SOBERANÍA Y RESPONSABILIDAD
(Extractado
de la Revista "Scripture Truth" Vol. 40, 1959-61, página 4.)
Que Dios es soberano y que el hombre, aunque
caído, es una criatura responsable, son dos hechos que se destacan claramente en las Escrituras. Es cuando nosotros estudiamos
estos dos hechos en sus implicaciones que nos encontramos con dificultades intelectuales. Es fácil hacer énfasis en lo uno,
así como ignorar completamente lo otro. Los dos extremos son conocidos como Híper-Calvinismo
y Arminianismo.
El Híper-Calvinismo es aquel sistema de pensamientos
religiosos que ve, en la Escritura, poco más que la soberanía de Dios en la elección. Se piensa tan poco acerca de la responsabilidad
del hombre, si es que no se la niega, que el hombre queda reducido a un mera marioneta. Él es un juguete en la mano del destino.
Si él es escogido, él debe ser salvo, pase lo que pase; si él no lo es, él debe ser condenado, y eso pone fin a todo.
El Arminianismo, por el contrario, ve poco
más que el hecho de la responsabilidad del hombre, hasta llegar, a menudo, a la exclusión total de la soberanía y de la obra
de gracia de Dios por Su Espíritu en las almas de los hombres. El hombre es un ser libre y sin restricciones en el ejercicio
de su voluntad propia: de ahí que sea legal cualquier cosa que lo persuada a ejercer la fuerza de su voluntad en la dirección
correcta.
El espíritu Híper-Calvinista es fatal para
todo celo y energía en la obra del Evangelio. Los que lo poseen, condenan, necesaria y lógicamente, tal energía en todas las
formas posibles. Los hombres están muertos espiritualmente: ¿por qué predicar a hombres muertos? ¿Por qué decir, ¡"Arrepentíos"!
a hombres que no se pueden arrepentir? ¿o ¡"Creed"! a hombres que no pueden creer? Además, ¿acaso Dios no es capaz de cuidar
de Sus asuntos? ¿Necesita Él nuestra atareada interferencia para salvar a Sus escogidos? Suponiendo que nosotros recorriésemos
mar y tierra en nuestro celo por las almas, ni uno más de los escogidos será salvo;
y si nosotros cruzamos nuestras manos y no hiciéramos nada, ni uno menos de los
escogidos será salvo. Una inactividad magistral es, entonces, la única política posible, y toda la energía de los siervos
del Señor es solamente mucha pérdida improductiva de tiempo y aliento.
Uno se pregunta, a veces, por qué esta clase
de argumento parece ser utilizado sólo contra esfuerzos evangelísticos. Si fuera válido en su totalidad, sería igual de válido
contra todas las formas de servicio Cristiano. ¿Acaso Dios no es capaz de cuidar las almas de Sus escogidos sin nuestros esfuerzos
por edificarlas? ¿No progresará la obra soberana del Espíritu edificando sus almas sin las labores de pastores y maestros,
o de pequeños esfuerzos como este que produce esta revista? Los exponentes de tales ideas parecen estar ciegos al hecho de
que ellos están aserrando el terreno de debajo de sus propios pies.
En el tiempo actual, el extremo Arminiano
es, quizás, el que es sostenido más frecuentemente por personas verdaderamente Cristianas. Ellos sienten la necesidad de pecadores
y se regocijan en las buenas nuevas de perdón a través del Salvador crucificado y resucitado. La gran cuestión es ahora, cuánto
mejor es llegar a pecadores y persuadirles a un acto claro de su propia voluntad, al aceptar a Cristo y escoger la vida. Mientras
más serios sean tales Cristianos, mayor es el peligro de que usen métodos cuestionables e incluso, no escriturales. Ellos
consideran que el gran objetivo que sienten que deben alcanzar es santificar los medios empleados.
Los resultados prácticos de esto son muy
diferentes de los del otro extremo. Allí todo es estancamiento (Calvinismo): aquí todo es movimiento y éxito evidente al comienzo
(Arminianismo). Nos preocupan, no obstante, los resultados finales. Al final de
una gran misión en Londres, bastantes años atrás, al pastor de una gran capilla se le entregaron más de 50 nombres de personas
que profesaron conversión. El pastor era un hombre evangélico, afectuoso, pero transcurrido un año o más, él confesó, tristemente,
que sólo pudo considerar a uno como realmente convertido. ¡Gracias a Dios por aquel uno! Pero, cuán triste es que casi cincuenta
hayan de ser conducidos a un camino equivocado para dirigir sólo a uno al camino correcto.
Que nosotros mantengamos firmes, mediante
la gracia de Dios, estos dos grandes hechos:
1. Dios
es soberano en Sus actuaciones en gracia; y,
2. el hombre,
aunque caído, es una criatura responsable y se le habla como a tal.
La verdad de la soberanía Divina es declarada
claramente en la Escritura. Lean pasajes tales como Juan 6: 37-44; Romanos 9: 10-24; Efesios 1:4; 1a. Pedro 1:2. Igualmente
clara es la responsabilidad del hombre. Lean pasajes tales como Juan 3: 16-18, Romanos 2: 6-16; 1a. Pedro 4: 5-6. Aceptemos,
entonces, ambas, aún si no vemos, hasta ahora, lo suficientemente lejos como para discernir exactamente cómo armonizan una
con otra.
Podemos, no obstante, discernir esto: que
la voluntad del hombre, si él es abandonado a sí mismo, jamás se vuelve hacia
Dios. La caída le ha dado un giro permanente lejos de Él. Esto se declara claramente en Romanos 3: 10-12. Se declara, antes
que nada, que "No hay justo"; es decir, nadie que esté «bien con Dios.» Podríamos
decir que sí, que eso es verdad, pero seguramente algunas personas son más sinceras y comprensivas que otras, y por eso ellas
se convierten. No es así, porque "No hay quien entienda." Esto hace que la situación del hombre sea muchísimo peor - ninguno
está bien, y nadie entiende la desesperada situación de ellos. Pero podríamos decir nuevamente, «Sí, pero seguramente algunos
tendrán un sentido innato - un tipo de intuición - de que ellos necesitan a Dios, y por eso comienzan a buscarle a Él.» Pero,
una vez más, ello no es así, porque, "No hay quien busque a Dios."
Esta expresión, "no hay
quien", repetida tres veces, cierra todas las vías de liberación si el hombre es abandonado simplemente a sí mismo. Dios debe
intervenir. En otras palabras, Dios debe ejercer Su acción soberana a favor del hombre. Él debe obrar por Su Espíritu en el
corazón de los hombres, si es que algunos han de buscarle a Él y Su salvación. Él hace esto, como le agrada, cuando el Evangelio
es predicado fielmente, ya que "agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación." (1a. Corintios 1:21).
Si alguno nos dijese,
«Si Dios, en su misericordia electiva, se agrada en salvar a este y a aquel, ¿por qué Él no habría de elegir y salvarlos a
todos?» - nosotros no tenemos respuesta. Lo que hay detrás de Sus decisiones no nos es revelado, a quienes no somos más que
Sus criaturas; pero Él se nos ha revelado en Cristo, y así estamos seguros de que lo que Él decide es correcto, y, finalmente,
todos verán cuán correcto ello ha sido.
En vez de procurar sondear
los secretos de las decisiones y de los actos Divinos, los cuales están más allá de nosotros, publiquemos en todas partes,
más diligente y fervientemente, el Evangelio, puesto que Él ha revelado que por
medio de este, Él se agrada en salvar a los que creen, como resultado de la obra del Espíritu de Dios en sus corazones.
F.
B. Hole
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Mayo 2010.-