LA PALABRA DE DIOS
(Tres testimonios)
1.- DIOS HA HABLADO
La incredulidad es de Satanás, el cual ha sido, es, y será el gran Preguntón. Él es quien llena el corazón de
toda clase de 'quizá...', '¿Cómo es posible...?', '¿Usted cree que...?', sumergiendo
las almas, de este modo, en profundas tinieblas. Si logra suscitar una pregunta, una duda, ya habrá conseguido su objetivo. Pero él es completamente impotente sobre un alma sencilla que
cree que Dios es, y que Dios ha hablado.
He aquí la noble respuesta de la fe a las preguntas de la incredulidad, la solución divina
a todas las dificultades del incrédulo. La fe introduce siempre a Aquel que está siempre excluido por la incredulidad.
La fe piensa en Dios y con Dios, la incredulidad excluye al Señor
y es de reducido campo visual: piensa sin Él.
Diremos, pues, al cristiano lector, y particularmente al recién convertido: No admitas ninguna clase de duda, o de pregunta,
cuando Dios ha hablado. Si hicieras lo contrario, muy pronto te tendría Satanás bajo sus pies. Tu único y suficiente recurso
contra él se encuentra en esta respuesta firme e inmutable: "Escrito está". Ten presente el ejemplo de Jesucristo - Dechado supremo - cuando fue tentado en el desierto; sólo tres versículos
de la Palabra le bastaron para derrotar al Maligno. El hecho de que Dios es y que Dios ha hablado sigue siendo
la única fortaleza inexpugnable del creyente.
Nos percatamos de la gran importancia que tiene el examinar el verdadero origen de todas las teorías
'plausibles' que están cada vez más de moda en nuestros días.
El espíritu humano se ocupa, hasta se afana, en formar sistemas, en sacar conclusiones y razonar en términos que excluyen
completamente el testimonio de las Santas Escrituras, y echan a Dios fuera de Su propio universo. Es necesario que los jóvenes cristianos y los recién convertidos estén
al tanto de todo ello. Debe mostrárseles la gran diferencia que existe entre los hechos incontrovertibles de la ciencia, y las conclusiones
de los sabios; entre la realidad de Dios y las teorías humanas.
Aunque pueda parecer una perogrullada, un hecho es un hecho, dondequiera que se encuentre:
en la geología, en la astronomía, o en cualquier otra rama de la ciencia; pero los razonamientos, las conclusiones, los
sistemas y los otros acrobáticos andamiajes del cerebro, son cosa completamente distinta. Que quede bien sentado que la Escritura jamás menoscabará los
hechos reales que la ciencia haya comprobado; mientras que los razonamientos, o elucubraciones de los sabios, se encuentran a menudo en
oposición con la Palabra de Dios. Y cuando se presente el caso, debemos denunciar abiertamente la incredulidad, exclamando
como el Apóstol; "Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso". (Romanos 3:4).
Demos siempre a las Santas Escrituras el primer lugar en nuestros corazones
y en nuestra mente. Inclinémonos con absoluta sumisión, no ante 'así dice la Iglesia', o 'así
dicen los Padres de la Iglesia',
o 'así dicen los sabios', sino ante "Así dice el
Señor", "Escrito está".
C. H. Mackintosh
2.- REVELACIÓN Y AUTORIDAD
El principal y el más continuo ejercicio del cristiano debe ser en la ley de Dios que está contenida en la Sagrada Escritura,
porque sólo ésta es la que nos declara la voluntad de Dios y sólo ésta, sin faltar una letra, es escrita por el Espíritu Santo,
y a solo ésta, sobre todas cuantas
escrituras hay en el mundo, somos obligados a creer todas las cosas que nos dijere, sin faltar ninguna.
Así es menester que estéis atentos, pues lo que aquí habéis de oír es todo sacado de lo que enseñó
y dictó, no algún sabio hombre, sino el mismo Espíritu Santo, y
no son tampoco nuevas (noticias) de las Indias, o de Siria, sino venidas de allá del alto
cielo.
Modo de entender la Escritura.
De todo esto infiero que,
siendo muy cierto que la verdadera comprensión
de la Santa Escritura se debe buscar por medio de estos dos intérpretes que son: Oración y Consideración (esto
es: meditación); y que la oración es menester que sea ayudada con la inspiración de Dios y la consideración con
la experiencia del hombre que considera (o medita).
Por esta causa, todas las veces que tomo algún, libro para estudiar, especialmente
si es de la Sagrada Escritura, lo tomo con grandísimo acatamiento y reverencia, humillando mi espíritu delante de la presencia
de Dios, y así le suplico que de tal manera alumbre mi entendimiento que lo que yo allí entendiere sea no más que para gloria Suya, edificación de mi alma y
provecho de mis prójimos; y verdaderamente, todas las veces que esto hago, cuando dejo el libro, me parece que quedo
con un nuevo deseo de Dios y con una nueva afición a la virtud.
Juan
de Valdés (Año 1529)
3.- PODER DE LA BIBLIA
Quisiera declarar y hacer constar de la manera más amplia, clara y concisa, que estoy profundamente
convencido de la inspiración divina de las Sagradas Escrituras, y que en esto he sido divinamente enseñado. Cuando leo
la Biblia, la leo como la Palabra de Dios, autoridad absoluta para mi alma.
Mi gozo, mi consuelo, mi alimento, mi fuerza, por más de treinta años ya, han sido las Sagradas
Escrituras sencillamente recibidas como la Palabra de Dios. Al principio de aquella época, pasé por una profundísima
lucha espiritual acerca de este punto. Salido victorioso de aquella lucha interior, desde aquel entonces se que aunque el cielo y la tierra, la iglesia visible y
el hombre dejaran de existir, por la gracia de Dios seguirían teniendo en la Palabra, en la Biblia, el vínculo inquebrantable,
indisoluble, entre mi alma y Dios. Agradecido estoy de que Dios me haya dado su Palabra con este propósito. No dudo que, a causa de lo que somos, se precisa la gracia del Espíritu
Santo para que nuestra lectura de la Biblia sea provechosa y para que ésta tenga verdadera autoridad en nuestras almas, pero
esto no resta nada a la inspiración divina de la Sagrada Escritura. Siendo ésta la Verdad en el momento de recibirla - es decir, cuando la leamos -, también debiera haberlo sido anteriormente.
A esto quisiera agregar que, aun siendo necesario para vivificarla la gracia de Dios y la obra
del Espíritu Santo, sin embargo, la verdad divina, la Palabra de Dios, alcanza la conciencia natural del hombre de modo ineludible.
El ladrón aborrece la luz; sin embargo, proyectada hacia él, la luz le descubrirá. De igual manera la Palabra de Dios
es adaptable al hombre, aunque éste demuestre enemistad hacia ella. La resistencia humana a la verdad se explica por la verdad
misma. Si no llegara ésta hasta la conciencia, nadie se molestaría para deshacerse de la Palabra de Dios, ni intentaría
probar que es falsa.
Los hombres no suelen armarse contra juguetes de paja o muñecos de trapo, sino en contra de la espada cuyo filo se siente
y se teme a la vez.
Además,
la Biblia nos habla del amor de Dios, de su infinita gracia al dar a Su Hijo Unigénito, para que rebeldes y pecadores como nosotros pudiéramos
llegar hasta Él; para que, limpiada
de pecado nuestra conciencia por la preciosa sangre de su Hijo, pudiéramos estar con Él en gozo perfecto, sin una nube, sin
remordimiento, sin temor...
Quisiera agregar aún, en beneficio del amado lector, que el mejor modo de averiguar si la Biblia
es, o no, la Palabra de Dios, y de asegurarse sobre la veracidad y la autoridad de la misma, es leerla, leer la Biblia
misma.
John N. Darby
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- Los credos humanos no son lazos de unión cristiana, como cada día nos lo muestra la experiencia:
y no hacen más que separarnos de Cristo. A Cristo debemos acudir en busca de conocimiento de la fe cristiana, como al Gran Enseñador, al Hijo de Dios,
en quien se halla la plenitud
de la Deidad. Este es el gran
privilegio de un cristiano: el de ir a sentarse a los pies de un Maestro, no humano sino Divino: y acudir a Aquel, en quien la verdad vive, y habla,
sin mezcla ninguna de error, porque Él es, en supremo grado la Sabiduría de Dios, y la Luz del mundo. ¿Se atrevería un hombre
a entremeterse entre mí y mi Guía celestial y Salvador, y prescribirme los artículos, de mi fe cristiana?
Luis
Usoz y Río - Madrid,
1865
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Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1955, No. 18.-