. ¿Por qué no salieron? Dios lo sabe. Así
es en todas las generaciones, y esto de muchas maneras; uno recibe con provecho una palabra, un llamamiento, una exhortación,
una enseñanza, y sobre otro la misma palabra pasa sin efecto alguno, lo cual es revelador del estado de alma del uno y del
otro.
Podemos aún remarcar que si los que nos precedieron escucharon la invitación a salir fuera del campamento,
tal vez sea necesario lanzar hoy un llamamiento invitando a velar para no volver al mismo campamento.
Resalta aún lo que otras veces se ha dicho, y esto es, que en la misma epístola donde encontramos el
llamamiento a salir "fuera del campamento", está escrito: "Entrar en el Lugar Santísimo" (Hebreos 10:19); lo cual es en sí
el fundamental y doble carácter de la posición de todo verdadero creyente. Entrar en el mismo cielo y permanecer allí
es un privilegio común a todos los rescatados, pero es imposible realizar esta entrada y esta permanencia en el Lugar Santísimo
celestial - con todo lo que esto implica - si uno no salió antes del campamento; e inversamente, la necesidad de salir fuera
del campamento religioso no se hace sentir en uno que ve su lugar dentro del Lugar Santísimo.
En ambos casos (tanto en el salir como en el entrar) se trata de encontrar a Cristo. El gozo del Lugar
Santísimo y la posición fuera del campamento se tocan; y esto es una verdad en extremo importante para la vida moral y la
espiritual, no solamente de los individuos, sino de las asambleas.
Nuestra posición está ligada al hecho que, por una parte, Cristo rechazado por el campamento religioso
padeció fuera de la puerta Hebreos 13:12), y que, por otra parte, Él entró en el Lugar Santísimo celestial por nosotros, habiéndonos
adquirido una eterna redención y ahora la posición del creyente se desprende del gran hecho de que él es llamado a salir fuera
del campamento y a entrar dentro del Lugar Santísimo. El lado celestial del cristianismo es en extremo importante y puede
decirse que no es demasiado conocido en el campamento religioso, por no decir que es enteramente desconocido.
Puede que en el campamento religioso haya bellas apariencias, un hermoso cristianismo terrenal; la Palabra
de Dios no es rechazada, se acepta en numerosos puntos, mas el gozo y el conocimiento de la posición celestial del creyente,
de la posición celestial de la asamblea y de todo lo que se desprende de una tal posición, son prácticamente ignorados. Estas
cosas tan importantes que la Palabra nos revela son las que el creyente es invitado, más bien dicho, llamado a apropiarse,
saliendo hacia el Señor, fuera del campamento.
Es un hecho que la formación del cristiano depende del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios, los cuales
agrupan creyentes a encontrar así su vida espiritual en lugares celestiales. Es necesario recordar esto de un modo
especial en el día de hoy a las asambleas, porque la tendencia universal, producto de la flaqueza, es de no pensar en
otra cosa que en un cristianismo terrenal; a lo que hacemos en la tierra; en lo único que se piensa es en el servicio terrenal;
cierto, hay un servicio terrenal, pero no es el primero a realizar, pues el celestial es la fuente de todo.
El hecho de salir hacia Él, fuera del campamento, es evidente que conduce al lugar donde ha prometido
Su presencia. De ahí proviene la importancia de esta maravillosa porción de la Palabra y que precisamente cobró particular
relieve en el siglo 19 con una fuerza tal, que cambió el rumbo de muchos pensamientos. "Porque donde están dos o tres congregados
en mi nombre, allí estoy en medio de ellos." (Mateo 18:20). El mundo, o campamento religioso, no podía perdonar a nuestros
conductores de realizarla en su integridad, y ellos debieron responder: «¿No os dais cuenta que esta palabra es válida
para todos los tiempos, por grande que sea la ruina?» El testimonio de los últimos días no tiene pretensión eclesiástica alguna,
pero se caracteriza por la búsqueda y el descubrimiento de Cristo cuando todo está en ruina.
El campamento ha sido un conjunto de cosas judío, instituido por Dios - es necesario insistir en ello
- para poner al hombre a prueba, para mostrar si el pueblo judío - una clase de hombres elegidos, cuidados y rodeados de privilegios,
de los cuales Dios se ocupa de manera especial en medio del mundo - llevaría frutos.
Dios quería, al darles tan inmensos privilegios (los profetas y la Palabra) mostrar si del hombre era
posible esperar algún bien. Allí estaban los sacerdotes, por lo cual había unas relaciones establecidas entre el pueblo y
Dios. Había allí instrucciones divinas; indirectas e incompletas, lo cual queda demostrado por el hecho de que el velo no
estaba aún rasgado, pero a pesar de eso los judíos tenían relaciones con Dios y en esto eran únicos entre las demás naciones.
Todo esto era una puesta a prueba; en la cruz todo quedó definitivamente liquidado, Dios no habla más de ello desde entonces.
Ahora bien, la grave pretensión del campamento cristiano, su grave pecado, sea cual sea el grado que
presenta - y esto puede hallarse aun en una asamblea si ella toma el carácter del campamento y olvida lo que ella es a los
ojos de Dios -, su grave pecado es, pues, el siguiente: haber olvidado que tanto el mundo religioso como el mundo en su generalidad
ha sido moralmente juzgado y esto de forma definitiva en la cruz del calvario; su grave pecado es el haber restablecido
bajo etiqueta cristiana lo que Dios había dicho: ¡Basta! Es una ofensa a Dios que está permanentemente ante sus ojos. Es una
ofensa que los testigos suscitados por el Señor han sentido y a propósito de la cual han llevado duelo toda la vida. ¿Dónde
está el camino - han preguntado - a la faz de este ultraje constituido por el hecho de restablecer una cosa que Dios ha condenado
y de dejar y hacer creer, de una forma más grave que Caín, que alguien pueda hacer algo cuando Él ha dicho que nadie puede
nada? ¿Dónde está el camino para ser agradable al Señor? El camino, amados hermanos, era de abandonar todo eso; y hoy
continúa siendo el único y mismo camino.
Todas las veces que, tanto en una asamblea como en la vida personal del creyente, en las relaciones
entre creyentes o entre asambleas, todas las veces que en el testimonio hagamos algo que tienda a conferir algún crédito
y de estimar que el hombre en sí mismo posee aptitudes para producir fruto agradable a Dios, no hacemos otra cosa que tomar
del espíritu del campamento, del espíritu de la religión de la carne, que en el fondo es el espíritu de Caín y todo esto va
muy lejos. De lo que el hombre puede dar, Dios ya tiene bastante y el creyente fiel también debe tener bastante.
Cuidemos de que nuestro afecto para los hijos de Dios que pueden hallarse en el "campamento" no nos
induzca a perder de vista el verdadero carácter del campamento, y lo que éste representa a los ojos de Dios.
Nunca insistiremos lo suficiente sobre la doble acción de la Palabra y del Espíritu. Ambos van
a la par, no sólo para traer la vida nueva, sino también para formar al creyente, instruirle, enseñarle. Van a la par
en la asamblea. ¿Es conservado este aspecto en la cristiandad? Desde luego, no queremos decir que el Espíritu no está obrando
en el campamento. La Escritura nos enseña que "el Espíritu sopla donde quiere" (Juan 3:8 - BTX), pero ¿existe en el campamento
el reconocimiento del Espíritu, de la dependencia del Espíritu en todo cuanto regula la vida de la reunión? Por el contrario,
¿no hay allí el servicio del hombre, servicio a menudo preparado, organizado de antemano según ritos reconocidos,
un orden de cosas arreglado de tal manera que, efectivamente, no existe allí la libre acción del Espíritu, la que sólo puede
producir en la reunión, por medio de la Palabra, edificación, exhortación y consolación según las mismas enseñanzas de
dicha Palabra? Es otra de las características del campamento que no conviene perder de vista.
El hecho de que Dios ya hubiese tenido el pensamiento de tener un testimonio aparte desde el principio
de la existencia del campamento de Israel, pero donde el pueblo había quebrantado ya el pacto, nos lo muestra Éxodo 33: Moisés
levanta la tienda "fuera del campamento, lejos del campamento." Los fieles que toman en serio la gloria de Jehová salen hacia
la tienda y el testimonio que así dan es visible y debe serlo para todos cuantos están aún en el campamento (Éxodo 33:7) "Y
Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión. Y cualquiera que
buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento." Jehová selló el acto de Moisés, la gloria
de Jehová vino y la nube descendió sobre el Tabernáculo de Reunión.
El final de este párrafo de Éxodo 33 nos presenta dos importantes verdades que conviene recordar también:
Josué, que representa el poder del Espíritu de Cristo, no salía del interior de la tienda (Éxodo 33:11). Este es el lugar
del fiel, o creyente. Pero Moisés volvía al campamento. ¿Cabe pensar que Moisés volvía al campamento porque había conservado
el espíritu del mismo tras haber levantado el Tabernáculo de Reunión? Es imposible. Moisés volvía al campamento por cuanto
tenía que realizar un servicio en el mismo.
Si un siervo tiene, en efecto, un servicio que cumplir de parte de Dios, puede entrar en el campamento
y trabajar en el mismo en la medida en que el Señor le llama a ir allí; pero, desde luego, guardado, preservado del espíritu
del campamento, separado del campamento, como Moisés lo era de hecho. Sin embargo, subrayamos que existe un gran
peligro para los hermanos recién convertidos o jóvenes que desean servir al Señor, yendo al campamento. Hemos recordado que
debemos andar en un camino estrecho con un corazón ancho; todo esto lo hallamos en este versículo 13 de Hebreos 13: "Salgamos,
pues, a él, fuera del campamento", esto es el camino estrecho; "llevando su vituperio", esto es el hecho de un corazón ancho;
el Señor Jesús estaba en el vituperio con un corazón ancho. "Porque de tal manera amó Dios al mundo..." He aquí el amplio
corazón del Hijo de Dios. Todo lo cual debe ser verdaderamente llevado a la práctica con el poder que podemos hallar, no en
nosotros, pues no existe, sino en el Espíritu Santo que está en nosotros.
El campamento conviene muy bien a la carne, ella está a gusto allí porque la carne no sólo es mundana,
sino también religiosamente mundana. La carne se acomoda muy bien al campamento por cuanto éste no significa su muerte.
Mientras que el cristianismo de Dios - el testimonio del Señor por consiguiente - está fundado sobre el hecho de que la carne
está muerta, que el viejo hombre está muerto. Dios tan sólo reconoce al nuevo hombre, vinculado al hombre resucitado
y glorificado que es Cristo, y todo tiene su fuente en Cristo. Todo cuanto es el hombre según la naturaleza, con sus pretensiones
religiosas y sus capacidades o facultades naturales para servir a Dios, es puesto a muerte. Pero entonces, el nuevo hombre
se relaciona con Cristo, y depende de Él. He aquí los fundamentos de la posición del testimonio. Es lo que la carne no
puede aguantar, según lo notamos en muchos cristianos, y también en cada uno de nosotros en diversos grados; porque estamos
lejos de ser consecuentes y fieles en cuanto a realizar nuestra posición fuera del campamento. Pero que comprendamos,
por lo menos, que la posición de la asamblea, de una asamblea local, es ésta.
Se dice: «¡Pero usted que pretende haber salido del campamento, y que se mantiene fuera, usted tiene
la carne dentro de sí también!» Sí, la tenemos, y la tendremos hasta el fin. Se nos dice: «usted tiene que hacerla morir.»
Por supuesto, más exactamente, tenemos que hacer morir sus 'acciones' (sus miembros), aplicándoles la muerte donde Dios, El
sólo, la ha colocado por la cruz; la hemos crucificado (Gálatas 5:24) por la fe en Cristo, de modo que no salimos con el pensamiento
de que la carne puede algo. Sabemos que ella nada puede, no en virtud de un razonamiento, sino porque Dios lo ha dicho. Dejamos
bien sentada esta verdad fundamental de que la carne delante de Dios y para la fe debe considerarse como absolutamente incapaz,
tanto religiosamente como de otro modo, y que todo cuanto tiende a darle importancia, todo cuanto dejaría entender o suponer
que tiene algún valor a los ojos de Dios, nosotros lo consideramos como falso y procediendo del enemigo. Esto es lo que -
por lo menos - tendríamos que conservar como verdad básica, y si la guardamos en nuestro corazón, Dios nos ayudará a realizar
prácticamente este apartamiento del hombre a quien tanto le gusta tener una apariencia religiosa, y edificar toda clase de
cosas extrañas a la mente de Dios. Lo notamos al enterarnos de la historia de la Iglesia profesante.
Nuestros predecesores no tuvieron que hacer su testamento, no tuvieron iglesias que legar; han servido
al Señor hasta la muerte. Nada visible dejaron, salvo lo que el Señor ha producido por su trabajo, hombres con corazones adheridos
a Cristo; pero este fruto era para Cristo, y no para los hombres; no tuvieron un rebaño, ni una iglesia propia. En el campamento,
hay iglesias, rebaños de fulano; fuera del campamento, no hay nada de eso, tan sólo existe Cristo. Es una inmensa diferencia
moral y, digámoslo claramente, una fuente de felicidad sin par. Cuanto más es apartado el hombre - religiosa y colectivamente
hablando - tanto más bendice Dios, tanto más felices son los santos.
Detengámonos para considerar lo que significa esta expresión: "llevando su vituperio". En relación con
lo anteriormente dicho, es este testimonio del Señor - y en todas las épocas, la fidelidad de los individuos y de los cuerpos
de cristianos ha sido vinculada al desprecio de parte del campamento. En éste no hay vituperio; los judíos se han vanagloriado
de que su religión era la primera del mundo; era la primera, desde luego, y esta primera religión del mundo ha constituido
un sólido cuerpo de fariseos, y este sólido cuerpo de fariseos ha sido el primero, el más constante enemigo de Dios.
Allí donde se ejerce la fe y la fidelidad, habrá vituperio para los creyentes. Es un privilegio, el
vituperio de Cristo (Hebreos 11:26) y al mismo tiempo Dios se sirve del mismo para mantenerlos humildes y pequeños, pequeños
de hecho y pequeños a sus propios ojos. Es una gracia inmensa cuando Dios hace penetrar verdaderamente en nuestros corazones,
nuestras conciencias y nuestros espíritus, la convicción de que nada somos; es uno de los mayores dones de gracia que
Dios pueda hacernos; es lo que nos falta hoy día en las asambleas.
Por otra parte, existe un hecho comprobado, y es que el testimonio - allí donde ha sido fiel - ha sido
siempre puesto fuera del mundo. Se ha mantenido aparte del mundo, y el mundo ha hecho otro tanto y lo hará siempre.
Hay un vituperio ligado al hombre de Cristo, doquier donde dicho nombre se lleva; nada podemos en contra
de ello, es un hecho absoluto; allí donde se ama y busca a Jesús, hay el vituperio de parte del mundo, sea éste religioso
o no.
Mientras que el campamento es reconocido prácticamente de modo oficial en el mundo; tiene un lugar en
el mundo. Recordemos, por lo contrario, la expresión de Hechos 28:22: "porque de esta secta nos es notorio que en todas
partes se habla contra ella." Lo que llamaban "esta secta" era el testimonio en los días de Pablo, con todas las características
que presentaba entonces, y el vituperio era conocido y probado en mucha mayor escala de lo que lo es hoy en día.
Pero el creyente, individualmente, no pierde nada por amar al Señor y seguirle. Es un tesoro mayor que
las riquezas de Egipto. En Juan 14 se dice: "Si alguno me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él,
y haremos morada con él." (Juan 14:23 - BTX). Es una bendición individual. La bendición colectiva está descrita, en particular,
en el Salmo 133. "Porque allí Jehová la bendición ha mandado, es a saber, la vida para siempre jamás." (Salmo 133:3 - VM).
Esta expresión tan sencilla, conocida de cada uno de nosotros: "Salgamos, pues, a él, fuera del campamento",
de la cual podemos pedir a Dios que nos conceda medir bien su alcance, no implica el que debamos 'ordenar' a los demás:
«Salid hacia Cristo.» Nada nos autoriza a emplear este lenguaje; la fe obedece a la palabra: «Salgamos.» Es un asunto de fe
práctica. El por qué ciertas personas no quieren salir, sólo Dios lo sabe. Pero repetimos, que lo que debemos velar, es en
no volver, ni en espíritu ni de hecho, dentro de este campamento. Una asamblea que volviera a identificarse con el "campamento"
perdería su carácter de asamblea de Dios.
Mas entre tanto, el corazón abierto que todo hijo debe manifestar, le permitirá dar testimonio cerca
de aquellos otros hijos de Dios que permanecen en el "campamento", porque desconocen las verdades que la mayoría de nosotros
conocemos desde tierna edad.
En relación con lo antedicho, este testimonio del Señor - y en todo tiempo la fidelidad de los individuos
y de congregaciones de cristianos - ha sido inseparable del menosprecio por parte del campo religioso. En el "campamento",
el vituperio no existe; los judíos se jactaban y se alababan acerca de que su religión era la primera del mundo; en efecto
era la primera, y esta primera religión ha constituido un sólido cuerpo de fariseos que ha sido el primero y más constante
enemigo de Dios.
Donde exista el ejercicio de la fe y de la fidelidad, ello irá acompañado del vituperio. El vituperio
de Cristo es un privilegio (Hebreos 11: 25, 26) por el cual Dios se sirve para tenernos pequeños de hecho y ante nuestros
propios ojos. Es una gracia inmensa cuando Dios hace penetrar verdaderamente en nuestros espíritus, corazones y conciencias,
la convicción de que nada somos; es uno de los más grandes dones de gracia que Dios puede hacernos partícipes; es precisamente
lo que hoy nos falta en las asambleas.
Por otra parte, es un hecho sobradamente conocido que allí donde el testimonio ha sido fiel ha sido
también puesto de lado en el mundo. Él se ha considerado separado del mundo, y el mundo se lo ha hecho bien sentir por su
parte; esto será siempre así.
Hay un vituperio unido al nombre de Cristo, por donde quiera que este nombre es llevado; no podemos
nada contra esto, pues es un hecho absoluto; allí donde Jesús es amado y buscado, existe el vituperio de parte del mundo,
sea éste religioso o no. Y si decimos que no debemos forzar a otros a entrar, es decir, a hacer labor de proselitismo (pues
los hermanos fieles jamás hicieron esta labor, y han escrito a menudo que no debemos hacerla), nosotros decimos también
que, ayudar, instruir, explicar la posición y la marcha, es un deber de todo tiempo. Si tuviéramos más Aquilas y Priscilas
- se ha repetido algunas veces - tendríamos también más Apolos.
El hecho de 'salir fuera del campamento' debería ser realizado moralmente por todo hijo de creyente
que convertido, forma parte del testimonio; para él todo esto debería significar algo más que una simple limitación de
ejemplos que pasan ante sus ojos, aun concordando que estos ejemplos son buenos.
Mas es de desear que este trabajo de conciencia se realice en él, pues precisamente una de las causas de la debilidad
actual, depende del hecho de que la cosa, en muchos casos, no ha sido así.
Esto hace posible que una cierta tendencia a volver hacia el campamento religioso proviene del hecho
de que este ejercicio no ha tenido lugar y que no se ha comprendido de una manera efectiva lo que es el "campamento" y lo
que es salir 'hacia Cristo, fuera del campamento'. Cuando los ejercicios no han tenido lugar, cuando alguien se encuentra
en el testimonio solamente por el hecho de haber nacido de padres que pertenecen a él y porque es necesario seguirles,
se corre el grave riesgo de perder de vista, a la vez, el carácter del testimonio por un lado, y el del campo religioso por
otro, así como la propensión de volver fácilmente al "campamento", y además creyendo obrar bien en ello. Para ir al "campamento"
hay que tener la conciencia de un servicio a cumplir de parte del Señor, para esclarecer, instruir un alma y mostrarle
lo que la Palabra nos enseña. Si no lo hacemos así, corremos el peligro de dejarnos atraer y arrastrar.
En relación con esto hay otro punto muy importante a considerar: en todo contacto con el "campamento"
y en toda actividad ejercida en su seno, lo que es peligroso y malo con toda certeza, es todo lo que puede promover el equívoco
sobre el carácter del testimonio. En relación con esto, todo hermano debe estar en guardia referente a su conducta,
que ella no sea inconsecuente y se preste al equívoco, tanto por parte de los que están en el testimonio como por los que
no están. Si tenemos una posición separada y sabemos el por qué, somos volubles e infieles si hacemos algo que contribuya
a oscurecer a los demás el sentido y el valor de esta posición.
El valor del testimonio, su sentido a los ojos del Señor, para Su corazón y
para Su gloria, reside precisamente en esto: en
mostrarlo prácticamente de cara a ese campamento religioso, en el cual hay cosas que Dios produce y aprueba, pero que no está
instituido según las Santas Escrituras. El testimonio es esto; si no tomamos esta actitud, no tiene sentido alguno y es mejor
que desaparezca. Todo equívoco con respecto a esto es cosa grave,
y es lo que hace que los hermanos rehúsen a dar su mano en asociación práctica en cuanto al servicio para no comprometer el
carácter del testimonio.
Olvidar - bajo el pretexto de tener un corazón abierto - que hemos de mantener una posición de
separación, es manifestar un amor que no es según Dios, pues este amor no va del brazo
con la verdad. Obrando así
haremos creer que esta posición de separación es algo que no tiene importancia y que debería quedar olvidada.
La posición de los que están en el "campamento" es, por lo demás, prácticamente muy grave; estar
en el campamento implica el hecho de dar la mano al mundo y la mano del mundo es una mano roja manchada con la sangre
de Jesús. Como decía un hermano: «Si los habitantes de una ciudad hubiesen escupido el rostro de mi padre, ¿les iría yo con zalamerías?» Esto es lo que el mundo ha
hecho con Cristo, de manera que la separación del mundo, sea
directa o indirecta, es un asunto tanto de corazón como de conciencia. No se trata
aquí de ser un sabio en el conocimiento de las Escrituras, bien que la doctrina y la enseñanza ayuden al corazón a tener la
luz y a seguirla. He aquí donde fallamos, cuando mundanizamos, sea religiosamente o no. En el "campamento" se emplea - y en
esto existe el peligro de que ello ser imitado dentro del testimonio, si no tenemos cuidado - medios que Dios no puede
aprobar: Dios jamás aprueba la voluntad del hombre, aunque éste se proponga (al menos en apariencia) un buen fin; podemos
comprobar esta afirmación en las Escrituras.
La pregunta para nosotros es: ¿Qué es lo que Cristo quiere? ¿Dónde está Cristo? "Se han llevado a mi
Señor, y no sé dónde le han puesto" (Juan 20:13), decía
María Magdalena. Los hermanos que nos precedieron pudieron decir esto también. Hallaban a Cristo, pero no todo el Cristo de las Escrituras; ellos lo
necesitaban íntegramente; eso es lo que necesita el creyente fiel. Necesitamos no solamente un Cristo muerto sobre la cruz,
sino que nos es necesario también un Cristo viviente, un Cristo glorificado que puede volver de un momento a otro.
Es incontestable que si todos los cristianos instruidos en la verdad divina fueran rectos y no tuvieran otros motivos que el amor de Cristo,
todos marcharían en Su camino; hay muchos que no marchan por falta de instrucción, pero si estuvieran instruidos y fuesen
rectos en sus motivos todos andarían en él, pues no hay más que un camino.
Dejemos, pues, a Dios el cuidado de aclarar los motivos por los cuales hay tantos y diversos caminos;
mas como decía un cristiano: «Si he hallado el camino de Cristo, no voy a buscar los caminos que se pierden en el desierto,
no tengo necesidad de probarlos uno a uno.» Es necesario
saber dónde estamos. Y el hecho que el Espíritu de Dios puede
trabajar y obrar en el campamento religioso, no empequeñece en nada el alcance de lo que hemos dicho relativo al "campamento".
Repitamos una vez más un pensamiento recordado a menudo: El Espíritu sopla donde quiere, mas yo debo obedecer. La responsabilidad
del creyente es de obedecer; si el Espíritu de Dios obra y opera en el "campamento" y frutos son producidos en consecuencia;
si las almas son llevadas al conocimiento de la verdad gocémonos en ello y aún gocémonos si el Evangelio es predicado
por espíritu de partido. El apóstol Pablo así lo hacía (Filipenses 1:18). Pero, ¿se hubiese él asociado a los que predicaban por contención?
En una escena
del Antiguo Testamento podemos ver a Medad y Eldad que profetizan en el campamento - no era
cuestión de prohibirles su tarea -; Moisés no podía menos que regocijarse,
y sin embargo, ¿quién como Moisés separado del campamento y del espíritu del campamento? (Números
11). Cuando ellos debían estar alrededor del tabernáculo (Números 11:24),
ellos habían, en cambio, perdido de vista la orden de Moisés, y no tomaron la posición de los ancianos, que era la legítima. "Y profetizaron en el campamento. Y corrió un joven y dio aviso a Moisés, y dijo: Eldad
y Medad profetizan en el campamento. Entonces respondió Josué hijo de Nun, ayudante de Moisés, uno de sus jóvenes, y dijo:
Señor mío Moisés, impídelos", y él quería que Moisés les impidiera hablar. "Y Moisés le respondió: ¿Tienes tú celos por mí?
Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos." (Números 11: 26-29). Así, nosotros,
no podemos menos que regocijarnos si el Espíritu de Dios sopla
en el campamento, y una obra es realizada, si vemos que hombres como Medad y Eldad obran y hay frutos manifiestos; pero esto no puede en forma alguna autorizarnos a desconocer
lo que es el espíritu del campamento y la posición del testimonio que debemos mantener.
Un carácter deseable para los hermanos y hermanas, es la humildad, ser vacíos de sí mismos, de
los deseos y pensamientos; en esto no tenemos en vista los malos pensamientos, más sí el hecho de apetecer o ambicionar alguna
cosa. Esto es mucho más sutil y tenaz, como bien sabemos unos y otros por experiencia. Todo consiste en no desear nada para
sí mismo, sino esperarlo todo del Señor y no organizar nada en las asambleas.
Fuera del campamento religioso - o "real" (Hebreos 13:13 - RVR1865; RVR1909)
- solamente cuenta un poder: el Espíritu de Dios; en el "campamento" se ejerce muchos poderes: el del Espíritu que habita
solamente en los creyentes genuinos, y el de la carne que está en todos. La carne, lo mismo tiene lugar en el "campamento"
que fuera de él, pero en el "campamento" se la nutre y fuera del "campamento" se la juzga. En el campamento religioso será
necesario que un hombre esté instruido y haya cursado estudios para llenar un ministerio público; si no ha pasado esta prueba
es que no se somete a las disciplinas humanas, y por lo tanto no puede ministrar. Claro que Dios se ríe de las pretensiones
de los hombres; Él toma a un hombre, lo califica con un don y este hombre, predica y presenta la Palabra según la cualidad
divina que recibió. Pero en el campamento, son las capacidades humanas las que privan, y no solamente privan sino que son
presentadas como indispensables para la obra de Dios. He aquí lo que es el campamento; y luego a dedicarse a organizar esto
y a fundar lo otro.
Que hayan desfallecimientos y que existan otros poderes aparte del Espíritu que obran fuera del campamento
es, por desgracia, demasiado cierto, pero solamente uno es reconocido: el poder del Espíritu Santo. Cuando el Señor dota a
hermanos y hermanas de esta autoridad, de este poder espiritual, desgraciado de aquel que no lo reconoce. Al mismo tiempo
existe el peligro de que la carne se mezcle en todo esto; ay de aquel que alimentara su propia carne en vez de combatirla.
Combatir nuestra carne fuera del campamento, he aquí lo que debemos y deberemos hacer hasta el fin; pero el terreno debe ser
ese: hacer morir la carne y ser dependientes del Señor y del Espíritu Santo.
Cuando decaemos, es decir, cuando el Espíritu Santo obra con menos fuerza porque la carne no es juzgada
como debe serlo, los caracteres del campamento reaparecen y lo que condenamos como principio en su origen, corre el riesgo
de reaparecer como principio y no como mero accidente.
Las tendencias a querer organizar, edificar algo que el Señor no edifica, pueden reaparecer. Que el
Señor nos conceda tanto a jóvenes como a personas maduras, el darse cuenta en ello.
No admitamos nada que no tenga los caracteres propios de la asamblea de Dios, sea enseñanza, sea actividad
(aparte del servicio individual en favor de los hombres). En consonancia con su servicio, un hermano evangelista trabaja para
edificar la asamblea, pues es un instrumento por el cual las almas son añadidas a la misma; si hace otra cosa ajena a este
servicio, obra mal. Debemos velar de cerca sobre todo lo que germina en el sentido, tendencias de las cuales venimos hablando.
La Iglesia debería ser - y el testimonio, podemos bien decir, que ha sido y debería ser ahora también
- el vaso del poderoso despliegue de la gracia y del poder del Espíritu Santo y nada más. Sin duda alguna el Señor se
sirve de un hermano o de una hermana; un hermano posee más capacidad que otro, pero las capacidades que posee son las
capacidades del vaso. El vaso es lo que en sí es, pero para que pueda ser empleado por el Espíritu, es necesario que Dios
lo quebrante primero. Ciertos hermanos, por sus capacidades naturales han estado a una altura muy superior a la media
de los demás hombres. Dios ha empezado en ellos un quebrantamiento que ha completado hasta el fin. La capacidad permanecía
pero la voluntad quedaba - en lo que tiene de propia - eliminada y así podían servir "fuera del campamento." Por otra parte,
ya sea que se trate de un servicio individual o en la asamblea, este no puede realizarse de otro modo que en la constante
dependencia del Espíritu Santo y en una vida de fe; todo esto es incompatible con el espíritu de organización que, de
hecho, constituye la negación de la obra del Espíritu de Dios y de la obra de la fe que espera en Dios y sólo de Dios, cada
día, las directrices para el servicio a cumplir, sea en la asamblea, sea en el mundo.
Esto abarca, todos los puntos de la vida y de la actividad. Un hecho digno de notar es que los apóstoles
- y los hermanos que nos precedieron, en su medida - no dejaron ninguna herencia relativa a sí mismos. Obras de caridad
organizadas, no las vemos; no hallamos de ellas la menor traza, lo cual es bien notable. Por otra parte vemos al Señor que,
salvo los que él iba hallando en su camino, no se ocupó en sanar los males de la humanidad doliente. Jamás animó a sus discípulos
a fundar obras filantrópicas. Y bien, la Iglesia ha dejado este camino, lo ha abandonado. Cuando la fe pierde vigor, el poder
espiritual es reemplazado por buenas actividades destinadas al alivio de la humanidad.
No es que en sí estas obras sean malas, pero no son propiamente el testimonio cristiano. Que cada creyente
es llamado a dar alivio a la miseria que existe a su alrededor, en la medida de lo posible, es una cosa evidente, pero debe
ser hecho para la gloria de Dios, pues de lo contrario, será hecho para la gloria del hombre.
Un creyente de los que nos precedieron, decía incluso esto (y era en tiempos cuando se luchaba por la
abolición de la esclavitud): «Si la Iglesia se ocupara de estos asuntos de la esclavitud, manifestaría el espíritu del
mundo.» Esto no quiere decir que no deseemos el alivio de las penas de esta vida, pero el diablo puede servirse de esto para cerrar los ojos de los hombres a una
cosa mucho más terrible que la enfermedad, la pobreza y la esclavitud, es a saber: ser lanzado en el infierno.
Leamos en el libro de los Hechos, consideremos el carácter del servicio tal como nos es presentado y
busquemos alguna justificación de lo que vemos desarrollarse en el día de hoy a nuestro alrededor; no hallaremos absolutamente
nada. Consideremos la manera cómo servía un apóstol, Pablo por ejemplo, sigámosle a lo largo de todo su servicio: va a Filipos,
donde permanece varios días y el Señor le da la ocasión de anunciar el evangelio, ¡y de qué forma! Va
a Corinto y construye tiendas, trabaja con sus propias manos y disputa
en la sinagoga. Se traslada a Éfeso, y allí les es impedido servirse
de la sinagoga, pero enseña en la escuela de Tiranno. En
todos los lugares es el Espíritu del Señor quien le guía. Su vida es una vida de fe y dependencia diaria; nada hay en ella
que llame la atención de los hombres, nada que haga ostentación de una manera que sirva para seducir los corazones; todo está hecho con temor y temblor. Sabe aprovechar la ocasión sin provocarla, pero tiene
la seguridad de que Dios proveerá en el momento oportuno. De manera que es cosa bien manifiesta que el trabajo del apóstol
ha sido el trabajo de Dios; que es la obra es del Señor; hay frutos de los cuales el libro de los Hechos nos dice cuáles son.
Es precisamente esto lo que tenemos necesidad de realizar. Hemos llegado a un tiempo donde se busca realizar grandes cosas
y esto en todos los dominios; esto es lo que caracteriza el espíritu del mundo, y este espíritu del mundo gana partido en
el mismo testimonio. Seamos pequeños, no perdamos de vista la debilidad de nuestra fe, realicemos nuestra pobreza espiritual
y marchemos siguiendo la medida de fe que Dios nos impartió; dejemos los resultados en las manos de Dios; no son los resultados que nosotros podríamos pensar producir los que tienen valor, sino los
que Dios producirá; Él se glorificará en nuestra flaqueza, pues el
poder es de Él y cuando el vaso es quebrado, entonces queda de
manifiesto que el poder es de Dios y no del hombre. No busquemos lo que nuestros
corazones pueden pensar como cosa feliz o deseable, mas retengamos lo que Dios nos presenta en Su Palabra, dependiendo
de Él, dependiendo del Espíritu, realizando cada día mejor lo que es la vida de la fe. Entonces
podremos ser siervos útiles al divino Maestro.
Las actividades colectivas siempre tienen un alcance muy serio, porque la fe es una cosa individual
y puede arrastrarse a alguien a obrar por encima de la medida de su fe haciéndole tropezar en esto. Se puede incluso llegar
a persuadir a personas no convertidas, a que colaboren en un servicio determinado y esto es de una grave responsabilidad.
El pasaje de 2 Timoteo 2:20 establece claramente la posición de separación del testimonio. No es
por el hecho de que los hermanos y hermanas hayan tenido el pensamiento de reunirse fuera de las denominaciones cristianas
ya existentes y de los organismos oficiales religiosos que el testimonio ha quedado establecido. El pensamiento
de Dios desde el principio, ha sido siempre tener un testimonio, y el Espíritu Santo obra con el objeto de reunir las
almas alrededor de Cristo; el testimonio se define entre otras cosas, en la santidad, la verdad y el amor, pues
el Espíritu es entre otras cosas, Espíritu de
santidad, Espíritu de verdad y Espíritu de amor; y "guardar la unidad del Espíritu" no puede realizarse si olvidamos
el amor, la santidad
y la verdad. Si prosiguiendo la historia de la Iglesia, el testimonio del principio ha sido manchado por la infidelidad de
los testigos, sin embargo, Dios, jamás se dejó - en relación con los hombres - sin testimonio a través de los siglos. Aun
a través de los días más sombríos, siempre ha tenido sus testigos.
El testimonio queda establecido en la separación. En la Segunda Epístola del apóstol Pablo a Timoteo
2:19, dice en primer lugar: "conoce el Señor los que son suyos". Nosotros podríamos preguntarnos: ¿Por qué estamos separados?
Hay tantos hijos de Dios que existen por doquier. ¿Por qué tantas barreras? Este pensamiento se exprime a menudo y encontramos
muchos deseos de demoler barreras a fin de que los hijos de Dios sean todos uno. Sin duda el pensamiento de Dios es que Sus
hijos sean uno, unidos, pero unidos en el amor y en la verdad pues no existe una unidad según Dios fuera de este terreno. Y es bien cierto que muchas barreras que
se han establecido deberían ser derribadas, por ejemplo: las que son el resultado del pensamiento del corazón natural:
el orgullo, la voluntad propia, el espíritu sectario y otras tantas que deberían venir abajo, mas hay otras sin embargo,
que no solo deben ser establecidas, sino mantenidas, para que el testimonio sea realizado de una forma práctica sobre este
terreno de santidad y verdad que la Palabra nos declara en estos pasajes considerados.
Sin duda podríamos preocuparnos por los hijos de Dios que están dispersos por aquí y por allá; mas la
Palabra nos indica expresamente: "conoce el Señor los que son suyos". Es Él quien sabe los que le pertenecen de entre
todos los medios de la cristiandad, sobre toda la faz de la tierra; Él les conoce, forman parte de la Asamblea tal como Dios
la ve y el Señor la nutre y la ama. Él la purifica por el lavacro del agua por la Palabra, tiene cuidado de ella, conoce Sus
ovejas nombre por nombre y tiene cuidado de cada una de ellas. Este pensamiento consuela nuestros corazones: el
Señor conoce. Y nuestra
responsabilidad queda definida por estas palabras de invitación: "Apártese de iniquidad todo aquél que invoca el nombre
de Cristo" (2 Timoteo 2:19). Esta es la responsabilidad de los fieles. No debe darnos tanta pena el hecho de que existan tantos
creyentes en las denominaciones con los cuales no podemos andar y que sin embargo, Dios conoce como suyos. Nuestra responsabilidad
aquí es, como en Hebreos 13:13, y
es una responsabilidad primordialmente individual: "Apártese de iniquidad todo aquél que invoca el nombre de Cristo".
Todo lo que lleva el sello de la voluntad humana en su estado natural - la carne - constituye la iniquidad.
El hombre camina en una senda que es la de la voluntad propia; este sendero no siempre tiene apariencia de ser malo, es cierto,
pero lo que es malo es el principio, pues este se basa en la voluntad del hombre y esto repito, es la iniquidad.
Cuando un creyente ha comprendido que se halla en un medio donde a pesar de bellas apariencias, existe
un fondo de estos principios (es decir: la voluntad propia), su responsabilidad ante Dios consiste en retirarse de la
iniquidad, si es que él pronuncia el nombre de Cristo, a saber, si él conoce y acepta los derechos del Señor como Jefe
o Cabeza de la Asamblea; es responsable de apartarse del medio en el cual pretendía administrar su vida espiritual según Dios
y seguidamente seguir - no quedarse aislado - sino seguir "en pos de la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de
corazón puro invocan al Señor." (2 Timoteo 2:22 - BTX). He aquí la reunión sobre el terreno de la santidad y de la verdad
con un solo objeto que debe proseguir todo aquél que ha comprendido su responsabilidad de 'apartarse de la iniquidad'. Esto
nos conduce al servicio y nuestros versículos nos dicen, como puede uno ser "un vaso de honra, santificado, útil para su amo,
preparado para toda buena obra." (2 Timoteo 2:21 - BTX).
Es interesante retener lo que se ha dicho respecto a la iniquidad, porque de buena fe podría suponerse
que se trata de cosas que la conciencia natural encuentra reprobable; sin duda lo que la conciencia natural reprueba es iniquidad
y no podría admitirse en la Iglesia; pero la iniquidad de la cual nos habla la Segunda Epístola a Timoteo va más lejos que
todo esto pues, de una manera general, se trata de la presencia de la carne tolerada, o lo que es peor todavía, animada a
manifestarse y a gobernar en la Iglesia. Nada es más cierto que la carne está presente en todos los lados. No existe lugar
en el mundo en que no sea manifiesta, ni grupo de cristianos en medio de los cuales esté inactiva: solamente en el cielo no
existirá más. Pero hay una diferencia capital entre que la carne sea admitida o que ella sea juzgada. El Señor anima
a los que tienen en el corazón la gloria de Su nombre. Les ayuda por Su Espíritu a discernir la iniquidad y a situar la carne
en el lugar que le corresponde. He aquí el estado de cosas que el Señor ama y del cual se ocupa para purificarle de antemano.
Mientras que donde un cuerpo de cristianos se establece tomando como punto de partida y fundamento la excitación de la carne,
aun siendo en sus expresiones más sublimes, quedando así nutrida y con unos derechos más o menos reconocidos, el Señor
no puede dar Su aprobación. Puede ser que le soporte; mas un creyente iluminado por la Palabra no se compromete a seguir
un camino semejante, pues no quiere perder su vida; no tenemos dos vidas para vivir a un mismo tiempo. Cuando el camino
se terminó, ya no tenemos ocasión de volverlo a empezar de nuevo; es esto lo que confiere seriedad a nuestra forma de
comportarnos.
Si por nuestra voluntad determinativa establecemos algo que no es según el Señor, puede ser que toda
nuestra vida andemos así como nos propusimos, para apercibirnos demasiado tarde - tal vez en el tribunal de Cristo -
que perdimos o empleamos vanamente nuestra vida.
Vemos pues que el principio definido por la palabra iniquidad va muy lejos. No es que hablemos como
personas que no corren el peligro de admitir la iniquidad pues vivimos aquí y estamos expuestos a tolerarla igualmente
que otros. No es pues la forma exterior de reunimos lo que nos guarda, tampoco el conocimiento; quien nos guarda es Dios.
Otra enseñanza evidente en la invitación "apártese de iniquidad..." es que no debemos barrer la iniquidad
que exista ni en la tierra ni en la cristiandad; sino que debemos apartarnos de la iniquidad. Es una pretensión el querer
establecer la paz sobre la tierra por medio del Evangelio, pues esto la Escritura no nos lo enseña. También es otra pretensión
el querer establecer la Iglesia a su estado primitivo. En cierto sentido, y guardando las distancias, sería como el caso de
Caín querer levantar la frente y los ojos hacia Dios como si la Iglesia estuviera en el esplendor de sus primeros días,
cuando lo que conviene es poner las frentes en el polvo y regar la tierra con nuestras lágrimas, al contemplar el estado en
que ésta se halla. Es esta actitud la que el Señor quiere ver en nosotros.
La regla divina es la separación del mal - sea este mal moral o doctrinal. Separarse del mal es
declarar públicamente que Dios está en contra del mal ('Tiene los ojos demasiado puros para ver el mal') y por nuestra parte
situarnos lo más lejos posible de él.
Esto es también la confesión de nuestra debilidad, lo cual es la parte opuesta al orgullo. Uno de los
hombres más piadoso que hemos conocido ha podido decir: «Si hubiese sido educado entre ladrones, probablemente hubiese sido
un ladrón.» No tenía ninguna confianza en sí mismo y esto es precisamente lo que nos es necesario, pues es el más piadoso
de los hombres quien se creerá capaz de cometer cualquier maldad. La consecuencia
práctica, es que me separe y pida a Dios que me guarde de todas las ocasiones por las cuales pueda yo mostrar quien soy por
naturaleza; esto es una regla de oro, tanto para los jóvenes como
para los ancianos, lo mismo para el individuo, como
para una asamblea.
Un punto a subrayar, porque es necesario, ya que bastantes creyentes
separados se imaginan un poco que esta separación es realizada en virtud de alguna superioridad sobre los demás creyentes
(y esto es precisamente reprochado a los que se reúnen en el nombre del Señor) es, que la separación no es una posición de
superioridad, sino una posición de obediencia a la Palabra. Somos conducidos, porque esta Palabra nos enseña a obedecer y
porque - aunque poco - nos damos cuenta de lo que Dios desea para nosotros.
En resumen, el camino que Dios traza al creyente, es la
separación de la iniquidad, y después, sobre el terreno de la separación, el proseguir el bien. "Sigue en pos de la justicia,
la fe, el amor y la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor." (2 Timoteo 2:22 - BTX). Un corazón puro es aquel en
el cual la Palabra ha operado, santificando los motivos, y que puede, por lo tanto, producir por el poder de Dios, frutos
que son para Su gloria. Estos frutos debería ser constantemente el bagaje de aquellos que la gracia del Señor ha reunido sobre
el terreno de la separación y es lo que manifestaría el poder del testimonio.
La cristiandad es comparada a una casa grande en la cual
hay vasos de honra y de deshonra. "Si, por tanto, uno se habrá purificado a sí mismo de estos, separándose él mismo de ellos,
él será un vaso para honra, santificado, útil para el Amo, preparado para toda buena obra." (2 Timoteo 2:21 - JND). Lo que
caracteriza a los vasos de honra, es que se purifican de los vasos de deshonra. No es porque en él existan cualidades morales
más elevadas y más bellas que un vaso adquiere el título de "honra", sino que este título se adquiere por la purificación
del mal; preparado para Su servicio puede ser 'útil para los usos del Señor'. Para estar preparado para toda buena obra verdaderamente
"útil" según la mente de Dios, es necesario mantener y realizar esta separación.
Recordemos que las buenas obras, "Dios [las] preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas"; Él las prepara y también prepara al siervo para realizarlas. El pasaje que consideramos
nos enseña de qué forma un siervo puede ser preparado para cumplir las buenas obras que Dios determinó para que anduviera
en ellas (Ver Efesios 2:10).
La separación del mal no se limita únicamente al terreno
de la reunión, pues ella tiene un alcance general. Sin ella no puede tenerse la inteligencia tocante a los pensamientos de
Dios. Si no nos separamos del mal la luz falta. Si nos separamos, es Dios mismo quien
nos da la luz. Dios siempre nos da la luz cuando de antemano nuestros pasos caminaron en ella. Separarse del mal puede costar;
sí somos exhortados, es porque ello no es consecuencia de ninguna tendencia natural. Separarse de ciertos males groseros,
se admite fácilmente, pero poner de lado la voluntad del hombre y las cosas agradables que hay en él, esto no resulta tan
fácil.
Mas si nosotros queremos, a la vez, nutrir al hombre y glorificar
a Dios, jamás la luz será nuestra porción, ni el discernimiento el lote de nuestra alma. Es por ello por lo que ciertas almas
no progresan; caminan vacilantes porque jamás dan el paso decisivo que les colocaría en la luz: no se retiran de la confusión
por diversas razones. Pueden existir fuertes afectos a los cuales más o menos se debe renunciar. Hemos visto cristianos entre
nosotros, llamados por el Señor, los cuales han debido romper lazos muy queridos para vivir el testimonio. El Señor ha querido
retirarlos de cosas que no aprueba, aunque las soporte, e incluso las bendiga. Que el Señor bendiga una cosa no quiere decir
que la apruebe en todo; si bendice a una asamblea, esto no significa que Él bendiga todo lo que se hace en ella.
'Apartarse, huir, seguir' (2 Timoteo 2: 19-22): he aquí
dos actitudes negativas que convienen en primer lugar, después 'seguir';
que es la positiva. ¡Pero cuántos creyentes - y esto nos alcanza a todos en los detalles
- quisiéramos escoger lo que es bueno, sin retirarnos de lo que el Señor nos dice que no le agrada!
Pensemos en lo que el Señor ha dicho durante Su vida a cada
uno de nosotros, y que Sus palabras aniden en nuestro corazón; ciertamente
podemos meditarlas con la cabeza baja: 'el que ama a alguien más que a mí no es digno de mí'. Está escrito. Se puede comentar, disertar, etc., pero
no cuando la cosa es simple y clara como la luz del día, y es esto precisamente
lo que nos juzgará cuando comparezcamos
ante el Señor.
Un niño en Cristo comprenderá claramente esto, no es preciso
ser un doctor en la verdad: 'Aquél que ama a alguien más que a mí, no es digno de mí y no puede ser
mi discípulo'.
Las razones que habían retenido a los creyentes en este
lugar o en el otro en su día, serán manifiestas, y asimismo también la falta de consagración de hermanos que les habrá conducido
a apartarse del camino trazado; todo será manifiesto. A menudo estas razones yacen muy profundamente en el corazón y
se da el caso de que esta carencia de afecto por la persona de Cristo queda en apariencia cubierta por la actividad;
el movimiento se inicia, porque la capacidad para obedecer falla; ¿Y por qué no se obedece? Pues sencillamente por esto: no
se obedece porque no se ama. La obediencia es el amor, es el renunciamiento de sí mismo; no se puede amar a Cristo
y conservar a la vez la propia voluntad; tener una voluntad es amarse uno a sí mismo, lo cual no es primordialmente amar a
Dios. Tocamos los resortes profundos que nos confieren movimiento. No es precisamente a base de discusiones que tendremos
la luz; sino que cuando nos situemos ante Dios, ésta nos ayudará a ver los motivos que nos hacen ir aquí o allá, hacer esto
o aquello, y nos hará sentir que buscamos lo nuestro propio en lugar de buscar a Cristo y así seremos juzgados. No seremos
juzgados según lo que hayamos hecho exteriormente solamente, sino que el Señor juzgará 'los secretos de los corazones según
mi evangelio' dice Pablo. (Romanos 2:16). Si emprendemos una obra sin que sea producto de la obediencia a Cristo -
y en ella podríamos haber empleado toda la vida - seremos reprendidos una y otra
vez, o si no, al menos estemos seguros, lo seremos ante su tribunal.
¿Qué es lo que responde a un "corazón puro" ? Es un corazón
que sólo tiene a Dios como único objeto. El conocimiento nos envanecerá si únicamente poseemos esto; y si una conciencia ejercitada
ante Dios no lo acompaña, este conocimiento (el conocimiento tocante a las cosas de Dios) no nos guardará cuando Satanás nos
presente alguna cosa al borde del camino, sino que en cambio, el conocimiento de Dios no envanece, pues él aporta
a Dios en el alma. Con Dios en el alma, o dicho de otra manera, con la conciencia de que Dios nos conoce, la carne es tenida
constantemente a raya, es decir, impedida. De ninguna otra forma se la puede vencer.
Leamos Mateo 6: 22-23: "Si, pues, tu ojo fuere sencillo
[no tiene más que un solo objeto], todo tu cuerpo estará lleno de luz", es decir, el sentido moral; "mas si tu ojo fuere malo"
- fijémonos que no dice 'si tu ojo fuere un ojo doble', pues es una iniquidad para los que pertenecen al Señor entregar sus
afectos a otro objeto que no sea Él - "todo tu cuerpo será tenebroso; si, pues, la luz que en ti hay son tinieblas, aquellas
tinieblas ¡cuán grandes no serán!" (Mateo 6: 22-23; BTX). Esto explica la falta de discernimiento espiritual. Hay tal falta
de discernimiento que proviene del mal, que conduce a llamar bien lo que es del mal y obrar lo malo creyendo que se hace lo
bueno.
Un corazón puro ha sido purificado por la verdad: "Habiendo
purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos
a otros entrañablemente, de corazón puro." (1 Pedro 1:22). Y esta purificación por la obediencia a la verdad, es la Palabra
recibida en el corazón, no solamente oída, sino recibida de una forma efectiva y puesta en práctica y que gobierna los pensamientos
del corazón, orientándolos hacia un único objeto que es Cristo: "Salgamos, pues, a él." (Hebreos 13:13). He aquí el objeto
que cautiva el corazón e invita al alma a salir fuera del campamento. He aquí el mismo objeto presentado en nuestro pasaje
y conduciendo al fiel a realizar esta posición de separación, siguiendo la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que
invocan al Señor con un corazón puro.
Nutrir la grandeza humana en la Iglesia, es una iniquidad;
considerar las cosas humanas, porque parecen hermosas, como elemento de valor en el cristianismo, es una iniquidad; pensar
o contar con que los poderes humanos pueden aportar alguna cosa a la Iglesia, es una iniquidad; el poder del dinero ejerciéndose
en la Iglesia es otra gran iniquidad. He aquí el por qué en todo
tiempo y lugar, más sobre todo en la Iglesia, el testimonio de Dios y del Señor, es un testimonio pequeño, pobre, sin fuerza;
y si en este testimonio hay algunos que son "sabios según la carne… poderosos… nobles", ellos no son muchos (1
Corintios 1:26), y si éstos son testigos fieles, el Señor empieza por empequeñecerlos; es lo que siempre hemos visto.
Retengamos lo antedicho, pues es de singular importancia. La grandeza humana es cosa que generalmente se acepta de buen
grado, lo peligroso es que somos inclinados a situarla en el mismo platillo de la balanza que las cosas elevadas según Dios;
esto no debe ser así; es necesario que lo consideremos en el temor de Dios. Asimismo las capacidades humanas no tienen
otro valor sino en la medida en que Dios usa del vaso, y el poder del dinero debería ser absolutamente nulo en la Iglesia.
Los hermanos que poseen bienes materiales tienen que ver con el Señor. Es lo que la Escritura nos enseña
sobre esto; cada cual es responsable de administrar los bienes materiales que le fueron confiados por el Señor. Pero nosotros
hablamos aquí de la atmósfera moral y espiritual que debe caracterizar a la Iglesia, el testimonio...
La influencia del dinero se ha acrecentado considerablemente
en la Iglesia profesante. Quiera Dios que esta influencia no invada el testimonio, pues puede manifestarse de muchas
maneras. Vemos entre nosotros también, tendencias que se acrecientan, referentes a introducir medios humanos y materiales
para predicar. Ahora bien, estamos en lo cierto cuando decimos que lo que el Espíritu Santo no obra, no queda establecido
y por lo tanto será deshecho.
¡Ejercitémonos en no mezclar en la vida de la Asamblea elementos
que no son de Dios!
Debe de ser un ejercicio en todo lugar y para cada uno de
nosotros. Remarquemos que hay otras cosas aparte de la fortuna que pueden ser nefastas; la atención de cada cual es requerida
sobre este punto. ¿Podríamos pedir el apoyo y el dinero del mundo para un testimonio que es contra el mundo? En ese caso no
obraríamos con rectitud respecto al mundo.
Consideremos ahora el último pasaje leído en 1 Crónicas
13: 6-11.
¿Qué significa el arca y qué simboliza llevar el arca? El
arca es un tipo de Cristo; su construcción era de madera de acacia, recubierta de oro, lo cual representa, en tipo, la
persona del Señor en su perfección humana y divina, y este es el objeto del testimonio que somos invitados a presentar
en este mundo. El testimonio es Cristo, Dios sobre todas las cosas, bendito eternamente, venido a esta tierra como hombre,
Dios manifestado en carne; Cristo hombre aquí, Cristo en Su muerte, Cristo en Su gloriosa resurrección. Llevar a Cristo, presentar
a Cristo en el mundo, he aquí el testimonio.
Hemos considerado ya, que Cristo como objeto del corazón,
nos llama a salir hacia Él, fuera del campamento. Hemos recordado que un corazón puro está orientado hacia Cristo. Y
el testimonio es Cristo. Somos por tanto responsables de presentar a Cristo en este mundo y de 'llevarle' a Él tal como
hacía Israel con el arca, una etapa tras otra; cada uno de nosotros somos llamados individualmente a hacer lo propio, y con
más fuerte motivo, y esencialmente, como testimonio colectivo.
¿Cuáles son los medios por los cuales podemos presentar
a Cristo a este mundo? Los medios humanos son puestos en evidencia en el capítulo 13 de 1 Crónicas: un carro tirado por
bueyes. ¡Cuán superior podría parecer esto a los medios que Dios había indicado! Pero Dios había dado enseñanzas explícitas
referentes a cómo llevar el arca: nadie podía llevarla a excepción de los Levitas, y aun entre los hijos de Leví cada cual
tenía su servicio particular. El capítulo 4 de Números, nos da enseñanzas detalladas sobre este interesante asunto. Pero alguien
ha tenido la idea de hacer llevar el arca sobre un carro nuevo tirado por bueyes. ¡Qué gozo! ¡Qué de cánticos entonados! parece
como si el ruido de los himnos y cánticos hubieran ahogado una protesta si esta hubiera sido elevada; en apariencia, todo
era tan bello, tan regocijante! Si alguien hubiese querido recordar las enseñanzas de la Palabra, su voz hubiese sido
ahogada seguidamente y se le hubiese dicho: «Sí, pero nosotros hemos hallado algo mejor!»
Se cree que el fin justifica los medios; pues bien, la Palabra
nos muestra lo que resultó de todo esto: los bueyes se desmandaron, esto no ocurrió jamás con los levitas. ¿Por qué? La respuesta
la tenemos en 1 Crónicas 15:26 cuando más tarde Dios ayudó a los Levitas que llevaban el arca. Los Levitas tenían ayuda y
poder de Dios y en esto consistía la capacidad para llevar el testimonio. Los bueyes se desmandaron; he aquí a qué conduce
la utilización de medios humanos. Para intentar retener el arca, alguien alarga la mano; en el mismo instante es herido de
Dios, es el "quebrantamiento de Uza" (Pérez-uza), y David se irrita en contra de Jehová. Tal es el resultado producido. Es
necesario que los corazones sean vueltos a la obediencia de la Palabra, que el arca sea trasladada por los Levitas según la
enseñanza que Jehová había dado al pueblo, y entonces 'Dios ayudó a los Levitas' (1 Crónicas 15:26). El arca es conducida
al lugar preparado para ella; el canto de alabanza puede entonces cantarse. En ese momento todo es para la gloria de Dios.
He aquí una enseñanza importante que nos es necesario retener y que nos debe conducir a no fiarnos de los medios humanos y
marchar por el camino del testimonio con los recursos de Dios, según las enseñanzas de la Palabra, enseñanzas que son idénticas
en todo tiempo, lo mismo hoy que en los albores de la Iglesia.
Los pasajes de 2 Timoteo 2, nos ponen en guardia igualmente,
contra el empleo de estos medios humanos o contra las asociaciones que pueden parecemos favorables a la propagación del
evangelio o a la presentación del testimonio.
Es - recordémoslo - cuando uno se purifica de los vasos
de deshonra que uno viene a ser un vaso de honra, santificado, útil al Maestro, preparado para toda buena obra; la preparación
se realiza en la separación y no en las asociaciones que la Palabra condena.
Se piensa en fortificar el testimonio, se piensa en obtener
buenos resultados y se pierde de vista que lo único que se lograría, que es exactamente lo contrario de lo que se busca. Se
buscan estos resultados, puede que con la mejor intención, pero los deseos de nuestro corazón no corresponden precisamente
al pensamiento de Dios.
"No le buscamos", dice David, "según su ordenanza." Con
esta declaración David pone el dedo en la llaga: ¿Por qué los bueyes se desmandaron? ¿Por qué había sido hecho un "quebrantamiento"?
¿Por qué David se irritó contra Jehová? porque "no le buscamos según su ordenanza". (1 Crónicas 15:13).
Si por nuestra parte hacemos ciertas cosas sin que sean
"según su ordenanza" (1 Crónicas 15:13) corremos el riesgo de vivir experiencias de la misma índole.
Muchos cristianos - y no solamente entre los 'hermanos'
- están de acuerdo en reconocer y declarar que en la salvación de su alma todo proviene y es de Dios. Esta verdad, no solamente
ha sido guardada como verdad abstracta en un aspecto general, sino como una verdad sentida en el corazón. Pero la
verdad que consiste en sentir que una vez que somos cristianos, tenemos necesidad de Dios para todo, lo mismo que la
tuvimos para ser salvos, esta verdad es mucho más costosa de aprender, porque ella corre a la par con el conocimiento que
uno tiene de sí mismo y esto no se adquiere en un día.
Tenemos necesidad de Dios para servirle, y quien verdaderamente
lo sepa, no tendrá necesidad de planes y no pretenderá crear un comité que estudie tal o cual asunto en vista de emprender
cualquier acción; esto no lo hallamos en la Escritura; ni en el testimonio del Señor, y tampoco lo encontramos correspondiendo
a los que nos precedieron. Que cada cual se consulte a sí mismo, sí; todos los siervos y siervas que buscaron obedecer la
Escritura han consultado al Señor. Pero consultar al Señor no es hacer oración para apaciguar la conciencia y después
continuar obrando como antes.
Podemos dudar del llamamiento de un hermano evangelista
que tenga necesidad de ser encuadrado por otros hermanos, si no es por la oración. Si uno es llamado a un servicio, sus relaciones
son con el Maestro, el cual le ayudará por las oraciones de los santos, sin duda alguna, pero no por el brazo del hombre,
y en el servicio de la Palabra los hermanos pueden decir que el sostén del siervo, en el grado que sea, es el Señor;
no debemos conocer otro sostén; este es el que nunca falta, así es que debemos ir con el Señor en todo lo que hagamos:
servicio en la Asamblea, visitas, etc.. Nosotros no edificamos ninguna obra; seguimos al Señor, y si no lo hacemos así, pecamos.
No es posible que a un cristiano sencillo, humilde, recto,
ejercitado, piadoso, temiendo y amando al Señor, que espera en El y solamente en El, Él no le responda de una manera
u otra. Y aunque puede cometer torpezas - ¿y quién no las comete? - el Señor le ayuda.
Aunque no sea nuestro tema, recordemos aún una vez, en relación
con la separación, que lo que también caracteriza al Testimonio cristiano según las Escrituras, es que está establecido
sobre el terreno de la unidad del cuerpo. El sólo pan que partimos habla de todo el cuerpo de Cristo; nosotros pensamos
en todos los cristianos del mundo cuando partimos el pan; aunque no podemos tener comunión con todos, porque hemos de guardar
los derechos y la gloria del Señor, hemos de guardar la Mesa del Señor limpia de toda inmundicia.
El testimonio, en los días en que estamos viviendo, no puede
llevar este nombre, si no está compuesto de cristianos que tengan el sentimiento de la ruina, que lleven esta ruina en su
corazón, que tengan dolor y lleven luto, que sean gobernados por la Palabra y por el Espíritu de Dios, que se separen
de la iniquidad y que esperen al Señor. Los diferentes caracteres del testimonio fiel en los días del fin, no pueden
en manera alguna ser compatibles con lo que a veces se querría hacer: un testimonio numeroso teniendo grande apariencia. Todo
lo contrario - el Libro de los Jueces en su capítulo 7 lo enseña - el testimonio en todo tiempo, y más particularmente
en un tiempo de ruina, y por consecuencia en los días del fin, es poco numeroso; tiene poca apariencia.
El crecimiento que podemos - y debemos - desear en el testimonio,
es un crecimiento espiritual: que las almas sean nutridas de Cristo, que el Espíritu obre con poder - pues el Espíritu siempre
es, invariablemente, un Espíritu de poder (o fortaleza) (2 Timoteo 1:7) - en los días más sombríos de la historia del testimonio,
y es esta fortaleza la que hemos buscar. La obra de Dios se lleva a cabo por el poder del Espíritu.
Los recursos y los medios que el hombre añade, cuando estos
no pueden ser considerados como recibidos de Dios para ser empleados en la obediencia y la dependencia, tendrán como
resultado impedir el despliegue del poder del Espíritu, y de tal forma es así que, el dar cabida a estos medios y recursos
humanos, que pretenden grandes resultados, seguramente se malogrará la obra que Dios hubiera querido hacer por el poder
Su Espíritu. Se puede también repetir lo que recibimos y nos fue enseñado en relación con el testimonio: que este no
ha sido suscitado en vista de la evangelización, aunque gracias a Dios ha habido y hay hermanos evangelistas. ¡Ojalá
que cada vez hagan más con tal que sea Dios quien los establezca! Pero el testimonio tiene por objeto, ante todo, la proclamación
de la gloria del Señor, tanto de Su Persona como de Su obra, de la integridad de la Palabra de Dios, y esto es en particular
el objeto del testimonio de los últimos días: "Has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre" (Apocalipsis 3:8);
las obras de Filadelfia - como alguien dijo - estaban demasiado bajo la faz de lo visible como para que nadie las pudiera
ver, pues no eran evidentes, pero eran muy queridas para Cristo, porque ellas tenían y daban en sí, la prueba del amor; es
a saber: la obediencia. Se puede desear y pedir que el Señor produzca esto, que los hermanos y hermanas que vienen no olviden
que el testimonio es un testimonio para la gloria del Señor, un testimonio a Su verdad y a Su persona en el tiempo de ruina
general y de iniquidad en la cristiandad.
No nos engañemos: si a los que el Señor ha confiado este
testimonio desconocen un tal privilegio, El podrá reemplazar estos siervos por otros, estos testigos por otros, y esto
será para los primeros, una pérdida inmensa.
Es muy adecuado precisar aquí el importante tema de la evangelización.
El deber de evangelizar que le era impuesto al apóstol (¡ay de mí si no anunciare el Evangelio!), ciertamente, permanece.
Pero no por eso vamos a pensar que la Iglesia sea una especie de asociación para la propagación del evangelio. Tampoco hemos
de perder de vista que el avivamiento de Filadelfia (y el testimonio consecuente) tiene un origen común - una obra poderosa del Espíritu de Dios - con el movimiento de difusión del evangelio que se esbozó a principio
del siglo 19 y se amplió en períodos sucesivos, pero que jamás se identificó con él, y que es preciso no confundirlos. El
deseo de evangelizar es extremadamente gozoso, y si comprendemos por esto presentar Cristo al mundo, entonces sí
que es el trabajo de la Asamblea sobre la tierra. Esto no nos cansaremos de repetirlo demasiado. Pero lo que se entiende más
comúnmente, cuando se oye hablar de evangelización, es referente a la actividad de los "evangelistas", bajo la forma
de predicaciones, reuniones de llamamiento a las almas, distribución de tratados, obra de colportor, etc. Bendito sea Dios
de que la puerta esté abierta y un vasto campo de trabajo pueda ser ofrecido a los verdaderos "evangelistas", obreros calificados
por el Señor, dones provistos por él en favor de la Iglesia, "para la edificación del Cuerpo de Cristo", y que trabajan
en el mundo. Pero estamos llamados a una evangelización mucho más amplia y extensa y en un sentido mucho más difícil, porque
se trata - y eso de forma continua - de una evangelización en hecho más que en palabras. Es el testimonio de cada creyente
y también el de la asamblea que es en el mundo y de cara al mundo, "la columna y apoyo de la verdad" (1 Timoteo 3:15 - VM).
Las personas no convertidas que son traídas a una reunión
de asamblea, deberían contemplar un organismo viviente en su funcionamiento, cada cual llenando el servicio y la
función a la cual Dios le llamó, un organismo funcionando íntegramente bajo la dependencia del Espíritu y por el poder de
éste Espíritu, de tal manera que sea manifestado que el Señor está presente en medio de los dos o tres reunidos hacia Su Nombre,
y que esas personas, tal como leemos en 1 Corintios 14 puedan postrarse sobre el rostro diciendo: "verdaderamente Dios
está entre vosotros" (1 Corintios 14:25).
Actualmente se busca grandes medios de evangelización, pero
nadie piensa - por así decirlo - en esto: Una asamblea donde la presencia del Señor es realizada, donde todo se hace
en obediencia a la Palabra, donde cada cual funciona en su propio lugar, donde se siente la vida de Dios, el poder y la actividad
del Espíritu y donde un hombre o una mujer no convertidos, pueden darse cuenta que han sido conducidos a la presencia
de Dios. He aquí la más poderosa evangelización. Sintamos en el corazón el deseo de realizarla de forma verdadera, entonces
Dios podrá desplegar un poder espiritual que conducirá a las almas al reconocimiento de Cristo. Esto es lo que nos conviene
desear; de esta manera, trabajaremos en la obra de Dios, proseguiremos la obra de Dios en la Asamblea con los medios de Dios
y con la seguridad de que tendremos la bendición de Dios para cada uno de los hermanos y hermanas y para la Asamblea.
La bendición desbordará los límites de ésta y todos los
que de una forma u otra serán puestos en contacto con ella, probarán que la bendición de Dios está allí. Es lo que pasaba
en Tesalónica: la Palabra de Dios había sido divulgada partiendo de los tesalonicenses en todo lugar, y su fe en Dios se había
extendido (1 Tesalonicenses 1:8). El simple apego al Señor, en la Asamblea es un
extraordinario testimonio de poder.
Consideremos aún en 1 Juan 5: 1 al 5. La posición de separación que la gracia de Dios nos ha dado a conocer y que es según las enseñanzas
de la Palabra, no puede llevarnos al aislamiento en los afectos del corazón de todos los que constituyen la familia de Dios.
"Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él."
(1 Juan 5:1 - LBLA). He aquí lo que caracteriza a un hijo de Dios en cualquier medio cristiano en que se halle; amamos a los
hijos de Dios porque amamos a Dios. Pero ¿cómo manifestar ese amor? "En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando
amamos a Dios y guardamos sus mandamientos." (1 Juan 5:2 - LBLA).
Este pasaje apoya lo que ha sido dicho, que es en la obediencia
a la Palabra y por la obediencia a la Palabra que podemos amar a tantos hijos de Dios como hay dispersos en las múltiples
denominaciones cristianas. No es abandonando o perdiendo de vista la posición de separación que podemos mostrarles un
amor según Dios. La piedra de toque del amor según Dios es la obediencia a la verdad; es esto y por esto que podemos mostrar
a los hijos de Dios que les amamos; y esto supone, bien entendido, que les seamos útiles "recobrando en cierto modo el tiempo
perdido." (Efesios 5:16 - TA). Esta expresión de Efesios no se aplica solamente a la presentación del evangelio; significa
ciertamente: aprovechar todas las ocasiones de manifestar la vida que poseemos, y podemos hacerlo en un amor verdadero hablando
a nuestros hermanos y hermanas, en cualquier medio cristiano que se hallen situados, mostrándoles las enseñanzas de la Palabra.
No se trata de hacer prosélitos. En la presentación del evangelio a los pecadores, hay como un forzamiento a realizar:
"fuérzalos a entrar" (Lucas 14:23); pero en lo que concierne al testimonio, jamás debemos hacerlo.
Podremos ser útiles a alguien que se halle en un lugar como
Tiatira y que verdaderamente posea la vida de Dios, pero iríamos - puede ser - en contra del pensamiento de Dios si le
constriñésemos a dejar ese lugar; no sabemos cuál sea el propósito de Dios respecto a eso.
Podremos serles útiles presentándole el pensamiento de Dios
en relación a la forma de reunirse los santos, pero dejemos a Dios cumplir Su obra y conducir a esa alma, si Él lo halla
bueno. En todo caso sólo podremos ser útiles a un alma, en la medida que vivamos en un terreno de separación. Es precisamente
esto lo que se le ordenó a Jeremías (Jeremías 15:19), "Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos." En estos
versículos vemos, al igual que en los capítulos que preceden, cómo Jeremías, en lugar de pensar en la gloria de Dios, había
pensado en el pueblo, y estos son precisamente y a menudo los pensamientos que llenan nuestro corazón.
Pensamos en los hijos de Dios, en el pueblo de Dios y perdemos
de vista la gloria de Dios. El Señor debe decir al profeta: "Si te convirtieres, yo te restauraré,
y delante de mí estarás." (Jeremías 15:19). Jeremías no podía ser un instrumento para el bien del pueblo de Dios sino en la
medida en que buscara la gloria de Dios. Y así el pueblo al convertirse a Jeremías se convertía a Dios: "Si entresacares lo
precioso de lo vil, serás como mi boca" (Jeremías 15:19). La posición de Jeremías era de una medida análoga a la posición
del creyente fiel de nuestros días, porque Jerusalén iba a ser destruida y porque Jeremías era llamado a separar lo "precioso
de lo vil". Pero el hijo de Dios en el tiempo actual está en una posición más próxima a Dios que la suya: tiene el Espíritu
Santo, el Espíritu de adopción, toda la Escritura, la revelación de todos los pensamientos de Dios: nada de esto poseía Jeremías.
El peligro consiste ahora en que se haga 'beber vino a los profetas' y que los profetas o los nazareos - que somos llamados
a ser - no tengan el discernimiento necesario para separar lo precioso de lo vil (Amós 2:12). Oremos de tal manera para
que el Señor suscite siervos y siervas que mantengan esta separación entre lo que es precioso y lo que es vil. El vino, todo
lo que embriaga, todo lo que excita la carne en nosotros, quita el discernimiento. Si a la carne no se la combate, si en lugar
de combatírsela se la nutre, el discernimiento desaparece y a lo que es impuro le damos el nombre de puro. Retengamos
esto: el discernimiento va siempre a la par de la separación del mundo. El discernimiento espiritual siempre va ligado,
no a la suma de conocimientos seguros, exactos, de verdades, sino a la separación del mundo; este hecho ha sido siempre reconocido.
Cuanto más realicemos la separación, tanto más discernimiento tendremos, y la separación es realizada en la medida en
que el carácter celestial del creyente es comprendido, retenido, puesto en práctica, como así también el carácter celestial
de la asamblea.
Si la asamblea realiza su posición fuera del campamento
y en los lugares celestiales, probará la poderosa acción del Espíritu de Dios, será nutrida de las cosas celestiales,
la espiritualidad se desarrollará y entonces habrá ese sano discernimiento de las cosas. Es necesario, en los días actuales,
velar más que nunca, pues el enemigo astuto y sutil no presenta las cosas que uno sabe que debe rechazar de plano, sino otras
cosas que tienen una hermosa apariencia para descarriarnos y hacernos perder el gozo de las cosas celestiales.
Es preciso, pues, realizar nuestra posición en lugares celestiales
en Cristo. No solamente el cristianismo práctico en las circunstancias del desierto, sino también el carácter celestial del
cristianismo, y es en esta medida que, nutridos del "alimento sólido [que es] es para los que han alcanzado madurez", tendremos
"los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal." (Hebreos 5:14), entonces no llamaremos al mal bien, sabremos
rechazar prestamente lo que sea malo aunque esté recubierto de bellas apariencias, y Dios nos mostrará Su camino,
un camino de dependencia, de humildad y de fidelidad. Nos enseñará qué cosa es la vida de la fe, la vida cotidiana en el sendero
donde nada hay que sea del hombre, donde todo lo que es del viejo hombre es puesto de lado, pero donde en cambio, existe
el poder de una nueva vida; de una vida celestial.
Sea lo que fuere y no importa el qué, lo vil es lo que tenemos
en tanto que somos hombres naturales. Cuando somos jóvenes y aun jóvenes cristianos, somos propensos a dejarnos deslumbrar
- y esta ilusión a menudo, en la vida, va muy lejos - por elementos brillantes del hombre y que este alía con lo que es de
Cristo, y nos sorprendemos que hayan cristianos de más edad que sean estrictos en la separación. Pero después, cuando se ha
avanzado en el camino, vemos lo que es el hombre y, en consecuencia, lo que somos nosotros y también lo que es el mundo
y entonces decimos: «¡Cuánta razón tenían esos cristianos!» Aunque se tenga por hermoso lo concerniente a las buenas apariencias,
y sobre todo el estar impregnado de cristianismo y aun del cristianismo más auténtico, el hombre permanece vil. Lo único que
es precioso es Cristo, y Cristo solamente (un Cristo glorioso en Su vida y en Su muerte), y además todo lo que es de Cristo.
La vida divina en un cristiano, he aquí lo que es preciso, porque por ella se manifiesta Cristo en el hombre.
Dios no mezcla un poco de hombre natural y el resto de Cristo,
no. Ante Dios solo hay dos hombres bien definidos, el primero y el segundo; Adán y el postrer Adán. Todo lo que es del primer
Adán es vil; todo lo que es de Cristo es precioso, tanto si es en la vida, en el servicio, en la actividad o en todas las
cosas juntas. La condenación de todo lo que es del hombre es una maravillosa liberación, tanto colectiva como individual;
no hay otro progreso mayor a desear que conocerla realmente. Pero, como decían nuestros ancianos: «¡el terminar con uno mismo
toma largo tiempo!» Es preciso progresar en ello.
He aquí lo que ha caracterizado al testimonio. No se trata
de dar importancia al hombre; dejad al hombre tranquilo, dejémosle donde está; allí en su tumba, que bien mirado es su verdadero
lugar. Es entonces, cuando la gloria de Cristo, llenará nuestra alma, y, contemplando al Señor a cara descubierta,
seremos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria. (2 Corintios 3:18).
Vivir en el testimonio toda una vida y vivirlo hasta la
venida del Señor, vivirlo en la senda de la humildad, de la separación con Cristo, ¿es esto suficiente para el alma? No es
pequeña cosa; los afectos del corazón son puestos a prueba. Y sin duda alguna los hermanos y hermanas que fueron guardados
en este camino, que gozaron del Señor; al término de su carrera no tuvieron pesar alguno de que el Señor los guardara separados;
antes bien estuvieron pesarosos más de una vez, de no haber realizado lo suficiente la separación inteligente, consagrada
en favor de los demás, en favor de todos, pero en primer lugar, consagrados a Cristo. Tendremos bastantes cosas que lamentar
al final de nuestra vida sin necesidad de añadir a ellas el abandono positivo de lo que el Señor nos confió!
Traducido de "Le Messager Evangélique".
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1959, Nos. 40, 41, 42; Año 1960, Nos. 43, 44, 45, 46, 47, 48, 49 y
50.-