SOBRE LA PRESENTACIÓN DEL EVANGELIO
El evangelio es "poder
de Dios para salvación a todo aquel que cree." (Romanos 1:16.) Predicado hoy día todavía, por cuanto
el Señor es paciente para con este mundo "no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento."
(2 Pedro 3:9), seguirá siéndolo mientras dure el "día" de la gracia. Más aun que en los días del profeta Elíseo, "hoy es día
de buena nueva" (2 Reyes 7:9), ¡no nos callemos, pues! Una de las responsabilidades que nos incumbe es ciertamente el presentar
a las almas inconversas las buenas nuevas de la salvación perfecta y eterna, gratuita y sobre la base de la fe. Que el
Señor nos dé el poder para cumplirla.
Para esto - como en todo
-, ¡cuán necesario es obrar con sabiduría y discernimiento, en la dependencia de Dios, no olvidando nunca que somos
meros instrumentos en Sus manos! Cuanto menos importancia demos al instrumento y a los medios que éste utiliza, tanto
más dejaremos obrar a Dios mismo, Aquel que sólo puede conmover un corazón y obrar en una conciencia. El poder no reside en
el instrumento - por activo y elocuente que sea -, ni tampoco en los medios utilizados - por muy llamativos e ingeniosos
que sean -, sino tan sólo en Dios; si bien esto lo olvidamos demasiado a menudo.
Desde luego, aquellos que se ocupan en presentar el evangelio se hacen cargo de las dificultades con las cuales tiene que
enfrentarse el siervo de Dios que se dirige a una persona inconversa: el corazón humano se inclina naturalmente hacia el mundo,
lo de Dios no tiene ningún atractivo para él. ¿Cómo captar su interés? De esta manera uno puede ser fácilmente inducido a
hacer que el evangelio sea atractivo y ¡cuántos medios no se utilizan con este fin! La intención de los que se valen de aquellos
medios es digna de alabanza, porque grande es su afán de llevar almas al conocimiento del Señor, pero ¿no revela cierta confianza
en los medios? En cierto modo, ¿no es perder de vista esta verdad que el evangelio es "poder de Dios" y que la palabra de
Dios es "viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos, y penetra hasta dividir el alma y el espíritu,
y hasta las coyunturas y los tuétanos…" (Hebreos 4:12 - BTX). La palabra de Dios lleva en
sí su propio poder, no lo olvidemos, para que no seamos tentados de buscar el poder en otra parte.
¡Qué la Palabra sea siempre presentada en toda su sencillez y su
pureza! Dios sabrá valerse de ella para aquellos que busca y quiere salvar, y Él mismo hará en ellos la obra del nuevo nacimiento.
¿Quién, fuera de Él, puede realizar semejante obra? ¡Entonces es cuando veremos verdaderas conversiones!
Para presentar la Palabra con sencillez y pureza, es preciso hacerlo
con moderación, evitando todo lo que sea el fruto de nuestra imaginación, todo cuanto sea susceptible de incitar la curiosidad,
de despertar un interés ficticio; en una palabra, de todo lo que - de hecho - no es el evangelio! "Predica la Palabra" dice el apóstol a Timoteo, y luego le advierte:
"vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina", volviéndose el corazón "a las fábulas",
y termina con esta exhortación: "Pero tú sé sobrio en todo, soporta los sufrimientos,
haz obra de evangelista, cumple tu ministerio." (2 Timoteo 4: 2-5; BTX). Cumplir la obra de un evangelista, según las enseñanzas de la palabra de Dios, requiere
moderación "en todo."
Por cuanto el corazón humano prefiere la alegría a las lágrimas,
para atraer a las almas, presentan a menudo en primer lugar el gozo y los cánticos, la felicidad del cielo, la felicidad eterna
allí donde no habrá más gemido, ni clamor, ni dolor. Pero, ¡es preciso haber llorado antes de poder cantar! En la parábola
del sembrador (Marcos 4) se trata de cuatro terrenos distintos en los cuales se siembra la semilla. Al ser esparcida
"en pedregales", se dice que la reciben al momento "con gozo", ¡mas no tienen raíz en sí! No ha sido preparado el corazón
para recibir la Palabra, de modo que desde un momento de gozo que ha podido engañar a muchos, todo se viene abajo tan pronto
como haya oposición, "el sol" del oprobio, la aflicción o la persecución por motivo de la Palabra: se ve entonces las
consecuencias que se derivan de haber escuchado la Palabra, ¡y la abandonan!
Si la presentación del evangelio produce en primer lugar gozo,
es generalmente porque la conciencia no ha sido realmente ejercitada. Es preciso que, por medio de la Palabra, el hombre
abra los ojos sobre su condición pecaminosa, a todo cuanto tiene en su desahuciado corazón; esta es la "labor" que prepara
la tierra, para que luego, la semilla esparcida produzca fruto. Tal vez no nos gusta decir a inconversos que son pecadores
perdidos y que, en su estado de ruina moral, son incapaces de obrar el bien y tan sólo pueden pecar; ¡y no les gusta a ellos
que se lo digamos!
Esa verdad es difícil de aceptar. Y sin embargo, conviene presentarla,
insistiendo mucho en ella a fin de que se produzca en los corazones un verdadero arrepentimiento para con Dios. No hay verdadera
conversión sin el sentimiento profundo de lo que es el pecado; de lo que es sobre todo a los ojos de Dios; y este sentimiento
produce el arrepentimiento. Este comprende, en primer lugar, el dolor por el pecado, producido por la contemplación de Cristo
en cruz hecho pecado a causa de nosotros (2 Corintios 5:21); luego el deseo de abandonarlo.
Es la benignidad de Dios la que conduce al arrepentimiento y el
puro evangelio presenta el "arrepentimiento para con Dios" y "la fe en nuestro Señor Jesucristo." (Romanos 2:4; Hechos 20:21.)
Después, el alma salvada prorrumpirá en cánticos de gozo (véase Salmo 126: 2, 3) y habrá en la conducta, un santo temor porque
el corazón habrá entendido - por lo menos en cierta medida - lo que es el pecado a los ojos de Dios y lo que Cristo ha padecido
para expiarlo, ¡lo que no suele ser el caso cuando se ha cantado primero en vez de llorar!
Presentemos el evangelio con mucha sencillez y mucha moderación,
sin querer hacerlo atrayente, sin intentar mezclarlo inadvertidamente - por así decirlo - entre las cosas que agradan
al corazón humano. Los hombres de este mundo emplean medios de este género para hacer aceptar lo que - abiertamente presentado
- sería probablemente rechazado. ¡La Palabra de Dios merece otra consideración! Intentar atraer una persona extraña a
las cosas de Dios, cautivar la atención de un lector con un título más o menos equívoco es probablemente un engaño, y
el fin buscado - por loable que sea - no podría justificar la estratagema. Pensar que conviene valerse de procedimientos capaces
de despertar la curiosidad del lector o del oyente con sistemas de propaganda asemejándose más o menos a la publicidad
comercial, ¡todo eso es indigno del evangelio cuya presentación no puede ser rebajada a dicho nivel! Obrar así es desconocer,
lo repetimos, que el evangelio es el "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree." Nos cuidaremos mucho, desde luego,
de juzgar las intenciones de quienes utilicen estos medios, estando profundamente convencidos de su amor para las almas y
de su afán de llevarlas al conocimiento de la verdad, pero ¿no debe el amor de Dios figurar en primer lugar? Y, ¿no se manifiesta
por la obediencia a la Palabra? ¡Así es como podremos mostrar un amor verdadero para las almas que perecen!
Pedro y Juan eran "hombres
sin letras y del vulgo", sin embargo predicaban el evangelio con todo el poder del Espíritu Santo, sin buscar humanos
recursos para atraer a las muchedumbres e inducirlas a oír sus predicaciones.
Así, en una ocasión, "se añadieron aquel día como tres mil personas", mientras que en otra
"muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los varones era como cinco mil." (Hechos
4:13; Hechos 2:41; Hechos 4:4.)
Estando en Corinto, ¿tuvo
el apóstol que pronunciar sabios discursos para 'adaptar la Verdad a sus oyentes' como se dice hoy, intentando hallar
con esto una excusa? Él mismo contesta la pregunta, escribiendo a los corintios: "Así que, hermanos, cuando fui
a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber
entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y
temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu
y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios." (1 Corintios 2:
1-5).
En Atenas, donde
"en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo", ¿era pues necesario
colocarse sobre esta base, presentar cautivadoras 'novedades' para interesar al público y, en medio de todo esto, introducir,
más o menos 'a hurtadillas', el evangelio? Con sencillez y moderación, el apóstol les anunciaba a "Jesús" y "la
resurrección." (Hechos 17: 16-31; véase en particular en los versículos 22 a 31 del discurso de Pablo en el Areópago.)
Ni en Corinto ni en Atenas intentó Pablo agradar a sus oyentes colocándose en el nivel de ellos, por inteligentes y cultos
que fuesen.
Lo que Pablo escribe en
su 1.a Epístola a los Corintios (9: 19-23) es cosa completamente diferente y que no puede justificar la conducta
de los que intentan adaptar lo que presentan - el fondo mismo de su mensaje - a sus oyentes o a sus lectores. Que en la predicación
del Evangelio sea necesario usar una forma de lenguaje, expresiones que puedan fácilmente ser entendidas por los oyentes,
no cabe la menor duda y es lo que quiere decir el apóstol en este pasaje. ¡Y que no sirva de pretexto para usar ciertas expresiones
vulgares o fuera de sitio, incompatibles con el carácter del Evangelio y del Dios que da a conocer! La comparación de
las dos apologías pronunciadas por Pablo, en dos circunstancias distintas explican la enseñanza que da en 1 Corintios 9: 19-23:
la de Hechos 22 va dirigida a los judíos; por lo tanto, el apóstol presenta todo cuanto era propio para alcanzar la conciencia
de ellos, mientras que no dirá nada de eso en Hechos 26, ante Agripa y Festo.
Es imposible hacer que dos pasajes de la Palabra se contradigan:
(1 Corintios 9: 19-23 no se opone para nada a 2 Corintios 10: 3-5, el cual nos enseña - así como 1 Corintios 2: 1-5 y Hechos
17: 16-31 - que el pensamiento de Dios no es el de ver a Sus siervos rebajando el evangelio al nivel de los inconversos: "Pues
aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas
en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo…" (2 Corintios 10: 3-5; LBLA). ¡Cuántas enseñanzas no tenemos en las Escrituras, que nos dan a entender que habría resultados completamente
diferentes en la obra de evangelización si entendiésemos mejor que el evangelio es "poder de Dios para salvación a
todo aquel que cree."!
¡Concédanos el Señor poder presentarlo, dejando el menor lugar
posible al instrumento y a los medios humanos, recordando que se trata de Su Evangelio! arrostremos nuestra responsabilidad
al respecto y dejemos a Dios el cuidado de obrar en los corazones y las conciencias, cumpliendo en ellos una obra que
es suya y no la nuestra.
La obra del Señor es una obra en la cual participamos por pura
gracia, pero es una obra realizada de tal modo que todo cuanto sea del instrumento desaparezca, para que se vea que es el
mismo Señor quien ha obrado, ¡para que a Él sólo sea la gloria!
Hay un segundo punto sobre el cual me parece oportuno detenerme.
A pesar de muchas flaquezas y de todas las imperfecciones que han
caracterizado los instrumentos de los cuales Dios se valió, se ha cumplido una gran obra de evangelización desde el principio
del siglo pasado (Siglo 19). Se dice a Filadelfia: "he puesto delante de ti una puerta abierta". Dicho movimiento de evangelización
se inició al mismo tiempo que fue suscitado el testimonio filadelfio;
la Epístola dirigida a Sardis no hace ninguna mención de la "puerta abierta". Es tal vez necesario recordarlo, en los
días en los cuales se está fácilmente dispuesto a exaltar el trabajo de evangelización realizado por otros - y que no despreciamos,
regocijándonos, por el contrario, de que "de todas maneras... Cristo es anunciado" (Filipenses 1:18) -, desconociendo
a veces lo que se hace silenciosamente por obreros deseosos de mantener, en primerísimo lugar, las características del testimonio
filadelfio.
Recordemos que la "puerta abierta", puesta por el Señor delante
de Filadelfia, es un privilegio, un aliento concedido a la fidelidad: "tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no negaste
mi Nombre." (Apocalipsis 3:8 - BTX) Primero el hondo sentir de una extrema flaqueza; la Palabra guardada, prueba de amor
por el Señor; por fin la verdad mantenida, no renegándose el nombre del "santo" y del "verdadero". Luego, como consecuencia,
el privilegio concedido: "he puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar, porque aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no negaste mi Nombre." (Apocalipsis 3:8 - BTX).
La tendencia de nuestros corazones, ¿no sería pensar únicamente
en la "puerta abierta", dejando de lado, como de menor importancia, las tres características recordadas al final de Apocalipsis
3:8, y olvidando el "porque" que une la primera parte del versículo a la segunda? ¿No es esto un ardid del adversario, cuanto
más sutil y peligroso cuando tendremos un mayor anhelo de pregonar el evangelio a las almas inconversas? Y además, ¿no
intenta el adversario persuadirnos de que trabajamos para fortalecer el testimonio colectivo ocupándonos mayormente de la
"puerta abierta", y dejando más o menos de lado los principios filadelfios?
Mas, por el contrario, una de las principales causas de flaqueza
de dicho testimonio, y ciertamente la más peligrosa, no es otra sino el afán de dar a la puerta abierta el papel principal,
perdiendo de vista los principios de Apocalipsis 3:8, los cuales han de caracterizar el testimonio colectivo y denotar la
evangelización según el pensamiento de Dios.
¡Quiera Dios guardarnos de nuestros propios pensamientos, que creemos
a menudo ser los Suyos, y concedernos la gracia de buscar todavía más las enseñanzas que nos da en Su Palabra! Nos engañaríamos
mucho si creyésemos - por desgracia, ¿no se admite a menudo? - que ¡el fin justifica los medios! Esforcémonos para seguir
una meta según Dios, con los medios que Él quiere que utilicemos, esperando en Él para producir frutos, porque si uno planta
y el otro riega, El sólo da el crecimiento. (1 Corintios 3: 6-8.).
PAUL FUZIER
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1957, No. 29.-