EDIFICACIÓN ESPIRITUAL CRISTIANA EN GRACIA Y VERDAD

GILGAL (C. H. Mackintosh)

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Duración: 1 hora, 13 minutos, 36 segundos

GILGAL

 

C. H. Mackintosh

 

Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

 

 

1ª Parte

 

"Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza". (Epístola a los Romanos, capítulo 15, versículo 4). Estas pocas palabras proporcionan un claro e incuestionable derecho para que el cristiano escudriñe el amplio y magnífico campo de la Escritura del Antiguo Testamento, y recopile en ella enseñanza y consuelo conforme a la medida de su capacidad y el carácter o profundidad de su necesidad espiritual. Es en la fuerza de estas palabras que invitamos al lector a acompañarnos hasta el comienzo del libro de Josué para que juntos contemplemos las escenas sorprendentes e instructivas que son presentadas allí, y procuremos recolectar algunas de las preciosas 'enseñanzas' allí presentadas. Aprenderemos algunas hermosas lecciones a orillas del Jordán, y encontraremos que el aire de Gilgal es muy saludable y vigorizante para la constitución espiritual.

 

"POR la mañana pues madrugó Josué, y levantando el campamento desde Sitim, vinieron al Jordán, él y todos los hijos de Israel; e hicieron estancia allí antes de pasar el río. Y aconteció que al fin de tres días, los magistrados pasaron por en medio del campamento, y mandaron al pueblo, diciendo: Cuando viereis el Arca del Pacto de Jehová vuestro Dios, y a los sacerdotes levitas que la van llevando, entonces os levantaréis de vuestro puesto e iréis en pos de ella. Pero dejaréis un buen espacio entre vosotros y ella, como de dos mil codos medidos; no os acerquéis a ella, para que podáis saber el camino por donde habéis de ir; pues no habéis pasado antes por este camino". (Libro de Josué, capítulo 3, versículos 1-4 – VM).

 

Hay tres asuntos profundamente importantes en la historia de Israel que el lector haría bien en ponderar. En primer lugar, la sangre puesta en el dintel en la tierra de Egipto; en segundo lugar, el Mar Rojo; y en tercer lugar, el río Jordán.

 

Ahora bien, en cada uno de estos casos nosotros tenemos un tipo de la muerte de Cristo en uno u otro de sus grandes aspectos; porque, como sabemos, esa preciosa muerte tiene muchos y variados aspectos y nada puede ser más provechoso para el cristiano, y sin duda nada debiese ser más atractivo, que el estudio del profundo misterio de la muerte de Cristo. Hay profundidades y alturas en aquel misterio que sólo la eternidad revelará; y bajo el poderoso ministerio del Espíritu Santo, mediante la perfecta luz de la Sagrada Escritura, nuestro deleite debiese ser ahora escudriñar en estas cosas para la fortaleza, el consuelo y el refrigerio del hombre interior.

 

Entonces, considerando la muerte de Cristo como tipificada por la sangre del cordero pascual vemos en ella aquello que nos protege del juicio de Dios. Leemos,  "Yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto”. (Véase Éxodo capítulo 12).

 

Ahora bien, nosotros casi no necesitamos decir que para el alma ejercitada y conscientemente culpable es de la más profunda importancia saber que Dios ha provisto un refugio de la ira y el juicio venideros. Ninguna persona sensata pensaría ni por un momento subestimar este aspecto de la muerte de Cristo. "Y veré la sangre y pasaré de vosotros". La seguridad de Israel descansaba en la estimación que Dios tenía de la sangre. No dice: «Cuando vosotros veáis la sangre». El Juez vio la sangre, conocía su valor y pasó por alto la casa. Israel fue protegido por la sangre del cordero, — por la estimación que Dios tenía de esa sangre, no por la estimación de ellos. ¡Precioso hecho!

 

¡Cuán propensos somos a estar ocupados con nuestros pensamientos acerca de la sangre de Cristo en lugar de estarlo con los pensamientos de Dios! Nosotros sentimos que no valoramos esa preciosa sangre como debiésemos, — ¿quién lo hizo o podría jamás hacerlo? y entonces comenzamos a preguntarnos si estamos a salvo, viendo que fracasamos tan tristemente en nuestra estimación de la obra de Cristo y en nuestro amor a Su persona.

 

Nosotros somos salvos por gracia, — gracia gratuita, soberana, divina y eterna, — no por nuestro sentido de la gracia. Estamos protegidos por la sangre, no por nuestra estimación de la sangre. Jehová no dijo en aquella horrible noche: «Cuando veáis la sangre y la estiméis como debieseis estimarla pasaré de vosotros». Nada de eso. Este no es el modo de obrar de nuestro Dios. Él quiso proteger a Su pueblo y hacerles saber que estaban protegidos, — perfectamente protegidos, porque estaban divinamente protegidos, — y por tanto Él coloca el asunto enteramente sobre una base divina; Él lo saca enteramente de manos de ellos, asegurándoles que su seguridad dependía simple y enteramente de la sangre, y de Su estimación de la misma. Les da a entender que ellos no tenían absolutamente nada que ver con la provisión del refugio. La provisión era de Él. El disfrute fue de ellos.

 

Por lo tanto, dicha sangre estuvo entre Jehová y Su Israel en aquella noche memorable y así es entre Él y el alma que simplemente confía en Jesús ahora. No nos salva nuestro amor, ni nuestra estimación de la sangre, ni nada. Somos salvos por la sangre detrás de la cual la fe ha huido para refugiarse, y por la estimación que Dios tiene de ella, que la fe aprehende. Y así como Israel dentro de ese dintel manchado de sangre, protegido del juicio, — a salvo de la espada del destructor, — podía alimentarse del cordero asado, así el creyente perfectamente protegido de la ira venidera, — dulcemente a seguro de todo peligro, protegido del juicio, — puede alimentarse de Cristo en toda la preciosidad de lo que Él es.

 

Nosotros estamos especialmente ansiosos de que el lector pondere el asunto acerca del cual nos hemos estado explayando, si él es alguien que todavía no ha encontrado la paz, incluso en cuanto al asunto de estar a salvo del juicio venidero que, tal como veremos, es sólo una parte, aunque una parte inefablemente preciosa, de lo que la muerte de Cristo nos ha deparado.

 

Muy poca idea tenemos verdaderamente de cuánta levadura de justicia propia se adhiere a nosotros, incluso después de nuestra conversión, y cuán inmensamente ella interfiere con nuestra paz, con nuestro disfrute de la gracia y con nuestro posterior progreso en la vida divina. Puede ser que imaginemos que hemos terminado con la justicia propia cuando hemos renunciado a todo pensamiento acerca de ser salvos mediante nuestras obras; pero, lamentablemente, ello no es así porque el mal adopta nuevas formas; y de todas ellas ninguna es más sutil que el sentimiento de que nosotros no valoramos la sangre como debiéramos, y el hecho de dudar de nuestra seguridad por aquel motivo. Todo esto es fruto de la justicia propia. No hemos acabado con el yo, con nosotros mismos. Puede ser cierto que no estamos haciendo que nuestras acciones sean algo que nos salva, pero sí hacemos que nuestros sentimientos lo sean. Tal vez estamos procurando, sin que nosotros mismos lo sepamos, encontrar algún tipo de derecho en nuestro amor a Dios o en nuestra apreciación de Cristo.

 

Ahora bien, nosotros debemos renunciar a todo esto. Debemos descansar sencillamente en la sangre de Cristo y en el testimonio que Dios da acerca de esa sangre. Él ve la sangre. La valora como se merece. Está satisfecho. Esto debiese satisfacernos a nosotros. Él no dijo a Israel: «Cuando vea cómo os comportáis, cuando vea los panes sin levadura, las hierbas amargas, los lomos ceñidos, los pies calzados, pasaré de vosotros». (Véase Éxodo 12: 13).

 

No hay duda alguno acerca de que todas estas cosas tuvieron su lugar apropiado; pero ese lugar apropiado no fue como fundamento de la seguridad, sino como el secreto de la comunión. Ellos estaban llamados a comportarse, llamados a guardar la fiesta; pero eso fue porque ellos eran un pueblo amparado, no para serlo. En esto radicó toda la diferencia. Ellos pudieron celebrar la fiesta porque estaban divinamente protegidos del juicio. Tuvieron la autoridad de la palabra de Dios que les aseguraba que no había juicio para ellos; y si ellos creían en esa palabra podían celebrar la fiesta en paz y seguridad. "Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos". (Hebreos 11: 28).

 

En esto consiste el profundo y precioso secreto de todo el asunto. Fue por la fe que Moisés celebró la pascua. Dios había dicho: "Veré la sangre y pasaré de vosotros", y Él no podía negarse a sí mismo. Habría sido una negación de Su naturaleza y carácter mismos, y un desconocimiento de Su propio bienaventurado remedio que un solo cabello de la cabeza de un israelita hubiese sido tocado en aquella noche profundamente solemne. Repetimos, no se trató en modo alguno de un asunto acerca del estado de Israel o de los méritos de Israel. Fue sencilla y enteramente un asunto del valor de la sangre a los ojos de Dios, y de la verdad y autoridad de Su palabra.

 

¡Qué estabilidad hay aquí! ¡Qué paz y qué descanso! ¡Qué sólido terreno de confianza! ¡La sangre de Cristo! ¡La Palabra de Dios! Es cierto, divinamente cierto, — que nunca sea olvidado o perdido de vista, — es sólo por la gracia del Espíritu Santo que la Palabra de Dios puede ser recibida, o que se puede confiar en la sangre de Cristo. Sin embargo, es la Palabra de Dios y la sangre de Cristo y nada más lo que da paz al corazón en cuanto a todo interrogante acerca del juicio venidero. No puede haber juicio alguno para el creyente. ¿Por qué? Porque la sangre está sobre el propiciatorio como la prueba perfecta de que el juicio ya ha sido ejecutado.

 

«Él llevó sobre el madero la sentencia por mí,

Y ahora tanto el Fiador como el pecador son libres.»

 

Aun así, y toda alabanza sea a Su nombre, así es en cuanto a cada alma que sencillamente cree a Dios Su palabra y descansa en la preciosa sangre de Cristo. Es tan imposible que tal persona pueda ser juzgada como que Cristo mismo pueda serlo. Todos los que están protegidos por la sangre están tan seguros como la Palabra de Dios es segura, — tan seguros como el propio Cristo. Parece perfectamente maravilloso que un pobre mortal pecador pueda escribir tales palabras; pero el bienaventurado hecho es que es esto o nada. Si hay alguna duda en cuanto a la seguridad del creyente entonces la sangre de Cristo no está sobre el propiciatorio, o no tiene importancia alguna en el juicio de Dios. Si se trata del estado del creyente, de su dignidad, de sus sentimientos, de su experiencia, de su andar, de su amor, de su consagración, de su apreciación de Cristo, entonces no habría fuerza, ni valor, ni verdad en esa gloriosa frase: "Veré la sangre y pasaré de vosotros"; pues en ese caso la forma del habla debería ser enteramente cambiada, y se proyectaría una sombra oscura y escalofriante sobre su celestial refulgir. Debería ser entonces: Cuando yo vea la sangre, y....

 

Pero no, amado, ansioso lector, no es así ni nunca podrá ser así. Nunca se debe agregar nada, — ni el peso de una pluma, — a esa sangre preciosa que ha satisfecho perfectamente a Dios como juez, y que cobija perfectamente a cada alma que ha huido en busca de seguridad detrás de ella. Si el justo Juez se ha declarado satisfecho ciertamente el culpable convicto también puede estar satisfecho. Dios está satisfecho con la sangre de Jesús; y cuando el alma está igualmente satisfecha todo está resuelto y hay paz en cuanto al asunto del juicio. "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". (Romanos 8: 1). ¿Cómo puede haberla puesto que Él ha llevado el juicio en lugar de ellos? Sin duda alguna, la exención del creyente del juicio es hacer a Dios mentiroso, y hacer que la sangre de Cristo no tenga efecto alguno.

 

El lector observará que hasta ahora sólo hemos estado ocupados con el asunto de la liberación del juicio, — un asunto muy importante ciertamente. Pero, como veremos en el curso de esta serie de artículos, la muerte de Cristo nos asegura mucho más que la liberación del juicio y de la ira, bienaventurada como es esta muerte. Ese sacrificio sin par hace mucho más por nosotros que mantener a Dios fuera como juez.

 

Pero hacemos una pausa por ahora y finalizaremos este artículo con una pregunta solemne y seria al lector: ¿Está usted amparado por la sangre de Jesús? No descanse, amado, hasta que pueda responder con un claro y resuelto ‘Sí’. Recuerde, o está usted amparado por la sangre, o está expuesto a los horrores del juicio eterno.

 

2ª Parte

 

En nuestro capítulo anterior tuvimos ante nosotros a Israel bajo el amparo de la sangre. Pregunto, ¿qué lenguaje humano podría exponer adecuadamente la profunda bendición de estar protegidos del juicio de Dios por la sangre del cordero, — de estar dentro de ese círculo bendito donde la ira y el juicio no pueden llegar jamás?

 

Pero bienaventurado como esto es hay mucho más que esto. La salvación de Dios incluye mucho más que la liberación del juicio y de la ira. Nosotros podemos tener la más plena seguridad de que nuestros pecados han sido perdonados, que Dios nunca entrará en juicio con nosotros a causa de nuestros pecados, y sin embargo estar realmente muy lejos del disfrute de la verdadera posición cristiana. Podemos estar llenos de toda clase de temores acerca de nosotros mismos, — temores ocasionados por ser conscientes del pecado que habita en nosotros, del poder de Satanás, de la influencia del mundo. Todas estas cosas pueden aflorar ante nosotros con las más graves aprensiones.

 

Así, por ejemplo, cuando leemos Éxodo capítulo 14 encontramos a Israel en la más profunda angustia y casi abrumado por el temor. Parecería como si por el momento ellos hubieran perdido de vista el hecho de que habían estado bajo la cobertura de la sangre. Veamos el pasaje.

 

“Habló Jehová a Moisés, diciendo: Dí a los hijos de Israel que den la vuelta y acampen delante de Pi-hahirot, entre Migdol y el mar hacia Baal-zefón; delante de él acamparéis junto al mar. Porque Faraón dirá de los hijos de Israel: Encerrados están en la tierra, el desierto los ha encerrado. Y yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Jehová. Y ellos lo hicieron así”.

 

“Y fue dado aviso al rey de Egipto, que el pueblo huía; y el corazón de Faraón y de sus siervos se volvió contra el pueblo, y dijeron: ¿Cómo hemos hecho esto de haber dejado ir a Israel, para que no nos sirva?” —  presten ustedes atención a estas palabras, — “Y unció su carro, y tomó consigo su pueblo; y tomó seiscientos carros escogidos, y todos los carros de Egipto, y los capitanes sobre ellos. Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de Israel habían salido con mano poderosa. Siguiéndolos, pues, los egipcios, con toda la caballería y carros de Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot, delante de Baal-zefón. Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron a Jehová”. (Éxodo 14: 1-10).

 

Ahora bien, nosotros podemos sentirnos dispuestos a preguntar: ¿Son estas las personas que hemos visto tan recientemente alimentándose en perfecta seguridad bajo la cubierta de la sangre? Sí, son exactamente los mismos. ¿De dónde entonces estos temores, esta intensa alarma, este agonizante clamor? ¿Pensaron ellos realmente que Jehová iba a juzgarlos y destruirlos después de todo? No exactamente. Entonces, ¿de qué tenían temor? De perecer en el desierto, después de todo. Leemos, "Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto". (Éxodo 14: 10-12).

 

Todo esto fue de lo más sombrío y deprimente. Sus pobres corazones parecían fluctuar entre los "sepulcros en Egipto" y la muerte en el desierto. No hay ningún sentido de liberación, ningún conocimiento adecuado de los propósitos de Dios ni de la salvación de Dios. Todo parece oscuridad absoluta, casi al borde de la descorazonada esperanza. Ellos están completamente cercados y ‘encerrados’. Parecen estar en una peor situación que nunca. Desean de todo corazón volver a estar entre los hornos de ladrillos y los campos de rastrojos de Egipto. Arenas del desierto a ambos lados de ellos; el mar al frente; ¡Faraón y todos sus terroríficos ejércitos detrás!

 

El caso parecía totalmente desesperado, y era desesperado en lo que a ellos concernía. Eran completamente impotentes y se estaba haciendo que ellos se dieran cuenta de ello; y éste es un proceso muy doloroso por el cual pasar pero muy sano y valioso, sí, muy necesario para todos. Todos nosotros debemos aprender de un modo u otro la fuerza, el significado y la profundidad de esa frase: "cuando aún éramos débiles". (Romanos 5: 6). Es exactamente en la proporción en que descubrimos lo que es ser débiles que estamos preparados para apreciar el "debido tiempo" de Dios.

 

Pero, podemos preguntar aquí: ¿Hay algo en la historia del pueblo de Dios que responde ahora a la experiencia de Israel en el Mar Rojo? Indudablemente lo hay porque se nos dice que las cosas que le sucedieron a Israel son ejemplos o tipos para nosotros. Y muy ciertamente la escena del Mar Rojo está llena de enseñanzas para nosotros. ¡Cuán a menudo encontramos a los hijos de Dios zozobrar en profundidades mismas de angustia y oscuridad en cuanto a su estado y perspectivas! No es que ellos pongan en duda el amor de Dios o la eficacia de la sangre de Jesús, ni tampoco que Dios vaya a tomarles en cuenta sus pecados, o a entrar en juicio con ellos. Pero aun así ellos no tienen el sentido de la liberación completa. No ven la aplicación de la muerte de Cristo a su mala naturaleza. No se dan cuenta de la gloriosa verdad de que por esa muerte ellos han sido completamente liberados de este presente siglo malo, del dominio del pecado y del poder de Satanás. Ellos ven que la sangre de Jesús los protege del juicio de Dios, pero no ven que están “muertos al pecado"; que su "viejo hombre fue crucificado juntamente con él (Cristo)"; que no sólo sus pecados han sido puestos sobre Cristo en la cruz, sino que ellos mismos, como hijos pecadores de Adán, han sido por un acto de Dios identificados con Cristo en su muerte; que Dios los declara muertos y resucitados con Cristo. (Véase Colosenses 3: 1-4; Romanos 6). Pero si esta preciosa verdad no es aprehendida mediante la fe, no hay un sentido luminoso, feliz y emancipador de salvación plena y eterna. Ellos están, para hablar conforme a nuestro tipo, al lado egipcio del Mar Rojo, y en peligro de caer en manos del príncipe de este mundo. Ellos no ven a todos sus enemigos “muertos a la orilla del mar". No pueden cantar el cántico de redención. Nadie puede cantarlo hasta que esté en pie mediante la fe en el lado desierto del Mar Rojo o, en otras palabras, hasta que él vea su completa liberación del pecado, del mundo y de Satanás, — los grandes enemigos de todo hijo de Dios.

 

De este modo, al contemplar los hechos de la historia de Israel tal como están registrados en los primeros quince capítulos de libro del Éxodo observamos que ellos no elevaron ni una sola nota de alabanza hasta que hubieron atravesado el Mar Rojo. Nosotros oímos el clamor de dolorosa angustia bajo el látigo cruel de los capataces de Faraón, y en medio del penoso trabajo de los hornos de ladrillos de Egipto. Y oímos el clamor de temor cuando estuvieron "entre Migdol y el mar ". Todo esto oímos pero ni una sola nota de alabanza, ni un solo tono de triunfo hasta que las aguas del Mar Rojo se cerraron entre ellos y la tierra de servidumbre y de muerte, y vieron todo el poder del enemigo quebrantado y desaparecido. "Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo. Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel". (Éxodo 14: 26-31; Éxodo 15: 1).

 

Ahora bien, ¿cuál es la sencilla aplicación de todo esto para nosotros como cristianos? ¿Qué gran lección debemos aprender de las escenas a orillas del Mar Rojo? En una palabra, ¿de qué es un tipo el Mar Rojo? ¿Y cuál es la diferencia entre el dintel manchado de sangre y el mar dividido?

 

El Mar Rojo es el tipo de la muerte de Cristo en su aplicación a todos nuestros enemigos espirituales, — el pecado, el mundo y Satanás. Mediante la muerte de Cristo el creyente es completamente y para siempre libertado del poder del pecado. ¡Lamentablemente! él es consciente de la presencia del pecado, pero su poder ha desaparecido. Él ha muerto al pecado en la muerte de Cristo y, ¿qué poder tiene el pecado sobre un muerto? Es el privilegio del cristiano considerarse tan libertado del dominio del pecado como un hombre que yace muerto sobre el suelo. ¿Qué poder tiene el pecado sobre alguien así? Ninguno en absoluto. Ya no lo tiene sobre el cristiano. El pecado mora en el creyente y lo hará hasta el fin de la vida física; pero su dominio ha desaparecido. Cristo ha arrancado el cetro de las garras de nuestro viejo amo y lo destruyó completamente. No es meramente que Su sangre ha eliminado nuestros pecados sino que Su muerte ha quebrantado el poder del pecado para el creyente.

 

Una cosa es saber que nuestros pecados han sido perdonados y otra muy distinta es saber que "el cuerpo del pecado” ha sido destruido, — su gobierno terminado, — su dominio desaparecido. (Romanos 6: 6). Muchos les dirán que ellos no cuestionan el perdón de pecados pasados pero no saben qué decir en cuanto al pecado residente. Ellos temen que después de todo eso pueda venir contra ellos y llevarlos al juicio. Tales personas están, para usar la figura, ‘entre Migdol y el Mar Rojo’. No han aprendido la doctrina del capítulo 6 de la epístola a los Romanos. En la inteligencia y comprensión espirituales de ellos, ellos mismos todavía no han llegado al lado de la resurrección del Mar Rojo. No saben lo que es estar muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6: 11).

 

¿Cómo sé yo esto? ¿Acaso es porque lo siento? No, ciertamente. ¿Cómo podría yo sentirlo? ¿Cómo podría darme cuenta de ello? ¿Cómo podría yo tener alguna vez conciencia de ello mientras estoy en el cuerpo? Imposible. Pero Dios me dice que he muerto en la muerte de Cristo. Yo lo creo. No discurro acerca de ello. No titubeo porque no pueda encontrar ninguna evidencia de la verdad de esto en mí mismo. Yo creo a Dios Su palabra. Considero que yo soy lo que Él me dice que soy. No procuro luchar y esforzarme y moldearme a mí mismo hasta alcanzar un estado sin pecado lo cual es imposible. Tampoco imagino que estoy en dicho estado, lo cual sería un engaño y una ilusión; sino que mediante una fe sencilla e infantil asumo el terreno bienaventurado que la fe me asigna en asociación con un Cristo muerto. Yo considero a Cristo allí y conforme a la palabra de Dios veo en Él la verdadera expresión de dónde yo estoy, en la Presencia divina. No razono desde mí mismo hacia arriba sino que razono desde Dios hacia abajo. Esto hace toda la diferencia. Es la diferencia entre incredulidad y fe, entre ley y gracia, entre la religión humana y el cristianismo divino. Si yo razono desde mí mismo, ¿cómo puedo tener algún pensamiento correcto acerca de lo que hay en el corazón de Dios? — todas mis conclusiones deben ser completamente falsas. Pero si por otra parte yo oigo a Dios y creo a Su Palabra mis conclusiones son divinamente sanas. Abraham no se consideró a sí mismo y la improbabilidad, incluso la imposibilidad de tener un hijo en su vejez, sino que creyó a Dios y le dio gloria. Y esto le fue contado por justicia.

 

Además, es un asunto magnífico y esencial que el alma comprenda que Cristo es la única definición del lugar del creyente ante Dios. Esto da inmensos poder, libertad y bendición. "Como él es, así somos nosotros en este mundo." (1ª Juan 4: 17). ¡Esto es algo perfectamente maravilloso! Meditémoslo. Pensemos en un pobre, desdichado y culpable esclavo del pecado, un siervo de Satanás, un incondicional del mundo, expuesto a un infierno eterno, — alguien así, recogido por la gracia soberana, libertado completamente de las garras de Satanás, del dominio del pecado, del poder de este presente siglo malo, perdonado, lavado, justificado, acercado a Dios, acepto en Cristo, e identificado perfectamente y para siempre con Él, de modo que el Espíritu Santo puede decir: ¡Como Cristo es, así es él en este mundo!

 

Todo esto parece demasiado bueno como para ser verdad; y con toda seguridad es demasiado bueno para que nosotros lo consigamos; pero, ¡bendito sea el Dios de toda gracia, y bendito sea el Cristo de Dios! no es demasiado bueno para Él darlo. Dios da como Él mismo. Él será Dios a pesar de nuestra indignidad y de la oposición de Satanás. Él actuará de manera digna de Él mismo y digna del Hijo de Su amor. Si se tratara de nuestros merecimientos sólo podríamos pensar en el más profundo y oscuro abismo del infierno. Pero viendo que es un asunto acerca de lo que es digno de Dios dar, y que Él da conforme a Su estimación del valor de Cristo, entonces de verdad podemos pensar en el lugar más elevado en el cielo. La gloria de Dios y el mérito de Su Hijo están implicados en Sus tratos con nosotros; y por lo tanto, todo lo que pudiera interponerse en la senda de nuestra eterna bienaventuranza ha sido dispuesto de tal manera como para asegurar la gloria divina, y proporcionar una respuesta triunfante a toda reivindicación del enemigo. ¿Es un asunto de transgresión? Él nos ha perdonado todas las transgresiones. Leemos, “Y a vosotros, estando muertos en vuestras transgresiones, y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, habiéndoos perdonado, de su gracia, todas vuestras transgresiones”. (Colosenses 2: 13 – VM).  ¿Es un asunto de pecado? Él ha condenado el pecado en la cruz, y así lo ha quitado de en medio. (Hebreos 9: 26). ¿Es asunto de culpa? Ella ha sido anulada mediante la sangre de la cruz. ¿El asunto es la muerte? Él ha quitado su aguijón y, de hecho, la ha convertido en parte de nuestra propiedad. (1ª Corintios 15: 55-57).  ¿Se trata de Satanás? Él lo ha destruido anulando todo su poder. ¿Se trata del mundo? Él Nos ha libertado de él y ha roto todo eslabón que nos conectaba con él.

 

¡Oh, que el bendito Espíritu abra los ojos del pueblo de Dios y les haga ver su lugar apropiado, su liberación plena y eterna en asociación con Cristo, el cual murió por ellos y en quien ellos han muerto y han salido así del poder de todos sus enemigos!

 

3ª Parte

 

Habiendo dado una mirada a dos de los asuntos principales de nuestro tema, a saber, Israel liberado de la culpa al amparo de la sangre, e Israel libertado de todos sus enemigos en el paso del Mar Rojo, nosotros tenemos que contemplar ahora por unos momentos a Israel cruzando el Jordán y celebrando la fiesta pascual en Gilgal, en lo que ellos representan la posición resucitada de los cristianos ahora.

 

El cristiano es alguien que no sólo está protegido del juicio por la sangre del Cordero, no sólo libertado del poder de todos sus enemigos por la muerte de Cristo, sino que también está asociado con Él donde Él está ahora, a la diestra de Dios; pues con Cristo el cristiano ha salido de la muerte en resurrección, y es bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Por lo tanto, él es un hombre celestial y como tal está llamado a andar en este mundo en todas las diversas relaciones y responsabilidades en las que la buena mano de Dios lo ha situado. Él no es un monje, ni un asceta, ni un hombre que vive en las nubes no apto para la tierra o para el cielo. No es alguien que vive en una región de ensueño, nebulosa y poco práctica; sino por el contrario, es alguien cuyo feliz privilegio es reflejar de día en día en medio de las escenas y circunstancias de la tierra las gracias y virtudes de Cristo, con quien él está unido en el poder del Espíritu Santo por medio de la gracia infinita y sobre el firme fundamento de la redención consumada.

 

Así es el cristiano conforme a la enseñanza del Nuevo Testamento. Que el lector procure entenderla. Ella es muy real, muy clara , muy positiva, muy práctica. Un niño puede conocerla, comprenderla y exhibirla. Un cristiano es alguien cuyos pecados han sido perdonados, es alguien que posee vida eterna y la conoce; es alguien en quien mora el Espíritu Santo; es acepto y está asociado con un Cristo resucitado y glorificado; ha roto con el mundo, está muerto al pecado y a la ley, y encuentra su objeto y su deleite, y su sustento espiritual en el Cristo que lo amó y se entregó a Sí mismo por él y cuya venida espera todos los días de su vida.

 

Esta es, repetimos, la descripción neotestamentaria de un cristiano. No necesitamos decir cuán inmensamente difiere del tipo común de profesión cristiana que nos rodea. Pero dejemos que el lector se mida a sí mismo mediante la norma divina y vea en qué él no está a la altura; porque de esto puede estar seguro, a saber, que no hay motivo alguno en lo que concierne al amor de Dios o a la obra de Cristo o al testimonio del Espíritu Santo, por el cual él no deba estar en el pleno disfrute de todas las ricas y extraordinarias bendiciones espirituales que pertenecen a la verdadera posición cristiana. La oscura incredulidad alimentada por la legalidad, la mala enseñanza y la religiosidad espuria priva a muchos de los amados hijos de Dios del lugar y la porción apropiados de ellos. Y no sólo eso sino que por falta de una ruptura completa con el mundo muchos se ven tristemente impedidos de tener una clara percepción y una plena realización de su posición y privilegios como hombres celestiales.

 

Pero más bien estamos anticipando la enseñanza que nos es presentada en la historia típica de Israel en los capítulos 3-5 del libro de Josué, enseñanza a la cual nos referiremos ahora. Leemos, "POR la mañana pues madrugó Josué, y levantando el campamento desde Sitim, vinieron al Jordán, él y todos los hijos de Israel; e hicieron estancia allí antes de pasar el río. Y aconteció que al fin de tres días, los magistrados pasaron por en medio del campamento, y mandaron al pueblo, diciendo: Cuando viereis el Arca del Pacto de Jehová vuestro Dios, y a los sacerdotes levitas que la van llevando, entonces os levantaréis de vuestro puesto e iréis en pos de ella. Pero dejaréis un buen espacio entre vosotros y ella, como de dos mil codos medidos; no os acerquéis a ella, para que podáis saber el camino por donde habéis de ir; pues no habéis pasado antes por este camino". (Josué 3: 1-4 – VM).

 

Es muy deseable que el lector capte con toda sencillez y claridad la verdadera trascendencia espiritual del río Jordán. Este río tipifica la muerte de Cristo en uno de sus espléndidos aspectos, así como el Mar Rojo la tipifica en otro. Cuando los hijos de Israel estuvieron en el lado desierto del Mar Rojo ellos cantaron el cántico de redención. Eran un pueblo libertado, libertado de Egipto y del poder de Faraón. Vieron a todos sus enemigos muertos a la orilla del mar. Incluso ellos pudieron anticipar con tonos resplandecientes su entrada triunfal en la tierra prometida. "Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; Lo llevaste con tu poder a tu santa morada. Lo oirán los pueblos, y temblarán; Se apoderará dolor de la tierra de los filisteos. Entonces los caudillos de Edom se turbarán; A los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; Se acobardarán todos los moradores de Canaán. Caiga sobre ellos temblor y espanto; A la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra; Hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová, Hasta que haya pasado este pueblo que tú rescataste. Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, En el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, En el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado. Jehová reinará eternamente y para siempre". (Éxodo 15: 13-18).

 

Todo esto fue perfectamente magnífico y divinamente cierto. Pero ellos aún no estaban en Canaán. El Jordán, — del que no hay mención alguna en su glorioso cántico de victoria, — se interponía entre ellos y la tierra prometida. Es cierto que según el propósito de Dios y el criterio de la fe la tierra era de ellos; pero tenían que atravesar el desierto, cruzar el Jordán y tomar posesión de ella.

 

¡Cuán constantemente nosotros vemos todo esto ejemplificado en la historia de las almas! Cuando se convierten por primera vez no hay más que gozo, victoria y alabanza. Ellos saben que sus pecados han sido perdonados; están llenos de admiración, amor y alabanza. Siendo justificados por la fe ellos tienen paz con Dios; y pueden gloriarse en la esperanza de Su gloria, sí, y se glorían en Él mismo por medio de nuestro Señor Jesucristo. Ellos están en Romanos 5: 1-11, y en un sentido no puede haber nada más elevado. Incluso en el cielo mismo no tendremos nada más elevado ni mejor que ‘gloriarnos en Dios’. Hay personas que hablan a veces de Romanos 8 como siendo más elevado que Romanos 5, pero ¿qué puede ser más elevado que el hecho de ‘gloriarnos en Dios’? Si somos llevados a Dios nosotros hemos alcanzado el punto más exaltado al que cualquier alma puede llegar. Conocerle a Él como nuestra porción, nuestro descanso, nuestro apoyo, nuestro objeto, nuestro todo, tener todos nuestros manantiales en Él, y conocerle a Él como una perfecta cubierta para nuestros ojos en todo tiempo y en todo lugar y bajo toda circunstancia, esto es el cielo mismo para el creyente.

 

Pero hay esta diferencia entre Romanos 5 y Romanos 8, a saber, que Romanos 6 y 7 se encuentran en medio; y cuando el alma ha recorrido estos últimos de manera práctica, y aprende cómo aplicar su profunda y preciosa enseñanza al gran asunto del pecado residente y la ley, entonces dicha alma está en un mejor estado, aunque ciertamente no en una posición más elevada.

 

Repetimos y con énfasis las palabras ‘recorrido de manera práctica’. Porque así debe ser si realmente queremos entrar en estos santos misterios conforme a Dios. Es fácil hablar acerca de estar "muerto al pecado" y "muerto a la ley", — es fácil ver estas cosas escritas en Romanos 6 y 7, — fácil es captar en el intelecto la mera teoría de estas cosas. Pero la pregunta es, ¿las hemos hecho nuestras? ¿Han sido aplicadas a nuestras almas de manera práctica por el poder del Espíritu Santo? ¿Son exhibidas vivamente en nuestros modos de obrar para gloria de Aquel que a tal costo para Sí mismo nos ha traído a un lugar tan maravilloso de bendición y privilegio?

 

Es de temer que hay una vasta cantidad de tráfico meramente intelectual en estos profundos y preciosos misterios de nuestra santísima fe, misterios que si tan sólo se asieran con poder espiritual producirían maravillosos resultados en la práctica.

 

Pero debemos regresar a nuestro tema; y al hacerlo preguntaremos al lector si él comprende realmente el verdadero significado espiritual del río Jordán. ¿Qué significa realmente? Nosotros hemos dicho que tipifica la muerte de Cristo. Pero, ¿en qué aspecto? porque esa preciosa muerte, como estamos considerando ahora, tiene muchos y diversos aspectos. Creemos que el Jordán presenta la muerte de nuestro Señor Jesucristo como aquello mediante lo cual somos introducidos en la herencia que Él ha obtenido para nosotros. El Mar Rojo libertó a Israel de Egipto y del poder de Faraón. El Jordán los introdujo en la tierra de Canaán.

 

Encontramos ambas cosas en la muerte de Cristo. Él, bendito sea Su nombre, mediante Su muerte en la cruz, — Su muerte en lugar nuestro, — nos ha libertado de nuestros pecados, de la culpa y condenación de ellos, del poder de Satanás y de este presente siglo malo.

 

Pero más que esto, pues por la misma obra infinitamente preciosa Él nos ha llevado ahora a una posición enteramente nueva en resurrección y en unión y asociación vivientes con Él mismo, donde Él está a la diestra de Dios. Tal es la clara enseñanza de Efesios 2 donde leemos, "Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús". (Efesios 2: 4-6).

 

Observen la pequeña palabra "dio". El apóstol no está hablando de lo que Dios hará sino de lo que Él hizo, — hizo por nosotros y con nosotros en Cristo Jesús. El creyente no tiene que esperar hasta que él pase de esta vida para disfrutar su herencia en el cielo. En la Persona de su Cabeza viviente y glorificada, mediante la fe, por medio del Espíritu, él pertenece allí ahora y es libre para todo lo que Dios ha dado a todos los Suyos.

 

Es todo esto real y verdadero? Sí, tan real y verdadero como que Cristo colgó de la cruz y yació en el sepulcro; tan real y verdadero como el hecho de que nosotros estábamos muertos en delitos y pecados; tan real y verdadero como la verdad de Dios puede hacerlo; tan real y verdadero como la morada del Espíritu Santo en el cuerpo de cada verdadero creyente.

 

Lector, preste usted atención a que nosotros no estamos hablando ahora del ejercicio práctico de toda esta gloriosa verdad en la vida de los cristianos de día en día. Esto es algo completamente distinto. Lamentablemente, tristemente, si nuestra única idea de la verdadera posición cristiana tuviera que ser deducida de la carrera práctica de los cristianos profesantes, nosotros podríamos renunciar al cristianismo como siendo un mito o un engaño.

 

Pero, gracias a Dios, ello no es así. Nosotros debemos enterarnos de lo que es el verdadero cristianismo en las páginas del Nuevo Testamento, y habiéndonos enterado allí debemos juzgarnos a nosotros mismos, nuestros modos de obrar, nuestro entorno, mediante su luz celestial. De este modo, aunque nosotros siempre tendremos que confesar y lamentar nuestros defectos, nuestros corazones se llenarán cada vez más de alabanzas a Aquel cuya gracia infinita nos ha llevado a una posición tan gloriosa, en unión y comunión con Su Hijo, — una posición que, bendito sea Dios, no depende en absoluto de nuestro estado personal, pero que si realmente la hemos comprendido, debe ejercer una poderosa influencia en todo nuestro curso de vida, conducta y carácter.

 

4ª Parte

 

Cuanto más profundizamos en la enseñanza típica presentada en el río Jordán, tanto más claramente debemos ver que toda la posición cristiana está involucrada en el punto de vista desde el cual lo vemos. El Jordán significa muerte, pero para el creyente una muerte que pasó, — la muerte por la que hemos pasado identificados con Cristo y que mediante la resurrección nos ha llevado al otro lado, — el lado de Canaán, — donde Él está ahora. Él, tipificado por el arca, ha pasado delante de nosotros al Jordán para contener su torrente para nosotros y hacer de él una senda seca para nuestros pies, para que podamos pasar “en seco” a nuestra herencia celestial. El Autor de la vida ha destruido, en nuestro favor, al que tenía el imperio de la muerte.(Hebreos 2: 14).  Él ha quitado a la muerte su aguijón; en efecto, Él ha hecho que la muerte misma sea el medio por el cual nosotros llegamos incluso ahora, en espíritu y por fe, a la verdadera Canaán celestial.

 

Veamos cómo es revelado todo esto en nuestro tipo. Preste usted particularmente atención al mandamiento dado por los oficiales del campamento. "Cuando viereis el Arca del Pacto de Jehová vuestro Dios, y a los sacerdotes levitas que la van llevando, entonces os levantaréis de vuestro puesto e iréis en pos de ella". (Josué 3: 3 - VM).  El arca debía ir primero. Ellos no se atrevieron moverse ni una pulgada por aquel camino misterioso hasta que el símbolo de la Presencia divina hubo ido delante.

 

“Pero dejaréis un buen espacio entre vosotros y ella, como de dos mil codos medidos; no os acerquéis a ella, para que podáis saber el camino por donde habéis de ir; pues no habéis pasado antes por este camino”. (Josué 3: 4 – VM). Ellos tenían ante sí un río impetuoso. Ningún mortal podría hollarlo impunemente. Muerte y destrucción van unidas. "Está decretado a los hombres que mueran una sola vez, y después de esto se seguirá el juicio". (Hebreos 9: 27 – VM). ¿Quién puede estar en pie ante el rey de los terrores? ¿Quién puede enfrentar a ese enemigo sombrío y terrible? ¿Quién puede enfrentarse al caudaloso Jordán? ¿Quién, salvo que el Arca vaya primero, puede enfrentar a la muerte y al juicio? El pobre Pedro pensó que él podía pero estaba tristemente equivocado. Dijo a Jesús: "Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; mas me seguirás después". (Juan 13: 36).

 

Cuán plenamente explican estas palabras el significado de ese místico ‘espacio’ entre Israel y el arca. Pedro no entendió aquel espacio. No había estudiado bien Josué capítulo 3, versículo 4. Él no conocía nada acerca de aquella terrible senda en la que su bendito Maestro estaba a punto de entrar. "Pedro le dijo: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? Mi vida pondré por ti". (Juan 13: 37).

 

¡Pobre querido Pedro! ¡Cuán poco conocía acerca de sí mismo o lo que él, — sinceramente, sin duda, aunque con ignorancia, — se proponía hacer! ¡Cuán poco se imaginaba él que el sonido mismo del oscuro río de la muerte, oído incluso a distancia, bastaría para aterrorizarlo hasta el punto de hacerle maldecir y jurar que no conocía a su Maestro! (Véase Mateo 26: 69-75).  "Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces". (Juan 13: 38).

 

“Pero dejaréis un buen espacio entre vosotros y ella”. Cuán necesario! ¡Cuán absolutamente esencial! Verdaderamente había un buen espacio entre Pedro y su Señor. Jesús tenía que ir antes. Él tuvo que afrontar la muerte en su forma más terrible. Él tuvo que hollar aquel áspero camino en profunda soledad, — pues ¿quién podría acompañarle? "Dejaréis un buen espacio entre vosotros y ella… no os acerquéis a ella, para que podáis saber el camino por donde habéis de ir; pues no habéis pasado antes por este camino”. (Josué 3: 4 – VM).

 

“No me puedes seguir ahora; mas me seguirás después”. Bendito Maestro! Él no permitiría que su pobre y débil siervo entrase en aquel terrible camino hasta que Él mismo hubiera ido antes y hubiera transformado tan enteramente su carácter que el camino de la muerte fuera iluminado con los rayos de la vida y la luz del rostro de Dios. Nuestro Jesús “anuló la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio". (2ª Timoteo 1: 10 – RVA).

 

De este modo la muerte ya no es muerte para el creyente. Para Jesús fue muerte en toda su intensidad, en todos sus horrores, en toda su realidad. Él la afrontó como el poder que Satanás ejerce sobre el alma del hombre. La afrontó como el castigo debido al pecado. La afrontó como el justo juicio de Dios contra el pecado, — contra nosotros. No hubo ni una sola característica, ni un solo ingrediente, ni una sola circunstancia que pudiera hacer que la muerte fuera aterradora que no entró en la muerte de Cristo. Él afrontó todo; y, bendito sea Dios, se nos considera como que hemos pasado por todo en Él y por medio de Él. Nosotros hemos muerto en Él, de modo que la muerte ya no tiene reivindicación alguna sobre nosotros, ni poder sobre nosotros. Sus reivindicaciones han sido eliminadas, su poder ha sido quebrantado y ha desaparecido para todos los creyentes. Toda la escena está completamente libre de muerte y llena de vida e incorruptibilidad.

 

Y por eso encontramos en el caso de Pedro a nuestro Señor, en el último capítulo de Juan, satisfaciendo muy benignamente el deseo del corazón de Su siervo, — un deseo en el que él fue perfectamente sincero, — el deseo de seguir a su amado Señor. "De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios". (Juan 21: 18, 19). De este modo la muerte, en vez de ser el juicio de Dios para angustiar a Pedro, fue convertida en un medio mediante el cual Pedro podría glorificar a Dios.

 

¡Qué transformación tan gloriosa! ¡Qué estupendo misterio! ¡De qué manera engrandece la cruz, o más bien a Aquel que colgó de ella! ¡Qué poderosa revolución es cuando un pobre hombre pecador puede, mediante la muerte, glorificar a Dios! Tan completamente ha sido la muerte privada de su aguijón, tan completamente ha sido transformado su carácter que en lugar de rehuirla con terror nosotros podemos enfrentarla si viene, y pasar a través de ella con un cántico de victoria; y en lugar de ser para nosotros la paga del pecado, ella es un medio mediante el cual podemos glorificar a Dios. ¡Toda la alabanza a Aquel que ha obrado así por nosotros!; ¡a Aquel que ha descendido a las más recónditas profundidades del Jordán por nosotros, y ha hecho allí un camino por el cual Su pueblo rescatado puede pasar a su herencia celestial! ¡Que nuestros corazones Le adoren! ¿Que todas nuestras fuerzas sean despertadas para magnificar Su santo nombre! ¡Que toda nuestra vida esté dedicada a Su alabanza! ¡Que podamos apreciar la gracia y retener la herencia!

 

Pero debemos proseguir con nuestro tipo. "Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo. Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo". (Josué 3: 6, 7). Josué está ante nosotros como un tipo del Cristo resucitado guiando a Su pueblo en el poder del Espíritu Santo a su herencia celestial. Los sacerdotes que llevaron el arca en medio del Jordán tipifican a Cristo descendiendo a la muerte por nosotros y destruyendo completamente su poder. Como reza el himno, «Él pasó a través del oscuro e impetuoso río de la muerte para asegurar mi descanso»; y no sólo para hacer que eso sea seguro sino para conducirnos a él en asociación con Él mismo ahora, en espíritu y por medio de la fe, — y en breve a un hecho real..

 

“Y Josué dijo a los hijos de Israel: Acercaos, y escuchad las palabras de Jehová vuestro Dios. Y añadió Josué: En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros, y que él echará de delante de vosotros al cananeo… He aquí, el arca del pacto del Señor de toda la tierra pasará delante de vosotros en medio del Jordán”. (Josué 3: 9-11).

 

El paso del arca por el Jordán demostró dos cosas: a saber, la presencia del Dios viviente en medio de Su pueblo, y que muy ciertamente Él echaría fuera a todos sus enemigos de delante de ellos. La muerte de Cristo es la base y la garantía de todo para la fe. Esperamos que usted nos conceda solamente esto, a saber, que Cristo ha descendido a la muerte por nosotros, y nosotros argumentamos con toda la confianza posible, que en este gran hecho todo está asegurado. Dios está con nosotros y Dios está a favor nuestro. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8: 31, 32). La dificultad de la incredulidad es: ¿Cómo lo va a hacer?». La dificultad de la fe es: «¿Cómo no lo va a hacer?»

 

Israel se podría preguntar cómo todas las huestes de Canaán podrían ser expulsadas de delante de ellos; pero que contemplen ellos el arca en medio del Jordán, y dejen de preguntarse, dejen de dudar. Lo menor está incluido en lo mayor. Y por eso nosotros podemos decir: ¿Qué no podemos esperar viendo que Cristo ha muerto por nosotros? No hay nada demasiado bueno, nada demasiado grande, nada demasiado glorioso que Dios haga por nosotros y en nosotros y con nosotros, viendo que no ha escatimado a Su propio Hijo unigénito, sino que lo entregó por todos nosotros. Todo está asegurado para nosotros por la preciosa muerte de Cristo. Él ha abierto las compuertas eternas del amor de Dios para que sus ricas corrientes fluyan hasta las profundidades mismas de nuestras almas. Dicho amor nos llena de la más dulce seguridad de que Aquel que pudo herir a Su Hijo unigénito sobre el madero, maldito por nosotros, satisfará todas nuestras necesidades, nos llevará a través de todas nuestras dificultades, y nos conducirá a la plena posesión y disfrute de todo lo que Su eterno propósito de gracia tiene reservado para nosotros.

 

Habiéndonos dado tal prueba de Su amor aun cuando todavía éramos pecadores, ¿qué no podemos esperar de Sus manos ahora que Él nos ve en asociación con Aquel bendito que Le glorificó en la muerte, — la muerte que Él murió en nuestro lugar? Cuando Israel vio el arca en medio del Jordán ellos tuvieron derecho a considerar que todo estaba asegurado. Como también dijo nuestro Señor a Sus discípulos antes de dejarlos: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16: 33); y ante la perspectiva de Su cruz Él pudo decir: "Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera". (Juan 12: 31).  Es cierto que, como sabemos,  Israel tuvo que tomar posesión; tuvo que plantar sus pies sobre la herencia; pero el poder que pudo contener las tenebrosas aguas de la muerte pudo también echar fuera a todo enemigo de delante de ellos y ponerlos en pacífica posesión de todo lo que Dios había prometido.

 

5ª Parte

 

Al concluir esta serie de breves artículos acerca de Gilgal nosotros debemos dirigir nuestros pensamientos a la aplicación práctica de lo que ha estado ocupando nuestra atención. Si es cierto, — y lo es, — que Jesús murió en nuestro lugar, es igualmente cierto que nosotros hemos muerto en Él; tal como uno de nuestros poetas lo ha expresado dulcemente:

 

«En mi lugar, Señor Jesús, has muerto,

Y yo he muerto en Ti;

Has resucitado, mis ataduras están todas desatadas,

Y ahora Tú vives en mí.

El rostro del Padre de gracia radiante

Resplandece ahora en luz sobre mí».

 

Ahora bien, esta es una gran verdad práctica, — y ninguna lo es más. Ella está en la base misma de todo cristianismo verdadero. Si Cristo ha muerto por nosotros, si ha muerto en nuestro lugar, entonces Él, de hecho, nos ha sacado completamente de nuestra antigua condición con todo lo que a ella pertenecía y nos ha situado en una situación completamente nueva. Nosotros podemos mirar hacia atrás desde el terreno de resurrección en el que estamos ahora, hacia el tenebroso río de la muerte, y ver allí en sus más recónditas profundidades el monumento conmemorativo de la victoria obtenida para nosotros por el Autor de la vida. Nosotros no esperamos la muerte; nosotros la miramos como algo pasado. Podemos decir: "Ciertamente ya pasó la amargura de la muerte ".

 

Jesús afrontó la muerte por nosotros en su forma más terrible. Así como el río Jordán fue dividido cuando presentaba su aspecto más pavoroso, — “porque el Jordán suele desbordarse por todas sus orillas todo el tiempo de la siega" (Josué 3: 15), — así nuestro Jesús afrontó a nuestro último gran enemigo, lo venció en su forma más temible, y dejó tras de sí, en el centro mismo del tenebroso dominio de la muerte, el registro imperecedero de Su gloriosa victoria. - ¡Toda alabanza, homenaje y adoración a Su nombre sin par! Es nuestro privilegio estar sobre lado de Canaán del Jordán mediante la fe y en espíritu, y erigir nuestro monumento conmemorativo de lo que el Salvador, el verdadero Josué, ha hecho por nosotros.

 

“Cuando toda la gente hubo acabado de pasar el Jordán, Jehová habló a Josué, diciendo: Tomad del pueblo doce hombres, uno de cada tribu, y mandadles, diciendo: Tomad de aquí de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce piedras, las cuales pasaréis con vosotros, y levantadlas en el lugar donde habéis de pasar la noche. Entonces Josué llamó a los doce hombres a los cuales él había designado de entre los hijos de Israel, uno de cada tribu. Y les dijo Josué: Pasad delante del arca de Jehová vuestro Dios a la mitad del Jordán, y cada uno de vosotros tome una piedra sobre su hombro, conforme al número de las tribus de los hijos de Israel, para que esto sea señal entre vosotros; y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron divididas delante del arca del pacto de Jehová; cuando ella pasó el Jordán, las aguas del Jordán se dividieron; y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre”. (Josué 4: 1-7).

 

El gran hecho debía ser entendido y llevado a la práctica por toda la asamblea, "uno de cada tribu ", — “cada uno de vosotros tome una piedra sobre su hombro ", una piedra tomada del lugar mismo donde los pies de los sacerdotes estaban firmes. Todos debían entrar en contacto personal y vivo con el gran hecho misterioso de que las aguas del Jordán habían sido divididas. Todos debían involucrarse en erigir un monumento conmemorativo de este hecho que suscitara la consulta de sus hijos acerca de lo que ello significaba. Esto nunca debía ser olvidado.

 

¡Qué lección hay aquí para nosotros! ¿Estamos erigiendo nuestro monumento conmemorativo? ¿Estamos presentando evidencia, — una evidencia tal que pueda impresionar incluso la mente de un niño, — evidencia del hecho de que nuestro Jesús ha vencido el poder de la muerte por nosotros? ¿Estamos ofreciendo alguna prueba práctica en la vida diaria de que Cristo ha muerto por nosotros y que nosotros hemos muerto en Él? ¿Hay algo en nuestra historia real de cada día que responda a la figura expuesta en el pasaje que acabamos de citar: "cada uno de vosotros tome una piedra sobre su hombro"? ¿Estamos nosotros manifestando claramente que hemos pasado el Jordán “en seco”, — que pertenecemos al cielo, — que no estamos en la carne sino en el Espíritu? ¿Ven nuestros hijos algo en nuestras costumbres y modos de obrar, en nuestro espíritu y conducta, en todo nuestro carácter y manera de vivir, que los lleve a preguntar: "¿Qué significan estas piedras?" — ¿Estamos viviendo como los que están muertos con Cristo, — muertos al pecado, — muertos al mundo? ¿Estamos libertados del mundo de manera práctica, dejando nuestro apego a las cosas presentes en el poder de la comunión con un Cristo resucitado?

 

Estas son preguntas escudriñadoras para el alma, amado lector cristiano. Procuremos afrontarlas honestamente, como estando en la divina presencia. Nosotros profesamos estas cosas, las sostenemos en teoría. Decimos que creemos que Jesús murió por nosotros y que nosotros hemos muerto en Él. ¿Dónde está la prueba, — dónde está el permanente monumento conmemorativo, dónde está la piedra sobre el hombro? Juzguémonos honestamente ante Dios. No nos satisfagamos con nada que no sea la realización minuciosa, práctica y habitual de la gran verdad de que estamos muertos y que nuestra vida “está escondida con Cristo en Dios". (Colosenses 3: 1-3). La mera profesión carece de valor. Nosotros queremos el poder viviente, — el resultado verdadero, — el fruto apropiado.

 

“Y Josué erigió en Gilgal las doce piedras que habían traído del Jordán. Y habló a los hijos de Israel, diciendo: Cuando mañana preguntaren vuestros hijos a sus padres, y dijeren: ¿Qué significan estas piedras? declararéis a vuestros hijos, diciendo: Israel pasó en seco por este Jordán. Porque Jehová vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros, hasta que habíais pasado, a la manera que Jehová vuestro Dios lo había hecho en el Mar Rojo, el cual secó delante de nosotros hasta que pasamos; para que todos los pueblos de la tierra conozcan que la mano de Jehová es poderosa; para que temáis a Jehová vuestro Dios todos los días”. (Josué 4: 20-24).

 

Entonces nosotros vemos aquí a Israel en Gilgal. "Se hizo todo lo que Jehová había mandado a Josué que dijese al pueblo, conforme a todas las cosas que Moisés había mandado a Josué". (Josué 4: 10). Cada miembro de la compañía había pasado el Jordán en seco, — ninguno había experimentado el menor roce del río de la muerte. La gracia los había traído de manera segura a la herencia prometida a sus padres. Ellos no sólo estaban separados de Egipto por el Mar Rojo sino que habían sido llevados a entrar en Canaán cruzando por el lecho seco del Jordán, y acamparon en Gilgal, en los llanos de Jericó.

 

Y preste usted atención ahora a lo que sigue a continuación. "Cuando todos los reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán al occidente, y todos los reyes de los cananeos que estaban cerca del mar, oyeron cómo Jehová había secado las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel hasta que hubieron pasado, desfalleció su corazón, y no hubo más aliento en ellos delante de los hijos de Israel". (Josué 5: 1).

 

"En aquel tiempo", — ¡noten las palabras! — cuando todas las naciones estaban paralizadas de terror sólo al pensar en este pueblo, — "En aquel tiempo Jehová dijo a Josué: Hazte cuchillos afilados, y vuelve a circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel". (Josué 5: 2).

 

¡Cuán profundamente significativo es esto! ¡Qué sugestivos son estos "cuchillos afilados"! ¡Cuán necesarios! Si Israel está a punto de traer la espada sobre los cananeos, Israel debe tener el cuchillo afilado aplicado a ellos mismos. Ellos nunca habían sido circuncidados en el desierto. El oprobio de Egipto nunca había sido quitado de ellos. Y antes que ellos pudieran celebrar la pascua y comer del fruto de la tierra de Canaán, debían tener la sentencia de muerte escrita sobre ellos. No hay duda alguno acerca de que esto no era agradable a la naturaleza pero debía ser hecho. ¿Cómo podrían tomar posesión de Canaán estando el oprobio de Egipto sobre ellos? ¿Cómo podían personas incircuncisas desposeer a los cananeos? Imposible. Los cuchillos afilados tenían que hacer su trabajo en todo el campamento de Israel antes que ellos pudieran comer la comida de Canaán o llevar a cabo la guerra que necesariamente le correspondía.

 

"Y Josué se hizo cuchillos afilados, y circuncidó a los hijos de Israel en el collado de Aralot. Esta es la causa por la cual Josué los circuncidó: Todo el pueblo que había salido de Egipto, los varones, todos los hombres de guerra, habían muerto en el desierto, por el camino, después que salieron de Egipto…  A los hijos de ellos, que él había hecho suceder en su lugar, Josué los circuncidó; pues eran incircuncisos, porque no habían sido circuncidados por el camino… Y Jehová dijo a Josué: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto; por lo cual el nombre de aquel lugar fue llamado Gilgal [rodando], hasta hoy.

 

"Y los hijos de Israel acamparon en Gilgal, y celebraron la pascua a los catorce días del mes, por la tarde, en los llanos de Jericó. Al otro día de la pascua comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espigas nuevas tostadas. Y el maná cesó el día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra; y los hijos de Israel nunca más tuvieron maná, sino que comieron de los frutos de la tierra de Canaán aquel año". (Josué 5: 3-12).

 

Entonces, nosotros tenemos aquí un tipo de la plena posición cristiana. El cristiano es un hombre celestial, muerto al mundo, crucificado con Cristo, asociado con Él donde Él está ahora, y mientras espera Su aparición, ocupado en corazón con Él, alimentándose de él por medio de la fe como el alimento apropiado del nuevo hombre.

 

Tal es la posición del cristiano, — tal es su porción. Pero para entrar plenamente en el disfrute de dicha posición debe haber la aplicación de los "cuchillos afilados" a todo lo que pertenece a la mera naturaleza. La sentencia de muerte debe estar escrita sobre lo que la Escritura designa como el "viejo hombre".

 

Todo esto debe ser aceptado realmente y de manera práctica si queremos mantener nuestra posición o disfrutar de nuestra porción como hombres celestiales. Si nosotros estamos complaciendo a la naturaleza; si estamos viviendo en una atmósfera baja y mundana; si nos dedicamos a los intereses de este mundo, sus placeres, su política, sus riquezas, sus honores, sus modas y sus prerrogativas, — entonces de cierto es imposible que podamos disfrutar de la comunión con nuestra Cabeza y Señor resucitado. Cristo está en el cielo y para disfrutar de Él debemos estar viviendo en espíritu y por medio de la fe donde Él está. Él no es de este mundo; y si nosotros somos del mundo no podemos estar disfrutando comunión con Él. "Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad". (1ª Juan 1: 6).

 

Esto es muy solemne. Si yo estoy viviendo en el mundo y soy de él, entonces estoy andando en tinieblas y no puedo tener comunión con un Cristo celestial. "Pues", dice el bienaventurado Apóstol, "si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos (ordenanzas)?" (Colosenses 2: 20). ¿Entendemos realmente estas palabras? ¿Hemos ponderado toda la fuerza de la expresión, "como si vivieseis en el mundo"? ¿Acaso no debe ser el cristiano como uno que no vive en el mundo? Claramente debe serlo. Él debe vivir en espíritu donde Cristo está. En cuanto a los hechos, obviamente él está en esta tierra, moviéndose arriba y abajo, y dentro y fuera, en las diversas relaciones de la vida, y en las variadas esferas de acción en las cuales la mano de Dios lo ha colocado. Pero su hogar está en el cielo. Su vida está allí. Su objeto, su descanso, su verdadero todo, está en el cielo. Él no pertenece a la tierra. Su ciudadanía está en los cielos (Filipenses 3: 20); y para hacer que esto sea realidad en la práctica de día en día debe haber la negación del yo, hacer morir lo terrenal en nuestros miembros.

 

Todo esto aparece vívidamente en la epístola a los Colosenses capítulo 3. De hecho, sería imposible presentar una exposición más sorprendente de todo el tema de "Gilgal" que la presentada en las siguientes líneas: "Siendo, pues, que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Ocupad la mente en las cosas de arriba, no en las de la tierra; porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Y cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también vosotros seréis manifestados con él en gloria". (Colosenses 3: 1-4 – RVA). Y ahora viene el verdadero significado espiritual y aplicación de "Gilgal" y sus "cuchillos afilados", — leemos, "Por lo tanto, haced morir lo terrenal en vuestros miembros". (Colosenses 3: 5 – RVA).

 

Que el Espíritu Santo nos conduzca a una comprensión más profunda y plena de nuestro lugar, nuestra porción y nuestra práctica como cristianos. ¡Quiera Dios que conozcamos mejor lo que es alimentarse del fruto de la tierra en el verdadero Gilgal espiritual para que así estemos mejor preparados para el conflicto y el servicio a los cuales somos llamados!

 

C. H. Mackintosh

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Septiembre 2024

Título original en inglés:
GILGAL, by C. H. Mac kintosh
Traducido con permiso
Publicado por:
Bible Truth Publishers

Versión Inglesa
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