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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas
dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso
RVR1909 = Versión Reina-Valera Revisión 1909 (con permiso de Trinitarian Bible Society,
London, England)
ABRAM RESTAURADO
"Subió, pues, Abram de Egipto hacia el Neguev, él y su mujer, con todo lo que
tenía, y con él Lot. Y Abram era riquísimo en ganado, en plata y en oro. Y volvió por sus jornadas desde el Neguev hacia Bet-el,
hasta el lugar donde había estado antes su tienda entre Bet-el y Hai, al lugar del altar que había hecho allí antes; e invocó
allí Abram el nombre de Jehová."
(Génesis 13: 1-4)
El principio de este capítulo trece nos presenta un asunto de la
mayor importancia para el corazón. Cuando, de un modo u otro, el estado espiritual del creyente haya entrado en decadencia
y haya perdido la comunión con Dios, corre el riesgo de no asirse de la gracia tal cual es, desde el momento que haya empezado
a despertar la conciencia, y de no entrar plenamente en la realidad de su restauración delante de Dios.
Ahora bien, sabemos que todo lo que Dios hace, lo hace de un modo
digno de Su persona; ya sea que cree o que salva, ya sea que convierta o restaure, no puede obrar sino en conformidad con
Su carácter, glorificando Su nombre en todos Sus caminos. Esto es para gran dicha nuestra, que estamos siempre dispuestos
a "poner límite al Santo de Israel" (Salmo 78:41 - RVR1909), haciéndolo así sobre todo cuando se trata de la gracia
restauradora.
En la porción que nos ocupa, vemos que Abram no sólo subió del
país de Egipto sino que fue conducido "hasta el lugar donde había estado antes su tienda... al lugar del altar
que había hecho allí antes: e invocó allí Abram el nombre de Jehová" (Génesis 13: 3-4). Respecto al desviado, Dios no está
satisfecho hasta haberle llevado al camino derecho, y haberle restablecido perfectamente en Su comunión. Nuestro corazón,
lleno de justicia propia, pensaría naturalmente que un lugar menos elevado que el anterior convendría a tal persona;
y así, en realidad, sucedería, si se tratara de nuestros méritos o de nuestro carácter; pero como se trata tan sólo de la
gracia, pertenece a Dios determinar la medida de la altura del levantamiento; y esta medida se nos ofrece en el siguiente
pasaje: "Si te has de convertir, oh Israel, dice Jehová, conviértete á mí."
(Jeremías 4:1 - RVR1909).
Así
es como Dios levanta al caído: hacerlo de otro modo sería indigno de Él. O no restaura, o lo hace de un modo que queden ensalzadas
y glorificadas las riquezas de Su gracia. Cuando el leproso curado fuese admitido de nuevo al campamento, se le conducía hasta
"la puerta del tabernáculo de reunión" (Levítico 14:11); cuando el hijo pródigo volvió a la casa paterna, el padre le hizo
sentar consigo a su propia mesa; cuando Pedro había sido levantado de su caída, pudo decir a los hombres de Israel: "vosotros
negasteis al Santo y al Justo" (Hechos 3:14), acusándoles precisamente de lo que había hecho él mismo, bajo las circunstancias
más agravantes. En cada uno de estos casos, y en muchos otros, vemos que Dios restaura de un modo perfecto: conduce siempre
de nuevo el alma a Sí mismo, en toda la potencia de Su gracia y en toda la confianza de la fe. "Si te has de convertir,…
conviértete a mí" (Jeremías 4:1 - RVR1909). Abram "volvió hasta
el lugar donde había estado, antes su tienda".
Por otra parte, es infinitamente práctico el resultado de la restauración
divina del alma. Si por su carácter confunde al legalismo, por el efecto que produce, confunde a antinomianismo (que niega la obligación de la ley, o, mejor dicho que rechaza toda clase de ley o sujeción).
El alma levantada de su caída tiene un sentimiento vivo y profundo del mal del que ha quedado salva, y este sentimiento se
manifiesta por el espíritu de vigilancia, de oración, de santidad y de prudencia que ahora la distingue. Dios no
nos levanta para que otra vez tomemos el pecado a la ligera, cayendo de nuevo en él, pues dice: "Vete, y no peques más"
(Juan 8:11).
Cuánto más profundo sea el sentimiento de la gracia restauradora de Dios, tanto más profundo es el sentimiento de la santidad del
levantamiento. Esto es un principio establecido y enseñado desde el comienzo hasta el fin de la Escritura, pero especialmente
en dos pasajes bien conocidos, Salmo 23:3 y 1 Juan 1:9, "El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre." (Salmo 23:3 - LBLA), y "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel
y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." (1 Juan 1:9).
El sendero que conviene al alma restaurada, son los "senderos
de justicia". Disfrutar de la gracia produce una vida justa: hablar de la gracia y vivir en la injusticia es convertir
"en libertinaje la gracia de nuestro Dios." (Judas 4). Si la gracia reina por la justicia para vida eterna (Romanos 5:21), se manifiesta también en obras de justicia, que son el fruto de esta vida. La gracia que nos perdona nuestros
pecados, nos limpia también de toda maldad. Estas dos cosas nunca deben separarse. Son dos cosas que juntas confunden, como
hemos dicho, tanto al legalismo como al antinomianismo del corazón humano.
C. H. Mackintosh
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 22.-
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