La Casa del Dios Viviente
F.
G. Patterson
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
3ª
Parte de: La Doctrina de Pablo y Otros Documentos
El
testimonio en el cual los fieles son llamados a andar en los postreros días tiene un doble carácter: —
en primer lugar, un testimonio de la unidad del cuerpo de Cristo, formado por el Espíritu Santo enviado en Pentecostés.
Y en segundo lugar, habiendo fracasado toda la iglesia, el carácter de un remanente manteniendo este testimonio; y
esto también en medio de una Bautizada Casa grande, — el cuerpo responsable en la tierra, comúnmente llamado
'Cristiandad'. Este testimonio nunca puede pretender ser más que un testimonio del fracaso de la iglesia
de Dios tal como fue establecida por Él. Cuanto más fiel a Cristo sea el remanente de Su pueblo, tanto más
ellos serán un testimonio del estado actual de la iglesia de Dios, es decir, de lo que ella es; pero no de lo que ella
fue, cuando fue mostrada al principio.
Ahora
bien, en la Palabra de Dios es encontrada, para ejemplo y consuelo de ellos, una fe que cuenta con Él y con Su intervención
divina cuando el fracaso del hombre está allí: una fe que se encuentra sostenida por Dios según el poder
y las bendiciones de esta época de la gracia, lo cual responde conforme a los primeros pensamientos de Su corazón
cuando Él había establecido todo en poder primigenio.
Ello
conecta aquel poder y la propia presencia del Señor con la fe de los pocos que actúan según la verdad
proporcionada para el momento actual, aunque la administración del todo no esté en funcionamiento según
el orden que Dios estableció. Por ejemplo: la bendición de Aser termina con esas hermosas palabras, —
"Como tus días serán tus fuerzas". (Deuteronomio 33: 25). y todo se arruinó tal como lo revela
la historia de Israel; sí, en la primera venida de Cristo, cuando el piadoso y santo remanente de Su pueblo estaba
esperando "la consolación de Israel"; los Simeones y las Anas de aquel día. Nosotros encontramos una
de esa misma tribu. "Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser,… viuda hacía ochenta y cuatro
años;… no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones" (Lucas
2: 21-38), en el disfrute y el poder de aquella bendición de Moisés, — como él dice: " como
tus días serán tus fuerzas", y Cristo el Señor mismo se identificó con aquel modesto remanente,
del cual ella era una; como aquellos a quienes Su Corazón podía reconocer y que estaban dispuestos a recibirle
cuando vino por primera vez.
También
el remanente retornado de Judá, en toda la debilidad de quienes no podían pretender nada más que asumir
el programa divino del pueblo terrenal de Dios; a ellos encontramos dirigidas esas palabras consoladoras: "Yo estoy con
vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto,
así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis". (Hageo 2: 4, 5). La fe de ellos
es llevada a recordar aquel imponente día de poder cuando el Señor de los ejércitos 'los tomó
sobre alas de águila, y los trajo a Él' (Éxodo 19: 4), y quitó de sus hombros las cargas
de la servidumbre egipcia. Intacto en cuanto a poder Él estuvo con ellos de todos modos para que la fe lo reclamara
y lo utilizara. Ellos no tuvieron exhibiciones externas; pero Su Palabra y Su Espíritu, los cuales demostraron Su presencia
a la fe, obraron en aquellos pocos débiles; a ellos se les reveló la conmoción de todas las cosas (Hebreos
12: 27), y la venida de Aquel que haría que la "gloria postrera" de Su casa sea "mayor que la primera".
(Hageo 2: 9). Entonces, ellos son el vínculo entre el Templo de los prósperos días de Salomón
y el del día de la gloria venidera, cuando Él se sentará y será "sacerdote sobre su trono",
y el consejo de paz estará entre Jehová y Él, y Él llevará la gloria. Leemos, "Y de
él hablarás, diciendo: Así dice Jehová de los Ejércitos: ¡Mirad al hombre cuyo nombre
es EL VÁSTAGO! y él de su propio tronco brotará; y edificará el Templo de Jehová. Sí,
edificará el Templo de Jehová, y llevará sobre sí la gloria; y se sentará y reinará
sobre su trono, siendo Sacerdote sobre su trono; y el consejo de la paz estará entre los dos". (Zacarías
5: 12, 13 – VM; Hageo capítulos 1 y 2).
Él
trastornará " el trono de los reinos" (Hageo 2: 21, 23), y hará temblar los cielos y la tierra, identificando
así todo Su poder con el más pequeño remanente de Su pueblo que anduviese en compañía con
Su pensamiento. Él hará que todos vengan y adoren delante de Sus pies, y hará que sepan que Él
los había amado.
Así,
también, aquellos que responden al llamamiento que se ajusta a Su pensamiento, tal como está presentado en Filadelfia
(Apocalipsis 3: 7-13); que son fieles a aquello que, aunque no es un estado perfecto de cosas, se ajusta al estado de fracaso
que Él contempla, — Él hace de ellos el vínculo, la cadena de plata, entre la iglesia del pasado
tal como fue establecida en Pentecostés (Hechos 2) y la iglesia de la gloria. (Apocalipsis 21: 2 y sucesivos). El vencedor
sería hecho 'columna en el templo de Su Dios', en la "nueva Jerusalén" en lo alto.
Permítanme
comentar aquí que nunca hubo, y nunca puede haber un momento, cuando lo que responde a este llamado (Filadelfia) puede
cesar hasta que el Señor venga. En el retrato moral presentado en estos dos capítulos (Apocalipsis
2 y 3), encontramos todas las siete características juntas, en cualquier momento (como estaban cuando Él
envió los mensajes) y permaneciendo así mientras las Escrituras permanezcan allí. En las edades oscuras
y en las de más luz en días posteriores; y ahora al final, antes que Él venga, todos los que en todas
partes responden con corazón maduro a la medida de la verdad que Él les ha dado, los tales son moralmente Filadelfia.
Otros pueden tener más luz; pero el corazón verdadero que anda con Cristo en lo que dicho corazón conoce,
es conocido por Él, y es lo que es contemplado en Filadelfia.
Históricamente
hay un desarrollo, — mientras el Señor tardaba, — en el estado de cada una de las siete iglesias, —
cada característica más grande entrando en prominencia y presentando las características eminentes de
la iglesia profesante hasta que la iglesia se convierte en un remanente en el mensaje a Tiatira; lo cual entonces se desarrolla
en las que siguen.
Pero
moralmente Filadelfia representa a aquellos que responden al corazón de Cristo en todo tiempo y en toda circunstancia
desde que el Señor dio esos mensajes hasta que Su amenaza es finalmente ejecutada, — "Te vomitaré
de mi boca". (Apocalipsis 3: 14-16). En la perspectiva histórica Filadelfia puede venir después de Sardis,
y ser exhortada en cuanto a que Él viene pronto, como su recurso, y a no dejar que nadie tome su corona; pero mientras
Su voz sea oída por almas fieles ellas forman, ahora, como siempre, y dondequiera que se encuentren, el vínculo
entre la iglesia en Pentecostés, y la iglesia, — la Esposa del Cordero en los días de gloria. (Apocalipsis
3: 12).
Al
igual que los siete colores prismáticos del arco iris, — el rayo único y puro de luz incolora que se descompone
en sus partes componentes, — estas siete iglesias no consisten meramente de verdaderos discursos a siete asambleas existentes
en aquel momento; tampoco son meramente acerca de un desarrollo histórico de todo el período del intervalo cristiano
mientras Cristo está oculto en los cielos y el Espíritu Santo está aquí, sino que ellas tienen
un significado moral (no siendo ningún punto de vista de mayor importancia que éste), en el que
todas las siete características y estados morales son encontrados en cualquier momento dado, desde el día en
que estos mensajes fueron pronunciados hasta el día cuando Aquel que los pronunció venga de nuevo. Al igual
que en el arco iris, en el cual se ven los siete colores, aunque uno u otro pueda llegar a ser prominente en cualquier momento.
Cada estado moral en los siete mensajes permanece desde el principio hasta el final mismo. Hay en este momento, como al principio,
los que han dejado su primer amor; y los que padecen por Cristo; y los que son fieles donde está el trono de Satanás,
y así hasta la conclusión del todo.
Además
de todo esto nosotros nunca deberíamos olvidar que el apóstol Juan está pendiente de la decadencia de
aquello que Pablo reveló, y nos dice lo que Cristo hará con aquello que lleva Su nombre. Nosotros no
tenemos para nuestra senda más enseñanzas que 'oír', — oír "lo que el Espíritu
dice a las iglesias", porque nosotros no encontramos aquí terreno eclesiástico revelado. No es incumbencia
de Juan tratar acerca de esto: Juan nunca nos presenta cosas corporativas sino individuales, y nunca habla de la iglesia de
Dios. Por lo tanto, cuando nosotros estamos arraigados y asentados en lo que nunca fracasa, — a saber, la unidad del
Cuerpo de Cristo mantenida por el Espíritu de Dios en la tierra, tal como el apóstol Pablo lo enseña,
nosotros podemos recurrir con profundo provecho a Juan y a estos mensajes, y enterarnos de lo que Cristo hará
con todo lo que lleva Su nombre en la tierra. Pero sólo de Pablo puedo aprender lo que yo debo hacer en medio
de tal escena; y cómo yo he de ser un "vencedor" conforme al pensamiento del Señor, lo cual nunca
puede ser abandonando lo que Su Espíritu mantiene en la tierra.
Cuán
importante es, por lo tanto, estar completamente arraigados en las verdades de la iglesia de Dios las cuales permanecen mientras
permanezca el Espíritu de Dios y permanezca Su Palabra, "Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento
del Hijo de Dios, hasta ser un hombre de plena madurez, hasta la medida de la estatura de la plenitud de Cristo". (Efesios
4: 13 – RVA).
Paso
ahora a examinar otro aspecto de la verdad de la Iglesia de Dios, tal como está revelada en la doctrina de Pablo: no
la verdad del Cuerpo de Cristo, — unido a su Cabeza en el cielo y mantenido por el Espíritu Santo
en la tierra en unidad, sino el de la "Casa de Dios", la "Morada de Dios en el Espíritu".
(Efesios 2: 22).
En
el día de Pentecostés el número total de discípulos que fueron bautizados con el Espíritu
Santo y fueron formados así en el Cuerpo unido a Cristo en el cielo estaban también en la tierra, una
"Morada de Dios en el Espíritu". Cada uno era coincidente con el otro. Ambos términos incluían
a las mismas personas. Aquellos que componían el Cuerpo componían la Casa, y nadie más.
Pero
a cada relación pertenecía un pensamiento diferente. En el Cuerpo existe la unión absoluta entre
Cristo y Sus miembros, — Él es la Cabeza, ellos son el Cuerpo, del cual, cuando era perseguido Él podía
decir: "¿Por qué me persigues?". (Hechos 9: 1-5). En la Casa no hay ningún pensamiento de unión
en absoluto, y entender esto es muy importante.
Uno
mora en una Casa; pero las paredes no están en unión con uno; de modo que uno no puede hablar de 'ellos'
sino de "Yo", y por este motivo no se dice que el Espíritu Santo mora en el Cuerpo, mientras que Él
sí mora en la Casa.
Durante
la primera parte de los Hechos de los Apóstoles hubo una especie de trato tentativo con Israel una vez más (capítulos
3-7) para ofrecer que Cristo, a quien ellos habían dado muerte, volvería con las "santas y fieles bendiciones
prometidas a David". Al mismo tiempo, Aquel que conocía el fin desde el principio conocía el resultado
de esta nueva oferta. Sin embargo, en Sus propósitos fue necesario sacar a relucir plenamente la responsabilidad y
la culpa de aquel pueblo arruinado en el rechazo final de Cristo en la gloria. Detrás de todo esto Dios estaba realizando
Su "propósito eterno" en la iglesia de Dios.
Cuando
Israel rechazó finalmente a su Mesías glorificado la sangre de Esteban martirizado dio testimonio de que todo
había terminado; y Saulo de Tarso "estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los
que le mataban". (Hechos 22: 20). Pero Esteban había orado en el momento de su muerte, oración que fue
maravillosamente contestada en este hombre." Señor", dijo él, "no les tomes en cuenta este pecado.
Y habiendo dicho esto, durmió". (Hechos 7: 60). ¡Saulo de Tarso fue la respuesta a esta oración!
Pero una vez abiertas en justicia las compuertas divinas de la gracia por medio de la cruz, no podía ser ahora detenida,
y la corriente que había fluido hacia "la ciudad del gran Rey", hasta aquel momento, habiendo sido finalmente
rechazada, su curso fue desviado y siguió fluyendo hacia Samaria. (Hechos 8: 1-8).
El
Señor de la mies había dicho en este lugar unos pocos años antes: "Alzad vuestros ojos y mirad los
campos, porque ya están blancos para la siega". (Juan 4: 35). Samaria está ahora conquistada por el Evangelio
y la antigua enemistad entre "este monte" y "Jerusalén" ha sido borrada mediante sus pacíficas
aguas, al menos en las almas de aquellos que aceptaron el agua de vida que fluía libremente hacia ellos. Pero Felipe
debe dejar su próspera labor y seguir la corriente, si es necesario, hasta "lo último de la tierra".
El
arenoso desierto cerca de Gaza se convierte en el canal de la gracia de Jesús. Un hijo de la raza maldita de Cam, padre
de Canaán: un chambelán etíope de la reina Candáce está
sentado en su carro leyendo al profeta Isaías. Él había venido desde el corazón de África
para adorar en Jerusalén e iba de regreso a su lugar de origen con un insatisfecho corazón. El día de
la visitación de Jerusalén había pasado. Podrían resonar una vez más las palabras de Jesús
cuando llorando exclamó: "¡¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día,
lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos". (Lucas 19: 42). Pero Aquel que es "galardonador
de los que le buscan" sigue a este 'árbol seco', y después de unas breves palabras de Felipe,
presentándole las buenas nuevas de Jesús, él recibe el mensaje del Dios y Padre de Jesús, y el
etíope "siguió gozoso su camino", — llevando este conocimiento de Jesús a las moradas
de la raza de Cus. (Hechos 8: 26-40).
Toda
la Asamblea es disgregada en Jerusalén; y "todos fueron esparcidos… salvo los Apóstoles". (Hechos
8: 1). La oración de Esteban ascendió como incienso ante Dios; y "Saulo, respirando aún amenazas
y muerte contra el Señor", — es convertido en el punto culminante de su loca carrera mediante las palabras
de Cristo en gloria: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". Él era un "instrumento escogido"
para llevar el nombre de Cristo, a quien él perseguía "en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los
hijos de Israel". (Hechos 9: 15).
Pero
tal como Pablo el apóstol nos dice, Dios había hecho de él un "perito arquitecto", —
para desplegar en sus doctrinas el misterio de Cristo y la Iglesia. Él puso el fundamento y otros edificaron encima.
(1ª Corintios 3: 19). Al hombre entonces; a Sus siervos fue encomendada la administración de esta Casa de Dios,
— compuesta de aquellos que fueron recibidos en el lugar donde moraba el Espíritu Santo. Por una parte progresaba
la obra divina de Dios al formar y mantener el Cuerpo de Cristo. Dicho cuerpo fue constituido por el bautismo del
Espíritu Santo. Por otra parte, nosotros tenemos la administración de la Casa puesta en manos del hombre:
y los que entraban, entraban mediante el bautismo de agua.
Al
principio, como hemos visto, Dios la constituyó al asumir Su morada en los discípulos en Pentecostés,
como Su Casa, o Habitación. Además, todos los que aceptaban el testimonio eran recibidos en el lugar donde moraba
el Espíritu. Los Apóstoles y los que fueron así constituidos en la Casa al principio nunca fueron bautizados:
no fueron recibidos así en lo que ellos ya eran. Pero todos los que vinieron después fueron recibidos así;
profesando mediante el bautismo que fueron "sepultados" en la muerte de Cristo. (Romanos 6). Pedro insiste en aquel
día en que todos los que vinieran debían entrar por el camino señalado: "Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo". (Hechos 2: 38). La nación estaba a punto de caer bajo juicio, — culpable ahora, con toda otra culpa,
de la sangre de su Mesías. Pero quedaba un lugar santificado al que podía huir el que derramaba la Sangre, a
saber, la Casa de Dios, — (ya no el Templo) estaba preparada para acoger a todos aquellos cuyos corazones estaban compungidos
por la culpa de ellos y que ahora eran acogidos en la Casa de Dios, edificada en Su nombre.
La
promesa era para ellos y para sus hijos, y para todos los que estaban "lejos", "para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare". (Hechos 2: 39). Cuán bienaventurado para el pobre judío saber que él estaba
entrando así en la Casa de Dios, que sus hijos no iban a ser dejados atrás en un mundo del cual Satanás
era dios y príncipe. Qué eco del día de Moisés cuando Dios los sacó de Egipto mucho tiempo
antes, que sus casas, y todo lo que pertenecía a los que habían sido liberados debían pasar al lugar
de privilegio y bendición; ni uno solo iba a quedar que los separara, — ni uno solo sería dejado atrás.
Faraón pensó, como Satanás siempre lo hace, separarlos con la palabra, — "idd vosotros, los
hombres". Pero Moisés rehusó cambiar la demanda, "Con nuestros jóvenes y con nuestros ancianos
iremos; con nuestros hijos y con nuestras hijas… porque hemos de celebrar una fiesta solemne a Jehová".
(Éxodo 10: 9-11 - VM). Y leemos cómo "todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar".
(1ª Corintios 10: 2). Como se dijo a otro antes de esto: "Entra tú y toda tu casa en el arca". (Génesis
7: 1).
Poco
después muchos más fueron añadidos a esta Casa de Dios (Hechos 4: 4), pero todos eran judíos:
Dios acordó salvar de este modo al remanente de Israel.
Samaria
cae bajo el sonido del Evangelio y el enemigo que primero comenzó 'en el interior' a través de Ananías
y Safira, ahora trata de introducir personas malvadas desde 'el exterior': como leemos en otra parte, "cizaña"
"entre el trigo fue sembrada mientras los hombres dormían". (Mateo 13: 25). "Madera, heno y hojarasca"
fueron introducidos en la Casa de Dios y Simón el mago es recibido en el entusiasmo del gozo que llenó muchos
corazones en Samaria. (Hechos 8). De este modo la casa, coincidente al principio con el Cuerpo, comenzó ya a engrandecerse
mientras estaba comprometida a la responsabilidad del hombre, a engrandecerse desproporcionadamente respecto del cuerpo, el
cual era mantenido por Dios intacto dentro de ella. Pero el Espíritu de Dios no dejó la Casa ni la ha dejado
hasta el día de hoy, aunque ella se ha agrandado llegando a ser lo que vemos a nuestro alrededor, a ser lo
que Pablo compara con "una casa grande", que no sólo contiene "vasos de oro y de plata, sino también
de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra". (2ª Timoteo 2: 20 – VM).
Como
Israel en el desierto estaba en una relación usual con Moisés en esa dispensación; todos fueron bautizados
en Moisés en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual.
Así que todos los que profesan ahora el nombre de Cristo — están de la misma manera en relación
de ordenanza o de rito con Él, como en la analogía explicada en 1ª Corintios 10: 1-11.
En
medio de esta escena, disperso exteriormente dentro de ella, se encuentra lo que siempre debería haber sido exteriormente
uno, ya que interiormente es mantenido así por el Espíritu Santo, — a saber, el Cuerpo de Cristo.
Hace
años alguien me dijo, al hablar de la labor ministerial, una frase que nunca olvidé: ««Nuestra
responsabilidad es llevar a los cristianos a tener conciencia de la posición en que ellos están en medio de
una gran casa bautizada», es decir, hacerles ser conscientes
de que hay una iglesia de Dios en la tierra, un cuerpo de Cristo, del que ellos son miembros vivos. Esta frase fue una
frase que estaba llena de significado y poder para mi propia alma.
Nos
volveremos ahora a la Escritura para examinar más plenamente la revelación de esta verdad de la Casa de
Dios, — cuya comprensión inteligente es tan necesaria para nuestra senda y nuestro servicio al Señor.
En
la primera Epístola a los Corintios nosotros encontramos dos grandes divisiones. La primera desde el capítulo
1 hasta el capítulo 10 versículo 14; y la segunda desde el capítulo 10 versículo15 hasta el final
del capítulo 16. En la primera división el apóstol Pablo tiene ante sí la Casa; en la segunda,
el Cuerpo. (El capítulo 12 conecta ambas divisiones, aunque diferenciándolos también). Y aquí
puede ser útil decir que la palabra "iglesia (asamblea)" es aplicable a ambos, aunque teniendo una aplicación
diferente para cada uno. Si miramos a lo alto a Cristo en la gloria, la "Iglesia" es Su "Cuerpo"
(Efesios 1: 22, 23); y si miramos abajo donde mora el Espíritu, la "Iglesia" es Su "Casa" - Véase
1ª Timoteo 3: 15.
En
el discurso de Pablo a los corintios encontramos una amplitud de pensamiento muy completa. "A la asamblea de Dios que
está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados santos, con todos los que en todo lugar
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro". (1ª Corintios 1: 2 - JND).
En este exhaustivo discurso encontramos al apóstol escribiendo a la Iglesia profesante. Obviamente él asume
que todos son verdaderos y reales a menos que se demuestre lo contrario. Pero él se dirige a todos los que profesan
el nombre de Cristo; teniendo la expresión 'invocar el nombre del Señor' este significado en la Escritura.
El simple hecho de invocar Su nombre no es una prueba de su realidad, sino que la realidad tiene que demostrarse a sí
misma en aquellos que han invocado. Ahora bien, habiéndose él dirigido así a la iglesia profesante en
aquel día, en la presuposición de que esencialmente es real, otra cosa entra cuando la ruina se ha establecido.
La iglesia profesante se ha ampliado ahora a lo que llamamos cristiandad, sin embargo, la iglesia profesante está obligada
por lo que Pablo escribió. Esto pone todo en claro.
La
sabiduría del Espíritu de Dios previó y pronosticó todo esto para nosotros: pues si leemos 2ª
Timoteo capítulo 3 nosotros encontramos lo que fue proféticamente previsto para los "postreros días"
que comenzaron inmediatamente después que el don apostólico fue quitado de la iglesia. La epístola se
divide en tres partes. La primera parte (capítulo 1: 1-14) es un prefacio. La segunda parte (capítulo
1: 15 a capítulo 2: : 26) aborda lo que ya había sobrevenido en vida del Apóstol en las palabras, "Ya
sabes esto", etc.. Y la tercera parte (capítulos 3 y 4) comienza con "También debes
saber esto", división en la cual él prevé lo que iba a suceder. Oigamos sus palabras, "También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores
de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin
afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados,
amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia
de ella; a éstos evita". (2ª Timoteo 3: 1-5). Esta es, entonces, su descripción de la profesión
de cristianismo: esta es la esfera en la que se encontrarían los fieles; este es el contexto en el que los siervos
de Cristo tendrían que trabajar ahora. Y en tal esfera, con tales materiales ante él estaba el siervo Timoteo
para hacer "obra de evangelista". (2ª Timoteo 4: 5).
Entonces,
¡cuán profundamente solemne es esta verdad profética! Descubrir que en lugar de ser la morada de Dios
en la tierra, siendo la respuesta a la gloria de Cristo en el cielo producida por el Espíritu de Dios, ella había
deshonrado tanto ese bendito nombre como para ser descrita con palabras casi similares a las usadas para describir a los paganos,
de los cuales la Iglesia (con los judíos) había sido llamada. La única diferencia sorprendente es que
cuando los paganos son descritos (Romanos 1: 28-32), no fueron usadas las palabras, "tendrán apariencia de piedad",
sino que ellas son añadidas a palabras similares (2ª Timoteo 3) para describir un estado peor, ¡porque existen
bajo el nombre de Cristo!
No
es necesario que yo examine más. Nosotros podríamos recordar las palabras de Pablo en Filipenses - "Todos
buscan lo suyo propio, no las cosas que son de Jesucristo" (Filipenses 2: 21 – VM) y, "por ahí andan
muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de
los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que sólo piensan
en lo terrenal". (Filipenses 3: 18, 19). También Colosenses, y Gálatas, e incluso Efesios, se refieren
a esos males que habían entrado y contra los cuales los fieles son advertidos. Ellos son advertidos también
contra la tendencia en los santos a zozobrar en un estado anormal de alma por debajo del nivel común de todos al principio.
Esos diversos estados que nos rodean ahora son el testimonio parlante de que en la Casa de Dios hay un número de aquellos
que son realmente de Cristo pero que no tienen conciencia del estado cristiano, — no son conscientes de la unión
con Cristo en la gloria.
Sin
embargo, el Espíritu de Dios permanece. Él todavía habita la casa de Dios en la tierra. Él permanece
allí hasta que todos los que son de Cristo son llamados por Su gracia: hasta que el propio Señor venga otra
vez. Y con todo, aquel nombre, — la Casa de Dios, — es aplicable en cuanto a responsabilidad a aquello que es
Su morada aquí abajo; aunque también es la morada del mal; tal como Jesús habló de — "la
Casa de mi Padre", del Templo de antaño, aunque había sido convertido en "cueva de ladrones"
por el hombre. (Lucas 19: 45. 46). Así que la Casa de Dios permanece como tal mientras el Espíritu de Dios permanece
en ella. Luego es abandonada, como "guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible".
(Apocalipsis 18).
Ahora
bien, es evidente que los dos ritos esencialmente cristianos, como podemos llamarlos, Bautismo y Cena del Señor,
son aplicables a un estado de cosas muy diferente. El primero es el rito observado en la recepción de aquellos que
entraban en la Casa de Dios en la tierra. El segundo es el símbolo de la unidad del Cuerpo de Cristo. Mediante el primero
no sólo la persona era recibida sino que desde el punto de vista administrativo sus pecados eran lavados.
Indudablemente éste fue en realidad el caso ante Dios con respecto a Pablo en su conversión; pero aun así
Ananías le dice: "Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre", como Pedro
dijo a los judíos en Pentecostés: "Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre
de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo". (Hechos 22: 12-16;
Hechos 2: 38). Pero una vez recibida la persona, dicha recepción nunca podía repetirse. Ahora bien, supongamos
que, como en muchos casos que nos rodean ahora, ello fuese hecho informalmente, aun así ello fue hecho en el nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y el pensamiento de repetirlo sería en vano: eso no podía ser.
¿Cómo
podrían las personas 'descristianizarse', por así decirlo, o salirse de la profesión de cristianismo
para volver a entrar cuando ellas piensan más correctamente, sino borrando una acción histórica de la
vida anterior de ellas, — con independencia de cuándo ello hubiese sido llevado a cabo? Ello es sencillamente
imposible. La cosa fue hecha y allí permanece; aunque hubiese sido hecha de manera informal. La responsabilidad recae
en la persona que lo hizo; no en la persona a la cual eso fue hecho. Porque el bautismo es un acto del baptizador, no del
bautizado. Leemos al final de Mateo 28, "Iid, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos",
etc., no dice «ve y sé bautizado». Esta comisión fue dada por el Señor en resurrección
solamente, no ascendido, – desde donde Él envió el Espíritu Santo como la Cabeza
glorificada de Su cuerpo. El Espíritu Santo fue dado a Pedro y a los otros en la tierra y la Casa fue formada, y esta
obra de recepción siguió a continuación, mucho antes de que Pablo fuera convertido. Cuando él
lo fue, él fue recibido como cualquier otro en la Casa del bautismo. Sin embargo, él afirma claramente que 'él
no fue enviado a bautizar'. (1ª Corintios 1: 17). Él lo encuentra allí, no lo deja a un lado por su
posterior y celestial comisión, y él lo utiliza así a veces para recibir alguno (como, — "Crispo"
y "Gayo", y la casa de Estéfanas") no haciéndolo él más de lo que era necesario,
aunque ello no estuviese incluido en su misión.
Ahora
bien, la cena del Señor consiste en que "Todas las veces que comiereis", — "la muerte
del Señor anunciáis hasta que él venga". (1ª Corintios 11: 26). A diferencia del bautismo
esto fue revelado de nuevo por Cristo en la gloria a Pablo, y recibió a través de él nuevas características
desconocidas anteriormente, cuando fue instituida por primera vez por el Señor. ella se convierte, cuando se participa
en ella conforme al pensamiento divino, en el símbolo de la unidad de la Iglesia de Dios aquí abajo. Es también
el ostensible gran centro de la reunión de la Iglesia de Dios en la tierra. Allí se hace realidad de manera
especial la presencia del propio Señor "en medio". (Mateo 18: 20).
Se
trata de ese centro moral en vista del cual cada miembro de Cristo se juzga a sí mismo para poder comerla dignamente,
de una manera adecuada a la santidad y verdad de Aquel a quien él está unido por el Espíritu Santo que
le ha sido dado. Es aquello con respecto a lo cual la participación, o lo contrario, muestra que la persona está
confesando y profesando la realidad de su porción en Cristo. Es con respecto a ello que, al no juzgarse el creyente
a sí mismo y a sus modos de obrar, la responsabilidad de los santos es lidiar con aquel que no se juzga a sí
mismo y sacar ese perverso de entre ellos. Es en vista de ello que cuando el individuo no se ha juzgado a sí mismo,
y hacerlo ha recaído en la responsabilidad de los santos reunidos; o cuando los santos reunidos han fallado (como en
Corinto) en lidiar con lo que no era apropiado para Cristo y para la mesa del Señor; el Señor Mismo había
actuado como sobre Su propia Casa, sacando a algunos mediante muerte; y había impuesto Su mano castigadora sobre otros,
mediante enfermedad y debilidad corporal: porque muchos de entre ellos estaban "débiles y enfermos", y muchos
dormían."(1ª Corintios 11),
Es,
de hecho, el gran símbolo moral y el centro, externa y expresamente, de la existencia de la Iglesia de Dios aquí
abajo.
Es
también, de manera aún más bienaventurada y cuando se participa en ella en el poder de un Espíritu
no contristado, el más conmovedor de todos los 'servicios de fe' del pueblo del Señor. Donde la presencia
del Señor se hace realidad más dulcemente en el momento que ni Dios ni Su pueblo olvidarán jamás;
cuando Él se entregó a Sí mismo para Su gloria, y para nuestra eterna salvación.
El
ministerio del evangelio desde el corazón de Dios al mundo es dulce para el alma. Las almas son bendecidas y el poder
del Espíritu es sentido, y Dios es dado a conocer en un mundo que no Le conoce. También el ministerio de Cristo
para Sus santos; alimentándolos, y edificándolos, y produciendo adoración en sus corazones por toda Su
inefable bondad, es conmovedor para el alma, escudriñando la conciencia; y la frescura de Su amor es así derramada
en el corazón. Todas estas cosas y muchas más son buenas y bienaventuradas. Pero en la cena el alma y Dios se
encuentran como nunca antes: el corazón del santo y los padecimientos de Cristo mismo están juntos; Su amor
es gustado, los participantes se alimentan de Sus perfecciones; en resumen, el propio Señor está allí
de una manera que junto al cielo mismo no hay nada igual aquí. El hombre no está ante nosotros en esa hora.
Todo esto es dejado de lado en presencia de Uno mayor, el cual dirige las alabanzas de los Suyos.
Por
lo tanto, ¿acaso no deberíamos nosotros procurar cerciorarnos del pensamiento de Dios acerca de esta fiesta?
¿No deberíamos procurar despojarla de todo pensamiento y práctica que pudiera alterar la verdadera bienaventuranza
que Él, el Señor, ha querido que ella sea para nosotros? En breve nosotros nos sentaremos a la cena de las bodas
del Cordero. No tenemos descripción alguna de esta escena. El Espíritu Santo usa solamente una palabra para
describirla: "¡Bienaventurados!" Leemos, "Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas
del Cordero", y Él añade: "Estas son palabras verdaderas de Dios".
Pero
aquí en la "Cena del Señor", uno se sienta con otros como uno, todavía en cuerpos de humillación,
aunque salvados por gracia y hechos aptos para la gloria para volver a alimentarnos de Cristo en Su muerte. La noche cuando
todo el mundo estuvo contra Él, y Dios Le desamparó, así como los Suyos que Le amaban verdaderamente,
cuando el poder y el encánto de Satanás estaban sobre las almas de los hombres, y nuestro perfecto y bendito
Salvador pasó a través de esa noche, Su última noche con sus discípulos, y comió esa Cena
Pascual de la cual Él habla en esas conmovedoras palabras: "¡Cuánto he deseado ('deseo fervoroso
y anhelante' como la palabra significa), "comer con vosotros esta pascua antes que padezca!" (Lucas 22:
15).
De
esa fiesta pascual y la institución de Su Cena Él pasa a Su agonía en el huerto donde recibe de manos
de su Padre Su copa de dolor. Llevándola en Sus manos, (por así decirlo), Él es traicionado por su "amigo":
el que había comido pan con Él había levantado su calcañar contra Él. Leemos, "Aun
mi amigo familiar, en quien yo confiaba, el que comía de mi pan, ha levantado contra mí el calcañar".
(Salmo 41: 9 – JND, VM).
Él
sigue adelante, y es 'negado' con juramento por alguien que pensaba que ningún poder podría hacer
fracasar su amor por su Maestro. Después de Su "buena profesión" delante de Poncio Pilato,
Él es escarnecido y vestido con el manto de púrpura y le pusieron la corona de espinas sobre Su cabeza. Desde
allí Él pasa a otras manos y es azotado y condenado. Finalmente llega la cruz de un malhechor, donde Él
es contado con los pecadores, y las cosas acerca de Él de las cuales la gente murmuraba tuvieron su fin.
Desamparado
ahora por Dios nosotros Le encontramos en las tinieblas de aquella escena donde ningún rayo de luz penetraba para aliviar
Su alma; Él clama a Dios a la hora "de la oración", — la "hora novena", y 'no
es oído'. ¡Qué profundidades del alma fueron expresadas en aquel clamor a gran voz desoído!
Pero Él, que en vista de todo esto, al instituir la fiesta pudo 'dar gracias' dos veces (Lucas 22: 13-20),
sabiendo la luz y el amor que había detrás de todo ello; las profundidades de aquel amor de Dios el Padre
cuyo amor Él compartía desde la eternidad pasada.
Estos
son algunos de los rasgos que se nos presentan al recordarle. Nosotros no podríamos 'recordar' a
alguien que no conociéramos; nosotros recordamos a Uno a quien conocemos. Le conocemos pero en escasa y pequeña
medida: pero es al Señor que nos ama a quien conocemos y recordamos en la hora de Su muerte y vergüenza; el resultado
de Su primera venida a este mundo de pecado.
Ahora
bien, aunque la sencillez, en cuanto a la actitud en que el Espíritu de Dios guía a los santos reunidos en este
'servicio de la fe', es aquello que debería caracterizarlos, es decir, en el recuerdo del Señor en
aquella noche cuando fue traicionado, no hay un carácter especial de recordación que deba ser esperado por parte
de los santos.
Aun
así, nosotros debemos recordar que "En medio de la iglesia (dice el Señor) cantaré tu alabanza".
(Hebreos 2: 12 – VM). Por lo tanto, nosotros debemos buscar Su presencia muy especialmente en un momento así.
Pero cuando Cristo dirige las alabanzas de los Suyos no deberíamos encontrar muchos pensamientos acerca de nuestro
estado anterior: acerca de nuestros pecados, de nuestra liberación de ellos. Es a Él a quien
nosotros recordamos en Su muerte; y todo eso es lo que este recuerdo incluiría. Por lo tanto, yo temería mucho
ver a las almas pensando demasiado en su propia bendición, en su propio aspecto de las cosas. Me parecería que
ellos no se han reunido con pensamientos verdaderos acerca de la Cena en sus almas.
Nosotros
sabemos de manera bienaventurada que los 'hijitos conocen al Padre' (1ª Juan 2: 13), y es el Espíritu
de adopción lo que los caracteriza; ellos se regocijan más en su propia bendición que en Él, el
Bendecidor. Los padres en Cristo Le conocen. (1ª Juan 2: 14). Yo también estoy seguro de que en la Cena del Señor
nosotros tenemos cada cuerda tocada, por así decirlo, de modo que cada corazón bendecido por medio de Cristo
puede sentir y regocijarse. Ninguna cuerda ha sido jamás afinada en algún corazón que no encuentre su
respuesta allí, y si bien cada alma que se reúne para comer la cena del Señor está sin duda en
un estado espiritual diferente, las cuerdas en cada una están divinamente encordadas, y cuando Cristo está ante
el alma ellas deben producir armonía.
Así
como en los diversos aspectos de Cristo en Su vida perfecta, en Su muerte, y en el hecho de llevar Él el pecado, y
todo, son presentados en las ofrendas (véase Levítico capítulos 1 a 7), muchas ofrendas para hacer al
único Cristo bendito. Así ocurre en la cena, allí es encontrado lo que responde al cántico de
cada corazón, aunque la nota tocada pueda sonar más de su propio aspecto de las cosas en algunos que rodean
a Aquel que dirige sus alabanzas.
Aun
así yo creo que la verdadera adoración siempre lo tiene a Él como su alimento y su objeto: "Le adoraron".
Él revela y muestra al Padre; y cuando el Padre es adorado en el Hijo, el Hijo Le revela, y "el Padre tales adoradores
busca que le adoren". (Juan 4: 23). Cuando Dios es visto en Cristo el Hijo, y el Padre es conocido en Él, y el
Espíritu en nosotros es libre para revelarnos Sus cosas, entonces la adoración tiene su nivel verdadero y apropiado,
y Él habita ahora en las alabanzas de Su iglesia; como antes Jehová habitaba en las alabanzas de Israel. (Salmo
22: 3).
Nosotros
encontramos que lo que prefiguraba la comunión de la iglesia de Dios (la ofrenda de paz – Levítico 3:
1-17) venía en tercer lugar en el orden de las cinco ofrendas en Levítico para mostrarnos que la adoración
de los santos se fundamenta en lo que Cristo fue para Dios como holocausto (Levítico 1: 1-17), y su ofrenda
vegetal (Levítico 2: 1-16), siendo ambas ofrendas de "olor grato". Ellas señalaban todo
lo que Cristo fue para Dios en Su consagración hasta la muerte para la gloria de Dios, dando gloria a Su naturaleza
en cuanto al pecado en el lugar donde estaba el pecado, y entregándose Él mismo enteramente a Dios; y esto lo
tipificaba el Holocausto. Y esto era acompañado de una oblación llamada su 'ofrenda vegetal' (el holocausto
y su oblación)..Esto era la persona de Cristo en su pureza y gracia, y era incruento y no expiatorio, aunque acompañaba
a lo que sí lo era, y el memorial era ofrecido a Dios con todo su incienso. Luego, donde estaban las cenizas de ambos,
en el altar del holocausto, allí era quemada la ofrenda de paz (o su memorial) (véase Levítico
3: 5). La cuarta y la quinta ofrendas eran lo que Cristo fue hecho por nosotros (2ª Corintios 5: 21), no lo
que Él era en Sí mismo personalmente; y ellas vienen después de la ofrenda de paz o
de comunión (Levítico capítulo 3).
¿Acaso
no tiene esto algo que decirnos? ¿Acaso no podemos ver que Aquel que mejor puede comprender lo que Cristo fue para
Dios como Holocausto y su Ofrenda vegetal, en Su olor grato, puede sostener y dirigir mejor la adoración de los
santos reunidos, pues Él está en el verdadero terreno del poder del alma para adorar al Padre?
Es
causa de profundo gozo, y esto nunca debe ser olvidado, saber que Cristo cargó con nuestros pecados y nos trajo a este
lugar de bienaventuranza, pero eso no es el pensamiento prominente en la alabanza. ¿Pensaba mucho el hijo pródigo
en la provincia apartada y en sus harapos y miseria, y en el cambio que había sobrevenido, cuando comió el becerro
gordo con el Padre? El corazón, la casa y la alegría de su padre lo silenciaron. No habría tenido nada
que ver con el alborozo de su padre haberle recordado sus harapos y la deuda que él tenía con su padre. Él
debe gozar de la alegría de su padre, sea ello como fuere. (Lucas 15: 11-32). Estas y otras alabanzas similares son
las que Cristo puede cantar y dirigir en medio de Sus santos reunidos.
¿Podría
un alma, insegura de su salvación, tener su lugar en un banquete como aquel? No. En conciencia y en fe estamos solos.
Pero cuando hemos sido sellados con el Espíritu, Él dirige nuestras almas en comunión con el Padre y
con el Hijo y unos con otros en luz.
Pero
no todas las almas convertidas están allí. ciertamente no lo están. — Muchas almas son vivificadas
pero no están en paz. La vida misma que ellas tienen las hace sentir sus pecados; las hace sentir su miseria; pero
cuando ellas han creído, Dios las sella con el Espíritu Santo de la promesa. (Efesios 1: 13, etc.).
Hasta
entonces ellas no son "miembros de Cristo", no están en unión con Él, — con la Cabeza
de Su cuerpo en los lugares celestiales. Entonces, cuán necesario es ocuparse de que la persona haya recibido el Espíritu
Santo cuando creyó". (Hechos 19).
Por
tanto, la Cena es sólo para ellos, para los miembros de Su cuerpo, de Su carne y de Sus huesos.
Ella
es celebrada conforme a la Escritura por los tales como la expresión de todo el cuerpo de Cristo en la tierra.
La
mesa debe ser puesta como la mesa del Señor, y los que participan de ella deben estar reunidos a Su Nombre, para expresar
esto. Las mesas de las diversas sectas y grupos en la iglesia profesante no pueden ser reconocidas como "la mesa del
Señor": ellas no lo son. Una secta con un sistema tiene sus propios dogmas, y normas y credos, y ministerio, —
generalmente configurados para el mundo o los inconversos así como para los salvos. Tal vez hay allí un ministerio
humano, o alguna persona que absorbe todas las funciones de los miembros del cuerpo de Cristo de manera explícita en
él mismo. La libre acción del Espíritu de Dios es impedida en los miembros. Esto y cosas semejantes excluyen
a los piadosos de su comunión, y proclaman que esa no es la Mesa del Señor.
Pero
cuando la mesa del Señor es puesta conforme a Dios ella debe ser: -
En
primer lugar, la expresión de todo el cuerpo de Cristo en la tierra: en la inclusión de todos.
En
segundo lugar, no debe haber nada deliberadamente permitido allí entre los reunidos que impida de manera doctrinal
o moral que un solo miembro de Cristo en la tierra esté allí. Si así fuera puesta ella dejaría
de ser la "Mesa del Señor" y sólo sería la mesa de una secta o grupo en la cristiandad. No
se trata de que cada uno de los que está allí esté obligado a ver y entender todas y cada verdad y doctrina
con los demás; de ninguna manera: esto sería hacer que el entendimiento de los miembros de Cristo y su unanimidad
en la doctrina sea un término de comunión en lugar de esto, — a saber, que ellos son miembros de aquel
un solo cuerpo, y sanos en la fe y en la moral. No, es más, las grandes verdades fundamentales de la santa Palabra
de Dios deben ser mantenidas acertadamente.
Estas
verdades fundamentales serían doctrinas tales como la pura y santa Persona de Cristo, el Hijo de Dios, Su encarnación,
Su obra expiatoria, Su resurrección y ascensión, Su filiación eterna, Su venida en carne. También,
las doctrinas del castigo eterno, de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia, de la Trinidad de las Personas
en la Divinidad, todas ellas estarían claramente definidas en el alma. Los hijitos en Cristo conocen todas estas cosas,
y cuando el Espíritu Santo mora en un santo, éste ha recibido la unción que le enseña todas estas
cosas. (1ª Juan 2: 18-27). Él también es sensible a estas cosas: toque usted a Cristo de alguna manera
y usted toca la niña de sus ojos. Que él es fiel en la fe de la persona de Cristo, y usted puede contar con
que en general está en lo correcto en todo lo demás. Que él es falso en sus pensamientos acerca de Jesús,
y toda su alma estará más o menos llena de error. Él es la verdadera prueba, el criterio de la fe verdadera.
Todo esto supone que él está en paz con Dios y posee Su Espíritu morando en él.
En
tercer lugar, el "primer día de la semana" es el día de su celebración; como el de todas
las grandes reuniones de los miembros de la Cabeza resucitada de la iglesia. Cuando ella fue formada por primera vez en Pentecostés,
Sus miembros perseveraban unánimes cada día en el templo y partían el pan en las casas alabando a Dios,
etc. (Hechos 2: 46, 47). Pero cuando la asamblea fue disgregada en Jerusalén (Hechos capítulo 8) y ya no se
encontró más relacionada con el centro judío de las cosas, el Espíritu de Dios los condujo a reunirse
habitualmente el primer día de la semana para este claro propósito. Leemos, "El primer día de la
semana, reunidos los discípulos para partir el pan". (Hechos 20: 7). Y esto fue ratificado por el Apóstol
permaneciendo él allí para estar con ellos en esta fiesta.
¡Cuán
sensible es el santo de mente espiritual en este maravilloso centro de reunión de la iglesia! Cuán espiritual
debe ser uno para atreverse a dirigir en la adoración a Dios en la bendita presencia del Señor.
Cuanto más el creyente piensa en la presencia de su Señor y Amo, más cuidadoso es él para que
ni una sola palabra, ni una sola nota que él toque no esté en consonancia con el propio corazón del Señor,
en comunión con el cual el Espíritu presente dirige los cánticos de Su pueblo. De qué manera el
corazón siente una nota discordante en un momento tal; cuando el oído del alma está atento a que la nota
suene verdaderamente en los corazones de los santos con el del Señor. Un himno mal elegido es la música inadecuada
a las palabras del canto espiritual. La prisa de uno, la tardanza de otro: la extensión de algunos. Qué ejercicio
de alma producen estas cosas y de qué manera ellas estropean la reunión que debería refrescar y alimentar
el alma. Asimismo, ¡cuán frecuentemente el juicio del yo es descuidado hasta el momento en que la presencia del
Señor es sentida; y entonces, por primera vez, el alma siente que ella no está en poder espiritual, y
debe pensar en sí misma en lugar de pensar en Cristo!
Que
mis hermanos reflexionen acerca de estas cosas y aunque somos pobres y débiles crezcamos en la conciencia de lo que
es reunirse alrededor de nuestro bendito Señor; en darnos cuenta de Su presencia; olvidarnos de nosotros mismos; esperar
en Él; renovar nuestra fuerza; llevar vasos limpios aunque estén vacíos a Su presencia;
encontrar que son llenados y hechos rebosar por Aquel cuya plenitud es inagotable: tan llenos que el vaso rebosante vuelve
a Él, cuando las aguas vivas refrescan el alma cansada, y encuentran de nuevo su nivel en Su presencia, y en la presencia
del Padre.
También
estoy seguro de que algunas veces hay muchos allí cuyos corazones refrescarían a su Señor y a sus hermanos
con "cinco palabras" de alabanza pero se contienen y 'apagan el Espíritu', obligando a algún
otro a hablar fuera del verdadero orden del Espíritu de Dios, (porque se lo obliga) y pierden mucho para sus propias
almas así como para las almas de sus hermanos.
El
corazón anhela ver a los santos de las Asambleas de Dios llenos del Espíritu y en una frescura tal de poder
y adoración que prescinda del hombre y dé lugar sólo a Cristo, o a lo que es del Espíritu de nuestro
Dios.
Qué
consuelo brinda el saber que cada "primer día de la semana" nos lleva a estar otros siete días más
cerca de aquel día glorioso, en la perspectiva del cual la muerte del Señor anunciamos hasta que Él venga.
Cuán dulcemente la primera venida del Señor está ante el alma en esta fiesta, así como la segunda.
Cuando llegue aquel día y Le veamos, Él "verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho" (Isaías 53), y cada deseo y anhelo espiritual encontrará su respuesta en nosotros, así
como en Él, y entraremos en esa escena de la cual se dice: "No cesaban día y noche de decir: Santo, santo,
santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir". Es Su santo ser el que conmueve
el corazón aun en esa escena, y lleva a los que rodean Su trono a olvidar sus propias bendiciones y su propia gloria;
a dejar lo uno, y a despojarse de lo otro, en la más dulce ocupación de disfrutar de lo de Él; y a decir:
"Señor, digno eres". (Apocalipsis 4). "Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te
alabarán". (Salmo 84: 4).
F.
G. Patterson
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Junio 2024