CRISTO COMO LUZ Y AMOR
Lucas 5.
La infinita variedad y
plenitud de la Palabra de Dios es tema de asombro y admiración para todo estudioso de la Escritura. Sucede a menudo que una
cantidad de líneas de enseñanza correrán a través del mismo pasaje. Este es especialmente el caso en los evangelios, en los
que no sólo están las enseñanzas morales, las de los tipos, y las dispensacionales a menudo combinadas, sino que la conexión
y secuencia de los incidentes registrados tienen también su importancia. Es como ilustración de este último punto que llamamos
al lector a poner su atención en Lucas 5.
En el primer incidente
(vv. 1-11), por ejemplo, dejando de tener presente el objetivo especial de la pesca de peces, y el llamamiento de Simón Pedro
a ser pescador de hombres, Cristo nos es presentado como el Revelador del pecado. Él había estado enseñando al pueblo desde
la barca de Simón, y cuando hubo concluido, Él dirigió a Simón para que bogara mar adentro, y echara sus redes para pescar
(v. 4). Simón, a pesar del infructuoso trabajo de la noche anterior, obedeció, y a la voz del Señor echó la red. La red se
llenó instantáneamente, de tal manera que no podía soportar la tensión de la multitud de peces; "Entonces hicieron señas a
los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera
que se hundían." (v. 7). El efecto sobre Simón es notable. La demostración del poder del Señor le hizo ocuparse de tal manera
de sí mismo, que, cayendo "junto a las rodillas de Jesús" (v. 8 - Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español, Francisco Lacueva,
Editorial Clie), él dijo, "Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador." (v. 8 - RVR60)
¿Cómo, podemos preguntarnos,
se produjo este efecto? La exhibición de poder, contemplada en el milagro de los peces, fue la revelación al alma de Pedro
de la presencia de Dios. Él había conocido y seguido a Cristo antes de esto; pero fue ahora por primera vez que el secreto
divino fulguró en su corazón y en su conciencia. Simón fue traído así conscientemente a la presencia divina - cara a cara
con Dios; y por eso, aunque atraído por Jesús, se le hace sentir, pecador como él era, su indignidad para estar con Él; y
este sentimiento halló expresión en el clamor, "Apártate de mí, Señor, porque
soy hombre pecador." Dios se reveló a Simón Pedro en Cristo; y en la santidad de esa presencia Simón vio su verdadero estado
y condición. Fue Cristo actuando como luz, y como tal Él fue por necesidad el Revelador del pecado.
El mismo efecto sigue
siempre a la manifestación de Dios al alma. Se ve en Job, cuando él dice, "De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven.
Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza." (Job 42: 5, 6); también lo vemos en Isaías, clamando, "¡Ay de
mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque han
visto mis ojos al Rey, el SEÑOR de los ejércitos." (Isaías 6:5 - LBLA). Es por esta razón que el pecador nunca es convicto
de su pecado hasta que la luz de Dios ha entrado en su alma. ¿Ha sido traído mi lector alguna vez a estar cara a cara con
Dios?
Pero si Cristo es el Revelador
del pecado, los siguientes dos incidentes enseñan que Él puede quitar el pecado que Él revela. El primero es el del hombre
"lleno de lepra." La lepra, como a menudo se ha explicado, es el tipo del mal en la carne que, al manifestarse exteriormente,
cubre por completo al hombre con contaminación y culpa. Este pobre hombre se presenta ante nosotros, con su condición abiertamente
revelada. La luz ha hecho su obra, y se le ve, y él mismo ve, que está lleno de lepra. ¿Y cuál es su recurso? Ciertamente
él no tiene ningún otro más que en el Único que ha traído su pecado a la luz.
Pues si Cristo es luz - símbolo de la santidad de Dios - Él también es amor - la expresión del corazón de Dios. Si Él actúa
así como luz, cuando Él se pone en contacto por primera vez con el pecador, es solamente para preparar el camino para la exhibición
de Su amor. Por consiguiente, tan pronto como el leproso se postró con el rostro a tierra, a Sus pies, clamando, "Señor, si
quieres, puedes limpiarme", "Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra
lo dejó." (vv. 12, 13). Entonces el leproso aprendió que el amor de Cristo era tan grande como Su poder; pues la lepra se
fue de él al instante.
El siguiente incidente,
el del hombre con una perlesía (el paralítico) difiere del leproso, en el aspecto considerado ahora, solamente en el hecho
de que él representa, no al culpable, sino al pecador incapacitado. Por tanto, él no podía venir a Cristo, sino que tenía
que ser traído, pues él "era débil." Pero aunque fue traído, sí, debido a esto (pues fue "la fe de ellos", como se verá, lo
que aseguró la bendición) él conoce, al igual que sucedió con el leproso, el poder sanador, limpiador, de Cristo. Tomando,
entonces, a los dos juntos, nosotros aprendemos que si Cristo revela el estado del pecador, Él puede también responder a su
necesidad y condición. ¡Bendito Salvador! Tú eres suficiente para todas nuestras necesidades. No existe un solo pecador sobre
la faz de la tierra, cualquiera sea su estado o culpabilidad, a cuyo caso Tú no puedas responder. Tu preciosa sangre limpia
de todo pecado.
No se pasará por alto,
que es la fe la que traer el alma al contacto con Cristo. El grado de fe puede diferir, pero dondequiera que haya fe, ella
produce una respuesta en el corazón del Señor. Así la fe del leproso era débil: él sólo creía en el poder de Cristo. Confesó
que no estaba seguro en cuanto a Su corazón. No pudo ir más lejos que decir, "Señor, si quieres, puedes limpiarme." Sin embargo
había fe, y por eso el Señor respondió al instante a su clamor. Hubo mayor energía en la fe de los que llevaron al hombre
con una perlesía (parálisis) "poniéndole en medio, delante de Jesús." (v. 19). Ellos se abrieron camino a través de todas
las dificultades, vencieron todos los obstáculos; pues "Al no encontrar cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima
de la casa y juntamente con la camilla, le bajaron por el tejado" (v. 19 - RVR1909 Actualizada). Evidentemente ellos tenían
confianza tanto en el poder como en el corazón de Jesús. Ni su confianza estuvo errada; pues tan pronto ellos tuvieron éxito
en su objetivo esto quedó registrado, "Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados." (v. 20).
La necesidad de fe está enfatizada, de hecho, por el contraste. Pues leemos, después de una descripción de los (Fariseos y
escribas) que estaban sentados, que "el poder del Señor estaba con él para sanar." (v. 17). ¿Por qué, entonces, fue que ni
uno de estos obtuvo la bendición? Porque ellos no tuvieron fe. ¡Cuán a menudo este es el caso ahora! El evangelio está siendo
predicado a grandes números de personas, y este evangelio es el poder de Dios para la salvación - ¿de quién? De todo el que
cree. ("Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente
y también del griego." Romanos 1:16 - LBLA). Y sin embargo cuán frecuentemente ninguno se salva; pues Dios nunca salva al
pecador aparte de la fe en el Señor Jesucristo. De este modo, durante la estancia de nuestro bendito Señor en esta escena,
fue la fe sola la que se asió de la bendición.
Siguiendo, no obstante,
la línea especial de verdad a través de la conexión, aprendemos del siguiente incidente que, si el Señor satisface la necesidad
del pecador, Él demanda su servicio cuando su necesidad es satisfecha. "Después de estas cosas salió, y vio a un publicano
llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme." (v. 27). Leví estaba diligentemente ocupado
con sus tareas diarias mientras Jesús estaba pasando cerca. Pero él no era libre. Aquel que le vio demandó todo lo que él
era y tenía, y expresó esta exigencia en las palabras, "Sígueme." Habiéndose mostrado como el Salvador en los dos incidentes
anteriores, Él declara ahora Su autoridad como Señor. Y como Señor, Su palabra es suprema, demandando la obediencia instantánea
y completa del alma. Esto se ilustra en la acción de Leví. Tan pronto como el Señor hubo pronunciado su mandato, "El, dejándolo
todo, se levantó y le siguió." (v. 28 - RVR1909 Actualizada). Esto demuestra que no fue tanto la afirmación de autoridad,
aunque Aquel que hablaba tenía autoridad para mandar, como expresión de las demandas de Su corazón. No, fue más; fue la presentación
de Él mismo al corazón de Leví; y mediante el poder atractivo de Su persona Él apartó así a Leví de todo lo que le rodeaba,
e hizo que siguiera en pos de Él en la senda del discipulado. Así es cómo siempre se hacen discípulos. Por más que tratemos,
nosotros no podemos seguir a Cristo hasta que Él se haya revelado a, y haya ganado, nuestros corazones. Entonces, y sólo entonces,
recibimos poder para negarnos a nosotros mismos, para tomar nuestra cruz, y seguirle a Él. Pero bien podríamos poner a prueba
nuestras almas - y este punto puede ser especialmente recalcado con todo afecto a los nuevos creyentes - en cuanto a si hemos
aceptado las demandas de Cristo sobre todo lo que somos y tenemos. ¡Hay tan pocos discípulos en este día de relajamiento y
mundanalidad! ¿Qué, entonces, preguntemos, constituye un discípulo? No es en la profesión del Cristianismo, de lo contrario
todos a nuestro alrededor serían discípulos. No; sino que esto se halla en negarnos totalmente a nosotros mismos - nuestra
voluntad - y en la aceptación de la voluntad de Cristo, como Señor, para nuestro andar diario y nuestras conversaciones diarias.
Ello se ve en la acción de Leví. Él se negó a sí mismo, y a todo lo que le rodeaba, y con los ojos fijos sobre Aquel que le
había llamado, y siguió firmemente en Sus pisadas. Se ve en la declaración del apóstol, "He sido crucificado con Cristo;"
(y en ese caso su voluntad no existe), "sin embargo vivo, mas no ya yo, sino que Cristo vive en mí; y aquella vida que ahora
vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y se dió a sí mismo por mí." (Gálatas 2:20 - Versión
Moderna). Ello está ejemplificado en una manera notable en Filipenses 3. Nuevamente, por tanto, preguntamos, ¿estamos reconociendo
nosotros las demandas del Salvador como Señor?
Se puede comentar, antes
de seguir adelante, que "Leví le ofreció un gran banquete en su casa; y había un grupo grande de recaudadores de impuestos
y de otros que estaban sentados a la mesa con ellos." (v. 29 - LBLA). El Señor tiene Su gozo en el discípulo sincero
y dedicado, y disfruta del banquete con él, así como lo hace con todos Sus fieles; y, además, Leví, como verdadero discípulo,
manifiesta el corazón de Su Señor a los que le rodean; púes él invita a su mesa, no a justos, sino a pecadores, a quienes
Jesús vino a llamar. Cuán bendito es estar tan cerca del corazón del Señor (y esto nunca puede ser a menos que Le estemos
siguiendo muy de cerca) ¡que Él puede usarnos como el canal de Su propia mente y corazón! Los escribas y los Fariseos pueden
murmurar como quieran; pero nuestro gozo permanecerá inalterado mientras estamos en feliz comunión con el Señor.
En conexión con esto fue
la objeción de que, mientras los discípulos de Juan practicaban el ayuno, los de Cristo comían y bebían. A esto Él respondió,
"¿Acaso podéis hacer que los acompañantes del novio ayunen mientras el novio está con ellos? Pero vendrán días cuando el novio
les será quitado, entonces ayunarán en aquellos días." (vv. 34, 35 - LBLA). De esto inferimos - limitándonos a la línea especial
que hemos seguido - que la presencia de Cristo es la única fuente de gozo para Sus discípulos. Habiéndoles convencido de pecado,
habiendo quitado su pecado, reclamaba su servicio, Él haría que ellos se satisficieran en Él. Ellos no pueden ayunar, por
tanto, en Su presencia. Es verdad que para nosotros, desde que Él se ha ido, el ayuno y el gozo continúan juntos. Mientras
pasamos a través de un escenario juzgado donde Cristo no está, nosotros ayunamos; por otra parte, al permanecer en Su presencia,
al tenerle a Él siempre con nosotros, nosotros nos regocijamos; y, en la perspectiva de estar para siempre con Él, nos gozamos
con gozo inefable, y lleno de gloria. Pero la lección permanece, y no puede dejar de grabarse profundamente sobre nuestros
corazones, de que es la presencia del Señor lo que constituye nuestro gozo. Que nosotros nunca lo busquemos en alguna otra
fuente.
El capítulo concluye entonces
con una parábola: "Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo y lo pone en un vestido viejo; porque entonces romperá el nuevo,
y el pedazo del nuevo no armonizará con el viejo. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque entonces el vino nuevo romperá
los odres y se derramará, y los odres se perderán, sino que el vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Y nadie, después de
beber vino añejo, desea vino nuevo, porque dice: "El añejo es mejor." (vv. 36-39; LBLA).
La gracia como es mostrada
en Cristo - la característica preeminente de este evangelio- no podía ser usada para remendar las formas decadentes del Judaísmo,
ni ser contenida por ellas. Se trataba de la introducción de una cosa totalmente nueva, y esto fue precisamente lo que los
escribas y Fariseos no pudieron entender. Tampoco era posible que el hombre natural lo comprendiera. El vino añejo era, y
siempre será, mejor para su paladar. El Señor, por tanto, enseña en esta parábola que cierra el capítulo, que la gracia no
podía fluir nunca de, o estar confinada en, los antiguos ritos y ceremonias de la ley; sino que, debido a que era una cosa
completamente nueva, ella se debe expresar en nuevas maneras, y que para contenerla nuevos vasos deben ser creados. La conexión
de esta enseñanza con la línea de verdad indicada es obvia. Hemos contemplado a Cristo revelando y quitando el pecado; demandando
el servicio de los que Él ha perdonado; y luego, demostrando que en Su presencia Sus discípulos no podían ayunar, pues es
esa presencia lo que constituye todo el gozo de ellos. Todo esto era extraño a los pensamientos de los Fariseos amadores de
las ceremonias y que se creían muy justos y buenos. Él, por consiguiente, les advierte que la introducción de la gracia era
la señal de que la antigua dispensación llegaba a su fin; y que ellos mismos necesitaban una nueva vida para entrar en el
gozo de las bendiciones que sólo Él podía conceder.
E.
Dennett.
Christian
Friend, vol. 7, 1880, p. 309.
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.-
Título original en inglés: CHRIST AS LIGHT AND
LOVE, by Edward Dennett
Versión Inglesa |

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