UNA PALABRA DE EXHORTACIÓN
Amados hermanos en Cristo:
El día de la apostasía
se avecina, y, por consiguiente, también la hora en la cual el Señor arrebatará a los Suyos. El tiempo presente es de un carácter
tan solemne que me siento en la obligación de dirigiros algunas palabras de edificación. La gente piadosa, que entiende las
señales de los últimos días, ve acercarse el momento que pondrá fin al día de la gracia. Ha llegado, pues, la hora en que
se puede hablar claramente y cuando es preciso preguntarnos francamente dónde estamos y qué es lo que hacemos.
Por esta gracia que brilla
con mayor intensidad al acercarse a su fin, habéis sido librados de la maldad y de la idolatría que amenaza invadir completamente
la Cristiandad, y se trata de saber ahora si habéis entendido suficientemente vuestra responsabilidad, si apreciáis la posición
bendita que ocupáis, para andar en ella como personas que han sido divinamente iluminadas.
Es hora de tener la certeza
de que el momento actual no ha tenido jamás semejanza alguna en toda la historia del mundo; y es entre vosotros
donde Satanás intenta mayormente trabajar. Es tanto más peligroso cuando sus maquinaciones son más sutiles que
nunca. Siempre su intento es el de alejaros prácticamente de Cristo; incluso mientras estéis sobre el terreno de la verdad;
y eso lo que tal vez os hace pensar que no tenéis nada que temer. Hasta puede valerse de la misma verdad para dañaros.
Porque, considerad su
maldad: estáis en efecto sobre un terreno seguro todo el tiempo que se mantenga vuestra comunión con Dios y que Cristo
lo sea todo para vosotros, pero tan pronto como se interponga la menor cosa entre vuestra alma y Cristo, vuestro carácter
Filadelfiano se cambia en el de Laodicense, y vuestro terreno seguro ya no ofrece mayor garantía que sobre el cual se
halla el resto de la Cristiandad; desaparece vuestra fuerza y os hallaréis tan débiles como cualquier ser humano.
Los hay entre vosotros
que son recién convertidos, o librados de los sistemas humanos, y que desconocen las profundidades de Satanás; por
lo tanto, deseo por medio de estos renglones advertirles seriamente del peligro que corren. Si, pues, os dejáis envolver
por el mal, no podréis alegar que habéis sido sorprendidos por ignorancia. Vuelvo a repetirlo: el enemigo os vigila sobre,
todo a vosotros, intentando de cualquier manera interponer el mundo entre vosotros y Cristo. Los medios del cual
se vale pueden parecer insignificantes. Si supierais cuán poco necesita para llevar sus planes a cabo, os alarmaríais
de verdad. No se vale primero de lazos groseros y vergonzosos; sabrá utilizarlos más tarde si caéis en sus redes; pero
no empieza así. Se vale de cosas comunes y corrientes y - aparentemente - inocentes, que nadie podría censurar;
pero que no por eso dejan de ser el veneno insidioso y mortal destinado, a alejaros del Señor y a arruinar vuestro
testimonio. Si preguntáis lo que quiero decir con eso, vuestra misma pregunta demuestra el mismo carácter de este soporífico
que está ya obrando.
Hermanos, no os dejéis
contagiar por el espíritu de este siglo. Vuestra manera de vestir, vuestras conversaciones, vuestra falta
de espiritualidad lo demuestran en todas las asambleas. Existe allí una especie de pesadez, una coacción o estrechez,
un malestar, una falta de poder que se hacen visiblemente sentir. La apariencia de piedad está allí, ¿pero dónde está
el poder? Si uno se mezcla con el mundo, puede estar seguro de que bajará a su nivel. No puede ser de otro modo.
Si frecuentáis el mundo, la posición tan privilegiada que tenéis, en vez de protegeros, tan sólo os expondrá a mayor
condenación. Debe ser Cristo o el mundo. No podéis, no debéis tener a Cristo y al mundo. Dios, en su gracia, os ha separado
del mundo cuando estabais en la ignorancia; mas Dios no permitirá jamás que cambiéis esta gracia en disolución, y que
no andéis rectamente por cuanto habéis sido separados del mundo. Acordaos de que habéis sido iluminados - y desde
luego constituye un grandísimo privilegio serlo -; por otra parte, es la posición más seria que se pueda imaginar.
Es como si estuvieseis a la mesa del Rey sin el vestido de boda, es como si dijeseis: "Señor, Señor", sin hacer caso
de lo que el Señor manda, es decir, "Sí, señor, voy", como lo dijo el hijo en la parábola, el cual habiéndolo considerado
no fue (Mateo 21: 28-32).
Amados, pienso mejores
cosas de vosotros, aunque yo hable así, y tengo confianza respecto de vosotros en el Señor, de que tendréis motivo
de bendecirle por estas breves palabras. La posición que somos llamados a ocupar es la más preciosa en estos últimos tiempos.
Desde hace más de 1.900 años, hubo siempre Cristianos en la brecha, que tuvieron que velar día y noche, mientras que vosotros
estáis a punto de oír la trompeta de la liberación y de ser introducidos en la casa del Padre, por el mismo Señor Jesús. Otros
tuvieron que trabajar y vosotros habéis entrado en sus labores, y sin embargo rebajáis vuestra alta posición hasta el nivel
de vasos de barro, que no tienen otra perspectiva que la vara de hierro del Señor, y de los que habrán vencido para ser desmenuzados.
¡Ah! ¡Despertad! ¡Despertad
de este letargo! no durmáis más y Cristo os alumbrará: arrojad vuestros ídolos, lavad vuestros vestidos y subid a Bet-el;
allí hallaréis en Dios, tesoros de verdad superiores a todo cuanto habéis experimentado de Él, incluso en los
más hermosos días de vuestra vida cristiana. Que el oprobio de Egipto sea en verdad alejado de vosotros.
¡Cuidado con vuestras
palabras! Que sean relacionadas con Cristo y con sus intereses y no - como es a menudo el caso - con cualquier otra
cosa fuera de Él. Únanse vuestras oraciones a las de cuantos se reúnen regularmente con este fin. Nunca hubo mayor necesidad
de orar. No despreciéis las ocasiones de recoger nuevas luces y de aumentar vuestra instrucción por medio de la
Santa Palabra, vuestra única defensa contra las artimañas del destructor. Que vuestra vida sea una manifestación de las
enseñanzas que sacáis en la Palabra y en la verdad que aprendéis de Cristo.
Si deseáis ser útiles,
pedid al Maestro que os ponga en Su obra, os concederá esta gracia porque "no negará ningún bien a los que andan rectamente."
(Salmo 84:11 - VM) y nunca echaréis de menos ni en este mundo, ni en el venidero, lo que habéis hecho para Él, en esta
tierra en el camino de la humildad, participando del rechazo que Él recibió y aún recibe.
Amados míos, toleradme,
porque estoy celoso, con celos que son de Dios. Pertenecéis a Cristo y Cristo es vuestro. ¡No rompáis esta santa unión!
¡Que la desposada no sea infiel a su esposo! ¿Por qué dejaros despojar y seducir? ¿Por qué? Para cáscaras vacías
y frutos amargos, mientras malgastáis el breve espacio de tiempo que debería, y podía ser para vosotros, un tiempo de bendición
y que tendrías que rescatar.
Todo cuanto habéis cumplido en esta tierra en el poder del Espíritu
os será para honra y gloria en los cielos, y os hará más aceptos a los ojos de Aquel a quien pertenecéis como cosa propia.
¿Podríais denegarle la felicidad de poder decir: «Permanece en vosotros mi gozo»? ¿Quisierais privarle de gozar del fruto del trabajo de Su alma; Él, que ha sido crucificado entre
dos ladrones sobre el Calvario, sirviendo de espectáculo a los hombres, y a los ángeles y todo eso por vosotros?
¿Habéis olvidado esa maravillosa abnegación de Jesús por vosotros? Hubiera podido tomar posesión del mundo sin pasar
por la Cruz, dejándoos de lado, para el justo juicio; mas Él no quiso. Ahora que habéis sido enriquecidos, por Su
pobreza, por Su agonía, por Su muerte, ¿queréis ligaros con el mundo, o por lo menos dejaros guiar
por él y poner a Jesús prácticamente de lado? Vuestro limpio entendimiento tan sólo precisaba ser despertado
al recordar estas cosas en vuestra memorial ¡No! ¡No lo haréis!
Animaos pues. Últimamente tuvimos que confesar colectivamente
nuestra falta de piedad y de abnegación. ¿No aceptaremos esta palabra de advertencia como una respuesta de parte del
Señor, siempre misericordioso y fiel, que quiere despertarnos y sacarnos de nuestro triste estado de relajamiento? ¡Ah,
que correspondan nuestros corazones a Su deseo, y que nada nos impida decirle, "Ven, Señor"! Entonces no seremos avergonzados
en su Venida.
Traducido de "Le Messager Evangélique"
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 30.-