ALGUNAS EXHORTACIONES SOBRE EL TESTIMONIO PRÁCTICO
Velad continuamente sobre las almas. No trabajéis en hacer arreglos ni en dictar normas de conducta; que el estado de las almas en detalle sea el objeto de vuestros
asiduos cuidados;
es esto lo que os guardará en paz, más que todas las formas y reglas. Es la base principal. Al mismo tiempo, en cuanto a las circunstancias que se presentan, y que exigen algún
reglamento, o algún orden, tomo la libertad
de aconsejaros de que en semejante ocasión no hagáis planes
generales, sino que obréis únicamente según y por la necesidad del momento.
Entonces, si una necesidad
se presenta, es un deber el ocuparse de ella y podremos contar con la ayuda de Dios en todo asunto, sin ir más allá de nuestras propias fuerzas. Si, por ejemplo, el número de pobres aumenta, se necesita
alguien para ocuparse de las colectas:
se provee pues a esta necesidad y así el rebaño
toma sus decisiones bajo la mirada de Dios. Es lo que los mismos apóstoles han hecho cuando la cuestión del dinero se ha suscitado, pero han obrado en esa ocasión y no antes.
Asimismo en cuanto al orden en la asamblea,
por ejemplo cuando hay muchos creyentes para tomar la Cena.
Cuando estas cosas se hacen en el amor,
se justifican en la conciencia de todos y procuran la paz, mientras
que cuando se aplican reglas y reglamentos de iglesia, se entra en una discusión sin fin, sobre un terreno que no tiene aplicación en la conciencia de nadie y no hace otra cosa que saciar el orgullo.
En lo que resta, que cada cual obre según la medida del don de Cristo. ¡Oh cuán gozosos estamos por el hecho de que
se nos permita que Le sirvamos en este mundo rebelde!
...Os aconsejo también de que os mezcléis sólo lo imprescindible en
asuntos de
dinero. Esto pudiera daros momentáneamente una apariencia de influencia, pero no provendría de
Dios. Es mucho mejor
confiarse en El.
Carta de J. N. Darby
(2 de mayo de
1841)
La responsabilidad individual
precede
y domina la responsabilidad colectiva. Al principio,
quien caminaba fielmente, no debía hacer otra cosa que seguir la corriente, pero desde que el mal entró en la Iglesia, es totalmente distinto.
La fidelidad separa y la responsabilidad individual domina...
Se ha dicho que no hay responsabilidad sin poseer la vida. De ninguna
forma puedo admitir semejante afirmación. Se es responsable,
no según lo que uno posee, sino según la posición que se ocupa. El siervo malvado es tratado como un siervo que faltó en su
servicio, y no como si él no hubiese sido siervo.
En el capítulo 15 de Jeremías, Dios quiere que el profeta separe "lo precioso
de lo vil". No es que debamos ocuparnos de las cosas viles, sino que es necesario separar las cosas preciosas de las viles. "Conviértanse ellos
a ti, y tú no te conviertas a ellos" (Jeremías 15:19); he aquí el
testimonio. No puedo ejercer mi amor hacia los que están en el mal, si antes no me he
separado del mal...
Lo que falta hoy en la Iglesia es la separación total del mal; pues
al contrario, hallamos la unión entre el bien y el mal,
entre lo precioso y lo
vil.
Nuestra iniquidad glorificará la fidelidad y la paciencia de Dios soportándonos. Pero
entretanto, faltamos y hemos faltado. El mal
nos invade de todos lados, a pesar de ciertos
esfuerzos para producir una unión que no vale nada, porque no se basa en la separación.
Es de de suma trascendencia
comprender, que no basta saber que tal
o cual
persona es cristiana para andar con ella. Si ella
no camina de forma que pueda rendir un testimonio
a Dios, no puedo unir mi marcha a la de ella. Dios quiere un testimonio. Los cristianos que no quieren ofrecer aquel testimonio que Cristo desea de nosotros, dirán siempre que el testimonio es algo secundario; mas yo no puedo caminar
con ellos.
En tiempos de la Reforma, se predicaba
la justificación por fe mejor que ahora, mas se olvidaba o se ignoraba que la
Iglesia se basa no solamente sobre la obra de Cristo en la cruz, sino en segundo lugar también,
sobre Su posición en el cielo y la presencia del Espíritu Santo aquí en la Asamblea y en fin, sobre el retorno del Señor.
Dios nos ha concedido hoy la luz de estas maravillosas verdades y es precisamente lo que debemos retener. Esta es la lucha, pero no podemos, por el Espíritu Santo, conmover ni levantar
naciones: se trata para nosotros de sufrir con Cristo
tal como sufrían los cristianos primitivos y ser una minoría
odiada por el mundo. Nos es preciso estar separados del mundo y vivir allá donde Dios manifiesta sus luces.
¿No nos es acaso suficiente la gloria de Cristo, la consolación del Espíritu Santo, saber que estamos en la posición
que place a Cristo?
Hallamos, en la Palabra de
Dios, diversas formas de infidelidad.
Abraham no tomando en cuenta a
Dios y sin tomar Su consejo desciende a Egipto. Allá, niega a su esposa. Asimismo los cristianos, han negado que la Iglesia fuera la
esposa de Cristo. Jacob usa de medios que no son según Dios para alcanzar la promesa. Esta infidelidad lleva aparejada consigo sus consecuencias;
los días de Jacob han sido "pocos y malos".
El creyente debe evitar siempre el emplear
medios ilícitos para buenas cosas. Si Dios envía misioneros entre los paganos, es bueno. Mas
yo no quiero emplear, para tener estos misioneros, medios que Dios no aprueba. Dios
es responsable del fin, nosotros no, pero en
cambio lo somos de los medios. Se dirá que no
deseamos que el fin se alcance, pero esto es falso: lo que sucede, es que repudiamos los
medios que generalmente se emplean para lograrlo. Se habla de la prensa
para ayudar al cristianismo en este mundo.
Ha hecho más el Espíritu Santo empleando al
apóstol Pablo sin la prensa que después de él con toda la prensa empleada. No es necesario que busquemos
los medios; lo que es necesario es que esperemos en Dios; esto es el todo. Debemos orar al Señor para que los
hermanos sean guardados; no existe otro remedio que el poder del Espíritu Santo.
Jesús no escribió. Tal como hablaba,
así era Él. Los apóstoles escribieron
dirigiéndose a personas a quienes interesaban estos problemas, haciendo llamamiento a la conciencia del individuo,
según la luz del Espíritu sobre su caso particular.
Hoy, en cambio,
se emiten principios tanto para los preparados, como para los que no están en condiciones de recibirlos. La fidelidad
exige que advirtamos al mundo sobre el juicio que ha de recaer. Esta (la fidelidad) no reconoce la necesidad de tal o cual medio. Es
necesario en todas las cosas remitirse a Dios. La prudencia, la fe que no traspasa la posición que
Dios ha dado a cada cual, la dependencia del Espíritu Santo, he aquí lo que debe caracterizarnos.
Aun cuando se trate de ayudar a las
sociedades para la difusión de la Biblia, por mi parte no aceptaría una asociación que no tuviese al Espíritu Santo
como único centro y guía y la Palabra de Dios como única regla. No puedo admitir asociaciones organizadas, cualesquiera
que sean, pues están gobernadas y dirigidas por la iniciativa del hombre; la mayoría determina el camino a seguir, cuando
podemos estar ciertos que una decisión de la mayoría puede muy bien ser inspirada por el Enemigo. Notemos en cambio que cuando algunos
cristianos obran juntos, en conformidad con la Palabra y para obedecer a Dios, esto no puede decirse que sea una asociación.
Las sociedades de las cuales hablamos dicen tener por único objeto la difusión de la Palabra, pero el hecho concreto en sí,
es que se
trata de usar para ello
unos medios que
Dios no
emplea. Por lo cual, yo no conozco otra asociación que no tenga otro principio que Cristo.
En la Palabra hallamos dos clases
del
amor
de Dios. Primera: Dios ama a todos
sus hijos. Pero hay un amor de Dios, que depende de la fidelidad del cristiano (Juan 15:10) "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor",
"el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él." (Juan 14:21). Aquí no se trata pues del amor de la elección. Dios ama a los hijos porque El es
su Padre; pero un padre goza de sus hijos en la medida en que éstos obedecen. El Espíritu Santo nos conduce de la misma forma
en nuestras relaciones con los otros creyentes. Si yo estuviera separado de otros creyentes por una opinión, esto sería sencillamente la carne. Pero si estoy separado, es porque ellos no andan en el camino de Dios. Hay creyentes a los cuales veo más fieles que yo, en bastantes cosas, pero con los cuales no puedo andar según Dios. Este es el gran principio. Si estoy separado
del mundo por la fidelidad de la Esposa al Esposo y no hallo esta fidelidad en los cristianos, no puedo tener el mismo género de
afecto por la persona infiel que por la que anda en el camino de la fidelidad. No creo que Pablo pudiera estar identificado con Demas como con Juan, y sin embargo, no dudo
que Pablo hubiese dado su vida por Demas. Si no me hallo en la asamblea a causa de la fidelidad de la Esposa hacia
el Esposo, ¡desgraciado
de mí de hallarme en este lugar! Si la fidelidad a Cristo no es el principio de nuestra reunión, que Dios la disipe
al instante. El
puede muy bien distinguir entre el espíritu de partido y la fidelidad hacia Cristo.
Para bien de la Iglesia, estamos luchando con
los poderes de maldad espiritual que habitan en lugares celestes (Efesios 6:12),
y la mitad de este combate se libra mediante
la oración. Ha hecho más tal hermano mediante la oración que otros que exteriormente tuvieron mayor actividad. ¿Qué es lo que
me hace tener interés por la Iglesia si no es el Espíritu de Cristo en mí? Si en mí siento el interés
de Cristo por la Asamblea, conversaré con Él, y sin duda responderá. Se
ve esta intimidad, por ejemplo, en Ananías, que razona con Jesús tocante al mal que Pablo (Saulo) podía hacer. Y el mismo Pablo después de
su conversión obra similarmente
con el Señor en Jerusalén (Hechos 23). Estos siervos razonan como teniendo un interés común con Cristo. En Colosenses
2:1, vemos que Pablo tuvo un combate por los creyentes de aquella asamblea. El efecto del poder del Espíritu
Santo es el de poner a la Iglesia en lucha con Satán. Cuando las manos de Moisés bajaban,
Amalec prevalecía; mas cuando se mantenían en alto Josué vencía. Ante los ataques de Satán nos es
suficiente estar en relación inmediata con el
Señor Jesús, y decirle como en otra ocasión le dijo el centurión: "di la palabra." (Lucas 7:7).
J. N. Darby
(1 de febrero de 1843)
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1960, No. 46.-