CORINTO Y SECTAS
Richard Holden
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960, excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
De la revista
"Sound Words", volumen 9, 1878.
¿Cómo era la
Asamblea de Corinto en los días de los Apóstoles?
En los días de los
apóstoles en Corinto existía una compañía de personas que habían creído al
Evangelio, habían nacido de nuevo del Espíritu Santo, habían sido bautizadas
por Él en "un solo cuerpo" (1ª Corintios 12: 13), habían sido sacadas
por Él de entre judíos y gentiles, y habían sido congregadas al nombre de
JESÚS.
Cada primer
día de la semana (por no hablar de otras ocasiones) ellos eran reunidos a Su
nombre por el mismo Espíritu Santo (Mateo 18: 20; 1ª Corintios 5: 4); pues Él
había prometido que cuando fuesen así reunidos, Él estaría en medio y, como
habiendo sido reunidos por el Espíritu Santo, ellos se congregaban, o se
juntaban, para encontrarse con Él. (1ª Corintios 14: 23, 26; Hebreos 10: 25).
Ellos no se
reunían como una sociedad voluntaria creada o inventada por el hombre sino como
la iglesia, o asamblea, de Dios (1ª Corintios 1: 2), — es decir, una
asociación, o cuerpo, de Su formación, —en sus respectivos lugares en los que
ellos habían sido colocados, no por la propia elección de ellos sino por Él (1ª
Corintios 12: 18). Ellos no tuvieron ni opción, ni elección, ni selección en el
asunto, y aun así no había en ese día y en esa ciudad nada más bajo el nombre
de Cristiano para tentarlos a tomar cualquiera otra posición.
De la lectura
de Hechos 18 nosotros sabemos que el Apóstol Pablo había sido el instrumento
del Espíritu Santo para el llamamiento original de esa asamblea. Sabemos, de
pasajes de su epístola a ellos (1ª Corintios 12: 8 a 11, 20, 30; 1ª Corintios
14: 13, 23, etc.), que tenían en medio de ellos personas dotadas de por lo
menos algunas de las clases de personas de las cuales el apóstol les declaró
que Dios había puesto tales en la asamblea. (1ª Corintios 12: 28).
Sin embargo,
no parece que tuvieran entre ellos nada parecido a lo que ahora se conoce como 'un
ministerio profesional' o 'instalado'. No hay ningún indicio ni en los Hechos
ni en las epístolas de nada parecido a un "ministro", o a un 'anciano
que preside', u otro oficial que dirigiera o regulara 'los servicios' en sus
asambleas, o que presidiera la Mesa del Señor. La ausencia de tal persona es
evidente, en primer lugar, por la ausencia de cualquier alusión a él en las reprensiones,
enseñanzas o saludos del apóstol; y en segundo lugar, por el hecho evidente en
todo el tono de las amonestaciones y enseñanzas del apóstol en los capítulos 11
al 14 de que la libertad de ministerio en sus reuniones estaba totalmente libre
de ser controlado por la presencia de cualquiera que estuviese en autoridad.
¿Cómo eran
los santos en Corinto?
De la lectura
de las epístolas es más evidente que aunque estas personas eran denominadas
como "santos" por el Espíritu Santo (1ª Corintios 1: 2), existía aún en
ellos, y entre ellos, un elemento maligno conocido en la Escritura como
"la carne", "carne" que da a conocer su presencia mediante
a lo menos alguna de las obras descritas por el apóstol en Gálatas 5: 19 a 21
como peculiares de ella; pues, en el capítulo 5 de 1ª Corintios, el apóstol
tuvo que acusarlos de una de sus obras más feas y advertirles contra varias
otras. En 1ª Corintios 11: 21 él tuvo que culparlos por otra de estas—,
embriaguez, bajo las más atroces circunstancias, a saber, a la mesa del Señor y
en compañía de glotonería; y en el capítulo 1 y versículo 11 él tuvo que
redargüirlos por "contiendas", y en el capítulo 3, versiculo3, por
" celos, contiendas y disensiones"; y después, en el capítulo 4
versículo 19, por estar envanecidos; y en el capítulo 6 versículo 1, por
"ir a juicio", y en los capítulos 11 y 14 por abusos tales en el
ministerio y en la cena del Señor que hacían que su reunión no fuera "
para lo mejor, sino para lo peor", por cuanto había "divisiones"
entre ellos. (1ª Corintios 11: 17, 18). Se permitía que las mujeres tomaran
parte en las reuniones; se permitía que la exhibición en el uso de las lenguas
usurpara el lugar de la edificación, y prevalecía un desorden tan indecoroso en
el ejercicio de las profecías que demostraba que ellos no estaban actuando en
el Espíritu, "pues Dios no es Dios de confusión". (1ª Corintios 14:
33).
¿Y qué de
las DIVISIONES en Corinto?
Parece que,
además, la presencia de estas "contiendas" "divisiones" y
'desavenencias' comenzó a asumir la forma de facciones, agrupándose ellos
mismos bajo nombres diferentes tales como, Pablo, Apolos, Cefas, e incluso el
sagrado nombre de Cristo fue hecho entre ellos un nombre de grupo.
Del silencio
acerca del tema en la segunda epístola es bastante evidente que la amonestación
del apóstol surtió efecto y sofocó, en todo caso por el momento, el desarrollo
de este espíritu sectario que podía llegar a un abierto rompimiento, lo cual
estuvo bien.
No obstante,
nosotros podemos imaginar el estado de cosas que debiera haber resultado si
esto hubiese sido de otra manera, ya que al hacerlo podemos encontrar ayuda
para aprovechar ciertos importantes principios que determinan nuestra propia
posición.
Imaginemos que
las desavenencias en Corinto hubiesen llegado a tal punto que en algún
determinado primer día de la semana cada uno de los nombrados por el apóstol
hubiese decidido separarse de los demás, y hubiese consolidado un lugar de
reunión separado; de modo que ese primer día de la semana, en lugar de la
asamblea original de la que nos hemos ocupado hasta ahora, se encontraran
también en Corinto otras cuatro reuniones, cada una en su respectivo lugar de
reunión, bajo su respectivo nombre de Pablistas, Apolistas, Cefistas y Cristoistas,
o Cristianos.
Cinco
Asambleas, — ¿y Entonces Qué?
Pues bien, ¿cuál
sería la situación de los acontecimientos? y, ¿cuáles serían los méritos
respectivos de las cinco asambleas?
En primer
lugar, habría allí cuatro reuniones distintas, cada una con un nombre adoptado
con el expreso propósito de diferenciarla de todos los demás Cristianos en
Corinto. No es que ellos hubieran renunciado al nombre Cristiano pues ellos seguían
llamándose a sí mismos Cristianos; sino que los Cristianos quieren ahora diferenciarse,
y diferenciar a quienes ellos desean excluir de la comunión de ellos a menos
que estén dispuestos a identificarse con la actitud y posición de ellos. Los Cristianos,
habiéndose dividido, necesitarían ahora otros nombres además del de Cristiano
para diferenciarse. Antes sólo necesitaban un nombre para diferenciarse de
judíos o paganos, y el nombre Cristiano era suficiente para eso. Ellos quieren diferenciar
ahora los Cristianos de los Cristianos. Siguen siendo Cristianos pero ahora son
Cristianos de un tipo peculiar, — ellos son Cristianos Pablistas, y Cristianos Apolistas,
y así sucesivamente.
Y entonces,
como ahora ellos se han dividido y tienen sus lugares de reunión separados,
éstos también reciben el nombre de los que se reúnen en dichos lugares; y allí
habría surgido la casa de reunión Pablista, la iglesia o capilla Apolista o Cefista,
o como sea que pudiesen llamarla.
¿Qué
Significa 'Terreno de Reunión?
El terreno
por el cual las personas se reúnen en cualquier lugar de asamblea es el motivo que
ellas tienen por la cual están allí. Mientras todos los santos o hermanos en
Corinto se reunían en un lugar lo hacían porque todos tenían un objeto común,
un nombre común, un centro común. Su objeto era Cristo. Ese Nombre, ese objeto
y ese centro los separaba y los diferenciaba del Gentilismo, por una parte, y
del Judaísmo, por la otra.
Una vez que
ellos se hubiesen dividido, el motivo para estar cada uno en sus respectivos
lugares en lugar de estar todos en uno, en un terreno común, habría sido muy
diferente.
Si a un
Pablista se le hubiera preguntado el primer día de la semana, cuando estaba
entrando a la casa de reunión Pablista, por qué él iba allí en lugar de ir
donde solía, su honesta respuesta debía haber sido de que él estaba yendo allí
debido a que él era un Pablista y que era allí donde los Pablistas se reunían.
Ellos se estaban reuniendo ahora como Pablistas, congregados en nombre
de Pablo. Ellos no habían abandonado su Cristianismo, —ellos aún habrían
insistido acerca de ser reconocidos como Cristianos, pero habían añadido
algo a su Cristianismo. Suponiendo que no se tratara más que de un nombre,
ello aún constituía un nuevo tipo de Cristianismo, — un nuevo terreno de
reunión. No es lo que era desde el principio. Por lo tanto, no era el
Cristianismo de Cristo en el terreno de Dios. Si estos Pablistas hubiesen
estado satisfechos con el Cristianismo tal como Dios lo dio ellos no habrían
necesitado ni un nuevo nombre ni un nuevo lugar de reunión. Ellos se habrían
contentado con seguir con el antiguo nombre y el antiguo lugar. Lo que requería
un nuevo nombre era lo nuevo, la nueva actitud hacia sus compañeros Cristianos,—
el nuevo terreno de reunión.
¿Qué
Actitud Tendrían los Pablistas hacia los Demás Cristianos?
La actitud de
estos Pablistas hacia los que todavía estaban en el terreno original y hacia
los demás habría sido esta, —a saber, ellos habrían mantenido hacia ambos, «Nosotros
somos tan
Cristianos como vosotros. Nos reunimos en el nombre del Señor tanto como vosotros;
sólo que nos apartamos de vosotros que insistís irrazonablemente en llamaros
sólo Cristianos porque creemos que es bueno introducir algunos pequeños cambios
en el orden y el ministerio de nuestra iglesia que estamos seguros que Pablo
aprobaría, aunque no los haya prescrito. Y como vosotros no queréis aceptarlo
en las reuniones y no queréis tener comunión con nosotros al hacerlo, nosotros
pensamos que es mejor dejaros solos; y así todos los que estamos de acuerdo con
esto os decimos 'adiós', y nos reunimos ahora donde tenemos libertad para
complacernos al respecto. Y para diferenciarnos de vosotros, y de otros que se
han marchado por otros motivos, elegimos llamarnos Pablistas, — recordad, Cristianos
Pablistas; pues somos tan buenos
Cristianos como vosotros, sólo que ese nombre de "Cristianos"
solamente, no es suficiente ahora para 'denominarnos', pues nos confundiría con
vosotros. Entonces, en cuanto a vosotros, los que os llamáis Apolistas o
Cefistas, aunque reconocemos plenamente la libertad que disfrutáis para
complaceros a vosotros mismos así como nosotros, sin embargo, pensamos que los
cambios que vosotros habéis añadido a la cosa antigua no son tan buenos como
los nuestros; y así, aunque tenemos menos objeción a vosotros que a esas otras
personas de mente estrecha que no ceden ni una pulgada de lo que encuentran
escrito para ellos, aun así, como veis, tampoco podríamos llevarnos bien con
vosotros. Así que debemos estar de acuerdo en discrepar y reunirnos aparte,
cada uno en nuestro propio lugar, y bajo nuestro propio 'nombre
denominacional'. Al mismo tiempo, no queremos ser intolerantes; y por eso, ya
que aún os reconocemos como Cristianos, nosotros permitiremos que cualquiera de
vosotros que quiera venga ocasionalmente y se siente a nuestra mesa, y puede
que algunos de nosotros nos acerquemos ocasionalmente a vosotros de la misma
manera, como para mostrar al mundo que aunque estamos divididos seguimos siendo
uno. También estaríamos dispuestos a hacer lo mismo con esas otras personas,
sólo que ellos no intercambiarán tales cortesías con nosotros, tan puritanos y
estrechos de miras como son».
Tal habría
sido necesariamente, más o menos, la actitud hacia los demás, de cada una de
las nuevas 'denominaciones'.
¿Cuál Debe
Ser la Actitud del Cuerpo Original?
¿Y qué acerca
de la actitud del cuerpo original? Debe haber sido esta: a saber, ellos habrían
dicho a estos cismáticos, «Nosotros
tenemos en nuestras manos la carta de Pablo en la que nos advierte contra los
nombres y las desavenencias y las
divisiones; en la que nos dice que "el cuerpo es uno (1ª Corintios 12:
12), y que el pensamiento de Dios es, "que en el cuerpo no haya
división" (1ª Corintios 12: 25 – LBA), dado que Él mismo lo ha formado
mediante Su Espíritu y "ordenó el cuerpo", y "ha colocado los
miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso" (1ª Corintios 12:
18); y nosotros no podemos consentir intentar mejoras en lo que Dios ha hecho.
Si Él hubiera juzgado que son necesarias o buenas las cosas que vosotros habéis
adoptado, Él las habría designado y en alguna parte de Su Palabra las habríamos
encontrado mencionadas. Mientras Pablo estuvo entre nosotros podíamos apelar a
él, pero, aunque él está ausente, nosotros tenemos sus escritos y los de los demás,
y no podemos consentir cambios que están afuera de estos escritos, pues hacer
eso sería apartarse del terreno de Dios en el cual Él nos ha colocado. Vosotros
podéis tener muy buenas intenciones y ser sinceros en lo que habéis adoptado,
no negamos eso. Tenemos que admitir, para dolor nuestro y vergüenza nuestra,
que los desórdenes que de tiempo en tiempo se han infiltrado encubiertamente
entre nosotros debido a la falta de juicio propio y por consentir la carne, son
muy tristes; pues reconocemos muy plenamente que es una obra vergonzosa el
hecho de que la embriaguez y desórdenes por el estilo se inmiscuyan en la mesa
del Señor; y admitimos que vosotros tenéis buenos motivos para sentir
profundamente al respecto; pero, cuando adoptáis como cura una mera invención vuestra,
que no tiene ni un ápice de justificación en la Palabra de Dios, y elegís a una
persona para que 'presida' la mesa y administre lo que a vosotros os complace llamar
ahora un 'sacramento', vosotros veis, queridos hermanos, que no es posible que
estemos con vosotros en ello, ni tener la menor comunión con vosotros en ello, ya
que ello no es algo designado por Dios y nosotros no podemos actuar sin Sus
órdenes: pues hacer eso sería dejar el terreno en el cual Él nos ha colocado, y
por tanto, sería dejar de ser la cosa que Él nos hizo, — a saber, la iglesia de
Dios. En el momento que comenzamos a dejar que nuestra sabiduría y nuestras
voluntades den forma a nuestra estructura, nos convertiríamos en una mera
sociedad voluntaria, un lugar para que la voluntad del hombre actúe; mientras
que, como asamblea de Dios, — un organismo formado por Él cuya ordenación es de
Él, — nosotros no podemos reconocer ni seguir otra voluntad que no sea la de Él
en cualquier cosa que afecte a nuestro orden o terreno». (Ver nota).
(Nota
del Editor de la revista en
Inglés). La 'asamblea o iglesia de Dios' no es ni una 'organización' ni una 'sociedad':
es "el cuerpo de Cristo": un "cuerpo" es un organismo,
más que una 'organización'.
¿No Ayudará
un Ministro Educado y Formado a Mantener Alejados los abusos?
Y los de la
iglesia original continúan diciendo, «Por similares
motivos nosotros no dudamos de que tenéis
buenas intenciones cuando algunos de vosotros adoptáis la opinión de que la
mejor forma de mantener bajo control abusos en el ministerio de la Palabra,
mantener afuera la ignorancia o la tosquedad del habla, prevenir los celos,
etcétera, es educar y ordenar una clase de personas para el propósito, a las
cuales deben estar restringidas todas las funciones ministeriales, y vemos
cierta verosimilitud acerca de ello en el terreno de la humana conveniencia;
pero, por otra parte, no tenemos ninguna palabra de Dios para una institución
tal, y no nos atrevemos a ir más allá del pensamiento del Señor. Nosotros no
podemos olvidar que en un día anterior estos males que vosotros procuráis
corregir ya habían comenzado a manifestarse y, tal como sabéis, en la primera
epístola de Pablo a nosotros él trató muy rotundamente con nosotros acerca de
dichos males. Ahora bien, si los planes que habéis adoptado hubieran sido los
más sabios, o según el pensamiento de Dios, el apóstol habría sido conducido
por el Espíritu a establecer entre nosotros lo que era necesario, pero, como él
no lo hizo, nosotros tampoco podemos hacerlo. Y aunque lamentamos mucho que os
separéis de nosotros por tales motivos, y sentimos que en ello vosotros
deshonráis enormemente al Señor, sin embargo, no nos atrevemos a ganar una cosa
tan preciosa como la unidad a expensas de la verdad y de los fundamentos mismos
de nuestro carácter como 'asamblea de Dios'. Vuestras organizaciones recién
inventadas son una negación práctica de la propia ordenación de Dios, el cual
ha ordenado el "un solo cuerpo" como Le ha agradado, y nos ha dejado
en Su Palabra el registro completo de Su pensamiento acerca de él. Al
estableceros vosotros en cuerpos organizados por vosotros mismos refutáis la
Palabra de Dios acerca de que el "cuerpo es uno ", y no nos atrevemos
a tener parte con vosotros ni a reconoceros en una posición tal. vosotros nos
llamáis estrechos y exclusivos debido a que declinamos tener comunión con vosotros
en esas mesas que habéis instalado, pero nosotros debemos ser fieles a nuestro
Señor sin importar cuál vituperio ello pueda acarrearnos».
¿Qué
Sucede con las Diferencias en las Interpretaciones de la Palabra de Dios?
«Además, en cuanto a
aquellos de vosotros que hacéis de las interpretaciones doctrinales de la
Palabra su motivo de separación de los demás y de asociación entre vosotros
mismos, nosotros podemos andar tan poco con vosotros o someternos a vosotros
como a los demás. Nosotros admitimos cuán malo es que tengamos pensamientos
distintos en cuanto al significado de la Palabra de Dios. Admitimos que ya que
la Palabra no puede tener más que un solo significado, en alguna parte debe
haber pecado y las cegadoras influencias de la carne en acción, en uno u otro
aspecto, donde prevalecen diversidades de parecer. Nosotros damos plena
importancia a las solemnes amonestaciones del apóstol a nosotros en cuanto a
que hablemos " todos una misma cosa", que estemos "perfectamente
unidos en una misma mente y en un mismo parecer" (1ª Corintios 1: 10);
pero, cuando también tenemos en cuenta que esta misma Palabra no fue dada para
que pudiéramos dividirnos en secciones donde pudiésemos estar de acuerdo de
manera recíproca en nuestros respectivos pensamientos o pareceres, sino para
que no haya divisiones entre nosotros, y para permitir que nuestro celo
por tener una misma mente acerca de asuntos de doctrina difíciles, o de difícil
interpretación, nos conduzca a hacer precisamente la cosa para cuya evitación se
ordenó tener una misma mente, parece más bien un modo de proceder
contradictorio. Donde la Palabra de Dios habla claramente en definida
aseveración, nosotros no dudamos; pero, donde el asunto es acerca de elevar las
inferencias de un hombre a partir de la Palabra a un nivel con la Palabra
misma, eso es lo que debemos declinar. Nosotros vemos dos grupos entre vosotros
separándoos entre vosotros y de nosotros, y organizándoos vosotros mismos en
cuerpos opuestos bajo vuestros respectivos nombres de grupo en el terreno de vuestras
poderosas convicciones en cuanto a la solidez de vuestras respectivas
inferencias a partir de ciertas Escrituras. Vosotros sostenéis estas opiniones
que son vuestras como siendo muy importantes, sin duda, y estáis firmemente
persuadidos en vuestras propias mentes de que estáis en lo correcto, y de que vuestra
manera de hacerlo es la manera de Dios; pero parece que vosotros pasáis muy por
alto el hecho de que en vuestro celo por la verdad inferida estáis
hollando la verdad claramente declarada, pues Dios ha prohibido de
manera clara la división y vosotros estáis dividiendo. Ahora bien, nosotros
tenemos que reconocer, para nuestro pesar, que en la actualidad no podemos
tener todos un mismo parecer acerca de estos asuntos, y tenemos entre nosotros
a los que están de acuerdo con uno, y a los que están de acuerdo con otro de vuestros
grupos; pero nosotros no podemos, no nos atrevemos a intentar remediar este mal
tratando de forzar las conciencias de nuestros hermanos; pues, ciertamente,
en estos asuntos hay inconvenientes
derivados de nuestra falta de unanimidad en estos asuntos, pero no nos
atrevemos a tomar el asunto en nuestras manos, como vosotros habéis hecho, y
hacerlo más cómodo para nosotros mismos organizando sectas, y aliándonos sólo
con los que piensan como nosotros. Este es el remedio del hombre, no el de
Dios, y al asumirlo, queridos hermanos, vosotros mismos os habéis convertido en
"sectas" y os habéis apartado del terreno de Dios, así que nosotros
no podemos tener, en fidelidad, nada que ver con vuestra organización ya que la
palabra de Dios por medio de Pablo, en su epístola a los Romanos (16: 7) nos
ordena que nos fijemos en aquellos que causan divisiones y que nos apartemos ».
«No, queridos
hermanos, a todos y a cada uno de vosotros debemos decirlo; nosotros os
reconocemos individualmente como nuestros hermanos en el Señor y como
compañeros Cristianos. Nos regocijaremos al daros la bienvenida de nuevo a sus
respectivos lugares en la asamblea de Dios y a la mesa del Señor; pero no
podemos reconoceros ni reunirnos con vosotros en el terreno de vuestras nuevas
organizaciones, cuerpos y nombres. Nosotros permaneceremos firmemente, por la
gracia de Dios, donde Él nos ha colocado, en la unidad del cuerpo de Cristo; y
no introduciremos ningún cambio sino que nos adheriremos cabalmente a la
Palabra escrita en todo lo que concierne a nuestra acción de asamblea; dejando
libertad a nuestros hermanos donde Dios no lo ha prescrito expresamente, como
Él mismo nos ha enseñado a hacerlo en la carta de Pablo a los Romanos. (Romanos
14: 1 a 5)».
«En cuanto al
fracaso entre nosotros, no lo atenuaremos ni lo negaremos sino que procuraremos
humillarnos acerca de él delante del Señor, esperando en Él por gracia para
tratar con él en términos de Sus propias enseñanzas divinas. Si en algún
momento este fracaso asume en sí la forma de herejía (o, secta), afectando las
verdades fundamentales de la doctrina de Cristo, nosotros trataremos con él
como Juan ha dado instrucciones en su segunda epístola. Si el fracaso asume el
carácter de alguna de esas cosas que Pablo nos señaló en el capítulo quinto de
su epístola a nosotros mismos, buscaremos gracia para tratarlo tal como él lo
indica allí y como ya lo hicimos en la ocasión a la que él se refirió. En
asuntos inferiores nosotros procuraremos, mediante la oración y la mutua fidelidad
entre nosotros y por medio del juicio propio en nosotros mismos, reprimir la
carne y corregir sus malignas obras ».
Aquí, pues,
tenemos, según la suposición, en la ciudad de Corinto, cinco asambleas Cristianas
distintas, — una de ellas adherida al nombre, al terreno y al orden en que
fueron establecidas por Dios al principio; y las otras cuatro siendo divisiones
o sectas desconectadas del terreno original con el propósito de mantener cada
una de ellas un orden o punto de vista distinto de doctrina, al que se le ha unido
suficiente importancia como para convertirlo en un terreno de comunión, — un vallado
para incluir, por una parte, o excluir, por la otra, de la plena comunión y
asociación, a los que están de acuerdo o a los que difieren de ellas.
Terreno
Divino, o Sectario
Esa es la
diferencia entre el terreno divino y el sectario. El terreno divino incluye
todo lo que Dios ha decretado que sea incluido, es decir, todos los verdaderos
hijos de Dios que no se han mezclado con doctrinas heréticas (o, sectarias)
(2ª. Juan), o no se han contaminado por un profano vivir (1ª Corintios 5). Ello
excluye a todos los que no son hijos de Dios, y también a aquellos que,
siendo Sus hijos, puedan contaminarse con el mal doctrinal o moral.
El terreno
sectario incluye a todos aquellos a quienes el hombre elije incluir, a
saber, a los que están de acuerdo en aceptar los peculiares principios y orden;
y este terreno excluye a todos los que se niegan a aceptarlos. (No,
quizás, de una comunión ocasional, sino de la plena y reconocida comunión). El
grado en que son respetadas las propias calificaciones de Dios para la comunión
puede variar. Algunos podrían insistir en recibir sólo a verdaderos hijos de
Dios que aceptasen los principios, otros podrían admitir a todos los que los
acepten, sin discriminación; pero, en todos los casos en que se adopta el
terreno sectario y no el Cristianismo puro y sencillo, de los asociados, sino el
acuerdo en los principios de la secta, o la aceptación de sus normas,
se trata del terreno de reunión, de asociación o de unión.
Supongamos
ahora que el apóstol Pablo hubiera visitado Corinto algún primer día de la
semana cuando este estado de cosas hubiese estado en existencia. ¿Cómo habría actuado
él? ¿Adónde habría ido él a partir el pan? Estoy seguro de que ustedes no
dudarán ni un momento. Él habría ido a la asamblea original que él mismo había
fundado y se habría dirigido a ella como "a la iglesia (o asamblea) de
Dios que está en Corinto". ¿Habría él reconocido de alguna manera a estos
cuerpos disidentes? Yo pienso que no. Si ellos se hubieran acercado a él y
hubieran reclamado tener comunión con él, o lo hubieran invitado a sus
asambleas y a sus mesas, yo puedo imaginar con qué energía él habría declamado
contra ellos, y cuán resueltamente habría mantenido el terreno de Dios. Si
ellos le hubieran aducido, como podrían haberlo hecho, que al rehusar
reconocerlos él carecía de amor, y que ponía en duda el Cristianismo de ellos,
y que rehusaba la comunión de muchos de los amados hijos de Dios, yo puedo
imaginar de qué manera él los habría encarado y habría dicho, «Yo no niego vuestro
Cristianismo, no dudo de que vosotros sois hijos de Dios; pero vosotros sois
malos hijos, hijos desobedientes, hijos voluntariosos, hijos presuntuosos. Vosotros
habéis considerado ser más sabios que Dios y, al presumir que podéis mejorar lo
que Él dejó perfecto vosotros habéis hollado Su orden y habéis violado, de la
manera más flagrante, ese amor Cristiano y esa comunión Cristiana que vosotros
profesáis reclamar como vuestra, y me culpáis por retener ambas cosas. ¿Acaso
no sabéis que yo os escribí por el Espíritu de Dios que el amor "no se
goza de la injusticia, mas se goza de la verdad". (1ª Corintios 13: 6)? Y vosotros
que os habéis apartado de la verdad inicuamente, en verdad querríais que yo,
bajo el nombre de "amor", hiciera la vista gorda, por así decirlo, y
tuviese comunión con vuestras iniquidades. No hermanos, yo he aprendido que
"amor" es mejor que eso. El amor más verdadero , más amplio, más
santo que yo puedo mostrar es protestar, como vosotros sabéis que hago, contra
el apartamiento de Dios por vuestra parte, y mantenerme alejado de vosotros,
como lo hago ahora, hasta que os volváis de vuestras malas prácticas, dejéis a
un lado todas vuestras invenciones, y regreséis al sencillo terreno de Dios y
de Su Iglesia. Hasta que vosotros hagáis esto, yo os amo demasiado y amo
demasiado a mi Señor como para encontrarme con vosotros. A vosotros, como
individuos, me complace reconoceros como hermanos en el Señor, aunque hermanos
equivocados, pero, a vuestras organizaciones no las reconoceré ni tendré nada
que decirles. ¡Deshaceos de ellas!»
Pero. ¿No
es Diferente Ahora?
Pero, tal vez
usted estará dispuesto a volverse a mí y decir: «Bien,
reconozco que todo esto es cierto.
No tengo ninguna duda de que habría sido más o menos así en el caso que usted
ha supuesto, pero, por otra parte, el caso no es paralelo a aquello a lo cual ustedes
quieren aplicarlo. Ustedes, 'hermanos', dicen que toda la Iglesia se ha
apartado del terreno de Dios, y que cuando empezaron a reunirse no había
ninguna asamblea estando aún en el terreno. Mientras la había, el asunto era
bastante fácil y claro, pero ahora es muy diferente».
Pues bien, yo
estoy muy dispuesto a admitir este rasgo de diferencia en los casos, aunque en
realidad eso no afecta el principio. Sin embargo, si me permiten llevar la
suposición un poco más lejos, podré mostrarles un verdadero paralelo.
Reanudaremos nuestro
supuesto caso tal como lo dejamos, es decir, en Corinto, con una asamblea
genuina y cuatro asambleas sectarias en dicha ciudad. Supondremos además que
estas sectas son de personas realmente serias, con un celo por Cristo según el
estilo de ellas, y un verdadero amor por las almas. Su celo los lleva a un serio
cometido misionero y difunden la verdad del Evangelio, y son bendecidos con la
salvación de almas a las que, obviamente, adoctrinan también en sus principios
especiales, y se organizan en cuerpos, iglesias o congregaciones, según sus
respectivas formas y bajo sus respectivos nombres. Supondremos que en cierta
ciudad de un país alejado de Corinto, donde el Cristianismo era desconocido
anteriormente, se han establecido las cuatro sectas, y que entre ellos suman
unos setecientos u ochocientos conversos. Estos conversos, como es natural, han
tomado sus ideas de Cristianismo de aquellos de quienes lo han recibido, y
aunque las Escrituras han sido puestas en sus manos, han recibido la
interpretación de ellas que sus maestros han presentado, de modo que ellos
siguen felizmente en sus respectivas 'denominaciones', con tal vez una mínima
porción de controversia en cuanto a puntos acerca de los cuales ellos difieren.
Sin embargo, un día, un Cefista,
ferviente lector de la Escritura, en el curso de su lectura comienza descubrir
que no todo es tan sencillo como había sido enseñado a suponer. Él encuentra en
la Escritura que el cuerpo de Cristo es uno solo, y que la división es pecado.
Él medita, lee, y ora, y aumenta la convicción de que las cosas están
dislocadas. Él examina los diferentes sistemas eclesiásticos y discierne que
las cosas que los dividen son cosas que no se encuentran en la Palabra de Dios
en absoluto; y discierne que acerca de las cosas que están realmente en la
Palabra de Dios no hay tanta diferencia de opinión como la hay acerca de las
cosas que no tienen cabida allí. Él
pronto comienza a hablar acerca de esto con los demás, pero sólo es
instantáneamente desestimado o se ríen de él. Algunos piensan que todo está
bien tal como está; otros admiten lo incorrecto pero piensan que ya no tiene
remedio. Ninguno parece dispuesto a abordar el asunto indagando qué es lo
correcto y actuando en consecuencia. La conciencia del hombre se inquieta y se
turba. Cuanto más lee y ora, peor le parece el asunto, hasta que un día él se
topa con la segunda epístola de Pablo a Timoteo (2ª Timoteo 2: 19), en la que manda
a todos los que invocan el nombre de Cristo que se aparten de la iniquidad. Él
no puede dudar de que iniquidad es hacer lo que Dios prohíbe y por eso siente
que debe apartarse de sus asociaciones actuales que han sido formadas sobre lo
que ahora reconoce plenamente como terreno equivocado. Pero entonces, ¿qué ha
de hacer él? ¿A dónde ha de ir? Él nunca ha oído hablar de nada más; no sabe si
hay alguna de las iglesias originales que todavía se mantienen firmes o si
todas han seguido el mismo camino. Está muy desconcertado y perplejo. Llega el primer
día de la semana y tiene que decidir si puede ir de nuevo al lugar contra el cual
su conciencia se ha pronunciado decididamente. Él siente que no puede y se
queda tranquilamente en su habitación, a solas con Dios y la Palabra. (Hechos
20: 32).
¿Cuál es el
Paso siguiente?
La mañana siguiente, mientras él camina por
la calle se encuentra con un Pablista a quien había conocido anteriormente pero
que no veía hace tiempo. Conociéndolo como un hombre piadoso, que ama a Cristo,
aunque de otra denominación, él lo saluda y se detiene para hablar con él. Él
menciona, con cierta vacilación, el asunto que ha acarreado sobre él tantas
duras palabras por parte de los de su propia secta y, para su sorpresa, él
recibe una cordial respuesta. Él encuentra que su amigo ha estado pasando a
través de ejercicios similares a los suyos y, al igual que él, se ausentó el
día anterior de su acostumbrado lugar, y pasó el tiempo a solas en la casa de
verano de su jardín. Surge la pregunta, ¿existe algún motivo verdadero por el
cual ellos no deberían reunirse el siguiente primer día de la semana y recordar
al Señor juntos conforme a la sencillez de la Palabra? Ellos no conocen ningún
motivo y acuerdan llevarlo a cabo. Antes de que llegue el siguiente primer día
de la semana cada uno ha encontrado otro amigo en caso similar, de modo que
cuatro de ellos se reúnen ese día sencillamente al nombre del Señor; y
habiéndose despojado de todo lo que pertenecía a sus respectivas sectas ellos
esperaron en el Señor que les diese una por guía por medio de la Palabra, y la
hallaron. Ellos llegaron al terreno de Dios. El Espíritu los condujo hasta allí
por medio de la Palabra.
Cuando esto
es conocido, se levanta una barahúnda terrible y ellos son clasificados como
autocomplacientes, como presuntuosos, como cismáticos, como formadores de otra
secta, como despreciadores del orden de Dios, y de otras cosas. Aun así, la
postura de ellos ha llevado a algunos a reflexionar y a escudriñar las
Escrituras, y por uno y por otro son reconocidos como estando en lo correcto ,
— es decir, que ellos están siguiendo la Palabra escrita, sin añadir ni
sustraer nada, y de este modo ellos están en el terreno que ellos reconocen
ahora como aquél en el cual las Escrituras muestran que la Iglesia fue
establecida originalmente. A partir de cuatro, ellos han pasado a ser cerca de
veinte personas.
Supongamos
que Pablo Visita Ahora esta Ciudad
Supongamos
ahora que el apóstol Pablo, en sus viajes, ha llegado por fin a este país y se
encuentra, un primer día de la semana, en la ciudad donde estas cosas han
estado sucediendo. ¿Adónde irá él? ¿Irá él a las asambleas que el condenó en
Corinto? ¿Hará la diferencia de localidad una diferencia de principio para el
apóstol de Jesucristo? Absolutamente no. Él habría inquirido, y al enterarse de
que había allí asambleas de las sectas él se habría alejado con el corazón
apesadumbrado. Cuando por vez primera se hizo mención de otra "secta"
nueva que había salido de entre las demás, él podría haber temido que fuese
sólo un agravamiento del mal carnal; pero, a medida que le eran relatados los
detalles de la acción de ellos, su mirada se habría iluminado y, levantándose,
habría dicho: «Tengo
que ver a estas personas»; y al verlos, y comprobar que aunque con gran
debilidad y con muchos fracasos buscaban las sendas antiguas y andaban en ellas,
él se habría alegrado de reconocerlos como los únicos representantes verdaderos
de la asamblea de Dios en aquel lugar, no obstante lo insignificantes que
fueran en número.
Sin embargo,
si él los hubiera encontrado tolerando males conocidos entre ellos, esos que
Dios ha establecido como motivo de
escisión, ciertamente no los habría reconocido así, sino que, aunque hubiera
encontrado muchos fracasos, — a saber, falta de armonía, celos y envidia, y
discordia, o cosas por el estilo, si bien él habría hablado en voz alta contra
tales cosas y trabajado y orado por su extinción, estoy seguro de que no habría
hecho de ellas un motivo para preferir una de las sectas cismáticas, incluso si
él hubiera podido encontrar entre ellas una completamente libre de los males de
los que se quejan como existentes aquellos que están en el terreno de Dios.
¿Cree usted
que él lo habría hecho? ¿Cree usted que él podría haber actuado de otra manera
de la que yo he supuesto, considerando como iglesia de Dios a la que había regresado
al terreno de Dios, y repudiando todo lo que estaba fuera de él?
Querido
lector, que el nombre del país sea su país, que el nombre de la ciudad sea su ciudad,
que la época sea el siglo actual en lugar del siglo I, y supongamos que en
lugar del apóstol Pablo fuera mi lector quien tuviera que hacer la selección,
¿qué haría él?
Lo dejo a que
él lo considere delante del Señor.
Richard Holden
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. - Junio 2021.
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta
traducción:
LBA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986,
1995, 1997, 2000 por The Lockman Foundation, Usada con permiso.
Título original en inglés: "Corinth and Sects", by Richard
Holden
Versión Inglesa |
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