Una Palabra Acerca del
Conocimiento
W. C. Reid
Todas las citas bíblicas se
encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto en los lugares en que además
de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Nosotros estamos viviendo
en días en los que el conocimiento es muy
fácilmente adquirido por aquellos dispuestos a aprender particularmente en la Cristiandad
donde casi todo niño normal sabe leer y escribir y donde la literatura abunda.
Para aquellos que desean el conocimiento de Dios y de Sus cosas existe la
inestimable herencia de una Biblia abierta, y una gran cantidad de escritos
excelentes salido de las plumas de hombres talentosos y espirituales, que han procurado
llevar la verdad de Dios a los corazones y las conciencias de sus lectores.
Tales hombres han tratado de llevar la convicción de pecado a los pecadores, y
de enseñar a los creyentes en los fundamentos de la fe y en la verdad de los
consejos de Dios.
El Conocimiento
Envanece
Sin embargo, adquirir
conocimiento tiene sus peligros, tal como mostró
Pablo en 1ª Corintios 8:1, donde él escribe: " El conocimiento envanece, pero
el amor
edifica". Cuando la verdad de Dios es mantenida sólo en el intelecto, y no
ha afectado el corazón y la conciencia, existe el peligro del envanecimiento.
Sin embargo, si la verdad entra en el corazón, tocando los afectos y la
conciencia, habrá edificación en lugar de envanecimiento.
Todo cristiano ejercitado,
en cuyo corazón ha entrado la verdad, estará
de inmediato de acuerdo con las palabras del versículo 2: "Si alguno se
imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo". Estas son
palabras convenientes que reprenden al que no se ejercita y al que es vano, y
que humillan al santo que siente que cualquier pequeño conocimiento que ha
obtenido a través del aprendizaje no hace más que manifestarle que hay un vasto
campo de conocimiento divino en el que su alma apenas ha entrado.
El Conocimiento
del Padre
Al venir al mundo, el
Hijo de Dios trajo consigo un conocimiento que no
había existido antes aquí. En Mateo 11 Él dice: "Nadie conoce al Padre,
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". (Mateo11: 27
– LBA). Este era el conocimiento más maravilloso que había llegado ante los
hombres; pero estaba escondido “de los sabios y de los entendidos”. (Mateo 11:
25). Este conocimiento no era una revelación para el intelecto del hombre, sino
para los corazones de aquellos en los que Dios, en Su gracia, había obrado, niños
en Su familia, pero también despreciados por los eruditos de este mundo como siendo
ellos no instruidos en las cosas de un mundo vano.
Este maravilloso conocimiento
del Padre no estaba reservado sólo para
los discípulos del día en que el Señor estuvo en la tierra, ni tampoco para los
más avanzados en la familia de Dios, pues el apóstol Juan escribió: "Os
escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre". (1ª. Juan
2: 13). El más pequeño en la familia de Dios tiene la naturaleza divina, el
cual al creer el Evangelio fue habitado por el Espíritu Santo, y tuvo así la
capacidad y el poder para la recepción del conocimiento del Padre. El
conocimiento de Dios como Padre es la luz en la que andan todos Sus hijos, y
los que no tienen este conocimiento andan en tinieblas.
El Conocimiento del
Hijo de Dios
De Mateo 11:27, donde
el Señor dice: "Nadie conoce al Hijo, sino el
Padre", es evidente que el Hijo es inescrutable tanto en la gloria de su
Persona como en la forma en que la Deidad y la Humanidad se unen en Él. Sin
embargo, Pablo escribió: "Para que yo le conozca a él". (Filipenses
3:10 - VM). De esto nos enteramos que hay un conocimiento del Hijo de Dios que
debe ser adquirido; y el apóstol nos muestra en este mismo capítulo cómo él
procuraba obtenerlo. “La excelencia del conocimiento de Cristo Jesús", su
Señor, cautivó de tal manera su corazón que abandonó todo lo que impedía que él
lo adquiriese.
Las cosas que habían
sido ganancia para él, las estimó como pérdida por
Cristo. Todo lo que él había buscado en el Judaísmo, galardones
resplandecientes para un Judío religioso, él lo había abandonado por lo que
atenuaba su resplandor, a saber, el conocimiento de Aquel que se le apareció en
el camino de Damasco. Ya no había nada en todo el mundo de los hombres que
tuviera algún atractivo para el corazón de Pablo, pues él estimó que todo lo
que alguna vez había tenido, o todo lo que el hombre pudiera ofrecerle, era una
pérdida, sí, una basura (palabra traducida en algunas versiones de la Biblia en
Castellano como estiércol), algo de lo que había que deshacerse, para poder
tener él lo que tenía la influencia más poderosa sobre su alma, a saber, el
conocimiento del Hijo de Dios en el cielo.
Lo que Pablo deseaba,
el conocimiento del Hijo de Dios, está abierto
para todo creyente en el Señor Jesús; y nuestra Cabeza celestial ha dado dones
a los hombres con el propósito expreso de que "todos lleguemos a la unidad
de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios". (Efesios 4: 13). Esta es
una gama muy amplia de conocimientos, pues trae ante nosotros todo lo que nos es
presentado en las Escrituras acerca de Jesús, y de manera especial el lugar que
Él ocupa ahora como Hombre en la presencia de Dios, el objeto de Su complacencia
y el centro de todos Sus consejos.
No son sólo las glorias
del Hijo de Dios las que debemos procurar
conocer, las que Él tiene ahora a la diestra de Dios, y las glorias en las que Él
será exhibido en un día venidero: sino que el apóstol oraba por los santos de Éfeso
para que ellos pudieran "conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento”. (Efesios 3: 19). Al conocer este maravilloso amor, amor que excede
el conocimiento, nosotros podremos mantener correctamente en nuestros corazones
todo lo que aprendemos de las glorias del bendito Hijo de Dios.
Crecimiento mediante
Conocimiento
En la oración de Pablo
por los santos en Colosas, él deseaba que ellos
fueran "llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e
inteligencia espiritual". (Colosenses 1:9). Cuán bueno es cuando todos
nuestros deseos, y los de los demás, son puestos a un lado y la voluntad de
Dios tiene su verdadero lugar en nuestros corazones y mentes. El conocimiento
de la voluntad de Dios, en toda sabiduría e inteligencia (comprensión)
espiritual, llevará a cabo esto, y eliminará toda tendencia al envanecimiento.
Tal conocimiento producirá resultados que traerán gloria a Dios, porque
entonces andaremos “como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando
fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios".
(Colosenses 1: 10).
De modo que donde hay
sabiduría y entendimiento divinos, el conocimiento
de la voluntad de Dios en el corazón traerá, entre otros resultados
bienaventurados, el crecimiento del alma en el conocimiento de Dios. Dios desea
que todos Sus santos crezcan, pues, con el crecimiento espiritual en el
conocimiento de Él mismo, habrá una incrementada capacidad para producir fruto,
lo cual es agradable para el Padre y para el Hijo. (Juan 15: 8).
El Estado Necesario
para el Conocimiento
Lo que nosotros hemos
visto con respecto a Pablo en Filipenses 3, y en
su oración en Colosenses 1, deja claro que si nosotros hemos de conocer realmente
la verdad de Dios debe haber un estado espiritual adecuado para recibirla. Esto
es mostrado claramente en Efesios 1: 17, donde, después de haber escrito acerca
de las bendiciones de los santos, según los consejos eternos de Dios, el
Apóstol ora para que "el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de
gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él".
El espíritu de sabiduría
y de revelación en el conocimiento de Dios es
el estado de alma necesario para entrar en verdad en el conocimiento de Dios
tal como es traído ante nosotros en los consejos de Su gracia. Sin este
espíritu de sabiduría y de revelación, es decir, sin esa afinidad dentro del
alma con lo que es presentado en la enseñanza divina, no puede haber el verdadero
conocimiento de Dios en relación con "la esperanza a que él os ha llamado…
las riquezas de la gloria de su herencia en los santos"… y "la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos". (Efesios
1: 18, 19).
Allí donde los santos
de Dios están absortos con las cosas de la tierra,
u ocupados en el mundo, no hay un espíritu correcto dentro de ellos, no hay ese
"espíritu de sabiduría y de revelación" que valora o busca las
verdades preciosas que llenan el corazón de Dios, secretos de Su seno, que Él
se complace en dar a conocer a Sus santos. Si nosotros nos ocupamos en las
cosas pasajeras del tiempo, es poco probable que tengamos el deseo o el estado
espiritual para adquirir las cosas que pertenecen al cielo y al día venidero.
La oración de Pablo en
Filipenses 1 es que el amor de los santos "abunde
aun más y más en ciencia y en todo conocimiento". (Filipenses 1: 9). El
amor abundante de los santos será regulado correctamente donde hay conocimiento
divino e inteligencia (comprensión) divina. Hay un tiempo en que el amor debe
ser restringido, como es indicado en Apocalipsis 1: 13, donde al Señor se Le
ve, "ceñido por el pecho con un cinto de oro"; pero cuando no hay
ninguna condición de restricción, los afectos son libres de emanar, pero bajo
la dirección del conocimiento de Dios, y la inteligencia divina que da la
comunión con Él.
Lo que el Conocimiento
Divino Trae
El conocimiento divino
nos trae las cosas del Padre, que Él ha escondido
"de los sabios y de los entendidos". (Mateo 11: 25); todas las cosas
que el Hijo había recibido, y dado a Sus amigos (Juan 15: 15). Además, están
todas las verdades preciosas reveladas por "el Espíritu Santo enviado del
cielo", cosas que hasta los ángeles anhelan contemplar. (1ª Pedro 1: 12).
En su segunda epístola,
el apóstol Pedro escribe, "Gracia a
vosotros y paz os sea multiplicada en el conocimiento de Dios y de nuestro
Señor Jesús". (2ª Pedro 1: 2). Como creyentes, nosotros estamos en gracia delante
de Dios; nunca habríamos podido estar en
Su presencia en el terreno de obras de justicia: pero también necesitamos la
gracia para sostenernos a lo largo de nuestra permanencia terrenal, con la paz
de Dios y la paz de Cristo llenando el corazón. Cuanto más conozcamos al Dios
de toda gracia, y a nuestro Señor Jesús, el cual está sentado en el trono de la
gracia, más beberemos de los recursos de la gracia disponibles para nosotros, y
más disfrutaremos de la paz divina, sean cuales fueren nuestras circunstancias.
El siguiente versículo
dice, "Todas las cosas que pertenecen a la
vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia". (2ª Pedro
1: 3). Todo lo que es necesario para que los santos de Dios sustenten la vida
divina que Él nos ha comunicado, para que podamos vivir para Su gloria pasando
por este mundo, nos ha sido dado por Su poder divino: pero sólo se puede echar
mano de ello a medida que entramos en el conocimiento de Dios. Cuando
aprendemos que Dios nos ha llamado por gloria y excelencia, así entramos nosotros
en el conocimiento de Él de esta manera, y por ello echamos mano de los
recursos de Su divino poder que nos permitirán vivir para Él en este mundo.
De lo que hemos considerado
será evidente que para adquirir
correctamente el conocimiento divino tenemos que estar en comunión con nuestro
Dios y Padre, y con Su amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo; y esta comunión
nos dará el sentido de nuestra propia nulidad, y así podremos evitar que nos
envanezcamos por las cosas maravillosas aprendidas en la presencia de Dios.
Incluso el propio gran Apóstol de los Gentiles estuvo expuesto a exaltarse
"desmedidamente" debido a las cosas maravillosas que había oído en el
cielo; pero el Señor le dio un aguijón en su carne para que él aprendiera la
suficiencia de Su gracia. (2ª Corintios 12: 1-10).
W. C. Reid.
Traducido del
Inglés
por: B.R.C.O. - Noviembre 2021
Otras versiones de La Biblia usadas en
esta traducción:
LBA = La Biblia
de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por
Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).