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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que,
además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
RELACIONES ENTRE CRISTIANOS
I.
- LOS CRISTIANOS ENTRE SI
Las relaciones
de los cristianos entre sí constituyen un asunto mucho más importante de lo que a primera vista parece. No hago alusión
aquí a las relaciones que tenemos los creyentes al estar congregados para el culto, la edificación o la oración; quisiera
más bien llamar nuestra atención sobre los temas de nuestras conversaciones cuando, entre creyentes, solemos encontrarnos
y entretenernos familiarmente. Sobre este punto, hemos de desplegar la mayor vigilancia, para que el enemigo no nos induzca
a desprendernos de los caracteres de santidad, pureza y de elevación que debe distinguir a aquellos que profesan ser los miembros
del Cuerpo de Cristo y el Templo del Espíritu Santo.
Triste y humillante,
por cierto, es oír la clase de conversaciones que tienen a menudo aquellos cuyos principios deberían manifestarse por resultados
prácticos muy diferentes. Al presenciar sus pláticas, muchas veces no podemos menos que exclamar: - ¿Cómo es posible que aquéllos
crean realmente lo que profesan? ¿Creen de veras que han muerto y resucitado con Cristo? ¿Que su vocación es celestial, que
forman parte del cuerpo de Cristo, que están crucificados con Él, que ya no están en la carne sino "en el Espíritu"? ¿Creen, acaso,
que son extranjeros y peregrinos en la
tierra, y que esperan de los cielos al Hijo de Dios? Estas preciosas e importantes verdades, sin duda,
forman parte de la profesión de fe a la cual se han adherido nominalmente;
pero resulta moralmente imposible que hayan tenido efecto alguno en sus corazones.
Un corazón que
se hallara bajo la bendita influencia de tan maravillosas verdades, ¿hallaría, acaso, el menor gozo, el más mínimo aliciente
en participar en esas conversaciones vanas, frívolas y vacías, en pláticas que tratan de personas o de circunstancias con
las cuales el creyente no tiene nada que ver: cine, fútbol, eventos deportivos típicos del país, maniobras políticas, boxeo, y de todas las demás futilidades
en boga?... ¿Serían éstas las ocupaciones de un corazón lleno de Cristo? Con todo, hay que reconocer que éste es el caso de
muchos cristianos profesantes, o
que lo son «de labios para afuera».
II.
- NUESTRAS RELACIONES CON EL MUNDO
Desgraciadamente, no sólo es en nuestro contacto con los demás cristianos cuando nos olvidamos de lo que somos por gracia, o mejor dicho, cuando olvidamos al Señor; es también en nuestro trato con el mundo.
¡Cuántas veces, al encontrarnos con personas inconversas, nos dejamos
arrastrar por el curso de sus pensamientos, y nos hallamos, finalmente, sobre el mismo terreno que ellas! Por cierto, algunos
cristianos lamentan dicho estado de cosas. Pero los hay también que lo justifican, interpretando erróneamente la declaración
del Apóstol Pablo en 1 Corintios 9:22, "A todos me he hecho de todo"; esto no quiere
decir que Pablo participaba de todas las aberraciones del mundo, sino que hacía negación de su persona entre todas las clases
de hombres a quienes se dirigía para que, "de todos
modos salve a algunos." Su objeto era, pues, el de llevar pecadores
a Cristo, y no complacerse a sí mismo participando en sus varias e insulsas conversaciones.
Amados hermanos,
consideremos al Señor, nuestro divino Ejemplo, y veamos cómo obraba para con los hombres en este mundo. ¿Tenía, acaso, algún
objeto, o alguna preocupación común con ellos? De ningún modo. Hallaba sus delicias
en un solo objeto, estaba lleno de él, y de él hablaba siempre. Constantemente procuraba, dirigir hacia Dios los pensamientos
de los hombres. Es también la meta que hemos de proponernos los creyentes, ¡no lo olvidemos! Cualquiera que sea el lugar,
o el momento en que encontramos a la gente del mundo, tendríamos que dirigir sus pensamientos hacia la Persona de Cristo.
Y si no hallamos el camino abierto para ello, por lo menos no deberíamos tolerar que influya sobre nosotros el curso de sus
pensamientos.
Si es que tenemos
asuntos o negocios que arreglar con los hombres, es natural que los llevemos a cabo, pero no por eso hemos de tener comunión
con ellos en su modo de pensar o de hablar, pues nuestro Maestro nunca la tenía: CONTACTO NO SIGNIFICA COMUNION. Lo que
sí tendremos que aprovechar en estas circunstancias es la ocasión de presentar el Evangelio de Cristo, no sólo de boca,
sino también por la rectitud de nuestra conducta práctica. Cuanto más se apartará nuestra senda de la del Señor, tanto
más iremos perdiendo el carácter de santidad que debería ser nuestro; vendremos a ser, entonces, como la sal «que ha perdido ya su sabor, y que no sirve ya para nada.» Tengo por cierto que la falta de paz profunda y permanente, de la cual muchos creyentes se quejan,
tiene su origen en las frívolas e inútiles conversaciones que suelen tener, como también en la lectura asidua de periódicos
y libros mundanos. Semejantes costumbres entristecen al Espíritu Santo; y si el Espíritu Santo está contristado en nosotros,
no podemos gozar de Cristo, pues sólo el Espíritu puede presentar Cristo a nuestras almas, por medio de la Palabra de Dios.
Desde luego,
no quiero afirmar con esto que todos los creyentes que carecen de paz interior hayan forzosamente seguido este camino. Pero
proclamo que HEMOS DE VIGILAR MUCHO, pues son cosas que no dejan nunca de comprometer nuestra salud espiritual y de mantener
en el alma un estado de languidez que deshonra a Cristo.
III.
- ¿LEGALISMO U OBEDIENCIA?
Algunos pensarán,
tal vez, que ocuparse de estas cosas es fijarse en consideraciones algo vulgares y de poco vuelo espiritual. Se las tachará
de «legalismo», y se acusará al autor de querer sujetar al
creyente a una especie de servidumbre, replegándole sobre sí mismo. ¡En ninguna manera! Si es legalismo el llamar nuestra
atención sobre la materia de nuestras conversaciones, entonces resulta
ser el legalismo de la Epístola a los Efesios; pues leemos en ella que ni las palabras torpes, ni las necedades o truhanerías, deben
nombrarse entre nosotros, "como conviene a santos" (Efesios 5: 3, 4).
Asimismo, leemos en Colosenses 4:6, "Sea
vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal". Tales son
las diáfanas
enseñanzas de la Palabra de Dios, y hemos de obedecerlas; observemos además que van estrechamente relacionadas con algunas
de las más elevadas doctrinas de la inspiración. Resulta, pues - y lo experimentamos en la práctica - que si estas enseñanzas
no obran poderosamente sobre nuestra conciencia, tampoco podremos gozar de las verdades más elevadas y más sublimes. Es imposible
que goce de mi vocación celestial, ni que camine de manera digna de la misma, si consiento esas "truhanerías
y chocarrerías" (Efesios
5:4 - VM).
Por otra parte, hemos de guardarnos sobremanera y con sumo cuidado de toda clase de santidad afectada
o fingida - llámese gazmoñería, o fariseísmo - como también de cuanto vendría a ser obligación carnal. No vale más
esa gazmoñería que la dejadez o la ligereza espiritual. Pero, ¿por qué no evitaríamos ambas cosas? El Evangelio
nos enseña algo mucho mejor: en vez de esa fingida "santidad", nos habla de una santificación real, efectiva; y en vez de
la dejadez o liviandad espiritual, nos brinda el verdadero gozo. No hay la menor necesidad de FINGIR una cosa u otra, pues
si me alimento con la Persona de Cristo, todo será en mí la misma realidad, y eso sin esfuerzo alguno para aparentar.
Si obro como por obligación, todo es incapacidad y flaqueza, si afirmo que estoy
obligado, o me veo forzado a hablar de Cristo, esto viene a ser una esclavitud,
descubriendo asimismo mi flaqueza y extravío. Pero si mi alma se halla en comunión con Él, será para mí una cosa natural
y fácil, un gozoso privilegio, pues "de la abundancia del corazón
habla la boca". Existe
un pequeño insecto que siempre toma el color de la hoja con la cual se
alimenta; pasa exactamente lo mismo con el cristiano: resulta fácil discernir con qué nutre su alma.
«Pero» - dirán algunos - «¡no
podemos hablar siempre de Cristo!» Amados hermanos, es en la medida
en la cual somos guiados por el Espíritu, como nuestros pensamientos y nuestras palabras reflejarán a Cristo. Si somos hijos
de Dios, estaremos ocupados con Él durante la eternidad: Él será el tema de nuestra contemplación y de nuestra adoración, ¿por qué no empezar ahora ya? Nuestra
separación del mundo no es actualmente
menos real o efectiva
de lo que será entonces,
en la eternidad;
pero, desgraciadamente - de una forma general - no andamos por el Espíritu.
Bien es verdad que al tratar de las conversaciones
que los cristianos solemos tener, nos colocamos en un terreno algo ordinario y muy "terrenal"; pero ES NECESARIO HACERLO.
Sería mucho más preferible si supiéramos mantenernos sobre un terreno espiritualmente elevado, mas, por desgracia, es
precisamente en esto cuando faltamos. Por eso, la Palabra y el Espíritu de Dios se ocupan de nuestras inconsecuencias,
y es una manifestación más de la gracia divina. Notemos, por ejemplo, que si la Escritura nos dice: que estamos sentados "en los lugares celestiales con Cristo Jesús" (Efesios 2:6), nos exhorta por otra parte a no hurtar.
Recomendar a hombres celestiales que no hurten es, por cierto, colocarles sobre un nivel espiritual poco elevado; no obstante,
es el mismo nivel de la Escritura, y ello ha de bastarnos. Bien sabía el Espíritu de Dios que no sólo bastaba revelar nuestra
posición: sentados EN LOS CIELOS, sino que también necesitábamos enseñanzas para conducirnos SOBRE LA TIERRA. Y no olvidemos,
hermanos, que será por medio de nuestra marcha práctica sobre la tierra como manifestaremos que hemos comprendido nuestra
posición celestial. De modo que si la conducta de un cristiano es carnal y mundanal, esto evidencia que no realiza su posición
santa y elevada como miembro del Cuerpo de Cristo y templo de Dios.
IV.- EL REMEDIO
Por eso quisiera exhortar - afectuosa pero solemnemente - a los que suelen tomar parte en conversaciones frívolas,
y decirles: - Amados hermanos, ¡tened sumo cuidado de vuestro estado de salud espiritual! Tales costumbres son síntomas
de una enfermedad interna, la cual puede llegar a perjudicar en vosotros las mismas fuentes de la vida. No permitáis que esta
enfermedad progrese: acudid al soberano Médico. Nada podrá restaurar vuestro estado espiritual, sino lo que sólo el Señor
puede daros.
Una nueva contemplación de la excelencia, del valor y de la perfección de Cristo, es lo único que puede elevar
nuestras almas por encima de su baja condición. Toda nuestra esterilidad, nuestra completa incapacidad, provienen del
hecho de haber abandonado a Cristo. No fue Él quien nos abandonó. ¡NO! ¡Bendito sea su Nombre, esto no puede ser! Pero, en
la práctica, nosotros le hemos abandonado; y, por lo tanto, ha bajado tanto nuestro nivel espiritual que resulta, a veces,
muy difícil discernir en nosotros algo que sea cristiano, a no ser el solo nombre. Nos hemos detenido repentinamente en nuestra
marcha práctica. No hemos realizado, como lo debíamos hacer, lo que significan la «copa de amargura» de
Cristo y su bautismo; no hemos procurado tener comunión con Él en Sus sufrimientos, Su muerte y Su resurrección. Conocemos
el resultado de estas cosas, como siendo efectuadas en Él, pero no las hemos experimentado en la práctica. ESTA ES la causa
de nuestra flaqueza y de nuestro declive espiritual Nada lo podrá remediar, sino una mayor contemplación y realización de
la plenitud de Cristo.
C. H. Mackintosh
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 19.-
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