LA VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD
Documentos Cristianos
El título del encabezado es el de una célebre obra, publicada
a principios del siglo diecinueve, cuya lectura encontró insospechados ecos en diversos sectores de la Cristiandad.
Muchos la consideran como el 'grito de medianoche' que vino a sacar de su letargo espiritual a miles de almas,
recordándoles que el Mesías, Cristo Jesús, estaba acercándose a cada momento, ¡preciosa verdad caída entonces en el olvido
más completo!
Cosa extraña, su autor era un sacerdote jesuita oriundo
de Sud-américa, poco influenciado, desde luego, por el espíritu de la Compañía de Jesús (Orden Católico Romana). Se llamaba
Manuel Lacunza, nacido el 19 de julio de 1731 en Santiago de Chile, el cual ingreso a los dieciséis años en la Sociedad de
Loyola. En 1767, expulsados los jesuitas de los Estados españoles, marchó a Italia donde hizo vida solitaria. El 17 de junio
de 1801 se le encontró muerto sobre la ribera del río que baña la ciudad de Imola.
Lacunza, que escribió su libro bajo el seudónimo hebraico
de Juan Josafat Ben Ezra, dice
que en él se propone cuatro cosas:
1) Dar a conocer la adorable persona de Jesucristo.
2) Provocar entre los eclesiásticos la afición al estudio
de la Biblia.
3) Corregir la incredulidad.
4) Consolar a los judíos, sus hermanos según la carne.
"La Venida del Mesías en gloria y majestad", del cual damos a continuación
brevísimos extractos, fue publicado por vez primera, al parecer, en Cádiz por F. Tolosa, en 1811. Al año siguiente ya estaba
¡prohibido por la Inquisición, próxima a desaparecer! Desde esta fecha hasta 1826 tuvo nada menos que diez ediciones
en España, Méjico, Estados Unidos, Italia, Francia y Gran Bretaña. Una traducción inglesa dio a luz Ed. Irving en 1827,
en Londres (2 vols. en octavo).
(Nota del Transcriptor: La obra completa en tres tomos se puede leer o guardar en formato
PDF en el siguiente sitio web: http://www.memoriachilena.cl/temas/dest.asp?id=lacunzalavenida)
* * *
"En las Escrituras están bien claras las señales de la venida del Mesías, y del Mesías mismo.
Su vida, Su predicación, Su doctrina, Su justicia, Su santidad, Su bondad, Su mansedumbre, Sus obras prodigiosas, Sus
tormentos, Su Cruz, Su sepultura, etc. Mas como al tiempo se lee en las mismas Escrituras, y esto a cada paso, otras cosas
infinitamente grandes y magníficas de la misma persona del Mesías, tomaron nuestros doctores con suma indiscreción, éstas
solas, componiéndolas a su modo, y se olvidaron de las otras, y las despreciaron, absolutamente como cosas poco agradables.
¿Y qué sucedió? Vino el Mesías, se oyó Su voz, se vio Su justicia, se admiró Su doctrina, Sus milagros, etc. Él mismo los
remitía a las Escrituras, en las cuales, como en un espejo fidelísimo, lo podían ver retratado con suma perfección: "Escudriñad
las Escrituras... pues ellas son las que dan testimonio de mí" (Juan
5:39). Pero todo en vano. Como ya no había más Escrituras que los Rabinos, ni más ideas del Mesías que las que nos daban nuestros
doctores, ni los mismos Escribas y Fariseos y Legisperitos (Doctores de la Ley) conocían otro Mesías que el que hallaban en
los libros y en las tradiciones de los hombres, fue como una consecuencia necesaria que todo se errase, y que el pueblo ciego,
que era el Sacerdocio, cayese junto con él en el precipicio: "¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?"
(Lucas 6:39) [1].
(Tomo
I, página 20)
[1] Según la costumbre de la época, las citas de la Biblia, hechas por Lacunza van en latín. Para mayor facilidad
figuran aquí en castellano.
LA
PARUSIA, OBJETO DE FE:
"Así como es cierto, y de fe divina que el Mesías prometido en las santas Escrituras vino ya
al mundo, así del mismo modo es cierto y de fe divina, que habiéndose ido al cielo, después de Su muerte y resurrección,
otra vez ha de venir al mismo mundo de modo infinitamente diverso. Según esto, creemos los Cristianos dos venidas, como
dos puntos esenciales y fundamentales de nuestra Religión: una que ya sucedió, y cuyos efectos admirables vemos y gozamos
hasta el día de hoy: otra que sucederá infaliblemente, no sabemos cuándo."
(Tomo
I, página 21)
UN
GRAN MAL:
"Uno de los grandes males que hay ahora en la Iglesia, por no decir el mayor de todos, paréceme
que es la negligencia, el descuido y aun el olvido casi total en que se ve el sacerdocio del estudio de la sagrada Escritura."
(Tomo
I, página 22)
"Y
VERÁN AL HIJO DEL HOMBRE..."
"Pues concluidos los tiempos y momentos, "que el Padre conoce en su sola potestad", estando todo el orbe de la tierra, y la Iglesia misma, exceptuando algunos
pocos individuos "como en los días de Noé" (Mateo 24:38), "y como
también fue en los días de Lot" (Lucas 17:28), llegará finalmente
aquel día de que tanto se habla en los Profetas, en los Evangelios, en los escritos de los Apóstoles, y más de propósito,
y con noticias y circunstancias las más individuales, en la última profecía canónica, que es el Apocalipsis de S. Juan; volverá,
digo, del Cielo a la tierra el hombre Dios, y se manifestará en Su propia persona con toda Su majestad y gloria, amable y
deseable, respecto de pocos; terrible y admirable, respecto de los más: "Y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las
nubes del cielo, con grande poder y gloria" (Mateo 24:30). "He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y
los que lo traspasaron; y todos los linajes de la tierra, se lamentarán sobre Él" (Apocalipsis 1:7).
"Esta venida gloriosa del Señor Jesús es una verdad divina, tan esencial y fundamental en el
cristianismo, como lo es Su primera venida en carne pasible. Dicen que esta segunda venida sucederá solamente al fin
del mundo, cuando ya no haya en todo él viviente alguno, habiendo todo sido consumado por el fuego, y habiendo sucedido la
resurrección universal; mas si la Escritura divina dice frecuentísimamente y supone evidentemente todo lo contrario, ¿a quién
debemos creer?
"Llegado, pues, este gran día que espera con las mayores ansias el cielo y la tierra, "porque
el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo..." (1ª. Tesalonicenses
4:16). Entonces al venir ya del cielo a la tierra (y como yo me figuro) al punto mismo de tocar ya la atmósfera de nuestro
globo, sucederá en él en primer lugar la resurrección de todos aquellos Santos "los que fueren tenidos por dignos
de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos" (Lucas 20:35), de los cuales, prosigue diciendo inmediatamente S.
Pablo: "y los muertos en Cristo resucitarán primero". Sucedida "en un momento, en un abrir de ojo", esta
primera resurrección de los Santos (y Santos no ordinarios o mediocres, sino grandes y a toda prueba), los pocos dignos de
este nombre que entonces se hallaren vivos sobre la tierra por su fe y justicia incorrupta, serán arrebatados juntamente con
los Santos muertos que acaban de resucitar, y subirán "juntamente con ellos a recibir al Señor en el aire".
"Todo esto es clarísimo y de bien
fácil inteligencia, y me parece a mí que ningún hombre capaz de reflexión y capaz también de deponer, siquiera por un
momento, toda preocupación, lo puede razonablemente dudar. No obstante pueden muchos y muchísimos explicar todo esto,
y con su explicación hacer lo que a otro propósito bien semejante decían S. Agustín: Si expono, obscurum est."
(Tomo
III, páginas 689, 690)
LA
GRAN TRIBULACION Y EL MILENIO
"Estando, pues, las cosas en esta situación..., empezarán luego a verificarse en este orbe
de la tierra todas aquellas cosas grandes y horribles que para este día están anunciadas: "Terror, y sima, y lazo sobre
ti, Oh morador de la tierra. Y acontecerá, que el que huirá de la voz del terror, caerá en la sima; y el que saliere de en
medio de la sima, será preso del lazo; porque de lo alto se abrieron ventanas, y temblarán los fundamentos de la tierra.
Quebrantaráse del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida..."
(Isaías 24: 17-19). Léase todo el capítulo hasta el fin.
(Tomo
III, página 690, 691)
"Hasta aquí hemos estado casi enteramente ocupados en establecer un espacio grande de tiempo
entre la venida gloriosa del Señor que estamos esperando y el Juicio y la Resurrección general; persuadidos íntimamente que
con esto sólo, sin otra diligencia, queda fácil y llana la inteligencia de toda la Biblia sagrada, aun en lo que corre por
lo más obscuro y difícil, que es la profecía."
(Tomo
III, página 687)
Manuel LACUNZA
Revista "VIDA CRISTIANA", Año
1955, No. 18.-