Collected
Writings (Escritos Compilados) Vol. 1, Ecclesiastical No.1
CONSIDERACIONES ACERCA DE LA NATURALEZA Y
UNIDAD DE LA IGLESIA DE CRISTO
(Dublín, 1828)
"Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para
que el mundo crea que tú me enviaste." - Juan 17:21.
"Sed vosotros mismos como hombres que aguardan a su señor." - Lucas 12:36 - VM.
El escritor de estas páginas
(y él confía que él es sólo el escritor y no el autor de ellas) agregaría cualquier cosa que Dios pudiera proporcionarle al
ministrar para el progreso de la Iglesia a través de los varios ejercicios a los cuales la fe de la Iglesia está expuesta.
Este autor no puede dudar que una gran cantidad de la verdad moral sobre las cuales dependen las siguientes consideraciones
ha sido comprendida por la mente de los creyentes, de los estudiantes de la Palabra divina; pero él ha sentido en la poca
comunión que los tales tienen los unos con los otros (aunque existe gran trato social entre ellos), que la expresión de estos
pensamientos podrían, por medio de la bendición de Dios, dirigir la atención de los creyentes a sus justos objetivos, y a
manifestar más explícitamente a la Iglesia, a partir de la Palabra divina, estos mismos objetivos, y, por consiguiente, mediante
la recepción de estos objetivos, determinar su carácter y conducta, asegurando, bajo la bendición de Dios, más consistencia
al obrar. Estos objetivos podrían también establecerlos, fortalecerlos, asentarlos en sus esperanzas propias, y lograr que
ellos exhiban con más claridad y poder la gracia de Dios al mundo.
Estos pensamientos podrían
también conducir a los creyentes a una confianza más explícita en las operaciones del Espíritu divino, y a poner menos atención
a los planes de los hombres y a las cooperaciones humanas, o a lo que al final se hallará que sólo son intereses humanos.
Aunque los objetivos y propósitos de los creyentes están muy mezclados en su naturaleza, y caen muy por debajo de la norma
para la cual Dios los ha reunido, y que Él propone como el objetivo esencial de su fe y, por consiguiente, como el motivo
de su conducta, la división y el sectarismo son, incluso en la misericordia de la providencia de Dios, el resultado inevitable,
ya sea que esto asuma el carácter de lo establecido o de la disensión.
Yo estoy suponiendo aquí,
por supuesto, que las grandes verdades del evangelio constituyen la fe profesante de las iglesias, puesto que ellos están
en todas las iglesias Protestantes genuinas. Pues la consecuencia justa de la recepción de los hechos del evangelio por medio
de la fe y su objetivo en el hombre es la purificación de los deseos en amor - una vida para Aquel que murió por nosotros
y resucitó, una vida de esperanza en Su gloria. Por consiguiente, suponer que hay unidad donde la vida de la Iglesia no corresponde
a las justas consecuencias de su fe, equivale a suponer que el Espíritu de Dios consentiría la inconsistencia moral del hombre
degenerado, y que Dios se satisfaría con que Su Iglesia se hundiera por debajo de la gloria de su gran Cabeza, sin siquiera
un testimonio de que Él fue deshonrado por ello.
A decir verdad, ello nunca
ha sido así: por un buen tiempo el juicio desde el exterior marcó Su disgusto mientras ella se estaba hundiendo; y cuando
ella estuvo completamente hundida en la apostasía, Él levantó a Sus testigos, quienes debían suspirar y clamar por las abominaciones
que se estaban llevando a cabo en ella; los cuales, en mucha tiniebla de entendimiento espiritual, dieron testimonio contra
la corrupción moral que había agobiado a la Iglesia; y que, en el reconocimiento de que por la redención por medio del Señor
Jesús estaban fuera de este mundo, testificaron acerca de la apostasía de la iglesia profesante. Cuando complació a Dios levantar
este testimonio en el lugar de la aprobación pública, si bien la verdad doctrinal (podemos creer) estaba plenamente revelada
para el fundamento y la edificación de la fe de los creyentes, ello de ninguna manera trajo como consecuencia que la Iglesia
emergió, acto seguido, plenamente en espíritu y poder desde la depresión, y que asumió el carácter que ella tenía en el propósito
de su Autor, y que llegó a ser un testigo adecuado y distintivo de Sus pensamientos para el mundo. Ese, de hecho, no obstante
lo bienaventurado que es, no fue el caso, aunque todos estamos obligados a reconocer con mucho agradecimiento lo que la fue
la Reforma: ella se mezcló mucho y manifiestamente con medios humanos. Y aunque la exhibición de la Palabra, como aquello
sobre lo cual el alma podía reposar, fue proporcionada misericordiosamente, con todo, hubo mucho del antiguo sistema que permaneció
en la constitución de las iglesias, y que no fue, de ninguna manera, el resultado de la revelación de la mente de Cristo,
por medio del establecimiento de la luz y autoridad de la Palabra. Esto dio al estado y a la práctica de la Iglesia (cualquiera
que pueda haber sido la excelencia de los individuos) un carácter que muchos percibieron que carecía de lo que era aceptable
para Dios: y habiendo sido reconocida la autoridad de la Palabra como la base de la Reforma, muchos procuraron seguirla, como
ellos supusieron, más perfectamente. De ahí que surgieran todas las ramas del Inconformismo y la Disensión que, cuando el
Espíritu de Dios fue derramado, prevalecieron proporcionalmente a la secularidad o alejamiento de Dios del cuerpo reconocido
públicamente como la Iglesia. Porque se debe advertir que, desde la época cuando el Papado prevaleció sobre las naciones hasta
recientemente, entre quienes ocuparon un lugar en el avivamiento de religión, eso es lo que, en general, ha sido llamado la
Iglesia y que ha sido recibida como tal por los gobernantes de este mundo, no aquellos que fueron librados del poder de las
tinieblas, y trasladados al reino del amado Hijo de Dios; quienes se han acercado "a la asamblea general e iglesia de los
primogénitos que están inscritos en el cielo." (Hebreos 12:23 - VM). Estas observaciones son aplicables, en alguna medida,
a todos los grandes cuerpos Protestantes nacionales puesto que la forma y constituciones exteriores llegaron a ser un asunto
muy prominente, lo cual no fue el caso originalmente cuando la liberación de Babilonia estuvo en consideración.
De todo esto ha emanado
una consecuencia anómala y agobiante, a saber, que la verdadera Iglesia de Dios no tiene ninguna comunión reconocida. No hay,
supongo, ninguno de sus miembros que no reconozcan el hecho de que hijos de Dios individuales han de ser hallados en todas
las distintas denominaciones, que profesan la misma fe pura; pero, ¿dónde está su vínculo de unión? No es que los profesantes
incrédulos estén mezclados con el pueblo de Dios en su comunión, sino que el vínculo de comunión no es la unidad del pueblo
de Dios, sino realmente (en realidad) sus diferencias.
Los vínculos de unión
nominal (o solamente de nombre) son los que separan a los hijos de Dios los unos de los otros; de tal modo que, en lugar de
que se encuentren incrédulos mezclados con ellos (y esto ya es en sí mismo un estado imperfecto), el pueblo de Dios se encuentra
diseminado, como individuos, entre cuerpos de Cristianos profesantes unidos en comunión sobre otros y diferentes terrenos;
de hecho, no como el pueblo de Dios en absoluto.
Yo pienso que la verdad
de esto no puede ser negada, y ciertamente es un estado muy extraordinario para que la Iglesia esté en él. Pienso que el estudio
de la historia de la Iglesia (teniendo en mente lo que la verdadera Iglesia de Dios es) nos capacitará para darnos cuenta
de ello. Ese no es mi propósito presente, puesto que estoy escribiendo meramente sobre el principio de ese carácter investigativo,
fortalecedor, en el cual los que temían al Señor hablaron a menudo unos con otros. Pero este estado debe constituir, sin duda,
un asunto práctico de gran importancia para el juicio de quienes, amando Jerusalén - "del polvo de ella tienen compasión"
(Salmo 102:14) - de los que esperaban "la consolación de Israel." (Lucas 2:25). Yo creo, de hecho, que habrá un desenvolvimiento
gradual del pueblo de Dios, mediante una separación del mundo, algo en lo cual muchos de ellos, quizás, piensan ahora poco.
El Señor estará presente con Su pueblo en la hora cuando ellos sean tentados, y los esconderá secretamente en el tabernáculo
de Su presencia; pero no es mi propósito seguir presuntuosamente mis propios pensamientos acerca de esto. Nosotros podemos
observar que el pueblo de Dios ha encontrado, desde el creciente derramamiento de Su Espíritu*, una clase de remedio para
esta desunión (manifiestamente una clase imperfecta, aunque no falsa), en la Sociedad Bíblica, y en esfuerzos Misioneros,
los cuales dieron - la primera de ellas, una clase de unidad vaga en el reconocimiento común de la Palabra, que, si se la
investiga, se hallará que es en parte inherente a ella, aunque no reconocida en su poder, el germen de la unidad verdadera
- y el esfuerzo misionero dio una unidad de deseo y acción, que tendió en pensamiento hacia ese reino, cuyo carencia de poder
fue sentida. Y en esto ellos hallaron algún alivio debido a ese sentido de carencia, que había sido producido en ellos por
el obrar del Espíritu divino.
{* Dejo sin cambio esta y otras expresiones incorrectas.}
A partir del estado de
cosas del que he hablado, han resultado otros esfuerzos, ya sea de las energías del conocimiento, o de los deseos de vida
espiritual, ejercitándose ellos mismos, a menudo para peligro del individuo, en (como se imagina) equivocados esfuerzos en
producir una separación o reunión de creyentes, adoptando un terreno de separación absolutamente distinto tanto de los disidentes
comunes como la de la Iglesia Establecida. El espíritu y el deseo en los cuales mucho de esto fue llevado a cabo fueron, indudablemente,
en muchas instancias, los genuinos esfuerzos de una mente impelida por el Espíritu de Dios; pero a menudo han sido defectuosos,
en el sentido de no esperar en forma práctica en Su voluntad; y, aunque proporcionando, indudablemente, una parte de ese testimonio
a lo que la Iglesia era, lo cual era consistente con la debilidad de nuestra naturaleza y de la posición efectiva de la Iglesia,
con todo, incluso cuando estos esfuerzos eran del orden más elevado, ello ha fracasado por la razón mencionada, como de hecho
funcionó antes del avance general de los consejos divinos.
Pero esos anhelos del
Espíritu en nosotros (pues eso es lo que yo creo que son) merecen, ciertamente, la seria atención del pueblo de Dios. Este
doloroso sentido de nuestra inmensa distancia de esa exhibición genuina del propósito de Dios en Su iglesia, este hecho de
buscar Su poder y gloria, debería conducirnos al agradecimiento por el hecho de que Él aún trata así con nosotros, y a recibirlo
como una promesa de esa fidelidad que hará que el pueblo de Dios, a su debido tiempo, resplandezca en la gloria del Señor.
Ello debería conducirnos, también, a buscar asiduamente cuál es el pensamiento de Cristo en cuanto a la senda de los creyentes
en el presente día; que pueda ser, aunque no exactamente conforme a los propios deseos de ellos, sin embargo, perfectamente
conforme a lo que es Su presente voluntad concerniente a ella.
Nosotros sabemos que el
propósito de Dios fue reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están la tierra (Efesios
1:10); reconciliadas consigo en Él, y que la iglesia debe ser, aunque necesariamente imperfecta en Su ausencia, sin embargo,
por la energía del Espíritu, testigo de esto en la tierra, juntando en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos (Juan
11:52 - VM). Los creyentes saben que todos aquellos que han nacido del Espíritu tienen unidad sustancial de pensamiento, de
tal modo que se conocen unos a otros, y se aman unos a otros, como hermanos. Pero esto no es todo, incluso si esto se cumpliera
en la práctica, algo que no sucede; pues ellos debían ser uno de manera tal que el mundo pudiera conocer que Jesús fue enviado
por Dios: en esto todos debemos confesar nuestro triste fracaso.
No procuraré demasiado
proponer medidas aquí para los hijos de Dios, sino más bien procuraré establecer principios saludables: pues es algo manifiesto
para mí que ello debe emanar de la influencia cada vez mayor del Espíritu de Dios y Su enseñanza invisible; pero podemos observar
cuales son los obstáculos positivos, y en qué consistía esa unión.
En primer lugar, lo que
es deseable no es una unión formal de los cuerpos profesantes exteriores; de hecho es sorprendente que haya Protestantes reflexivos
que la deseen: lejos de hacerlo bien, yo creo que sería absolutamente imposible que un cuerpo semejante pudiera ser reconocido
como la iglesia de Dios. Sería una contraparte a la unidad Católica Romana; en ese caso deberíamos dar por perdidos la vida
de la iglesia y el poder de la Palabra, y la unidad de la vida espiritual sería completamente excluida. Cualesquiera que sean
los planes en el orden de la Providencia, nosotros sólo podemos actuar en los principios de la gracia; y la unidad verdadera
es la unidad del Espíritu, y ella debe ser forjada por la operación del Espíritu.
En la gran oscuridad de
la Iglesia hasta ahora, la división exterior ha sido un apoyo principal, no solamente del celo (tal como se admite generalmente),
sino también de la autoridad de la Palabra, la cual es, instrumentalmente, la vida de la iglesia; y la Reforma no consistió
en la institución de una forma pura de iglesia, como se dice comúnmente, sino en el establecimiento de la Palabra, y del gran
fundamento y piedra angular de la 'Justificación por medio de la fe', en la cual los creyentes pudieran hallar vida. Pero,
además, si la visión que ha sido captada del estado de la iglesia es correcta, nosotros podemos dictaminar que aquel que procura
los intereses de una denominación en particular es un enemigo de la obra del Espíritu de Dios; y que aquellos que creen en
"el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo" (2 Pedro 1:16) deberían guardarse cuidadosamente de un espíritu semejante;
pues es hacer retroceder a la iglesia a un estado ocasionado por la ignorancia acerca de la Palabra y por la falta de sujeción
a ella, y transformar en un deber sus peores y anticristianos resultados. Esta es una enfermedad mental muy sutil y prevaleciente,
y es el hecho de declarar "él no nos sigue" (Marcos 9:38), incluso cuando los hombres son realmente Cristianos. Que el pueblo
de Dios vea si ellos no están obstaculizando la manifestación de la iglesia por medio de este espíritu. Yo creo que escasamente
hay un acto público de hombres Cristianos (por lo menos de las ordenes más elevadas, o de quienes que están activos en las
iglesias nominales), que no esté infectado con esto; sino que su tendencia es manifiestamente hostil a los intereses espirituales
del pueblo de Dios, y a la manifestación de la gloria de Cristo. Los Cristianos están poco apercibidos de qué manera esto
prevalece en sus mentes; de cómo ellos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús (Filipenses 2:21); de qué manera
esto seca los manantiales de la gracia y de la comunión espiritual; de qué forma ello impide ese orden al cual la bendición
está ligada - el reunirse juntos en el nombre del Señor. Ninguna reunión que no logre o considere, o se lleve a cabo, sin
abarcar a todos los hijos de Dios basada plenamente en el reino del Hijo, puede hallar la plenitud de bendición, porque no
la contempla - debido a que su fe no la abarca.
Donde hay dos o tres reunidos
en Su nombre, Su nombre está registrado allí para bendición; porque ellos están reunidos en la plenitud del poder de los intereses
inmutables de ese reino eterno en el cual se ha complacido el glorioso Jehová glorificarse a Sí mismo, y hacer que Su nombre
y Su salvación sea conocida en la Persona del Hijo, por el poder del Espíritu.
En el nombre de Cristo,
por tanto, ellos entran (en cualquiera sea su medida de fe) en los consejos plenos de Dios, y son "colaboradores de Dios."
(1 Corintios 3:9; 1 Tesalonicenses 3:2). De esta manera, cualquier cosa que pidan es hecha, para que el Padre sea glorificado
en el Hijo. (Juan 14:13).
Pero el fundamento mismo
sobre el cual reposan estas promesas está roto, y su consistencia destruida, mediante vínculos de comunión que no están formados
en el ámbito de los propósitos de Dios en Cristo. Yo no digo, en realidad, que ellos no puedan encontrar una débil medida
de alimento espiritual, el cual, aunque generalmente parcial en su carácter, puede ser adecuado para fortalecer su esperanza
personal de vida eterna. Pero la gloria del Señor está muy cerca del alma creyente y, en proporción a cómo la busquemos, se
hallará la bendición personal. Ello me recuerda, verdaderamente (así como todos tienen, indudablemente, alguna porción disímil
de la forma de la iglesia), a quienes partieron entre sí los vestidos del Señor (Mateo 27:35); mientras que con respecto a
ese vestido interior, Su túnica, la cual no podía ser rasgada, que era inseparablemente una en su naturaleza, ellos echaron
suertes para ver de quién sería (Juan 19: 23, 24); pero entretanto, Su nombre, la presencia del poder de la vida que los uniría
a todos en el orden apropiado, es dejado expuesto y deshonrado. De hecho, me temo que estas vestimentas han caído demasiado
en manos de aquellos a quienes Él no les importa, y que el Señor nunca se vestirá de ellas nuevamente, contempladas en su
presente estado.
Ciertamente ello no podría
ser cuando Él aparezca en Su gloria. Yo no lo digo presuntuosamente o con disgusto (pues el vituperio de ello es una carga
gravosa, es un pensamiento humillante, que causa mucha aflicción): pero nosotros hemos aprendido a confiar demasiado en ese
segundo templo, el cual había sido erigido por la misericordia de Dios después de la larga cautividad Babilónica, considerándolo
como "¡... el Templo de Jehová, el Templo de Jehová son estos edificios!" (Jeremías 7:4 - VM); hemos sido altivos debido al
monte santo del Señor; lo hemos contemplado como estando adornado con piedras y dones piadosos; y hemos dejado de mirar al
Señor del templo - casi hemos dejado de andar por fe, o de tener comunión en la esperanza de que el regreso del mensajero
del pacto sea la gloria postrera de esta casa. El espíritu inmundo de idolatría puede haber sido removido; pero la gran pregunta
permanece aún, a saber, ¿está allí la presencia eficaz del Espíritu del Señor, o está simplemente vacía, barrida y adornada?
Si es que hemos sido bendecidos, ¿no estamos haciendo caso omiso a Aquel de quien vino la bendición, a causa de nuestra soberbia,
y auto-complacencia, y estamos procurando volver esa bendición para nuestro propio beneficio, en lugar de continuar haciéndolo
todo para Su gloria?
Pasemos entonces, hermanos
amados del Señor - ustedes que le aman en sinceridad, y se regocijarían al oír Su voz - a la exigencia práctica de nuestra
situación actual. Sopesemos Su pensamiento con respecto a nosotros.
El Señor ha dado a conocer
Sus propósitos en Él, y de qué manera esos propósitos son llevados a cabo. Él nos ha dado "a conocer el misterio de su voluntad,
según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del
cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia..."
(Efesios 1: 9-11) - en uno y en Cristo. En Él
solo, por tanto, nosotros podemos encontrar esta unidad; pero la bendita Palabra (y, ¿quién puede estar lo suficientemente
agradecido por ella?) nos informará aún más. "Congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Juan 11:52) es
en cuanto a sus miembros terrenales. ¿Y cómo es esto? Que un hombre muera por ellos (Juan 11:50). Tal como declara nuestro
Señor en la visión del fruto de la aflicción de Su alma, "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.
Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir." (Juan 12: 32, 33). Entonces, es Cristo quien atraerá - atraerá a
Sí mismo (y nada más escaso o menor
que esto puede producir unidad, "el que conmigo
no recoge, desparrama." - Mateo 12:30); y atrae a Sí mismo mediante el hecho de ser levantado de la tierra. En una palabra, encontramos que Su muerte es el centro de comunión hasta que Él regrese, y en esto
descansa todo el poder de la verdad.
En consecuencia, el símbolo
e instrumento exterior de unidad es la participación de la cena del Señor - "porque siendo muchos, somos un solo pan, y un
solo cuerpo; porque todos participamos de aquel mismo pan." (1 Corintios 10:17 - RVR1865). ¿Y cuál es, conforme a lo que declara
Pablo, la verdadera intención y el verdadero testimonio de ese rito? Es que "todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis
esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga." (1 Corintios 11:26). Aquí se encuentran, entonces, el carácter
y la vida de la iglesia, aquello a lo que ella es llamada, aquello en que la verdad de su existencia subsiste, y solamente
en lo cual hay unidad verdadera. Es anunciando la muerte del Señor, por cuya eficacia ellos eran congregados, y que es la
simiente fructífera de la gloria propia del Señor; que es, en realidad, la reunión de Su cuerpo, " la plenitud de Aquel que
todo lo llena en todo." (Efesios 1:23); y anunciándola en la certeza de Su regreso, "cuando venga en aquel día para ser glorificado
en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron." (2 Tesalonicenses 1:10). En consecuencia, la esencia y la sustancia
de la unidad, que aparecerá en gloria en Su venida, es la semejanza a Su muerte, mediante la cual toda esa gloria fue forjada.
Y se hallará como resultado, que la semejanza a Su muerte será nuestro marco para la gloria con Él en Su manifestación; tal
como el apóstol desea, "a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando
a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos." (Filipenses 3: 10,
11). ¿Tenemos nosotros fe en estas cosas? ¿Cómo la demostraremos? Actuando por estas instrucciones de nuestro Señor, que están
fundamentadas en Su conocimiento divino de los objetivos de la fe.
¿Qué sigue a continuación
de la declaración de nuestro Señor, en vista de Su gloria, de que debe ser por Su muerte? "El que ama su vida, la perderá;
y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí
también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará." (Juan 12: 25, 26). El servidor es quien va a ser
honrado. Si nosotros queremos ser servidores, debemos serlo siguiendo a Aquel que murió por nosotros. Y siguiéndole a Él,
nuestra honra será estar con Él en "su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles." (Lucas 9:26).
Es un motivo de gran agradecimiento
que, a pesar de la dispersión de la iglesia, por haber llegado a ser de este mundo como un cuerpo, y de su muy imperfecto
despertar mediante el descubrimiento de la libre esperanza de gloria, los creyentes tengan una senda ante ellos señalada en
la Palabra; y que, si no es dado ver aún la gloria de los hijos de Dios, la senda de esa gloria en el desierto nos sea revelada.
Estamos ciertos, en doctrina, de que la muerte del Señor, en quien vino el don, es el único fundamento sobre el cual un alma
es edificada para la gloria eterna. En realidad, yo me dirijo solamente a creyentes en cuanto a esto. Nuestro deber como creyentes
es ser testigos de lo que creemos. "Vosotros", dice el Dios de los Judíos por medio del profeta Isaías, "sois mis testigos"
(Isaías 43:10), en Su desafío a los dioses falsos; y así como Cristo es el Testigo fiel y verdadero, así debería ser la iglesia.
"Vosotros, al contrario, sois una raza escogida, un sacerdocio real, nación santa, pueblo de posesión exclusiva; a fin de
que manifestéis las excelencias de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa." (1 Pedro 2:9 - VM).
Entonces, ¿de qué debe
ser testigo la iglesia contra la gloria idólatra de este mundo? De esa gloria en la que Cristo ha resucitado, mediante la
semejanza práctica de los que son parte de ella a Su muerte; de la creencia verdadera de ellos en la cruz, mediante el hecho
de que ellos están crucificados para el mundo, y el mundo para ellos. Unidad, la unidad de la iglesia, a la que "el Señor
añadía a la Iglesia los salvados, de día en día." (Hechos 2:47 - VM), fue cuando nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones
(Hechos 4:32 - NVI), y su ciudadanía estaba en los cielos (Filipenses 3:20); pues ellos no podían ser divididos en la esperanza
común de aquello. Ello entrelazaba necesariamente los corazones de los hombres. El Espíritu de Dios ha dejado registrado,
que la división comenzó acerca de los bienes de la iglesia, aun en el mejor uso de ellos, de parte de los interesados en ellos;
pues allí podía haber división, allí podía haber intereses egoístas.
¿Estoy deseando que los
creyentes corrijan a las iglesias? Yo les estoy implorando que ellos se corrijan a sí mismos, viviendo a la altura, en alguna
medida, de la esperanza de su llamamiento. Les imploro que demuestren su fe en la muerte del Señor Jesús, y que se gloríen
en la gloriosa certeza que han obtenido mediante ella, siendo semejantes a Él en Su muerte (Filipenses 3:10) - que demuestren
su fe en Su venida, y esperándola de forma práctica mediante una vida adecuada a deseos fijos en dicha venida. Que ellos testifiquen
contra la secularidad y la ceguera de la iglesia; pero que sea consistente con su propia conducta. "Que vuestra mesura sea
conocida de todos los hombres." (Filipenses 4:5 - BJ).
Mientras el espíritu del
mundo prevalezca (yo estoy persuadido que pocos creyentes están del todo conscientes cuánto prevalece este espíritu en la
iglesia) la unión espiritual no puede subsistir. Pocos creyentes están del todo conscientes de qué manera el espíritu que
abrió gradualmente la puerta al dominio de la apostasía, aún vierte su debilitante y funesta influencia sobre la iglesia profesante.
Ellos piensan, debido a que fueron liberados de su dominio secular, que están libres del espíritu práctico que le dio surgimiento;
y debido a que Dios ha obrado mucha liberación, por lo tanto ellos han de estar satisfechos. Nada podría ser un testimonio
de un mayor alejamiento del pensamiento del Espíritu de la promesa, el cual, teniendo el premio del supremo llamamiento de
Dios ante él, insta siempre hacia él, procura siempre semejanza a la muerte, para que pueda llegar a la resurrección de entre
los muertos (Filipenses 3:11). Este pensamiento espera al Señor, y, contemplando Su gloria a cara descubierta, es transformado
"en la misma semejanza, de gloria en gloria." (2 Corintios 3:18 - VM). Porque, preguntemos, ¿es la iglesia de Dios del modo
que los creyentes quisieran? ¿Acaso no creemos que, como cuerpo, se alejó totalmente de Él? ¿Ha sido restaurada como para
que Él se glorifique en ella cuando Él aparezca? ¿Es la unión de los creyentes de la manera que Él señala como siendo su característica
peculiar? ¿Acaso no existen estorbos sin remover? ¿No existe un espíritu práctico de mundanalidad en discrepancia esencial con los verdaderos términos del evangelio - la muerte
y el regreso del Señor Jesús como Salvador? ¿Pueden los creyentes decir que ellos actúan sobre el precepto de que
su mesura sea conocida por todos los hombres? (Filipenses 4:5 - BJ).
Yo sí creo que Dios está
obrando, por medios y de modos sobre los cuales se piensa poco, preparando el camino del Señor, enderezando Sus sendas - llevando
a cabo la obra de Elías mediante una mezcla de providencia y testimonio. Estoy persuadido que Él abatirá el orgullo de la
gloria humana, "La mirada altiva del hombre será abatida, y humillada la soberbia de los hombres; el SEÑOR solo será exaltado
en aquel día. Porque el día del SEÑOR de los ejércitos vendrá contra todo el que es soberbio y altivo, contra todo
el que se ha ensalzado, y será abatido. Y esto será contra todos los cedros del Líbano altos y erguidos, contra todas
las encinas de Basán, contra todos los montes encumbrados, contra todos los collados elevados, contra toda torre alta, contra
toda muralla fortificada, contra todas las naves de Tarsis y contra toda obra de arte preciada. Será humillado el orgullo
del hombre y abatida la altivez de los hombres; el SEÑOR solo será exaltado en aquel día, y los ídolos desaparecerán por completo.
Se meterán los hombres en las cuevas de las rocas y en las hendiduras de la tierra, ante el terror del SEÑOR y ante
el esplendor de su majestad, cuando Él se levante para hacer temblar la tierra. Aquel día el hombre arrojará a los topos y
a los murciélagos, sus ídolos de plata y sus ídolos de oro que se había hecho para adorarlos; y se meterá en las cavernas
de las rocas y en las hendiduras de las peñas, ante el terror del SEÑOR y ante el esplendor de su majestad, cuando
Él se levante para hacer temblar la tierra." (Isaías 2: 11-21 - LBLA).
Pero hay una parte práctica
para que los creyentes actúen. Ellos pueden poner su mano sobre muchas cosas que hay en ellos mismos que son prácticamente inconsistentes con el poder de aquel día - cosas que demuestran que el interés de ellos no
está puesto en ese poder - el conformarse al
mundo, algo que demuestra que la cruz no tiene su propia gloria ante sus ojos. Que ellos sopesen estas cosas. Estas
cosas son sólo sugerencias inconsistentes; pero, ¿son ellas el testimonio del Espíritu o no? Que sean puestas a prueba por
la Palabra. Que la doctrina todopoderosa de la cruz sea testificada a todo hombre, y que el ojo del creyente esté dirigido
a la venida del Señor. Pero no privemos a nuestras almas de toda la gloria que acompañaba a esa esperanza, poniendo nuestros
afectos sobre cosas cuyo origen mundano será demostrado, y que han de terminar en él. ¿Permanecerán estas cosas cuando Él
venga?
Además, la unidad es la
gloria de la iglesia; pero unidad para asegurar y promover nuestros propios intereses no es la unidad de la iglesia, sino que es una confederación y la negación de la naturaleza y esperanza de la iglesia.
La unidad, que es de la iglesia, es la unidad del Espíritu, y sólo puede ser en las cosas del Espíritu, y, por tanto, sólo
puede ser perfeccionada en personas espirituales.
Se trata ciertamente del
carácter esencial de la iglesia, y esto da testimonio poderosamente al creyente acerca de su estado actual. Pero, yo pregunto,
si la iglesia profesante busca intereses mundanos, y si el Espíritu de Dios está entre nosotros, ¿será Él, entonces, el ministro
de unidad en búsquedas tales como estas? Si las varias iglesias profesantes los buscan, cada una por su cuenta, no se necesita
dar respuesta alguna. Pero si ellas se reúnen para buscar un interés común, no nos dejemos engañar; esto no es mejor que lo
otro, si no es la obra del Señor. En este caso hay dos cosas que debemos considerar. Primero, ¿Son nuestros objetivos en nuestra
obra exclusivamente los objetivos del Señor, y ningunos otros? Si no lo han sido en cuerpos religiosos separados los unos
de los otros, tampoco lo serán si es que ellos deciden unirse. Que el pueblo del Señor sopese esto. En segundo lugar, que
nuestra conducta dé testimonio de nuestros objetivos. Si nosotros no estamos viviendo en el poder del reino del Señor, ciertamente
no seremos consistentes al procurar sus fines. Dejemos que entre en nuestras mentes, mientras estamos pensando acerca de qué
cosa buena podemos hacer para heredar la vida eterna, la decisión de vender todo lo que tenemos, tomar nuestra cruz, y seguir
a Cristo. ¿No llega esto muy cerca del corazón de muchos?
Entonces, tengamos en
mente fuertemente las verdades siguientes - lo que son llamadas 'comuniones' son (en cuanto al pensamiento del Señor acerca
de Su iglesia) desuniones; y son, de hecho, una negación de Cristo y de la Palabra. "¿No sois carnales, y andáis como hombres?"
(1 Corintios 3:3). "¿Acaso está dividido Cristo?" (1 Corintios 1:13). ¿Acaso Él no lo está, por lo que concierne a nuestros corazones desobedientes? Yo pregunto a los creyentes,
"habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?" (1 Corintios 3:3).
Sí, efectivamente, no
hay unión profesada entre ustedes en absoluto. Mientras los hombres se enorgullezcan de pertenecer a la Iglesia Establecida,
o de ser Presbiterianos, Bautistas, Independientes, o cualquier otra cosa, ellos son anticristianos. Entonces, ¿cómo debemos
estar unidos? Yo respondo: debe ser la obra del Espíritu de Dios. ¿Siguen ustedes el testimonio de ese Espíritu en la Palabra como siendo aplicable de forma práctica a sus conciencias,
para que ese día no venga de improviso sobre ustedes? "En aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla, sintamos una
misma cosa." (Filipenses 3:16). "Y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declarará Dios" (Filipenses 3:15 -
BJ), y nos mostrará la senda correcta. Descansemos en la promesa de Aquel que no puede mentir. Que los que son fuertes soporten
las flaquezas de los que son débiles, y no se complazcan a ellos mismos. (Romanos 15:1 - VM).
Las iglesias que profesan
ser iglesias (especialmente las establecidas) han pecado grandemente insistiendo en cosas que son indiferentes y entorpeciendo
la unión de los creyentes, y esta acusación recae en gran medida sobre las jerarquías de las varias iglesias. Ciertamente
el orden es necesario, pero donde ellos decían 'las cosas son indiferentes y son nada en sí mismas: por lo tanto ustedes deben
utilizarlas para el bien de nuestro placer', la Palabra del Espíritu de Cristo dice, 'ellas son indiferentes: por lo tanto
no nos someteremos a vuestra debilidad, y no ofenderemos a un hermano por quien Cristo murió.' Pablo no habría comido carne
mientras el mundo perdurara, si ello hubiese herido la conciencia de un hermano débil, aunque el hermano débil hubiera estado
equivocado. ¿Y por qué se insistía en estas cosas? Porque ellas daban distinción y un lugar en el mundo.
Si el orgullo de la autoridad
y la soberbia de la separación fueren disueltos (y ninguna de las dos cosas son del Espíritu de Cristo), y la Palabra del
Señor fuese tomada coma la única guía práctica, y si los creyentes actuasen conforme a ella, nos ahorraríamos mucho juicio,
aunque quizás no hallaríamos totalmente la gloria del Señor, y muchos pobres creyentes, sobre quienes los ojos del Señor están
puestos para bendición, hallarían consuelo y reposo. Con todo, a los tales digo, No teman, ustedes saben en quien han creído,
y si el juicio viene, queridos hermanos, ustedes pueden levantar la cabeza, "porque vuestra redención está cerca." (Lucas
21:28).
Pero para las iglesias
(si, con todo, el Señor pudiera tener misericordia, pues el Señor no puede darles el visto bueno en su estado actual, como
ellas deben reconocerlo), que ellas se juzguen a ellas mismas por la Palabra. Que los creyentes quiten los estorbos a la gloria
del Señor que sus propias inconsistencias presentan, y por medio de las cuales ellos están unidos al mundo, y su juicio está
pervertido. Que hablen el uno con el otro, buscando Su voluntad en la Palabra, y que vean si no es acompañada por una bendición;
de todos modos, los asistirá a ellos mismos; se encontrarán con el Señor como aquellos que le han esperado, y se pueden regocijar
sinceramente en Su salvación. Que ellos comiencen estudiando el capítulo 12 de la epístola a los Romanos, si es que piensan
que participan de la inefable redención forjada mediante la cruz.
Permítanme que formule
a las iglesias profesantes, en todo amor, una pregunta. Ellas a menudo han profesado ante los Católicos Romanos, y verdaderamente
también, su unidad en la fe doctrinal, ¿por qué, entonces, no hay una unidad real? Si ellas ven el error unas en otras, ¿no
deberían humillarse las unas por las otras? ¿Por qué, en la medida de lo que se ha logrado, no siguen una misma regla, no
hablan una misma cosa; y si en alguna cosa hubiera diversidad de pensamiento (en vez de contender fundamentados sobre la ignorancia),
por qué no esperan en oración, que Dios les pueda revelar también esto a ellas? ¿Acaso no deberían, los que de entre ellos
aman al Señor, ver si no podrían discernir una causa? Con todo, yo sé muy bien que, hasta que el espíritu del mundo sea limpiado
de entre ellos, la unidad no puede existir, ni los creyentes pueden hallar seguro reposo. Yo temo que esto no sea sino mediante
"espíritu de juicio y con espíritu de devastación" (Isaías 4:4). Los hijos de Dios sólo pueden seguir una cosa - la gloria
del nombre del Señor, y eso conforme al modo señalado en la Palabra; si la iglesia profesante está orgullosa de sí misma,
y descuida esto, ya no les queda nada más, sino del mismo modo que Él, para que Él pudiera santificar el pueblo con Su propia
sangre, "padeció fuera de la puerta", salir "a Él, fuera del campamento, llevando su vituperio." (Hebreos 13: 12, 13).
Sería bueno sopesar profundamente
el segundo y el tercer capítulo de Sofonías. ¿Qué es lo que está sucediendo en Inglaterra en estos momentos - un momento de
ansiedad y angustia de juicio entre sus hombres políticos y pensadores? Vaya, nosotros vemos las iglesias Disidentes utilizando
el apoyo de verdaderos incrédulos, y a la iglesia Establecida (a saber, la Anglicana) utilizando el apoyo de incrédulos prácticos
(y digo esto sin despreciarlos), para obtener una participación en, o para mantener para ellas mismas, las ventajas y los
honores seculares de ese mundo del cual el Señor vino a redimirnos. ¿Se parece esto en algo a Su pueblo peculiar? ¿Qué es
lo que yo tengo que ver con estas cosas? Nada. Pero como hay hermanos relacionados tanto con unas como con las otras, todo
el que piense en ello tiene que testificar con toda su fuerza, para que de alguna forma u otra él pueda mantenerse libre de
ello, para que no sea avergonzado en el día de la venida del Señor. Y muchos de aquellos en quienes el pueblo de Dios ha confiado,
y se ha fiado, considerándolos como siendo los que tienen entendimiento, siguen adelante formando parte del séquito; y los
simples, como los que siguieron a Absalón, van tras ellos, sin saber hacia dónde ellos se dirigen.
Es muy posible imaginarnos
de qué se trata este apoyo. Pero, qué clase de substituto para apoyarse en el Señor Jehová, el Salvador, para la prosperidad
espiritual de Su pueblo, como sus siervos en oración y ministerio a causa de Su nombre: mientras que, como podríamos suponer
bien, los que los apoyan los utilizan solamente como instrumentos de sus propios propósitos partidarios. Pera tales alianzas
no pueden prosperar. Pero, ¿qué es lo que debe hacer el pueblo del Señor? Que esperen en el Señor, y que esperen conforme
a la enseñanza de Su Espíritu, y en conformidad a la imagen, mediante la vida del Espíritu, de Su Hijo. Que ellos sigan andando
su camino por las huellas del rebaño, si ellos han de conocer dónde el buen Pastor apacienta a Su rebaño por la tarde. Que
ellos sean seguidores de los que por medio de la fe y la paciencia heredan las promesas, recordando la palabra: "Ata el rollo
del testimonio, y sella la ley entre mis discípulos. Y yo aguardaré a Jehová, que ha escondido su rostro de la casa de
Jacob; sí, le esperaré a él." (Isaías 8: 16, 17 - VM). Y si entre ellos el camino parece oscuro, que ellos se acuerden de
la palabra de Isaías: "¿Quién hay de entre vosotros que teme a Jehová, que escucha la voz de su siervo; que sin embargo
anda en tinieblas y no tiene luz? ¡Confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios!" (Isaías 50:10 - VM).
Si se me preguntase nuevamente
acerca de qué es lo que yo tengo que ver con ellos, solamente puedo responder que sinceramente me importan mucho: me importan
los Disidentes por su integridad de conciencia, y por su gran comprensión que a menudo tienen de la mente de Cristo; y me
importa la iglesia, aunque no fuera más que por el recuerdo de esos hombres, quienes, no obstante la manera en que ellos se
puedan haber enredado exteriormente con lo que no correspondía con su propio espíritu y puedan haber fracasado al no haberse
librado de ello, parecen haber bebido interiormente más profundamente del Espíritu de Aquel que los llamó, que cualquiera
desde los días de los apóstoles; hombres en cuya comunión me deleito agradecidamente, a quienes me deleito honrar. Pero, ¿no
hay nadie que traiga a su mente el espíritu al cual ellos pertenecían? Nosotros tenemos muchas ventajas que ellos no tuvieron.
¡Oh, que Dios pueda poner la presencia* de Su Espíritu en muchos para llevar a cabo la obra mientras se dice hoy: que Él pueda
quitar el espíritu de letargo de los que duermen, y conducirlos en Su propia senda - la angosta pero bienaventurada senda
que conduce a la vida - la senda en la que el Señor de gloria anduvo - a aquellos
que Él ha despertado, para que ellos puedan caminar en la luz del Señor.
{* Nota del Editor en Inglés: sería más correcto utilizar aquí la palabra poder.
Quizás es un error tipográfico en el original.}
Pero si alguien va a decir:
«si tú ves estas cosas, ¿qué estás haciendo al respecto?» Yo sólo puedo reconocer profundamente los extraños e infinitos defectos,
y me duelo y me lamento acerca de ellos; reconozco la debilidad de mi fe, pero busco fervientemente dirección. Y déjenme añadir
que, cuando tantos de los que deberían guiar van por su propio camino, esto da como resultado que aquellos que con agrado
los habrían seguido se hacen más lentos y débiles por temor a errar de alguna manera en andar por la senda recta, e impide
el servicio de ellos aunque sus almas puedan ser salvas. Pero yo repetiría solemnemente lo que dije antes - es imposible encontrar
la unidad de la iglesia hasta que el objetivo común de los que son miembros de ella sea la gloria del Señor, quien es el Autor
y consumador de su fe: una gloria que será manifestada en su brillantez en Su venida, cuando la forma de este mundo actual
desaparecerá (1 Corintios 7:31 - NVI), y, por consiguiente, una gloria que obra en conformidad y comienza en espíritu cuando
somos plantados juntamente con Él en la semejanza de Su muerte. Porque la unidad puede, en la naturaleza de las cosas, estar
solamente allí; a menos que el Espíritu de Dios quien reúne a Su pueblo, los reúna para propósitos que no son de Dios, y los
consejos de Dios en Cristo sean reducidos a nada. El propio Señor dice, "para que todos ellos sean uno; así como tú, oh Padre,
eres en mí, y yo en ti, para que ellos también sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. Y la
gloria que me has dado a mí, yo se la he dado a ellos: para que ellos sean uno, así como nosotros somos uno; yo en
ellos, y tú en mí, para que ellos sean hechos perfectos en la unidad; para que conozca el mundo que tú me enviaste, y que
los has amado a ellos, así como me has amado a mí." (Juan 17: 21, 22, 23 - VM).
Qué bueno sería que la
iglesia sopesara esta palabra, y viera si su estado actual no imposibilita necesariamente que cada uno de sus miembros resplandezca
en la gloria del Señor, o si no imposibilita el llevar a cabo ese propósito para el que cada uno fue llamado. Y yo les pregunto,
¿todos procuran o desean esto? ¿o se satisfacen ellos sólo con sentarse y decir que Su promesa ha llegado completamente a
su fin por siempre jamás? Ciertamente si nosotros no podemos decir, "Levántate, resplandece, porque ha llegado tu luz y la
gloria del SEÑOR ha amanecido sobre ti" (Isaías 60:1 - LBLA), deberíamos decir, "Despierta, despierta, vístete de poder, oh
brazo del SEÑOR; despierta como en los días de antaño, en las generaciones pasadas. ¿No eres tú el que despedazó a Rahab,
el que traspasó al dragón?" (Isaías 51:9 - LBLA). Ciertamente "jamás oyeron los hombres, ni con los oídos percibieron,
ni ojo de nadie ha visto, fuera de ti, oh Dios, las cosas que hará el Señor por aquel que le espera." (Isaías 64-4
- VM). ¿Dará Él Su gloria a un grupo u otro? O, ¿dónde hallará Él un lugar para que SU gloria repose entre nosotros? ¿O es
que hallaste el vigor de tu mano, y así no te debilitaste? (Isaías 57:10 - BJ). Con todo, Él ciertamente reunirá a Su pueblo
y los que no lo sean serán avergonzados.
He ido más allá de lo
que era originalmente mi intención en este artículo; si en algo he ido más allá de la medida del Espíritu de Jesucristo, aceptaré
con agradecimiento la reprobación, y oro a Dios que ello sea olvidado.
J.
N. Darby (1800 - 1882)
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Enero 2008.-
Título original en inglés: CONSIDERATIONS ON
THE NATURE AND UNITY OF THE CHURCH OF CHRIST by J.N.Darby
Traducido con permiso
Versión Inglesa |
|
|