NICOLAITANISMO
Ascenso y crecimiento del clero
F.
W. Grant
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles
(" ") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que
además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
De: La Historia Profética de la Iglesia
2ª
conferencia
Lectura
Bíblica: Apocalipsis 2: 2-17
Ahora
vamos a considerar cuidadosamente aquel versículo decimoquinto, donde leemos, "Y también tienes a los que
retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco".
Esta
siguiente etapa del trayecto de la Iglesia en su alejamiento, lamentablemente, de la verdad, puede ser fácilmente reconocida
históricamente. Ello es aplicable al tiempo en que después de haber pasado por la persecución pagana
(y la fidelidad de muchos Antipas fue sacada a relucir mediante ella), ella fue públicamente reconocida y establecida
en el mundo. La característica de esta epístola es, — aunque ahora no me detengo en ella, yo espero ocuparme
de ello en otra ocasión, — la Iglesia morando donde está el trono de Satanás. Ahora bien,
Satanás tiene su trono, no en el infierno (que es su prisión y donde él nunca reina en absoluto), sino
en el mundo. Él es llamado expresamente el "príncipe de este mundo". (Juan 12: 31; 14: 30; 16: 11).
Morar donde está el trono de Satanás, es establecerse en el mundo, bajo el gobierno, por así decirlo,
y la protección de Satanás. Eso es lo que las personas llaman el establecimiento de la Iglesia. Esto ocurrió
en tiempos del emperador romano Constantino. Aunque la amalgama con el mundo había ido en aumento durante largo tiempo
cada vez más decidida, fue entonces cuando la Iglesia accedió a las sedes de la antigua idolatría pagana.
Fue aquello a lo que las personas llaman 'el triunfo del cristianismo', pero el resultado fue que la Iglesia tenía
ahora, como nunca antes, las cosas del mundo en segura posesión: y el lugar principal en el mundo era de ella, y los
principios del mundo la permearon en todas partes.
El
nombre mismo de "Pérgamo" insinúa eso. Pérgamo es una palabra que significa "matrimonio";
y el matrimonio de la Iglesia antes de que Cristo venga a tomarla para Sí es necesariamente infidelidad para con Aquel
con quien ella está desposada. Es del matrimonio de la Iglesia y el mundo de lo que habla la epístola
a Pérgamo, — el final de un cortejo que había estado ocurriendo desde mucho tiempo antes.
Hay
algo, sin embargo, que es realmente preliminar a esto, — mencionado en el primer discurso, — del cual me ocuparé
esta noche y que realmente es aquí pertinente. Yo no pude exponerlo tan bien cuando estuvimos considerando el discurso
a Éfeso porque allí es evidentemente incidental y no caracteriza el estado de cosas. En el discurso a Éfeso
el Señor dice: "Pero tienes esto, que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo
también aborrezco". (Apocalipsis 2: 6). Aquí se trata de algo más que de las "obras" de
los nicolaítas. Ahora no hay meramente "obras" sino "doctrina". (Apocalipsis 2: 15). Y
la Iglesia, en vez de repudiarla, la admitía. En los días de Éfeso ellos aborrecían las
obras de los nicolaítas, pero en Pérgamo ellos tenían (toleraban), y no reprobaban a los que
retenían la doctrina.
Entonces,
la pregunta seria es: ¿Cómo interpretaremos esto? Yo respondo que la palabra "nicolaítas" es
realmente lo único que tenemos para interpretarlo. Las personas se han esforzado mucho para demostrar que hubo una
secta de los nicolaítas, pero los escritores actuales reconocen por doquier que ello es muy dudoso. Tampoco podemos
concebir por qué en cartas de carácter profético, — que yo confío haber demostrado que éstas
tienen, — debería haber una mención tan repetida y enfática de una mera secta oscura acerca de
la cual las personas pueden decirnos poco o nada y que parece ideada para adaptarse al pasaje que está ante nosotros.
El Señor denuncia dicha doctrina solemnemente: "la que yo aborrezco". Esta doctrina debe tener una importancia
especial para Él, y debe ser significativa en la historia de la Iglesia, — por poco percibida que ella pueda
haber sido . Y otra cosa que tenemos que recordar es que no es costumbre de la Escritura enviarnos a las historias de la Iglesia
ni a ninguna otra historia para interpretar sus palabras. La Palabra de Dios es su propio intérprete, y no tenemos
que ir a otra parte para averiguar lo que hay allí. De lo contrario, la interpretación se convierte en un asunto
de hombres eruditos que buscan y averiguan para aquellos que no tienen los mismos medios o habilidades, — aplicaciones
que deben ser aceptadas sólo en la autoridad de ellos. Dios no nos abandona a ese tipo de cosas. Además, es
la manera común en la Escritura, y especialmente en pasajes de carácter simbólico como la parte que tenemos
ante nosotros, que los nombres sean significativos. No necesito recordarles cuán abundante es este el caso en el Antiguo
Testamento; y en el Nuevo Testamento, aunque menos notado, no puedo dudar sino de que existe la misma significancia en todas
partes. Aquí, si nos limitamos sencillamente al nombre, yo creo que el nombre por sí solo es suficientemente
sorprendente e instructivo. Obviamente, para quienes hablaban el idioma utilizado, el significado no sería algo oculto
o recóndito sino tan evidente como el de las alegorías de Bunyan en su libro 'El progreso del peregrino'.
La
palabra griega Nikólaos significa pues, 'vencedor o dominador del pueblo'. La última
parte de la palabra (Laos) es la palabra usada en griego para 'pueblo', y es la palabra de la que deriva
el término comúnmente usado 'Laicado'. Los Nicolaítas eran precisamente esos: los
que 'sometían, degradaban a los laicos', la masa del pueblo cristiano, para enseñorearse
indebidamente de ellos.
Hay
otra palabra que es muy sorprendente en relación con esto y que se encuentra en este mismo discurso, al lado de ésta;
una palabra bastante parecida a esta "nicolaítas", aunque es una palabra hebrea y no griega; pues así
como ustedes tienen la doctrina de los nicolaítas, también tienen la "doctrina de Balaam" (Apocalipsis
2: 14); y así como nicolaítas significa 'dominadores del pueblo', Balaam significa "destruir
al pueblo". Ustedes han señalado lo que él "enseñaba" a Balac. La doctrina de Balaam enseñaba
a "poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación".
Con este propósito él los incitaba a mezclarse con las naciones de las cuales Dios los había separado
cuidadosamente. La ruptura de esa necesaria separación fue la destrucción de ellos, en la medida en que prevaleció.
De la misma manera, nosotros hemos visto a la Iglesia ser llamada a salir del mundo, y es muy fácil aplicar el tipo
Divino en este caso. Pero nosotros tenemos aquí un pueblo reconocidamente típico, con un nombre significativo
correspondiente, y en una conexión tan estrecha que confirma de manera natural la lectura de la palabra similar "nicolaítas"
como igualmente significativa. Yo tendré que hablar más de esto en otra ocasión, si el Señor quiere.
Constatemos
ahora el desarrollo del Nicolaitanismo. Se trata, en primer lugar, de ciertas personas que tienen este carácter, y
que, — yo estoy simplemente traduciendo la palabra, — asumen primero el lugar de superioridad sobre el pueblo.
Sus "obras" muestran lo que ellos son. Todavía no hay "doctrina". Pero ello termina, en Pérgamo,
con la doctrina de los nicolaítas. El lugar es asumido ahora como de ellos por derecho. Hay una doctrina,
una enseñanza acerca de ello, recibida al menos por algunos, y a la que la Iglesia en general, — no, es más,
las almas verdaderas también, en general, — se han vuelto indiferentes. Ahora bien, ¿qué ha entrado
entre estas dos cosas, las "obras" y la "doctrina"? Es lo que consideramos la última vez: a saber,
el surgimiento de una facción a quienes el Señor señala como aquellos que decían ser judíos
y no lo eran, sino que eran la sinagoga de Satanás, — el intento del adversario, (lamentablemente demasiado exitoso)
de judaizar la Iglesia.
La
vez anterior yo traté de mostrarles cuáles son las características del judaísmo. Este era un sistema
probatorio, un sistema de prueba, en el cual había de ser visto si el hombre podía producir una justicia para
Dios. Nosotros conocemos el final de la prueba, y que Dios declaró "No hay justo, ni aun uno". Y sólo
entonces fue cuando Dios pudo manifestar Su gracia. Mientras Él estuviese sometiendo al hombre a prueba, Él
no podría abrir el camino a Su presencia y justificar allí al pecador. Mientras durara la prueba, Él
tenía que impedirle la entrada. Porque en ese terreno nadie podía ver a Dios y vivir. Ahora bien, la esencia
misma del cristianismo es que todos son bienvenidos. Hay una puerta abierta y un acceso dispuesto, donde la sangre de Cristo
da derecho a todos, por muy pecadores que sean, a acercarse a Dios, y a encontrar de Su mano la justificación como
impíos. Ver a Dios en Cristo no es morir, sino vivir. ¿Y cuál es la consecuencia adicional de esto? Los
que han venido así a Él, — los que han encontrado el camino de acceso a Su presencia a través de
la sangre que habla de paz, han aprendido lo que Él es en Cristo, y han sido justificados ante Dios, — pueden
asumir, y son enseñados a asumir, un lugar distinto de todos los demás, como siendo ellos ahora Suyos, —
hijos del Padre, miembros de Cristo, Su cuerpo. Eso es la Iglesia, un cuerpo llamado a salir, separado del mundo. Por otra
parte, el judaísmo necesariamente mezclaba todo juntamente. Nadie puede asumir allí un lugar así con
Dios. Nadie puede clamar "Abba, Padre," realmente; por lo tanto, no podía haber separación alguna.
Esto había sido una vez una necesidad, y ello era de Dios, sin duda. Pero ahora que el judaísmo se ha establecido
de nuevo, después de que Dios lo hubo abolido, es inútil insistir en que una vez ello fue de Él; su establecimiento
de nuevo fue la obra demasiado exitosa del enemigo contra este evangelio y contra esta Iglesia. Él califica a estos
judaizantes como la "sinagoga de Satanás".
Ahora
bien, ustedes pueden entender de inmediato que cuando la Iglesia en su verdadero carácter prácticamente se perdió
de vista, cuando miembros de la Iglesia significaban personas bautizadas por agua en lugar de por el Espíritu Santo,
o cuando el bautismo de agua y del Espíritu Santo eran considerados como siendo uno, (y esto muy pronto se convirtió
en doctrina aceptada,) entonces, obviamente, la sinagoga judía estaba establecida de nuevo de manera práctica.
Se hizo cada vez más imposible hablar de cristianos estando en paz con Dios o salvos. Ellos esperaban estarlo,
y los sacramentos y ordenanzas se convirtieron en medios de gracia para asegurar, en la medida de lo posible, una salvación
muy lejana.
Veamos
hasta qué punto esto ayudaría en la doctrina de los nicolaítas. Es evidente que cuando la Iglesia zozobró
en la sinagoga, y a medida que ella lo hizo, el pueblo cristiano se convirtió de manera práctica en lo que antiguamente
había sido el judío. Ahora bien, ¿cuál era esa posición? Como he dicho, no había
ningún acercamiento real a Dios en absoluto. Incluso el sumo sacerdote, que (como tipo de Cristo) entraba en el lugar
santísimo una vez al año, el día de la expiación, tenía que cubrir el propiciatorio con
una nube de incienso para no morir. Pero los sacerdotes comunes no podían entrar allí en absoluto, sino sólo
en el lugar santo exterior; mientras que el pueblo en general ni siquiera podía entrar allí. Y esto fue expresamente
diseñado como testimonio de la condición de ellos. Fue el resultado del fracaso de parte de ellos; porque la
oferta de Dios para ellos, que puede ser encontrada en el capítulo diecinueve del libro del Éxodo, era ésta:
"Ahora pues, si escuchareis atentamente mi voz y guardareis mi pacto, me seréis un tesoro especial, tomado de
entre todos los pueblos; pues que mía es toda la tierra: y vosotros me seréis un reino de sacerdotes
y una nación santa". (Éxodo 19: 5, 6 – VM).
De
este modo, a Israel se le ofreció condicionalmente la misma cercanía de acceso a Dios, — todos ellos
debían ser sacerdotes. Pero esto fue rescindido porque ellos quebrantaron el pacto; y entonces una familia especial
(la tribu de Leví) es puesta en el lugar de sacerdotes y el resto del pueblo es puesto en segundo plano y sólo
puede acercarse a Dios por medio de ellos.
Así,
un sacerdocio separado e intermediario caracterizaba al judaísmo; y, por el mismo motivo no hubo nada de lo que ahora
llamaríamos obra misionera. No hubo salida al mundo de esta manera; ninguna prestación, ningún
mandato para predicar la ley en absoluto. De hecho, ¿qué podían ellos decir? ¿Que Dios estaba
en la oscuridad? ¿Que nadie podía verle y vivir? Es ciertamente evidente que allí no había "buenas
nuevas". El judaísmo no tenía un verdadero evangelio. La ausencia del evangelista y la presencia del sacerdocio
intermediario contaban la misma triste historia y estaban en perfecta consonancia entre sí.
Eso
era el judaísmo. ¡Cuán diferente es, entonces, el cristianismo! Tan pronto como la muerte de Cristo rasgó
el velo y abrió un camino de acceso a la presencia de Dios, hubo inmediatamente un evangelio, y la nueva orden es:
"Iid por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura". Dios mismo se está dando a conocer, y, "¿Es
Dios solamente Dios de los judíos?". ¿Se puede confinar el evangelio de Cristo dentro de los límites
de una nación? (Romanos 3: 29). No, la fermentación del vino nuevo rompería los odres.
El
sacerdocio intermediario ha sido suprimido por el Evangelio, pues todos los cristianos son ahora sacerdotes de Dios. Lo que
se ofreció condicionalmente a Israel es ahora un hecho consumado en el cristianismo. Nosotros somos un reino de sacerdotes;
y en la sabiduría de Dios es Pedro, — -ordenado por el hombre como la gran cabeza del ritualismo, — quien,
en su primera epístola, anuncia las dos cosas que destruyen el ritualismo enteramente para aquellos que le creen. En
primer lugar, que nosotros hemos "nacido de nuevo", no por el bautismo, sino "por medio de la palabra de Dios
que vive y permanece para siempre" (1ª Pedro 1: 23 – RV1977); ..." y esta es la palabra que por el evangelio
os ha sido anunciada". (1a Pedro 1: 25). En segundo lugar, en vez de un grupo de sacerdotes, el apóstol dice a
todos los cristianos: "Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio
santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo". (1ª Pedro 2: 5). Los sacrificios
son espirituales, — alabanza y acción de gracias, y también nuestras vidas y cuerpos (Hebreos 13: 15,
16; Romanos 12: 1). Esta ha de ser una verdadera obra sacerdotal por parte nuestra, y nuestras vidas adquieren así
su carácter correcto: ellas son la acción de gracias, el servicio de los que pueden acercarse a Dios.
Permitan
ustedes que yo reitere que en el judaísmo nadie se acercaba realmente; pero ahora, el pueblo tampoco, — el laicado
(pues no es más que una palabra griega hecha castellana), — y eso de mejor manera de lo que el sacerdote judío
podía. La casta sacerdotal, dondequiera que es encontrada, significa lo mismo. No hay acercamiento alguno de todo el
pueblo en absoluto. Ello significa distancia de Dios, y oscuridad, — Dios excluido del pueblo.
Ahora
bien, ESE es el significado de 'el Clero'. Quiero que ustedes lo consideren detenidamente. No quiero
que piensen que es una mera cuestión de un cierto orden de gobierno de la Iglesia, — tal como la gente tiende
a hacerlo. Quiero que vean los importantes principios que están involucrados en esto, y cuán realmente el Señor
tiene causa, como Él debe tenerla, para decir acerca del Nicolaitanismo, "yo también aborrezco". Y
esta noche mi finalidad y mi objetivo es tratar de que ustedes lo aborrezcan como Dios lo aborrece.
No
estoy hablando de personas, Dios no lo permita. Estoy hablando de una cosa. Nuestra desdicha es que estamos al final de una
larga serie de alejamientos de Dios, y como consecuencia crecemos en medio de muchas cosas que llegan a nosotros como "tradición
de los ancianos", asociadas con nombres que todos reverenciamos y amamos, y en base a la autoridad de ellos en realidad
las hemos aceptado sin haberlas considerado jamás realmente a la luz de la presencia de Dios. Y así hay muchos
a quienes gustosamente reconocemos como verdaderos hombres de Dios, y siervos de Dios, que están en una posición
falsa. Es de esa posición de la que estoy hablando. Estoy hablando de una cosa, como lo hace el Señor,
— "la que yo aborrezco". Él no dice, 'los que yo aborrezco'. Aunque en
aquellos días esa clase de mal no era una herencia como lo es ahora, y los primeros propagadores de éste tenían,
obviamente, una responsabilidad peculiarmente de ellos, por muy engañándose a ellos mismos que estuvieran; pero
aun así, en este asunto como en todos los demás no necesitamos avergonzarnos o temer estar donde está
el Señor. No, no podemos estar con Él en esto a menos que lo estemos. Y Él dice del Nicolaitanismo, "lo
cual aborrezco".
Porque,
¿qué significa esto? Les diré en pocas palabras cuál es la idea misma de clero. Significa una
casta o clase espiritual; un conjunto de personas que oficialmente tienen derecho al liderazgo en las cosas espirituales;
una cercanía a Dios derivada del lugar oficial, no del poder espiritual: de hecho, es el resurgimiento bajo los nombres
y con varias modificaciones de ese mismo sacerdocio intermediario que distinguió al judaísmo, y que el cristianismo
enfáticamente rechaza. Eso es lo que un clero significa; y en contraste con ellos está el resto de los cristianos
que no son más que el laicado, los seculares, necesariamente puestos de nuevo en más
o menos a la antigua distancia que la cruz de Cristo ha eliminado.
Entonces,
nosotros vemos el motivo por el cual fue necesario que la Iglesia se judaizara antes de que las obras de los nicolaítas
pudieran madurar en una "doctrina." Incluso el Señor había autorizado obedecer a los escribas y fariseos
sentados en la cátedra de Moisés; y para hacer que este texto fuera aplicado como la gente lo aplica ahora,
la cátedra de Moisés tenía, obviamente, que ser instalada en la Iglesia cristiana: y una vez
hecho esto, y degradada la masa de cristianos del sacerdocio del que habló Pedro a meros miembros laicos,
la doctrina de los nicolaítas fue establecida de inmediato.
Entiéndanme
ustedes perfectamente que de ninguna manera yo estoy cuestionando la institución divina del ministerio cristiano. Dios
no lo permita; porque el ministerio, en el sentido más pleno, es característico del cristianismo, como de hecho
yo ya he mantenido. Yo tampoco niego (aunque creo que todos los verdaderos cristianos son ministros también por el
hecho mismo de ser cristianos) un ministerio especial y distintivo de la Palabra, como lo que Dios ha dado a algunos, y no
a todos, aunque para el uso de todos. Nadie verdaderamente enseñado por Dios puede negar que algunos, no todos, entre
los cristianos, tienen el lugar de evangelista, pastor, maestro. Yo creo que le doy más importancia a esto que las
actuales opiniones; porque creo que cada verdadero ministro es un don de Cristo para Su pueblo en Su cuidado como Cabeza de
la Iglesia, y él es uno que tiene su lugar sólo dado por Dios, y es responsable en ese carácter ante
Dios, y sólo ante Dios. El miserable sistema que veo a mi alrededor degrada a este ministro de este lugar bienaventurado
y, de hecho, hace que él sea poco más que un invento y siervo de los hombres. Si bien es cierto que ello le
da un lugar de señorío sobre las personas que gratifica a una mente carnal, aun así inmoviliza al hombre
espiritual, y lo encadena, dándole en todas partes una conciencia artificial hacia el hombre, impidiendo de hecho que
su conciencia esté debidamente ante Dios.
Permítanme
definirles brevemente cuál es la doctrina Escritural del ministerio; es una doctrina muy sencilla. La Asamblea de Dios
es el cuerpo de Cristo; todos los miembros son miembros de Cristo. No hay otra membresía en las Escrituras que ésta,
la membresía del cuerpo de Cristo, al cual pertenecen todos los cristianos verdaderos: no hay muchos cuerpos de Cristo,
sino un solo cuerpo; no hay muchas iglesias, sino una sola Iglesia.
Hay,
obviamente, un lugar diferente para cada miembro del cuerpo por el mismo hecho de que él o ella lo es. No todos los
miembros tienen el mismo cargo: está el ojo, el oído, etc., pero todos son necesarios y todos necesariamente
ministran de alguna manera los unos a los otros.
Cada
miembro tiene su lugar, no sólo localmente y en beneficio de algunos pocos miembros sino para beneficio de todo el
cuerpo.
Cada
miembro tiene su don, como el apóstol enseña claramente. "Porque de la manera que en un cuerpo
tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos
un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según
la gracia que nos es dada", etc. . (Romanos 12: 4-6).
En
el capítulo 12 de la 1ª epístola a los Corintios, el apóstol habla extensamente de estos dones;
y él los llama con un nombre significativo, — 'manifestaciones del Espíritu'. Son dones
del Espíritu, obviamente; pero más aún, son 'manifestaciones del Espíritu'; y ellos
se manifiestan donde se encuentran, — donde (apenas necesito añadir) hay discernimiento espiritual, — donde
las almas están ante Dios.
Por
ejemplo, si ustedes toman el Evangelio de Dios, ¿de dónde proviene su autoridad y poder? ¿De alguna aprobación
de hombres? ¿De alguna credencial humana de cualquier tipo? ¿o de su propio poder inherente? Yo sostengo que
el intento común de identificar al mensajero le quita poder a la Palabra en lugar de añadírselo. La Palabra
de Dios debe ser recibida como tal: aquel que la recibe atestigua que Dios es verdadero. Su capacidad de satisfacer
las necesidades del corazón y de la conciencia proviene del hecho de que ella es 'las buenas nuevas' de Dios,
el cual conoce perfectamente cuál es la necesidad del hombre y la ha provisto consecuentemente. Aquel que ha experimentado
el poder de la Palabra sabe bien de Quién procede. La obra y el testimonio del Espíritu de Dios en el alma no
necesitan ningún testimonio humano que los complemente.
Incluso
la apelación del Señor que Él pronunció en Su propio caso fue a la verdad: "Si digo la verdad,
¿por qué vosotros no me creéis?" (Juan 8: 46). Cuando Él se presentaba en las sinagogas judías
o en cualquier otro lugar, a los ojos de los hombres Él no era más que el hijo de un pobre carpintero, no autentificado
por ninguna escuela o grupo de hombres en absoluto. Todo el peso de la autoridad estuvo siempre en Su contra. Él rechazó
incluso recibir "el testimonio de los hombres". Sólo la palabra de Dios debe hablar por Dios. "Mi doctrina
no es mía, sino de aquel que me envió". (Juan 7: 16). ¿Y cómo dicha doctrina se aprobó
a sí misma? Por el hecho de ser verdad. "Si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?".
Era la verdad la que iba a abrirse camino con los fieles. "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si
la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta". (Juan 7: 17). Él dice: «Yo hablo la verdad;
os la traigo de parte de Dios; y si ella es verdad, si vosotros buscáis hacer la voluntad de Dios, aprenderéis
a reconocerla como la verdad.» Dios no dejará a las personas en ignorancia y tinieblas si ellas están
procurando ser hacedoras de Su voluntad. ¿Pueden ustedes suponer que Dios permitirá que los corazones verdaderos
sean engañados por cualquier engaño plausible que pueda estar en circulación? Él puede dar a conocer
Su voz en aquellos que buscan oír Su voz. Y así dice el Señor a Pilato: "Todo aquel que es de
la verdad, oye mi voz". (Juan 18: 37). "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen" (Juan 10:
27), y, además, "al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz
de los extraños". (Juan 10: 5).
Además,
la naturaleza de la verdad es tal que pretender ratificarla a quienes son ellos mismos verdaderos, es deshonrarla, como si
ella misma no fuera capaz de evidenciarse, y es una deshonra a Dios, como si Él pudiera faltar a las almas,
o a lo que Él mismo ha dado. No, el apóstol dice: "Por la clara demostración de la verdad, nos recomendamos
a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios". (2ª Corintios 4: 2 - RVA). Y el Señor habla
de que la condenación del mundo es que "la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que
la luz, porque sus obras eran malas". (Juan 3: 19). No hubo falta de evidencia: la luz estaba allí, y los hombres
reconocieron su poder para la propia condenación de ellos cuando trataron de escapar de ella.
Así
también en el don, hubo la "manifestación del Espíritu", y dicha manifestación fue dada
a cada uno "para el provecho de todos". (1ª Corintios 12: 7 – VM). Por el hecho mismo de que él
tuviera el don él era responsable de usarlo, responsable ante Aquel que no lo había dado en vano. En el don
mismo estaba la capacidad de ministrar, y también el derecho; porque yo estoy obligado a ayudar y servir con lo que
tengo. Y si las almas son ayudadas, apenas tienen ellas que preguntar si yo tenía el encargo de hacerlo.
Ese
es el carácter sencillo del ministerio, — el servicio de amor, según la capacidad que Dios dio; el servicio
mutuo de cada uno a cada uno, y de cada uno a todos, sin competir unos con otros ni excluyéndose unos a otros. Cada
don se echaba en el tesoro común y todos se enriquecían mediante ello. La bendición de Dios y la manifestación
del Espíritu eran toda la autorización necesaria. No todos eran maestros, y menos aún maestros públicos
de la Palabra; sin embargo, exactamente los mismos principios eran aplicados en estos casos. Aquél no era más
que una sección de un servicio que tenía muchas, y que era prestado por cada uno a cada uno conforme a su esfera.
¿Acaso
no había nada más que eso? ¿No había en aquel entonces ninguna clase ordenada? Eso es otra cosa.
En la Iglesia primitiva había, sin duda, dos clases de creyentes, regularmente designados, — regularmente ordenados,
si ustedes prefieren decirlo así, — que desempeñaban una función. Los diáconos eran aquellos
que teniendo a su cargo el fondo para los pobres y otros propósitos, primero eran elegidos por los santos para este
lugar de confianza en nombre de ellos, y luego nombrados de manera autoritativa por los apóstoles mismos o por creyentes
autorizados por ellos. Los ancianos eran una segunda clase, hombres de edad avanzada, como la palabra indica, que eran nombrados
en las asambleas locales como "obispos" o 'supervisores', para considerar su estado. El hecho de que los
ancianos eran lo mismo que obispos puede ser visto en las palabras de Pablo a los ancianos de Éfeso, donde él
los exhorta, " mirad... "por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (epískopos)".
Aunque en algunas versiones de la Biblia en español la palabra griega "epískopos" ha
sido traducida como "supervisores" o "sobreveedores", la versión Reina-Valera 1960 traduce dicha
palabra en Hechos 20: 28 y también en Tito 1: 7 como "obispos" y "obispo" respectivamente, —
leemos, "para que… establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible…
porque es necesario que el obispo (epískopos) sea irreprensible". (Hechos 20: 28; Tito 1: 7).
El
trabajo de ellos consistía en supervisar, y aunque para ese propósito el hecho de ser "apto para
enseñar" (Tito 3: 2) era un atributo muy necesario en vista de los errores que ya eran abundantes, sin embargo,
nadie podía suponer que la enseñanza se limitaba a los que eran "ancianos", "maridos de una sola
mujer", los que tenían "a sus hijos en sujeción con toda honestidad". Esta era una prueba necesaria
para quien iba a ser obispo; "(pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la
iglesia de Dios?)" 1ª Timoteo 3: 1-7).
Independientemente
de cuáles fuesen sus dones, ellos los usaban, como todos lo hacían, y el apóstol ordena así: "Los
ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar".
(1ª Timoteo 5: 17). Pero ellos podían gobernar, y gobernar bien, sin hacer lo último.
El
significado de su ordenación era solamente éste: que aquí no se trataba de una cuestión
de don, sino de autoridad. Era una cuestión de derecho para ocuparse y examinar, a menudo asuntos difíciles
y delicados, y también entre personas que muy probablemente no estaban en estado alguno de someterse a lo que era meramente
espiritual. La ministración del don era otra cosa, y era libre, bajo la guía de Dios, para todos.
Hasta
aquí, muy brevemente, en cuanto a la doctrina de las Escrituras. Nuestro doloroso deber es ahora poner en contraste
con ella el sistema que yo estoy desaprobando, según el cual una clase distinta de personas se dedica formalmente a
las cosas espirituales, y el pueblo, — el laicado, — está excluido en la misma proporción de tal
ocupación. Este es el verdadero Nicolaitanismo, — 'dominar al pueblo'.
Yo
digo nuevamente que no sólo el ministerio de la Palabra es totalmente correcto, sino que hay quienes tienen el don
y la responsabilidad especiales (aunque aun así no exclusivos) de ministrarla. Pero el sacerdocio es otra cosa, y una
cosa lo suficientemente distinta como para ser fácilmente reconocido donde es reivindicado o de hecho existe. Obviamente
yo soy consciente de que los protestantes en general niegan cualquier poder sacerdotal a sus ministros. No tengo deseo alguno
ni pienso discutir la perfecta honestidad de ellos en este repudio. Ellos quieren decir que no piensan que el ministro tenga
algún poder autoritativo de absolución; y que ellos no hacen de la mesa del Señor un altar, donde día
tras día la perfección de la una sola ofrenda de Cristo es negada mediante incontables repeticiones. Ellos tienen
razón en ambos aspectos, pero ello apenas es todo el asunto. Si miramos más profundamente encontraremos que
mucho del carácter sacerdotal puede adherirse donde ninguno de estos, ministerio y sacerdocio, tiene el menor lugar.
El
sacerdocio y el ministerio pueden ser distinguidos de esta manera. El ministerio (en el sentido que estamos considerando ahora)
es para los hombres; el sacerdocio es para Dios. El que ministra lleva el mensaje de Dios al pueblo, habla
por Él a ellos . El sacerdote acude a Dios por el pueblo; habla, a la inversa, por ellos a Él. Ciertamente
es fácil distinguir estas dos posiciones.
Las
"alabanzas y la acción de gracias" son "sacrificios espirituales": ellas forman parte de nuestra
ofrenda como sacerdotes. (1ª Pedro 2: 5). Coloquen ustedes una clase especial en un lugar donde regular y oficialmente
actúen así por los demás, y ellos están de inmediato en el rango de un sacerdocio intermediario,
mediadores para con Dios por los que no están tan cerca.
La
cena del Señor es la expresión más prominente y plena de agradecimiento y adoración cristiana,
pública y regularmente. Pero ¿qué ministro protestante no considera que su derecho oficial es administrar
esto? ¿Qué 'laico' no evitaría la profanación de administrarla? Y este es uno
de los terribles males del sistema, a saber, que la masa del pueblo cristiano está claramente secularizada. Ocupados
en cosas mundanas no se puede esperar que ellos sean espiritualmente lo que son los clérigos. Y ellos son, por así
decirlo, entregados a esto. Se los libera de ocupaciones espirituales para las que ellos no reúnen las condiciones,
y a las que otros se entregan enteramente.
Pero
esto, evidentemente, debe ir mucho más allá. "Los labios del sacerdote han de guardar el conocimiento".
(Malaquías 2: 7 - RVA). Los laicos, los cuales se han convertido en eso al abdicar de su sacerdocio, ¿cómo
deberían guardar el conocimiento que pertenece a una clase sacerdotal? La falta de espiritualidad a la que ellos mismos
se han entregado, los persigue aquí. La clase cuya ocupación es esta se convierte también en los intérpretes
autorizados de la Palabra, porque, ¿cómo podría el hombre secular saber tan bien lo que la Escritura
significa? De este modo el clero se convierte en los ojos, oídos y boca espirituales de los laicos, y está en
la manera justa de convertirse también en el cuerpo completo.
Pero
esto conviene a las personas. No me malinterpreten como si yo quisiera decir que todo esto entró como simplemente la
arrogación de una clase de personas. Es eso, sin duda, pero nunca podría esta distinción miserable y
no Escritural entre clero y laicado haberse obtenido tan rápidamente como lo hizo, y tan universalmente, si en todas
partes no se hubiera encontrado bien adaptada a los gustos de incluso aquellos a quienes dicha diferencia realmente desplazó
y degradó. Esto se ha cumplido no sólo en Israel sino también en la cristiandad: "Los profetas profetizan
mentira, y los sacerdotes gobiernan por medio de ellos, y mi pueblo quiere que sea así". (Jeremías 5: 31
– VM). Lamentablemente, ellos lo hacían, y lo hacen. A medida que la decadencia espiritual se instala, el corazón
que se vuelve hacia el mundo cambia fácilmente, al estilo de Esaú, su primogenitura espiritual por una porción
de potaje. (Génesis 25: 19 y sucesivos). Esto intercambia agradecidamente su necesidad de preocuparse demasiado por
las cosas espirituales con aquellos que aceptarán la responsabilidad de esto. La mundanalidad está bien cubierta
con un manto de un laico. Y a medida que la Iglesia en general abandonó el primer amor, como lo hizo rápidamente,
el mundo comenzó a entrar a través de las puertas poco vigiladas, y se hizo más y más imposible
para los que componían la cristiandad ocupar el bienaventurado y maravilloso lugar que pertenecía a los cristianos.
El paso descendente, en lugar de ser subsanado, sólo hizo que cada uno de los pasos sucesivos fueran más fáciles;
hasta que en menos de 300 años desde el principio, un sacerdocio judío y una religión ritualista se instalaron
en todas partes. Sólo que mucho peor, porque las cosas preciosas del cristianismo dejaron sus nombres al menos como
botín al invasor, y la sombra se convirtió, para la mayoría, en la sustancia misma.
Pero
yo debo volver para considerar más particularmente una característica de este clericalismo. Yo he mencionado
la confusión de ministerio y sacerdocio; el hecho de asumir un derecho oficial en las cosas espirituales, de un derecho
para administrar la Cena del Señor, y yo podría haber añadido también, para bautizar. Para ninguna
de estas cosas se puede encontrar una Escritura en absoluto. Pero debo detenerme un poco más en el énfasis puesto
en la ordenación.
Quiero
que vean un poco más lo que significa la ordenación. En primer lugar, si ustedes leen el Nuevo Testamento no
encontrarán nada acerca de la ordenación para enseñar o predicar. Ustedes encuentran personas yendo por
todas partes ejerciendo libremente cualquier don que ellas tenían; toda la Iglesia fue dispersada desde Jerusalén,
excepto los apóstoles, y ellos iban por todas partes predicando (literalmente, evangelizando) la Palabra. Yo supongo
que la persecución no los ordenó. Así ocurrió en el caso de Apolos. Así fue con Felipe
el diácono. De hecho, no hay rastro de ninguna otra cosa. Timoteo recibió un don mediante profecía con
la imposición de las manos de Pablo con las de los ancianos, pero eso fue un don, no una autorización
para usarlo. Así que se le dice que comunique su propio conocimiento a hombres fieles que debían ser idóneos
para enseñar también a otros; pero no hay ni una palabra acerca de ordenarlos. Ya he mencionado el caso de los
ancianos. El de Pablo y Bernabé en Antioquía es el más improcedente que puede haber para el propósito
con que la gente lo usa. Porque se hace que profetas y maestros ordenen a un apóstol, y a uno que niega totalmente
ser eso, "no de parte de los hombres, ni por medio de hombre alguno". (Gálatas 1: 1 –
VM). Y allí el Espíritu Santo, — no confiere el poder de ordenar a ninguno, sino que dice: "Apartadme
a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado", — para un viaje misionero especial, que se muestra
después que ellos habían cumplido. Véase Hechos. 8: 1, 3; Hechos 11: 19-21; Hechos 13: 2-4; Hechos 18:
24-28; 1ª Timoteo 4: 14; etc.
Pues
bien, entonces, ¿cuál es el significado de esta 'ordenación'? Ustedes pueden estar
seguros de que grande es su significado para los que la practican o no sería tan celosamente defendida como lo es.
Hay, sin duda, dos fases de ella. En la fase más extrema, como entre los católicos romanos y los ritualistas,
se la reivindica de la manera más completa como siendo ella no solamente la transmisión de autoridad sino de
poder espiritual. Ellos se arrogan, con todo el poder de los apóstoles según ellos, dar el Espíritu Santo
mediante la imposición de sus manos, y también para ejercer el sacerdocio de la manera más completa.
Al pueblo de Dios, como tal, no se le permite ejercer el sacerdocio que Él les ha dado, y una clase especial de personas
es puesta en el lugar de ellos para mediar por ellos de una manera que desecha el fruto de la obra de Cristo y los ata a la
Iglesia como siendo ella el canal de toda gracia. Ustedes pensarán que yo no necesito insistir en esto en cuanto a
los protestantes; pero esto también se hace entre algunos de ellos, en palabras que para cierta clase de ellos extrañamente
parecen no significar nada, mientras que otra clase de personas encuentra en ellas la abundante aprobación de sus más
elevadas pretensiones.
Por
otra parte, aquellos que correcta y consistentemente rechazan estas suposiciones anticristianas no pretenden conferir realmente
ningún don en la ordenación, sino sólo 'reconocer' el don que Dios ha dado. Pero entonces,
después de todo, este reconocimiento se considera necesario antes de que la persona pueda bautizar o administrar la
Cena del Señor, — cosas que realmente no requieren ningún don peculiar en absoluto. Y en cuanto al ministerio
de la Palabra, se hace que el don de Dios requiera la aprobación humana, y es 'reconocido' en nombre
de Su pueblo por aquellos que se considera que tienen un discernimiento que el pueblo como tal no tiene. Siendo ellos mismos
ciegos, o no, estos hombres llegan a ser "guías de ciegos"; si no, ¿por qué necesitan ellos
que otros sean ojos para ellos, mientras sus propias almas son sacadas del lugar de responsabilidad inmediata ante Dios y
se las hace ser indebidamente responsables ante el hombre? Se les fabrica una conciencia artificial y les son impuestas constantemente
condiciones a las que tienen que conformarse para obtener el necesario reconocimiento. Está bien si ellos no están
bajo el control de los que los ordenan en cuanto a la senda de servicio de ellos también, como generalmente ellos lo
están.
En
cuanto a principio, esto es infidelidad a Dios: porque si Él me ha dado un don para que lo use para Él, ciertamente
soy infiel si acudo a cualquier hombre o grupo de hombres para pedirles permiso para usarlo. El don mismo lleva consigo la
responsabilidad de usarlo, tal como hemos visto. Si ellos dicen: «Pero las personas pueden equivocarse», yo lo
reconozco plenamente; pero ¿quién va a asumir mi responsabilidad si yo me equivoco? Y por otra parte, los errores
de un cuerpo de personas que ordenan son infinitamente más graves que los de uno que simplemente corre sin ser enviado.
Los errores de ellos son consagrados y perpetuados mediante la ordenación que ellos otorgan; y el hombre que si se
basara simplemente en sus propios méritos pronto encontraría su verdadero nivel, tiene un carácter que
le es conferido por dicho cuerpo ordenante que todo el peso del sistema debe sostener. Equivocado o no, él es, no obstante,
uno que pertenece al cuerpo clerical, — es un ministro, aunque no tenga realmente nada que ministrar. A él se
le debe proporcionar, aunque sólo sea con un lugar menos conspicuo donde las personas, tan amadas por Dios como cualquiera,
son puestas bajo su cuidado, y deben quedar sin alimentar si él no puede alimentarlas.
No
me acusen ustedes de ser sarcástico; porque sarcasmo es el sistema del cual estoy hablando; es envolver el cuerpo de
Cristo con vendas que impiden la libre circulación de la sangre vitalizadora del verdadero ministerio cristiano que
debería estar impregnando sin restricciones todo el cuerpo. La naturaleza misma debería reprender la insensatez.
¡Qué enorme inferencia se deduce de premisas bíblicas tales como que los apóstoles y los hombres
apostólicos 'ordenaban ancianos'! Ellos deben demostrar que lo son, y (concediéndoles eso),
que el "anciano" Escritural podía no ser anciano en absoluto, sino un joven soltero recién salido
de su adolescencia, y por otra parte, que él era evangelista, pastor, maestro, — todos los diversos dones de
Dios reunidos en uno. Este es el ministro. — conforme al sistema, de hecho, el ministro, —
el todo en todo para las cincuenta o quinientas almas que le han sido encomendadas como "su rebaño",
¡con el que ningún otro tiene derecho a interferir! Con certeza, ciertamente, ¡la marca de nicolaitanismo
es prominente en un sistema como éste!
En
el mejor de los casos, si el hombre tiene algún don es poco probable que tenga todos los dones. Supongan
ustedes que él es un evangelista y felizmente las almas se convierten, pero él no es un maestro, y no puede
edificarlas. O, él es un maestro enviado a un lugar donde sólo hay unos pocos cristianos y la mayoría
de su congregación son hombres inconversos. No hay conversiones y su presencia allí (según el sistema)
mantiene lejos al evangelista que allí se necesita. ¡Gracias a Dios! Él siempre está rompiendo
estas barreras y de alguna manera irregular la necesidad puede ser suplida. Pero el suministro es cismático y una confusión:
el vino nuevo rompe los pobres odres humanos.
El
sistema es responsable de todo esto. El ministerio exclusivo de un hombre, o de un número de hombres en una congregación,
no tiene ni un ápice de Escritura que lo apoye, al mismo tiempo que la ordenación, como hemos visto, es el intento
de limitar todo el ministerio a una cierta clase de personas, y hacerlo descansar en la autorización humana en lugar
de que descanse en el don divino; negando al pueblo, las ovejas de Cristo, su capacidad para escuchar Su voz. La tendencia
inevitable es a fijar en el hombre la atención que debería dedicarse a la palabra que él trae.
La pregunta es: ¿está él acreditado? Si habla él está verdaderamente subordinado a la pregunta:
¿Está él ordenado? o tal vez yo debería decir que su ortodoxia, su doctrina ,ya está establecida
para ellos por el hecho de su ordenación.
Pablo,
un apóstol, no de parte de los hombres, ni por medio de hombre alguno, no podría haber sido recibido conforme
a este plan. Hubo apóstoles antes que él y él ni se acercó a ellos ni obtuvo nada de ellos. Si
es que había una sucesión, él fue una ruptura en la sucesión. Y lo que hizo lo hizo a propósito,
para mostrar que su evangelio no era según hombre (Gálatas 1: 11), y que dicho evangelio no podía descansar
sobre la autoridad del hombre. No, si él mismo anunciaba un evangelio diferente del que había anunciado (porque
no había otro), y en efecto, si un ángel del cielo (donde la autoridad, si eso estuviera en duda, podía
parecer concluyente), su solemne decisión es : "sea anatema". (Gálatas 1: 8, 9).
Entonces
la autoridad es nada si no es la autoridad de la palabra de Dios. Esa es la prueba
,
— a saber, ¿es eso conforme a las Escrituras? Si el ciego guía al ciego, ¿no caerán ambos
en el hoyo? (Mateo 15: 14). Decir, «Yo no podía saber, obviamente, yo confié en otro» no los
salvará de caer en el hoyo.
Pero
¿cómo puede el laico indocto y no espiritual pretender tener un conocimiento igual al del ministro docto y acreditado,
dedicado a las cosas espirituales? De hecho, en general él no puede. Él sucumbe ante aquel que debería
saber mejor, y prácticamente la enseñanza del ministro suplanta en gran parte la autoridad de la palabra de
Dios. No es que se logre así la certeza. Él no puede ocultar a sí mismo que las personas difieren,
no obstante lo sabias y buenas y doctas y acreditadas que puedan ser. Pero aquí interviene el diablo y, — si
Dios ha permitido que las autoridades de los hombres entren en una babel de confusión, como lo han hecho, — sugiere
a la persona incauta que la confusión debe ser el resultado de la oscuridad de la Escritura, mientras que ellos han
entrado en ella por desatender la Escritura.
¡Pero
esto está en todas partes! La opinión, no la fe; la opinión de ustedes es bienvenida y ustedes tienen
derecho a tenerla, obviamente, y ustedes deben permitir que los demás tengan derecho a la de ellos. Ustedes pueden
decir, «creo» siempre que no quieran decir con ello «yo sé». Pretender "saber" es
pretender que ustedes son más sabios, más cultos, mejores, que todas las generaciones anteriores a ustedes,
que pensaban lo contrario de lo que ustedes piensan.
¿Necesito
mostrarles la manera en que la incredulidad prospera con esto?¿Mostrarles cómo se regocija Satanás cuando
tiene éxito en sustituir el simple y enfático "Sí" de la voz divina por el "Sí"
y el "No" de una multitud de comentaristas discordantes? ¿Piensan ustedes que pueden pelear las batallas
del Señor con el ímpetu de la opinión humana en lugar de "la espada del Espíritu, que es
la palabra de Dios"? (Efesios 6, 17). ¿Creen ustedes que «Esto dice Juan Calvino o Juan Wesley» enfrentará
a Satanás tan satisfactoriamente como «Esto dice el Señor»?
¿Quién
puede negar que tales pensamientos están en todas partes, y de ninguna manera limitados a católicos romanos
o ritualistas? La tendencia, lamentablemente, está en el corazón de la incredulidad y es apartarse siempre del
Dios vivo, tan cerca de los Suyos hoy en día como lo estuvo en cualquier momento a través de los siglos
que Su Iglesia ha recorrido tan competente para enseñar como siempre, — tan dispuesta a cumplir la Palabra, "El
que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios". (Juan 7: 17). Los ojos son del
corazón y no de la cabeza. Él ha ocultado a sabios y entendidos lo que revela a los niños.
La escuela de Dios es más eficaz que todas las universidades juntas, y aquí el laico y el clérigo son
iguales: "El hombre espiritual lo discierne todo", y sólo él. (1ª Corintios 2: 15 – VM).
No hay sustituto alguno para la espiritualidad: sólo el Espíritu de Dios puede remediar la falta de espiritualidad.
La ordenación tal como es practicada es más bien una aprobación puesta sobre dicha falta de espiritualidad,
— un intento de manifestar lo que es la manifestación del Espíritu, si es que no Su obra, y proporcionar
líderes para los ciegos que, con todo su cuidado, no pueden asegurar que no sean ciegos también.
Antes
de terminar debo decir unas palabras acerca de la 'sucesión'. Una ordenación que pretende
tener su origen en los apóstoles debe ser necesariamente (para ser coherente) sucesoria. ¿Quién puede
conferir autoridad (y en las teorías más pequeñas y mínimas de la ordenación se confiere
autoridad como para bautizar y administrar la Cena del Señor) sino uno que esté autorizado para este mismo propósito?
Por lo tanto, ustedes deben tener una cadena de hombres ordenados que se sucedan linealmente unos a otros. La sucesión
apostólica es tan necesaria en el plan presbiteriano como en el episcopal. Juan Wesley, como su garantía para
la ordenación, recurrió a la unidad esencial del obispo y el presbítero. No, es más, los presbiterianos
advirtieron a los episcopales contra la desenvoltura de mantener la sucesión de esta manera. Yo no tengo nada que ver
con esto: Sólo insisto en que la sucesión es necesaria en esos casos.
Pero
además, presten ustedes atención al resultado. Es algo aparte de la espiritualidad, e incluso de la verdad.
Un sacerdote católico romano puede tener la sucesión tan bien como cualquiera; y, de hecho, la mayor parte de
lo que tenemos a nuestro alrededor debe haber bajado necesariamente a través de la cloaca de Roma. Para este sistema
la impiedad y la impureza no invalidan en lo más mínimo la comisión de Cristo. El maestro de la falsa
doctrina puede ser tan buen mensajero Suyo como el maestro de la verdad. Es más, la posesión de la verdad, con
el don para ministrarla y la piedad combinadas, en realidad no son parte de las credenciales del ministro en este
caso. Él puede tenerlas todas estas, y no ser tenido en cuenta. Él puede carecer de todas y sin embargo ser
verdaderamente uno de ellos.
¿Quién
puede creer tal doctrina? ¿Puede Aquel que es la verdad confirmar el error? Puede el Justo aprobar la injusticia? Es
imposible. Este sistema eclesiástico viola todo principio de moralidad, y endurece la conciencia que tiene que ver
con él. Pues, ¿por qué nosotros debemos ser cuidadosos con la verdad, si Él no lo es? ¿Y
cómo puede Él enviar mensajeros a los que Él no quisiera que se les creyera? Su propia prueba de un testigo
verdadero fracasa: porque "el que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del
que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia". (Juan 7: 18). Su propia prueba de credibilidad
fracasa. "Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?" fue Su consulta.
(Juan 8: 46).
No,
pues afirmar este principio es condenarlo. Aquel que previó y predijo el fracaso de lo que debería haber sido
el testimonio resplandeciente y evidente de Su verdad y gracia no podía ordenar una sucesión de maestros para
ella que llevaran Su comisión, ¡inalienable con independencia de cuál fuera el fracaso! Antes de que los
apóstoles hubiesen dejado la tierra, la casa de Dios había llegado a ser como una "casa grande", y
era necesario separarse de los vasos para deshonra en ella. Leemos, "Pero en una casa grande, hay no solamente vasos
de oro y de plata, sino también de madera y de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues alguno
se habrá limpiado de éstos, separándose él mismo de ellos, será un vaso para honra, santificado,
útil al dueño, y preparado para toda obra buena". (2ª Timoteo 2: 19-21 – JND). Es imposible
que Aquel que ordenó a Su apóstol instruir a otro a seguir "la justicia, la fe, el amor, la paz, con los
que invocan al Señor con corazón puro" (2ª Timoteo 2: 22 – JND, VM), pudiese decirnos que oyésemos
a hombres, como siendo Sus ministros, que son ajenos a todo esto, y que, a pesar de todo, tienen la comisión que el
Señor dio. Y así, notablemente, en la segunda epístola a Timoteo, en la cual se dice esto, ya no se habla
como en la primera de ancianos, o de establecer hombres. Son "hombres fieles" los que se necesitan, no
para ordenación, sino para el depósito de la verdad encargada a Timoteo, "Lo que has oído de mí
ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros".
(2ª Timoteo 2: 2; 2ª Timoteo 1: 13, 14).
De
este modo, la santa Palabra de Dios se reivindica siempre a sí misma ante el corazón y la conciencia. El esfuerzo
por vincular su aprobación a un sacerdocio católico romano o a una jerarquía protestante fracasa por
igual en el mismo terreno; porque en cuanto a esto dichos sistemas están sobre el mismo terreno. Lamentablemente, el
nicolaitanismo no es algo del pasado, no es una doctrina oscura de épocas pasadas, sino un sistema de error extendido
y gigantesco, fructífero en malos resultados. El error, aunque mortal, es longevo. No lo veneren ustedes, por así
decirlo, por sus canas, y no sigan ustedes "a los muchos para hacer mal". Con causa dice el Señor en el caso
de esta doctrina, "la que yo aborrezco". (Apocalipsis 2: 15). Si Él lo hace, ¿tendremos nosotros temor
de tener comunión con Él? Todos debemos admitir que hay hombres buenos enredados en ella. Todos deben admitir
que hay hombres piadosos y verdaderos ministros que de manera ignorante visten el ropaje de los hombres. Que Dios los libre;
que ellos desechen sus grilletes y sean libres. Que se eleven a la verdadera dignidad de su llamamiento, ¡responsables
para con Dios y andando sólo ante Él!
Por
otra parte, amados hermanos, es de inmensa importancia que todos los que componen Su pueblo, con independencia de cuán
diversos sean sus lugares en el cuerpo de Cristo, sean conscientes de que todos ellos son tan realmente ministros
así como son sacerdotes. Nosotros necesitamos reconocer que cada cristiano tiene deberes espirituales que emanan de
la relación espiritual con todos los demás cristianos. Es el privilegio de cada uno contribuir con su parte
al tesoro común de dones con el que Cristo ha dotado a Su Iglesia. No, aún más, el que no contribuye
está reteniendo lo que es su deuda para con toda la familia de Dios. Ningún poseedor de un talento tiene derecho
a guardarlo en un pañuelo por ese motivo: eso sería mera infidelidad e incredulidad. (Lucas 19: 20).
"Más
bienaventurado es dar que recibir". (Hechos 20: 35). Hermanos en Cristo, ¿cuándo despertaremos a la realidad
de las palabras de nuestro Señor allí? Nuestro es un manantial inagotable de gozo y bendición perpetuos,
al que si acudimos cuando tenemos sed, de nuestro "interior correrán ríos de agua viva". (Juan7: 38).
El manantial no está limitado por el vaso que lo recibe: es divino y sin embargo, es plenamente nuestro, — ¡tan
plenamente como puede serlo! ¡Oh, conocer mejor esta abundancia, y la responsabilidad de poseerla, en una escena seca
y fatigosa como ésta! ¡Oh, conocer mejor la gracia infinita que nos ha tomado como canales de su rebosar entre
los hombres! ¿Cuándo nos elevaremos a ser conscientes de nuestra dignidad común, a la dulce realidad
de la comunión con Aquel que "no vino para ser servido, sino para servir"? (Marcos 10: 45). ¡Oh, por
el ministerio no oficial, por el desbordamiento de corazones llenos en corazones vacíos, tantos como hay a
nuestro alrededor! ¡Cómo deberíamos regocijarnos, en una escena de necesidad, miseria y pecado, al encontrar
una oportunidad perpetua de mostrar la capacidad de la plenitud de Cristo para satisfacer y ministrar toda forma de ello!
El
ministerio oficial es la independencia práctica del Espíritu de Dios. Es decidir que tal vaso rebosará,
aunque en ese momento pueda estar vacío de manera práctica, y por otra parte, que otro no rebosará,
no obstante lo lleno que está. Este ministerio propone, frente a Aquel que ha descendido en ausencia de Cristo para
ser el Guardián de Su pueblo, proveer para el orden y para la edificación, no mediante poder espiritual, sino
mediante legislación y dogmas. Impediría que las ovejas de Cristo oyesen Su voz, haciendo, en la medida
de lo posible, que para ellas sea innecesario hacerlo. Así aprueba y perpetúa la falta de espiritualidad, en
lugar de condenarla o evitarla.
Es
muy cierto que en el modo de obrar de Dios el fracaso por parte del hombre puede llegar a ser más evidente externamente:
porque a Él poco Le importa un exterior correcto cuando, no obstante, el corazón no está bien con Él,
y Él conoce bien que la habilidad de mantener un exterior correcto puede, de hecho, impedir un juicio veraz de cuál
es nuestra verdadera condición ante Él. Los hombres habrían hecho que Pedro fuese reprendido por su intento
de caminar sobre aquellas olas que hicieron tan evidente su poca fe. El Señor sólo reprendió la poquedad
de la fe que lo hizo fracasar. Y el hombre aun así, y siempre, propondría la barca como el remedio para el fracaso,
en lugar de la fortaleza del apoyo del Señor que Él hizo que Pedro probase. (Mateo 14: 22-33). Sin embargo,
después de todo, indudablemente la barca puede fallar; los vientos y las olas pueden hacerla zozobrar; pero el Señor
"en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, Más que las recias ondas del mar".
(Salmo 93: 4). A través de estos muchos siglos de fracaso, ¿hemos demostrado nosotros que Él no es digno
de confianza? Amados, ¿tienen ustedes la honesta convicción de que es absolutamente seguro confiar en el Dios
vivo? Entonces, no hagamos provisión alguna para el caso de que Él fracase, no obstante lo mucho
que tengamos que reconocer que somos nosotros los que hemos fracasado. Actuemos como si realmente confiáramos
en Él.
F.
W. Grant
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Enero-Febrero 2024
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento
(1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español
por: B.R.C.O.
RV1977 = Versión Reina-Valera Revisión 1977 (Publicada
por Editorial Clie).
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada
por Editorial Mundo Hispano.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).