La Pared Intermedia de Separación Eliminada
F.
G. Patterson
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles (" ") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
2ª
Parte de: La Doctrina de Pablo y Otros Documentos
Este
obstáculo para la formación del Cuerpo de un Cristo resucitado y ascendido fue formalmente eliminado por Dios
mismo en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, donde Él obró la redención para Su pueblo. Leemos:
"Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación,
aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo
de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando
en ella las enemistades". (Efesios 2: 14-16).
Entonces,
la cruz, además de ser la escena donde el Señor obró la redención fue la eliminación de
la dificultad, o pared intermedia de separación que existía en aquel entonces entre judíos y gentiles.
Esto fue la base o trabajo preliminar para la formación de este Cuerpo y para reconciliar con Dios a un solo pueblo
tanto de judíos como de gentiles, dándoles a ambos acceso al Padre en un solo Espíritu (Efesios 2: 18
- RVA), nombre por el cual Dios se ha revelado a Sí mismo a cada miembro del cuerpo, en Su Hijo Jesucristo; como hasta
entonces Él se había revelado a Sí mismo bajo el nombre de Jehová a la única nación
elegida, — los judíos. (Éxodo 6: 3).
Sin
embargo, todo esto no constituye un cuerpo. Ello sólo elimina el obstáculo, y es el terreno o la base
de toda la obra, como la de la redención. Por lo tanto, lo siguiente que se necesita es tener la Cabeza del cuerpo
en el cielo, levantado de entre los muertos, — un Hombre glorificado.
Cabeza
del Cuerpo, en el Cielo.
La
notable cita que Pablo hace del Salmo 8 en Efesios 1: 22, nos será útil para entender esto, — lean ustedes
los versículos 19-22 en Efesios 1: "La soberana grandeza de su poder para con nosotros que creemos, conforme a
aquella operación de la potencia de su fortaleza, que obró en Cristo, cuando le levantó de entre los
muertos, y le sentó a su diestra en las regiones celestiales… y ha puesto todas las cosas bajo sus pies
(cita del Salmo 8), y le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo, el
complemento de aquel que lo llena todo en todo". (Efesios 1: 19-22 – VM).
El
Octavo Salmo habla de un "Hijo del Hombre" a quien se le hace señorear sobre toda la creación. Si
consultamos Génesis 1: 26, encontramos que Dios dio a Adán y a su mujer una primacía conjunta sobre toda
la creación; pero esta primacía fue perdida a causa del pecado cuando el hombre cayó. Toda la creación
que ahora gime y sufre dolores de parto quedó sometida a vanidad por la caída del hombre. (Véase Romanos
8: 19-23).
Esta
primacía es dada, como nos dice el Salmo 8, a un "Hijo del Hombre". Y nosotros descubrimos quién es
este Hijo del Hombre en Hebreos 2: 8, 9, donde el Apóstol citando el Salmo nos dice que todavía no vemos el
gran resultado de que todas las cosas estén sujetas a Él. Pablo dice: "Porque al sujetar a él todas
las cosas, nada dejó que no esté sujeto a él. Pero ahora no vemos aún todas las cosas sujetas
a él. mas vemos a Jesús, el cual fue hecho un poco inferior a los ángeles a causa del padecimiento
de la muerte, coronado de gloria y honra; para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todo".
(Hebreos 2: 8, 9 – JND). [Véase nota].
[N. del T.]. La expresión "para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todo",
en la traducción de la Biblia por J. N. Darby en vez de "para que por la gracia de Dios gustase la muerte por
todos" como reza nuestra Biblia en español Reina-Valera 1960 y otras traducciones al español,
se justifica a sí misma por lo que la Escritura afirma en Romanos 8: 18-23. Por otra parte, la traducción de
JND se ajusta a la primera acepción del significado de la palabra griega πᾶς pás (Strong G3956).
Esta palabra es traducida en nuestra RVR60 como "todo" en Hebreos 1: 2;"todas las cosas" en Hebreos 1:
3; "toda" en Hebreos 2: 2; etc.
Encontramos
así quién es este "Hijo del Hombre". Es Jesús. Esto nos lleva de regreso a Efesios capítulo
1 donde Pablo cita el Salmo. Cristo, entonces, como Hombre glorificado ha sido 'arrebatado' por Dios de entre los
muertos, "y Le sentó… en las regiones celestiales" como "Cabeza sobre todas las cosas, con respecto
a su Iglesia, la cual es su cuerpo" (Efesios 1: 20, 22 – VM), y está esperando allí la asunción
manifiesta de esta Primacía durante lo cual el Cuerpo está aquí.
Nosotros
tenemos ahora la Cabeza del cuerpo en el cielo, un Hombre glorificado, así como la pared intermedia de separación
eliminada. Pero esto no constituye todavía el Cuerpo; y antes de considerarlo debemos apartarnos por un momento y ver
lo que la Escritura dice acerca de la unión con Cristo.
Unión
con Cristo.
En
los tiempos del Antiguo Testamento los santos eran nacidos de nuevo, pero no estaban unidos a Cristo; ellos poseían
la vida, aunque la doctrina acerca de esto no se dio a conocer. Los Abrahaams y Daviids, etc., todos tenían vida nueva
impartida por el poder del Espíritu Santo a través de la palabra de Dios, — fueron salvos por medio de
la fe, — vivieron y murieron en la fe en las promesas de Dios de un Salvador que vendría. Pero la fe en sí
misma no es unión. Nosotros no podríamos hablar de un patriarca unido a un hombre que está la diestra
de Dios por el Espíritu Santo enviado; porque en aquel tiempo no había hombre alguno al cual estar unido, —
y "el Espíritu Santo no había sido dado todavía, por cuanto Jesús no había sido
aún glorificado". — (Véase Juan 7: 37-39 – VM). Aun cuando Cristo estaba aquí,
Hombre entre los hombres, no había unión entre los hombres pecadores y el Señor. Por eso Él dice:
"Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto". (Juan 12: 24).
En
la cruz Él entra en gracia en el juicio bajo el cual yacía el hombre, — soporta la ira y todo lo que la
justicia de Dios requería, y en Su muerte establece el terreno para que Dios pueda traer a aquellos a quienes Él
salva a un nuevo estado, a través de la redención, hacia Él mismo. Él resucita de entre los muertos;
habiendo soportado la ira, — asciende al cielo y es glorificado como Hombre a la diestra de Dios. El Espíritu
Santo fue enviado y mora en la Iglesia. — Hechos 2. Él hace del cuerpo del creyente Su templo. —
(1ª Corintios 6: 19). Él lo sella, — habiendo creído, — para el día de la redención.
— (Efesios 1: 13;y 4: 30). Él lo une a Cristo - "El que se une al Señor, un espíritu es con
él", — (1ª Corintios 6: 17), lo unge (2ª Corintios 1: 21), — lo sella, — lo
bautiza con todos los demás santos en un solo cuerpo ("Porque por un solo Espíritu fuimos bautizados todos
en un solo cuerpo, 1ª Corintios 12: 13 – RVA). De ahí que la unión con Cristo sea por el Espíritu
Santo morando en el cuerpo del creyente, y uniéndolo a Cristo en el cielo desde la consumación de la redención.
Esta
unión ni existió, ni siquiera fue contemplada para los santos del Antiguo Testamento en los consejos de Dios.
Si leemos Juan 7: 37-39, encontramos la línea trazada con gran nitidez entre lo que es ahora y lo que era en aquel
entonces. En este capítulo 7 del evangelio según Juan el Señor Jesús no puede mostrarse al mundo
porque sus hermanos, los judíos, no creían en él; y por eso no puede celebrar la Fiesta de los Tabernáculos,
fiesta que es usada siempre como figura del reino. Entonces el reino es aplazado para otro día, y en vez de eso, subiendo
en secreto Él se puso en pie en el último día de la fiesta y alzó la voz, diciendo: "Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de adentro de él fluirán
ríos de agua viva. Esto empero lo dijo respecto del Espíritu, que los que creían en él habían
de recibir; pues el Espíritu Santo no había sido dado todavía, por cuanto Jesús no había
sido aún glorificado". (Juan 7: 37-39 – VM). El don del Espíritu Santo para morar en los creyentes
es así introducido, y el reino que había sido rehusado es aplazado para otro día.
Después
de resucitar de entre los muertos el Señor dijo a los discípulos que permanecieran en Jerusalén esperando
ellos allí la promesa del Padre, que habían oído de Él (véase Hechos 1: 4, 5). Esta promesa
fue hecha detalladamente en Juan 14: 16, Juan 14: 17-26, y Juan 15: 26. El Espíritu Santo, — el "otro Consolador",
— había de ser dado y para ello era positivamente conveniente que Jesús se marchara (Juan 16: 7), pues
de lo contrario Él, — el Espíritu Santo, — no vendría. El Señor les dice en Hechos
1: 5: "Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro
de no muchos días". El Señor fue visto por ellos durante cuarenta días después que Él
resucitó de entre los muertos (Hechos 1: 3), y hubo un intervalo de diez días desde Su ascensión
hasta que el día de Pentecostés (o quincuagésimo día) llegó plenamente. Cuando dicho día
llegó (Hechos 2), la promesa se cumplió; y Pedro dice a los judíos (Hechos 2: 32, 33), "A este Jesús
resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo
recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís".
Un
solo Cuerpo, formado por el bautismo del Espíritu Santo.
Nos
hemos percatado que la promesa del Señor: "Seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días ", se cumplió el día de Pentecostés. El pequeño grupo de discípulos,
al principio unos 120 (véase Hechos 1: 15), luego unos 3.000 (Hechos 2: 41), y que aumentaron mucho después
(Hechos 4: 4), fueron bautizados con el Espíritu Santo, según la promesa del Señor; pero esto fue sólo
el aspecto judío de la bendición. En Hechos 10 Pedro abre la puerta a los gentiles llevándolos a la misma
posición y a los mismos privilegios, no meramente como individuos, sino como siendo uno con aquellos que habían
sido bautizados por el Espíritu Santo. Cuando los de Judea oyeron acerca de esto (Hechos 11), Pedro fue llamado a explicar
lo que él había hecho y él les relató el asunto desde el principio.
Nosotros
tenemos así de la manera más clara al judío y al gentil formados en un solo Cuerpo por el bautismo del
Espíritu Santo.
Ya
hemos visto que sólo a Pablo, de entre todos los Apóstoles, le fue encomendada la revelación de este
"misterio" (Efesios 3: 6, etc.) que hasta entonces había estado "escondido…en Dios" (versículo
9), — Su propósito eterno— "a saber, que los gentiles hubiesen de ser coherederos, y miembros
de un mismo cuerpo con los judíos, y copartícipes de la misma promesa en Cristo Jesús, por medio
del evangelio". (Efesios 3: 6 – VM). — Así debe ser leído el pasaje. Él describe ampliamente
este Cuerpo en 1ª Corintios 12: 12-27, donde dice: "Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros,
pero todos los miembros de ese cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo". (1ª
Corintios 12: 12 – JND). (Este nombre, "el Cristo", está aplicado aquí a los miembros y a la
cabeza, como Adán y su mujer, conjuntamente, en Génesis 5: 2). "Porque así como el cuerpo es uno
y tiene muchos miembros, pero todos los miembros de ese cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también
el Cristo". "Porque por un solo Espíritu fuimos bautizados todos en e un solo cuerpo, tanto judíos
como griegos, tanto esclavos como libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no consiste
de un solo miembro, sino de muchos", etc., etc. (1ª Corintios 12: 13, 14 – RVA). Aquí tanto el judío
como el gentil pierden sus lugares, como tales, y son incorporados en un solo cuerpo, y unidos por el Espíritu Santo
el uno al otro y a Cristo, la Cabeza, un Hombre glorificado.
Ahora
bien, este cuerpo está en el mundo, así como lo está el Espíritu Santo cuya presencia lo constituye.
Este cuerpo no está en el cielo. La Cabeza está en el cielo y los miembros tienen una posición
celestial en unión con Él; de hecho, ellos están en el mundo. Este cuerpo ha estado pasando por
el mundo; su unidad ha sido mantenida tan perfectamente como el día en que la presencia del Espíritu Santo lo
constituyó por primera vez. Nada ha deteriorado jamás su unidad. Es cierto que la manifestación externa
de este cuerpo, por la singularidad de los que lo componen, ha desaparecido; es cierto que la "casa de Dios", tal
como apareció por primera vez en el mundo, se ha convertido en lo que se asemeja a una "casa grande" (2ª
Timoteo 2: 19-22), es cierto que todo lo que fue encomendado así a la responsabilidad del hombre ha fracasado, como
siempre. Pero el cuerpo de Cristo estaba en el mundo en aquel entonces, — estuvo aquí durante la oscura Edad
Media, — está ahora en el mundo; permaneciendo durante la ruina de la iglesia profesante; pues su unidad es perfectamente
mantenida por el Espíritu Santo quien, mediante Su presencia y Su bautismo, lo constituye; ¡porque Él,
como siempre, mantiene la unidad del cuerpo de Cristo!
Permitan
que yo ponga una figura ante mi lector que comunicará de manera sencilla el hecho de que todo el número de santos
que están en el mundo en un momento dado (por ejemplo, justo cuando usted lee éstas palabras), habitados
por el Espíritu Santo, es lo que es reconocido por Dios como el Cuerpo de Cristo. Supongamos que un regimiento de mil
soldados va a la India y sirve allí durante muchos años. Todos los que componen ese regimiento mueren, o son
muertos en batalla, y sus lugares son ocupados por otros, — la fuerza numérica del regimiento es mantenida, —
y después de años de servicio llega el momento para que el regimiento regrese a casa, — ni un solo hombre
que salió está en él ahora, y sin embargo el mismo regimiento regresa sin cambio en el número
de los que lo componen , o en sus enseñas, o en su identidad. Así sucede con el Cuerpo de Cristo. Aquellos que
lo componían en los días de Pablo, no están aquí, sin embargo, el cuerpo ha pasado a lo largo
de los últimos dieciocho siglos, los miembros de él muriendo, y las filas llenadas por otros, y ahora al final
del viaje el cuerpo está aquí, — estando aquí el Espíritu Santo que es quien constituye
su unidad, tan perfecto en su unidad como siempre lo fue.
Ahora
bien, es muy cierto que todos los santos entre esos dos grandes acontecimientos son del cuerpo de Cristo, — del cuerpo
en el pensamiento y en el consejo de Dios. Pero los que han muerto han perdido su real conexión con el cuerpo, habiendo
salido de la esfera donde, en cuanto a lugar personal, está el Espíritu Santo. Ellos han dejado de estar en
su unidad. Los cuerpos de los santos que han muerto y que una vez fueron templos del Espíritu Santo están ahora
en el polvo y sus espíritus están con el Señor. No habiendo sido resucitados aún sus cuerpos ellos
no son contados como formando parte ahora del cuerpo tal como dicho cuerpo es reconocido ahora por Dios. Como los que están
en la lista de retirados de un ejército ellos han pasado a la reserva o están exentos del servicio, por así
decirlo, fuera de la escena ocupada ahora por el Espíritu Santo enviado del cielo. Leemos: "Si un miembro padece,
todos los miembros se duelen con él", etc. (1a Corintios 12: 26), los muertos no padecen. El pasaje trata
acerca de los que están vivos aquí, en un lugar donde ellos pueden hacerlo.
Por
lo tanto, el cuerpo de Cristo, tal como Dios lo reconoce ahora, incluye a todos los creyentes que están aquí
en la tierra en el momento en que yo escribo, así como en cualquier momento dado. 1ª Corintios 12 trata acerca
de la iglesia de Dios en la tierra; las sanaciones, etc., no están establecidas en el cielo.
La
dificultad en el caso de muchos es que ellos no leen la Escritura como siendo ella el pensamiento de Dios en un momento dado,
— hablando de una cosa ante Sus ojos. Los Apóstoles hablaron de una cosa ante los ojos de ellos; ellos nunca
contemplaron una larga continuidad de la Iglesia; ellos contemplaban la venida del Señor. Todo fue visto como contemplando
esto, aunque proféticamente la ruina fue predicha, y fue sentida cuando ella llegó.
¡Qué
verdad tan asombrosa! Aunque la unicidad por la que oró el Señor Jesús en Juan 17 casi se ha desvanecido;
y la infidelidad del hombre, sí, la infidelidad del pueblo de Dios bajo la más elevada bendición que
jamás se les haya concedido en este mundo, ha sido mostrada en la casi completa anulación de esa unidad que
el Hijo demandó del Padre. Aunque todo lo que los hombres podían hacer para deteriorarla ha sido hecho, aún
existe lo que nunca cambia, nunca fracasa, y nunca es estropeado; porque (¡no nos avergüenza decirlo!) no está
en nuestro poder hacerlo, pues dicha unidad es mantenida, tal como está constituida, ¡por
la presencia y el bautismo de Dios el Espíritu Santo, — el cuerpo de Cristo, en el mundo!
¡De qué manera tan bienaventurada nosotros encontramos que la oración de Cristo por
su unicidad es respondida en el libro de los Hechos capítulo 2, versículo 32. Leemos allí que ellos alzaron
sus voces unánimes. (Hechos 4: 24). Además, "la multitud de los que habían creído era
de un solo corazón y una sola alma". (Hechos 4: 32 - RVA). Su oración fue contestada para un breve momento,
"para que todos sean uno" (Juan 17: 21), como en la práctica ellos lo fueron. Pero pronto, de hecho, la práctica
de esta unicidad fracasó. Luego encontramos, en Hechos 9, a Saulo de Tarso, más tarde Pablo el Apóstol,
llamado a revelarnos algo que nunca podía fracasar. — la unidad del Espíritu, — el cuerpo
de Cristo.
La
diferencia entre unicidad y unidad es importante, porque nosotros somos exhortados a procurar "con diligencia
guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". (Efesios 4: 3 - RVA). Procurar con diligencia
guardar de manera práctica lo que existe de hecho, por la presencia del Espíritu de Dios. No somos exhortados
a hacer una unidad sino para guardar, mediante el vínculo de la paz, esa unidad que existe por medio del Espíritu
Santo.
La
Cena del Señor.
El
apóstol Pablo recibió, como también hemos visto, una revelación especial con respecto a la Cena
del Señor. Él fue el instrumento elegido por Dios para revelarnos el misterio de Cristo y la Iglesia. Sólo
él, de entre todos los escritores sagrados, habla del Cuerpo de Cristo. Nosotros leemos: "La copa de bendición
que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión
del cuerpo de Cristo? Puesto que el pan es uno solo, nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo; pues todos participamos
de un solo pan". (1ª Corintios 10: 16, 17 – RVA). Nosotros aprendemos aquí que la cena del Señor
es el símbolo o la expresión de la comunión del cuerpo de Cristo. (Obviamente nosotros hablamos ahora
de ella como la mesa del Señor en la verdad de la revelación divina, concerniente a ella). Hay una inmensa importancia
en esta verdad. Porque aprendemos que aunque la iglesia profesante ha distorsionado la Cena del Señor convirtiéndola
en un medio de gracia y un sacramento dador de vida, y un nuevo sacrificio, de hecho casi todo menos lo que ella es, aun así,
si la mesa del Señor es dispuesta según el pensamiento de Dios, y como tal, entonces ella expresa la comunión
del un solo cuerpo de Cristo, que está aquí en el mundo.
Si
sólo dos o tres cristianos en un lugar han sido reunidos por el "un solo Espíritu" al nombre del Señor
Jesús como miembros del un solo cuerpo de Cristo para comer la Cena del Señor, ellos son una expresión
verdadera, aunque débil, del un solo cuerpo. Es como estando en la comunión del un solo cuerpo que ellos parten
el pan, el cual es el símbolo de la comunión de todo el cuerpo en la tierra.
Muchos
han pensado que ellos podían reunirse ahora meramente como individuos para partir el pan. Pero un terreno
tal es desconocido en la Escritura, desde la revelación de la verdad concerniente a la Iglesia de Dios a través
del Apóstol Pablo. El terreno de la unidad del Espíritu de Dios en el cuerpo de Cristo es el único
terreno que podemos asumir, excepto en ignorancia o en desobediencia a la voluntad revelada de Dios. O bien yo debo reconocer
lo que yo sé que está aquí, — que existe en el mundo como un hecho, es decir, el un solo cuerpo
de Cristo formado por el un solo Espíritu de Dios; o debo repudiarlo, lo cual es ciertamente un asunto muy
solemne.
Reunirse
como discípulos ha sido hecho ignorando estos principios divinos; y el Señor es muy paciente con nosotros, esperándonos
en nuestra lentitud para aprender Su pensamiento. Pero cuando yo aprendo la verdad y mi entendimiento es abierto para ver
lo que yo soy delante de Dios, un miembro del cuerpo, por medio de un solo Espíritu, ello no es asumir un terreno nuevo
en nuestro modo de reunirnos; sino es más bien definir en su sentido pleno lo que nosotros realmente somos,
y descubrir con esto todas las responsabilidades que están unidas a una verdad tan maravillosa. Yo me entero de mi
responsabilidad de admitir y reconocer a todos los demás que de este modo están reconociendo y obrando de
acuerdo (aunque sea débilmente) a la gran verdad del un solo cuerpo, por un solo Espíritu. Ello me da un
divino lugar de descanso para mis pies en medio de la confusión de la cristiandad; una realidad que mantendrá
firme mi alma en medio de toda ruina. Eso es lo único que puede hacerlo.
Reunirse
simplemente como cristianos individuales para partir el pan es sencillamente imposible en obediencia al Señor. Si ello
es hecho en ignorancia, bien, — pero hacerlo con el conocimiento de esta unidad sería repudiar la más
elevada verdad de Dios, después de Cristo. Cuán lejos de reconstruir algo está todo esto; pues el cuerpo
de Cristo no necesita ser reconstruido con mis manos. El Espíritu de Dios lo constituye, mediante Su presencia y Su
bautismo, y Su unidad nunca ha fallado. Por lo tanto, yo me limito a reconocer en la práctica lo que yo
sé que de hecho está aquí, pero no puedo hacerlo como individuo donde hay otros miembros del cuerpo
de Cristo. Ambos deben estar juntos, si gracia es dada para ello, como el cuerpo, es decir, en el terreno y el principio
de éste. Además de todo esto, el hecho de estar nosotros juntos, y el hecho de que reconozcamos esto, no pretende
manifestar nada. Esto sería hacia el mundo. Yo no procuro poner de manifiesto, sino expresar lo que
soy en común con todos los demás miembros, — el cuerpo de Cristo, — en el símbolo de su unidad,
el partimiento de un solo pan.
"Procurando
con diligencia guardar la unidad del Espíritu".
"Por
eso yo, prisionero en el Señor, os exhorto a que andéis como es digno del llamamiento con que fuisteis llamados:
con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos los unos a los otros en amor; procurando con diligencia
guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así
como habéis sido llamados a una sola esperanza de vuestro llamamiento. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, quien es sobre todos, a través de todos y en todos". (Efesios 4: 1-6
– RVA).
Hay
una expresión que a menudo es usada para comunicar un pensamiento correcto pero que no se encuentra en la Escritura,
a saber, "«la unidad del cuerpo». "Hay un solo cuerpo", cuya unidad está constituida por el Espíritu
Santo mismo; y nosotros somos exhortados a procurar "con diligencia guardar la unidad del Espíritu (no «la unidad del cuerpo») en el vínculo de la paz". Si nosotros fuésemos exhortados a procurar
con diligencia guardar «la unidad del cuerpo» estaríamos obligados a andar con cada miembro de Cristo, sin importar en qué
asociación él se podría encontrar o cuál podría ser su práctica, — ningún
mal nos daría una justificación para separarnos de él en absoluto. El hecho de procurar con diligencia
guardar la unidad del Espíritu mantiene necesariamente la compañía y la asociación con una Persona
divina aquí en la tierra.
Si
la Iglesia de Dios estuviera en un estado saludable no habría diferencia práctica en las expresiones «unidad del cuerpo»
y "unidad del Espíritu". El propio Espíritu Santo morando en la Iglesia constituye su unidad e incluye
de manera práctica a todos los miembros de Cristo. Si la Iglesia estuviera andando en el Espíritu la acción
saludable del conjunto no sería perjudicada. Sin embargo, la unidad permanece, porque el Espíritu permanece,
incluso cuando la unicidad y la práctica saludable del cuerpo como un todo han desaparecido. La unidad de un cuerpo
humano permanece cuando un miembro está paralizado, pero ¿dónde está la unicidad? El miembro no
ha dejado de ser del cuerpo pero ha dejado de estar en la sana articulación del cuerpo. Por eso muchos cristianos,
si bien son miembros del cuerpo de Cristo, no procuran con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo
de la paz.
Entonces,
¿cómo ha de ser guardada la unidad del Espíritu? ¿Qué es procurar "con diligencia"
hacerlo? ¿Qué es la fidelidad a la naturaleza de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en un día malo? Es, en
primer lugar, mediante Separación del Mal. Mi primer deber debe ser apartarme de iniquidad". (2ª
Timoteo 2: 19). El mal puede ser moral o doctrinal, el mal que asume muchas formas; yo me separo de él, para Cristo.
Así separado yo me encuentro en la comunión del Espíritu de Dios. Asociado con el Espíritu Santo
aquí en la tierra. Él glorifica a Cristo y me disocia de todo lo que es contrario a Cristo: asociándome
a aquello que es conforme a Cristo. Ello deja de ser así un asunto acerca de los miembros de Cristo por completo, y
se convierte enteramente en un asunto acerca de Cristo y del Espíritu de Dios, a quien Él glorifica. La noción
de que yo puedo estar asociado voluntariamente con un mal principio, una mala doctrina o una mala práctica, y no estar
contaminado, es una noción impía. Yo mismo puedo estar perfectamente libre de estas cosas, por no haberme impregnado
de ellas; pero por asociación práctica con ellas he dejado la comunión del Espíritu Santo.
Separados
así en la comunión del Espíritu Santo, — el Espíritu de santidad y Espíritu de verdad,
— nosotros encontramos a otros que han hecho lo mismo y así podemos estar felizmente juntos en la unidad del
Espíritu de Dios.
El
paso primordial debe ser: "Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor". (2ª
Timoteo 2: 19 - RVA). Los miembros de Cristo están mezclados con mucho mal por todas partes. Yo debo separarme de ellos
para andar en la comunión y en la unidad del Espíritu, el cual me mantiene en compañía con Cristo,
la Cabeza.
En
un día malo, cuando los fieles procuran con diligencia, por medio de la gracia, guardar la unidad del Espíritu
en el vínculo de la paz, la práctica de la comunión y de la unidad del Espíritu es necesariamente
una senda angosta, enteramente apartada del mal, y que excluye el mal de en medio de ella, mientras que, en la amplitud de
sus principios, dicha senda contempla a toda la Iglesia de Dios. Suficientemente amplia en cuanto a principio como
para recibir a cada miembro de Cristo, en todo el mundo; suficientemente angosta como para excluir el mal cuidadosamente de
en medio de ella. Todo lo que es menor que esta amplitud es un principio sectario y deja de ser del Espíritu Santo;
mientras que la amplitud del principio contempla a todo miembro de Cristo. Los reunidos así en la unidad del Espíritu
son necesariamente celosos, con celos piadosos, de que nada sea admitido, ya sea de doctrina o de práctica, o de asociación
voluntaria con tales cosas, que ponga fuera de la comunión del Espíritu a aquellos que la admiten de manera
práctica.
Ahora
bien, este hecho de 'procurar con diligencia' no se limita sólo a los que han sido reunidos así en
separación del mal y en la comunión del Espíritu Santo. Esto no lo guarda meramente el uno hacia el otro.
Su aspecto es hacia, y tiene en perspectiva a cada miembro de Cristo, en cualquier asociación que él
pueda estar, — incluso a aquellos que no están así reunidos en la comunión
del Espíritu. Los que mantienen así la verdad, muestran mediante esto su amor más verdadero y fiel
a los que no están con ellos de manera práctica. Permaneciendo en la luz, en inflexible fidelidad a Cristo,
y en comunión en el Espíritu de Dios, es el más verdadero amor de ellos para con sus hermanos. Ellos
no menoscaban la luz y la verdad de su posición dejándola por las tinieblas; sino que, si tienen gracia, ganan
a sus hermanos y los traen a la luz para andar también con ellos en la verdad.
Por
la gran misericordia del Señor, este hecho de procurar "con diligencia guardar la unidad del Espíritu en
el vínculo de la paz" ha sido concedido a Sus santos, y muchos han tenido fe al ver la senda, para adoptarla.
Cuando tal cosa existe, el esfuerzo que muchos han hecho para ocupar un lugar afuera de los que han sido guiados así
por el Señor, es meramente la voluntad propia del hombre, y eso debe ser tratado como tal.
Si
los santos más sencillos, como ha sido frecuentemente el caso, se han reunido en el nombre del Señor, —
incluso sin entendimiento alguno de cuál es el terreno del un solo cuerpo, del un solo Espíritu, — esto
los vincula necesariamente con todos los demás que han estado antes que ellos en el camino, por ser ellos objeto de
la misma acción del Espíritu de Dios y porque pueden haber aprendido más plenamente el terreno Divino
de reunión. Estos santos pueden deslizarse muy fácilmente de él y unirse al mal, si no están vigilantes;
y el enemigo trabaja incesantemente con este fin. Pero es completamente insostenible suponer que ellos puedan mantener inteligentemente
un terreno divino de reunión, e ignorar lo que el mismo Espíritu ha obrado entre otros antes que ellos.
La
Escritura no admite tal independencia. Mantener una posición independiente es aceptar una posición que los sitúa
fuera de la unidad del Espíritu de manera práctica. Muy probablemente tales personas se habían
reunido al principio en la energía del Espíritu Santo, con toda sencillez, como una reunión en el nombre
del Señor. Al caer en tal curso de acción ellos se escabullen de la compañía y de la comunión
del Espíritu de Dios. Habían comenzado en el Espíritu, y han terminado, o están camino de hacerlo,
en la carne.
Andar
en la comunión y en la unidad del Espíritu implica una clara separación de todos aquellos que no están
haciendo lo mismo en la práctica. Esto a veces pone a prueba a los santos. El enemigo lo utiliza para alarmar a los
santos más débiles. El clamor de falta de amor se levanta de inmediato. Pero cuando ello se convierte en un
asunto acerca de estar en la comunión del Espíritu de Dios, deja de ser un mero asunto acerca de hermanos.
Si en caso contrario los que son santos en la práctica no andan en dicha comunión, y otros han tenido luz y
gracia para hacerlo, ello debe implicar separación por parte de estos últimos. Para la carne esto es terrible.
Pero el amor divino no debe ser confundido con el amor humano; y la comunión en el Espíritu Santo, con la comunión
de los cristianos.
El
Espíritu Santo no se adaptará a nuestros modos de obrar, ni estará en comunión con nosotros; nosotros
debemos adaptar nuestros modos de obrar para estar en comunión práctica con Él. Por lo tanto, Pedro nos
pide añadir "al afecto fraternal, amor". (2ª Pedro 1: 7). El afecto fraternal acabará siendo
un mero amor a los hermanos porque nos agrada la sociedad de ellos, si dicho afecto no está protegido por el vínculo
divino que lo preserva como siendo de Dios. Dios es amor, y Dios es luz; y "si andamos en luz, como él está
en luz, tenemos comunión unos con otros". (1ª Juan 1: 7). Exigir afecto fraternal de tal manera que excluya
los requisitos de lo que Dios es (y Él mora en la iglesia por Su Espíritu), y de Sus reivindicaciones sobre
nosotros, es excluir a Dios de la manera más decisiva a fin de gratificar nuestros propios corazones.
Yo
imploro a mis hermanos, ya que valoran y aman al Bendito Señor que se entregó por Su Iglesia, que juzguen toda
posición en la que ellos puedan estar, posición que los sitúa de manera práctica fuera de la unidad
del Espíritu de Dios. El Señor Jesús se entregó a Sí mismo para redimirlos; y no sólo
eso sino que Él murió "para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos". (Juan 11:
52). Debiese estar en nuestros corazones todo el día que está disperso aquello por lo cual Cristo murió
para congregar. Ciertamente Él los congregará en el cielo; pero Él murió para congregarlos en
uno, ahora. Ello no puede ser excepto guardando la unidad del Espíritu de Dios; y si no es así, eso no es aquello
por lo que Él murió. Si no es congregar con Cristo, es dispersar, por muy plausible y bien que ello pueda parecer
a los ojos de los hombres. Dios está obrando misericordiosamente en muchos lugares; y el enemigo está obrando
también para tratar de mistificar a las almas que están recién saliendo de las tinieblas, y vincularlas
con los principios de la neutralidad, la indiferencia y la independencia; con cualquier cosa menos con la verdad.
La
Disciplina de la Asamblea.
Quisiera
referirme por un momento a la idoneidad divina de los santos así reunidos para llevar a cabo la disciplina de la Asamblea;
mantener afuera todo lo que no es del Espíritu de Dios.
Leemos:
"¿Qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis
vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso
de entre vosotros". (1ª Corintios 5: 12, 13). Ahora bien, esta idoneidad divina permanece inalterable. Es más,
es algo imperativo para los santos. El Señor los hace responsables por esto. A algunos se les ha ocurrido el pensamiento: «¿No es esto poner fuera del cuerpo, si estamos reunidos
como tales, es decir, en aquel terreno?». Yo respondo que
no lo es. La Escritura no hace que el asunto sea difícil en absoluto, pues ella dice "Quitad…de entre vosotros", no
dice «Quitad…del cuerpo», — lo cual no podría ser llevado a cabo. De lo contrario, no quedaría
ningún medio para excluir el mal de en medio de los dos o tres reunidos en el nombre del Señor Jesús.
Pablo podía, por autoridad del Señor, entregar la persona malvada a Satanás, para la destrucción
de la carne (1ª Corintios 5: 4, 5); el deber de la Asamblea es quitar de entre ellos, y su deber no va más allá
de esto.
El
Apóstol dirige a los Corintios a esta responsabilidad, vinculándola a "todos los que en cualquier lugar
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro" (1ª Corintios 1: 2); reconociéndolos
(1ª Corintios 12: 27) como reunidos en el terreno y los principios del un solo cuerpo de Cristo; y a menos que nosotros
podamos eliminar esa Escritura (1ª Corintios 5) de la palabra de Dios, la idoneidad y la autoridad divinas para ello
permanecen inalterables.
La
recepción de los hermanos.
El
sencillo y bienaventurado derecho para estar a la mesa del Señor es, Confesar a Cristo y ser miembro
de Cristo, junto con santidad en el andar. No hay ningún otro derecho, — ningún círculo
íntimo, privilegiado. El entendimiento, la comprensión de aquellos que son recibidos, aunque son buenos en su
lugar, no tiene absolutamente nada que ver con la recepción de ellos. Aquellos que reciben deben tener entendimiento
en lo que ellos están haciendo, y entender que aquellos a quienes ellos están recibiendo son miembros de Cristo.
En el momento en que ellos buscan entendimiento en los que buscan la comunión, son ellos los que dejan de tener entendimiento.
Pero hay una distinción que, en el celoso cuidado del nombre del Señor, debe ser observada en el trato con los
que han tenido que ver con malas asociaciones; a saber, aquellos que están asociados con el mal a sabiendas, y los
que están vinculados con él sin saberlo. Leemos: "A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos
del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne". (Judas 22, 23).
La
base y el principio de la unidad del Espíritu así contemplada abarca a toda la Iglesia de Dios. El hecho de
que aquellos que han estado mezclados con el mal, o con sistemas mundanos busquen comunión, muestra que ellos se están
separando del Señor. Esto debería encontrar una pronta respuesta. Cuanto más profundamente conscientes
sean los santos del carácter divino del lugar al que han sido llamados por la gracia del Señor, tanto más
pronta será la respuesta del corazón hacia todos los miembros de Cristo. Al mismo tiempo, ellos crecerán
en la fortaleza y en la convicción de la santidad que pertenece a la morada de Dios por medio del Espíritu;
y mediante Su gracia ellos velarán contra las asechanzas del enemigo en el intento de dejar entrar lo que contristaría
al Espíritu de Dios e impediría al Señor manifestar Su presencia en medio de ellos.
El
Señor en Su misericordia guarda a Sus santos y fieles y consagrados a Él en estos días malos. Puede ser
que ellos sean sólo un remanente; pero hay dos cosas que siempre han caracterizado al remanente fiel en cualquier tiempo:
1º, Consagración al Señor; 2º, La más estricta atención a los principios
fundamentales. Nosotros encontramos también que ellos fueron siempre el objeto de Su especial atención
y cuidado. La debilidad misma de ellos sacó a relucir esto de manera más sorprendente. Fue con ellos con quienes
Él se identificó más especialmente. Ellos tienen sólo «poca fuerza», —
pero por Su misericordia ellos la han usado, y los ha llevado al lugar donde Él está. Que el Señor les
conceda guardar Su palabra y no negar Su nombre, y retener lo que tienen para que nadie tome su corona. Amén. (Apocalipsis
3: 7-11).
Nota.
— En Apocalipsis encontramos que se habla a ciertas Asambleas locales; pero nunca a la "Iglesia o Asamblea de Dios".
F.
G. Patterson
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo-Junio 2024