UN PRECEPTO SIGNIFICATIVO
F. B. Hole
(Extractado de la revista "Scripture Truth" Volumen
39,
1956 - 1958, página 161).
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada
en 1960 (RV60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
De todos los muchos preceptos
que llenan las páginas del Antiguo Testamento ninguno es más significativo que
el último en Malaquías 4: 4 donde leemos, "Acordaos de la ley de Moisés mi
siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel".
Cuando Malaquías profetizó muchos
siglos habían pasado desde la entrega de la ley en Horeb y la nación a la que
se le había dado había visto muchas vicisitudes y desastres. Tanto había sido este
el caso que seguramente en muchos habría existido la tendencia a razonar que la
legislación dada cuando el pueblo estaba en las circunstancias desérticas
difícilmente podría ser vinculante en todos los aspectos cuando ellos fueron
establecidos en una tierra propia, o cuando más tarde fueron dispersados en
Asiria o Babilonia, o aún más tarde cuando a un débil remanente se le permitió
habitar en la tierra de la promesa una vez más. En sus disposiciones principales
dicha ley podía mantenerse pero difícilmente en todas sus disposiciones accesorias.
Ellos podrían haber dicho así.
Conociendo esta tendencia el precepto
final fue dado. Al remanente en la tierra se le recordó que la ley había sido
dada a "todo Israel", y por lo tanto era aplicable a ellos.
Además todas las "ordenanzas y leyes" que habían complementado
los mandamientos principales permanecían en su integridad, ni abrogados ni
alterados. Los cambios en las circunstancias humanas no imponen cambio alguno sobre
los requerimientos Divinos.
No es difícil ver que éste
debe ser el caso. La ley dada por medio de Moisés se ocupó de los males y
desórdenes fundamentales que caracterizan a los hombres y a sus corazones y procederes
como fruto del PECADO. Cambios en las circunstancias pueden producir algunas
ondas en la superficie del sombrío río del pecado pero no alteran su destinación
ni iluminan su oscuridad. En Su santa ley, con sus ordenanzas y leyes, Dios tuvo
en perspectiva hechos fundamentales y no cambios superficiales.
Ahora bien, nosotros nos
encontramos con algo muy similar a este versículo de Malaquías cuando pasamos a
las palabras finales del Nuevo Testamento. Es cierto que no se trata de una
vindicación de la ley original de Moisés pero es una advertencia muy rigurosa y
solemne contra cualquier manipulación de "las palabras del libro de esta
profecía". (Apocalipsis 22: 19). No hay duda alguna de que la advertencia es
aplicable preeminentemente a las palabras del Apocalipsis, pero tal como lo
está, al final mismo, nosotros creemos que ella es aplicable de manera
secundaria a todo el Nuevo Testamento, si no a toda la Biblia. No le debemos
añadir ni quitar.
En vista de esto nos atrevemos
a afirmar que las enseñanzas presentadas a los santos de nuestra época de la
gracia, — la Iglesia, — permanecen inalteradas, aunque muchas vicisitudes y
desastres hayan marcado su historia como cuerpo profesante en la tierra. No
estamos en libertad de desatender o alterar los mandamientos y enseñanzas que
nos han sido dejados.
Obviamente nosotros tenemos
que reconocer cambios dispensacionales. La venida de Cristo inauguró un nuevo
día ya que Él era «la
Aurora de lo alto»
(Lucas 1:78), introduciendo luz en medio de las tinieblas. Y además la venida
del Espíritu Santo el día de Pentecostés fue el comienzo de una nueva época. En
Su discurso de despedida en el aposento alto registrado en Juan 13 a Juan 16,
nuestro Señor habló de las cosas nuevas que el Espíritu haría que ocurrieran, y
de las revelaciones adicionales que llegarían a los discípulos por medio de Él.
Pero lo que ha sido dado a conocer así permanece con toda su plena autoridad
para nosotros hoy.
Nuestra posición ante Dios no tiene
un fundamento legal. La afirmación de las Escrituras es muy clara, "No
estáis bajo la ley, sino bajo la gracia". (Romanos 6: 14). De modo que los
mandamientos que encontramos relacionados con nuestra fe cristiana no son dados
para que por nuestra obediencia a ellos podamos lograr aceptación delante de Dios.
Sin embargo, ciertamente hay mandamientos; y es notable cuánto se dice
acerca de ellos en el Evangelio de Juan, capítulos 13 a 16, y en las Epístolas
de Juan.
En los capítulos del Evangelio
de Juan arriba mencionados tenemos el discurso de despedida del Señor con Sus
discípulos a Su alrededor. Él habló de un "mandamiento nuevo", que él
les daba, y de, "mis mandamientos", y también del mandamiento del
Padre ("mas esto es para que el mundo sepa que yo amo al Padre, y según el
Padre me ha dado mandamiento, asimismo hago", Juan 14: 31 – VM), mandamiento
que Le había sido dado y que Él había guardado. La obediencia a esos
mandamientos debía ser amoldada conforme a la Suya. Él Habló también de Su
"palabra" porque había indicado Su pensamiento y Su voluntad para con
ellos en muchas cosas que había dicho, aunque no expresadas en mandamientos
definidos. Sin importar en qué forma sea expresada, Su voluntad para aquellos
que realmente Le aman viene con fuerza autoritativa.
En la primera epístola de Juan
encontramos las palabras "mandamiento" y "mandamientos"
mencionadas unas trece veces, y la última mención es una mención significativa,
— a saber, "Sus mandamientos no son gravosos". (1ª. Juan 5: 3). La
Epístola ha enfatizado de manera contundente el hecho de que el verdadero
creyente es nacido de Dios y por lo tanto tiene una naturaleza que se expresa a
sí misma en amor y en justicia, y por lo tanto encuentra deleite en las cosas mismas
que son mandadas, y no las encuentra una carga gravosa.
Otro hecho es digno de nuestra
muy esmerada reflexión. Cuando el Apóstol Pablo escribió su primera Epístola a
los santos en Corinto enseñándoles en cuanto a muchas cosas que habían sido muy
indisciplinadas tanto en la vida privada de muchos de ellos como cuando ellos
se reunían en asamblea, él los llamó a admitir y reconocer que las cosas que
les había escrito eran "mandamientos del Señor". (1a Corintios 14: 37).
Esto era aplicable sin duda alguna a todas las enseñanzas que él les había dado
en la Epístola, pero con especial fuerza a lo que él había establecido en el
capítulo 14.
Ahora bien, ese capítulo se ocupa
especialmente del orden que debía ser observado por los santos de Corinto
cuando se reunían como la asamblea de Dios en aquella ciudad. Si llevaban a
cabo las enseñanzas dadas las cosas serían hechas "decentemente y con
orden", como dice el último versículo del capítulo. Y no sólo eso sino que
la iglesia sería edificada y Dios sería glorificado; y esto último de una
manera tan poderosa que un incrédulo que entrara en la asamblea de ellos se
vería muy afectado y constreñido a confesar que Dios estaba realmente entre
ellos.
Según Efesios 2: 22 la iglesia es
"morada de Dios en el Espíritu", por lo tanto en las asambleas de los
santos el Espíritu Santo debe ser supremo y actuar como Él estime conveniente.
Él es quien proporciona todos los dones que pueden enriquecer a la iglesia, tal
como se afirma en el capítulo 12 de 1ª Corintios, y Él es quien ha de controlar
el ejercicio de ellos, tal como hemos establecido en el capítulo 14.
Nosotros nos aventuramos a
pensar que la tendencia actual es exactamente la misma que existía en los días
de Malaquías. Muchos siglos han transcurrido desde que las epístolas
apostólicas fueron escritas, muchas deserciones y desastres han sobrevenido en
la historia de la iglesia. ¿Son válidas hoy estas antiguas enseñanzas? Por una
parte hemos alcanzado una etapa muy avanzada en el proceso de la civilización
humana y de los descubrimientos científicos, y por otra hemos caído en condiciones
muy quebrantadas y divididas en la cristiandad, entonces, ¿todavía debemos
observar lo que el Apóstol ha establecido? ¿Acaso no podemos acomodar las cosas
para que concuerden más con el espíritu de nuestros tiempos?
La respuesta es claramente:
No, no podemos. Es un hecho notable que en esta misma epístola Pablo fue
inspirado para presentar a los Corintios su criterio acerca de ciertos asuntos
en cuanto a los cuales ellos le habían escrito. Tal como vemos en 1ª Corintios
capítulo 7. En los versículos 6, 10, 25, 40, él diferencia entre las cosas claramente
ordenadas por el Señor, y lo que él juzgaba que era correcto y agradable al
Señor aunque no hubiese un concreto mandamiento dado. Habiendo presentado su criterio
espiritual él dice muy significativamente, "y pienso que también yo tengo
el Espíritu de Dios". Siendo esto así yo confío en que ninguno de nosotros
desea desechar el criterio de Pablo con prisa y sin reflexión.
Pero cuando nosotros tenemos
mandamientos concretos el caso es decisivo. Sin embargo cuán a menudo son
desechados los mandamientos del capítulo 14, o al menos olvidados e ignorados.
Demasiados los tratan como si ellos fuesen meramente nociones de Pablo que nosotros
podemos desatender impunemente. Otros no rebajarían la palabra del Señor hasta
ese punto pero sin embargo dirían que aunque eran apropiados para la época
apostólica difícilmente lo son para el siglo veinte.
Si alguien nos dijera: «Sí,
pero estos mandamientos fueron dados a una iglesia especial, — Corinto, — y no
fueron repetidos en epístolas a otras iglesias», nosotros tendríamos que responder que 1ª
Corintios 1: 2 muestra que aunque todo en la epístola iba dirigido
principalmente a la iglesia en Corinto, iba dirigido secundariamente a
"todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor
Jesucristo, Señor de ellos y nuestro". Los mandamientos eran aplicables universalmente
a todos los santos verdaderos en aquellos días, dondequiera que ellos estuvieran.
Ellos son aplicables tan universalmente a todos los santos verdaderos de hoy.
¿Los estamos obedeciendo?
F. B. Hole
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2023