PROPICIACIÓN
Y SUSTITUCIÓN
F. B. Hole
Todas
las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
Propiciación
El
Antiguo Testamento abunda en tipos del sacrificio de Cristo, pero no
es hasta que llegamos a las doctrinas del Evangelio, tal como son expuestas en
la Epístola a los Romanos, que nos encontramos con la primera de las dos
palabras que encabezan este capítulo. Las palabras mismas expresan los dos
grandes aspectos de Su muerte expiatoria.
En
primer lugar, recordemos que todo pecado es contra Dios. El pecado afecta
a Él y no sólo a nosotros que somos pecadores. Verdaderamente, el pecado nos
arruina y nos lleva a estar bajo el poder de la muerte y del juicio; pero
también es un ultraje a Su naturaleza santa, un desacato a Su autoridad, un
intento de deshonrarlo a Él a la vista
de Sus criaturas. Por eso, el sacrificio de virtud expiatoria no sólo debe ser
tal que alivie al pecador mediante la eliminación de su pecado, sino que
también, y en primer lugar, que satisfaga todas las exigencias de la
naturaleza santa de Dios, y de Su justo trono, y vindicarlo así a Él completamente.
Esto
es claramente reconocido como un principio justo entre los hombres.
Si surge una ofensa entre dos partes, ambas se ven afectadas, y la primera
consideración debe ser para la parte ofendida. Tomemos, por ejemplo, el asunto
de la deuda. El deudor, si es un hombre recto, se ve oprimido. Él reconoce la
deuda pero no puede pagarla y se siente miserable. Nosotros lo sentimos y
estamos ansiosos por aliviarlo, pero no debemos consumir toda nuestra compasión
en él. ¿Y qué acerca del acreedor? Tal vez él no sea un hombre rico y no pueda
permitirse perder lo que es suyo conforme a derecho, por lo que él está
oprimido tanto o más que el deudor.
¿Cómo
puede ser aliviada la situación? Sólo mediante la intervención de
un tercero de tal manera que sean satisfechas debidamente las reclamaciones del
acreedor. El libramiento del deudor se produce como algo natural. No puede
haber ninguna duda en cuanto al orden relativo: y este es, en primer lugar,
las reclamaciones del acreedor, y en segundo lugar, las necesidades del
deudor.
Todo
esto es muy sencillo pero, cuando nos volvemos a la obra de Cristo,
con la cual nosotros, como pecadores, estamos involucrados de manera tan vital,
cuán fácil es para nosotros olvidar de manera práctica el lado de Dios del
asunto relacionado con el nuestro. Observemos la forma en que la muerte del
Señor Jesús es presentada en la epístola a los Romanos, capítulos 3 y 4, como
un antídoto contra esto.
Los
primeros dos y medio capítulos de esa epístola revelan la bancarrota
total de la humanidad, y a partir de Romanos 3: 21 leemos los pasos que Dios ha
dado para ocuparse de la situación; pues el gran Acreedor mismo ha actuado en
el asunto. ¿Qué ha hecho Él? Ha manifestado Su justicia de tal manera
que ella descansa como un escudo de protección "para todos los que creen"
(versículo 22) en lugar de caer sobre ellos como una avalancha de destrucción,
como podíamos haber esperado.
Pero
nosotros podemos preguntar, «¿Dónde
se manifestó esta clase de justicia?»
La
respuesta es, — "en la CRUZ".
«Pero, ¿cómo?»
preguntamos además. ¿Qué característica
particular acerca de la Cruz de Cristo y en torno a ella explica una justicia
de este carácter? ¿Qué es lo que ha dispuesto la justicia de Dios de nuestro
lado, y no meramente nos ha protegido mediante el ala de compasión y
misericordia de la arremetida de la justicia que de otra manera nos condenaría?
La respuesta es: La "PROPICIACIÓN".
En
la Cruz Dios "puso" al Señor Jesús "como propiciación
por medio de la fe en su sangre". (Romanos 3: 25). La palabra griega utilizada
aquí es "propiciatorio" o "expiatorio", — no exactamente
"propiciación", sino más bien el lugar donde bajo la ley de
Moisés la propiciación era hecha. La fuerza de esto será evidente si nos
dirigimos a Levítico 16, donde tenemos el orden designado de las ofrendas en el
gran día de la expiación en Israel, lo cual ocurría anualmente a los diez días
del mes séptimo. En aquel día el sumo sacerdote inmolaba un becerro para
expiación (ofrenda por el pecado) por sí y por su casa, y un macho cabrío para
expiación (ofrenda por el pecado) por el pueblo. La sangre de estas dos
víctimas no era aplicada de ninguna manera a las personas, sino que era llevada
al lugar santísimo y era rociada sobre y ante el propiciatorio, y después era
rociada sobre el altar del holocausto. Así, en tipo, se satisfacían las
demandas de Dios y se vindicaba Su carácter en vista de los pecados del pueblo.
Lo
que el propiciatorio era en este sistema de tipos, esta región de
sombras o vislumbres, el Señor Jesús lo es en la gran realidad misma. El
propiciatorio era el lugar donde Dios se encontraba con el hombre (véase Éxodo
25: 21-22) y Él es Aquel en quien Dios se ha puesto en contacto con los hombres
de una manera y en un grado totalmente desconocidos anteriormente. Asimismo, todo
se ha hecho efectivo "en Su sangre", así como el
"propiciatorio" sólo llegó a ser de manera efectiva una sede de
misericordia debido a la sangre rociada. De lo contrario, éste propiciatorio habría
demostrado en seguida ser una sede de juicio.
¿Cuál
es, entonces, el efecto de la propiciación de Cristo tal como está
registrado en Romanos 3? Sólo esto, a saber, que Dios ha sido vindicado en lo
que respecta a Sus tratos con el pecado y con los pecadores, como es mostrado
en los versículos 25 y 26. En tiempos pasados Él había pasado por alto los
pecados de Sus santos en anticipación a que esos pecados serían tratados en la
Cruz; pero, en esta era evangélica actual Él no está meramente "perdonando"
o "pasando por alto" los pecados, sino justificando positivamente a
los creyentes en Jesús. Habiendo sido hecha plenamente así la propiciación, Su
justicia en ambas acciones es anunciada plenamente. Ninguna voz puede
levantarse ahora rectamente, ni por un instante, para criticar lo que Él ha
hecho. Antes de la muerte de Cristo la incredulidad podía cuestionar, aunque la
fe, incluso cuando se enfrentaba a los tratos de Dios que parecían muy
desconcertantes, siempre decía con Abraham: "El Juez de toda la tierra,
¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis 18: 35).
Sin
embargo, ahora tal pregunta es innecesaria. ÉL HA HECHO LO RECTO. En
la obra propiciatoria de Cristo nosotros vemos todas las satisfacciones debidas
a la justicia y santidad Divinas presentadas en grado supremo y superior. Vemos
cada castigo o pena de la ley confirmados, y cada atributo de la naturaleza
divina desplegado en una plenitud armoniosa.
La
consecuencia de todo esto es que Dios se presenta ahora a los hombres
universalmente como un Dios-Salvador. El versículo 22 de nuestro capítulo
(Romanos 3) habla de "la justicia de Dios que es por medio de la fe en
Jesucristo para todos y sobre todos los que creen" (Romanos 3: 22 – JND –
RV1865 - BJS)… por cuanto todos pecaron". La preposición,
"para", indica el alcance o la relevancia de la cosa en cuestión,
mientras que la preposición, "sobre", indica más bien su efecto real.
La necesidad a la cual el Evangelio se dirige es absolutamente universal. No
menos universal es la orientación de la oferta evangélica. El efecto real del
Evangelio es más limitado; las palabras son ahora, "todos los que
creen". La oferta evangélica, en su universalidad, está fundamentada en la
propiciación. Debido a que Dios ha sido completamente satisfecho en cuanto a
todo lo que el pecado es, y en cuanto a lo que el pecado ha hecho y, por lo
tanto, todo obstáculo de Su parte ha sido eliminado, Él se presenta al hombre universalmente
como un Dios que perdona y justifica. Sin embargo, a menos que sean eliminados
los obstáculos del lado del hombre, — obstáculos tales como el orgullo, la
autocomplacencia y la incredulidad, — la benigna oferta del Evangelio no produce
resultados. Es sólo cuando un pecador llega al arrepentimiento y a la fe en
Cristo que la justicia divina está "sobre" él en bendición. La
justificación pertenece a "todos los que creen", y sólo a ellos.
Sustitución
Pero
esto nos lleva al segundo aspecto de la muerte expiatoria de
Cristo. La palabra exacta «sustitución» no aparece en las Escrituras.
Lo que la
palabra expresa es encontrado una y otra vez y, de hecho, en un capítulo del
Antiguo Testamento se la encuentra casi diez veces. Nos referimos a Isaías capítulo
53. En un solo versículo de ese capítulo la encontramos cuatro veces:
"Mas
él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados". (Isaías 53: 5).
La
esencia de la sustitución es que uno es puesto en lugar de otro, y
cada una de las cuatro cláusulas de este gran versículo contiene esa idea. El
grande y glorioso, "Él", se pone en el puesto y en el lugar del pobre
y pecador, "nosotros". Las rebeliones y los pecados eran nuestros;
la herida y el hecho de ser molido fueron Suyos. Nuestras son la paz y
la curación; Suyos fueron el castigo y la llaga que las compraron.
Ahora
bien, si nosotros pasamos a los versículos finales de Romanos capítulo
4 y al versículo inicial de Romanos capítulo 5, la misma verdad nos confronta,
sólo que declarada con una claridad de detalle imposible en los tiempos del
Antiguo Testamento. Leemos, "Jesús, Señor nuestro… fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación. Justificados,
pues, por la fe, [nosotros] tenemos paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo". Nótese aquí de nuevo los adjetivos posesivos, "nuestras",
y el sobreentendido, "nosotros". Él realmente fue entregado a la
muerte y al juicio, pero fue por nuestras transgresiones y no por las de todos,
aunque como "propiciación" Él ha saldado toda la cuestión del pecado
para que el Evangelio pueda ser ofrecido a todos. Él resucitó para nuestra
justificación, es decir, para la justificación de todos los que creen, pues nosotros
hemos sido "Justificados, pues, por la fe", como el versículo
siguiente muestra.
Entonces,
cuando nosotros consideramos la muerte de Cristo en su aspecto
sustitutivo, no la estamos considerando desde el lado de Dios sino desde el
nuestro. El asunto no es de qué manera Su sacrificio ha satisfecho al Acreedor,
sino más bien cuán plenamente Él, el Acreedor, ha intervenido a favor de los
deudores y de la plena liquidación de la deuda que les corresponde como
resultado; siempre teniendo en cuenta que sólo aquellos que creen pueden contar
con Él como sustituto de ellos.
Una
ilustración puede ayudarnos a presentar los dos aspectos más
claramente ante nosotros.
Hace
años se anunció mucho en la prensa diaria un popular plan de seguro
de accidentes que ofrecía prestaciones de seguro por prácticamente nada. Todo
lo que usted tenía que hacer era hacer un pedido definitivo para el periódico
en cuestión a un quiosco de prensa, y luego inscribirse como habiéndolo hecho. «Un lector
inscrito es un lector asegurado», es lo que decía uno de los periódicos.
«¡Qué
sencillo!», usted podría haber exclamado,
«¿Yo no tengo nada que hacer más allá de eso?» «¡Nada!» Pero, usted no tiene que pasar por alto el
hecho de que los propietarios de los periódicos tuvieron que hacer algo muy
importante antes que la oferta fuera hecha. Las miles de pequeñas transacciones
de inscripción no cuestan más que el sello de correos que las destina y envía a
la oficina, pero detrás de éstas se encuentra la gran transacción, cuando los
propietarios de los periódicos extendieron el gran cheque que ascendió a muchos
miles de dólares a favor de la compañía de seguros que asumía la
responsabilidad.
Ahora
bien, ese gran pago de la prima, en vista del cual la oferta fue
extendida libremente a todos los compradores del periódico no es una mala
ilustración de la propiciación. El ofrecimiento del perdón de Dios es emitido
sobre el fundamento del sacrificio propiciatorio de Cristo, y su alcance y orientación
es nada menos que para todos los hombres.
Cuando
la prima fue pagada, no fueron planteadas dudas en cuanto a los
individuos particulares que se beneficiaban del plan. El asunto fue que la
compañía de seguros estaba tan satisfecha que pudo emitir la oferta sobre una
base sólida.
Por
otra parte, el acto de inscribirse en el plan era mera y
estrictamente individual. Al fin y al cabo, sólo el lector inscrito era el
lector asegurado y, por tanto, sólo aquel que se había inscrito tenía el derecho
de hablar de la prima pagada por los propietarios como siendo un sustituto
de la prima que, de otro modo, ellos habrían tenido que pagar si, como
individuos, se hubieran acercado a la compañía de seguros para asegurarse
contra riesgos similares. La inscripción ilustra muy bien lo que ocurre cuando
un pecador se vuelve a Dios con arrepentimiento y fe. Él es inscrito, por así
decirlo, en el gran plan de salvación de Dios. Sólo uno como él puede hablar de
manera justa de Cristo como siendo un Sustituto para él, y llevando sus pecados
en Su propio cuerpo sobre el madero. (1ª Pedro 2: 24).
Nosotros
no hemos elaborado este punto de manera innecesaria pues es un
asunto de gran importancia. El Evangelio sólo puede ser declarado con claridad
y consistencia por aquellos que ven el lugar relativo de la propiciación y de la
sustitución, y hacen así de la primera el gran tema de su predicación cuando se
dirigen como heraldos a los hombres en general, y dan a la segunda su lugar
distintivo como enseñanza para los que creen. Y además, una comprensión
correcta de estas cosas contribuye en gran medida a resolver esas dificultades
intelectuales que tantos han encontrado al juntar las dos cosas que son
enseñadas por igual en la Escritura, — a saber, la soberanía de Dios y la
responsabilidad del hombre, relacionadas con los ofrecimientos gratuitos de la
gracia de Dios.
Algunos
ridiculizan la propiciación con el pretexto de que reduce a Dios
al nivel de una deidad pagana de la cual se supone que es apaciguada mediante
sacrificios de sangre. ¿Cómo responde usted a ellos?
Yo
les respondo afirmando dos cosas. En primer lugar, que la enseñanza
de la Biblia NO es que Dios esté mal dispuesto hacia nosotros como una Deidad amenazadora
a la que hay que apaciguar continuamente mediante sacrificios propiciatorios
que cambien sus sentimientos hacia nosotros. Esa es la corrupta concepción pagana.
La presentación Bíblica de la verdad dice así, "En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados". (1ª. Juan 4: 10).
Lejos de que nosotros tengamos que cambiar Su corazón hacia nosotros mediante
un sacrificio propiciatorio, Su corazón, que está hacia el hombre, es la fuente
misma de toda nuestra bendición. Nuestros pecados habían hecho necesaria la
propiciación, pero Él mismo proporcionó el sacrificio necesario.
En
segundo lugar, nosotros precisamos quién fue la propiciación. Él
"envió a Su Hijo". ¡Aquel mismo que era Dios se convirtió en la
propiciación! Ello es un profundo misterio, ciertamente, pero cuán alejado está
esto de las degradantes ideas paganas que han sido citadas. De manera enfática,
la propiciación no era necesaria para cambiar el corazón de Dios de estar en
contra de nosotros a estar a favor de nosotros. Ella fue más bien la más
perfecta expresión de Su amor. Esto lo precisa el Apóstol, exclamando:
"¡En esto consiste el amor!"
Si
la propiciación no era necesaria para cambiar la disposición de Dios
con respecto a nosotros, ¿en qué radicaba la necesidad de ella?
La
respuesta es: en la santidad esencial de Su naturaleza y la justicia
de Su trono.
Nunca
debe ser olvidado que Dios es el gobernador supremo del universo.
Si Él permite cualquier laxitud moral, cualquier desviación de la justicia estricta,
¿quién mantendrá lo que es correcto en cualquier lugar? La justicia de Dios,
mantenida resueltamente y sin concesiones, es el áncora de salvación de la cual
todo depende. Si esa áncora es arrastrada y quitada, todo el universo iría a la
deriva para encallar sobre las rocas del más absoluto mal.
Por
eso, el mantenimiento de la justicia y la santidad siempre está en
primer lugar para Él, y nada a manera de bendición puede llegar a los pecadores
si primero no son satisfechas todas Sus reivindicaciones y demandas.
La
propiciación es la reunión de todas esas reivindicaciones anteriores
de una manera tan completa que, en lugar de que la justicia sea totalmente
contra el hombre, ahora es, "para todos". (Romanos 3:22). En el
terreno de la propiciación, la justicia está, por así decirlo, con los brazos
extendidos, invitando a todos y a cada uno de los hombres a encontrar refugio
en su seno. Y la propiciación misma es el fruto del amor de Dios.
Generalmente
asociamos la propiciación con la idea de apaciguar la ira.
¿Es esto correcto con respecto a Dios?
Claramente
lo es. La justicia y la ira están estrechamente relacionadas
como un asunto de un hecho eterno. La ira aprueba la justicia y hace que ella
se cumpla. Sin ella, la justicia sería impotente. La práctica del gobierno
entre los hombres es una ilustración de esto. Por muy justo y virtuoso que pueda
ser un gobierno, sin los poderes y las penas o castigos para hacer cumplir sus
decretos, dicho gobierno cae, fracasa.
La
justicia y la ira también están estrechamente relacionadas en las
Escrituras. Romanos 1: 17-18 es una prueba de ello.
En
presencia del pecado, la justicia de Dios tiene reivindicaciones
enormes. Ella tiene también un poder infinito y ejecutará ira y venganza, tal como
Romanos 2: 2-9 afirma.
¿El
hecho de la propiciación nos autoriza a ir a cualquier hombre y
decirle que sus pecados han sido perdonados?
No,
no nos autoriza. Más bien nos autoriza a ir a cualquier hombre y
decirle que Cristo ha muerto por él, y en consecuencia se le predica el perdón.
(Hechos 13: 38). Esto lo podemos hacer porque, como propiciación, Él se dio a
sí mismo "en rescate por todos" (1ª Timoteo 2: 5, 6), y murió
"por los impíos". (Romanos 5: 6). Sin embargo, el perdón de pecados
es solamente la porción de aquellos que creen, puesto que este perdón de
pecados implica sustitución.
De
hecho, el perdón puede ser predicado libremente a todos los hombres, pero
sólo los que creen son perdonados.
La
parábola del Señor de los dos deudores en Lucas 7 parecería implicar
que Simón, el Fariseo incrédulo, fue tan perdonado como lo fue la mujer
penitente. ¿Es correcta esta interpretación de las palabras del Señor?
Nuestra
Biblia en Español reza, "Y no teniendo ellos con qué pagar,
perdonó a ambos" (Lucas 7: 42), y esto parece apoyar la interpretación que
usted propone. Pero, de hecho, la palabra utilizada aquí y traducida
"perdonó" en el versículo 42, y "perdonó" en el versículo
43, es una palabra que significa ser bondadoso o favorable a;
mientras que la palabra utilizada por el Señor en los versículos 47 y 48 es la
palabra habitual para perdonar, que significa despedir o remitir.
Cualquier buena concordancia, como la de Young o la de Strong, mostrará a usted
esto.
El acreedor de la parábola del Señor fue bondadoso con los
dos deudores
en vista de su condición de bancarrota, al igual que Dios, sobre el fundamento
de la propiciación, está actuando en la actualidad en gracia hacia todos los
hombres, y presentándoles en el Evangelio el perdón de pecados.
A
la mujer que se acercó a Jesús con lágrimas de arrepentimiento y de fe
le fueron perdonados sus pecados. "Tus pecados te son perdonados", — es
decir, despedidos, — despachados. Eso nunca le fue dicho a Simón el Fariseo.
¿Acaso
no es una declaración tal como la de que "Cristo fue
ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos", la que hace
parecer que Cristo sólo murió por los escogidos?
Tal
escritura considera Su muerte estrictamente desde el punto de vista
de la sustitución y se refiere sólo a los efectos reales de Su obra entre los
hombres. Desde este punto de vista, Él llevó los pecados sólo de aquellos que
creen, y éstos son los escogidos.
Una
escritura similar es: "El Hijo del Hombre vino… para dar su
vida en rescate por muchos". (Marcos 10: 45 – LBA). Aquí, de nuevo, está
en consideración el resultado real de Su muerte entre los hombres. Pero
también leemos, "Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate
por todos". (1ª Timoteo 2: 5-6). Aquí, tomando el punto de vista de la
propiciación, lo que está en consideración es el valor de Su muerte ante
Dios, y por eso el alcance y la relevancia de Su muerte hacia todos los
hombres son puestos de manifiesto.
¿La
enseñanza de que Cristo murió por todos no conduce de manera
lógica a la salvación universal?
La
enseñanza de que Cristo murió como Sustituto por todos conduciría
obviamente a la salvación universal como conclusión lógica; pero la enseñanza Bíblica
no es esa, sino que Él es la propiciación por los pecados de "todo
el mundo" (1ª. Juan 2: 2). Esto no implica la salvación final de todos más
de lo que el pago de la gran prima del periódico implicaba el seguro definitivo
de cada uno de sus lectores.
Lo
que sí implica es esto, a saber, que cada lector era elegible para el
seguro y tenía la oferta del mismo; al igual que la propiciación implica una
puerta abierta a la salvación para todos, y un mensaje evangélico mundial.
Pero,
el seguro definitivo era asegurado mediante el registro. «Un lector registrado es un
lector asegurado», fue el lema adoptado. Nosotros podemos tomar
en nuestros labios la afirmación de que «un
pecador arrepentido y creyente es un pecador perdonado.» Esto, gracias a Dios, es la verdad del
Evangelio.
F.
B. Hole
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre
2021
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
BJS =
Biblia del Jubileo - Martin Stendal
JND
= Una
traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBA = La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
RV 1865 =
Versión Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible
Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).