EL
ÚLTIMO LLAMADO
H. H. Snell
Todas
las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los
lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Apocalipsis
capítulo 3, versículos 8, 16, 20, 21
Las
últimas palabras del Señor a Su asamblea en la tierra son
singularmente solemnes e instructivas. En los momentos finales de la historia
de Su asamblea, cuando las cosas están irremediablemente mal, Él sigue estando
a la puerta y llama. El testimonio de la esposa y del cuerpo de Cristo en la
tierra está a punto de cesar para siempre; y Él se lo recuerda a los fieles
diciéndoles: "He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que
ninguno tome tu corona". (Apocalipsis 3: 11). Ciertamente los fieles son
contemplados hasta que Él venga, aunque sean pocos, y el vencedor es alentado
hasta el último momento.
Es
evidente que dos cosas serán halladas aquí abajo en los días
finales de la historia de la asamblea de Dios en la tierra, — a saber, algunos
fieles al Señor, y muchos indiferentes a Sus reivindicaciones y a Su honra.
Aunque Él es menospreciado, Él llama a la puerta, y Él mismo se presenta en la
más rica gracia a todo aquel que oye Su voz y abre la puerta. En este capítulo
nosotros tenemos el elogio del Señor, Su advertencia y Su petición.
Los
fieles al final se caracterizan por guardar Su
"palabra" y no negar Su "nombre"; y estas han sido siempre
las marcas del cristianismo esencial. Su Palabra Le da a conocer. Nuestra fe está
fundamentada en ella, y es suficiente para guiarnos en cada paso de nuestro
camino. Sin creer en Su Palabra no hay fe, y por consiguiente, ni alegría, ni
paz, ni esperanza.
El
Espíritu de Dios nos dirige siempre a la Palabra escrita como
poseedora de una autoridad final y decisiva; por lo que es seguro que nadie que
esté andando por fe, andando en el Espíritu, andando en el temor de Dios, en el
consuelo del Espíritu Santo, o para la gloria de Dios, no sea uno que rinde sus
pensamientos, propósitos y caminos a la autoridad divina de la Palabra del
Señor que permanece para siempre.
La
prueba es muy sencilla pero muy escudriñadora. ¿Estamos
nosotros guardando Su palabra? No meramente leyéndola o incluso admirando
algunos de sus llamativos rasgos sino usándola como una lámpara a
nuestros pies y como una lumbrera a nuestro camino; estando en corazón y
conciencia sometidos a ella y encontrando orientación en ella para cada parte
de nuestro camino.
Los
tales, a nuestro juicio, guardan Su Palabra. Ellos la aman,
la esconden en sus corazones, tienen al Señor Jesucristo ministrado a sus almas
a través de ella por el Espíritu y son mantenidos así en comunión con Él
viviendo para Su gloria y esperando Su regreso desde el cielo. De esta manera
no sólo hay interrelación con el Señor sino una intimidad tan santa que ellos cuentan
con que Su bendición está con ellos, pues Él dijo, "Si permanecéis en mí,
y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será
hecho". (Juan 15: 7).
¡Bienaventurados
son los que guardan Su Palabra y la tienen
morando en ellos ricamente, para andar "en la verdad"!
Otra
marca de los fieles en los días finales de la Iglesia en la
tierra es que no han negado el "nombre" de su precioso Salvador.
Estamos persuadidos de que hay mucho más en esto de lo que muchos piensan. La
forma en que una persona menciona el nombre de un amigo ausente a menudo revela
la estima o la indiferencia que el orador tiene con respecto a él. ¿Y acaso es
menos cierto con respecto a de qué manera hablamos acerca del nombre
infinitamente digno de nuestro Señor Jesucristo? Creemos que no. Y no dudamos
en decir que nada manifiesta más el estado del corazón que la manera en que Su
santo nombre es repetido por nosotros. Tomar tranquilamente partido por los
insolentes que dicen: "¿Quién es este Hijo del Hombre?" (Juan 12: 34),
o mantener intimidad con los despreciadores que suelen hablar de Él como el "hijo
del carpintero" (Mateo 13: 55), o con los burladores que dicen: "¿Dónde
está la promesa de su venida?" (2ª Pedro 3: 4 – LBA), delata un corazón
que poco le importan Su nombre o Su gloria.
Para
el alma enseñada por el Espíritu, Su nombre es "como
ungüento derramado". (Cantares 1: 3). A un alma tal nada la hiere tanto
como la deshonra de Cristo. Para esas almas, ningún nombre en la tierra puede jamás
igualar el Suyo. También en el cielo Él ha sido encontrado infinitamente digno
de un nombre que es sobre todo nombre. Es el nombre de nuestro Señor Jesucristo
el que es el único centro de reunión en la tierra y será el centro de reunión
para nosotros cuando Él venga. Su nombre es el estándar de santidad en la
asamblea llamándonos a apartarnos de lo que Le deshonra. Y ante Su nombre debe
doblarse toda rodilla, de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo
de la tierra, y toda lengua debe confesar que Jesucristo es Señor, para
gloria de Dios Padre. (Filipenses 2: 10 – LBA). ¡Oh, sí,
«Su
nombre es una roca, que los vientos de arriba
y
las olas de abajo nunca podrán mover»!
El
nombre, cuando es mencionado, es el que expone a la persona y reclama
de inmediato nuestra estima, o lo contrario. Normalmente no podemos separar el
nombre de la persona. El nombre de nuestro Señor Jesucristo no sólo nos comunica
pensamientos verdaderos acerca de Su persona sino que hace que nuestros afectos
salgan hacia Él adonde Él está ahora.
Es
imposible, por lo tanto, decir lo que puede implicar negar Su
nombre. No puede haber duda alguna de que todo lo que Le deshonra, toda palabra
despectiva hacia Él, toda insubordinación a Su autoridad, deben ser juzgados,
toda irreverencia reprobada, y toda asociación impía con Su incomparable nombre
debe ser evitada. Pero estas cosas son, obviamente, de tipo profano.
Una
forma más refinada y encubierta de negar Su nombre es no
darle a Él el lugar que Le corresponde en la asamblea reunida a Su nombre, el
cual está "en medio de ellos", o no darle el lugar que Le corresponde
en nuestros corazones, en nuestros hogares y en todos nuestros asuntos. Sin
embargo, la mayoría admitiría que el cristianismo incluye el reconocimiento
continuo de que no somos nuestros, sino que hemos sido comprados por precio por
Aquel que es ahora "Señor de todo", y que pronto saldrá a reinar
hasta que Él haya puesto a todos los enemigos debajo de Sus pies.
Además
del último elogio de nuestro Señor a algunos, Su última
advertencia a los demás es de lo más solemne. Leemos, "Por cuanto eres
tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca". (Apocalipsis 3:
16). El estado de ellos y sus costumbres eran tan nauseabundos para nuestro
Señor como para ser intolerables. Profesando amarle, sus corazones eran
indiferentes a Su honra y a Sus reivindicaciones, de modo que sólo podían ser
rechazados por Aquel que es "santo" y "verdadero". Puede
haber mucho conocimiento bíblico y celo por las actividades religiosas, puede
haber prosperidad a los ojos del mundo religioso y abundante autosatisfacción y
sin embargo Cristo puede estar fuera de todo ello.
¡Qué
espantosa es la posibilidad de tal estado! Pero, lamentablemente,
ese estado existe. ¿Es Cristo el que está ante el alma, — Su Palabra, Sus modos
de obrar, Sus intereses, Su pueblo, Su servicio, Su honra, Su gloria? ¿Es el
amor de Cristo el poder motivador que nos constriñe? ¿Tenemos una relación
personal con el Hijo de Dios glorificado, el cual es nuestra vida, nuestra
justicia y nuestra paz? ¿Es la comunión con Él lo que procuramos y disfrutamos?
¿Es Cristo conocido, acogido, reverenciado como estando "en medio" de
la asamblea cuando está reunida a Su nombre? ¿Cómo puede ser aceptable para Él
cualquier cosa que no sea esto? Aquellos que no desean Su gloria, que no aman Su
Palabra, que no procuran obedecer Su voz y honrarle a pesar de algunos
inconvenientes y pérdidas personales en este mundo, están, podemos estar seguros,
entre aquellos que no son «ni fríos ni calientes», y deben ser rechazados por
Él.
Sin
embargo, es bienaventurado apartarse de la indiferencia del
hombre en su total fracaso en mantener la verdad y la honra de nuestro Señor en
la tierra, y recoger los pensamientos sugeridos por la forma benigna en que
nuestro Señor se presenta, y oír Su súplica amorosa, cuando Él se encuentra afuera
de la puerta y llama. ¿Voceó Él sobre ellos la expectativa inmediata de un
juicio devorador? ¿Los lleva Él a esperar que llueva fuego y azufre sobre ellos
por su muy inexcusable olvido de Él?
¡Oh,
no! Las últimas palabras dirigidas a Su arruinada Iglesia en
la tierra que siguen a Su último llamado a la puerta abundan en tonos tiernos
de la más rica gracia. Tratemos de captarlas, por así decirlo, de Sus propios
labios. "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo". (Apocalipsis
3: 20).
¡Maravillosa
misericordia! La máxima bendición que puede ser
conocida en la tierra puede ser disfrutada por el alma más débil que Le abre la
puerta. No dejemos de notar aquí, en primer lugar, que el lugar del Señor, como
rechazado incluso por Su pueblo profesante en la tierra, está afuera de la puerta.
Puede ser que Su nombre esté a menudo en los labios de ellos, pero no se Le
concede el lugar que Le corresponde como Cabeza sobre todas las cosas a Su
asamblea. Tan indiferentes son ellos con respecto a Él (Su presencia, Sus
intereses, y Su gloria) que ellos pueden seguir adelante y de ninguna cosa
tener necesidad (Apocalipsis 3: 17), aunque Cristo esté fuera en lugar de
ser Él conocido en medio de ellos cuando son reunidos a Su nombre. ¡Oh, cuán
solemne! ¿Es posible que la cristiandad se haya hundido tanto que cualquiera
puede hablar de paz sin disfrutar de Él?
Lo
siguiente es la actitud del Señor. Él no puede entregar la
iglesia profesante a su esperado juicio como la gran ramera mientras
alguien Le abra la puerta. Su llamado a la puerta es lo suficientemente fuerte
como para despertar al que es de sincero corazón entre la muchedumbre y que
escucha la voz. No cabe ninguna duda. Se trata de la voz del Amado, la voz del
Pastor, esa modesta y tranquila voz que desciende a lo más profundo del corazón
y de la conciencia y despierta todo afecto verdadero y apropiado del alma de
quien sabe que "Cristo es el todo".
Esto
es suficiente. Una vez oída la voz son despertadas las
facultades adormecidas, el corazón se abalanza a abrir la puerta, a eliminar
todo obstáculo para estar cerca de Él, y a permanecer en Él y con Él. Todo debe
sucumbir a la voz de Cristo.
Una
vez que la puerta Le es abierta, Él entra al débil que ha quitado
el cerrojo y ha eliminado todo impedimento para disfrutar de Su compañía.
¡Momento precioso! Y entonces (¡oh, maravillosa gracia!) Él cena con ellos. Su
corazón debe estar complacido al tener comunión personal con aquel que le ha
dejado entrar gozosamente; y el creyente humilde y que desconfía de sí mismo cena
con Él.
¿Puede
haber algo que exceda estas riquezas de la gracia divina?
y ¿acaso no se nos dice que debemos esperar "ansiosamente la misericordia
de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna"? (Judas 21 – LBA). Esta
escena es en verdad misericordia; pues mientras la mayoría del pueblo profesante
de la cristiandad va a ser vomitada de Su boca, un solitario, aquí y allá, está
incluso ahora cenando con nuestro Señor Jesús, teniendo comunión personal con
Él.
Y
que nunca sea olvidado el hecho de que el "consejo"
del Señor era tener una interrelación personal con Él, y obtener de Él
mismo el oro puro de la justicia divina que había sido probado en el fuego.
Él ofrece incluso en la tierra la conciencia de la comunión personal con
Él; es decir, en nuestra pequeña medida, los mismos pensamientos, las mismas
alegrías, los mismos afectos que Él mismo.
Cuán
asombroso es que no estemos más excitados en el corazón y en
la conciencia para disfrutar más de la comunión con Él; pues somos, por gracia
infinita, "llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor".
(1ª Corintios 1: 9).
Que
el último llamado a la puerta del Señor y Sus últimas
palabras a Su asamblea en la tierra afecten debidamente nuestros corazones en
este momento.
H. H. Snell
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Marzo 2021
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The
Lockman Foundation, Usada con permiso.