EL
JUICIO PROPIO
… «La inseparable condición de un
andar en comunión con Dios»
Henry Edward Hayhoe
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas dobles
("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto
en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican
otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te
ven. Por tanto me aborrezco, Y me arrepiento en polvo y ceniza".
Job 42: 5, 6.
"Mas si nos juzgáramos a nosotros mismos,
no seríamos juzgados".
1ª Corintios 11: 31 -VM.
Es un dicho común que «la preservación
del yo es la primera ley de la naturaleza», y, sin duda, la naturaleza
impulsa al yo a conservarse a sí mismo en toda condición y circunstancia. De
manera natural, el hombre se preocupa por sí mismo antes que por cualquier otro
objeto, y ya sea en relación con su vida, sus posesiones, su comodidad o su
carácter, el yo tiene el primer lugar en sus pensamientos y afectos. Incluso la
ley de Dios reconoce esto plenamente, pues (dirigiéndose como ella lo hace al
hombre en su estado no regenerado, 1ª Timoteo 1: 9, 10)
dice: "Amarás a tu prójimo COMO A TI MISMO". (Levítico 19: 18). La ley de Dios
no exige un amor mayor que éste
del hombre hacia su prójimo.
Ahora bien, como el yo es un ser egoísta y
celoso, la justificación es su primer impulso cuando se le imputa una acusación
o se le condena. De manera natural, si puede evitarlo, el yo nunca se condenará
a sí mismo, sino que siempre se justificará a sí mismo; y así el juicio propio no
es una obra de la naturaleza, ni de la voluntad, sino que es una obra de la
compulsión y la coacción.
Sin embargo, el juicio propio está en la base
misma del Cristianismo en el alma individual, y es la inseparable condición de
un andar en comunión con Dios.
Creo que podemos decir que el juicio propio es
un efecto de la conciencia de un hombre (pecador o santo) que es llevado a la
presencia de un estándar de justicia más elevado del que dicha conciencia ha
aprendido hasta ahora; porque, aunque el juicio propio es un acto espontáneo de
la conciencia del hombre, a diferencia de ser juzgado por otro, aun así, el yo
no puede juzgarse a sí mismo aparte de un estándar, y ese estándar, o medida,
debe estar fuera del yo, y para que tenga algún valor para el alma a modo de
comparación, debe estar también totalmente por encima de ella. El verdadero
juicio propio es, por tanto, siempre en presencia de Dios y de Su revelación o
Palabra, porque sólo aquí se ha de encontrar un estándar perfecto e inmutable.
Ningún juicio propio por cualquier estándar inferior puede servir para
despertar la conciencia o para elevar la condición del alma.
De hecho, nosotros podemos decir que examinarse
uno mismo, o el juicio propio por cualquier estándar inferior al estándar
divino, va a participar y terminar siempre en autojustificación. Así, por
ejemplo, si la conciencia inquieta o el alma insatisfecha comienza a comparar
su condición actual con una condición pasada, cualquiera que pueda ser el
descubrimiento en cuanto a avance o decadencia, la conciencia no puede
beneficiar o elevar el alma por encima de su propia experiencia actual o
pasada. Así encontramos el caso de Job, pues su recuerdo de lo que había sido
en el pasado no le daba ningún poder en el presente. (Job 29-30, etcétera). Él Se
medía a sí mismo, y aunque estaba bastante insatisfecho con su presente, se
jactaba de su pasada condición y se demostró, después de todo, que él era,
"justo a sus propios ojos". (Job 32: 1). Pero tan pronto como él
comprende la justicia y la gloria de Dios, el yo es juzgado y es aborrecido.
Por otra parte, el examen del yo en
comparación con los demás sólo puede traer los mismos resultados imperfectos;
porque aunque por una parte el yo en mí puede ser en cierto grado reprendido y
juzgado en algunos aspectos por el tono y el carácter más elevado de la vida en
otro, sin embargo, por otra parte yo veo el fracaso en ellos, y entonces hay la
tendencia a decir en el corazón, «No soy tan malo después de todo. Aunque él me supera en esto, yo lo
supero en aquello, y nuestras pruebas y tentaciones no son las mismas»; y de
esta manera el yo, ya sea en mí o en mi hermano, es excusado y justificado.
Pablo lo resume todo en 2ª Corintios 10: 12, diciendo que los que se miden
"a sí mismos… comparándose consigo mismos, carecen de entendimiento".
(2ª Corintios 10: 12 – LBA). Sin embargo, esta es la tendencia del corazón natural
y de la religión humana. La excelencia humana, en lugar de la divina, es
establecida como estándar. Los "santos", así llamados, son los
ejemplos ante el alma, ya que en ellos puede ser hallada una justicia
alcanzable por la naturaleza humana, y debilidades que ofrecen una excusa para
los fracasos de la carne.
Pero cuán diferente y cuán perfecta es la obra
del juicio propio cuando es producido por un estándar divino e inmutable, es
decir, por la conciencia del hombre, un pecador, que es llevado a la presencia
de Dios, — el Dios santo. Génesis 3, Éxodo 20, Isaías 6, Lucas 5, son ejemplos
bien conocidos de lo que es obrado cuando Dios es visto en Su santidad, y el yo
es juzgado en su pecaminosidad delante de Él. Leemos, "Tuve miedo"
(Génesis 3: 10); "No hable Dios con nosotros" (Éxodo 20: 19); "¡Ay
de mí!" (Isaías 6: 5); " Apártate de mí" (Lucas 5: 8), son las
variadas expresiones que cuentan la misma historia, a saber, que la conciencia
ha sido llevada a la presencia de una justicia que ella no había aprendido
antes. Y en el caso de un pecador no reconciliado con Dios, o de una carne no
juzgada en cualquiera, sea un pecador o un santo, el sentido de esta justicia
es insoportable, y la conciencia procura escapar de su presencia. Y esta obra
continúa cuando las almas y las conciencias de los hombres son puestas en
contacto con la justicia de Dios revelada en el evangelio de Cristo. (Romanos
1: 17). Este mismo evangelio, compasivo y bienaventurado como es su mensaje,
demuestra que un pecador es pecador (2ª Corintios 5: 14; 1ª Timoteo 1: 15), y
si por una parte la gracia de Dios, cuando se la comprende en la cruz de
Cristo, trae paz y salvación al corazón quebrantado y convicto, por otro lado,
es la justicia inquebrantable del juicio de Dios sobre el pecado en la persona
de Su Hijo, lo que quebranta y condena al corazón, y cierra la puerta a este SOLO,
a este ÚNICO CAMINO DE SALVACIÓN.
Pero es del juicio propio en el creyente de lo
que más deseamos hablar e insistir sobre las conciencias de nuestros lectores. Nosotros
hemos dicho que ello es la condición inseparable de un andar en comunión con
Dios; y este es el asunto que es tan importante para el alma de cada Cristiano.
Dios ha llevado a Su
pueblo a Él. No se trata simplemente de salvación de la muerte y el juicio, lo
que ellos obtienen por medio de nuestro Señor Jesucristo, sino que ellos son
llevados "a Dios". 1ª Pedro 3: 18. Este ha sido siempre el propósito
de Dios en la redención, para que el hombre pueda tener comunión con Él y andar
con Él. Él llevó a Israel a Él (Éxodo 19: 4); pero ellos Le rechazaron.
En esa nación se probó y se demostró que el
hombre no regenerado, por muy favorecido que fuera, no podía tener comunión con
Dios. Las poderosas señales y maravillas por las cuales se evidenciaba Su
presencia con ellos y Su favor hacia ellos, nunca tocaron sus corazones, ni
ganaron el afecto de ellos. Ninguna mera exhibición de la gracia o del poder de
Dios puede alterar al hombre, o darle poder en sí mismo. "Lo que es nacido
de la carne, carne es". El hombre, para tener compañerismo y comunión con
Dios debe "nacer de nuevo" (Juan 3), y "mediante la redención
que es en Cristo Jesús", Dios ha mostrado de qué manera Su propósito se
cumple ahora. En la muerte de Cristo aprendemos cómo el pecado del creyente, y
los pecados, son juzgados, perdonados y quitados (Romanos 8: 3; 1ª Pedro 2: 24;
Efesios 1: 7; Hebreos 9: 26); el "viejo hombre fue crucificado juntamente
con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido". Romanos 6: 6. (Véase
también Colosenses 2: 11.) En la resurrección de Cristo es declarada la forma
en que Él llega a ser el Espíritu vivificador, y Él imparte así al creyente una
nueva vida, una naturaleza divina, en el poder de la cual él puede tener, y
tiene, comunión con Dios el Padre, y con Su Hijo Jesucristo, el Señor. (Véase
Juan 5: 26; 1ª Corintios 15: 45; Efesios 1: 19, 20; y Efesios 2: 5, 6; 1ª. Juan
1: 3).
Es ahora esta nueva posición, esta cercanía a
Dios, aquello que da al creyente poder para juzgarse a sí mismo. El creyente que
ahora conoce a Dios ya no está en ignorancia acerca de Él o de Su voluntad. No
sólo por la revelación externa a través de la Palabra, sino también por el
testimonio interno del Espíritu, el cual "resplandeció en nuestros
corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Jesucristo". 2ª Corintios 4: 6. "Nosotros tenemos la mente de
Cristo". 1ª Corintios 2: 16. En Cristo, el creyente está siempre en la
presencia y en el poder de la justicia divina, pues nosotros hemos sido "hechos
justicia de Dios en él". 2ª Corintios 5: 21.
Por lo tanto, para juzgarse a sí mismo,
el
creyente tiene una norma y una medida perfectas, Y LA CAPACIDAD PARA UTILIZARLAS.
Él sólo tiene que preguntarse: «¿Cómo ha juzgado Dios, cómo ha examinado, mediante qué ha puesto Él a
prueba mi naturaleza, mis pensamientos, mis palabras, mis acciones? ¿Conozco yo
la paz con Dios, y he probado que el Señor es misericordioso, Aquel que llevó
mis pecados en Su propio cuerpo en el madero? Si es así, ¿deseo yo conocer la
comunión con Él? Entonces, que yo me traiga siempre a mí mismo, y todo lo que
está dentro de mí, con honestidad y sinceridad, a la luz de Su presencia, y mediante
la Palabra de Su gracia ponerlo a prueba, y juzgarlo todo, como Él ya lo ha
hecho. Dios me conoce enteramente, y Él me ha dado la capacidad de conocerme enteramente
a mí mismo . Por muy engañoso y desesperadamente malvado que sea mi corazón, Él
lo ha escudriñado, y yo puedo escudriñarlo también, y puedo, y debo, detectar
cada motivo y pensamiento, y examinarlos cuidadosamente y juzgarlos en su
verdadero carácter que tienen a Sus ojos. Aquello que soporte Su mirada, y el
juicio de Su Palabra, puedo permitirlo; y lo que no, que yo lo condene para que
yo pueda ser de un mismo sentir con Él, fuera de cuya presencia el alma no
puede tener verdadero descanso, — y el corazón, ningún gozo.»
Entonces, el verdadero juicio propio es el
juicio de mí mismo tal como Dios me ha juzgado y aún me juzga, — Cristo como la
revelación de Dios, en Su amor, — Su justicia y Su gloria, es la norma y lo que
calibra el valor para mi conciencia: y la Palabra y el Espíritu son los medios
y el poder para aplicarlo a Él así.
Lo que nosotros
necesitamos es fe en la Palabra de Dios y la aplicación práctica de ella al
alma. La Palabra que nos habla de la gracia infinita de nuestro Dios nos habla
también de Su santidad. Y la misma revelación que permite al creyente conocer su
plenitud, su posición en Cristo, le ruega que ande como es digno de la vocación
con que él ha sido llamado.
"¿Con qué limpiará el joven su camino?
Con guardar tu palabra", Salmo 119: 9; "Limpios por la Palabra",
Juan 15: 3, "el lavamiento del agua por la Palabra", Efesios 5: 26;
también Hebreos 4: 12, 13, y 2ª Timoteo 3: 16, 17, nos muestran la plenitud y
el valor de la Palabra de Dios como lámpara para nuestros pies, como luz para
nuestro camino y como escudriñadora de nuestros corazones.
Ahora debemos repetir de nuevo que sin
juicio
propio no puede haber comunión con Dios. La fe puede haber creído al evangelio,
y un alma puede conocer el perdón de los pecados y la paz con Dios por medio de
la preciosa sangre de Cristo; pero su comunión con Dios depende de su juicio de
sí misma y de la confesión de sus pecados. Una cosa es ser un creyente y un
hijo de Dios; otra cosa es andar en la luz de Su presencia, en la conciencia de
la relación y de la comunión sin obstáculos. A menudo podemos oír a Cristianos,
cuando se les habla en amonestación acerca de alguna inconsistencia en su
conducta, responder que ellos son «felices en el Señor», implicando así que la cosa reprendida no obstaculiza la comunión. Pero
lo que realmente ellos quieren decir es que saben que sus pecados han sido perdonados
y no dudan de que son salvos. Sin embargo, esto no es comunión, — no es la felicidad,
el gozo en Dios, el cual Él desea para Sus santos. La porción común de los hijos
de Dios es conocer el perdón de pecados, de hecho, nadie que no conozca aquel
perdón puede llamar a Dios, "Padre"; pero la comunión, el
compañerismo, la confianza, la alegría y el gozo en Su presencia, son algo más,
y estas cosas no pueden ser conocidas o disfrutadas aparte del juicio propio.
"¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de
acuerdo?" Amós 3: 3. ¿Pueden padre e hijo andar juntos felizmente si hay
controversia entre ellos? Cuanto más estrecha es la relación y mayor el amor
que existe entre dos, más sensibles serán sus corazones a cualquier diferencia
de juicio o de pensamiento. Y cuán infinitamente cierto es esto con respecto a nosotros
en nuestro trato con Dios nuestro Padre. "Todas las cosas que pertenecen a
la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder", 2ª Pedro 1:
3; y Su deseo es que estemos "firmes como hombres maduros y completamente
entregados a toda la voluntad de Dios", Colosenses 4: 12 - RVA; y es en Su
presencia, en la que "no hay ningunas tinieblas", que es nuestro
privilegio, como también está en nuestro poder, juzgar y sacar a la luz los
rincones secretos y oscuros de nuestros corazones. Y qué crecimiento habría en
nuestras almas, qué poder y qué testimonio en nuestras vidas, si al resplandecer
la luz de Dios nosotros abriéramos más voluntariamente estas cosas oscuras y
ocultas. Él sabe que ellas están ahí, y nosotros mismos conocemos muchas de
ellas, pero ¡lamentablemente! a menudo cerramos nuestros corazones deseando
mantener dentro de nosotros, o alrededor de nosotros, cosas que no soportarán Su
juicio. "Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que
aprueba". Romanos 14: 22. Bienaventurado en verdad; y se puede añadir que
ningún otro es verdaderamente bienaventurado.
Es bienaventurado que uno se dé cuenta que,
para los cristianos, el juicio propio no es un ejercicio legal sino una
evidencia de esa libertad que pertenece a ellos como hijos de Dios.
No debería haber ningún sentido de
esclavitud para el alma vivificada al
tener que detectar y dominar las cosas que se oponen a su comprensión y a su disfrute
del amor y la presencia de su Salvador y Dios. Por otra parte, cuán maravillosa
es la gracia de Dios que ha dado a Su pueblo el poder de encontrar y superar,
mediante el juicio propio, todas las debilidades, tentaciones y conflictos de
la naturaleza y la carne que, si no son juzgados, van a separar sus almas de
Él, pero que cuando son juzgados demuestran la intensa realidad de las cosas
que Dios les ha dado tan gratuitamente, y la gracia y el poder abundantes de
Aquel con quien ellos tienen que ver. Porque nosotros podemos decir que nuestra
debilidad misma y las flaquezas de nuestra naturaleza, cuando son tratadas en
el juicio propio, lejos de obstaculizar la comunión, hacen que la gracia de
Dios sea más valiosa para el alma, y las cosas que parecen estar en contra de
nosotros, resultan estar a favor nuestro, dándonos, como ellas lo hacen,
experiencias de Dios que de otra manera ignoraríamos; porque la debilidad, la flaqueza
y la tentación, en sí mismas, no son pecado en el creyente, si bien son
evidencia de pecado en la carne. Sólo cuando ellas son permitidas, excusadas o
justificadas, contaminan el alma y destruyen la comunión.
1ª Corintios 11:28 nos
enseña cuán inseparablemente están relacionados el juicio propio y la comunión a
la mesa del Señor. Es allí donde se da testimonio públicamente de la comunión
de los santos en Cristo, y por eso cada uno debe acercarse con espíritu de
juicio propio, no sea que por la presencia de uno con una conciencia
contaminada él coma juicio para sí, y
destruya la comunión en la asamblea. Leemos, "Examínese a sí mismo cada
uno, y así coma". 1ª Corintios 11: 28 - VM. Pues nuestro Dios es un Dios
santo, y el Señor "juzgará a su pueblo". Deuteronomio 32: 36. El
pecado debe ser tratado, y si no lo hacemos nosotros mismos, entonces Él lo
hará; pero Él ha dicho: "Si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados", 1ª Corintios 11: 31 - VM, y esta es la manera que Él ha
escogido para nosotros, y que nosotros mismos debemos escoger.
Puede ser dicho que no todos tienen el
mismo
discernimiento, ni siquiera discernimiento de sus propios corazones, y que no
debemos juzgarnos unos a otros en esta materia. Esto es muy cierto, pero de lo
que hemos estado hablando no es acerca de juzgarnos unos a otros, sino de
juzgarnos a nosotros mismos. Toda alma vivificada puede, y debe, juzgarse a sí
misma en alguna medida; sin embargo, lo que todos deben reconocer es que la
medida suele ser baja e insuficiente. En los ejercicios divinos, como en todas
las demás cosas, «la práctica hace la perfección.» Es, "por el uso", que
nuestras conciencias llegan a estar ejercitadas "en el discernimiento del
bien y del mal". Hebreos 5: 14. Que "todos buscan lo suyo propio",
Filipenses 2, 21, es demasiado cierto para los Cristianos de hoy en día, pero
el Ejemplo perfecto sigue siendo el mismo, inalterable e inmutable, para el
alma que desea conocer el secreto de la comunión con Dios. Cristo, quien no se "agradó
a sí mismo", pudo decir: "Yo hago siempre lo que le agrada".
Juan 8: 29. Con respecto a Él mismo, — precioso y perfecto como Él era, — el yo
siempre fue negado, y así Su juicio fue justo. (Juan 5:30).
B.
Extracto de la revista "Present Testimony"-Volumen
1.
Adición
No hay sustituto para la comunión. Ninguna
cantidad de conocimiento, o de andar práctico en la senda correcta, protegerá
de la perversión si el ojo es vuelto hacia el hombre en lugar de hacia Dios. No
sólo un Marcos volverá de Panfilia, sino que un Bernabé se dejará llevar por la
simulación de un Pedro.
"La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. CUANDO
tu ojo está sano, también todo tu cuerpo está lleno de luz. Pero CUANDO es
malo, también tu cuerpo está en tinieblas!.
Lucas 11:34 – RVA.
La obediencia de la fe que mira sólo a Dios
permitirá al santo de Dios andar tranquilamente, pacíficamente, pacientemente,
sabiendo que, "todas las cosas son de Dios" (2ª Corintios 5: 18 – VM),
y que Él, en Su propio tiempo, hará manifiesta la preciosa verdad de Isaías 30:
18, "Bienaventurados son todos los que le esperan ".
Las circunstancias (José en la cárcel), los
malentendidos (David frente a Eliab, su hermano mayor), las falsas acusaciones
(Job y sus tres amigos), todo procede del Señor, el cual va aventando nuestra
senda para hacernos el bien en nuestro postrer estado. Aprendamos siempre a
tomar de Su mano todas las circunstancias que Su sabiduría permite, y procuremos
en ejercicio ante el Señor sacar provecho de ellas. Es a través de ellas que
aprendemos que nosotros somos nada y conocemos Su gracia abundante.
Cuando surjan dificultades en la Iglesia de
Dios, recordemos siempre que Cristo es "cabeza sobre todas las cosas, con
respecto a su Iglesia, la cual es su cuerpo". Efesios 1: 22, 23 - VM.
"El hombre espiritual lo discierne todo". 1ª Corintios 2: 15 -
VM. De este modo, el recién nacido en Cristo tendrá la mente del Señor,
mientras que el más iluminado si no está en comunión, perderá la mente del
Señor. La naturaleza nunca permanecerá inmóvil y nunca esperará para ver la
salvación del Señor. Solamente la fe, con el ojo puesto en Dios, nos dará la
tranquila paciencia para esperar Su tiempo para hacer manifiesta la perfecta
sabiduría de Sus caminos.
"Cristo amó a la iglesia, y se entregó A SÍ
MISMO por ella". Efesios 5: 25. ¡Cuán preciosa es ella para Él! Esperemos entonces
en Él en toda circunstancia, dificultad o malentendido que pueda surgir, con el
ojo puesto en Dios, y no tratemos nunca de formar el pensamiento de los santos
por medio de nuestra propia personalidad o de nuestra presencia entre ellos. La
mente espiritual percibirá siempre lo que es de Dios y conducirá a todos los
que buscan Su gloria a andar por Sus sendas.
El gran objetivo en el ministerio debe
ser
siempre ministrar la verdad, de manera que la persona de nuestro Señor
Jesucristo llene el alma, y que esta verdad cree el deseo anhelante de «vivir
para él.»
Que nosotros podamos vivir en el gozo de la comunión de tal manera que
el primer paso que rompa esta dulce comunión pueda ser detectado y juzgado, — "hasta
que Él venga".
H. E. H.
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre 2021
Otras versiones de La Biblia usadas en
esta traducción:
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA
= Versión
Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)..
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).